lunes, 29 de octubre de 2012

Dentro de un Caracas – Magallanes

Dentro de un Caracas – Magallanes Inmersos entre la broma y la burla, la discusión y la amistad, lo insólito y lo excéntrico muchos aficionados sólo pueden explicar con acciones el significado de un enfrentamiento entre estos equipos de béisbol. A diferencia de otras rivalidades (Boston-Yanquis, Real Madrid –Barcelona, Boca –River, etc.) cada juego Leones – Navegantes, enmarca miles de otros desafíos en centenares de pueblos y ciudades. Cada esquina, plaza, fuente de soda se convierte en tribuna del juego. Señora Olga le voy a pagar las arepas a medio para que me las saque primero. Las otras personas en cola voltearon con miradas afiladas. El humo de leña acentuaba el negro del techo de cinc. El hombre explicó que necesitaba nueve arepas bien sonoras para llevárselas a su amigo magallanero porque los Leones habían blanqueado a su eterno rival. Sólo entonces los ocupantes de la cola sonrieron y ladearon la cabeza. La narración del juego se escuchaba a una cuadra de distancia. Alfredo y Josué se frenaron en la entrada de la heladería. “Cuando vamos para la apertura del quinto episodio Magallanes 5 Caracas 0”. Señor tengo como media hora pidiéndole una barquilla de chocolate. El hombre cambió de mano para encajar la barbilla frente al radio. Ya te dije que si el Caracas está perdiendo no hay helados. Josué carraspeó. ¿Y qué culpa tenemos nosotros de que el Caracas sea tan malo? El hombre se levantó y remangó las mangas de la camisa. Alfredo y José volaron por toda la calle. La escena más impresionante arropaba de silencio la oscuridad de la sala. El señor apretó el radio en la oreja y tropezó contra la fila de asientos. Se guió con las manos sobre las butacas hasta llegar al baño. El eco de la calle casi enmudecía al radio. “Allá va a un batazo largo la bola se va, se va, joonróon”. El hombre casi resbala a l salir del baño. Celebró con sus amigos. Caracas acaba de ponerse a ganarle al Magallanes. Muchos pidieron silencio. De un rincón alguién soltó: “Esos caraquistas si son bulleros. ¡Esperen el noveno inning!”. Corrieron hasta las ramas de cayena estiradas en la esquina. El tipo bajó del Malibú azul frotando las manos. Sólo faltaban dos horas para prenderle candela a las velas del Magallanes. Los muchachos se acercaron hasta que la voz del hombre desapareció en la casa. Pegaron el papel con cinta adhesiva y azuzaron sus caballos hasta casi desbocarse. Desde el porche de su casa oyeron los gritos: “Estos magallaneros si fastidian”. No Papá, hoy nos quedaremos escuchando el Caracas-Magallanes. Si, dan una película de Cantinflas. Esa la podemos ver mañana. Este juego hay que oírlo hoy. De regreso el señor preguntó porque todavía tenían el radio prendido. Juegan extrainning Papá. Es como una prórroga en fútbol, pero aquí tiene que haber un ganador. ¿Y Felipe donde está? Encaramado en la mata de mango. Él dice que desde allá el Magallanes juega mejor. En ese momento Clarence Gaston decidió el juego con jonrón y gotearon como diez mangos. El atardecer desgranaba las sombras sobre las mesas del club social. El dueño se frotaba las manos al tiempo que llenaba las neveras de cerveza para aquella noche que prometía grandes ganancias a la par de su expectación por el juego Caracas – Magallanes. El juego empezó y las bromas junto con él. Los caraquistas empezaron a cantar “Se hunde el barco” y el dueño del club empezó a molestarse. Cuando la ventaja se expandió, cerró las neveras y dijo que el club había cerrado. Algunos trataron de razonar con él lo que iba a dejar de ganar. No me interesa, se acabaron las cervezas. Si el Magallanes no gana, no me importan las ganancias. En medio de la más atizada lucha por el primer lugar entre Caracas y Magallanes, varios grupos mixtos se burlaban de sus compañeros del equipo que iba perdiendo. Se quedaban mirando a dos amigos que desde sus gorras diferentes se daban ánimo y cuando un equipo castigaba al otro, guardaban silencio y se daban palmaditas en la espalda. Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Dave May gran actitud dentro y fuera del diamante de beisbol

Al leer la noticia a través de mis contactos de SABR, vinieron imágenes del libro de Mark Armour y Mal Allen sobre los Orioles de Baltimore de 1970 (Pitching, Defense and Three Run-Homers) y de las temporadas de la liga venezolana de béisbol profesional 1976-77 y 1978-79 cuando vino a jugar con los Tiburones de La Guaira. Fue un gran jardinero defensivo con poder más que ocasional y habilidad en las bases. David LaFrance May nació el 23 de diciembre de 1943 en New Castle, Delaware. Falleció este sábado 20 de octubre de 2012 luego de una larga batalla con la diabetes y el cáncer. May firmó con los Gigantes de San Francisco en 1961. Al cabo de una temporada fue tomado por los Orioles de Baltimore en el viejo sistema del draft. Por una parte resultó positivo por el nivel de excelencia que alcanzaron los Orioles en los años sesenta, por otra May tuvo que lidiar rato largo con los grandes prospectos de la organización (Merv Rettenmund, Curt Motton, Don Baylor, etc.) para finalmente llegar a la Gran Carpa en 1967. Desde entonces mostró su perseverancia y actitud positiva. Su unica presencia en post-temporada ocurrió en la temporada de 1969. En 1970 los Orioles lo cambiaron a mitad de temporada a los Cerveceros del Milwaukee por los Dick Baney y Buzz Stephen. May era ese tipo de jugador bajo perfil capaz de hacerlo todo en un diamante de béisbol, siempre con la mejor disposición, siempre colaborador. Luego de cuatro temporadas de altibajos con Milwaukee. Notable rendimiento en 1971 y 1973. Bajones alarmantes en 1972 y 1974. En noviembre de 1974 lo enviaron a los Bravos de Atlanta junto a Roger Alexander en compensación por el pase de Hank Aaron a Milwaukee. Entre las lesiones y el jugar alternado en el jardín derecho limitaron su tiempo de juego a 82 encuentros. Sólo bateó para .276, 12 jonrones y 40 carreras empujadas. Luego de una temporada decepcionante en 1976 los Bravos lo enviaron a los Rangers de Texas en un cambio múltiple junto a Ken Henderson, Rogelio Moret, Carl Morton, Adrian Devine y 250.000 $ por Jeff Burroughs. Cuando vino con La Guaira en 1976-77 bateó para .281 en 57 juegos, 6 jonrones, 35 empujadas, 40 anotadas. En la semifinal bateó .429, 3 dobles, 1 empujada, 5 anotadas. En la final .318, 7 empujadas, 2 jonrones, 5 anotadas. En 1978-79 bateó .237 en 37 juegos. En 1977 tuvo dificultades para adaptarse a Texas y jugando alternado en el jardín derecho sólo bateó .241 con 7 jonrones y 42 empujadas. Terminó su carrera en Grandes Ligas en 1978 con los Cerveceros de Milwaukee y los Piratas de Pittsburgh. May es el padre de Derrick May quién jugo en la Gran Carpa con 6 equipos durante los años ’90. Su hijo Dave May Jr. declaró que la última semana antes del deceso su padre recibió llamadas de Cito Gaston, Willie Horton, Ralph Garr, preguntando por su padre y hablaron con él de los momentos felices que vivieron en un campo de béisbol. “Cuando crecimos mi hermano Dave y yo, siempre queríamos jugar béisbol en todas partes. No era porque mi padre nos forzara a hacerlo”, dijo Derrick May. “Era porque lo veíamos jugar con tal dedicación y empeño, siempre queriendo dar lo mejor de sí. Fue muy bueno tenerlos a él y mi madre como referencias porque necesitas eso para ser una familia”. Alfonso L. Tusa C.

De Gigantes y Tigres

Arranca otra Serie Mundial. Expectativas escurren por las gradas de AT & T Park y Comerica Park. ¿Coronará Miguel Cabrera su gran temporada 2012 con un título de Serie Mundial? ¿Continuará la inspiración de Marco Scutaro en el Clásico de Octubre? Un grupo de muchachos juega “paredita” a una cuadra del estadio. Hay barajitas de cartón, cartulina, papel y hasta de cajas de fósforo. En un solar de asfalto asediado por matorrales otro grupo disfruta un juego de béisbol. Los nombres de Omar Infante, Pablo Sandoval y Gregor Blanco rebotan en la superficie asfáltica. De la pared precipitan en espiral barajitas de Ramón Monzant, César Gutiérrez e Isaías Chávez; mezcladas. El juego y la “paredita” se detienen por momentos. Una esencia de sudor y alcanfor anestesia el aire. ¿Quién es ese flaco que lanza durísimo? Los peloteros voltean hacia los muchachos que entraron al dugout. Un pitcher completaba el wind up en Polo Ground, del dugout salían vítores. “Let`s go Ray Monzant”. De un lado y otro del solar brincan nombres. ¿Tú piensas que con Justin Verlander y Anibal Sánchez es suficiente pitcheo para que los Tigres le ganen a San Francisco? El bateador de turno se estruja los ojos. ¿Por qué estoy viendo todos esos pitchers? ¿Quién es Schoolboy Rowe? ¿Y Tommy Bridges? ¿Y General Crowder? Esos tipos usan unos uniformes que parecen sacos de harina. La próxima barajita cae desde una pared del dugout. Willie Mays corre de espaldas tras una pelota que parece bañarlo, la atrapa frente a sus ojos. Los muchachos estiran las miradas. ¡Como la atrapada de Gregor Blanco en el juego perfecto de Matt Cain! Tampoco está muy claro que con Cain y Barry Zito los Gigantes tengan todo asegurado. Si pasaran a Tim Lincecum a la rotación de abridores otro gallo cantaría. A media mañana empiezan a gravitar estampitas en blanco y negro. Hubo varios choques de cráneos. ¿Quién es Tim Keefe? Ed Crane, ¿Dónde están los guantes de estos tipos. ¡Christy Mathewson! Casi nada. Seguro que si ese lanzara hoy, ni Miguel Cabrera le vería luz. Un chasquido metálico saca chispas en el piso del dugout. Infante y Scutaro se asoman en la escalera. Un short stop pequeñito maneja una pelota en el hueco y se la pasa a un segunda base larguirucho que suelta por debajo del brazo para marcar el dobleplay. “De Vizquel a Marcano Trillo se completa la jugada, los Gigantes siguen adelante”. El siguiente bateador pasa la mano por la frente. Ya va. De Mickey Lolich y Denny McLain, Jack Morris si he oído hablar. Yo si creo que Verlander y Sánchez al menos pueden llegar a lanzar como ellos en la Serie Mundial. El pitcher se sonrió y volteó hacia los matorrales. Flotando entre la pared y los bancos del dugout había barajitas de un tal Phil Douglas y Jack Scott. Los muchachos seguían extrañados de aquellos peloteros de pantalones bombachos y guantes rudimentarios. Sólo cuando apareció Carl Hubbell, Johnny Antonelli y después Juan Marichal y Gaylord Perry, volvieron los comentarios y los murmullos en el dugout. ¿Quién es ese muchacho que sube el pie hasta el cielo como Marichal y ha tenido la osadía de dominar a Ron Santo y a Ernie Banks? Los muchachos agarraron las barajitas y corrieron hacia el dugout. ¡Mira es el Látigo lanzando contra los Cachorros de Chicago! El próximo lanzamiento salió de línea entre las grietas del asfalto del right y center field. Cuando el muchacho pasó sobre el cartón de la primera base saltó. Igualito que el doble que bateó César Gutiérrez cuando ligó de 7-7. Y eso es lo que puede hacer Cabrera en esta serie. La próxima barajita cayó de filo sobre el banco, la melena de Lincecum ondeaba en 2010. El muchacho que la agarró preguntó ¿Cuántas Series Mundiales ha ganado cada equipo: Gigantes: 1888, 1889, 1905, 1921, 1922, 1933, 1954, 2010. Tigres: 1935, 1968, 1984. Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El juego inaugural que nunca olvidaré

En los albores de cada nueva temporada de béisbol profesional venezolano hay mucha expectativa de cómo vienen los equipos, y aunque muchos prefieren esperar que avance la campaña para empezar a ver los juegos, siempre me llamó la atención seguir la acción desde el primer juego. Quizás la razón de esto tenga mucho que ver con varios artículos y páginas deportivas que leí una noche que descubrí un cerro de periódicos y revistas viejas bajo la cama de mis hermanos. Cuando empecé a preguntarles por Graciliano Parra, Isaías Látigo Chávez y la inauguración del torneo 1965-66, Felipe estiró los ojos y Jesús Mario se pasó la mano por la nuca. Aquel juego formaba parte de las historias a que apelaba Papá para acostarlos en la noche, o convencerlos de almorzar cuando eran muy niños. “Llegamos al estadio por el puente de Las Acacias. Pedro y Joaquín hablaban hasta por los codos del equipazo que tendría otra vez La Guaira. Casi sentían lástima por la afición de Juan y mía por el Magallanes. Desde el punto más alto del puente, el sol parecía una pelota que salía por el right field y la luna otra que flotaba sobre el home plate. Un murmullo de aficionados hervía frente a las taquillas. Además de la ventaja teórica del nivel que tenían los jugadores de La Guaira, Magallanes tampoco podría contar con su lanzador estelar, el que los nivelaba con cualquier equipo por poderoso que fuera. El Látigo Chávez tenía varias semanas de disputa contractual con la directiva de los Navegantes, ni la intervención de LVBP, ni una incipiente Asociación de peloteros había podido solventar la discordia. Se decía que el Látigo regresaría a Estados Unidos para jugar en una liga de Arizona, siguiendo recomendaciones de los Gigantes de San Francisco. Pedro hacía burlas mientras traspasábamos el portón de la tribuna de tercera base. ‘¡Pero no nos la pongan tan papita!’. Mientras bajábamos a los bancos del dugout magallanero, nos llevamos los dedos a las orejas, el tipo de la sirena agitaba una manivela, y un sonido de ambulancia enmascaraba toda la tribuna central. Miré hacia el bullpen del left field. Un tipo de mediana estatura y rostro aindiado subía el pie a la altura del pecho y hacia estallar la mascota de Owen Johnson. Desde dos filas más abajo llegó el nombre de Graciliano Parra. Viene de ganar 4 y perder 4 con el Lexington Clase A de la Liga Western Carolina, lanzo 100.1 episodios y dejó efectividad de 3.42. El rostro de Juan parecía medio limón exprimido. ‘Ay mamá. Que Dios nos agarre confesados’. Ni siquiera el ritmo de “El Pompo” que llegaba desde la tribuna central entonado por la banda municipal borró la tristeza del rostro de Juan. Varias muchachas ensayaban pasos de baile y los guairistas levantaban sus gorras. “A mi me gusta bailar el pompo que ritmo nuevo. Y sino lo bailo ahora te juro que yo me muero”. Mientras el gobernador del Distrito Federal hacia el lanzamiento inicial y los peloteros regresaban a los dugouts, Pedro señalaba con el índice hacia un lugar de la tribuna. ‘Mira ahí está El Látigo. Desde ahí va a ser difícil que haga algo por el Magallanes’. Deseé tener una varita mágica para resolver la disputa contractual y ver aquella misma noche al Látigo enfrentando a los Tiburones. El grito de play ball me sacó de mi sueño despierto. Al ver a Graciliano terminar sus lanzamientos y a Ángel Bravo conversando con Luis Aparicio en el círculo de prevenidos, me sentí un ratoncito en tierra de gigantes. Detrás venían José Cardenal, Jim Wynn, John Bateman, José Martínez, José Herrera, Graciano Ravelo y el pitcher Darrell Brandon. Aunque Graciliano colgó el primer cero, seguía sintiendo un tic tac en todo el estadio. En la apertura del cuarto episodio empecé a percibir algo en el aire, una señal de algún arma escondida en el barco, más no me convencía del todo. Jim Wynn descargó un linietazo bestial que hizo saltar a Pedro, Joaquín cantaba extrabase cuando Leopoldo Chingo Tovar corrió 50 metros, cual velocista, hacia la raya del right field para capturar la pelota. Abriendo el noveno episodio con la pizarra pletórica de arepas y el suspenso pellizcando todo el estadio, Luis Aparicio tronó otra línea que iba cantando hit hasta que Leopoldo Tovar se lanzó de cabeza para atrapar la pelota. El juego iba a extrainning y todos tenían el rostro blanco de la emoción. El Látigo aupaba a Graciliano desde la tribuna y con él todos los magallaneros. Apenas “El Pompo” podía dar un poco de respiro a los aficionados, pero eran pasos y voces nerviosas. En el décimo Graciliano dominó a Wynn y Bateman. De pronto la algarabía se trocó en el silencio más estridente. José Martínez despachó una línea sobre la intermedia. Graciliano respiró profundo detrás del montículo. Mike Andrews y Marv Breeding llegaron desde segunda y conversaron con él. César Gutiérrez y Oswaldo Blanco le dieron dos palmaditas en el hombro y Owen Johnson le dio algunas recomendaciones. Se había terminado el no hit no run, pero el juego continuaba. José Herrera siguió con otro imparable que llevó a Martínez hasta la antesala. Juan casi se metía debajo de los bancos. Pedro pedía el otro hit. Yo sentía que masticaba el corazón con cada latido. Tony Pacheco ordenó el doble robo y el alma me volvió al cuerpo cuando Johnson tocó a Martínez antes de llegar a la goma. Ese cierre del décimo es la vez cuando he oido la sirena con más intensidad en mi vida, cuando Andrews soltó aquel imparable, el estadio parecía un 24 de diciembre a medianoche. El Pompo empezó a sonar otra vez. Leopoldo Tovar llevó a Andrews hasta segunda con toque de sacrificio. Me estrujaba tanto las manos que casi me saco los dedos. Victor Colina soltó un linietazo fulgurante hacia la izquierda que Aparicio persiguió hasta casi caerse. Andrews venía cayéndose entre la longitud de sus piernas. Cuando hincó los spikes sobre el plato levantamos los brazos y esta vez si bailamos El Pompo con ganas. Sobre el terreno los aficionados levantaban en hombros a Graciliano, Andrews y Colina”. La referencia de mis hermanos fue tan vívida que parecía que hubiesen estado en el estadio. Yo también lo siento así. Alfonso L. Tusa C.

martes, 9 de octubre de 2012

Un gran momento de Gonzalo Márquez

En las carpetas de mi memoria se me dificulta precisar si fue en las páginas de Sport Gráfico o en una entrevista radial donde escuché a Gonzalo Márquez expresar que lo que más extrañaba de Carúpano eran las arepas de mejillón fresco que vendían en el mercado municipal. De inmediato imaginé como serían esas arepas, sobre todo porque hasta ese momento sólo conocía los mejillones en conserva de los frascos que vendían en la carretera. También revisé una barajita de Márquez con los Cachorros donde decía que disfrutaba mucho tocando la guitarra y pintando lienzos. Márquez sigue apareciendo en mi lista particular de los mejores diez primeras base venezolanos de todos los tiempos. Un bateador de líneas con mucho contacto, una defensiva maravillosa donde destacaba su maestría para levantar piconazos en cualquier dirección, y una actitud especial dentro y fuera del terreno. Emigró hacia la capital desde Carúpano y jugó pelota amateur hasta que los Leones del Caracas lo firmaron a una edad aparentemente tardía. Fue campeón con el Caracas en las temporadas: 1966-67, 67-68, 72-73,77-78, 80-81, y con el Magallanes en la 1969-70. Recuerdo muy bien que fue campeón bate (.478) de la Serie del Caribe de 1970 que también ganó Magallanes. En 833 juegos en LVBP, 2932 turnos al bate, 277 carreras anotadas, 845 imparables, 85 dobles, 19 triples, 16 jonrones, 295 carreras empujadas, 27 bases robadas, .288 promedio ofensivo. El 07 de octubre de 1972 empezaba la serie por el campeonato de la Liga Americana entre los Tigres de Detroit y los Atléticos de Oakland. Los Atléticos llegaron perdiendo 2-1 al cierre del undécimo episodio. Sal Bando soltó imparable a la izquierda, Dick Williams envió a Blue Moon Odom a correr por Bando. Mike Epstein siguió con otro sencillo a la izquierda. Odom pasó a segunda base. Billy Martín trajo a relevar a Chuck Seelbach por Mickey Lolich. Williams envió a Mike Hegan a correr por Epstein. Gene Tenace tocó la pelota y forzaron a Odom en tercera base de Aurelio Rodríguez a Ed Brinkman. Hegan pasó a segunda. El día siguiente leí en el periódico que Marquez le había comentado a Dagoberto Campaneris que el le podía dar un hit a Seelbach. Williams no lo pensó dos veces y lo trajo a batear por Dal Maxvill. El carupanero soltó un roletazo que siguió hacia el right field. Hegan entró con el empate y Tenace anotó por error de Al Kaline. Los Atléticos ganaban en la apertura de la serie. Varios años después tuve oportunidad de saborear una arepa de mejillón fresco en el mercado de Carúpano y entendí las declaraciones de Gonzalo Márquez. Muy probablemente mientras salía del dugout para tomar aquel turno, Márquez rasgueó las cuerdas de la guitarra, empuñó el pincel y justo al momento de conectar la pelota saboreó los mejillones aderezados con pimienta y ají dulce. Marquez jugó en Grandes Ligas con Oakland (1972-73) y Cachorros de Chicago (1973-74). 76 juegos, 115 turnos al bate, 9 carreras anotadas, 27 hits, 3 dobles, 1 jonrón, 10 carreras empujadas, .235 promedio ofensivo. Alfonso L. Tusa C.

viernes, 5 de octubre de 2012

Hubo una vez cuando el baloncesto de Sandy Koufax mejoró su recta

Richard Sandomir. 14-08-2012 La odisea deportiva de Sandy Koufax lo llevó de ser un centro musculoso de gran salto con el equipo de baloncesto de Lafayette High School en Brooklyn, a un bono como lanzador zurdo de los Dodgers de Brooklyn y hasta el Salón de la Fama como uno de los pitchers más dinámicos de la historia del béisbol. Su paso del baloncesto al béisbol fue el inverso de la mejor conocida pero mas dolorosa historia de Brooklyn en las Grandes Ligas: perdieron a los Dodgers en 1957 y ahora ganan a los Nets, cuya primera temporada comenzará el 01 de noviembre de 2012. Por más de cinco décadas, Koufax ha sido un símbolo de la historia deportiva perdida de Brooklyn. Se sabe que era algo más, un gran basketbolista, y ahora esto tiene un nuevo significado con la llegada de los Nets. Cuando el espigado Koufax se graduó en la secundaria Lafayette en 1953, el anuario decía que “había sido seguido por buscadores de talento y probablemente sería un basketbolista profesional”. La NBA era una liga subterránea a mediados de los años cincuenta, pero un amigo de Koufax, el animador de programas televisivos Larry King, de la clase de 1951 y entrenador del equipo de Lafayette en el pasado, dijo que Koufax aspiraba a jugar para los Knicks. Si, Koufax también jugaba béisbol para la época, era el primera base del equipo de la escuela, pero dejaba mucho que desear con el madero. Y nadie podía vislumbrar la clase de lanzador que sería. Por lo tanto, casi todo era baloncesto. En una fotografía del equipo de Lafayette, Koufax, No. 16, con sus bíceps ondulados, está de pie detrás de su amigo Fred Wilpon, No. 5, el futuro dueño de los Mets y pitcher estrella del equipo de béisbol. Los Franceses para ese tiempo eran Judíos casi todos: Abramowitz, Weiss, Levine, Stolzenberg, Horwitz, Lichtman, Lichtenstein. Y Koufax, cuyas metas en el anuario rezaban: “Ser exítoso y hacer que mi familia se enorgullezca de mí”. Koufax y sus amigos jugaban en el gimnasio de la escuela, con paredes acolchadas a pocos metros detrás de las canastas; en Bensonhurst en la cercana Casa de la Comunidad Judía, o en los patios de las escuelas. Jerry Doren, uno de los Franceses, decía, “Prácticamente te dormías con el baloncesto”. Hacía una pausa, luego añadía, “Fueron los mejores años de mi vida”. Joel Comiteau, cuyo apellido era original de Comito, dijo: “Era como el baloncesto de Princeton. Buen trabajo de equipo”. Lafayette tenía un equipo decente a comienzos de los cincuenta. Competía ante las secundarias públicas de Brooklyn como Lincoln, Madison, Jefferson, New Utrecht y Erasmus. Koufax, ahora de 76 años, no era el mejor basquetbolista de secundaria en Brooklyn en esa época, pero se destacaba como la estrella de su equipo. Mientras él y sus compañeros de equipo se aproximan a los 80, y la era de los Nets en Brooklyn se aproxima, la gente sigue hablando de él. “Sandy era un atleta increíble”, dijo Burt Abramowitz, un agente de bienes raíces en Maryland. “Cuando tenía 14 años, era musculoso. No levantaba pesas. Nadie lo hacía entonces. Levantábamos estufas. Y podia saltar como un canguro. Yo era suplente y nos turnábamos, él me decía, ‘Si yo lanzara como tú, estaría en la NBA’. Yo le respondía: ‘Dame tus piernas y seré titular en la NBA.’” Abramowitz agregó: “Solíamos decir que él era el Sihugo Green blanco”, quien años atrás había sido una estrella Afro Americana en la secundaria Boys de Brooklyn. “Lo llamábamos el Li’l Abner Judío”, dijo otro compañero, Martin Stolzenberg. Asher Jagoda, quién después se cambió el nombre a Dann cuando se convirtió en actor, dijo: “Él podía brincar, y saben de que tamaño tiene las manos. Era el único que podía agarrar la pelota con una mano”. Doren recordó que Koufax “parecía como un David aún cuando no estaba practicando”. Más prosaicamente, Comiteau dijo: “Era un tipo normal. Siempre”. En febrero de 1953, nació una leyenda de Koufax, no una tan grande como la de su juego perfecto en Dodger Stadium en 1965 ante los Cachorros de Chicago pero si una que se produjo dentro de la secundaria Lafayette en una noche de invierno cuando un grupo de Knicks, incluyendo a Harry Gallatin, dictaron una clínica en la escuela. Jane Leavy, en su libro “Sandy Koufax: El Legado de un zurdo”, describió una escena con un gimnasio a reventar y las animadoras de Lafayette al máximo de su esplendor. Comiteau dijo: “Ese fue uno de los grandes momentos de mi vida”. En algún momento de la noche, durante las prácticas o el juego, dependiendo de quién cuente la historia, el gigantesco Gallatin, apodado el caballo, trató de clavar el balón. Dos veces, y falló. “Bien, necesité de una silla para clavar el balón”, dijo Gallatin por teléfono desde Edwardsville, Ill. “Eso no estaba en mi repertorio”. De acuerdo a Leavy, el entrenador de Lafayette Frank Rabinowitz, aparentemente ansioso de mostrar al joven Koufax, le hizo señas para que demostrara como se hacía una clavada. Koufax la clavó una vez, con la mano izquierda, Rabinowitz le pidió varias. Koufax tuvo que hacerlo. “Me sorprendió mucho, me dijo, ‘¿Quién carrizo es este muchacho?’, dijo Gallatin. “Pensé que el muchacho tenía algunas destrezas especiales. Tenía manos grandes, pero tenía pilares por piernas, lo cual es probablemente una de las razones por las que pitcheaba tan bien”. Abramowitz dijo que durante la práctica otro Knick, tal vez Nat (Sweetwater) Clifton, bromeó con Gallatin respecto a que Koufax le estaba ganando los rebotes de manera clara. El New York Post, que cubrió la clínica, reportó que Gallatin estaba tan impresionado con Koufax que le dijo a Rabinowitz, “Vendremos por ese muchacho uno de estos días”. Gallatin nunca volvió a ver a Koufax, pero dijo: “Lei que me llamó su jugador favorito”. Koufax terminó inscribiéndose en la University of Cincinnati, donde integró el equipo de baloncesto y obtuvo una beca parcial, escribió Levy. De vuelta en casa para el receso navideño, Koufax sorprendió a Stolzenberg cuando le dijo que se había decidido por el beisbol. (Koufax dejó marca de 3-1, con 2.81 de efectividad con los Bearcats en 1954.) “Lo vi en la 86th Street en Bensonhurst”, dijo Stolzenberg, “y le pregunté, ‘¿Como te va en la universidad Sandy?’, me dijo ‘Estoy jugando beisbol de otoño, Cincinnati, los Dodgers y Pittsburgh están interesados en mí’. Ladeé la cabeza, dije ajá, y me fui por el vecindario diciendo, ‘Sandy está mal de la cabeza; piensa que va a ser beisbolista’.” A través de los años, algunos de sus compañeros de secundaria se han mantenido en contacto con él, aunque una reunión reciente en Delray, Fla., se realizó sin él, dijo Comiteau. “Los muchachos, se abrazan, se besan, lloran”, añadió. Sus antiguos compañeros todavía atesoran las memorias de los momentos posteriores a la secundaria cuando Koufax hacía acto de presencia, en restaurantes, finales de baloncesto universitario, el juego de fútbol de un nieto, o un juego de veteranos de los Dodgers. Sid Young recordó como Koufax iba ocasionalmente a jugar caimaneras de basket hacia finales de los años sesenta en Los Angeles con algunos de sus compañeros de Lafayette que se habían ido al oeste como los Dodgers. Pero los cazadores de autógrafos convirtieron esos encuentros en espectáculos. Young, cuyo apellido era Yallowitz, dijo, “Él sostuvo a mi hijo cuando nació con sus manos gigantescas”. Young, uno de los amigos más íntimos de Koufax, agregó: “Se quedó en mi casa cuando se divorció”. La hija de Abramowitz llamó dos veces a Koufax para pedirle que llamara a su padre en sus cumpleaños 65 y 75. Abramowitz dijo: “El año pasado me dijo: ‘Feliz cumpleaños, Big Job’, y entonces agregó ‘¿Por favor me podrías desmarcar de tu hija?’” “Recuerdo cada hora y lugar donde me encontré y hablé con él”, dijo Abramowitz. Stolzenberg, quién trabajaba en Pittsburgh en los años sesenta cuando los Dodgers y Koufax visitaban a los Piratas dijo que durante una conversación Koufax le preguntó: “¿Te casaste? ¿Te casaste con una chica judía?” Koufax declinó las invitaciones de entrevistarlo para este artículo, pero es dificil de imaginar que no esté entusiasmado con la idea de que la primera franquicia de alta competencia en regresar a Brooklyn juegue baloncesto, su pasión original. Young y King están tratando de establecer una conexión más tangible entre la secundaria Lafayette de antaño y los Nets. Los dos son dueños corporativos en la cadena Original Brooklyn Water Bagel Co. y socios en en Beverly Hills, Calif., y han estado en conversaciones para tener una tienda en el nuevo hogar de los Nets, Barclays Center. ¿Qué mejor que un bagel (pan) para ayudar a redondear todo? “Cuando desayunamos”, dijo Young, “Larry y yo vemos ESPN, y ellos dicen, ‘Brooklyn Nets’. Nosotros decimos ‘¿Brooklyn Nets?. Suena bien. Nos gusta.’ Brooklyn nunca se va de nosotros”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.