lunes, 25 de febrero de 2013

Sandy Koufax se pone el uniforme de los Dodgers por primera vez desde la década de 1980.

Karen Crouse. TNYTimes Glendale, Ariz. __ Ed Farmer, la voz de los Medias Blancas de Chicago, te contará que cuando era adolescente escuchó la voz de Dios y que esta pertenecía a Sandy Koufax, el pitcher zurdo de los Dodgers inquilino del Salón de la Fama. Cuando Farmer oyó este viernes 22 de febrero que Koufax estaba trabajando con pitchers en un campo del complejo de entrenamientos primaverales de Camelback Ranch que los Dodgers comparten con los Medias Blancas, se apresuró a llegarse hasta allá para rendirle homenaje al hombre a quién le da crédito por su carrera de 11 años en las Grandes Ligas. Farmer dijo, que a los 18 años Alvin Dark, quién dirigía a Farmer en Cleveland el equipo que lo escogió en la quinta ronda del draft de 1967, le presentó a Koufax. De acuerdo a Farmer, Koufax vio el tamaño de las manos de Farmer y comentó: “Vas a lanzar una gran curva”. “Me enseñó como lanzar la curva”, dijo Farmer. “Me hizo ganar bastante dinero”. Por primera vez desde finales de los años 80, Koufax vuelve a usar un uniforme de los Dodgers. Compartirá 10 días en el campo de entrenamiento como instructor de pitcheo, fue traido de regreso a la franquicia que lo hizo famoso por el jefe de mercadeo del equipo Lon Rosen, y el presidente, Stan Kasten. Durante una sesión matinal de pitcheo, le hizo observaciones a Zach Lee, Chris Capuano, Chad Billingsley y Ryu Hyun-Jin, un zurdo de Corea del Sur quién dijo que Koufax también es una celebridad en su país. “Eso es por Chan Ho Park”, dijo Koufax encogiéndose de hombros, en referencia al primer jugador nacido en Corea del Sur que jugó en Grandes Ligas, lo hizo con los Dodgers en 1994. Koufax, quién pasó 11 años comenzando en 1970 como instructor de ligas menores de los Dodgers, dijo que fue abordado por Rosen sobre la posibilidad de asistir a un juego de los Dodgers en calidad de invitado especial el verano pasado, él dijo que no es el J.D. Salinger del béisbol como ha sido escrito. “Voy al Final Four, juegos de béisbol, al golf, a cenar. Vivo mi vida”. Koufax tiene 77 años y está flaco, 18 kilos mas liviano que su peso cuando lanzaba pero lo suficientemente ágil para lanzar una pelota y perseguirla en la practica de toques. Cuando le preguntaron por el codo izquierdo artrítico que provocó su retiro en 1966, Koufax bromeó: “No me han visto lanzar algo, o sí ?” El arte del pitcheo está resumido en una oración de su libro: “Haz out a los bateadores”. “Hay muchas maneras de pitchear”, dijo. “Existe la mejor manera de lanzar y luego está pitchear” Koufax dijo que está impresionado con lo que ha visto hasta el momento de los pitchers de los Dodgers, un grupo muy talentoso que incluye a Clayton Kershaw, Josh Beckett y Zack Greinke. Uno de sus aspectos favoritos del béisbol, en sus días y ahora, dijo Koufax, es la camaradería del clubhouse. Los jugadores, dijo, “me incluyeron hasta cierto punto”, agregó. “Es divertido”. Notó que los campamentos son más pequeños que en sus días. “Teníamos 600 peloteros en el campamento”, dijo. “Los jugadores usaban A,B,C,D en sus uniformes además de sus números. Describió al béisbol como si hubiese sido el precursor de los reality shows de la televisión actual, donde se escoge un pequeño grupo a partir de ensayos masivos. “Eso fue antes de la agencia libre”, dijo Koufax. “Tenían 600 peloteros en el campamento y si se lesionaban 100, ellos iban y firmaban 100 más”. Ahora, agregó, “Hay que proteger lo que tienes porque no hay muchos”. En Koufax, los Dodgers tienen un recurso dorado. Él es capaz de congeniar con jugadores tan jóvenes que podrían ser sus nietos. Entre aficionados de todas las edades, el sigue siendo una figura apreciada. Un hombre abordó a Koufax para decirle que su madre judía del sur de California creció con una gran fijación por él. Luego estaba Farmer, quién estrechó vigorosamente la mano de Koufax. Después que Farmer contó la historia de sus manos grandes, él y Koufax confrontaron sus manos para ver cual era más grande (la de Koufax pareció ganar por una punta de dedo). Farmer sacó un fotografía en blanco y negro en la cual lanza una curva y se la mostró a Koufax para que viera que aquel joven de 18 años absorbió bien su lección. Traducción: Alfonso L. Tusa C. Farmer lanzó en LVBP con los Tigres de Aragua en la temporada 1972-73

Preguntas y respuestas con Don Baylor, coach de bateo de los Cascabeles de Arizona.

David Laurila. Fangraphs. 21-02-2013. Don Baylor fue adepto por igual en batear pelotas de béisbol y recibir pelotazos. El fornido toletero fue golpeado por los lanzadores 267 veces, lo cual lo ubica de cuarto en la lista de todos los tiempos, y sonó 2135 imparables, incluyendo 338 jonrones. En 1979, como integrante de los Angelinos de California, lideró la Liga Americana con 139 carreras empujadas y fue nombrado jugador más valioso. Baylor también es adepto a enseñar la técnica del bateo. Actualmente está en su tercera temporada como coach de bateo de los Cascabeles de Arizona, anteriormente también ejerció este cargo con los Cerveceros de Milwaukee, Cardenales de San Luis, Bravos de Atlanta, Marineros de Seattle y Rockies de Colorado. Dirigió a los Rockies desde 1993 hasta 1998 y a los Cachorros de Chicago desde 2000 a 2002. Baylor compartió sus filosofías de bateo, incluyendo lo que aprendió de Frank Robinson y Tany Pérez, en una conversación en los entrenamientos primaverales, la semana pasada. David Laurila: ¿Cuál era tu filosofía de bateo cuando jugabas? Don Baylor: Regresar todo el trayecto a cuando jugaba en la escuela secundaria. No me ponchaba mucho. A todo lo que le hacía swing, usualmente le pegaba. Levantaba un elevado, roleteaba o descargaba una línea hacia algún lugar. “El bate debe chocar la pelota”, esa era mi filosofía. Cuando juegas en las ligas menores, tienes una especie de idea de quién eres y cuando llegas a las Grandes Ligas ellos tienen expectativas contigo. Cuando subí con los Orioles, Frank Robinson era el right fielder. Él tenía treinta y tantos años y se esperaba que alguno entre Merv Rettenmund y yo tomara su testigo. Como jugador joven, de pronto tienes esa presión de 30 jonrones y 100 carreras empujadas. Así es más o menos como el mundo del béisbol evolucionó para mí. DL:¿Fue Robinson un mentor para ti? DB: Frank fue un gran mentor para mí. Lo fue para muchos peloteros jóvenes y veteranos. Te enseñaba lo que debías hacer en ciertas situaciones. Era un jugador oportuno, no hay duda de eso. Cuando el juego estaba en su momento decisivo, él quería estar ahí. Yo aprendí y evolucioné hacia eso. Cuando llegaba el séptimo, octavo, noveno inning, yo quería ser el tipo que decidiera el juego. DL: Tany Pérez ha dicho que con corredor en tercera base todo lo que le importaba era la carrera empujada. No importaba si entregaba el out en el proceso. ¿Es esa una buena visión de juego? DB: Eso es lo que trato de enseñarle a los peloteros jóvenes hoy. Un elevado de sacrificio es preferible a batear un roletazo por tercera base y dejar al corredor sin anotar. Un manager odia eso más que cualquier cosa. Un bateador que juega para el equipo piensa en batear por el medio del campo si tal vez reacciona ante un lanzamiento adentro. Quizás lo ataca y saca la pelota del parque. Pero dejar ese corredor en tercera siempre me molestó. Si pierdes un juego 8-7 o 5-4 sabes que pudiste haber hecho algo para ganarlo. Tipos como Tany Pérez enfrentaban esa situación de esa manera. Observé a Tany por mucho tiempo cuando yo era un novato. Estaba en aquella alineación de la gran maquinaria roja y era el empujador de ese equipo. Tuve la oportunidad de jugar béisbol invernal con Tany y aprendí todos esos aspectos de su juego. Es importante empujar carreras para tu equipo. Quieres ser un productor de carreras. DL: Jugaste con Dwight Evans y Jim Rice en Boston. Ellos tenían distintas visiones del juego. DB: Dewey siempre trataba de batear la pelota por el medio del campo, duro, o hacia la banda contraria. Si tratabas de hacerla trampa, te podía batear un jonrón. Ambos tipos eran buenos productores de carreras. Jimmy bateaba para muchos dobleplays, pero solo porque quería traer la carrera. Iba a batear la pelota fuerte hacia algún lugar y muchas veces salía hacia el campocorto para una doblematanza 6-4-3. Los buenos bateadores derechos a menudo hacen eso. DL: Evans era más propenso que Rice a negociar un boleto con hombre en posición anotadora. ¿Es esa una mejor visión? DB: Tienes que tener esa visión. Necesitas estar dispuesto a tomar esa base por bolas, especialmente si eso va a traer al plato a un tipo que esta haciendo swing mejor que tú. Absolutamente. No puedes ser egoísta. Pero, si eres un productor de carreras... Yo siempre era egoísta. Quería empujar esa carrera. Quería ser el tipo que todos querían en el plato cuando el juego estaba en su momento cumbre. DL: Se ha dicho que Wade Boggs pudo haber bateado más jonrones si hubiera cambiado su visión. Lo mismo se ha dicho de Ichiro. DB: Incluiría a Rod Carew en ese grupo. Era el mejor en poner la pelota en juego, y podía batear un jonrón si quería también. El año cuando fue jugador más valioso, pienso que bateó casi 20 jonrones. Esa fue la única vez, pero pudo haberlo hecho muchas veces más, como pudo haberlo hecho Boggs. He visto a Ichiro tomar práctica de bateo y batear la pelota tan lejos como cualquiera. Pero estos tipos conocen su juego. Es batear dobles y embasarse. Depende de cómo hagas tu alineación. Boggs podría haber sido tercer bate. Tomaría sus bases por bolas, y sabías que batearía 200 hits, pero podría haber bateado jonrones si hubiese querido ser ese tipo de bateador. DL: Como coach de bateo, ¿En que consiste tu trabajo para ayudar a un bateador joven a encontrar la visión que mejor se ajusta a él? DB: Los observas. Es lo que hago, con algunos de ellos tomará dos o hasta tres años, para entender quienes son y que pueden hacer por su equipo. Tratas de hacer proyecciones. Cuando tenía a Corey Patterson en su tiempo de Novato, le pregunté cuales eran sus expectativas. Eran batear 30 jonrones y empujar 100 carreras. Lo veía como a un pelotero del tipo de Oddibe McDowell, quién jugaba en Texas y bateaba 10 o 12 jonrones. Yo quería que Corey se olvidara de batear largo, pero era uno de esos tipos que quería halar todos los pitcheos. Pienso que aprendió, después, que no iba a ser ese tipo de jugador. Tienes que ser paciente con los peloteros jóvenes y tratar de convencerlos de la mejor visión para cada uno. A veces, pueden terminar muy enredados con su swing. DL: Ted Williams dijo una vez que la mayoría de los errores del juego se hacen bateando. ¿Estás de acuerdo con eso? DB: Él fue uno de mis héroes cuando se trataba de pensar en el plato. Cuando estaba empezando en el béisbol, “The Science of Hitting” de Ted Williams, la manera como pensaba y su proceso, fue muy importante para mí. A la mayoría de los tipos jóvenes hoy no les importa poncharse. Sólo están pendientes de una cosa, y es sacar la pelota el parque. Hay mucho más sobre batear que sacarla del parque. Los tipos a los que se le teme más son los que pueden poner la pelota en juego además de sacarla del parque. Sé que ahora existe la recta de dedos separados, la cual no se usaba tan a menudo cuando yo empecé a jugar en las Grandes Ligas, pero estos tipos le hacen swing a muchos pelotas en el piso y persiguen un montón de envíos. Al mismo tiempo muchos pitchers cometen errores que ellos sacaran fuera del parque. A Earl Weaver nunca le gustaron los ponches. Muchas veces quieres soltar un corredor, pero no puedes porque el bateador es un ponchón. Trato de hacer que nuestros muchachos piensen más en batear por el medio del campo. DL: ¿Tienes una filosofía de bateo específica? DB: Si. Algunos prefieren hacerle swing a los primeros envíos en recta. Tipos como Carew y Boggs podían hacer eso, porque iban a llevar la cuenta hasta 3 y 2. Así era como trabajaban. Pero con otros tipos, si le puedes pegar a un primer pitcheo en recta, pégale. Los jóvenes de hoy buscan más lanzamientos quebrados y terminan bateando rectas. Mi filosofía es batear las rectas. DL: ¿Te gusta que tus bateadores esperen pitcheos en ciertas zonas? DB: Puedes pensar en zonas una vez que sepas que estás haciendo en el plato. No puedes ir a batear pensando en halar, halar, halar en cada pitcheo. Ahí es cuando empiezas a conocerte como bateador, cuando empiezas a batear por zonas. Mi punto es que si estás esperando una recta en cierta parte de la zona, ¿por qué hacerle swing a un lanzamiento quebrado? Siempre les digo, “Si están esperando un lanzamiento quebrado, asegúrense que sea en strike”. No me importa mucho si están buscando un lanzamiento quebrado, pero más vale que sea en strike. DL: Si estás esperando una recta adentro, y viene una afuera, o viceversa, ¿debes atacarla o dejar pasar el strike? DB: Debes dejarla pasar, a menos que ya tengas dos strikes. El primer pitcheo a menudo es uno muy bueno. Muchas veces, a medida que avanzas en la cuenta, las probabilidades juegan en tu contra. DL: ¿Quién en el equipo tiene el swing más mecánicamente perfecto? DB: Por eso practicamos todos los días, para tratar de perfeccionar el swing. Todos tenemos swings horribles de vez en cuando, no hay duda de eso. Alguien con un clásico swing de jonrón sería Jason Kubel. Tiene ese swing a lo Harmon Killebrew en el que la pelota nunca cae hasta que está sobre la cerca. Él conecta esos majestuosos batazos. Aaron Hill tiene un maravilloso swing para halar la pelota. También puede batear la pelota a la banda contraria. Ahí esta Paul Goldschmidt. Todos estos muchachos trabajan para mejorar en lo que son buenos. Todos trabajan en el swing perfecto, pero no pienso que haya un swing clásico en el juego. Tony Gwynn ya no juega. DL: ¿Quién hizo un ajuste notable el año pasado? DB: Aaron Hill. Había venido de Toronto el año anterior. Ellos se habían cansado de esperar por él. Había bateado treinta y tantos jonrones con los Azulejos. La bola salta de su bate para ser un tipo pequeño. Piensas que los vas a pasar con tus envíos, pero no puedes. El ajuste fue con la posición de su mano. Hay que colocar las manos en el lugar preciso. Una vez que él encontró ese lugar, arrancó a batear. Fue un pequeño detalle para él. Su swing es fácil de ajustar. DL: Ganaste un MVP en 1979. ¿Hiciste algún ajuste ese año? DB: En realidad bateé mejor en 1978. Todo me salió bien en 1979. Las líneas caían. En el ’78, recuerdo que el coach Jimmy Reese se sentaba en el banco y ladeaba la cabeza, porque parecía que cada noche yo bateaba líneas que eran atrapadas. Tuve un buen comienzo en 1979 y eso fue muy importante. Siempre le digo a los muchachos cuan esencial es eso. Mayo, junio, julio y agosto son algo distinto. Abril siempre fue un mes duro para mí. Hacía mucho frío en muchas partes, pero una vez que el clima calentaba, también lo hacía yo. Si bateas .210 en abril, tienes que recuperarte rápido. Mi foco ha sido preparar a los muchachos para un buen comienzo. Tratar de dar lo mejor en esos primeros turnos al bate cuando hace frío. Tienes que tratar de castigar la pelota. En abril, cuando estás en Cincinnati, o Nueva York, tienes que fajarte. DL: ¿Necesita un coach de bateo ser psicólogo? DB: Cada día. Cada día tienes que decirle a cada quién cuan bueno es. No hay ninguna diferencia con cuando yo era jugador. Necesitas que tus coaches estén contigo y te apoyen todos los días. DL: ¿Cuál será el trabajo de Turner Ward este año? DB: Turner trabajará con el corrido de las bases, y ayudará a los jardineros, porque carecemos de coach de jardineros. También me ayudará con algunos de los muchachos. Tenemos muchos peloteros a quienes les encanta batear. Martín Prado es un adicto al trabajo. Willie Bloomquist, también. Eso me deja tiempo libre para estar con el resto de los muchachos. Todos necesitan atención. Él es otro par de ojos que me ayudará a identificar problemas antes que comiencen. Él estuvo con Goldschmidt en las menores por mucho tiempo, así como con Adam Eaton. Con muchachos como esos, él nos ayudará a identificar las cosas temprano. DL: ¿Necesita un coach de bateo ser proactivo? DB: Odio que los muchachos fallen, pero algunas veces, si vas a trabajar con ellos, ellos tienen que fallar un poco. Así estuvo Adam Eaton el año pasado. Destrozó las ligas menores, luego vino a las mayores y…tienes que hacer ajustes aquí. Si no lo haces, te vas a encontrar de vuelta en las menores. Así es la cosa. DL: ¿Ves el juego como coach de la misma forma que lo veías como manager? DB: Lo veo de la misma forma. Veía a los muchachos tomar práctica de bateo como manager. Aprendí eso de Gene Mauch. Me gustaba saber lo que había en el cerebro de Gene cuando veía la práctica de bateo. Él quería saber, en caso de que necesitara que alguien bateara hacia la banda contraria ¿podrían hacerlo? Cosas como esa. DL: Te mueves en un cuerpo técnico repleto de antíguos grandes bateadores. ¿Cómo son las conversaciones? DB: Nos divertimos y tratamos de ayudarnos en cada faceta del juego. Como bateador, Matty (Matt Williams) siempre trataba de halar la pelota. Tram, (Alan Trammell) trataba de batear hacia la banda contraria, porque muchas veces era segundo bate en la alineación. Hablamos de esas cosas. Si vas a ser exitoso… así es como fuimos en 2011. Todos hablabamos de bateo. Hablábamos del juego. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

jueves, 21 de febrero de 2013

Edith Houghton, poco usual mujer entre los scouts de beisbol, fallece a los 100 años.

Paul Vitello. TNYTimes. 15-02-2013. Los Filis de Filadelfia eran inquilinos perennes del sótano en 1946 cuando Edith Houghton, una delgada, mujer joven de cabello negro en sus treintas, entraba a la oficina del equipo sin cita previa y se gestionaba un trabajo poco común. Se convirtió en una de las primeras mujeres, y hasta este día la única mujer, en buscar talento para un equipo de Grandes Ligas. A Houghton, quien feneció el 2 de febrero de 2013 en Sarasota, Fla., a los 100 años, le gustaba decir que fue la primera mujer empleada como scout de Grandes Ligas que se gestionó por su cuenta el cargo. Su única predecesora conocida, Bessie Largent, había trabajado por muchos años junto a su esposo, Roy, como scout para los Medias Blancas de Chicago. Pero como Houghton se lo hizo ver a los periodistas, aunque nunca hizo una polémica de eso, ella trabajó individualmente para los Filis desde 1946 hasta 1951. Hay diferentes versiones sobre porqué Houghton consiguió el trabajo. Algunas dicen que ella abordó al presidente de los Filis, Robert Carpenter, con un profundo conocimiento del juego. Otras mencionan el album que trajo con ella lleno de recortes de periódicos que documentaban su impresionante carrera como jugadora en las décadas de 1920 y 1930 en el circuito nacional femenino de béisbol conocido como Bloomers Girls league. Los periodistas deportivos de Filadelfia, amargados por una década de temporadas negativas que ubicaba al equipo cerca del sótano de la tabla de posiciones, dijeron que los Filis la habían contratado porque ella no tenía nada que perder. El haber conseguido ese trabajo constituye uno de los más inusuales logros de cualquier mujer en los deportes de Estados Unidos de Norteamérica. Frank Marcos, director senior del escritorio de buscadores de talento de Major League Baseball, el servicio cooperativo de búsqueda de talento del béisbol, dijo que además de ser una de las primeras mujeres scouts en el béisbol, Houghton fue aparentemente la última. “Hemos hablado de esto todo el día, haciendo llamadas a varios equipos alrededor del país”, dijo Marcos en una entrevista el jueves 14 de febrero, luego que la noticia de la muerte de Houghton hubiese empezado a esparcirse. “Y no sabemos de otras mujeres scouts de beisbol a medio o tiempo completo desde entonces”. Agregó: “¿Me gustaría cambiar eso? Seguro”. En una entrevista de 1946 con The Sporting News, Houghton explicaba su criterio de búsqueda de talento. “Primero que nada, tomaré en cuenta el tamaño”, dijo. “Los jugadores deben ser grandes y rápidos. Pero deben ser capaces de batear. Aprendí temprano en mi carrera beisbolera que no puedes robar primera base”. Agregó: “No es difícil escogerlos. Buscas la habilidad natural. El resto se logra con entrenamiento. Edith Houghton nació el 12 de febrero de 1912, en Filadelfia, la menor de 10 hermanos. Su padre, quién jugó béisbol semiprofesional, empezó a enseñarle el juego desde muy pequeña. La página web del Nacional Baseball Hall of Fame la describe como un “prodigio del béisbol”. Houghton tenía 10 años de edad cuando se convirtió en la shortstop regular de las Bobbies de Filadelfia, un equipo de mujeres jóvenes en edad adolescente y cercanas a los 20 años de edad que competía en la Bloomers Girls. (Esta organización fue anterior a la All-American Girls Professional Baseball League, que fue creada durante la segunda guerra mundial y fue homenajeada en la película de 1992 “A league of their own”, una historia de ficción). Su edad, su tamaño diminuto, su uniforme muy holgado, ajustado con alfileres y cordeles, y su destreza, la convirtieron en consentida de los periodistas deportivos locales. Una historia en el periódico de Lancaster, Pa., reportaba “La pequeña señorita Houghton, el fenómeno de 10 años de edad, jugó en el shortstop y fue la favorita de los aficionados por su espléndido trabajo al campo y con el bate”. El béisbol femenino disfrutó su apogeo durante los años 1920, cuando terminó la Progressive Era y las mujeres ganaron el derecho a votar en los Estados Unidos. Houghton viajó con las Bobbies en una excursión de dos meses a Japón, poco después firmó con las New York Bloomers Girls, el mejor equipo femenino de la época. Jugó con el equipo de Nueva York durante seis años y luego firmó con un equipo femenino asentado en Boston, las Hollywood Girls, quienes jugaban contra equipos masculinos de béisbol semiprofesional. La popularidad del béisbol femenino disminuyó con la llegada de la radio en los años 1930, porque la transmisión de los juegos de béisbol profesional masculino tenían un gran atractivo. Al comienzo de la segunda guerra mundial, Houghton se enroló en la división femenina de la naval, las Olas (Waves) (Women Accepted for Volunteer Emergency Service), y jugó en equipos de béisbol femenino patrocinados por la naval durante la guerra, mantuvo un promedio de bateo de cerca de .800. (Tambien trabajaba como gerente de abastecimiento de la naval). Houghton trabajaba como compradora de artículos de vidrio para una cadena de tiendas de vidriería después de la guerra cuando decidió convertirse en scout de béisbol. Durante su carrera con los Filis, evaluó cientos de peloteros y firmó 16, aunque ninguno llegó a las mayores. En una entrevista, dijo que la competencia entre scouts era intensa. “Seguíamos a los mismos jugadores”, dijo. También expresó que algunos peloteros recelaban ser evaluados por una mujer. Siendo aún reserva de la naval, abandonó los Filis en 1951 luego que fuese llamada para servir en la guerra de Corea. Permaneció en la naval hasta 1964, cuando se mudó a Sarasota. Poco ha sido escrito de su vida desde entonces. No tuvo sobrevivientes conocidos. Su deceso fue confirmado por una funeraria de las afueras de Filadelfia. El Philadelphia Inquirer entrevistó a Houghton en 1986 para un artículo sobre el descubrimiento del diario de una mujer de Filadelfia en los archivos del National Baseball Hall of Fame. El documento escrito por una de las compañeras de Houghton describía su excursión de dos meses en Japón. “Cuatro mujeres jóvenes en 1925, jugaban béisbol e iban para Japón, eso era muy excitante”, le dijo Houghton al entrevistador. “Deseo que pudiera recordar más sobre eso. Pero era muy joven entonces”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 18 de febrero de 2013

¿Puede el odio de los rivales convertirse en la amistad de los compañeros? Ha ocurrido.

Dave Anderson. 16-02-2013. NYTimes El enfrentamiento entre el ahora compañero de uniforme a rayas Kevin Youkilis, nuevo antesalista de los Yanquis y antígua estrella de los Medias Rojas, y Joba Chamberlain, una vez suspendido por lanzar dos rectazos a la cabeza de Youkilis, parecería una pelea de kindergarten comparada con lo ocurrido entre Carl Furillo y su verdugo por largo tiempo, el derecho de los Gigantes de Nueva York Sal Maglie, antes de convertirse de repente en compañeros en los Dodgers de Brooklyn de 1956. En la primera parte de los años 1950, los Dodgers y los Gigantes ganaron seis banderines seguidos de la Liga Nacional, los Dogers 4 y los Gigantes 2. Eran rivales acérrimos, se odiaban y lo demostraban a través de los 22 juegos de la temporada, cada año. “Excepto por un hola ocasional a Gil Hodges, cuando pasábamos por el club house de los Dodgers en ruta al nuestro bajo las tribunas de Ebbets Field, nunca hablé con alguno de ellos”, dijo Bobby Thomson cuyo jonrón ganó el banderín de 1951 para los Gigantes. También agregó. “No simpatizábamos”. De todos los Dodgers, a Furillo, en particular, no le gustaban los Gigantes. No le caía bien Leo Durocher, su manager. No le agradaba Maglie, el pitcher estelar de los Gigantes conocido como Sal el Barbero, por la forma como sus lanzamientos afeitaban las barbillas de los bateadores contrarios. Furillo tenía sus razones. A través de su carrera, el jardinero derecho de gran brazo fue golpeado en la cabeza seis veces por envíos de los lanzadores, incluyendo un pelotazo del derecho de los Gigantes Sheldon Jones que Furillo creía que Durocher había ordenado. En aquella época anterior a los cascos de bateo, él fue el primer jugador de los Dodgers en colocar un pedazo de plástico debajo del lado de la gorra que enfrentaba al pitcher. A menudo tenía que esquivar las curvas o rectas de Maglie, como lo hacían otros tres bateadores derechos de los Dodgers: Jackie Robinson, Roy Campanella y Hodges. Hacia finales de la temporada de 1953, en un juego contra los Gigantes en Polo Grounds, Furillo, quién lideraba la liga en bateo con promedio de .344, fue golpeado en la cintura por el derecho Rubén Gómez. Pensando que Durocher había ordenado a Gómez que lo golpeara, Furillo le gritó al manager de los Gigantes mientras caminaba hacia primera base. Lo que sea que Durocher le gritó de vuelta hizo que Furillo corriera hacia el dugout de los Gigantes, de donde salió Durocher. En el barullo que siguió, Furillo se agarró a puños con Durocher. Pero cuando fueron separados, fue Furillo quién salió lesionado, con el meñique izquierdo fracturado. Declaró que Durocher se lo había doblado hacia atrás. El dedo roto congeló el promedio de Furillo en .344, lo cual le permitió ganar el título de bateo de la Liga Nacional. Pero el incidente aumentó el disgusto de Furillo por Durocher y los Gigantes. En otra ocasión, luego que un lanzamiento de Maglie en Ebbets Field subiera hasta casi golpear la cabeza de Furillo, él hizo swing y falló el próximo envío y soltó el bate. Cuando el madero rebotó al pasar el montículo, Maglie se quedó mirando a Furillo, quién trotaba lentamente hacia él mientras otros peloteros se apuraban para desapartarlos. No hubo puñetazos, los árbitros restablecieron el orden y Furillo se ponchó, pero después le preguntaron porqué se había dirigido hacia Maglie. “Sólo fui hasta allá para buscar mi bate”, dijo con rostro impávido. Los Gigantes ganaron el banderín en 1954 y también la Serie Mundial, pero hacia finales de la temporada de 1955, Maglie, con un balance modesto de 9-5, fue cambiado a los Indios de Cleveland, para quienes dejó marca de 0-2. A principios de la temporada de 1956, luego de haber lanzado en solo cinco innings de dos aperturas sin decisión, los Dodgers, lo adquirieron. Y cada fanático de los Dodgers y los Gigantes se preguntaba que pasaría cuando Maglie se convirtiera en compañero de Furillo. Lo que pasó fue esto: Cuando Maglie llegó al club house de los Dodgers en Ebbets Field, Furillo lo miró, sonrió y le dijo, “Que tal, paisano”. Su herencia italiana fue más fuerte que la fina piel de sus escaramuzas. En la carretera, a menudo compartían habitación y cenaban juntos. Más importante, Maglie recuperó su maestría. A los 39 años, tuvo marca de 13-5 con 2.87 de efectividad incluyendo un juego sin hits ni carreras (5-0) el 25 de septiembre ante los Filis de Filadelfia. Maglie también abrió la Serie Mundial de 1956 con una victoria 6-3 sobre los Yanquis y Whitey Ford, antes de convertirse en el otro abridor sin suerte en la victoria de los Yanquis 2-0 en el quinto juego, donde Don Larsen lanzó el único juego perfecto en la historia de las Series Mundiales. Maglie sólo permitió 5 imparables. En 1957, el último año de los Dodgers en Brooklyn antes que Walter O’Malley se llevara la franquicia a Los Angeles, Maglie tuvo marca de 6-6 antes de ser vendido a los Yanquis, para convertirse en el último de 14 jugadores que compitieron con los tres equipos de Nueva York en aquella época. Luego fue coach de pitcheo de los Medias Rojas, mucho antes de Youkilis llegara a Boston y se convirtiera en un formidable bateador de la mitad de la alineación. Maglie pasó sus últimos años en el area de su nativa Niagara Falls, N.Y., allí falleció en 1992. Furillo fue a Los Angeles con los Dodgers en 1958 y tuvo una última sólida temporada. En 1960, fue despedido por los Dodgers cuando se lastimó una pierna, demandó por su salario y ganó. Pero nunca volvió a jugar, terminó con un promedio de .299 y 192 jonrones. De vuelta en Nueva York, fue dueño de una tienda de exquisiteces en Queens y después instaló ascensores en el World Trade Center. Guardó cierto resquemor por la forma como fue tratado por el béisbol luego que terminara su carrera, creía que había sido excluído, pero fue instructor de los Dodgers en los campos primaverales. Falleció en 1989. Y cuando Youkilis y Chamberlain empezaron a solventar sus diferencias, en algún lugar Carl Furillo y Sal Maglie largaron la carcajada. Juntos. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 4 de febrero de 2013

Vergüenza y compromiso

La Serie del Caribe pasó de ser vitrina de los equipos campeones de Puerto Rico, Cuba, Panamá y Venezuela en su primera etapa y República Dominicana, Puerto Rico, México y Venezuela desde 1970 hasta mediados de los ’90, a una sarta de equipos desmantelados, rediseñados en horas con peloteros del rival en la final y otros con semanas sin jugar. De la esencia, la mística y la química vertida en el dugout del campeón apenas flotan trazas en un aire donde las posibilidades de campeonato parecieran al margen de milagros y eventos sobrenaturales. Quizás esa sea la nueva atracción de la Serie del Caribe, ver a un equipo viajar horas después de ganar el séptimo juego de la final hacia el noreste mexicano y luchar contra el trasnocho, el traspaso de husos horarios y la falta de prácticas que garanticen el trabajo en equipo, resulta una aventura casi comparable a las de Superman, Batman, El Zorro o ¿Mr. Magoo? Mucho de eso apreciamos en el primer turno cuando Reegie Corona se la desapareció al serpentinero quisqueyano para salir adelante en el marcador. El equipo venezolano simulaba una locomotora con leña verde que se empeñaba en echarle gasolina por todas partes. Y aunque a partir de la mitad del juego los jugos del cansancio y la falta de trabajo de equipo terminaron por asfixiar la llama, esta seguía escondida tras algunas ramas secas del fondo. En el segundo juego ante los anfitriones aztecas, Robert Pérez descargó un estacazo allende las cercas para otra vez colocar al Magallanes adelante en la pizarra. Y aunque los manitos igualaron y se fueron adelante aprovechando una marfilada de Mario Lisson en la antesala. Ramón Ramírez se mantuvo incólume terminó el episodio con un marcador que escondía la magnitud de su trabajo. Obregón 3 – Magallanes 1. En el octavo empezaron a sonar unos guijarros que pocos pensaban tenían chispas. El propio Lisson se apreció con vuelacercas de acercar el marcador y luego Luis Núnez tronó doblete para traer al plato a Robert Pérez con el mensaje del empate. Algo brillaba en el fondo del barco. Algo empezaba a mostrar que si había disposición a dejar lo mejor en el campo. En el cierre del noveno, Lisson despachó otro linietazo imparable para remolcar el triunfo que demostraba el pundonor y la vergüenza de unos peloteros que fueron a cumplir con el compromiso de desplegar su mejor béisbol sobre el terreno. Y en el tercer juego Ken Ray lanzó primores, al punto de apuntarse la victoria amparado en bambinazos de José Castillo y José Yepez. Castillo se encargaría de remolcar la tercera anotación. Luego Jan Toledo, Gabriel Alfaro y Victor Moreno se encargarían se cerrar filas para alcanzar otra victoria que abre aún más la boca de muchos escépticos. El reto es difícil, más esos son los que muestran la madera de que se está hecho. Y si bien aún falta mucho por lograr, es reconfortante ver como un equipo se recompone sobre la marcha y muestra lo mejor de su coraje. Alfonso L. Tusa C.

viernes, 1 de febrero de 2013

1970: Una Serie del Caribe dentro de un cuento de hadas.

La temporada anterior todo había terminado con la final entre La Guaira, Caracas, Magallanes y Aragua en un todos contra todos que terminó con el campeonato para los Tiburones. Ahora, luego de la barrida en 3 juegos ante unos poderosos Tiburones, me sorprendía la inminencia de otra competencia. Venían los equipos campeones de República Dominicana (Licey) y Puerto Rico (Ponce). Nunca había escuchado que hacía unos diez años se efectuaba entre las novenas campeonas de Cuba, Puerto Rico, Panamá y Venezuela un torneo para dilucidar quién jugaba mejor en la zona del Caribe. La expectativa por seguir viendo a los Navegantes del Magallanes desplegar su magia sobre el terreno me hizo dejar a un lado momentáneamente la escuela y un disfraz de charro que mamá me había escogido para el carnaval. Ella tenía que arrancarme la página deportiva o el radio transistor para que fuese a practicar la tabla de multiplicar o a probarme el traje de satén negro. Nunca antes había estudiado la tabla con tanto ahínco, hasta la sorprendí con la tabla del nueve. El día de la inauguración recitaba junto a Felipe y Jesús Mario la alineación magallanera. Ray Fosse catcher, Gonzalo Márquez 1b, Gustavo Gil 2b, Dámaso Blanco 3b, Jesús Aristimuño ss, Armando Ortíz lf, Cesar Tovar cf, Jim Holt rf y el pitcher Orlando Peña. Por los Leones de Ponce lanzaría un tal Miguel Cuellar. Lo que menos imaginaba yo era que ese señor venía de compartir el premio Cy Young de la Liga Americana con Denny McLain, quien el año anterior había ganado 31 juegos. Estaba tan embriagado de la entrega y el compromiso de mi equipo que al escuchar la sirena por la radio me parecía que Magallanes saldría victorioso. El juego arrancó y empecé a cabecear en el sofá metálico del porche. Después que Magallanes salió adelante en el tercer inning con una carrera anotada por Dámaso Blanco y empujada por César Tovar, lo último que recuerdo es el frío del mueble. Cuando abrí los ojos el sol atravesaba las persianas. Salí debajo de la cobija y le pregunté a Jesús Mario que había pasado en el juego. ¿Ganó Magallanes? ¿Qué pasó? Tuve que esperar que terminara de agitar el cepillo dental en la boca. La espuma lo hacía parecer un toro rabioso. ¡Caramba chico! ¿No te puedes esperar? Luego empezó a darse todo su postín, buscando la camisa y puliendo los zapatos. Cuando me resignaba a tener que atravesar el pueblo para buscar el periódico, una voz más festiva me sorprendió bajo el marco de la puerta. Magallanes le ganó a Ponce 3-1. Armando Ortíz le bateó un jonrón a Miguel Cuellar. Abrí los ojos y casi pego la cabeza del filo de la puerta. Vamos dime la verdad. Me estás echando broma. ¿Qué fue lo que pasó en el juego? Armando Ortíz no puede haberle bateado un jonrón al mejor pitcher de la Liga Americana, ni en un cuento de hadas. Jesús Mario abotonó la camisa de caqui hasta el cuello y me estrujó los cabellos. Pues anoche entonces hubo un cuento de hadas dentro del juego de pelota porque en el séptimo inning, Ortiz se la desapareció a Cuellar y por todo el jardín central. Me lavé la cara, me cepillé como nunca antes. Casi me atraganto con la empanada y el jugo de naranja y casi me voy de boca al bajar los escalones del porche. En la esquina de Clemente me resbalé con algunos granos de arena y agarré la calle Las Flores para mi solo. En cada cuadra apretaba más el paso, quería tanto comprobar el cuento de Jesús Mario que las últimas dos cuadras las corrí a marcha de cien metros planos. En la entrada de la librería Pedro Luis Marcano salió detrás del mostrador y me dio dos palmadas en la espalda. ¿Qué te pasa muchacho? Respiré profundo varias veces y cuando sentí que los pulmones ardían menos, le pregunté si era verdad que Armando Ortíz le había sonado un cuadrangular a Miguel Cuellar. Pedro Luis sonrió. Carajo, todavía me parece escuchar la narración de Delio Amado. Es el jonrón que más he celebrado en mi vida. Mi mujer me preguntó si me había vuelto loco. Aún así, le pedí el periódico, sólo empecé a creer la historia cuando vi las fotos de Ortíz recorriendo el cuadro y los titulares de las páginas deportivas hablando de la magia magallanera. Entonces supe que la expresión de Jesus Mario era genuina y porque a Pedro Luis no le importaba que su esposa lo considerara loco. Regresé saltando, casi flotando, esta vez por la calle Miranda. Me parecía volar con las bandadas de cristofué y azulejos a través de la acequia hasta llegar a la casa. Le reclamé a Jesús Mario porque no me había levantado cuando Ortíz bateó el jonrón. Pasó como dos minutos mirándome. Estaba tan emocionado escuchando el radio. Lo prendí y lo apagué varias veces para ver si era verdad. Armando Ortíz, un pelotero que no llegó a jugar ni siquiera en categoría AA en las menores, le había bateado un jonrón al Cy Young de la Liga Americana. El béisbol es grande. El resto de aquella Serie del Caribe fue un libro de historias escalofriantes que seguía día a día, hasta el domingo, cuando mamá me quitó el radio porque había que ponerse el disfraz de charro para salir en la comparsa de carnaval. En cada cuadra que avanzaba el desfile me salía de la formación para escuchar en los radios de las casas como iba el juego. Vino aquel juego de un hit de Jay Ritchie ante los Tigres del Licey de Rico Carty y Cesar Cedeño y aquel trepidante juego de 11 innings de la jugada de Dámaso Blanco ante el intento de squeeze play de Sandy Alomar, donde Magallanes terminó alzando el trapo campeonil. Pero lo que más recuerdo es aquel primer juego donde un insigne desconocido le sacó un jonrón al mejor pitcher de la Liga Americana. Por eso es atractiva la Serie del Caribe, porque realza esa esencia beisbolera de que puede ocurrir lo inesperado. Alfonso L. Tusa C.