jueves, 31 de enero de 2013

Once años para alzar el undécimo banderín

La pelota emergió de la mano de Enrique González, un arsenal de emociones ebullían en mis pasos alrededor del radio. Esas instancias del séptimo juego de una final engrinchan cada fibra del corazón y retuercen todas las esperanzas hasta que de pronto una penumbra espesa envuelve el horizonte. Cuando Oswaldo Navarro de emergente por C.J. Retherford descargó aquel cuadrangular ante González para poner la pizarra Magallanes 11 Lara 9 sin outs en el noveno episodio, fantasmas de 2007 y 2010 asomaron a un costado de la puerta, veía aquel noveno inning horroroso ante los Tigres donde ningún relevista encontró la fórmula de los outs y después la onomatopeya del vuelacercas de Gregor Blanco ante Francisco Rodríguez para voltear la tercera final ante el Caracas. Bajé un tanto la mirada hasta que una brisa helada me hizo levantar el cuello y con obstinación le dije al radio “Vamos Enrique González, tu si puedes sacar esos tres outs, vamos chico ¡anda!”. Algo me decía en mi interior que Magallanes iba con todas las velas inflamadas. Jonrón de Luis Jimenez ante Austin Bibens Dirkx en el primer inning hacia presagiar una posible explosión de los cañones Cardenales. Sólo que en el cierre de ese episodio Endy Chavez despachó cuadrangular para abrir la entrada, todas las luces estaban encendidas en los camarotes del buque y se escuchaba una música de fondo lejana pero sin pausa. “En ese barco que va por la bahía…” Allí empecé a ver las sonrisas de mis hermanos cuando me animaban en aquella temporada 1969-70, había juegos que los Navegantes comenzaban perdiendo y siempre decían “tranquilo, ya vas a ver como el equipo viene de atrás, como aquellos Magallanes de Don Carlos Lavaud, Lázaro Salazar, Camaleón García, Vidal López, Ramón Monzant, Clem Labine, Jim Pendleton, Bob Lennon, Bob Skinner y tantos otros que se partieron el pecho en el terreno para darle al Magallanes sus primeros tres títulos a comienzos de los años ’50”. El juego final de aquella temporada 1969-70 fue domingo en la mañana, a las puertas del carnaval, iba escuchando el juego en la calle Ayacucho de Cumaná, como en el cierre del octavo inning, de pronto me agarraron los muchachos de la cuadra y me levantaron en peso con todo y radio para sumergirme en un tambor de agua, lo único que no me pudieron mojar fue la mano del radio, mientras caminaba rezumando agua hacia la casa de mis abuelos, Delio Amado León sentenciaba, “…y el Magallanes tiene montada la olla para el hervido de tiburón”. Si hubo un momento donde empecé a creer con más certeza en las posibilidades de campeonato para Magallanes fue cuando Carlos Maldonado se la desapareció a Raul Rivero en el segundo inning. Seguía viendo el rostro de mis hermanos en un juego de la semifinal ante Zulia en la temporada 1976-77. Las Águilas llegaron al noveno inning venciendo al Magallanes 1-0 con soberbio trabajo monticular de Gilberto Marcano ante Chris Batton. Luego de un out, Dave Parker negoció boleto y Mitchell Page largó un linietazo escalofriante que me hizo gritar en la tranquilidad de las once de la noche. Papá se levantó para ver que pasaba. Con hombres en tercera y segunda y Steve Nicosia en la caja de bateo, Marcano intentó sorprender a Parker en la antesala y lanzó mal para que anotaran las dos carreras que volteaban la pizarra. Felipe me miraba y sonreía, papá también se acercaba a la pantalla contagiado de nuestra emoción. Batton salió para el cierre del noveno y dominó a las Águilas para que los Navegantes siguieran rumbo hacia la final. El jonrón de Juan Rivera ante Yohan Pino en el tercer inning despegó al Magallanes 7-2, más de inmediato Cardenales ripostó en otro valle de montaña rusa. Allí escuché como en la hora aquel imparable de Rafael Cariel en el cierre del décimo inning ante las Águilas Cibaeñas en la Serie Del Caribe de 1979. Con las bases llenas y el bigleaguer William Castro en la lomita, Cariel descargó el imparable que derramó la victoria, enseguida papá nos llamó y salimos en el carro con la corneta en modo contínuo. La carrera de Ezequiel Carrera en el quinto inning amparado por doble de Maldonado parecía superflua en aquel marcador de 11-5. Entre los parietales centelleaba aquella carrera de Carlos García para entrar de cabeza en el plato con la victoria del sexto juego de la final 1993-94, todo el equipo celebrando sobre el pentágono es una imagen inolvidable junto al túnel que dejé en el pasillo ente el cuarto y la cocina de tanto ir a tomar agua en aquel carbonizante duelo de Urbano Lugo y Juan Carlos Pulido. El segundo jonrón de Luis Jimenez ante Fabio Castro me hizo aterrizar, Lara pelearía con todos sus picotazos hasta el final, con el juego 11-7 sentía el mar picado y me fui hasta aquel jonrón de Cheo Malavé en el quinto juego de la final 1995-96. Lara dominaba la serie 3 juegos a uno y a partir de ese momento las velas se inflamaron sin cesar. Mientras transcurrían los episodios finales de esa novela de suspenso, la única forma de más o menos paliar mi ansiedad fue regresar a aquel blanqueo de Ramón García ante el Caracas en el quinto juego de la final 1996-97, ¡que dominio de la curva y la zona de strike!, aún recuerdo a Victor Cordova parodiando la canción de Radio Rochela cuando los caraquistas empezaron a abandonar el estadio “no se vayan…no se vayan…” Y justo antes de empezar el noveno inning escuché el crujido del jonrón de Robert Pérez ante Kelvim Escobar al final del partido para que Magallanes ganara el primer juego de la final 2001-2002, el corazón empezó a saltarme como en aquella noche y aún no empezaba este noveno inning. Quién me mandaría a recordar ese momento. Enrique González recuperó su dominio de la zona de strike para dominar a Robert Pérez con elevado al campocorto. Cuando ponchó a Tomás Pérez vi a mis hermanos sonriendo y a papá cerca del televisor. Aquel lanzamiento crucial se hundió en el plato para eludir el swing de Paulo Orlando, strike tres. Magallanes campeón, la maraña azul de los peloteros corrió hacia el montículo y la fiesta se prendió. Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 30 de enero de 2013

…y llegó el séptimo

La pelota rebotó del guante de Paulo Orlando y trascendió la cerca del jardín central. Magallanes volteaba el marcador. Las emociones propias de las instancias finales del béisbol profesional venezolano reverberaban en mi pecho. Mientras Mario Lisson recorría las bases fue inevitable imaginar un séptimo juego, ese clímax de toda una temporada, ese non plus ultra de competitividad, ese nirvana de vergüenza deportiva en los últimos tiempos manchada de irrespeto al rival en forma de cánticos soeces. El pulso sanguíneo retumbó hasta en los vasos más recónditos de mis pies cuando Kung fu Panda Sandoval ensartó un envío de Johnny Montoya y la pelota describió una parábola donde viajaron todos los sueños de la tripulación, de pronto la nave dejaba una estela de intensidad sobre el mar y varios focos de luz asomaban en la costa. Había vida en el barco, había movimiento en cubierta y en medio de los momentos cumbres de la temporada, Sandoval mostraba las condiciones que lo han hecho triunfar en Grandes Ligas. Aún así los Cardenales resistieron hasta último momento y en cada ocasión que la defensa magallanera parpadeó, como cuando Héctor Gimenez lanzó a primera base sin que nadie cubriera o cuando a Ezequiel Carrera se le perdió un batazo de C.J. Retherford en las luces, un monstruo de siete cabezas embestía frente al televisor y me hacía tragar profundo y retroceder hasta casi salir del salón, buscaba donde sentarme y solo encontraba la pared, quería ir a tomar agua en la nevera y mis pies parecían incrustados dentro del cemento pulido. Esta vez los lanzadores magallaneros lograron controlar la situación. Gustavo Chacín sacó outs importantes aún cuando mostró dificultades en el morrito. Victor Marte mantuvo a raya los maderos copetudos y Atahualpa Severino se fajó a sangre y fuego con los bateadores más temibles como Luis Jimenez, Robert Pérez, Luis Valbuena y Ernesto Mejía para lanzar una bombona de oxígeno que nos permitía respirar en medio de aquella cámara de gas de nueve compartimientos cargados de vericuetos, escaramuzas y hasta episodios en las tribunas que deberían corregirse puesto que el rival merece respeto en todo momento, aunque el trato en la carretera haya sido hostil, la mejor venganza es la que ejecutan los peloteros sobre el terreno con sus atrapadas, batazos y carreras. En el barco hubo la suficiente luz y determinación para alcanzar al cardenal y decirle que aun queda final y aunque es solo un juego, en ese estará concentrada toda la adrenalina, el compromiso y la verguenza deportiva de una temporada. Salud deportistas. Alfonso L. Tusa C.

domingo, 27 de enero de 2013

Ahora es cuando hay serie final.

Aun cuando he saboreado la triste y amarga mezcla de la equivocación de un árbitro en contra del equipo de mis simpatías, minutos después reconozco que la peor conclusión es descargar sobre esa falla la causa clave de la derrota. Siempre habrá motivos suministrados por los protagonistas del juego que dejen a un lado el error arbitral porque se sabe que forma parte lo que podría ocurrir y se debe aceptar como una probabilidad que puede afectar a uno u otro rival. Por eso me sorprendí esta mañana cuando al revisar los medios escritos, muchos de ellos calificaron como la clave del juego, el jonrón anulado a Robert Pérez en el segundo inning. Entonces ¿y el resto del juego? ¿y la constante lucha entre Cardenales por acercarse y Magallanes por alejarse en el marcador no existió? En el cierre del tercer inning César Istúriz descargó doble al jardín izquierdo y Yangelvis Solarte lo remolcó con imparable al centro para colocar la pizarra 2-1. Luego Fabio Castro obligó a Paulo Orlando a rodarla por segunda base para que Mario Lisson iniciara un dobleplay 4-6-3. Abriendo el cuarto episodio Eliezer Alfonzo la desapareció por el jardín izquierdo. Magallanes 3 – Lara 1. En el cierre de ese episodio Luis Valbuena empujó la carrera de Ernesto Mejía con sencillo a la derecha. Victor Marte relevó a Castro con hombres en primera y segunda base, ponchó a Robert Pérez y José Yépez bateó una línea peligrosa hacia la raya que iba cantando el empate a 3, entonces apareció cual sombra salvadora la humanidad de Juan Rivera para atrapar la esférica en un deslizamiento que me hizo recordar las atrapadas de Antonio Armas en el right field de los Atléticos de Oakland. Marte y todos los magallaneros respiraron con vidrios en los ojos. En el quinto episodio luego de que Pablo Sandoval anotara la cuarta carrera. Con Juan Rivera en la antesala y dos outs vino a batear Mario Lisson ante Richard Castillo y una vez más demostró la puntería de su arpón al despachar sencillo al centro para remolcar a Rivera. En el cierre del quinto Isturiz y Solarte dispararon sencillos. Deolis Guerra relevó a Marte y me pareció ver la presencia de Manuel Sarmiento en el montículo a través del dominio de la escena que ejerció el relevista. Salió de Orlando con elevado al centro. Ponchó a Luis Jimenez y dominó a Mejía con rodado por tercera base. Otra vez se sentía aquel suspenso de película de Hitchcock en el ambiente. En el cierre del séptimo Lara atacó a Atahualpa Severino con sencillo de Solarte, boleto a Jimenez y sencillo de Mejía. Magallanes 5 – Lara 3. Sin embargo Severino apretó el brazo y abanicó a Valbuena. En el octavo entra a lanzar Kelvim Escobar y Lisson le negocia boleto. Darwin Pérez corre por él. José Jimenez releva a Escobar y Ezequiel Carrera lleva a Pérez a la intermedia con rodado al pitcher. Yoervis Medina releva a Jimenez y bolea a Carlos Maldonado. Pérez llega a la antesala por wild pitch. Endy Chávez devuelve imparable al centro para traer a Pérez. Magallanes 6 – Lara 3. En el cierre del octavo Juan Rincón releva a Severino. C.J. Retherford se embasa por infield hit. Robert Pérez la rueda por las paradas cortas y fuerzan a Retherford en segunda. Hernán Iribarren batea por Yépez y batea rolling al pitcher, Perez pasa a segunda. Iztúris conecta imparable a la izquierda, Carrera tiene dificultades a la hora de lanzar y Pérez anota. Iztúris pasa a segunda por el tiro al plato. Jean Machí releva a Rincón. Solarte le batea imparable al centro. Izturis anota. Enrique González releva a Machí y domina a Orlando con elevado al centro. En el cierre del noveno me remonté al sexto juego de la primera final Caracas-Magallanes cuando Luis Jimenez soltó un linietazo con etiqueta de imparable hasta que Ezequiel Carrera voló sobre la grama para atrapar la pelota justo cuando empezaba a contactar la superficie, tal como aquella jugada de Melvin Mora. Los latidos cardíacos se multiplicaban y aun el suspenso rondaba la nave. González se fajó como los buenos y dominó a Mejía con elevado a la derecha y a Valbuena con elevado al centro. El juego fue uno de los más disputados que recuerde en final alguna, con muchas intervenciones decisivas de parte y parte, el supuesto error del árbitro de jardín izquierdo fue un hecho puntual, que además está dentro de los riesgos de un juego normal de pelota. Alfonso L. Tusa C.

jueves, 24 de enero de 2013

Las agallas de Carlos Zambrano

Anoche al terminar la parte de arriba del tercer episodio de la serie final, imaginé a Zambrano entrando jubiloso al dugout, en vez de sentarse en su reducto se fue al rincón más alejado y dio dos palmadas en el hombro de Reegie Corona. “Tranquilo Reegie, eso le puede pasar a cualquiera. Más en una final, donde los nervios están de punta y pueden traicionarnos. ¡Ya pasó! Ahora vamos a dar lo mejor de nosotros”. El primer bateador de ese inning soltó un roletazo rutinario por la intermedia, Reegie no la pudo controlar y además lanzó mal a primera para que Gabriel Noriega llegara hasta la intermedia. Luego Yangelvis Solarte la rodó por segunda y Corona volvió a cometer error que dejó corredores en los ángulos. Zambrano se fue detrás del montículo, respiró profundo, escarbó un poco debajo de la goma de lanzar y fijó su mirada en la mascota de Carlos Maldonado. Magallanes ganaba 2-0, pero ese momento podía ser crucial en el desenlace del encuentro. Desde que creo conocer el juego, he escuchado y comprobado que la demostración más contundente de la calidad de un lanzador, ocurre cuando éste carece de sus mejores envíos o su defensiva le falla. Entonces recurre a otros recursos como los lanzamientos quebrados si la recta es su envío principal o a una actitud muy positiva para reponerse y dominar a los siguientes rivales en aras de subsanar las brechas de los errores, en otras palabras voluntad pura. Hay muchos pitchers que han dibujado ese cuadro, como Carl Hubbell, Christy Mathewson, Juan Marichal, Sandy Koufax, Vidal López, Carrao Bracho, Diego Seguí, Greg Maddux, Tom Seaver, El Chino Canónico, John Smoltz, Mike Cuellar, Dave McNally, Jim Palmer, Jim Catfish Hunter, Steve Carlton y tantos otros de momentos tan especiales del juego. El que más recuerdo es a Luis Tiant en el cuarto juego de la Serie Mundial de 1975. El brasileño Paulo Orlando se mostraba más peligroso que Pelé sólo frente al arco y el arquero un tanto descolocado. Zambrano se inclinó en la lomita, vio las señas de Maldonado y soltó la esférica, la rotación de las costuras impactó en el madero y salió un elevado hacia el bosque derecho que Juan Rivera atrapó cerca del cuadro interior, lo cual mantuvo a Noriega en la antesala. Esta vez fui yo quien respiró profundo varias veces, caminé varias veces el salón y me dispuse a ver lo que venía. Luis Jiménez y Ernesto Mejía, dos de los toleteros más temibles de la liga venezolana. Era hora de ver si la madera mostrada en Grandes Ligas todavía existía en el alma de Zambrano. El cuarto desafío de aquella Serie Mundial ocurrió en Riverfront Stadium y los Rojos de Cincinnati se fueron adelante 2-0 en el primer inning con dobles de Ken Griffey y Johnny Bench. Parecía que aquella iba a ser una noche prolongada para Luis Tiant porque en el cuarto siguió el castigo escarlata mediante doble y triple impulsores de David Concepción y César Gerónimo respectivamente. Muchos entendidos del béisbol reconocían que era cuestión de una carrera más para que el manager Darrell Johnson relevara al pitcher cubano. Con cada envío ante Luis Jimenez, se podía apreciar la diligencia y la entrega, el pundonor y el enfoque, las ganas y el compromiso de un pitcher que miraba a los corredores, se agarraba la visera de la gorra volteaba hacia segunda con una expresión de ¡vamos, que hay que fajarse! El turno se estiró un poco, más Zambrano mantuvo la pelota en los linderos de la zona de strike hasta lograr atravesar el madero de Jimenez para poncharlo tirándole. Entonces se alzó las mangas y dio otra vuelta detrás del montículo. En la parte de arriba del cuarto episodio los Medias Rojas de Boston se habían ido adelante con cinco anotaciones. A partir del quinto, Tiant realizó el ejercicio de voluntad y concentración más impresionante de esa Serie Mundial. Ante la Gran Maquinaria Roja de Rose, Bench, Pérez, Griffey, Foster, Concepcion, Gerónimo y compañía; caminó la cuerda floja desde el quinto hasta el noveno inning (sólo se le embasaron dos cirredores) para ganar aquel juego 5-4 e igualar la serie a dos juegos por bando. No en balde Peter Gammons dijo: “Aquella noche fue la de la voluntad de un hombre contra la grandeza de un equipo, y por esa vez pudo más la voluntad”. El mandado estaba casi hecho, pero había que lograr el out de Mejía, el jugador más valioso de la liga. Zambrano seguía con los ojos enterrados en las señas de Maldonado, con cada lanzamiento yo sentía varios pinchazos en el costado izquierdo, hasta que Mejía elevó un globo en los alrededores del plato que atrapó Maldonado para terminar el inning. Allí podía estar le decisión del juego. Claro hubo que contar con el recital defensivo de Elvis Andrus en las paradas cortas. Los batazos oportunos de Panda Sandoval. Los jonrones de Juan Rivera y Endy Chávez. El triple de Reegie Corona. Y los relevos de Deolis Guerra y Enrique González. Alfonso L. Tusa C.

martes, 22 de enero de 2013

Tercer round

Desde muy temprano vi a un tipo flaco de bigotes estirados y mirada misteriosa hurgar en la cubierta del barco. Ni rastros de algo parecido a un líquido sospechoso, menos una poción capaz de transformar el ánimo de toda una tripulación. Otro tipo de bigotes y un sobresalto en la mirada lo llamaba desde el puente de mando. “Mr. Stevenson, Mr Stevenson. Ahí no es que tiene que buscar, es en los camarotes. Allí es donde esos marineros se transforman de un día para otro”. Abrí los ojos e intenté recordar cuantas series finales habían jugado los Cardenales de Lara y los Navegantes del Magallanes. La primera que llegó hasta mi memoria tenía sabor a los turrones de coco que siempre comprábamos en Boca de Sabana, un poblado de las afueras de Cumaná. Los plumíferos dominaban la serie 3 juegos a 1 y en el quinto juego tenían todo listo para coronarse cuando por los alrededores del plato se apareció José Francisco Malavé y descargó un estacazo que volteó el juego y la serie. Magallanes se impuso en siete encuentros con Gregorio Machado al frente del barco en sustitución de Tim Tolman. En el noveno episodio del séptimo juego, Lara tenía tres hombres en base, Melvin Mora debió regresar al dugout para buscar un casco, de las gradas estaban lanzando botellas. El tipo seguía husmeando por el barco y negaba a cada momento. Aquí no veo rastros de ningún Mr. Hyde. Lo que si hay son muchos Doctores Jekyll que se empeñan en olvidar las más fundamentales normas de la medicina. ¿Cómo vas a operar con las manos sucias? ¿Cómo vas a diagnosticar sin conocer la historia clínica del paciente? Mientras me lavaba la cara apareció una imagen de Phil Regan discutiendo dentro del dugout. Aun recordaba aquella final de la temporada 1999-2000, cuando en el primer juego de la final en Maracaibo, los árbitros y la LVBP fueron incapaces de tomar una decisión ante un acto de violencia extraterreno que llegó a su climax cuando la muchedumbre desprendió la baranda del jardín central y varios fanáticos golpearon con hielo a un outfielder magallanero, el caos se prolongó más de 20 minutos y aun cuando los reglamentos eran muy claros el juego no fue confiscado, ni se supo que iba a pasar hasta pasados al menos dos juegos, inoperancia e impunidad puras. Ahora en esta final 2000-01 ante los Cardenales de Lara, Magallanes había tomado de refuerzo a un cubano de nombre Vladimir Nuñez, en uno de los juegos, ahora me cuesta precisar si fue el último o el penúltimo, Núñez había dominado a Cardenales por 8 innings y Magallanes ganaba por una o dos carreras, al llegar al dugout se pudo observar una gran discuisón entre Regan y Núñez, este reclamaba que podía lanzar el noveno y ganar el juego. Regan alegaba que había un cerrador para eso. Vino el cerrador y Lara le volteó el juego. Segunda temporada seguida con sub-campeonato para Regan. Robert Louis Stevenson se estrujo los cabellos en la frente. Me voy a quedar cerca de aquí para ver lo que ocurre en el primer juego. Si hay material para enriquecer a Mr. Hyde me voy a dar banquete. Si hay más elementos del Dr, Jekyll habría que ver como los asimilo, porque el fue quién se empeñó en hacer esa poción. Ahora a pocas horas de empezar la final 2012-13, Lara y Magallanes saltan en cada una de sus esquinas. Los Cardenales tienen una ofensiva temible. Magallanes también tiene lo suyo, solo que deberá demostrar que esos arranques de fallas defensivas y crisis de control quedaron en la eliminatoria y el round robin. ¿Es una serie muy pareja? Si ¿Puede llegar al séptimo juego? Si. ¿Puede haber una barrida? Esa si está difícil de contestar, mucho más cuando la competitividad se siente ebullir tras las paredes de cada dugout. Alfonso L. Tusa C.

lunes, 21 de enero de 2013

Stan Musial: Sustancia sobre excitación

George Vecsey. The New York Times 20-01-2013 Hace falta decirlo una y otra vez, que Stan the Man fue elegido por la revista Life como el mejor beisbolista de la década de postguerra, desde 1946 hasta 1955. Estos eran los años finales de (Joe)DiMaggio y (Bob)Feller, la época de (Ted)Williams y (Jackie)Robinson, los años iniciales de (Willie)Mays y (Hank)Aaron. Stan the Man era considerado el mejor, una mezcla potente de poder y consistencia. En el corazón ácido de Brooklyn, los fanáticos de los Dodgers lo llamaban "that man" (ese hombre") proveyéndolo de un apodo que sobrevivirá su deceso de este sábado 19 de enero de 2013 a los 92 años. ¿Cuan agradable era? En el otoño de 1960, Musial fue escogido por John F. Kennedy para unirse a una campaña en el Medio Oeste. Nadie los llamaba los "estados rojos" entonces, pero había un considerable desdén hacia los demócratas que bajaron del avión, James A. Michener. Arthur Schlesinger, Byron (Whizzer) White, un par de esposas de los Kennedy, Jeff Chandler y Angie Dickinson. "Todos sabíamos que ellos estaban contra nosotros", dijo una pensativa Dickinson hace pocos años. "Por eso nos abuchearon y nos lanzaron objetos. Para eso fuimos a esos estados". Las celebridades se sorprendieron de ver al beisbolista ponerse al frente y recordarle a la multitud, como una vez él se había ponchado en aquel estado, los republicanos lo aplaudieron. Stan the Man también era apreciado en los clubhouses. Cuando yo trabajaba en la biografía no autorizada, "Stan Musial: An American Life", publicada en 2011, viejos rivales recordaron como Musial sabía sus nombres, a pesar de que ellos solo habían estado en las Grandes Ligas pocos dias. Él era un hermano leal, que respetaba a los peloteros negros. En los juegos de estrellas, veía a Aaron, Mays, (Ernie)Banks, et al, sentados en una esquina, tal vez jugando una mano o dos de barajas antes de la práctica de bateo. Musial decía, guardénme un puesto. Su lugar estaba con los bateadores. Los hermanos lo querían por eso. Había jugado en un equipo mixto de baloncesto en Donora, Pa. Una vez en Pittsburgh, el hotel puso un tabique entre los jugadores y el resto de los comensales. Los muchachos, ocho blancos y dos negros, incluyendo a Buddy Griffey de los Donora Griffeys, se fueron. En 1947, Stan declinó dejar de jugar cuando algunos compañeros intentaron no salir al campo contra Jackie Robinson. El pensamiento revisionista dice que Musial no hizo lo suficiente para forzar a los Cardenales a contratar un pelotero negro antes de 1954. Él no era Martin Luther King Jr., para decirlo de alguna manera. Él veía a Jackie Robinson, Roy Campanella y Don Newcombe y le decía a sus allegados que los Cardenales no tenían vida. No ganarían un solo banderín desde 1946 hasta 1964, el año posterior a su retiro. "Finalmente tenemos un left fielder", dijo con una sonrisa. El left fielder era Lou Brock. En esos dias antes del cable e internet, Musial era un ícono debido a la radio, desde el Medio Oeste hasta el Sur y el SudOeste. Su aura se destiñó a través de los años, en parte por el paso del tiempo, en parte porque carecía de alguna clase de excitación. Era un hombre de familia que colocaba sus propias luces de Navidad en su casa de una modesta vecindad. Un amigo mío recordó ir a una tienda por departamentos y ver a Stan y Lil probar unos colchones, rebotando sobre ellos. Eran ciudadanos normales en una ciudad que valoraba la accesibilidad. Alrededor del país la gente se olvidó. La leyenda de DiMaggio incluía rosas en la tumba de Marilyn Monroe. La saga de Williams incluía el aterrizaje forzoso de un jet en llamas durante la guerra de Corea. Esos eran hombres temperamentales, misteriosos, sexy. En 1999, el beisbol lanzó una planilla de votación para elegir a los mejores 25 jugadores del siglo. Los fanáticos del momento votaron por Mark McGwire, y olvidaron a Stan the Man, con su promedio de bateo de .331, 475 jonrones, velocidad y consistencia. Afortunadamente, el Comisionado Bud Selig había designado un equipo de 30 jugadores, incluyendo 5 elecciones del comité para tales omisiones. Musial fue la primera persona incluida, nunca se quejó. En Flyover Country la gente se entretiene con la teoría de que el promedio de fortaleza de los chicos de ambas costas es superado por la solidez de los muchachos de la región central de Estados Unidos. Musial desarrolló su fuerza desde su niñez en Donora, hogar del humo asesino de Halloween de 1948 que mató docenas de personas en el acto y aceleró la muerte del padre de Musial. Lukasz Musial, un inmigrante polaco que trabajaba en los molinos de cinc, nunca se sintió a gusto en esta nueva tierra, pero su hijo, sonriente y atlético, encontró mentores, hombres que le enseñaron como vestirse y estrechar manos y mirar a las personas a los ojos. Quería tener una buena vida. Muchos años después, lucía sacos y corbatas y leía The Wall Street Journal en su oficina del Stan & Biggie’s Restaurant. Musial quería ser un hombre de negocios, no un jefe. Conocía los cortes de carne de la misma forma que dominaba el repertorio de Robin Roberts (le bateó 10 jonrones), Newcombe (11 jonrones), y Warren Spahn (17 jonrones). Por cierto, esos pitchers lo estimaban mucho. En años recientes, Musial lucía visiblemente desgastado, ya no era capaz de conversar o interpretar el “Feliz cumpleaños” con su sinfonía a las damas que iban a almorzar. “Sabíamos esto, fuimos afortunados de tenerlo por 92 años. Pero entonces piensas, nos hubiera gustado haberlo tenido por otros ocho años.”, dijo James J. Hackett este domingo, el antíguo jefe de detectives de San Luis, quien almorzaba regularmente con Musial. Hackett dijo que Musial era muy astuto con la gente y los negocios, detrás de su sonrisa natural. Lil Musial, estuvo en silla de ruedas por 10 años, aun así se encargaba de los oficios de la casa, hasta su muerte el pasado 3 de mayo de 2012. Fueron bien cuidados por sus cuatro hijos y muchos nietos. San Luis sabrá como decir que te vaya bien a su ciudadano más popular de siempre. Nos recordaran porqué él era tan querido y respetado, el jugador de una década, Stan the Man. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

domingo, 20 de enero de 2013

Earl Weaver, el volátil y visionario manager de los Orioles, fenece a los 82 años.

Bruce Weber. The New York Times. Earl Weaver, el manager del Salón de la fama que llevó pugnacidad y pragmatismo al dugout de los Orioles de Baltimore, liderando al equipo a cinco temporadas de más de 100 victorias, 4 banderines de la Liga Americana y la Serie Mundial de 1970, falleció este sábado temprano en la mañana a causa de un ataque cardíaco, mientras disfrutaba un campamento de fantasía de los Orioles, según la página web del equipo. Un luchador incansable de baja estatura y un temperamento efervescente, Weaver estuvo entre los managers mas influyentes y combativos del beisbol moderno, Su fiero carácter le ocasionó muchas batallas con sus peloteros y los árbitros. Consciente de que el resultado de una temporada podía depender del resultado de cualquier juego y que este a su vez dependía del resultado de cualquier jugada, pitcheo o sentencia arbitral, mantenía una familiaridad académica con las reglas del juego, con las estadísticas, con las destrezas de la psicología motivacional y con la habilidad para punzar la vergüenza de sus peloteros a favor del equipo. “Escriban en mi tumba: ‘El perdedor más atribulado que jamás existió’”, dijo en 1986, su temporada final. Dirigió a los Orioles más como un pragmático que como un ejecutante de corazonadas, basado en sus observaciones de las ligas menores, primero como jugador de buen guante y bate nulo y después como manager. Weaver prefería a los bateadores que se podían embasar y llevar la pelota lejos, a los pitchers abridores que llegaban lejos en el juego y los peloteros que podían evitar carreras con su guante. “Pitcheo, defensa y el jonrón de tres carreras”, era la fórmula de Weaver para ganar juegos. Los Orioles de Weaver contaron con muchos peloteros valiosos, incluyendo a los inquilinos del Salón de la Fama Frank Robinson, Jim Palmer, Brooks Robinson, Eddie Murray. Pero sabiendo que la profundidad en la banca ganaba banderines, era un gran orfebre de nóminas. Escogía peloteros para llenar los vacíos entre sus estrellas, no necesariamente por su habilidad total o por su atleticismo, sino por sus destrezas aisladas, un buen brazo en los jardines, velocidad en las bases, poder, y luego los traía en situaciones donde podían rendir. En 1979, por ejemplo, su alternabilidad de John Lowenstein y Gary Roenicke en el jardín izquierdo, dos peloteros promedio, le dio números combinados de 36 jonrones y 98 carreras empujadas, números excelentes para cualquier jardinero. “El hombre es un genio para encontrar situaciones donde un pelotero promedio como yo, puede parecer una estrella porque factores muy sutiles juegan a tu favor”, dijo Lowenstein en 1982. “Tiene una pasión por encontrar al pelotero perfecto para el momento perfecto”. La estrategia de juego de Weaver, fue construida alrededor de estudiar cada uno de los 27 outs de su equipo, buscaba eludirlos mediante gambitos convencionales como el toque de sacrificio y el bateo y corrido. Y a menudo se le acredita el uso de estadísticas en el dugout. Mucho antes de que los análisis informáticos y la sabermetría se convirtieran en parte integral de la estrategia de un manager, mucho antes de la llamada era Moneyball que estableció la importancia del porcentaje de embasado y el porcentaje de slugging como medidas cruciales en el valor de un pelotero, Weaver reconoció que las medidas tradicionales de éxito, promedio de bateo y promedio de carreras limpias permitidas, eran insuficientes para sus propósitos. El sabía, por ejemplo, que a ciertos bateadores les iba mejor ante ciertos pitchers y que algunas veces los bateadores débiles bateaban mejor ante ciertos pitchers que los bateadores fuertes. Por eso, se guiaba por los números, de cómo les había ido a sus bateadores contra determinado pitcher rival. El bate débil de Mark Belanger siempre era enviado a jugar cuando Jim Kern, un relevista lanzallamas de Cleveland, Texas y otros equipos, estaba en la lomita, inexplicablemente, Belanger bateó .625 contra él en su carrera. En 1975, durante el entrenamiento primaveral, Weaver introdujo el uso de una pistola de radar para medir la velocidad de los envíos de los pitchers. “Weaver fue el Copernico del beisbol”, escribió Tom Verducci en Sports Illustrated en 2009. “Así como Copernico entendió la cosmología heliocéntrica un siglo antes de la invención del telescopio, Weaver entendió el beisbol inteligente una generación antes de que fuera demostrado empíricamente”. Weaver dirigió a los Orioles desde 1968 hasta 1982, luego volvió del retiro en 1985 y dirigió al equipo hasta 1986. Su record vitalicio fue 1480 victorias y 1060 derrotas, un porcentaje de triunfos de .585, noveno en la historia de las Grandes Ligas y primero entre los managers cuyas carreras comenzaron en los últimos 50 años. Su única temporada negativa fue la última. Con una voz de papel de lija, aficionado a la cerveza (dos veces fue multado por conducir mientras bebía) y un estilo tenso y competitivo, Weaver tenía una personalidad muy dura, aunque poseía una mente muy aguda y un bien desarrollado sentido del sarcasmo. Una vez cuando el jardinero Pat Kelly estaba molesto porque Weaver no le daba tiempo suficiente para una sesión religiosa antes de un juego, le dijo “Earl, ¿No quieres que caminemos con el Señor?” Weaver replicó que prefería que Kelly caminara con las bases llenas. Fumador compulsivo que aspiraba Raleighs entre innings en el pasillo entre el clubhouse y el dugout, Weaver consideraba impropio ser amistoso con sus peloteros porque sus sentimientos afectaban su habilidad para tomar decisiones respecto a ellos. Admitía que rara vez hablaba con estrellas como Frank Robinson, y sus prolongadas relaciones con otros jugadores, principalmente con Jim Palmer y el cátcher Rick Dempsey, eran para ponerlos a prueba, aun así, muchos admiraban su sello competitivo y su record positivo. “Earl tiene razón, no puedes ser amigo de tus peloteros”, dijo Dempsey en una entrevista con The New York Times en 1982. “Y Earl dirige para ser duro con los peloteros. Nos alienamos los unos a los otros cuandollega la hora de salir al terreno. Él quiere que los pitchers escojan sus pitcheos. Pero si los batean, me echa la culpa a mí”. Pero la mayoría de los aficionados recordarán a Weaver por sus enfrentamientos con los árbitros. Fue expulsado de casi 100 juegos, a menudo luego de pintorescas manifestaciones de temperamento con la visera de su gorra girada hacia atrás para evitar rozar accidentalmente al árbitro con ella. Una vez, luego que Weaver había sido expulsado y el árbitro Jim Evans sacó un cronómetro para darle 60 segundos para que saliera del campo antes que los Orioles perdieran por forfeit, Weaver le arrebató el cronómetro de la mano y lo lanzó al dugout. Otra vez rompió un libro de reglas frente al árbitro y lanzó el papelillo al aire. En 1980, en el primer inning de un juego entre los Orioles y los Tigres de Detroit, Weaver reclamó un balk sentenciado por Bill Haller, y los dos hombres se enfrascaron en un maratón de insultos que fue grabado y es un video favorito en YouTube. “Me molest´´o tanto que casi no veo”, le dijo Waever a Playboy en 1982. “Me explico, una equivocación en la sentencia de una bola o strike puede costar un juego. Bien, ¡eso me puede costar mi trabajo! ¡Entonces no podría enviar a mis hijos a la universidad1” Agregó: “Si un árbitro se equivoca con tercer strike cantado y el contrario termina anotando por eso, no olvidaré eso. Si hay corredores en segunda y tercera y dos outs, y si un árbitro Le ha dado un strike extra a un bateador y el próximo lanzamiento es bateado imparable y anotan ambas carreras, tengo que decirle algo al tipo. ¡Con esa sentencia, él está dejando a mi hijo fuera de la escuela!” Earl Sidney Weaver nació el 14 de agosto de 1930, en San Luis, donde su padre tenía una lavandería entre cuyos clientes estaban los Cardenales y los Carmelitas. Se apasionó por el béisbol desde la infancia, jugó segunda base en secundaria, y a pesar de batear poco y de ser un corredor lento, co0nsiguió ofertas de contrato con ambos clubes locales de beisbol profesional, por su buena defensiva y su juego inteligente. Firm{o con los Cardenales en 1948, y desarrolló una carrera de ligas menores que duró dos décadas. Para 1956 ya era manager-jugador, y en 1957 llegó a la organización de los Orioles, quienes estaban intrigados por sus destrezas como manager.De ahí en adelante, al reconocer que no llegaría a las Grandes Ligas como jugador, dirigió más y jugó menos. “Eso me rompió el corazón”, le dijo a la revista Time en 1979, “pero empecé a convertirme en una buena persona del beisbol, porque cuando empecé a rfeconocer, y más importante, a aceptar mis deficiencias propias, entonces pude reconocer las fallas de otros peloteros y aprendí a aceptarlas, no por lo que no podían hacer, si no por lo que podían hacer. En el proceso, supongo que rompí algunos corazones”. En las menores, Weaver desarrolló su destreza estratégica así como su estilo para enfrentarse a los árbitros. En una ocasión, luego de una cerrada sentencia de bola foul o buena contra él luego de un batazo sobre la línea de tercera base, arrancó la almohadilla del suelo y corrió con ella mientras le decía al árbitro: “No necesitas esto de todas formas”. Los Orioles lo promovieron a las Grandes Ligas como coach de primera base en abril de 1968, y en julio, con el equipo en tercer lugar, reemplazó a Hank Bauer como manager; los Orioles terminaron segundos, luego ganaron el banderín de la Liga Americana el próximo año, lograron 109 victorias en la temporada regular. Para sorpresa de todos, sin embargo, perdieron la Serie Mundial ante un equipo considerado inferior ampliamente: los llamados Milagrosos Mets. En el cuarto juego, ganado por los Mets, Weaver fue expulsado, el primer manager extrañado de un juego de Serie Mundial en 34 años. En 1970, los Orioles ganaron 108 juegos y ganaron la Serie Mundial, al vencer a los Rojos de Cincinnati. Y en 1971, eran campeones de la Liga Americana otra vez, uno de s{olo dos equipos en la historia de las Grandes Ligas (el otro los Medias Blancas de Chicago de 1920) con cuatro pitchers ganadores de 20 juegos, Palmer, Mike Cuellar, Dave McNally y Pat Dobson, pero perdieron la Serie Mundial ante los Piratas de Pittsburgh. Los Orioles perdieron con los Piratas otra vez en 1979, luego de ir ganando 3 juegos a 1. En un panel de Sporting News, Weaver de todas formas ganó el premio del Manager del Año. Cuando se retiró la primera vez en 1982, solo tenía 52 años. “En verdad no me gustan las confrontaciones”, dijo Weaver ese año. “Una de las razones por las que me retiro es que estoy cansado de herir los sentimientos de las personas”. Weaver, cuyo primer matrimonio terminó en divorcio, vivía en Pembroke Pinas, Fla., con su segunda esposa, conquien se casó en 1964. De acuerdo a su hijastra, Kimberly Ann Benson de Bel Air, Md., sus otros sobrevivientes incluyen un hijo, Michael Weaver de Fort Lauderdale, Fla., dos hijas Rhonda Harms de Houston y Theresa Leahy de San Luis; siete nietos; y tres biznietos. Weaver recogió su memoria y sabiduría en dos libros, “Es lo que aprendes después que sabes que todo cuenta”, una memoria escrita con Berry Stainback, y “Weaver acerca de la estrategia”, con Terry Pluto. Fue elegido al Salón de la Fama en 1996, y en su discurso de inducción dio sorpresivos agardecimientos a un grupo a quien a menudo parecía fustigar: los árbitros. “Hablo en serio cuando digo que su integridad y honestidad está, y debe estar, más allá de los reproches,” dijo en parte. “Ellos aceptan la ira de los peloteros y los managers y nunca dejan que eso afecte su próxima sentencia. Ahora al contar bolas, strikes y jugadas cerradas en las bases, ellos han debido haber hecho más de un millón de sentencias mientras fui manager, y excepto por esas 91 o 92 veces que estuve en desacuerdo, ellos estuvieron acertados en las otras”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

sábado, 19 de enero de 2013

Remontada cardíaca.

Dámaso Blanco lo había anunciado temprano en el juego, “Mario Lisson tiene un jonrón para el juego de hoy”. Cuando las lanzas de los Caribes apuntaban los cuellos de los Navegantes maniatados alrededor de una fogata en el octavo inning, se apareció Reegie Corona con Erold Andrus y Ramón Hernández embasados por boleto. La tribu había atrapado uno a uno todos los intentos de la tripulación por soltar las ataduras y dominaban las acciones 6-1. Corona sacó una bengala entre las ligaduras y prendió un resplandor que pintó el 6-4 en la pizarra. Aún con los indígenas vociferando alrededor de los prisioneros, Lisson logró sacar una bazuca de la espalda para traer las carreras de Elvis Andrus (sencillo) y Eliezer Alfonzo (boleto), Darwin Pérez salió de corredor emergente, el cielo parecía el mediodía más intenso. La pelota se incrustó en las gradas del jardín central. Me parecía vivir aquel sexto juego de la Serie Mundial de 1975. Primero jonrón de 3 carreras de Bernie Carbo para empatar a 6 en el cierre del octavo. Luego vuelacercas de Carlton Fisk en el inning 12 para que Boston venciera 7-6 a Cincinnati. Anoche casi volví a saltar en el colchón como aquella fría noche de octubre en mi cuarto de la casa de mis padres en Cumanacoa. Gabriel García y Luis Chirinos (ganador del juego), entre otros, mantuvieron alejados a los Caribes. Pero la proximidad del desenlace los hacía encimarse. Enrique González llegó con un balde de arena y los neutralizó lanzándosela a los ojos hasta el out 26. Luis Sojo le dio el balde a Atahualpa Severino y este se lo pegó a Oswaldo Arcia. Entonces vino Jean Machí y terminó de cegar a los Caribes. Los Navegantes rompían las ataduras y regresaban al barco con un botín de dos juegos en Puerto La Cruz, una meta pocas veces alcanzadas en los últimos años. Alfonso L. Tusa C.

viernes, 18 de enero de 2013

Ese Toro enamorado de la luna

Ese Toro enamorado de la luna Base por bolas al primer bateador de Caribes de Anzoategui (Niuman Romero), pareció el inicio de un cerco que terminaría con Carlos Zambrano amarrado a un tronco rodeado de caníbales. Ante los tropiezos del día anterior, este 17 de enero tenía urgencia de diligencia y compromiso. El Toro pareció salir del aprieto con una serpentina que forzó el dobleplay. Sólo que un elevado rutinario volvió a apretar las cuerdas en el cuello del Toro. La pelota saltó del guante de Endy Chavez y los indígenas bailaron alrededor del astado. De pronto pareció revivir la pesadilla de la noche anterior. Zambrano apretó el brazo y escapó de las sogas. A partir de allí mantuvo a raya a los próximos 11 Caribes que se acercaron al plato. Mientras tanto en el segundo episodio un doble de Carlos Maldonado más sencillo de Mario Lisson permitió que Magallanes se fuera arriba 1-0. En el inning siguiente Ramón Hernández disparó incogible al centro. Luego del out de Reegie Corona, Endy Chavez se reivindicó al desaparecer la esférica por el bosque derecho. Zambrano seguía mostrando lo mejor de su empeño. Tenía la recta silbante y la sinker a ritmo de batiscafo. Logró llevarse por delante a los indígenas a paso de conga en los episodios 2,3,4,6 y 7. Sólo en el octavo, luego del out de Héctor Gimenez, Oswaldo Arcia rompió la magia al dejar caer una granada entre el torpedero Elvis Andrus y jardinero izquierdo Ezequiel Carrera. El Toro respiró profundo y sacó toda su dedicación para completar el inning, incluída una asistencia en primera base para facturar el tercer out en combinación con el camarero Reegie Corona. Al llegar al dugout Zambrano habló con Luis Sojo y consiguió salir para el noveno inning. Sacó los outs 25 y 26. Entonces el imparable de César Suarez al bosque central impidió el sueño de ver otro juego completo por parte de un lanzador navegante. Se terminaba un largo período sin ganarle a Caribes en Puerto La Cruz y además por blanqueada. Al caminar hacia el dugout el Toro señaló hacia el cielo en agradecimiento a Nuestro Señor JesusCristo. A un costado brillaba la luna con costuras plateadas. Alfonso L. Tusa C.

lunes, 14 de enero de 2013

Enzo Hernández: Torpedero incandescente

El titular de lapatilla.com paralizó mi lectura. Uno de los grandes beisbolistas venezolanos, de los que me hacía imaginar ese espacio entre tercera y segunda base milímetro a milímetro, había agarrado su guante diminuto y sus spikes, junto a las medias sanitarias y su uniforme de los Tiburones de La Guaira para irse a jugar en los diamantes del cielo. Un dolor infinito en la espalda, más la depresión de muy pocas veces sentir alivio, lo llevaron a tomar una dura decisión. Enzo había nacido en Valle de Guanape. Anzoategui; un 12 de febrero de 1949. Desde niño representó al estado Anzoategui en campeonatos nacionales. La primera vez que supe de Enzo Hernández fue mediante una fotografía donde realizaba un dobleplay. La revista Sport Gráfico escribió: “Enzo Hernández, ¡que peloterazo!”. Una mañana, en un programa radial de Ramón Corro, detuve el carro a un lado de la carretera Panamericana. Entrevistaban a Enzo y la comunicación del celular se entrecortaba por momentos. En algún momento entre 1967 y 1968, mis hermanos estiraron las cejas y discutieron varios minutos cuando escucharon la alineación de La Guaira. “¿Y qué le pasa a Luis Aparicio? ¿Cómo va a poner a jugar a ese novatico cuando en esta liga si no ganas en noviembre, casi seguro te eliminan? En aquel juego, Enzo agarró dos imparables cantados en el hueco, otro detrás de segunda base y dos pelotas que se durmieron a un lado del montículo. Por si fuera poco metió una línea entre dos y llegó hasta la intermedia. El estadio deliraba, mis hermanos enmudecieron. Ramón Corro insistía en una pregunta y Enzo trataba de eludirla, hasta que Corro la repitió tanto que Enzo debió fildearla cual roletazo amenazador. Siempre recuerdo un afiche en las páginas centrales de una revista que sólo apareció una vez. Allí están David Concepción y Enzo Hernández en su temporada de novatos con los Tigres y los Tiburones respectivamente. Ambos muy enjutos, ambos con el rostro sereno, se percibe el hambre de atrapar la pelota en los confines del infield, para meter un disparo que desactive la ofensiva más peligrosa. Una noche en el estadio Universitario, conseguí que Concepción me firmara el afiche y hasta quería quedarse con él, terminó tomándole una fotografía. Me quedé con las ganas de contar con el autógrafo de Enzo. Traté de llamarlo por teléfono varias veces, los números habían pasado a otro dueño o sonaba un “tiruliru” de Dimensión Desconocida. Por eso también terminé revisando más periódicos y revistas para escribir sobre aquella temporada (1972-73) cuando La Guaira empezó a ganar y ganar hasta clasificar luego de haber visitado las profundidades del sótano y muchos los daban por eliminados. “Enzo, cuéntame de aquel campeonato nacional AA, cuando el Chico Carrasquel era el manager de Anzoategui”. Ramón Corro flotó en la brisa fría de la Panamericana. Aún anhelo leer un libro de Luis Felipe Castillo que Humberto Acosta ha mencionado varias veces en sus artículos beisboleros. “Sólo un short stop”. Trata de una conversación de Castillo con su ídolo Enzo Hernández. De cómo soñaba despierto en el estadio Universitario viéndolo hacer magia en el campocorto, de porqué no había jugado más. Acosta lo refiere con tanta emoción que he lamentado mis intentos infructuosos por conseguir el libro. Enzo y Remigio Hermoso, Remigio y Enzo. Cuando uno decapitaba un candelazo en el right field, el otro agarraba la pelota sobre segunda base. Cuando el otro alcanzaba un misil detrás de tercera base su compañero remataba con un strike a primera base. Enzo empezó a reir. El Chico se puso muy bravo aquella vez con los delegados del equipo AA del estado Anzoategui. Un juego de Grandes Ligas burbujea en mis lecturas de la revista Baseball Digest. El pitcher Bill Stoneman recuerda como el juego que jamás olvidará, uno efectuado el 16 de junio de 1971 en el Jarry Park de Montreal, donde los Padres de San Diego sólo le embasaron dos corredores, Clarence Gaston por imparable y Enzo Hernández por boleto. Los Expos ganaron 2-0. Enzo hizo 3 outs, 7 asistencias y 3 dobleplays. Stoneman lanzó dos juegos sin hits ni carreras en Grandes Ligas. Enzo resultó esencial para los títulos de La Guaira en las temporadas 1968-69 y 1970-71, ni hablar de todas las clasificaciones seguidas de los Tiburones hasta bien entrados los años 70. Más allá de su excelso guante, del cual me atrevo a decir ocupa los primeros lugares en la liga venezolana entre quienes ganaron más juegos mediante las carreras salvadas por su magia defensiva. Podía ganar un juego con un toque de bola, robo de base o un triple a lo profundo del jardín derecho. “El equipo AA de Anzoategui tenía su short stop titular, a mí me invitaron de la selección juvenil y el Chico me llamó cuando llegué al dugout la primera vez que me vio jugar. Me hizo varias observaciones y me dio dos palmadas en el hombro. ‘Vamos novato, que usted es bueno’”. Entre los short tops venezolanos que han participado en jugadas de tripleplay en Grandes Ligas, figura Enzo Hernández. El primero de agosto de 1971, bateando Oscar Brown por los Bravos de Atlanta en la parte de arriba del séptimo inning, soltó una lína a segunda base que tomo Don Mason, este lanzó a primera donde Nate Colbert tocó a Harold King, y Colbert le pasó la pelota a Enzo quien toco fuera de base a Earl Williams, tripleplay 4-3-6. San Diego ganó 2-0 y Enzo hizo 4 outs y 2 asistencias. Antes que Omar Vizquel llenara de filigrana y acrobacia los linderos del campocorto, Enzo Hernández atrapaba imparables en los límites del abanico, convertía toques magistrales en outs a mano limpia, saltaba sobre segunda base para completar dobleplays asfixiantes. Luis Aparicio era su ídolo, Alfonso Carrasquel su maestro. Enzo lideró la LVBP en dobleplays (56) y dobleplays iniciados (36) en la temporada 1969-70 y promedio defensivo en 1974-75 y 1975-76. De seguro Enzo está jugando en los campos de los cielos. Que Dios lo tenga en su gloria. A pocos días de empezar el campeonato nacional AA, los delegados insistían en que Anzoategui no podía competir con un short juvenil. El Chico Carrasquel respondió: “Si Enzo Hernández no es el short stop de mi equipo, renuncio”. Alfonso L. Tusa C.

domingo, 13 de enero de 2013

Un tiburón en el barco

La transmisión radial dio paso a un crepitar de agua sobre aceite hirviente. En la mente seguí escuchando el turno de Renny Osuna, con Argenis Dìaz corriendo en primera base, el pitcheo caraquista había maniatado la ofensiva magallanera desde mediados de juego y parecía que el inning terminaría sin carreras, la pizarra marcaba 3-3. Mi imaginación empalmó con el regreso de la señal en el momento cuando Carlos Feo masticaba el micrófono. Me alegró saber que Magallanes se había reforzado con Ronny Cedeño en el draft de sustituciones. Por eso cuando se anunció su deserción, la escogencia de Renny Osuna me pareció en principio inadecuada, pensaba que carecía de la experiencia para afrontar un round robin. Luego recordé varios pasajes de Osuna en la temporada regular en los cuales había enseñado un gran rendimiento ofensivo con los Tiburones de La Guaira. Quizás me había equivocado. ¡Y vaya equivocación! En el primer Caracas-Magallanes del todos contra todos, descargó un vuelacercas que pudo significar la victoria magallanera. Se ha encargado de demostrar lo que dijo Luis Blasini al optar por él. “Tiene el mismo perfil de Ronny Cedeño, juega short, segunda, tercera y además batea”. Agregaría que tiene a su favor la juventud. Osuna podría ser una alternativa para la tercera base cuando el panda Sandoval deba abandonar el barco. “…es un batazo a lo profundo del jardín central…allá va aDuarte…y no puede alcanzar… la pelota se estrella contra la pared…viene Díaz para la goma con la ventaja y Osuna se mete hasta tercera con un triple. Ahora Magallanes 4, Caracas 3. Duarte a punto de realizar una jugada espectacular, pero Osuna le dio muy bien a la pelota”. En el cierre del décimo episodio, casi entierro la barbilla en el esternón. Luego que Juan Rincón ponchara a Asdrubal Cabrera, Jesús Guzmán despachó un estacazo dantesco. Carlos Feo estremeció el radiecito. “Es un batazo inmenso por la izquierda, allá va Ezequiel Carrera… no puede capturar…¡esperen, si atrapó la pelota entre todo lo que le lanzaron desde la grada!” Osuna saltaba de emoción en los camarotes del barco. “Los juegos entre La Guaira y Caracas son intensos, pero estos se viven pitcheo a pitcheo. Nunca había vivido algo así”. Alfonso L. Tusa C.

sábado, 12 de enero de 2013

La corte de los canguros

En medio de los pellizcos de ver elevados de rutina caer entre los jardineros e infielders magallaneros, el colmo de un beisbol lleno de imprecisiones donde pareciera que Luis Rodríguez puede batearle con los ojos cerrados a cualquier lanzador navegante, que Josh Kroeger se embasa en todos los turnos y los relevistas carecieran de suficientes recursos para cumplir su trabajo, imaginé por un instante el juego de los años 60 y comienzos de los 70, Earl Weaver, Dick Williams, Danny Murtaugh, Frank Robinson, Don Baylor. Entonces, además del liderazgo activo del manager, existía una especie de tribunal entre los peloteros que llamaban la Corte Canguro. Resultaba muy esporádico observar peloteros fallando en los fundamentos del juego. Weaver estaba pendiente de cada jugada de los Orioles de Baltimore segundo a segundo. Al terminar cada episodio siempre tenía algún comentario para tal o cual jugada. Y al terminar el juego los peloteros liderados por Robinson, se reunían para analizar las jugadas deficientes, nunca debes ser out en tercera con dos outs, nunca debes vender la pelota en cuenta de 0 bolas y dos strikes, siempre debes estar atento al sonido de la pelota con el bate y comunicarte con tus compañeros en todo el juego, con cada análisis venía una multa para el infractor, ese dinero iba a un pote que los jugadores usaban para realizar alguna fiesta al final de la temporada o lo donaban a instituciones benéficas. En un entrenamiento primaveral en 1969 o 1970, Baylor dio unas declaraciones a la prensa. Dijo que aquel iba a ser su año y que sería jardinero titular de aquellos Orioles que entre otros tenían a Robinson, Paul Blair, Don Buford, Merv Rettenmund. Que él había encontrado su momento con el guante y el bate. Al dia siguiente Robinson leyó las declaraciones en la corte canguro. Aquí todo el mundo se ha fajado durísimo para ser regular, y lo mismo debes hacer para comprobar lo que declaraste. En el dugout de los Piratas de Pittsburgh, Murtaugh hablaba con las miradas, cada vez que sus peloteros regresaban al dugout luego de un episodio difícil, solo con graduar la brillante, al menos los que habían protagonizado los errores se sentaban a su lado y reflexionaban lo que debían hacer para mejorar. Tony Gwynn recuerda mucho que en uno de sus primeros juegos con los Padres de San Diego se le cayó un elevado de rutina en el jardín izquierdo. Al llegar al dugout Dick Williams lo llamó. Le dijo que se quitara el uniforme y lo esperara en su oficina hasta que terminara el juego. Eres un gran pelotero, llegarás lejos, hoy nos hiciste mucha falta al final del juego. Pero hay algo que debes entender, los errores físicos son parte del juego. Los mentales hacen ver al beisbol horrible. Debemos cuidarnos mucho de eso. El propio Baylor multó a Roger Clemens el día que ponchó a 20 Marineros de Seattle en 1986. En medio de la corte canguro posterior al juego le dijo que por haber hecho un lanzamiento inadecuado en determinado momento se había hecho acreedor de la pena. Aquel lanzamiento pudo haber significado un momento difícil para el equipo. Al terminar el juego de anoche (11 de enero de 2013) respiré profundo. A mitad de madrugada me desperté varias veces. Había una reunión en el dugout del Magallanes. Luis Sojo caminaba ente Jean Machí, Enrique Gonzalez, Gabriel Alfaro y Luis Chirinos. Despues llamó a Elvis Andrus, Endy Chavez, Juan Rivera y Ezequiel Carrera. Las voces subieron y bajaron. Afuera varios canguros husmeaban la grama de los jardines. Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 9 de enero de 2013

Hasta el octavo

Si dejas de jugar tanto tiempo con el ds saldremos a pasear. Miguelin bajó la cabeza y se alejó. Cada vez que quitaba los ojos del libro, apretaba las teclas de la caja azul. Cuando Gustavo Chacín salió este 8 de enero al montículo del José Bernardo Pérez una duda pendía sobre los entendidos y aficionados. ¿Hasta cual inning llegaría? ¿Sería capaz de mantener la pelota en la zona de strike y burlar a los bateadores? El primer inning estuvo a punto de revolcar aquella esperanza. Le batearon 3 imparables pero logró el cero. Miguelin pasó como 3 minutos embojotado en la cama. Por más que lo llamaba seguía con la cara debajo de la almohada. Chacín forcejeó con José Álvarez y sus lanzamientos empezaron a martillar los límites del pentágono. Rectas y curvas atravesaban maderos o salían batazos manejables. Hasta que a mediados del juego en el barco aprovecharon un parpadeo de Álvarez y el panda Sandoval trajo la primera rayita. Los episodios pasaban y se esperaba la crisis de control, Chacín recetaba ponches y cantaba strikes para adelantarse en la cuenta ante la sorpresa de muchos. Además de grandes jugadas defensivas de Juan Rivera. De pronto llegó el séptimo y el octavo inning. Parecía un juego de hacía 20 años por lo menos. Retiraba un rival y amedrentaba al siguiente con envíos inesperados. Por momentos soñé con el blanqueo. Luis Sojo rompió la ilusión al traer a Jean Machí para el noveno. Ha podido al menos darle el primer bateador del inning, para ver si había oportunidad de apreciar esa rara ave en que se ha convertido un juego completo. Magallanes volvía a ganar con pitcheo y defensa. Miguelin salió de abajo de la almohada y saltó para darme la mano. Vamos a pasear. El ds quedó abierto debajo de la cobija. Alfonso L. Tusa C.

sábado, 5 de enero de 2013

Un gallo en la bodega.

La brisa marina incidía junto a las olas en la línea de flotación. Muchos graznidos de gaviotas arropaban el canto de un gallo. La brújula y el astrolabio oscilaban sobre el timón ante la afluencia de fallas defensivas, y ahora, minutos antes de zarpar en busca de las águilas, Sergio Pérez sentía espasmos estomacales. Por eso aparecía Orangel Arenas en el bull pen. De pronto las olas parecían abrir orificios en el maderamen. El canto del gallo llegaba con más claridad, cuando Pérez salió hacia el montículo entre los graznidos y la sorpresa de la tripulación. A pesar de que Pérez tenía una seguidilla de ceros, siempre da la impresión de que solo tiene fuerzas hasta el tercer episodio. Por eso la brisa parecía descoser las velas del mástil. Maracaibo semejaba un escollo que arrancaría dos pedazos del barco. A escasas millas de la costa, la nave corcoveó. Luego siguió el rumbo cuando Pérez sacó strikes de entre la crisis de control. Entonces salieron candelazos de los cañones del Panda y Juan Rivera. Back to back, uno tras otro, este y este también, zambombazo y astazo, detonaciones incandescentes. Y el canto del gallo subía junto a las gaviotas. Un rumor de cadenas oxidadas se quebró al pie del mástil tras una atrapada de Elvis Andrus detrás de segunda base, dos lances de Mario Lisson en la antesala y un salto de Ezequiel Carrera en el bosque izquierdo. Ahora si se escuchaba el kikiriki en todo el barco y en muchas millas a la redonda. Sergio Pérez logró lo que muy pocos en la nave esta temporada, llegó a sacar un out en el séptimo episodio y extendió la seguidilla de ceros. Atahualpa Severino y Jean Machí terminaron de sellar el blanqueo. Si es así, bienvenidos los espasmos estomacales y la integridad de salir a darlo todo por el equipo a pesar de los malestares. Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 2 de enero de 2013

….en el right field Roberto Clemente.

Aquella tarde de julio de 1972 Carmen lamentaba la muerte del bolerista Felipe Pirela en tierras boricuas. Me dijo que antes que se terminara el año los puertorriqueños también llorarían a alguien muy querido. ¿Quién? ¿Roberto Clemente? No, ni se te ocurra. Cada vez que el narrador anunciaba la presencia del puertorriqueño en el jardín derecho de los Piratas de Pittsburgh, la esperanza burbujeaba en los rostros de los aficionados de Pensilvania. El orgullo inflamaba el rostro de los latinoamericanos. El concierto de atrapadas contra la pared, hacia la raya, hacia el callejón del right center, hacia delante de cordón de zapato, el brazalete capaz de pintar un strike en la mascota del cátcher desde el rincón más remoto de la derecha. La posición alejada del plato a la hora de empuñar el madero, sin embargo despachaba linietazos entre dos ante lanzamientos en la esquina de afuera. En ese momento del juego los latinos se sentían reivindicados; eran vistos con respeto legítimo. La imagen de Clemente volando hacia tercera base con el mensaje de un triple sacaba toda la solidaridad entre los latinos. Ya no temían que los señalaran por pronunciar mal el inglés, el color de la piel o la efusividad. La Serie Mundial de 1971 resultó una de mis primeras experiencias de como la voluntad de un hombre puede cambiar un juego y una competencia. Clemente dejó el alma sobre el terreno y los Piratas ganaron el título. Por eso todos sus compañeros viajaron a Puerto Rico antes de la temporada de 1973. Todos tenían una frase, una mirada, hasta un guante donde refulgía el rostro de Roberto. Un turno de más de 21 lanzamientos ante Juan Marichal para terminar rechinando la pelota contra la pared del jardín central, un jonrón en la Serie Mundial de 1971, una clínica con niños en Puerto Rico, refulgieron todos aquel 1 de enero de 1973 cuando la fanfarria de NotiRumbos anunció que Roberto Clemente había fallecido al precipitarse al mar Caribe un avión donde viajaba para llevar ayuda humanitaria a los damnificados del terremoto de Managua. Carmen bajó la cabeza y lloró a Clemente igual que a Felipe Pirela, se quedó muda el resto del día. Steve Blass, Manuel Sanguillén, Richie Hebner, Al Oliver, Bob Moose, Rennie Stennett, Doc Ellis, Steve Giusti, Danny Murtaugh y todos sus compañeros de los Piratas recorrieron las calles de San Juan en busca de los batazos y las carreras, de las atrapadas y los disparos de Roberto Clemente, entraron a la catedral y allí sintieron la presencia del jardinero derecho al fondo de la nave central. Los latinos levantaron el rostro y enfrentaron la realidad, recordaban a Clemente reclamar a los periodistas “…mi nombre es Roberto, dejen de llamarme Bob”. Alfonso L. Tusa C.