tag:blogger.com,1999:blog-51787623491084095052024-02-06T22:28:11.728-04:00MAGALLANEANDOBlog dedicado al Béisbol en general y especialmente al Magallanes y sus fanáticos.Nestor I. Chávez v.http://www.blogger.com/profile/09201185866750620392noreply@blogger.comBlogger1148125tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-53070746913204933182022-05-25T14:49:00.004-04:002022-05-25T14:49:45.394-04:00Jesús Aristimuño: In Memoriam
<div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwQgwAc4nvPkZqAc3VvXusvSSVulD9OODYirZBqQ7-80Fx1m65Q_BjmokdlXNcNeiTuskj6Zpmntapzp24q7gvIAIJSlJ6ebojjdaf9oCeLBqmByvSKnwGgMqaikbTtXw2Hfj-MbZZU-G7q1bDTEWvYpIh_x2MVxhQalZJVQUAPeD2NblvVfeWFB1oSQ/s225/jaristbaraj.jpg" style="display: block; padding: 1em 0; text-align: center; "><img alt="" border="0" height="320" data-original-height="225" data-original-width="161" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwQgwAc4nvPkZqAc3VvXusvSSVulD9OODYirZBqQ7-80Fx1m65Q_BjmokdlXNcNeiTuskj6Zpmntapzp24q7gvIAIJSlJ6ebojjdaf9oCeLBqmByvSKnwGgMqaikbTtXw2Hfj-MbZZU-G7q1bDTEWvYpIh_x2MVxhQalZJVQUAPeD2NblvVfeWFB1oSQ/s320/jaristbaraj.jpg"/></a></div>
El muchacho de 15 años se agazapó detrás de la puerta del sótano con el dibujo de La Tierra rodeada de dióxido de carbono agonizando tocando sus fosas nasales. Había demasiados vapores de naftalina, alcanfor y humedad mezclados en la tenue luz de un bombillo casi intermitente. El estornudo hizo que el tipo de cabellos platinados apretara los periódicos amarillentos al tiempo que sostenía la tapa del baúl. Hizo un par de señas con la mirada y el muchacho trascendió la puerta. A la distancia podía distinguir un álbum de barajitas de beisbol, la portada de una revista Sport Gráfico y el titular de la página deportiva de El Nacional. Las yemas de los dedos apartaban el polvo hasta descubrir la hazaña de un equipo que había ganado el campeonato de la liga venezolana de beisbol profesional y la Serie del Caribe contra todos los pronósticos. El muchacho no entendía porque su padre había bajado por tercera vez en una semana para buscar los méritos beisboleros de Jesús Aristimuño con los Navegantes del Magallanes.
Aunque Prócoro intentó explicarle a Nicanor que Aristimuño era un pelotero que aquella temporada 1969-70 se convirtió en uno de los héroes anónimos de los Navegantes del Magallanes, Nicanor seguía sin entender como un pelotero que casi no bateaba podía ser importante para un equipo. “Sin Aristimuño, Magallanes difícilmente hubiera ganado ese campeonato, el campocorto es clave para las aspiraciones campeoniles de un equipo”. Prócoro seguía apilando todos los periódicos amarillentos. Sabía de lo crucial que había sido el cátcher Ray Fosse, las grandes jugadas de Gustavo Gil en segunda base, su pivoteo magistral. Las atrapadas escalofriantes de Dámaso Blanco en tercera base, o los engarces monumentales de Clarence Gaston en el jardín central. Cuando Aristimuño aparecía en escena encajaban todos los engranajes y se conseguían victorias inimaginables, impensables.
Nicanor miraba los recortes de periódicos, examinaba los libros de estadísticas y no entendía como Prócoro profesaba aquella pleitesía y guardaba todos esos detalles de un pelotero que casi no nombraban en las reseñas de los juegos. “Solo te digo lo que les diría a los directivos actuales de los Navegantes del Magallanes para que recuerden planificar el correspondiente homenaje al héroe anónimo más escondido entre tantos que tuvo aquel equipo, más aún que Armando Ortiz. Un equipo para tener sólidas aspiraciones a ser campeón debe contar con una muy buena línea central (cátcher, segunda base, jardinero central y campocorto) y dentro de esa línea el campocorto es determinante”.
Las manos se le dispararon cuando un álbum de barajitas se precipitó desde un taburete cargado de periódicos viejos y revistas. Las páginas de ese álbum eran pesadas, las barajitas eran de cartón, las editadas por la revista Sport Gráfico para la temporada 1969-70. Cuando casi le decía a Prócoro que Aristimuño no aparecía en ese álbum, la mano se le paralizó ante la imagen: el campocorto se estiraba corriendo hacia detrás de la base para tomar la pelota en la punta de la malla. Prócoro se apresuró a desempolvar la barajita, recitaba de memoria los jonrones agónicos de Clarence Gaston, el pivot excepcional de Gustavo Gil en lo dobleplays, las jugadas escalofriantes de Dámaso Blanco sobre la raya de tercera base, la inteligencia con que Ray Fosse llamaba los juegos, el oportunismo de Jim Holt, la sangre fría de Armando Ortíz; pero Aristimuño siempre tendría un lugar especial en ese equipo.
Nicanor seguía sin entender como un pelotero que casi no bateaba podía ser tan esencial para un equipo. Prócoro estuvo un rato escarbando entre las revistas y los periódicos, la polvareda formaba un cono bajo el bombillo, “cada vez que los periodistas le preguntaban al manager Patato Pascual cual era el jugador clave de su equipo decía que todos pero que no le quitaran a Aristimuño de las paradas cortas”. La gran mayoría de los managers campeones dice que la diferencia la hacen los jugadores que parece que no mojan pero empapan, porque los “caballos” siempre van a rendir. Prócoro contestaba con la pasión con que seguía los juegos aquella temporada 1969-70. No hubo un solo juego donde el narrador dejara de mencionar a Aristimuño llegando hasta el fondo del cuadro interior para tomar lo que parecía un imparable y convertirlo en dobleplay o out en primera o tercera base.
“¿Serías capaz de levantarle una estatua a Jesús Aristimuño en el estadio José Bernardo Pérez?” Nicanor colocó el album de barajitas sobre la mesa central del sótano y observó el cromo desde varios ángulos. Prócoro bajó la voz, “Tampoco es para que exageres con ironía y cinismo”. Nicanor bajó la voz hasta casi murmurar: “¿Con cual jugador de las grandes ligas lo compararías guardando las distancias?” Prócoro respiró profundo y avanzó tres pasos hasta la pared del fondo. “Con Dick Green, el segunda base de los Atléticos de Oakland que ganaron tres series mundiales desde 1972 hasta 1973. Green con su defensiva fue esencial para ese equipo, principalmente en la serie mundial de 1972 ante Cincinnati”. Cuando Nicanor trató de hablar Prócoro esforzó la voz: “También con Mark Belanger el short stop de los Orioles Baltimore a finales de los años1960 y buena parte delos 1970s”.
Como pasara mucho tiempo con las barajitas, Nicanor preguntó que tanto veía. Prócoro sostuvo la página del album y suspiró: “Esto me hace recordar un artículo que leí hace mucho tiempo de un coleccionista que solo guardaba barajitas de jugadores casi desconocidos, que jugaron pocas temporadas, pero que fueron clave para sus equipos. Eso me hizo repasar todos los peloteros que había conocido de esas características y aprendí a entender, apreciar mucho mejor el aporte de esos gallos tapados, de esos héroes anónimos que por un puñado de juegos o quizás un par de temporadas resultaron mucho más que esenciales para sus equipos casi sin ser advertidos. Es indiscutible que el beisbol tiene grandes deudas con ellos, y m entristece que la gran mayoría de quienes podrían saldarlas se hacen de la vista gorda, como que no se puede hacer nada, más bien que son ellos los que deben agradecer al beisbol. Es cierto ellos deben agradecer, pero también quienes los vieron dejar todo sobre el terreno por su equipo”.
Un estornudo estalló sobre la mano izquierda de Nicanor justo antes que la saliva se estrellara contra la pared. “Papá ¿si tu fueras el gerente general de los Navegantes del Magallanes que harías para homenajear a un pelotero como Jesús Aristimuño? Prócoro inspiró hasta que se le marcaron todas las costillas bajo la camisa de fibra sintética. “Yo desde ya mandaría a pintar el número de Aristimuño, que si mal no recuerdo era el 24 el el lugar del campocorto del cuadro interior del José Bernardo Pérez, o si recortar la grama justo detrás de ese lugar con ese número para que se mantenga allí durante toda la temporada venidera. También colocaría un parcho en el hombro izquierdo de los uniformes con las letras JA. Es lo menos que se puede hacer por el primer campocorto que fue campeón de la Serie del Caribe con un equipo venezolano y también del primer Magallanes que fue campeón siendo anfitrión en Valencia.
Alfonso L Tusa C. 25 de mayo de 2022. ©
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-23922650261871618522022-04-04T12:12:00.002-04:002022-04-04T12:23:31.114-04:00Jesús Aristimuño en el campocorto<div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj2pcbQm26Q6KHdAO6k1SD9l5G15kOOGkzkgkFTfDB8uZeyXsK2vrgwcfk-do-A3GMz5FD_YddxbLzG9b0Lt05yDxA7VDsUnkT8MB1-aAbEpD7idi9Dl1IhG9IwMQ2ueOWhvCZjjyth8V4NpuJkGnZ9ZYydjdFO2kYiV0kL3rs2KN4wSKSMkjiI000rQA/s235/Aristim.jpg" style="display: block; padding: 1em 0; text-align: center; "><img alt="" border="0" width="320" data-original-height="214" data-original-width="235" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj2pcbQm26Q6KHdAO6k1SD9l5G15kOOGkzkgkFTfDB8uZeyXsK2vrgwcfk-do-A3GMz5FD_YddxbLzG9b0Lt05yDxA7VDsUnkT8MB1-aAbEpD7idi9Dl1IhG9IwMQ2ueOWhvCZjjyth8V4NpuJkGnZ9ZYydjdFO2kYiV0kL3rs2KN4wSKSMkjiI000rQA/s320/Aristim.jpg"/></a></div>
La voz de Carlitos González anunciaba tal vez al pelotero más representativo de aquellos Navegantes el Magallanes de la temporada 1969-70, un equipo aparentemente en desventaja sobre el papel que se crecía sobre el terreno una vez que el árbitro principal gritaba “Play Ball”. La noticia del fallecimiento de Jesús Aristimuño este 1 de abril de 2022, hace rebobinar una película de 53 años. Aristimuño fue quizás el más anónimo de los peloteros que conformaban aquella alineación. González en su peculiar estilo polémico indicaba que no se olvidasen de Aristimuño a la hora de elegir al mejor torpedero defensivo de aquella temporada. “En principio este muchacho de Casanay está medio escalón por debajo de David Concepción, Enzo Hernández, Teodoro Obregón, etc; pero lo que ha demostrado a lo largo de este torneo es que no es segundo de nadie en esta liga. Aristimuño se ha cansado de hacer las jugadas de rutina, los más relampagueantes dobleplays con Gustavo Gil, y también ha ido al fondo del abanico para borrar imparables cantados o venido hasta los predios del montículo para tomar ratoncitos y meter el rifle hacia primera base. Para mí Aristimuño tiene muchísimo que ver con la posición que ocupan los Navegantes del Magallanes en esta recta final de la temporada, sin quitarle méritos a los otros peloteros”.
Aristimuño saltó al profesional con los Navegantes del Magallanes en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional y Howie Haak lo firmó para los Piratas de Pittsburgh en el beisbol organizado. Tal vez uno de los primeros momentos resaltantes de Aristimuño en la liga venezolana profesional ocurrió en la temporada 1967-68, el 17 de octubre, en el estadio de la UCV, cuando los Navegantes enfrentaron a los temibles Industriales del Valencia. Fred Klages abrió por los eléctricos y Dick Le May por los pájaros verdes. Los Pericos picaron adelante con dos carreras amparadas en la ofensiva de Teolindo Acosta, Gustavo Gil y Tom Murray. Sin embargo hacia mediados del encuentro el marcador indicaba que los Navegantes ganaban 4-2, gracias a los maderos de Sid O’Brian en el segundo tramo y Merrit Ranew, César Gutiérrez y Jim Hicks en el quinto episodio. Gustavo Espósito había empezado jugando en el jardín derecho, en el séptimo inning, el manager Les Moss, tal vez porque Espósito se había ido de 3-0, lo sustituyó con Aristimuño buscando más defensiva: En esa séptima entrada, con corredores en primera y segunda con dos outs; Luis Rodríguez despachó una línea peligrosísima entre el jardín derecho y el central, rumbo a la parte baja de las gradas, lo cual presagiaba la igualada valenciana. Aristimuño persiguió la pelota con determinación, y cuando vio que se le escapaba se lanzó a lo largo de toda su humanidad y la atrapó cuando esta amenazaba con aterrizar incogible.
En 1968 Aristimuño jugó con los Comodoros de Decatur en la Midwest League A. En esa oportunidad logró establecerse como torpedero regular del equipo de tal manera que al final de la temporada fue elegido el mejor campocorto defensivo de la liga al conformar el equipo de todos estrellas. Los Comodoros ganaron la temporada regular con marca de 69-48. Eso seguramente motivó al manager Napoleón Reyes a entregarle la titularidad en los Navegantes del Magallanes en la temporada 1968-69. Aristimuño aprovechó la oportunidad al punto de participar en 47 juegos, anotar 14 carreras y empujar otras 10. Luego en 1969 con el uniforme de Fresno en la California League A apareció en 122 encuentros, 485 turnos al bate, 124 imparables, .256 de promedio, 72 carreras anotadas, 41 remolcadas,12 dobles, 1 triple, 2 jonrones. Fresno terminó tercero con marca de 72-68.
Tal desempeño con el madero animó al nuevo manager del equipo: Carlos Patato Pascual a alinear a Aristimuño de abridor en el orden al bate en la temporada 1969-70, posición que ocupó en la buena parte de la ronda eliminatoria con resultados más que aceptables: .263 de promedio, 57 imparables en 217 turnos al bate, 21 carreras anotadas, 14 empujadas. Era imperceptible, los juegos avanzaban y él podía hacer hasta seis o siete asistencias, cuatro o cinco outs, tres dobleplays; o podía tocar para sacrificarse, ejecutar el bateo y corrido, abrir el inning con imparable, anotar o empujar carrera dentro de un rally y siempre quedaba mimetizado en el trabajo de equipo, en la dinámica del juego, en la épica de sus compañeros. Sus errores resultaban tan dispersos que casi nadie los recordaba. Las jugadas de Aristimuño quedaban marcadas como con tinta invisible en el box score o las hojas de anotación, solo las podían percibir las mentes analíticas como Carlitos González.
En 1980, mientras estudiaba primer año de Química Aplicada en el Instituto Universitario Tecnológico de Cumaná, me sorprendí una tarde de miércoles cuando me acerqué al campo de softbol y vi que el entrenador era Jesús Aristimuño. Varias veces intenté preguntarle por aquella temporada 1969-70, el campeonato de la Serie del Caribe, él siempre se excusaba diciendo que tenía trabajo que hacer. Entonces me conformaba con observar las prácticas. Una tarde, el campocorto del equipo del IUT tenía dificultades para atrapara los roletazos de frente. Aristimuño había tratado varias opciones y ante la persistencia de la falla, él mismo se fue hasta los predios de aquellas paradas cortas polvorientas de las charas cumanesas. “Párate en el home y batéame unos rollings suaves”, le dijo al muchacho que jugaba como torpedero. “¿Y usted va a jugar así, a mano limpia?” “¡Que voy a hacer con un guante, si lo que quiero es mostrarte como te tienes que cuadrar ante los roletazos!” Aristimuño atacaba la pelota con plasticidad y decisión. A medida que se sucedían los roletazos, Aristimuño le pedía a su discípulo que bateara más duro, hasta que en una de esas, el batazo fue tan contundente que le ocasionó una honda herida en la mano izquierda. El muchacho salió corriendo a ver que le había sucedido a su mentor: “¡Coño, de la que se salvó el guante!” “Pero entrenador, ¿como va a preferir lastimarse usted por proteger un guante?” “Es que ese guante es un regalo muy especial para mí”. “¿Quién se lo regaló?” “Alfonso Chico Carrasquel”.
Luego en el juego inaugural de la temporada 1984-85, en el estadio Universitario, estoy en la baranda del bullpen del jardín izquierdo viendo calentar al pitcher abridor de los Navegantes del Magallanes, cuando veo que se acerca Jesús Aristimuño. Hablamos un rato, y al despedirse me alerta: “Observa bien a ese muchacho en el juego, es un novato, pero es muy enfocado, está muy pendiente de las señas y los detalles de su cátcher, también de los compañeros que juegan detrás de él. Ese muchacho puede llegar lejos…” El muchacho era Omar Bencomo y esa noche estuvo lanzando sin hits ni carreras hasta el noveno inning cuando Norman Carrasco le bateó el único imparable de los Tiburones de La Guiara a quienes derrotó 9-1.
Aristimuño fue el mejor campocorto defensivo de la LVBP en la temporada 1969-70. Junto a Dámaso Blanco (3b) y Gustavo Gil (2b) conformó la espina dorsal defensiva de aquel Magallanes. En la Serie del Caribe Aristimuño, junto a Blanco y Gil volvieron a formar parte del todos estrellas. Ese infield fue llamado “la muralla de oro” y también “el ABG del Magallanes”. En el juego decisivo de esa Serie del Caribe, en la apertura del noveno inning, Ponce estuvo a punto de romper el empate a 3 carreras. Con hombre en segunda y un out, Ramón Conde conectó la pelota sobre segunda base hasta donde llegó Aristimuño para detener el batazo e impedir que anotase el corredor de segunda.
Alfonso L. Tusa C. 3 de octubre de 2022.©
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-82920184544603748942020-09-25T13:58:00.001-04:002020-09-25T13:58:56.902-04:00Cuando Cesar Gutiérrez bateo de 7-7 con los Tigres de Detroit.Todavía recordaba la portada de la revista Sport Gráfico: “Tigre aquí y Tigre allá”. Lo que nunca recordé con precisión fue si Cesar Gutiérrez aparecía con el uniforme de los Tigres de Aragua, el de los Tigres de Detroit, o si era una dicotomía de fotografías donde aparecía con ambas camisetas. Gutiérrez había debutado en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional en la temporada 1960-1961 con los Leones del Caracas luego pasó al Magallanes a mediados de la justa 1964-65, y llegó a los Tigres de Aragua a principios de la campaña 1968-1969. En tanto que en el beisbol organizado de Estados Unidos, Gutiérrez firmó con la organización de los Gigantes de San Francisco y debutó en las mayores en 1967, fue cambiado a los Tigres de Detroit a finales de la temporada de 1969. En 1970 el manager Mayo Smith le dio la oportunidad de ser campocorto regular y Gutiérrez la aprovechó porque supo combinar una defensiva solvente con los requerimientos mínimos ofensivos exigidos a un campocorto.
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Gutiérrez había terminado la temporada de ligas menores con el Phoenix AAA y como siempre se preparaba para viajar cuanto antes a Venezuela, entonces recibió una llamada de la oficina de los Gigantes de San Francisco y le comunicaron que había sido cambiado a los Tigres de Detroit y ese equipo quería que se presentara en Tiger Stadium. Gutiérrez empezó a estudiar la situación y se dio cuenta que con los Tigres si iba a tener más oportunidades de jugar con el equipo grande. Ese septiembre jugó casi veinte encuentros con Detroit y empezó a sospechar que venían cosas muy buenas, principalmente porque al manager le había gustado su desempeño en el campocorto y también estaba conforme con sus habilidades con el madero. Tal era el ánimo de Gutiérrez que tuvo su mejor temporada hasta ese momento en la liga venezolana al batear para .279, con 50 imparables, 20 carreras anotadas y 10 empujadas. Se notaba que era un jugador muy distinto al que se había visto hasta ese momento.
Mientras se vestía para aquel juego del domingo 21 de junio de 1970 en el Municipal Stadium de Cleveland, Cesar Gutiérrez saboreó un caramelo relleno de coco en el club house. Eso le trajo recuerdos de Cabimas, de cuando salía a vender conservas de coco que hacía su hermana. Ajustó los cordeles de su guante y sonreía por todas las veces que había tenido que explicar que si había nacido en Coro, estado Falcón, pero lo habían llevado a Cabimas desde muy niño. Aquella tarde en Cleveland, el manager Smith alineó a Gutiérrez de segundo detrás del jardinero central Mickey Stanley y delante del inicialista Al Kaline. En el primer inning luego que Stanley negoció boleto, Gutiérrez despachó imparable a la derecha ante el debutante Rick Austin, lo cual permitió que Stanley llegara hasta la antesala. Kaline roleteó por tercera y Stanley fue forzado en el plato, por lo cual el bateador se embasó por fielder’s choice mientras Gutiérrez pasaba a la intermedia. Willie Horton recibió boleto para llenar las bases. Jim Northrup la rodó por el montículo, Gutiérrez anotó mientras Northrup era retirado de pitcher a primera. Maddox terminó el inning ponchándose.
En el cierre de ese episodio los Indios explotaron al abridor Kilkenny con jonrones de Tony Horton y Chuck Hinton para pasar adelante 5-1, vino a relevar Patterson.
En el segundo inning Ted Uhlaender despachó otro cuadrangular que puso el marcador 6-1.
Gutiérrez sonreía en el círculo de prevenidos mientras observaba como Stanley se ponchaba. Recordaba los días en Cabimas cuando jugaba en el equipo juvenil donde Victor Davalillo era dueño, cuarto bate y novio de la madrina, él apenas si veía el juego porque era pequeño para esa categoría. Entonces se cuadró en la caja de bateo y largó sencillo a la izquierda. Luego anotó amparado en el jonrón de Kaline. Willie Hortón sencilleó a la izquierda y Northrup la sacó para poner el juego 6-5. Dennis Higgins relevó a Austin y retiró a Elliot Maddox en elevado al campocorto y a Brown con ponche cantado.
Aunque no le gustaba hablar ni pensar en eso Gutiérrez empezó a recordar escenas difíciles que había experimentado en la última temporada de beisbol profesional venezolano. Mientras tomaba su madero de la batera de pronto volvía a sentir el impacto de una batería de linterna en la cabeza que recibió en el estadio de Barquisimeto luego de atrapar una buena línea de José Tartabull que llevaba etiqueta de imparable. Dio dos manotazos sobre el casco cuando se encaminaba a tomar turno en la parte alta del quintó inning. Se apuntó sencillo de piernas con rodado a las paradas cortas. Luego Kaline se ponchó. Willie Horton bateó imparable a la derecha que llevó a Gutiérrez hasta la intermedia. Northrup sorbió ponche cantado. Maddox entregó el out final con machucón que tomó el pitcher para retirarlo en primera. Cuando llegó al dugout y tomó el guante sentía con nitidez el impacto de la batería como si aun estuviese en el estadio barquisimetano.
En el cierre de ese inning Ray Fosse descargó doble a la derecha y llegó hasta la antesala mediante passed ball del cátcher Jim Price. Luego anotó con el elevado de sacrificio de Tony Horton hacia el jardín central. Cleveland 7 – Detroit 5. Esa ventaja fue ampliada con una carrera adicional en el cierre del sexto inning, donde Fred Scherman entró a relevar. Craig Nettles soltó imparable a la derecha, pasó a segunda con toque de sacrificio de Higgins y a tercera mediante wild pitch de Scherman, desde allí anotó con elevado de sacrificio de Jack Heidemann al centro.
Cuando Gutiérrez se ejercitaba para ser el primer bateador del séptimo episodio, vinieron imágenes muy movidas de una pelea, luego de un juego en Valencia tuvo que fajarse con cuatro fortachones que molestaban a su compañero de equipo en los Tigres de Aragua, Roberto Muñoz. Aún cuando recibió algunos golpes, se fajó con tanto coraje, que los tipos terminaron por abandonar. Quizás esa imágenes lo motivaron a despachar doblete a la izquierda, desde allí anotó con jonrón de Northrup, para poner el marcador Cleveland 8 – Detroit 7.
Mientras veía como sus compañeros atacaban al relevista Fred Lasher en el octavo inning, mediante doble de Gates Brown y sencillo de piernas de Stanley por tercera base que llevó a Brown hasta la antesala, luego que Norman Cash había emergido por Price para fallar en elevado de foul a la receptoría y Dick McAuliffe se había ponchado. Gutiérrez sonreía, imaginaba como sería aquel turno en Maracay, donde la temporada anterior los fanáticos le pedían tres hits si en el juego anterior había bateado dos, y si había conectado tres le pedían cuatro. Como respondiendo a aquel publico despachó sencillo a la derecha para traer a Brown al plato con el empate a 8 carreras. Cuando llegó a primera las imágenes de Gutiérrez se mudaron varias temporadas atrás cuando en un cierre del noveno o extra inning había decidido un juego a favor del Magallanes, ante los eternos rivales del Caracas, quienes también tenían una cuenta pendiente con Gutiérrez puesto que lo habían cambiado al Magallanes y eso en el beisbol no se perdona.
En el décimo inning ya algunos de sus compañeros lo miraban muy atentos y hasta le deseaban buena suerte. Gutiérrez siguió pensando en Cabimas, en todos aquellos episodios de las conservas de coco y como el dinero de las ventas no cuadraba con las cuentas de su hermana. Entonces él confesaba que se había comido una o dos conservas, porque ella nunca le daba nada de las ganancias. Con esa sonrisa en los labios fue a batear ante Dick Ellsworth, luego del imparable de Don Wert y el elevado de McAuliffe a la izquierda. Esta vez se apunto sencillo de piernas por el campocorto, luego Kaline falló con rodado al cuadro y el juego siguió igualado.
Hasta ese momento solo Wilbert Robinson, de los Orioles de Baltimore en la Liga Nacional el 10 de junio de 1892, había largado siete-siete en un juego de grandes ligas. Aunque Gutiérrez notaba cierta reverencia de sus compañeros, cierto misterio similar a cuando un pitcher está lanzando sin hits ni carreras, él prefería abstraerse en sus imágenes de Cabimas y en los episodios cómicos que había experimentado en la liga venezolana cuando jugaba para managers como Regino Otero o Alfonso Carrasquel. En la apertura del inning doce, Phil Hennigan entró a relevar por los Indios y McAuliffe salió con elevado a la izquierda. Stanley descargó jonrón para poner a ganar a los Tigres 9-8. Gutiérrez consiguió el séptimo imparable con línea al centro, luego resultó out en segunda base al intentar robar esa almohadilla. Kaline caminó pero Willie Horton elevó a la derecha. Timmerman completó un buen relevo en el cierre de la entrada para validar la victoria. Luego de felicitar a Stanley por su jonrón, Kaline abrazó y estrechó la mano de Gutiérrez, Horton chocó ambas manos abiertas con él y Northrup estuvo a punto de levantarlo en hombros. Al campo Gutiérrez estuvo impecable con cuatro asistencias y dos outs. Al batear de 7-7 estableció una marca para la Liga Americana e igualó la de las grandes ligas.
Alfonso L. Tusa C. © 19 de junio de 2020.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-3184747860452805972020-02-07T09:35:00.004-04:002020-02-07T09:35:55.427-04:00La Serie del Caribe que siempre recordaré.
Aquella noche elegían la reina del carnaval de Cumanacoa en la plaza Montes. Fui a regañadientes obligado por mamá a presenciar las festividades carnavalescas. El juego de ese 10 de febrero de 1970 podía representar el título del torneo caribeño para los Navegantes del Magallanes en representación de Venezuela, un galardón que había resultado esquivo a los equipos venezolanos en la primera etapa de esa competencia. En medio de mi tristeza por no quedarme en casa a escuchar el juego con mis hermanos en el radio de bulbos incandescentes del comedor, logré escabullirme hasta el escaparate y tomé el radiecito de Felipe de su compartimiento, lo metí hasta el fondo del bolsillo izquierdo de mi pantalón y lo disimulé prácticamente soldando mi mano izquierda en ese lugar. Había escuchado todos los juegos, parcialmente, pero los había escuchado. En el primero me quedé dormido, la mañana siguiente Jesús Mario me contó que Armando Ortíz le había bateado un jonrón al mismísimo Miguel Cuellar, si el flamante ganador del Cy Young de la Liga Americana junto a Denny McLain y los Navegantes habían terminado venciendo a los Leones de Ponce 3-1
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Cada vez que mamá se descuidaba, yo sacaba el radiecito, cuando anunciaban a la primera aspirante a reina, el juego estaba empatado 1-1 en el cierre del tercer episodio. A lo largo del torneo, nunca tuve la oportunidad de escuchar un juego completo, o era tarde en la noche, o tenía que estudiar porque si no tenía prohibido escuchar los juegos, o si era fin de semana, tenía que ponerme el disfraz de mexicano para salir en la comparsa que habían conformado en el vecindario.
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Debido a que solo participaban tres equipos, la serie fue diseñada a cuatro rondas, cada equipo efectuaría ocho juegos, por eso no los recuerdo todos. Si me quedó grabada la derrota ante los Tigres de Licey, porque fue un juego muy cerrado, si la memoria no me falla llegó empatado al noveno inning o fue a extrainning y el momento decisivo fue una apretada jugada en el plato donde participó el pitcher Don Eddy, los dominicanos ganaron 5-4 ese tercer juego de la divisa magallanera. La competencia fue muy disputada, cuatro de las victorias magallaneras ocurrieron por diferencia de una carrera. No era para menos, en el equipo borícua había luminarias como Tany Perez, Miguel Cuellar y Bernie Carbo, la representación quisqueyana contaba entre otros con Ricardo Carty, Manuel Mota y Cesar Cedeño.
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Hacia más allá de la mitad del juego cada vez me iba hacia un grupo de hombres que escuchaban el juego en el escalón del busto de Domingo Montes. La última vez que mamá me fue a buscar, me resistí un momento hasta que terminó el inning, en ese cierre del octavo Magallanes había empatado la pizarra 3-3 con dobletes de Ray Fosse y Armando Ortíz. Cuando más emocionante estaba el juego, terminó la elección de la reina de carnaval y mamá decidió acompañar a unas amigas hasta la casa de la maestra Berenice en la calle Las Flores. Yo tenía una mezcla de tristeza y disgusto, quería convertirme en invisible y quedarme escuchando el juego en la plaza. Como persistiera en mi tristeza, la maestra Berenice preguntó que me ocurría, cuando mamá le habló de mi afición por el béisbol, ella fue un momento al interior de la casa y trajo uno de aquellos radio-tocadiscos portátiles y me dijo que ahí podía escuchar el juego. En medio de mi emoción se me olvidó darle las gracias y mamá de inmediato me lanzó aquella mirada intensa por lo cual levanté la voz para agradecer aunque sin apartarme del radio-tocadiscos.
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En el cierre del noveno subí el volumen del radio porque la conversación de mamá y sus amigas era muy efusiva. Los Leones de Ponce tenían corredores en tercera y primera con un out, entonces Delio Amado León fue subiendo el tono de su voz hasta alcanzar niveles de tenor: “Santos Alomar intenta el squeeze play suicida pero Dámaso Blanco intuye la jugada y viene corriendo como en una carrera de cien metros planos, junto al corredor Jorge Roque, toma la pelota a mano limpia y se la pasa al receptor Ray Fosse…out en la goma…amigos, que jugada de feria ha ejecutado Dámaso Blanco, que manera de bloquear el plato de Fosse…escuchen al público…el estadio Universitario es un manicomio…” Yo quería saltar y gritar, pero la impresión de la jugada, lo cerca que estuvo el equipo puertorriqueño de irse adelante, me hipnotizó.
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Para el cierre del undécimo inning el carnaval seguía incrementando el humor y la inventiva de los espontáneos que ideaban cualquier tipo de disfraz y salían a desfilar en los capós de los carros. Pero la intensidad del juego llegó a su clímax cuando Dámaso Blanco abrió la entrada con sencillo a la izquierda que flumbeó el jardinero Jorge Roque para que Blanco anclara en la intermedia, de seguidas Aurelio Monteagudo se sacrificó para llevar a Dámaso a la antesala. En ese momento la adrenalina hervía en el estadio y en todos los rincones donde había un radio, estaba muy cerca el ansiado título de una Serie del Caribe para un equipo venezolano. El manager Jim Fregosi ordenó boletos intencionales para Cesar Tovar y Chico Ruiz. Entonces le tocó el turno a Gustavo Gil y despachó un roletazo imparable por el medio del campo que trajo el mensaje que desató la alegría desbordada por todo el país.
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Alfonso L. Tusa C. 07 de febrero de 2020.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-11838688522409786702020-02-01T10:28:00.000-04:002020-02-01T10:28:02.396-04:00Ecos cincuentenarios de aquel carnaval magallanero.
Aquel domingo primero de febrero de 1970 lo único que me apartaba por instantes de la transmisión del juego de beisbol, eran las incidencias del carnaval con agua desatado en la calle Ayacucho, desde la librería San Pablo hasta La Copita. Papá detuvo el Plymouth Century negro frente a la casa de mis abuelos en Cumaná. Tomé el radio transistor de algunos veinte centímetros de largo, embutido en una carcasa de cuero con sus respectivos orificios por donde emergían la antena, y los controles de volumen y sintonizador, además de un círculo de agujeros por donde salía el sonido de la corneta. Lo metí por debajo de la franela para evitar que alguna bombita de agua lo mojara. No quería perderme ni un detalle de aquel juego que Magallanes ganaba 2-1 en el cierre del séptimo inning. Si ganaban serían campeones. Era como una especie de repetición de lo que había ocurrido en la Serie Mundial entre los Milagrosos Mets de Nueva York y los archifavoritos Orioles de Baltimore. En el primer juego de esa final Orlando Peña maniató a la ofensiva de los Tiburones de La Guaira, mientras Gregory Sims, Jim Holt y Gonzalo Marquez castigaban al estelar Mike Hedlund (líder en efectividad de LVBP esa temporada con 0.75 si mal no recuerdo). En el segundo Don Eddy también blanqueo a La Guaira para vencer 1-0 al también estelar Larry Jaster, amparado en sencillo remolcador de Hiraldo Chico Ruiz para traer la anotación de Dámaso Blanco en el cierre del tercer episodio.
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Protesté porque cuando precisamente empezaba el cierre del noveno inning, mamá me pidió que fuese a comprar dos papeletas de pimienta en la bodega de María Castillo. Desde la entrada de la casa se escuchaban los gritos de los jugadores de carnaval. Sabía a lo que me enfrentaba, no podía dar ningún rodeo porque el carnaval con agua estaba prendido igual en todas las calles. Traté de correr lo más fuerte que pude pero igual Pedro Augusto y Ramoncito me sostuvieron en la esquina del callejón La Paz y me sumergieron con todo y radio en un tambor de agua. No me molestaba que me hubieran mojado, lo que me hizo mirarlos con fuego en los ojos fue que dejaron mudo al radio. Igual corrí con todo lo que daban mis piernas, María Castillo pasó como dos minutos preguntándome que quería, mi voz no se escuchaba, tuve que señalar las papeletas de pimienta. Entonces me aventuré a regresar por la calle Boyacá, y aprovechando que en ese momento estaban cargando los envases de agua, corrí como si me persiguieran los toros más furiosos de San Fermín. “¡Muchacho, te mandé fue a la bodega, no a darte un baño en la playa!” Mamá quiso llevarme a secar en el baño, pero yo corrí hacia la sala y encendí el radio de tubos incandescentes de mi abuela, la voz de Delio Amado León retumbaba en la corneta: “…cierre del noveno…dos outs…Magallanes tiene montada la olla para el sancocho de Tiburones,,,ahí viene el lanzamiento de Jay Ritchie y es strike cantado, los Navegantes del Magallanes son los campeones de la temporada 1969-70, luego de una larga espera de quince años.”
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Alfonso L. Tusa C. 01 de febrero de 2020.©
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-29828784101238140402019-12-23T10:17:00.002-04:002019-12-23T10:17:17.540-04:00Luis Peñalver: El Pitcher de las Ocasiones Trascendentales.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiVKYX2GecTU2UIBuLj-zpt7yeFs4mB4ul_aglQlIQTiRDG4yOXKiE4RTOfMr3b_a7oFWADBGP3bDN56UI8L7DUEV-ga6SRZW2mVFbxQXlny_fKQxSnMRWvsw8JMSXpPzA4950-412DrpDG/s1600/LPe%25C3%25B1alver.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiVKYX2GecTU2UIBuLj-zpt7yeFs4mB4ul_aglQlIQTiRDG4yOXKiE4RTOfMr3b_a7oFWADBGP3bDN56UI8L7DUEV-ga6SRZW2mVFbxQXlny_fKQxSnMRWvsw8JMSXpPzA4950-412DrpDG/s320/LPe%25C3%25B1alver.jpg" width="283" height="320" data-original-width="211" data-original-height="239" /></a></div>
Entrar a la pagina web de la Liga Venezolana de Beisbol este sábado, 21 de diciembre de 2019, activó un mecanismo de máquina cronológica y de pronto escuchaba una voz entre ronca y entusiasta en cada una de las tres ocasiones que hablé con él vía telefónica. Luis Peñalver, el lanzador de tantas oportunidades satisfactorias con los Leones del Caracas, el pitcher ganador del juego decisivo de los Juegos Panamericanos de Chicago en 1959, el cumanés que no perdió una pizca de su gentilicio a pesar de emigrar hacia Caracas cuando tenía 7 años de edad, había fallecido presumiblemente este 20 de diciembre. Revisé mi cuenta Twitter y confirmé la noticia en las publicaciones del historiador Javier González, el narrador deportivo Alfonso Saer y los comunicadores sociales Humberto Acosta y Carlos Abreu. Hacía poco estuve buscando su número telefónico para refrescar algunas de las anécdotas que me había referido en cada una de aquellas llamadas telefónicas.
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“Me fui de Cumaná con mi mamá, cuando tenía 7 años de edad. Salimos en un barco desde Puerto Sucre y cuando íbamos frente a Cabo Codera se desató una tempestad bravísima que nos hizo temer que nos habíamos perdido. Mi mamá me tomó la mano y me dijo que no le bajara la mirada nunca al monstruo…que cuando más difícil era la situación, había que apretar la mirada y salir adelante. Entonces, en medio de aquella niebla, me escurrí hasta la sala de mandos y escuché al capitán decir que ‘no se ve nada…no sé si estamos frente a la costa venezolana o en pleno mar Caribe afuera…’. Cuando regresé con mi mamá, me abrazó muy fuerte y preguntó donde me había metido. Le dije que le estaba mirando el rostro al monstruo y aunque era muy feo, no le bajé la mirada. Me dijo ‘tú si tienes vainas Luisito, me diste un buen susto…menos más que la Virgen del valle me escuchó’, la voz de Luis Peñalver sonaba profunda aquella mañana de septiembre de 2009 cuando lo llamé para hablar de los Juegos Panamericanos de 1959, cuando fue integrante del equipo de beisbol venezolano que ganó la medalla de oro contra todos los pronósticos.
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Para el juego por la medalla aurea de aquellos Panamericanos de 1959, el manager José Antonio Casanova estuvo reflexionando, discutiendo y ponderando sus opciones junto a cuerpo técnico y luego de más de tres cuartos de hora de escuchar y analizar planteamientos, llamó a Luis Peñalver y le dijo “prepárese porque usted será el pitcher abridor mañana ante los puertorriqueños”. Luego de un momento de silencio, se escuchó un suspiro, luego un carraspeo, finalmente Peñalver esbozó una sonrisa y levantó los brazos como si fuese a iniciar el wind up de levantar el pie izquierdo al más genuino estilo de Juan Marichal, “No se arrepentirá de haberme dado la pelota para abrir este juego. Voy a dar lo mejor de mí”.
Ese domingo 6 de septiembre de 1959, Peñalver asumió el reto en Wrigley Field y cumplió lo que había prometido a Casanova, espació media docena de imparables boricuas y lanzó completo, mientras sus compañeros lo respaldaron desde el primer episodio mediante triple de William Troconis y sencillo de Eduardo Amaya. En el cuarto inning Francisco “La Manca” López descargó cuadrangular para llevar la ventaja a 2-0. Marcaron otra rayita en el quinto mediante dobletes de Domingo Martín Fumero y del propio Peñalver. Troquelaron dos carreras más en el octavo. Peñalver, quien llegó a retirar hasta nueve puertorriqueños en fila, mantuvo inmaculado el plato hasta el cierre del octavo cuando concedió un boleto y permitió doblete a Carlos Nazario. En la apertura del noveno los venezolanos lograron otra anotación para darle algo más de respiro a Peñalver. En el cierre de ese inning Reinaldo Vásquez despachó jonrón, pero Peñalver completó su labor y Venezuela alcanzó la medalla de oro, la única presea de ese metal que ganó la delegación criolla en esos Panamericanos, ante el júbilo de los peloteros y los atletas venezolanos que presenciaban el juego en las tribunas.
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Uno de los relatos donde más comprobé la efusividad cumanesa de Peñalver, fue cuando habló de su salto al beisbol profesional, “firmé con los Indios de Oriente antes de la temporada de 1960-61. Ellos me dieron un bono por una cantidad de dinero del cual me pagaron la mitad al momento de la firma, entonces al final del documento escribí Luis, de inmediato me preguntaron cuanto iba a escribir mi apellido y les contesté ‘cuando ustedes me entreguen la otra parte del bono’. Esa primera temporada participó en 16 juegos, de los cuales completó 3 y relevó en otros 9. Tuvo marca de 2 y 3 en 61 innings lanzados. Permitió 64 imparables, ponchó 42 bateadores, concedió 28 boletos y su efectividad fue de 3.98, nada mal para un novato.
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“Compartimos entrenamientos en nuestro primer año en el beisbol organizado (1961) con el equipo Sun Kings de El Paso en la Liga Sophomore Clase D, filial de los Gigantes de San Francisco. Cuando terminamos los entrenamientos primaverales viajamos desde Casa Grande hasta El Paso. El autobús se detuvo frente al hotel, cuando me iba a bajar el manager George Genovese me dijo ‘No Dámaso, aquí solo se quedan los peloteros blancos. Pero no te preocupes esto debes tomarlo como algo que fortalecerá tu carácter’. Luis Peñalver que pudo quedarse en el hotel prefirió quedarse conmigo y los otros peloteros negros y latinos como José Cardenal, James Perkins, Bob Chance, Jerry Pedroso. Ese gesto nunca lo olvidaré”, Dámaso Blanco rememora uno de los rasgos de la personalidad de Peñalver. Cuando le referí el episodio, Luis respondió: “Fui compañero de Dámaso en el Intendencia Naval, fuimos juntos a clases de inglés animados por el dueño de ese equipo. Después compartimos en los Panamericanos de Chicago en 1959, ¿Cómo lo iba a abandonar en un momento tan duro? Después en esa temporada alquilamos un carro que echaba humo por todos lados y los policías nos paraban en todas las esquinas”.
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Cuando falleció Sparky Anderson lo llamé para preguntarle que recordaba de su manager en los Navegantes del Magallanes en la temporada 1964-65. “Sparky era un manager muy sensible. Siempre estaba pendiente del último de los peloteros. Él mismo fongueaba en la práctica de infield. Cuando me lesioné el codo, él salió al montículo, le dije que no podía lanzar más. Me dio dos palmadas en el hombro y me dijo: ‘Dont’t worry boy. You’re gonna recover from this’. No pudo ganar con Magallanes, pero los peloteros lo respetaban mucho porque él los tomaba en cuenta. Era un gran tipo”.
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En la temporada de 1968 mientras lanzaba para el Dallas-Fort Worth de la Liga de Texas AA, Luis Peñalver abrió el primer juego de una doble tanda efectuada el 26 de mayo ante el Memphis. Solo permitió dos corredores a lo largo del juego. En ambas ocasiones fue el jardinero Ray Foster. Primero por error, luego por boleto. Ganó 3-0 en 7 innings. Concedió un boleto y ponchó 3. Con el madero remolcó una carrera. Había lanzado sin hits ni carreras con lo cual se estableció un record para la Liga de Texas con dos juegos consecutivos para lanzadores de un mismo equipo por cuanto Bob Watkins había lanzado otro no-hitter el 24 de mayo cuando los Spurs de Dallas-Fort Worth venciera 2-0 a los Blues de Memphis. El 25 de mayo el también venezolano Pablo Torrealba lanzó otro no-hitter de 7 innings para vencer al Salisbury 6-0 mientras lanzaba para los Braves de Greenwood en la West Carolinas League, Clase A. Peñalver se había operado del brazo de lanzar en 1966 por lo cual no lanzó ese año. El manager Hub Kittle dijo que un ajuste en la forma de lanzar la forkball ayudó a que Peñalver lanzara el sin hits ni carreras. “Le dije que lanzara más suave el forkball para que tuviese más control en el pitcheo. Cuando él puede controlar ese envío, con el tipo de wind up que tiene, es muy difícil batearle”.
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Peñalver fue un lanzador muy controlado, lo cual le permitía economizar lanzamientos, aunque ese tipo de lanzadores corre el riesgo de recibir cierta cantidad de jonrones, no todo el mundo le bateaba cuadrangulares porque el acordaba un intrincado plan de lanzamientos que desconcertaba a los toleteros, había que ser un buen bateador para sacarle la pelota del parque. A través de su trayectoria en LVBP (1516.1 innings) ponchó 748 bateadores y solo concedió 337 boletos, lo cual arroja un radio de ponches/boletos de 2,21. En su paso por las ligas menores del beisbol organizado estadounidense (1105 innings lanzados) recetó 797 ponches y apenas concedió 260 boletos (3,07 radio K/BB), solo le batearon 81 jonrones.
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Sus mejores actuaciones en LVBP ocurrieron en las temporadas 1969-70 y 1976-77 cuando obtuvo idéntica marca de 9 ganados y 3 derrotas. En la primera oportunidad lanzó en 135.1 innings, con 60 ponches y 13 boletos, más efectividad de 1.40. En la segunda ocasión trabajó en 121.2 innings, con 60 ponches y 22 boletos, la efectividad fue de 2.81.
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Respecto a las ligas menores, Peñalver logró su mejor temporada en 1973 mientras lanzaba para los Brewers de San Antonio en la Texas League AA, entonces tuvo marca de 9-5, con 1.78 de efectividad en 76 innings de labor.
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Ingresó al Salón de la Fama del beisbol venezolano en 2008 junto a Héctor Benítez Redondo, jardinero central del equipo venezolano ganador del campeonato mundial de beisbol en La Habana, Cuba, en 1941, Gualberto Acosta, Gustavo Gil, Gonzalo Márquez, Luis Leal y Oscar Prieto Ortíz.
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Durante 23 temporadas en LVBP, Peñalver jugó 3 temporadas con Oriente (1960/1963), 1 con Orientales (1963-64), 2 con Magallanes (1964/1966), 15 con Caracas (1966/1975 y 1976/1982), Zulia (1975-1976) y Aragua (1982-1983). Participó en 384 juegos (segundo en LVBP hasta 2006), logró 45 juegos completos (quinto en LVBP), 84 victorias (tercero en LVBP hasta 2006) , 70 derrotas (tercero en LVBP hasta 2006), 24 juegos salvados, 1516.1 innings lanzados (segundo en LVBP hasta 2006), 1615 imparables permitidos, 748 ponches (cuarto en LVBP hasta 2006), 337 boletos (décimo en LVBP hasta 2006) y 3.13 de efectividad.
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En 11 temporadas en ligas menores dejó marca de 74-58, con efectividad de 3.39 en 1105 innings lanzados, lanzó 31 juegos completos, 7 blanqueos, se acreditó 33 juegos salvados, 1139 imparables permitidos, 260 boletos, 797 ponches.
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Luis Antonio Peñalver nació en Cumaná. Sucre. Venezuela, el 20 de noviembre de 1941. Falleció en Caracas, el 20 de diciembre de 2019. De acuerdo a información publicada en el blog El Emergente del periodista Ignacio Serrano, la causa del deceso fue cáncer de páncreas.
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Alfonso L. Tusa C. 23 de diciembre de 2019 ©.
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Referencias
__Daniel Gutiérrez, Efraim Álvarez, Daniel Gutierrez (h). La Enciclopedia del Beisbol en Venezuela. Liga Venezolana de Béisbol Profesional. Caracas 2006.
__baseball-reference.com
__Alfonso Tusa. Pensando en Ti Venezuela. Una Biografía de Dámaso Blanco. Caracas. 2011. Pp 64.
__Lloyd Johnson & Miles Wolff. The Enciclopedy of Minor League Baseball. Second Edition. Baseball America Inc. Durham, North Carolina. 1997. Pp. 503.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-77109646913507762052019-12-13T09:21:00.002-04:002019-12-13T09:21:26.417-04:00Johan Santana, ecos del Salón de los Inmortales magallaneros (2019). Aquel juego de un solo imparable.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjulfxl_Wojl6cxw81IPMkuOEwuFHfHrmgOmHaGE7Qnw4z6fAmePOVNjENMY56ILPYvlUol7dDbLx3WaYIUOoPNrR__LmH1RkFhW46M7zAdeWZKmO8Dm_SzJ7rNA80ufUbwDf3GuaO_2NUA/s1600/jsantana.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjulfxl_Wojl6cxw81IPMkuOEwuFHfHrmgOmHaGE7Qnw4z6fAmePOVNjENMY56ILPYvlUol7dDbLx3WaYIUOoPNrR__LmH1RkFhW46M7zAdeWZKmO8Dm_SzJ7rNA80ufUbwDf3GuaO_2NUA/s320/jsantana.jpg" width="320" height="215" data-original-width="274" data-original-height="184" /></a></div>
Siempre he rememorado un atardecer de finales de la década de 1990 ¿ya era 2000? Habíamos acordado asistir al estadio Universitario con José Luis Rodríguez, no el cantante, ni el jinete, hablo de mi compañero de trabajo en aquel INTEVEP de tantos logros y satisfacciones. Todavía a las seis de la tarde estábamos en los laboratorios, llegamos a pensar que tendríamos que conformarnos con escuchar el juego por radio. Sin embargo, la expectativa, la curiosidad, el suspenso por comprobar en vivo lo que habíamos escuchado del nuevo novato maravilla del Magallanes, nos hizo aventurarnos a bajar a Caracas cuando ya eran las seis y cincuenta de la tarde, además habíamos comprado las entradas por internet. Pepe disecó todas las curvas de la carretera Panamericana con más pericia que Ayrton Sena, en el IVIC los neumáticos chirriaron sobre el pavimento, en el IUT la fuerza centrífuga hizo que el carro oscilara hasta casi rozar la isla, mientras la velocidad se incrementaba. Apenas entramos a la tribuna central cuando el árbitro empuñaba la mano derecha luego del ceremonioso Play Ball, casi me tropecé mientras subía los escalones, trataba de mirar hacia el dugout de tercera base.
En los primeros innings los Tiburones de La Guaira marcaron una anotación y a partir de ese momento se estableció un duelo de pitcheo de manos estrujadas y gritos ahogados, Pepe bromeaba con una hermosa aficionada guairista, “celebra todo lo que quieras, a ese novato no le anotan una carrera más”. Ciertamente, el imberbe Johan Santana manejaba con tal propiedad la recta y sorprendía con una magia inesperada el cambio de velocidad, que no le anotaron más carreras en el resto del juego, no recuerdo si terminó el juego, lo más probable es que no, pero al menos lanzó hasta el octavo episodio. Aún así al terminar la apertura del noveno episodio todas las casillas tenían ceros en la línea del Magallanes, la samba retumbaba y mirábamos intermitentemente las caderas cimbreantes de la aficionada guairista y hacia el dugout, desde el ángulo incómodo que tenía a pesar de moverme muchos metros en ambas direcciones, logré ver a Santana sentado en el banco con las manos y el rostro sobre las rodillas. Dentro del sinsabor y el malestar de la derrota, me dije que “ese novato le va a dar grandes satisfacciones al Magallanes y a todo el beisbol venezolano”, aunque preferí no comentarlo con nadie.
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Poco tiempo pasó para empezar a comprobar aquel pronóstico personal. En la temporada 2000-2001 agenció efectividad de 1.99, aunque no reunió los innings para ingresar al cuadro formal de líderes de la competencia. Como abridor aceptó solo 4 carreras en 29.2 innings, con efectividad de 1.21 con marca de 2-1. Como relevista le marcaron 5 carreras en 11 innings para efectividad de 4.09. En el round robin de esa temporada fue líder en efectividad con 1.19. Venció al Pastora 8-6 el 7 de enero de 2001 y luego 2-1 el 22 de enero, en ambas ocasiones con juego salvado para Oscar Henriquez. Apenas permitió 2 carreras en 13 innings, 1 limpia. La segunda victoria significó el pase del Magallanes a la serie final. En la temporada 2001-2002 siguió tomando desquite de los Tiburones de La Guaira al reducirlos a cuatro imparables en 7 episodios, mientras ponchaba a 9, en el desafío efectuado el 5 de diciembre de 2001, luego el 22 de diciembre volvió a derrotar a los escualos al permitirles solo una carrera y cuatro imparables en seis entradas, aunque concediese seis boletos. Esa temporada lideró al Magallanes en efectividad con 1.76. Y en la serie final ante Tigres de Aragua consiguió el segundo triunfo de los Navegantes, 6-1, en trabajo de 7 innings donde permitió una carrera, cinco imparables y ponchó 7.
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Luego vinieron los 2 premios Cy Young como mejor pitcher de la Liga Americana, mientras lanzaba para los Mellizos de Minnesota (2004 y 2006), los 20 triunfos en la temporada de 2004, el juego sin hits ni carreras ante los Cardenales de San Luis (01 de junio de 2012) , mientras lanzaba para los Mets de Nueva York, para convertirse en el primer pitcher de los metropolitanos que conseguía esa hazaña, algo que ni el propio Tom Seaver había podido lograr, aquella victoria 1-0 ante Freddy García (23 de agosto 2005 y los futuros campeones Medias Blancas de Chicago en agosto de 2005), Santana lanzó 8 innings en los que permitió solo 3 imparables, concedió 1 boleto y ponchó 7, Joe Nathan se apuntó el salvado.
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Cuando los Mellizos obtuvieron a Johan Santana en cambio con los Marlins de Florida luego que estos lo habían reclamado en la regla V para diciembre de 1999, recordamos con Pepe aquel juego que bajamos a ver sobre la hora, sí, el que se perdió 1-0, pero Santana demostró de qué estaba hecho, ¿que se podía esperar de él?, hasta donde podía llegar. Sin importar el resultado, había valido la pena ir a ver ese juego, como valió la pena que Andrés Reimer tomara el riesgo de insistir ante Bob Watson, el gerente general de los Astros, quien ante la negativa de sus superiores terminó suministrándole 400 $ a Reimer para que viajara a Mérida, a fin de observar a aquel mozalbete. Los Astros habían visto jugar a Santana en 1994, en un torneo nacional junior, entonces se desempeñaba como primera base y jardinero.
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En medio del desarrollo de las pruebas de laboratorio siempre discutíamos con Pepe acerca de la mejor actuación de Santana con los Navegantes del Magallanes, aunque siempre salía a relucir aquel juego ante La Guaira, afortunadamente hubo uno mejor, el del 23 de diciembre de 2000, cuando maniató a los Cardenales de Lara, solo les permitió un imparable (de Miguel Cairo en el primer inning) en 8 innings, mientras ponchaba 6, en ruta a una victoria 1-0, que salvó Rubén Quevedo.
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Alfonso L. Tusa C. 13 de diciembre de 2019.©
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-66166677136779751822019-12-12T08:40:00.006-04:002019-12-12T08:40:48.090-04:00 Reportes desde el Salón de la Inmortalidad de los Navegantes del Magallanes, (diciembre de 2019): El Juego de Willie Horton que siempre recordaré.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5PsSb-aHgo9uIG44xW57Ta7p8nzSMfnf9HWqjLcaSNZfSyN0qYn4pQn7pgj4Y2pOz7HXRcMMAZfj1xK7Mus7Jbic49GpHv3ZJmYQZxtgnhxF-ofyObDxCE0ijzi8twW_Y7FU9QAV-P7Ni/s1600/whorton.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5PsSb-aHgo9uIG44xW57Ta7p8nzSMfnf9HWqjLcaSNZfSyN0qYn4pQn7pgj4Y2pOz7HXRcMMAZfj1xK7Mus7Jbic49GpHv3ZJmYQZxtgnhxF-ofyObDxCE0ijzi8twW_Y7FU9QAV-P7Ni/s320/whorton.jpg" width="221" height="320" data-original-width="138" data-original-height="200" /></a></div>
No se trata de ninguna de sus gestas de la temporada de grandes ligas de 1968, cuando los Tigres de Detroit ganaron el banderín de la Liga Americana y luego la Serie Mundial ante el implacable Bob Gibson, tampoco de la justa de 1972 cuando los Tigres conquistaron la división este del joven circuito. Me refiero a la temporada de 1978-79, cuando ante mi incredulidad tuve que aceptar que Horton había venido a reforzar a los Navegantes del Magallanes, me parecía una broma adelantada de los Santos Inocentes, pocas veces un pelotero consagrado y establecido en las mayores accedía ir a jugar al Caribe. Eso fue lo primero que recordé cuando leí que Willie Horton había sido exaltado al Salón de la Fama magallanero.
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Horton había debutado con los Navegantes el 12 de noviembre de 1978, cuando el equipo pasaba momentos difíciles que terminaron con la salida del manager Octavio Cookie Rojas. En medio de una reunión de la gerencia con los peloteros, Horton se ofreció para dirigir el equipo y los directivos aceptaron probarlo. A medida que el equipo empezó a recomponerse y ganar juegos seguidos, el período de prueba se convirtió en estadía y Horton empezó a desplegar la magia que maravillaba a muchos y a veces escandalizaba al comentarista Carlitos González por la heterodoxia ante el famoso librito del beisbol.
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Se recuerda mucho el juego del 8 de febrero de 1979, el penúltimo de la Serie del Caribe, cuando Horton trajo a Rafael Cariel de bateador emergente en el cierre del décimo inning ante el relevista grande liga de los Cerveceros de Milwaukee, William Castro. Si, el mismo donde el jardinero derecho Oswaldo Olivares realizó dos doble matanzas con disparos para hacer out en el plato primero a Omar Moreno o Miguel Diloné en el tercer inning y luego a Nelson Norman en el décimo, ambos outs con intervenciones magníficas del catcher Baudilio Díaz. El mismo donde Pablo Torrealba y Mike Norris se enzarzaron en tremendo duelo de lanzadores ante Nino Espinosa y Al Holland para llevar el juego igualado 1-1 hasta el décimo episodio. Cariel respondió con metrallazo al jardín derecho para dejar sobre el terreno a las Águilas Cibaeñas.
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O el del 19 de enero de 1979, en el tercer desafío de la serie semifinal ante Cardenales de Lara, cuando con el juego igualado 5-5 en la apertura del noveno inning, Horton se sacó desde el propio quinto turno de la alineación y trajo de emergente a Cariel quien descargó imparable al centro ante Greg Minton para remolcar la carrera que ponía al frente a su equipo en el triunfo 7-5 que dejaba al Magallanes adelante en la serie 2-1.
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Otro encuentro muy evocado de Horton es el segundo de la serie final ante las Águilas del Zulia, escenificado en el José Bernardo Pérez de Valencia el 27 de enero de 1979. El juego llegó igualado 1-1 al cierre del noveno inning. Luego del primer out, Alexis Ramírez se embasó por infield hit y Rodney Scott despachó doble que dejó hombres en segunda y tercera, lo cual forzó al manager Tony Taylor relevar a Tom Brennan con el zurdo Chuck Kniffin para enfrentar a Oswaldo Olivares, a lo cual Horton respondió enviando de bateador emergente a Rafael Cariel, quien fue boleado intencionalmente. Luego Mitchell Page entregó el segundo out. Steve Ratzer relevó a Kniffin para enfrentar a Horton y ante el primer lanzamiento el manager-jugador tronó linietazo al jardín izquierdo para dejar en el terreno a los aguiluchos en las zancadas de Alexis Ramírez.
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Sin embargo el juego que más centellea en mi recuerdo cuando se habla de la estadía de Willie Horton en el barco magallanero, ocurrió el 29 de diciembre de 1978 ante los Tigres de Aragua. Mike Norris lanzó completo un juego de 2 carreras limpias, 6 imparables, 8 ponches y 2 boletos. Aún así Magallanes llegó perdiendo 2-1 al cierre del noveno inning. Por los Tigres abrió Steve Luebber, George Capuzzello lo relevaría en el séptimo tramo. Los bengalíes marcaron sus anotaciones en el tercer y cuarto inning. Los Navegantes descontaron con doble impulsor de Jerry White en el sexto episodio. En aquel cierre del noveno Horton trajo de emergente al joven Alfredo Torres, en sustitución de Alexis Ramírez para enfrentar a Dave Campbell, y Torres respondió con imparable para igualar el marcador. De seguidas no le tembló el pulso para reemplazar al propio Oswaldo Olivares con Rafael Cariel y este le sonó imparable a Mark Daly para remolcar la carrera que dejaba sobre el terreno a los Tigres. Esa temporada salía una versión vespertina del diario Meridiano que se llamaba “Meridiano en la tardecita” o algo por el estilo. El día posterior a ese juego, en la portada había una fotografía de Cariel y en la contraportada una de Torres.
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Alfonso L. Tusa C. 09 de diciembre de 2019 ©.natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-12668415553854400422019-12-07T11:47:00.004-04:002019-12-07T11:47:46.787-04:00 Tres Momentos Cumbres de Gregorio Machado en el buque magallanero.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgfUye0Ey0VAc-P80y584ldN9P-M-GFREqvVbK2bOpXn8Oc8ptruM7otWSOOlb_XdmlcSuidQSTyTJwkmX7mBk-IBo-amnmvb2nLFsZ9O4hj2F8WqXT6CgbrYlblWu6nvC9LE88BhZOwDh6/s1600/gmachado.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgfUye0Ey0VAc-P80y584ldN9P-M-GFREqvVbK2bOpXn8Oc8ptruM7otWSOOlb_XdmlcSuidQSTyTJwkmX7mBk-IBo-amnmvb2nLFsZ9O4hj2F8WqXT6CgbrYlblWu6nvC9LE88BhZOwDh6/s320/gmachado.jpg" width="229" height="320" data-original-width="190" data-original-height="266" /></a></div>
Siempre ha existido ese contraste en la vida y el beisbol, el negocio y lo pragmático y la historia y lo sentimental, esa atmósfera narrativa que llena cada uno de los compartimientos de la memoria cuando ocurre algo que desde la subjetividad objetiva del ser humano, tiene todas las características de una injusticia. Eso es más o menos lo que experimenté a principios de esta que llaman temporada de la liga de beisbol profesional venezolana 2019-2020, que para mí no es otra cosa que un torneo de 42 juegos donde hay más espacio para el azar y la casualidad que para la regularidad y la dedicación.
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Cuando la gerencia de los Navegantes del Magallanes decidió prescindir de los servicios del receptor Jesús Sucre y del lanzador Pedro Rodríguez antes del inicio de la temporada 2019-2020, dentro de mi perplejidad pude entender razones de bajo rendimiento, quizás entendidas en la gerencia como el inicio del declive propio del paso del tiempo. En cuanto a la decisión de no renovar el contrato de Gregorio Machado, no quise entrar en detalles, ya el equipo había cometido ese error en el pasado y de alguna manera fue subsanado cuando Carlos García solicitó su asesoría y compañía cuando asumió su primera estadía como manager en la temporada 2009-2010. Todo un caleidoscopio de imágenes, todo un atlas de rutas borrascosas atravesadas, toda una colección de revistas, hojas de anotación, tickets de juegos, se atragantaron en mi disgusto. De pronto encontré similitud con la situación venezolana de mucho tiempo, el desconocimiento de la historia nos ha llevado por la senda de innumerables tropiezos repetidos periódicamente, experimentados sistemáticamente, padecidos obstinadamente. Por más que haya razones administrativas, pragmáticas o gerenciales, cuando las mismas no son confrontadas ante la historia, la trayectoria, la dedicación de un individuo dentro del organigrama de una institución, terminan claudicando frente a los fantasmas de los grandes logros sobre los cuales descansa el nombre de la organización que se dice representar.
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Gregorio Machado empezó su periplo en la nave magallanera desde la temporada 1968-69. En la campaña siguiente fue novato del año, con marca de 3-1, en 48 innings lanzados y 3.19 de efectividad. El 23 de enero de 1970, con la serie semifinal ante los Tigres de Aragua igualada a un juego, Machado entró a relevar a Danny Morris en el sexto inning. Los Tigres habían saltado adelante con una rayita en el segundo episodio mediante doble de John Bateman y sencillo de Elio Chacón. El ataque ante Morris continuó en el cuarto inning mediante vuelacercas de Bateman, Jim Williams impulsó a Dennis Paepke desde la inicial con imparable más error del jardinero central Cesar Tovar. Magallanes replicó en el quinto tramo con doble de Gregory Sims, luego que Ray Fosse saliera con elevado a primera base, Jesus Aristimuño destapó petardo al centro para poner corredores en los ángulos. El manager Patato Pascual trajo de bateador emergente al zurdo Gonzalo Márquez por Morris y este respondió con sencillo impulsor de dos ante Luis Peñalver. En la apertura del sexto Jim Holt la sacó de cuadrangular para igualar la pizarra 3-3. En la apertura del decimocuarto inning Machado logró embasarse ante Roberto Muñoz y de seguidas Gustavo Gil largó triple a las profundidades del jardín derecho con el cual Machado desplegó la más vertiginosa carrera desde primera base hasta aterrizar en el plato con la carrera de la ventaja, la chaqueta que usaban los pitchers cuando estaban embasados, llegó abierta hasta el abdomen en medio de la euforia y las manos empuñadas. Por si fuera poco, Machado salió a lanzar el cierre de ese inning y completó un relevo de 10 innings, en los cuales apenas permitió 5 imparables para darle al Magallanes la victoria que lo ponía adelante 2 juegos a 1 en la serie.
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¿Verdad que resulta reluciente, maravilloso y fabuloso ese episodio? Pues el 25 de enero de aquel 1970, el relevista novato Gregorio Machado volvió al montículo para el quinto juego de aquella semifinal que los Tigres habían igualado en el encuentro anterior. En la apertura del segundo inning, el abridor de los navegantes, Orlando Peña encontró las bases llenas (Gregory Sims por imparable, Ray Fosse por error del jardinero central Jim Williams, Dámaso Blanco por boleto intencional) con dos outs y bateó linietazo imparable hacia la izquierda bueno para remolcar dos carreras (¿no que lo pitchers no batean?). En la apertura del tercer episodio Gonzalo Márquez, Gustavo Gil y Jim Holt despacharon imparables y Sims remolcó a Márquez con elevado de sacrificio al jardín central. En el cierre del cuarto episodio, mientras Peña lanzaba sin hits, ni carreras, César Gutiérrez comenzó con infieldhit, RichScheinblum continuó con imparable a la derecha que llevó a Gutiérrez hasta la antesala, John Bateman impulsó la primera carrera aragüeña mediante imparable. Cuando Peña parecía solventar la situación obligando a Paepke a roletear por el montículo para forzar a Scheinblum en tercera y ponchando a Jim Williams, Elio Chacón se embasó por error de Dámaso Blanco y David Concepción remolcó el empate con Texas Leaguer detrás de primera base. Los Tigres tomaron la delantera en el cierre del séptimo inning, con las bases repletas, Scheinblum conecto elevado a la izquierda y Sims lanzó con tiempo al plato, pero Fosse soltó la pelota y Roberto Muñoz anotó la de irse arriba. En la apertura del noveno inning Fosse se reivindicó al despachar el primer imparable que le bateaban a Muñoz en 5.2 innings de labor. De inmediato el manager Roger Craig trajo a relevar a Gary Ross, quien concedió pasaje gratis al emergente Hiraldo Chico Ruiz. Dámaso Blanco adelantó los corredores con toque de sacrificio por el montículo. A continuación Armando Ortíz emergió por Orlando Peña y despachó una tiza ceñida a la almohadilla de tercera base que se internó en el jardín izquierdo para impulsar las carreras que le daban la ventaja de vuelta a su equipo. Para el cierre del noveno episodio, el manager Patato Pascual le dio nuevamente la confianza a Gregorio Machado y este respondió de nuevo, apoyado por gran jugada de Dámaso Blanco en la esquina caliente ante batazo difícil del emergente Virgilio Mata. Luego Gustavo Gil fue hasta la grama del jardín derecho corto para tomar roletazo candente de Charles Day y retirarlo en primera. En 48 horas Machado había puesto a su equipo dos veces a la delantera en la serie.
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Ante el análisis más reflexivo de cualquier gerencia ¿Cómo ignorar que luego de 26 años de aquellos dos pasos gigantescos dentro del empeño de un equipo aparentemente en desventaja en el papel seguiría fajado por llegar a la serie final, luego de toda una trayectoria de aprendizajes, ajustes, frustraciones y empeños obstinados, aquel novato se haya convertido en parte esencial de la historia del equipo y aparecido como el sustituto inesperado de Tim Tolman en la serie final de la temporada de 1995-96 ante un crecido equipo de Cardenales que dominaba esa instancia 3 juegos por uno? Pues ante todos los pronósticos, Machado se plantó ante la responsabilidad y con mucha determinación y temple pero también con mucha sangre fría y dientes apretados, logró controlar todo el remolino de emociones y compromiso que ardía en alguna parte entre la región consciente del cerebro y la zona más etérea del corazón, desde allí Gregorio Machado empezó a gestar la alineación que intentaría lo imposible a partir de aquel agonizante quinto juego. Entonces tuvo las agallas para sentar a Álvaro Espinoza y pasar a Eddy Díaz al campo corto para poner en la intermedia al joven Carlos Tapón Hernández , además de subir a José Francisco Malavé al quinto turno desde donde tuvo oportunidad de largar aquel inolvidable jonrón, mientras bajaba al sexto al bateador designado, que ese día fue Tyronne Woods; por otro lado supo manejar adecuadamente el bull pen al sustituir a Rich Loiselle con Ifraín Linares, quien limitó a Cardenales a una carrera en 1.1 innings luego de haber marcado 5 en los tres primeros episodios, entonces trajo a Manuel Barrios quien recibió otra anotación pero se mantuvo par de entradas lo cual le permitió apuntarse el triunfo, y remató con Melchor Pacheco, Oscar Henríquez y Dave Evans para completar el triunfo 8-7 que pondría la serie 3-2.
_________________________________________En el sexto juego Machado mantuvo a Eddy Díaz como abridor de la alineación pero lo pasó al jardín derecho, regresó a Álvaro Espinoza al campo corto y lo ubicó como quinto bate detrás de Luis Raven (bateó de 5-3 con 2 empujadas) y bajó a Malavé al sexto turno quien bateó de 6-2 con 4 remolcadas y 2 anotadas; luego supo incluir a Richard Hidalgo por Díaz, Carlos Guillén por Espinoza y Raúl Chávez por Clemente Álvarez, para reforzar la defensa hacia el final del partido que ganó Juan Francisco Castillo en trabajo completo mientras Magallanes igualaba la serie a tres juegos.
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Para el juego decisivo, pasó a Díaz al jardín izquierdo manteniéndolo como abridor de la alineación, introdujo a Andrés Espinoza como inicialista y sexto bate en sustitución de Alejandro Freire. Supo sacar a Juan Carlos Pulido luego de algún parpadeo en el séptimo tramo, y cuando Oscar Henríquez concedió dos boletos seguidos para empezar el octavo, recurrió a Dave Evans quien contra viento y marea logró lanzar los dos episodios finales inmaculados para alcanzar un título impensable 96 horas antes.
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Hizo falta un conocimiento, un dominio de la escena, una arqueología del equipo que solo tenía Machado, integrante constante y dedicado de una historia que no debe pasar desapercibida, porque luego castiga a los gerentes deportivos que pretenden pasar sobre ella, olvidando el significado y el tremendo valor de un personaje que hizo escuela, constancia y metodología, eso pasa factura, porque el fantasma de ese personaje aparecerá todas las noches que se pierda un juego por falta de conocimiento de la estructura del equipo, de la naturaleza de los peloteros, del empeño por buscar la mejor configuración del equipo a lo largo del juego y aún después de las victorias porque solo manteniendo la humildad después de estas se puede evitar muchas derrotas. Ese es el asistente de banca que los Navegantes del Magallanes han extrañado en medio de los juegos y luego de cada derrota de esta temporada 2019-2020.
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Alfonso L. Tusa C. 07 de diciembre de 2019. ©
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-47836490504272142192019-11-28T10:03:00.003-04:002019-11-28T10:03:36.157-04:00Dwight Evans: La Radiografía de aquella Atrapada.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_e_FaTISxcqDkm3QdXR-Je1B9dkTh9pkkR_gozOKe1Ck7zWkOnZQky62j7xBY7hph_Pyn54tNBx7Ebf8pKKQtfgDwiPJpU8xB392Y8jHO1OYgnd9ab9cjnTvk1X0EjqjkSAveHmR729lc/s1600/dewey28.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_e_FaTISxcqDkm3QdXR-Je1B9dkTh9pkkR_gozOKe1Ck7zWkOnZQky62j7xBY7hph_Pyn54tNBx7Ebf8pKKQtfgDwiPJpU8xB392Y8jHO1OYgnd9ab9cjnTvk1X0EjqjkSAveHmR729lc/s320/dewey28.jpg" width="320" height="179" data-original-width="300" data-original-height="168" /></a></div>
Sexto juego de la Serie Mundial de 1975. Los Medias Rojas habían regresado de la tumba con aquel increíble cuadrangular del emergente Bernie Carbo para igualar el marcador en el cierre del octavo inning ante el relevista Rawly Eastwick. Los Rojos de Cincinnati ganaban 6-3 y solo necesitaban cuatro outs para alcanzar el campeonato. De pronto Fenway Park pasó de un silencio sepulcral al momento más histérico y escandaloso desde la temporada del Sueño Imposible de 1967. Cuando el juego se fue a extrainning, parecía que era un asunto de tiempo para que los Rojos ganaran la Serie Mundial.
En la apertura del undécimo inning, Pete Rose recibe pelotazo de Dick Drago. Ken Griffey toca la pelota hacia la raya de tercera base, cerca del plato. Carlton Fisk toma la pelota a mano limpia, algo fuera de balance, y dispara un balín hacia segunda base. Tal vez es mejor cuando está algo fuera de control; porque su disparo es perfecto, Rose es out en segunda. Entonces Joe Morgan espera una recta de Drago y conecta una línea que lleva etiqueta de sobrevolar la barda del jardín derecho. Dwight Evans corre hacia atrás, más y más.
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Dwight Evans nunca tuvo una gran velocidad, era una especie de regreso a las épocas de Al Kaline, Carl Furillo y hasta Babe Ruth. Pero ningún jardinero derecho, desde Roberto Clemente, ha jugado la posición por tanto tiempo con tanta maestría. Logró apoderarse de ocho guantes de oro, su presencia en los juegos de estrellas fue perenne, y en jerga de ajedrez, fue el maestro. Cualquiera haya sido su edad, rapidez o fuerza de brazo, nadie como él ha expresado tan sistemáticamente lo que hacen los jardineros derechos. Desde que tiene uso de razón, Evans dice que siempre tuvo una pelota en sus manos. Como jugador de futbol americano, en la escuela, fue un gran recibidor, porque según él, le gustaba atrapar la pelota. Durante la temporada de beisbol, siempre tenía un guante y una pelota, hasta cuando salía a pasear. Cuando se hizo profesional en 1969, todavía hacía eso, para entrenarse acerca de cómo pasar la pelota apropiadamente desde el guante hacia su mano derecha antes de lanzarla. La meta era tomar la pelota por las costuras para efectuar un lanzamiento más rápido desde los jardines que pudiese rebotar en lugar de rodar cuando aterrizara. Eso es fundamental para los tiros desde los jardines, pero muchos jardineros tienen dificultades con eso. ‘He llegado al punto de pensar que lanzo la pelota a través de las costuras noventa porciento de las veces’, dijo Evans. “Atrapar la pelota y sacarla del guante, atrapar la pelota y sacarla del guante, ahora no hace falta mirar las costuras de la pelota, es como si hubieses entrenado tu mano a pensar por su cuenta”. La ventaja que Evans tiene sobre otros jardineros va más allá de su fuerte y preciso brazo; siempre sabe que hacer con la pelota. ‘Hay un propósito con cada pelota bateada hacia mí’. Evans piensa que su juego siempre ha estado basado en su habilidad para anticipar correctamente. ‘La anticipación es la parte más importante de jugar en los jardines’, dijo Evans. Eso parece fácil en términos generales, pero no lo es cuando la especificidad del jardinero para anticipar es tomada en cuenta.
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Primero está el fenómeno del sonido del bate con la pelota. Nadie puede calcular en ese momento con precisión, hacia donde va la pelota. Hasta las mentes más intuitivas necesitan fracciones de segundo para descifrar la información recibida. A pesar de eso, en el transcurso de ese segundo, el jardinero supremo apreciará el ángulo en el cual la pelota sale del bate y entiende al menos en cual dirección debe empezar a correr. También entenderá que tan fuerte ha sido el batazo, de acuerdo a si el lanzamiento fue recta o un envío quebrado, que tan completo fue el swing y si el sonido de contacto fue explosivo o seco.
Una vez en movimiento, volteará la cabeza para confirmar que se mueve en la dirección correcta a la velocidad adecuada, y repetirá eso, modificando su zancada si es necesario, hasta llegar al punto donde ha imaginado que la pelota caerá. En el momento final, estirará su brazo y espera que la pelota aterrice en su guante.
Es una extraordinaria secuencia compleja de decisiones y ajustes; el tiempo disponible para hacer eso varía, por ejemplo la trayectoria de una pelota alejándose de un jardinero puede ser percibida físicamente en cerca de medio segundo mientras que una bateada directo a él requiere de un segundo completo para ubicarla, pero siempre es pequeña; y hay mucho terreno que cubrir.
Tomemos una pelota bateada directamente hacia un jardinero ubicado a 65 pies de una cerca que está a 350 pies del plato y digamos que, si no es interceptada, esa pelota se estrellará contra la cerca a una altura de 9 pies y medio.
En el primer segundo completo, el jardinero no puede saber con certeza si correr hacia adelante o atrás (lo cual podría ocasionar el ocasional elevado mal calculado, donde se arranca en la dirección equivocada). Pero se asume que hace el cálculo correcto, se voltea, y empieza a correr hacia atrás, perdiendo solo la mitad de ese segundo en el proceso. Se asume también que, medio segundo después, es capaz de ajustar su carrera mientras nota que la pelota se aleja de él. Y se concede que es un corredor muy rápido.
La cantidad de tiempo que le tomará a la pelota alcanzar la cerca es afectada por el viento, por supuesto, pero en promedio será poco menos de cinco segundos.
Nuestro jardinero, arranca desde la inmovilidad y ajusta su dirección para alcanzar el vuelo de la pelota, tiene que cubrir quizás setenta y cinco pies en la misma cantidad de tiempo. Una vez en la cerca, tiene que frenar, ubicarse, saltar tan alto como pueda, extender su guante justo hacia el lugar correcto, y atrapar la pelota.
Eso es físicamente posible de hacer en el tiempo disponible (o el beisbol no existiría) pero apenas probable. No hay margen de error. Aun así, eso ocurre regularmente, exitosamente, y a veces de manera aún más espectacular.
Evans también desea impresionantemente que cada pelota sea bateada hacia su posición. ‘Anticipo lo peor y lo mejor que puede ocurrir. Me preparo para lo peor e imagino lo mejor’. Para Evans una anticipación correcta significa moverse cuando está en el terreno. ‘Quiero moverme porque sé lo que hago’, dice Evans. Eso significa que estará en movimiento en cualquier dirección desde 15 centímetros hasta 4 metros, con cada bateador y a veces con cada lanzamiento. Y casi siempre, su momento, su salto hacia la pelota, será correcto. Evans ha aprendido la mecánica de buscar la pelota tan bien como cualquiera. Con esas pelotas bateadas entre dos, correrá hacia atrás diagonalmente, tratará de rodear la pelota para alinear su hombro con el lugar donde tiene que lanzar. Estima a que distancia está de la cerca para saber como se tiene que mover cuando empiece a correr hacia atrás, y tratará, cuando pueda, correr en paralelo a la cerca con su mano enguantada hacia el terreno, para estar mejor preparado para lanzar y evitar soltar la pelota si choca contra la cerca. Hizo de todo esto un movimiento automático hace mucho tiempo.
Lo que Evans agrega, yendo hacia atrás o viniendo a tomar la pelota, es una manera especial de mantener su cuerpo alineado cuando hace la transición desde la atrapada hacia el lanzamiento. No atrapa la pelota exactamente en una posición erguida, Evans toma la pelota con su cuerpo semi flexionado y ligeramente inclinado hacia un lado. Esto podría parecer solo un toque de estilo, como una atrapada con una mano, pero tiene una razón de ser. Al tomar la pelota en un plano más bajo , se mantiene abajo mientras lanza la pelota, lo cual le permite tener la fuerza en su pie posterior, por eso puede controlar mejor su cuerpo y la pelota mientras se mueve hacia adelante. Evans usa su movimiento alineado, cerca del suelo, cada vez que puede. Durante su giro en el rincón, no completa la vuelta y lanza, en vez de eso, se mantiene cerca del suelo, mientras toma la pelota de su guante para tener la mejor posición para lanzar. Cuando ataca la pelota y la toma, en vez de mantenerse erguido, se dobla hacia adelante como un pitcher, catapultando su pie posterior en un movimiento largo y fluido hacia la diana. En realidad, es la imagen del pitcher, lo que Evans ha mantenido en mente mientras entrena su cuerpo a través de los años para ejecutar naturalmente este movimiento de alineación.
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A través de muchos años, en cada entrenamiento primaveral, Evans ha ido al rincón más lejano del terreno con un balde lleno de pelotas. Allí, cuando nadie lo mira, ordena una línea de pelotas sobre la grama. Entonces estira sus piernas hasta cierta distancia, la izquierda hacia adelante, la derecha bien hacia atrás, cercana a la primera pelota. Después, en un movimiento muy lento, para que el cuerpo pueda recordar, toma la pelota, mueve su cuerpo hacia adelante como un pitcher empezando su wind up, lleva su cuerpo hacia atrás sobre su pie posterior, entonces viene hacia a delante, cercano al suelo y lanza la pelota, mientras evalúa cada etapa de la transición, el movimiento de su brazo, el punto donde suelta la pelota, el final del movimiento. Entonces sigue con el resto de las pelotas hasta terminar la línea. Evans continúa esos ejercicios de baja velocidad al pedirle a un coach que le batee conexiones de todos los calibres. Toma pelotas en el rincón, frente a él, donde sea que sienta la necesidad de trabajar con su lanzamiento alineado. Siempre hay algunos pequeños ajustes que prologarán su rutina. Con los rodados que tendrá que atacar, prefiere tomar la pelota a un lado del pie izquierdo en vez de al frente de este.
Su tiro perderá algo de poder debido al peso del movimiento hacia adelante y atrás, pero soltará la pelota más rápido y el lanzamiento será más preciso. En cuanto a los elevados bateados de frente a él, se ha enseñado que cuando el viento y las condiciones climáticas son buenas, se debe preparar para lanzar mientras realiza la atrapada, no después, como hacen todos los jardineros. La meta es hacer una rutina de esos movimientos, pero una vez sometidos a la memoria muscular, le dan a Evans una ventaja sobre los peloteros más jóvenes y rápidos. A los 38 años de edad, Evans puede o no estar cerca del final del camino. Nadie en esta época de Nautilus y Neptuno se mantiene en mejor forma, nadie estudia con más meticulosidad cada aspecto del juego, observando cuidadosamente los fundamentos, para ganar ese centímetro extra, ese giro adicional. Pero este hombre, un devoto infinito de la técnica, al final está motivado por algo más profundo.
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Mientras crecía en California, hogar del aeroespacio y la industria de alta tecnología, el ídolo de la niñez de Evans fue Willie Mays, quien sabía más de volar y soñar que Howard Hughes. Evans es uno de pocos peloteros que usa hoy el mismo número de uniforme, 24 (Rickey Henderson, Barry Bonds, y Ken Griffey Jr. son los otros) y, como su ilustre predecesor, siempre ha sabido que el juego que practica está determinado, antes que nada, por lo que ocurre en su mente. Él, como Willie Mays, ha descubierto el secreto de inventar el espacio que ocupa. Si Evans juega o no otro juego en el jardín derecho, su manera de jugar permanecería como un modelo sobre como debería ser jugada esa posición.
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Llega a la zona de seguridad, salta y hace una atrapada increíble sobre su hombro antes que la pelota cayera en la primera fila de asientos. Entonces cae y choca contra la cerca. Ha hecho la atrapada. La atrapada del juego y la serie, pero sabe que su trabajo aun no termina. Inmediatamente rebota desde la cerca y lanza la pelota al cuadro interior. El tiro está desviado tres metros de la línea de primera base hacia el dugout. No importa. Carl Yastrzemski está ahí, y Rick Burleson ha cruzado el cuadro interior para cubrir primera base. Griffey prácticamente se ha entregado, estaba a medio camino entre primera y segunda base, Yaz lanza la pelota a Burleson para completar el dobleplay. Esa jugada fue la mejor prueba de lo que Don Zimmer le dijo a Doug Hornig en una entrevista para su libro “The Boys of October”; “¿Qué tan bueno era Dwight Evans como jardinero derecho?” Zimmer contestó con otra pregunta: “¿Conoces la diferencia entre un doble por reglas y otro por la interferencia de un aficionado?” Hornig dijo que un doble por reglas era la consecuencia de que la pelota rebotara hacia la tribuna. Y que habría interferencia si un aficionado tocaba la pelota antes que esta saliera del parque. “Bien”, dijo Zimmer. “Si la pelota se va a las gradas por su cuenta, el bateador consigue dos bases ¿Qué obtiene el bateador si un aficionado interfiere?” Hornig estaba dudoso “¿Un doble?” “Incorrecto”, dijo Zimmer. “El árbitro principal, en su mejor juicio, coloca los corredores donde piensa deberían estar. Cuando jugaba Boston y había una interferencia de un aficionado sobre una pelota bateada hacia la línea del jardín derecho, ¿sabes que pasaba? Hornig encogió los hombros. Zimmer cruzó las manos. “El bateador era enviado a primera base. Punto. Bien, el manager rival siempre se quejaba, gritando como un pandillero. . “¡Eso es un doble! ¡Eso es interferencia del aficionado! ¡Tiene que ser un doble!” El árbitro principal sonreía, señalaba hacia el jardín derecho y decía: “Ah, ah ¡No con ese tipo ahí!” Lo que quería decir era que a menos que la pelota pasara sobre su cabeza, Evans siempre la convertía en sencillo. Si tratabas de alargarlo, él te ponía out en segunda base”.
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Hubo un juego en la temporada de 1984 donde los Medias Rojas de Boston visitaban a los Atléticos de Oakland en El Coliseo. Boston ganaba 2-0 en el cierre del noveno inning. Con dos outs, Carney Lansford bateó un doble para empujar a Donnie Hill. Entonces Bruce Bochte despachó imparable al jardín derecho, el coach de tercera base envió a Lansford al plato ¡Suicidio! Evans puso out a Lansford con un disparo magnífico. “Duele en el alma perder un juego de esa manera pero no teníamos alternativa”, defendió Jackie Moore su decisión de enviar a Carney Lansford al plato. “por supuesto que sabíamos del brazo de Evans. Pero él tenía que lanzar de manera perfecta. Totalmente perfecto”.
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Jim Burton le dijo a Doug Hornig: “Yo estaba en el bull pen, así que tenía uno de los mejores asientos del estadio. Y lo más sorprendente para mí fue la reacción de Dwight. Se volteó y empezó a correr en el instante que la pelota fue bateada. No podía creerlo”.
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Se trata de un jonrón, o de un batazo que pegara en el tope de la cerca del jardín derecho que tiene una altura que solo llega hasta la cintura. Griffey anota, Morgan o trota hasta el plato o se detiene en segunda base o tercera. Los Rojos toman la delantera.
Evans va hacia atrás. Atrás, atrás, corriendo completamente inclinado. Alcanza la zona de seguridad, salta en el aire, y sobre su hombro, de alguna manera, improbablemente, hace una atrapada increíble justo antes que la pelota caiga en la primera fila de asientos. Cae y se estrella contra la cerca.
Evans recordó la jugada. “Tuve un buen salto”, dijo. “Pero había repasado eso en mi mente que haría si Morgan bateaba la pelota. Yo estaba observando cuidadosamente el tipo de lanzamiento y como se movía el bate. Estaba preparado. Sin embargo cometí un error. Si se mira el video, se puede notar. Yo estaba cargado hacia la línea de foul, porque usualmente cuando un bateador zurdo hala la pelota le confiere un efecto que va de izquierda a derecha. Solo que en esta ocasión, Morgan la bateó directa. Así, que si se mira cuidadosamente, se puede ver que cuando salto, tengo que echar hacia atrás para compensar. En realidad atrapé la pelota un poco detrás de mi cabeza”.
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Alfonso L. Tusa C.
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Referencias:
__Hornig Doug. The Boys of October. McGraw Hill. 2003.
__Falkner David. The Nine Sides of the Diamond. Times Books. 1990.
__ baseball-reference.com
__retrosheet.org
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-52870650555376723672019-09-25T10:27:00.000-04:002019-09-25T10:27:43.320-04:00 Ansiedad, depresión, desorden de pánico: El pitcher de los Reales, Danny Duffy revela su dolor silencioso.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFmlsveOhgQHu65KENHCyzQtsCjYA2DHFpqlaDHTL1XWdq-E1BSMD4q9pCh4meORzcgAFLAf91_2RGLogpAwUpUQ3osahJhHhJyup6WxZiQCBLx67MUP4RPMBViFNz-zoEHzpqAJkyMqxt/s1600/dduffy.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFmlsveOhgQHu65KENHCyzQtsCjYA2DHFpqlaDHTL1XWdq-E1BSMD4q9pCh4meORzcgAFLAf91_2RGLogpAwUpUQ3osahJhHhJyup6WxZiQCBLx67MUP4RPMBViFNz-zoEHzpqAJkyMqxt/s320/dduffy.jpg" width="227" height="320" data-original-width="189" data-original-height="267" /></a></div>
Sam McDowell. The Star. 20 de septiembre de 2019.
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Cinco cosas a saber del pitcher zurdo de los Reales Danny Duffy.
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Cuando tenía tres semanas en su primer entrenamiento primaveral con los Reales, Danny Duffy pasó una mañana temprano fildeando elevados, llevando implementos hacia el bullpen y cumpliendo con otras obligaciones de los novatos.
Cualquier cosa con tal de salir del clubhouse.
Un grupo de veteranos del cuerpo de pitcheo del equipo había convertido su casillero en un pipote de basura, envolvían comida en papel de aluminio y la metían en el morral de Duffy. Los episodios diarios iban más allá de las típicas chanzas hacia los novatos, el grupo de cinco acosaba a Duffy, un prospecto de pitcheo del alto vuelo, mientras se aprestaban a asumir sus labores. Le decían que se callara cuando hablaba. Lo llamaban acomplejado cuando los ignoraba.
Duffy había llegado a temer ir al estadio, ansioso por lo que le podía estar esperando.
“Venía con la idea de hacer nuevos amigos”, dice él. “Y me iba con la idea de no tener ninguno”.
Duffy había sufrido de ansiedad por años. Nunca sintió que pertenecía por completo en ninguna parte. En la escuela secundaria, el beisbol ayudó a sortear ese vacío, aunque no completamente, aunque sobresaliera como estrella en Lompoc, California, usualmente se sentía más cómodo a solas que con sus compañeros.
Pero al acercarse a su primer entrenamiento primaveral a comienzos de 2010, Duffy le dijo a sus padres que nunca se había sentido más emocionado. A los 21 años de edad, no esperaba quedarse con el equipo, pero esa sería su primera experiencia en el beisbol de grandes ligas, la oportunidad de conocer algunos de sus ídolos.
En tres días, sin embargo, se sintió destrozado mentalmente. Los compañeros de equipo lo molestaban a cada momento. Con cada palabra. Cada noche, durante horas de largas conversaciones telefónicas con su madre, Duffy le dijo que no estaba hecho para eso. Quería regresar a casa.
En este día particular, se había apurado para llegar al estadio de Surprise, Arizona, antes de las 6 am, esperaba vestirse y salir al campo antes que llegaran los pitchers veteranos. Y lo logró. Pero cuando regresó a su casillero después del entrenamiento, sus ropas estaban cubiertas por una sustancia roja.
Alguien había manchado su franela con salsa de tomate.
No había llevado más ropa, lo cual no le dejó otra alternativa que ponerse la franela manchada y caminar solo de vuelta al hotel.
Pocos días después, Duffy, quien fue nombrado pitcher del año en la categoría Clase A de los Reales en su primera temporada completa y después representó al equipo en el All- Star Futures Game, se presentó en la oficina del gerente general, Dayton Moore.
“Estoy fuera, hermano”, le dijo. “Esto no es para mí”.
Enfrentando el Estigma
Antes de un juego a principios de ese mes, Duffy se recostó a propósito en una silla frente a su casillero dentro del clubhouse de los Reales. La conversación derivó hacia la ansiedad y la depresión, los compañeros de equipo estaban cerca de él, su voz se tornó susurrante.
En una época cuando los retos de salud mental ganan más empatía y aceptación a través del país, este tipo de conversación aún es poco vista en los clubhouses, camerinos y deportes en general.
Con algunas pocas excepciones.
Luego de años de ignorar su ansiedad, el jugador estrella de la NBA, Kevin Love dijo que pensaba que “iba a morir”, en la cancha de baloncesto, después supo que estaba teniendo un ataque de pánico. “Todos pasamos por algo que no podemos ver”, escribió para The Players’ Tribune en 2018.
El antiguo ganador del premio Cy Young de los Reales, Zack Greinke, renunció al beisbol antes de la temporada de 2006, esperaba no regresar nunca. Una vez que lo hizo, reveló un diagnóstico de desorden de ansiedad social.
Las antiguas estrellas de baloncesto de Kansas, Markieff y Marcus Morris hicieron públicas sus batallas con la depresión proveniente desde una niñez de supervivencia en las calles de Filadelfia, aunque como escribiera el autor Jackie MacMullan, Markieff luego se hizo inaccesible para declarar sobre el tema.
“A la mayoría de los atletas no les gusta hablar de eso, y la razón es simple: el miedo”, dice Bill Cole, experto en psicología deportiva y entrenador de salud mental de atletas profesionales y olímpicos en todo el mundo.“El deporte es una cultura donde se supone que eres mentalmente duro, tienes que ser el tipo grande, la chica grande; nada debería molestarte. Hay casos donde un atleta pierde su titularidad o la confianza de sus entrenadores o siente como si hubiese desilusionado a sus compañeros de equipo. Entonces ¿Qué ocurre? Ellos permanecen tranquilos”.
La Alianza Nacional por la Enfermedad Mental estima que uno de cada cinco adultos en Estados Unidos experimenta enfermedad mental. Así que en un camerino de 53 futbolistas de Chiefs de Kansas City, habría 10. En un clubhouse de 25 peloteros de los Reales, habría cinco.
No se trata solo de que los atletas no están exentos de la enfermedad mental, en realidad son más susceptibles de enfrentar retos monumentales, aunque se oiga menos frecuentemente de ellos, dice Natalie Durand-Bush, profesora de psicología deportiva en la University of Ottawa.
“Se requiere que tengan una identidad fuerte; tienen un exigente horario de trabajo, y hay mucha evidencia de ambientes tóxicos (en el deporte), acoso, abuso, intimidación”, dice ella.
El pasado noviembre, Durand-Bush co-fundó el Canadian Centre for Mental Health and Sport (CCMHS). Los atletas pueden contactar la organización y revelar sus dificultades.
Muchos equipos universitarios y profesionales ahora incluyen un especialista conductual en su cuerpo de trabajo, como hacen los Reales. Pero por el miedo a que sus empleadores, universidades o compañeros sepan de sus visitas, ellos prefieren pagar de su bolsillo y van al CMMHS.
Comparten sus historias con una candidez variable. Algunos son abiertos. Otros son reservados, aun después de firmar voluntariamente para someterse a las sesiones. Cuando fue abordado por The Star para este trabajo, Greinke amablemente declinó hablar acerca de sus tribulaciones. Solo concede un puñado de entrevistas acerca de cualquier tema en el transcurso de la temporada.
“Las personas se extrañan de oir que algunos de los atletas más exitosos del mundo pueden tener dificultades con la salud mental”, dice Durand-Bush. “Pero las tienen”.
Duffy ganó la Serie Mundial de 2015 con los Reales. Lideró la rotación de pitcheo de los Reales de 2014 en efectividad. Cuando su contrato de cinco años termine después de la temporada de 2021, habrá ganado más de 70 millones de dólares jugando beisbol.
Durante todo ese tiempo, mantuvo la severidad de sus retos en privado. Hoy, solo un puñado de compañeros de equipo sabe lo que Duffy ha resistido. La mayoría no sabe que él regularmente ve un terapista en Kansas City. Que ha sido diagnosticado clínicamente con depresión y ansiedad.
Que este verano, antes de un juego, sufrió un ataque de pánico en la sala de conferencias del Kauffman Stadium.
“Les cuento esto porque quiero que alguien más quien lo haya experimentado entienda que no solo le ocurre a ellos”, dice Duffy. “No estoy tratando de proveerles una historia lacrimógena. Solo trato de decirles que esto es algo real, y algunos de nosotros estamos lidiando con eso, hombre”.
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Donde empezó eso
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Duffy yace en el piso de un baño en una sala de bowling, con poco aliento y sollozando.
Minutos antes, ha experimentado su primer rechazo. A petición suya, la sala de bowling reprodujo una de sus canciones favoritas y anunció que Duffy se la había dedicado a una muchacha.
Ella lo despreció.
De inmediato, Duffy no podia respirar. Sentía que su corazón resonaba en su pecho. El baño de caballeros fue su escapatoria, después de empujar la puerta, Duffy colapsó sobre el piso.
Estaba teniendo un ataque de pánico.
Tenía 13 años de edad.
Era el primero que experimentaba. Y era solo el comienzo.
“Solo esperaba que todo se nivelara y pudiera vivir una existencia normal”, dice Duffy. “Pero eso nunca ocurrió”.
Eso se incrementó hasta ser agotador, Duffy empleaba mucha de su energía para evitar cualquier cosa que lo dejara en ridículo ante sus pares. En casi cada oportunidad, el evitaba los encuentros prolongados. Asistió a solo un baile de la escuela secundaria en cuatro años, y pasó toda la noche sentado solo.
Sus compañeros de clase podían notar su incomodidad social, como la sangre en el agua, y los llamados estudiantes populares se reían de él a diario por eso. Eventualmente la burla se convirtió en física.
“Viví esa incomodidad en la escuela secundaria”, dice él.
Antes de empezar su primer año, el entrenador de beisbol de Cabrillo High School le dijo a Duffy que había quedado en el equipo. Poco después, el equipo de beisbol tuvo una aparición en el desfile de recibimiento en casa, y Duffy asumió la asignación de repartir caramelos a los niños a lo largo de la ruta. “Finalmente sentí que era parte de eso ¿sabes?” dice él, “Me dije, ‘Hombre esto es maravilloso’”.
Lejos de la escuela, durante los veranos en California, el beisbol ha ayudado a Duffy finalmente a adaptarse. Los equipos itinerantes lo reclutaban por su talento en el terreno.
La promoción al equipo formal de beisbol, esperaba él, comenzaría a delinear una adaptación similar en la escuela. Pero cuando el desfile estaba en su apogeo, mientras Duffy buscaba algo en su morral, oyó pisadas detrás de él.
Sobre la marcha, un compañero de equipo de último año lo golpeó en la espalda. La fuerza del impacto tumbó a Duffy. Eso le dejó el manotazo marcado en la piel, los muchachos alardeaban que eso era un “five star”. Mientras yacía en el pavimento, Duffy se volteó para ver quien había presenciado aquello. Los muchachos le devolvieron la mirada, riendo.
El mismo compañero de equipo lo golpeó en varias ocasiones, dice Duffy. En la escuela. En el bullpen en la práctica de beisbol. En el estacionamiento. Años despues, él se disculparía.
Duffy abandonó el desfile aquel día. Prácticamente corrió a su hogar. Detrás de su casa, desmontó los separadores de las flores del jardín respecto a la grama del patio.
Ladrillos.
Los amontonó, los metió uno a uno en un morral, y se lo colocó en ambos hombros.
Luego arrancó a correr por la calle.
“Solo quería sentirme como Rocky, hermano”, dice él.
Empezó en Serious Avenue. Subió la colina en Aldebaran. Dobló en Galaxy. Giró de vuelta hasta Titan. Y terminó en Constellation.
Noche tras noche tras noche, Duffy corría, solo. Esperaba después del atardecer, las luces de los postes guiaban sus zancadas.
La carrera se convirtió en su terapia, dice él.
Hasta que ya no fue suficiente.
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Desde Lompoc hasta las ligas menores.
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Las pistolas de radar se alineaban detrás del plato cada vez que Duffy subía al montículo durante su último año de secundaria. Su recta llegaba normalmente a las 90 mph. En 2007, los Reales de Kansas City utilizaron su escogencia de la tercera ronda para seleccionarlo en el draft amateur de beisbol. No tuvo que ir a la universidad, normalmente habría requerido asistir a la escuela de verano para calificar, e inmediatamente se reportó a las menores.
Duffy creció en Lompoc, una especie de comunidad campesina con asomo de pueblo pequeño. Había crecido rodeado de personas similares a él culturalmente.
Las ligas menores fueron un ambiente de contrastes. Algunos de sus mejores amigos eran los peloteros latinoamericanos, el actual compañero de equipo Salvador Pérez, el cátcher de Venezuela, fue uno de los primeros peloteros que conoció. El ajuste fue fácil. Pero Duffy tenía 18 años de edad. Muchos prospectos había sido drafteados en la Universidad a los 22 o 23 años. Ese ajuste se hizo difícil.
“Fui una especie de solitario en las menores”, dice él.
Los seleccionados en la Universidad frecuentaban bares después de los juegos. Ellos se burlaban porque Duffy rechazaba unírseles. Esperaba su cheque de pago cada dos semanas y se iba a Best Buy para comprar música y juegos de video.
“No quiero pintar un paisaje malo del beisbol de ligas menores. Hay adversidad en cada paso de la vida”, dice él ahora. “Hay algunos tipos quienes piensan que deberían estar jugando en un nivel más alto o que deberían haber firmado por más dinero. Eso no se debe decir entre los peloteros. Pero es inevitable. Esos viajes en bus son largos. Esos veranos son calcinantes. Es duro. No todo es playas de arena y conchas marinas”.
La meta final mantuvo a Duffy intentando. Cuando era un niño de 11 años, una chaqueta de los Dodgers de Los Angeles colgaba en su armario, había hablado de su interés por jugar en las ligas mayores. Y mientras se acercaba a esa realidad, la conversación matizó el sueño.
“Siempre pensé que todo cambiaría una vez que llegara a las grandes ligas”, dice él.
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Finalmente un diagnóstico.
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De vuelta al hotel del equipo, mientras Duffy se reunía con la plana mayor de la oficina principal de los Reales, sus bolsos ya estaban llenos con sus pertenencias.Había empacado todo.
Por años, Duffy ha citado los asuntos privados como su razonamiento para renunciar al juego en 2010. Era más fácil de esa manera. También usó esa excusa con Moore y la gerencia de los Reales, temeroso por la respuesta de los pitchers veteranos si decía la verdad. La cual es esta: Aunque hubo algunas relaciones externas fuera del beisbol que llamaron su atención, si no hubiese sido por sus experiencias en el clubhouse, “no hay manera de que hubiese renunciado al beisbol”.
Mientras salía del complejo de entrenamiento de los Reales en Surprise, se topó con tres de sus compañeros de equipo favoritos en el estacionamiento, Perez, Eric Hosmer y Jarrod Dyson. Les dijo que planeaba estudiar meteorología. Tal vez se decidiría por el baloncesto recreativo. Le rogaron que se quedara. Pero ellos solo sabían una porción de la historia.
Él necesitaba ayuda.
Duffy rechazó nombrar a los peloteros que lo atormentaban diariamente, un grupo de cinco con un director, asi los describía, pero enfatizaba su falta de prominencia con los Reales. Tres días antes de renunciar, Duffy los enfrentó. Ustedes no son mis entrenadores; no son mi padre; déjenme en paz.
“A partir de ahí, eso empeoró”, dice él.
En cuanto regresó a Lompoc a vivir con sus padres, Duffy dejó atrás ese problema.
Sin embargo no podía ignorar más el otro.
Poco después de llegar a casa, buscó terapia profesional. En ambientes íntimos, Duffy esconde poco. Sus experiencias de las semanas previas estaban cercanas ante las de la década pasada. Finalmente, se dio cuenta de que estaban intercaladas.
Un terapista le diagnosticó ansiedad, depresión y desorden de pánico.
“Lo más grande que he aprendido en terapia, y suena a cliché, es que no te puede ir mal siendo tu mismo”, dice Duffy. “Es una declaración más profunda de lo que parece. Nunca fallarás si actúas como lo que eres. Fuimos hechos de esta manera por una razón. Toma cierto nivel de confianza hacerlo. Yo no tenía esa confianza”.
Los Reales estaban pendientes. Duffy había escondido el tormento del clubhouse de ellos. Moore llamaba regularmente. Nunca hablaba de beisbol. El asistente del gerente general JJ Picollo lo visitó en persona, lo cual Duffy considera un “día clave” para su crecimiento personal. Agradece a los Reales profusamente cuando cuenta esta parte de la historia. Cree que la mayoría de los equipos su hubiese cansado de él. Solo tenía 21 años de edad. Nunca había hecho un pitcheo de grandes ligas.
“Para ese momento, lo que sabíamos de él era que tenía un gran corazón”, dice Moore. “Si él sentía que no podía dar su mejor esfuerzo en ese momento por la razón que fuera, era mejor para nosotros dejarlo encontrar su camino y apoyarlo a lo largo de este. Todos estos tipos están genéticamente acondicionados para jugar aquí. Ese es el otro material que hay que trabajar”.
Alrededor de un mes después que renunció al beisbol, Duffy se sentó en el sofá una noche y se paseó por los canales de su TV. Se detuvo en ESPN, que estaba mostrando un episodio de Baseball Tonight. El tema principal: el veinteañero Jason Heyward había jonroneado ante el as de los Cachorros, Carlos Zambrano, en su primer turno de grandes ligas.
Un año antes, Duffy había enfrentado a Heyward en un juego de ligas menores. Lo ponchó.
“Sentí otra vez el llamado de la competencia”, dice Duffy. “Me dije, ‘Vamos hombre’”.
Sabía que necesitaba más tiempo. Entrar a ese clubhouse seguía siendo una preocupación. Pero la terapia había empezado a cambiar lentamente su vida, dice él. Por primera vez, tenía confianza en sí mismo. Más que tratar por todos los medios de adaptarse, aceptó que tal vez estaba bien ser diferente.
Semanas después, llamó a Moore. El gerente general de los Reales le pidió que esperara otras dos semanas. Quería que Duffy estuviese seguro de su decisión.
Exactamente 14 días después, el teléfono de Moore sonó de nuevo.
“Estoy listo”.
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‘Finalmente me siento cómodo’
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Una tarde a las 4, días después que había regresado al beisbol, Duffy abandonó abruptamente su habitación en el hotel. No le dijo a nadie hacia donde iba, ni siquiera a su compañero de habitación, Kelvin Herrera, y francamente, tampoco lo sabía él.
Solo salió.
En los días y semanas antes que regresara a la organización de los Reales, este fue el plan que se propuso, un método aprobado por un terapista. Había optado por un tratamiento natural para su depresión y ansiedad. Las pastillas lo atontaban. Las caminatas tarde en la noche habían afectado sus nervios en la secundaria, y creía que eso podía ocurrir de nuevo.
Esa noche, Duffy viajo de vuelta por carretera desde Tempe, Arizona, hasta Surprise. Solo llevaba una tarjeta del hotel, su cartera y un teléfono celular. El reloj Garmin en su muñeca indicaba 26.8 millas. Miró el atardecer. Vio la luna ir y venir.
Cuando llegó al estadio, al terminar el viaje, revisó el reloj:
6:30 am.
Había estado afuera por más de 14 horas.
“Estuve realmente presionado, especialmente el primer par de días (después de volver al equipo)”, dice él. “Sabía lo que esto implicaba. Sabía que si iba a llegar donde quería ir, eso implicaría un verdadero reto fuera del campo”.
En una tarde calurosa del pasado verano, Duffy caminó desde el centro de Kansas City hasta el Kauffman Stadium en chancletas. Cuando The Star lo llamó la semana pasada, contestó su teléfono, hacía una caminata de siete millas hasta Guaranteed Rate Field en Chicago.
Las caminatas son más habituales que curativas ahora. A través de la terapia en curso, junto con el apoyo de su esposa y padres, ha aprendido a aceptar quien es, “con arrancadas y todo”.
En la superficie, es difícil imaginar a Duffy incómodo en un clubhouse. Está entre los mejor recibidos dentro de este. Pocos son más comprometidos con sus compañeros, visitantes del clubhouse, medios, quien sea.
Ha sido de esa manera desde 2013, cuando el pitcher y amigo nativo de California, James Shields llegó en un cambio desde los Rays de Tampa Bay, se volteó hacia Duffy y dijo, ¿Estás listo para ser cruel, hermano? Moore ha priorizado la cultura de clubhouse durante su estadía, y Duffy dice que eso ha resultado en una diferencia de “el cielo a la tierra” respecto a su experiencia en el campamento de grandes ligas en 2010.
“Finalmente me siento cómodo en mi propia piel”, dice él. “Gracias a Dios, amigo”.
Pero se trata de una lucha diaria, una realidad que el sabe podría nunca terminar. Sufre de insomnio y a menudo duerme menos de unas pocas horas por noche. La ansiedad siempre será parte de él. Siempre lo perseguirá.
En 2017, fue arrestado por manejar bajo influencia en Overland Park. “Tuve una cantidad brutal de destrezas para manejar las situaciones”, dice él. “Pienso que tener que sentir ciertas cosas con claridad me ha hecho afrontarlas mejor”, dice él. Pienso que al no huir del dolor mental, desarrollé el hábito de ser capaz de absorber la adversidad de mi vida, aquella con la cual lidia cada quien”.
Había tenido tres ataques de pánico ese año. “Sólo tres”, dice él. En una tienda por departamentos de Kansas City. Temió que había sido rudo con alguien que trató de tomarle una fotografía. Cuando la alarma se activó, Duffy se desplomó, era físicamente incapaz de mantenerse de pie.
Ese verano, experimentó otro en Kauffman Stadium, mientras atendía a los aficionados en la sala de conferencias. Duffy dobló la esquina, y sorprendido por el tamaño de la multitud, maldijo nerviosamente frente a las cámaras de televisión. Temió que eso sería transmitido en las noticias y maldijo de nuevo. Sus manos se pusieron insensibles. Ese siempre es el primer indicador de lo que viene. Se fue a la carrera de vuelta al túnel en un carrito de golf.
Tenía miedo de poner su historia a la luz pública. La vulnerabilidad sigue siendo un detonante de su ansiedad. Cree que su candor ha regresado para morderlo.
Pero despues de 74 minutos de compartir con The Star en un sábado reciente dentro del dugout del home club en Kauffman Stadium, cuando la grabación del iPhone se desactivó, Duffy hizo una pausa y ofreció un pensamiento final.
“Está totalmente bien que grabes esto”, empezó él.
“Recé por esto, hombre, porque tener esta conversación me hace vulnerable. Pero si alguien allá afuera se siente como yo, y puede leer lo que sea que ustedes publiquen y se siente mejor acerca de donde está en la vida, me siento bien haciendo esto, 100 por ciento”.
“Quiero que las personas sepan que también estuve perdido. Quiero que sepan que hay una salida sana. A veces hay que investigar duro y fajarse a través de eso”.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 24 de septiembre de 2019.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-57778786905486550602019-09-20T15:57:00.003-04:002019-09-20T15:57:40.150-04:00 Bob Moose: Su juego sin hits ni carrera ante los Milagrosos Mets.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRP_-SPsQtLeIdJPu0213F1ylFboLs6n6rbT4qskYeJ9ljGkvEr_kzdv233fEtcMyvAA4hFLPZGZsj1HgR2SeQqSy7rJdXAkklMKH_d4P43DMkbPxktV3V_7-I5nM69VfbItAvBMg8CzOS/s1600/bmoose.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRP_-SPsQtLeIdJPu0213F1ylFboLs6n6rbT4qskYeJ9ljGkvEr_kzdv233fEtcMyvAA4hFLPZGZsj1HgR2SeQqSy7rJdXAkklMKH_d4P43DMkbPxktV3V_7-I5nM69VfbItAvBMg8CzOS/s320/bmoose.jpg" width="240" height="320" data-original-width="194" data-original-height="259" /></a></div>
Piratas de Pittsburgh 4 - Mets de Nueva York 0. 20 de septiembre de 1969.
No-Hitters. Rich Westcott, Allen Lewis. McFarland. 2000. Pp 254-256.
De sus diez años de carrera en las grandes ligas, la mejor temporada que tuvo Robert Ralph Moose fue la de 1969. El corpulento derecho no solo tuvo marca de 14-3 sino que lanzó un juego sin hits ni carreras ante los próximos a ser campeones de la Serie Mundial, Mets de Nueva York. Nacido el 9 de octubre de 1947 en Export, Pennsylvania, Moose apareció en el beisbol profesional con el Salem de la Appalachian League en 1965. Su carrera fue recortada abruptamente al fallecer en un accidente automovilístico poco después de terminar su última temporada, era el 9 de octubre de 1976, su cumpleaños 29.
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Los Mets de Nueva York estaban rematando el logro de su primer banderín en la Liga Nacional cuando tropezaron con Bob Moose y los Piratas de Pittsburgh, ocupantes del tercer lugar de la división este, el sábado 20 de septiembre en Shea Stadium. Un estadio con una gran asistencia de 38.874 aficionados, estaba atento para ver si los Mets podían mantener la ventaja de cuatro juegos sobre los desinflados Cachorros de Chicago.
Moose se apareció con marca de 11-3 en el desafío ante Gary Gentry. La noche anterior, los Piratas habían retrasado la celebración del banderín de los Mets al barrerlos en una doble cartelera.
El joven Moose, de 21 años, había aumentado la afrenta al dejar a los Mets sin hits ni carreras. Ponchó a seis y caminó a tres, mientras solo permitía que le batearan cuatro pelotas hacia los jardines.
Moose recibió un gran respaldo del jardinero derecho Roberto Clemente, quien realizó una atrapada con una mano saltando en la zona de seguridad para capturar una línea peligrosísima de Wayne Garrett con dos outs en el sexto inning. Esa fue la única gran jugada defensiva de Pittsburgh en el juego.
El pitcher de los Piratas controló el juego desde el principio. En el primer inning indujo tres roletazos, uno de Tommie Agee hacia Dave Cash en segunda base, otro de Garrett hacia el montículo y el tercero de Art Shamsky también hacia Cash.
Los Mets embasaron su primer corredor cuando Ed Kranepool negoció boleto luego de un out en el segundo inning. Ron Swoboda salió con elevado a la derecha. Y JC Martin la rodó por el campocorto.
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Pittsburgh abrió el juego en el cuarto inning, al anotar tres carreras con un solo imparable. Cash negoció boleto, Willie Stargell sencilleó, y ambos avanzaron mediante bases robadas. Gentry lanzó un wild pitch para que anotara Cash y luego caminó a Clemente y golpeó a Al Oliver. Stargell anotó con otro wild pitch, y un roletazo de Manny Sanguillén sirvió para traer otra carrera. Los bucaneros no volvieron a anotar hasta el noveno inning, cuando luego de un out, Sanguillén y Richie Hebner batearon sencillos, y luego de un out forzado en segunda base, el relevista Tug Mcgraw lanzó otro wild pitch.
Moose retiró nueve Mets en fila antes de caminar a Swoboda con un out en el quinto inning. Martin forzó a Swoboda en segunda base con roletazo al campocorto, y Bud Harrelson la rodó por segunda base.
Clemente decapitó una línea de Garrett con etiqueta de extra base en el sexto inning, al saltar por encima de la cerca para atrapar la pelota mientras Moose estaba en medio de una seguidilla de 11 Mets retirados. Moose ponchó los tres bateadores del octavo inning, a Swoboda cantado y a Martin y Harrelson tirándole.
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En el noveno, el emergente Rod Gaspar abrió el inning negociando boleto en cuenta de 3 y 2. Tommie Agee levantó un elevadito a manos de Oliver en primera base. Garrett siguió con roletazo por tercera base que tomó Hebner para hacer el out en la inicial. Shamsky fue el último bateador, la rodó por segunda base y Cash la fildeó y realizó el out en el mascotín de Oliver.
Eso fue todo, Moose lograba el sexto juego sin hits ni carreras de la temporada.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 28 de agosto de 2019.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-28814734518940768052019-09-03T07:48:00.000-04:002019-09-03T07:48:01.773-04:00El beisbol venezolano refulgió en los Juegos Panamericanos de Chicago 1959.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhayFMH6Ml4tTavUwWuM8_YyGcxspASS2NDS17mMUNswaaYUXC2rslS4JNovS2ihyVjoUKAfz5y6fdSYSaeSne7dA7Kbm6EE_JwzfV3DHy59ubGnpKgfNiDeqqUZev3eklU3nSUhyphenhyphencYahGp/s1600/beisbpanam1959.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhayFMH6Ml4tTavUwWuM8_YyGcxspASS2NDS17mMUNswaaYUXC2rslS4JNovS2ihyVjoUKAfz5y6fdSYSaeSne7dA7Kbm6EE_JwzfV3DHy59ubGnpKgfNiDeqqUZev3eklU3nSUhyphenhyphencYahGp/s320/beisbpanam1959.jpg" width="320" height="175" data-original-width="365" data-original-height="200" /></a></div>
Siempre se ha escuchado y respetado los análisis de entendidos en la materia y periodistas deportivas respecto al mayor logro del deporte amateur de conjunto. Por mucho tiempo se habló y muchos lo mantienen que el Campeonato Mundial de Beisbol de 1941 ha sido la máxima hazaña del deporte venezolano de conjunto. Otros hablan de los héroes de Portland de 1992, otros de la gesta México 2015 que llevó al baloncesto a sus segundos Juegos Olímpicos y de la medalla de oro del voleibol en los Panamericanos de República Dominicana 2003. También se habla de los campeonatos mundiales de beisbol juvenil de 1960 (cuando Nicolás Jaimes blanqueó al equipo cubano) y 1978 (cuando Norman Carrasco y William Moreno entre otros derrotaron a la novena cubana). Sin embargo existe un equipo de beisbol, quizás un poco olvidado, en las telarañas del tiempo, que tiene tantos méritos o pergaminos como cualquiera de los mencionados arriba, su historia habla de pocas expectativas, no se esperaba grandes cosas de este equipo, pero sus integrantes si tenían mucha determinación, mucha pasión, mucha disposición de aprender y dar lo mejor sobre el terreno.
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El manager de aquel equipo era José Antonio Casanova, el campocorto de la novena ganadora del campeonato mundial de 1941. Estuvo asistido por los coaches Andrés Quintero y Emiro Álvarez. Ángel Zambrano, presidente de la Federación Venezolana de Beisbol Aficionado también designó a Jesús Rodil como kinesiólogo y a José Domingo Martínez Morales como médico, y como delegado a Antonio Lares. Casanova y sus asistentes convocaron una preselección de 100 peloteros. Luego de muchas jornadas de prácticas extenuantes, la selección quedó conformada de la siguiente manera:
Lanzadores: Enrique Capecchi. Tadeo Flores (Z-+). Francisco Oliveros (+). Luis Peñalver. Manuel Perez Bolaños. José Perez (Z-+).
Receptores: William Troconis (+). Raúl “Cigarrón” Landaeta (+).
Jugadores del cuadro: Dámaso Blanco. José Flores. Domingo Martín Fumero (+). Rubén Millán. Luís Manuel Hernández .
Jardineros: Francisco “La Manca” López (+). Eduardo “Tata” Amaya (+). Miguel Girón. Lucas Ferreira (+).
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Capecchi recuerda que antes de viajar a Chicago hicieron un juego de práctica ante un combinado de peloteros retirados y profesionales “su pitcher se llamaba Saturnino Pérez, tenía como 45 años y nos ganó el juego. Después de eso muchos periodistas empezaron a decir que no teníamos nada que buscar en Chicago, que mejor enviaran a Saturnino Pérez, que nos había ganado un viejo”. Al llegar al comité organizador del torneo beisbolero de eso Panamericanos, seguían siendo vistos con desaprobación. “Ni los propios equipos con que jugábamos creían que íbamos a ganar, todos se preguntaban para qué fuimos, decían que no teníamos vida”, recordó Capecchi.
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De acuerdo a los entendidos se esperaba una cerrada batalla entre Cuba y Estados Unidos por la medalla de oro, tenían varios peloteros de alto nivel considerados prospectos de grandes ligas. Por otro lado estaba el morbo geopolítico de “la guerra fría”.
Antes de viajar uno de los receptores Emilio Vargas, presentó una falla cardíaca y fue separado del equipo. Todo equipo debía estar constituido por 18 peloteros, Venezuela asistiría a la cita panamericana con 17 jugadores debido a que la situación de Vargas se presentó justo antes del viaje y no hubo oportunidad de suplantarlo. Entonces hablaron con Cigarrón Landaeta para que además de jugar en los jardines, fungiera como cátcher de respaldo para William Troconis.
El día anterior a la salida hacia Chicago, el manager Casanova declaró que la mayor virtud de su equipo era la calidad defensiva y que esperaba un buen desempeño. El desenlace del torneo mostró que había optado por un prudente bajo perfil, por cuanto fue el pitcheo más que la defensa, el atributo esencial de aquella novena.
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El equipo venezolano viajó hacia Chicago el 23 de agosto de 1959, durante los días previos a la inauguración del torneo, José Flores y Cigarrón Landaeta presenciaron un juego entre los Yanquis de Nueva York y los Medias Blancas de Chicago desde las gradas del jardín central. En el quinto inning, el receptor de los Yanquis, Elston Howard despachó un jonrón inmenso hacia el jardín central. Landaeta le dijo a Flores: “¡...Negro....para que usted dé un jonrón aquí tendrá que batear dos veces!” El negro Flores no dijo nada y se quedo mirando a la distancia el home plate.
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Varios de esos días previos a la inauguración de los juegos, los muchachos del equipo de beisbol tuvieron un visitante especial en su alojamiento de la Universidad de Chicago. Luis Aparicio Montiel fue unas noches a la concentración y conversaba con sus coterráneos, les llevó varios bates y pelotas con los cuales pudieron entrenarse adecuadamente. También les hizo observaciones del terreno de Comiskey Park, que debían esperar, o como debían posicionarse de acuerdo a las características del cuadro interior y los jardines.
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Debutaron el 28 de agosto en Comiskey Park, ante la escuadra estadounidense. Manuel Pérez Bolaños aisló ocho imparables de los norteamericanos. En el segundo episodio José Flores enfrentó a William Mansfield y bateó un linietazo entre el jardín central y el derecho, la pelota aterrizó unas sillas más arriba del jonrón de Elston Howard, cuando Flores llegó al plato al primero que buscó en el comité de recepción fue al Cigarrón, se sonrió con él y le cambió la visera de la gorra hacia atrás. William Troconis y Rubén Millán conectaron tres imparables cada uno. Venezuela se apuntó la victoria 11 carreras por 6, entonces dejaron de mirar al equipo de manera despectiva, tanto los rivales, como los entendidos.
El único juego perdido del equipo venezolano ocurrió el 1 de septiembre ante la representación mexicana. El zurdo Tadeo Flores cargó con la derrota, permitió dos de las tres anotaciones aztecas, fue relevado por Luis Peñalver y José Flores. Luis García logró diseminar 9 imparables de los bates criollos para blanquearlos 3-0. Todo parecía regresar al pronóstico inicial, solo el manager Casanova y cada uno de los integrantes del equipo sabía por cual motivo habían viajado hasta Chicago.
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El 2 de septiembre se encargaron de mostrar de que eran capaces, zarandearon a Brasil 14-1, mientras los lanzadores Enrique Capecchi (solo permitió un imparable en cinco innings) y Francisco Oliveros maniataban a los brasileños; Miguel Girón y Eduardo Amaya largaron tres imparables cada uno. Por supuesto, no faltaron los comentarios irónicos de quienes recalcaban que cualquiera le ganaba a un equipo sin tradición beisbolera como Brasil.
Para el cuarto encuentro enfrentaron a la representación de Costa Rica. Ese 3 de septiembre, Luis Aparicio estaba libre de compromiso con los Medias Blancas y presenció el juego desde el dugout criollo. Un jovencísimo Luis Peñalver lanzó completo para anotarse el triunfo 14-1. Luis Manuel Hernández comandó la ofensiva mediante triple, doble, sencillo, dos empujadas, dos anotadas, además Eduardo Amaya largó estacazo de 430 pies. Había culminado la ronda clasificatoria y Venezuela estaba igualada con idéntico registro de 3 victorias y una derrota con los equipos de México y Estados Unidos. Lanzaron una moneda para decidir que equipo pasaba directo a la ronda final y cuales debían jugar para decidir el otro clasificado. La moneda indicó que Venezuela tenía el acceso directo.
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Ese día en medio de la algarabía de la clasificación, el manager Casanova decidió llevar a los muchachos a darse un baño en las aguas del lago Michigan. El Dr. Martínez Morales recuerda con hilaridad los pormenores de aquella excursión. “Ellos creían que se iban a encontrar una playa de aguas tibias como las venezolanas. Por más que afuera hacía mucho calor porque era pleno verano. Cuando metieron los pies en el agua salieron corriendo. “Caramba, esto parece hielo del polo norte”. Luego se bañaron porque para eso habían salido, pero entrada por salida. De regreso empezaron a bromear y como vieron a Dámaso Blanco ensimismado, demasiado abstraído; empezaron a simular la voz del locutor interno del tren metropolitano. ‘Forty five with thirty seven station…’ Uno de los muchachos empezó a imitar la voz del locutor: ‘Cuuuriepe Station’, de inmediato Dámaso abrió los ojos y preguntó: ‘¿Quién dijo eso? ¡A que no me lo dicen aquí, de frente…!’
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Para el primer juego de la ronda decisiva, el manager Casanova designó al zurdo José Pérez para enfrentar a Cuba. Ese 4 de septiembre, Rubén Millán empezó el asedio en el primer inning al negociar boleto ante Alfredo Street. Dámaso Blanco despachó imparable y Cigarrón Landaeta siguió el ataque con sencillo remolcador. Dámaso también anotó por error del receptor.
Los cubanos igualaron el marcador en el cierre del segundo inning mediante imparables de Urbano González, Jorge Torres y Street.
En la apertura del tercer inning, Dámaso negoció boleto y llegó hasta tercera base mediante imparable de William Troconis, luego anotaría con elevado de sacrificio de Eduardo Amaya al jardín central.
Mediante doble de Antonio Crespo y dos elevados de sacrificio, Cuba volvió a igualar la pizarra 3-3 en el cierre del cuarto inning.
En la apertura del quinto inning el equipo venezolano marcó dos carreras amparado en imparables de Troconis, Eduardo Amaya y José Flores, lo cual provocó la salida de Street del montículo. R. Pérez vino a relevar y Landaeta bateó elevado de sacrificio para remolcar la tercera anotación del inning, la cual a la postre se convertiría en decisiva para la definición del encuentro.
En el cierre de ese quinto inning, los cubanos se acercaron mediante doble de Mario González, sencillo remolcador de Urbano González y marfilada en tiro de la defensa del cuadro interior permitió la segunda anotación.
Ese marcador 6-5 prevaleció hasta el cierre del noveno inning, cuando el relevista Manuel Pérez Bolaños ponchó al toletero Alberto Castillo para colgar el out veintisiete que decretaba la victoria venezolana.
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Para el 5 de septiembre se presagiaba un apretado desafío por cuanto los estadounidenses iban por el desquite. En efecto ellos picaron adelante con una carrera en el primer inning. Solo que en el cierre de esa entrada William Troconis descargó cuadrangular para igualar las acciones. Los norteamericanos atacaron otra vez en el séptimo inning y tomaron ventaja 2-1 ante el abridor venezolano Enrique Capecchi, quien ese día lanzó un buen juego permitiendo solo dos anotaciones en ocho innings. Hubo de salir del encuentro debido a un pelotazo en un pie propinado por el pitcher norteamericano Ron Kelpfer. Por esa razón salió a relevar José Pérez.
En el cierre del séptimo inning Kelpfer ponchó a los tres bateadores. En esa ocasión Cigarrón Landaeta protestó con vehemencia la apreciación del tercer strike y empujó al árbitro principal Otto Kuehn por lo cual fue expulsado, mientras desde el dugout se escuchaban encendidas voces de protesta.
En el cierre del octavo se desató una tormenta de reclamaciones venezolanas cuando Kuehn sentenció foul un toque de Rubén Millán, quien tenía dos strikes en su cuenta, lo cual decretó el out por regla. Todo el equipo venezolano salió a protestar al campo pero la situación fue controlada por la policía, que persuadió a los venezolanos para que regresaran a la banca. Entonces Troconis bateó un largo elevado al jardín central que atrapó Tyrone Cline, quien cayó de espaldas y perdió la pelota por lo cual entraron las carreras que pusieron adelante a Venezuela en las piernas de Dámaso Blanco, quien corría en primera base y del propio Troconis. De esa manera se conseguía el segundo triunfo en la serie decisiva.
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José Antonio Casanova estuvo reunido por varios minutos en el dugout con Emiro Álvarez y Andrés Quintero. Esa noche, en la concentración de la universidad, Luis Peñalver se mostró complacido por la oportunidad que le brindaba el manager. “No se arrepentirá de haberme dado la pelota para abrir este juego. Voy a dar lo mejor de mí”. Tadeo Flores, José Pérez, Pérez Bolaños, Francisco Oliveros y hasta el propio Capecchi se mostraron dispuestos a subir al montículo en caso de cualquier eventualidad y conversaron con Peñalver acerca del juego que se avecinaba.
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Ese domingo 6 de septiembre de 1959, Peñalver asumió el reto en Wrigley Field y cumplió lo que había prometido a Casanova, espació media docena de imparables boricuas y lanzó completo, mientras sus compañeros lo respaldaron desde el primer episodio mediante triple de Troconis y sencillo de Amaya. En el cuarto inning Francisco “La Manca” López descargó cuadrangular para llevar la ventaja a 2-0. Marcaron otra rayita en el quinto mediante dobletes de Domingo Martín Fumero y del propio Peñalver. Troquelaron dos carreras más en el octavo. Peñalver, quien llegó a retirar hasta nueve puertorriqueños en fila, mantuvo inmaculado el plato hasta el cierre del octavo cuando concedió un boleto y permitió doblete a Carlos Nazario. En la apertura del noveno los venezolanos lograron otra anotación para darle algo más de respiro a Peñalver. En el cierre de ese inning Reinaldo Vásquez despachó jonrón, pero Peñalver completó su labor y Venezuela alcanzó la medalla de oro, la única presea de ese metal que ganó la delegación criolla en esos Panamericanos, ante el júbilo de los peloteros y los atletas venezolanos que presenciaban el juego en las tribunas.
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Domingo Martín Fumero fue uno de los grandes campocortos del beisbol amateur venezolano, su calidad defensiva fue tal que muchos entendidos llegaron a compararlo con Luis Aparicio y Alfonso Carrasquel que es bastante decir. Siempre defendió los colores de la UCV en los campeonatos distritales y prefirió seguir sus estudios de medicina antes que saltar al beisbol rentado. Se especializó en dermatología y fue un exitoso médico.
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“Para el acto de premiación, los organizadores no disponían de la grabación del himno venezolano. Entonces Casanova levantó las manos y empezamos a entonarlo con la voz entrecortada pero desde lo más profundo de los pulmones. De inmediato sentimos el eco de los atletas venezolanos empinados en las tribunas”, recuerda Dámaso Blanco.
William Troconis resultó campeón bate con promedio de .500 al conectar de 22-11; igualado con el boricua Irmo Figueroa (18-9).
José Flores fue líder en triples (3)
Luis Peñalver – Líder en Ganados y Perdidos (2-0)
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Alfonso L. Tusa C.
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Fuentes
-Diario El Nacional.
-1959: 55 años de una gran hazaña venezolana. Luís Guillermo Valera.
-¡AL FIN! EL BEISBOL EN CASA- “Hemos llegado al templo del deporte, estamos en casa…”. INFATIGABLES. Blog de Víctor José López /Periodista. Domingo, 20 de septiembre de 2009.
-“50 años. Hazaña del béisbol venezolano, oro panamericano de 1959, Chicago”. José Antero Núñez.
- Una Temporada Mágica. Alfonso Tusa. LVBP. Central Banco Universal. 2006. Pp 175-177
- Pensando en Ti Venezuela. Una Biografía de Dámaso Blanco. Alfonso Tusa. 2011. Pp 54-56.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-32222292621888215612019-09-02T08:38:00.005-04:002019-09-02T08:38:53.633-04:00#Esquina de la Barajitas. Mitchell Page, Topps, 1984.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQclp0JNlhpCOJDCdXKnCZ5MyFYH4qpuzFEmxXXjyW6D5fTJxkUxOqtgfquTfzyjk8yVja-qmd_51G0rQXilv2FiujafAmWF2qHt47goRGajC77or2PmTFfL6n-1lUILysenNgD2MmiPr1/s1600/mpage1984.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQclp0JNlhpCOJDCdXKnCZ5MyFYH4qpuzFEmxXXjyW6D5fTJxkUxOqtgfquTfzyjk8yVja-qmd_51G0rQXilv2FiujafAmWF2qHt47goRGajC77or2PmTFfL6n-1lUILysenNgD2MmiPr1/s320/mpage1984.jpg" width="231" height="320" data-original-width="792" data-original-height="1096" /></a></div>
Bruce Markusen.
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Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown.
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La barajita Topps de Page de 1984, a través de la acción fotográfica y el retrato más pequeño, nos da una idea de su apariencia única. Con su gran cráneo, prominente mentón, y rostro rudo, Page podría ser fácilmente identificado en una multitud. Adicionalmente, casi siempre usaba anteojos o lentes de sol oscuros, de grandes monturas metálicas que se usaban mucho en los años 1970 y 80.
Page también tenía un físico impresionante. Tenía hombros amplios y brazos musculosos, acentuados por muñequeras amarillo brillante. En un tiempo cuando pocos peloteros levantaban pesas como rutina, Page parecía uno de los peloteros más fuertes de su época. El inusual uniforme verde de Oakland en las giras completaba la pinta de un pelotero que podía señalarse a varias decenas de metros de distancia.
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Catorce años antes de aparecer en esta barajita Topps, Page parecía estar en el umbral de empezar su asociación con los Atléticos. Lo tomaron de Compton Community College en la cuarta ronda de la fase de enero del draft. Pero Page optó por no firmar, en lugar de eso siguió su educación universitaria y retrasó su elegibilidad para ser drafteado de nuevo hasta 1973. Allí fue donde los Piratas de Pittsburgh seleccionaron al jardinero y bateador zurdo en la tercera ronda del draft de junio. Esa vez Page firmó y fue asignado al Charleston de la Western Carolinas League, donde completó su primera temporada profesional.
Los Piratas lo mantuvieron en Salem todo 1974. Jugó bien allí, bateó para .296, negoció 70 boletos y despachó 17 jonrones. También estafó 15 almohadillas. Con su combinación de habilidad para robar bases y poder jonronero, Page se catapultó cerca del tope de la lista de prospectos de los Piratas.
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En 1975, Page fue promovido a la Double-A Texas League, allí logró números aún mejores contra un pitcheo de nivel más alto. Con un OPS de .906, 23 jonrones, 23 bases robadas, estaba listo para seguir subiendo en 1976. Jugó para los Charlies de Charleston, la filial AAA de los Piratas, y alcanzó números similares de poder y velocidad, mientras también hacía la transición desde los jardines hacia primera base.
Había pocas dudas de que Page estaba listo para jugar en grandes ligas para 1977. Desafortunadamente, tropezó con obstáculos en Pittsburgh. Page era primera base y jardinero de las esquinas; los Piratas estaban bien apertrechados con Willie Stargell y Bill Robinson en primera base, Al Oliver en el jardín izquierdo, y Dave Parker en el derecho. Simplemente no había espacio para que Page jugara regularmente.
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Page se reportó al entrenamiento primaveral con los bucaneros en 1977, pero no llegó a aparecer en el campamento de la franquicia. El 15 de marzo, los Piratas efectuaron un mega cambio que solventó una necesidad que tenían en tercera base. Al adquirir a Phil Garner (junto al veterano jugador del cuadro Tommy Helms y el prospecto de pitcheo Chris Batton), los Piratas tuvieron que entregar un enorme paquete de seis peloteros. El cargamento incluía a Page, junto al prospecto jardinero Tony Armas y los pitchers George “Doc” Medich, Rick Langford, Dave Giusti y Doug Bair.
Mientras los Piratas era un buen equipo repleto de jardineros y primeras bases de calidad, los Atléticos enfrentaban un período difícil después de sus años gloriosos de 1972, ’73 y ’74. Necesitaban talento en casi todos los lugares del diamante. Los Atléticos tenían varios veteranos de renombre, pero la mayoría era peloteros que habían visto pasar sus mejores días, incluyendo los antíguos Piratas, Giusti, Medich, y Manny Sanguillén, junto a otros veteranos como Dick Allen, Earl Williams, Willie Crawford, y Stan Bahnsen. Cinco o seis años antes, eso peloteros pudieron haber hecho de los Atléticos un contendor. Pero ahora solo eran parte de un equipo que había tenido mejores días.
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Enfrentado con la tarea inmensa de la reconstrucción, el manager de los Atléticos, Jack McKeon instaló a Page como su jardinero izquierdo regular. Para sorpresa de pocos, Page destacó como punto brillante en un equipo que estuvo cerca de perder 100 juegos. Con solo 25 años de edad, Page bateó 21 jonrones, robó 42 bases y negoció 78 boletos. Alcanzó un OPS de .926, impresionante para cualquier pelotero pero fenomenal para un novato. Hacia el final de la temporada, McKeon comparaba a Page con un jugador estrella de la Liga Americana recientemente retirado que había ganado dos títulos de bateo.
“Me recuerda mucho a Tony Oliva”, le dijo McKeon a Fred McMane de Baseball Quarterly. “Oliva tenía la facultad de aprovechar todo el terreno. Era muy difícil defenderse ante él”.
Mientras tanto, los fanáticos de Oakland sentían que los números de la primera temporada de Page eran lo suficientemente buenos para merecerle los honores del Novato del Año, pero los periodistas de la Liga Americana le otorgaron el premio a Eddie Murray de los Orioles de Baltimore. Page llegó segundo en la votación.
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Desde el comienzo, Page se convirtió en un pelotero popular con los fanáticos de Oakland. El narrador por mucho tiempo de los juegos de los Atléticos, Monte Moore, lo apodó “The Swingin’ Rage”, un apodo pintoresco que rimaba con su apellido y caló en el area de la bahía. Page siempre parecía tener una sonrisa en el rostro, fuese en los jardines o en las bases. También se tomaba algún tiempo para hablar con los fanáticos, conversaba con ellos regularmente antes de los juegos.
Dados su popularidad y talento, Page parecía un pelotero alrededor del cual los Atléticos podían armar un equipo competitivo. Pero como muchos peloteros jóvenes, no le fue tan bien en su segunda temporada. Tuvo un año productivo en 1978, pero sus jonrones, bases robadas, y promedio de bateo, estuvieron por debajo de sus números de novato. También recibió algunas críticas por estar fuera de forma, el exceso de peso afectó su velocidad y defensa. Una lesión en el pie antes de la temporada que implicó depósitos óseos y estiramiento de ligamentos, tampoco ayudó.
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En 1979, la actuación de Page desmejoró más. Su promedio de bateó cayó a .247. bateó solo 9 jonrones. Con la irrupción del joven Rickey Henderson en el jardín izquierdo, Page empezó a jugar más y más como bateador designado. La prospectiva de ser bateador designado no le atrajo a Page.
“Si no puedo jugar en los jardines aquí”, le dijo Page a Sporting News, “entonces espero que me dejen libre el año próximo”.
Page no consiguió su deseo. Fue forzado a jugar como bateador designado en 1980, mientras los Atléticos mostraban uno de los mejores tríos de jardineros jóvenes del juego con Henderson, Dwayne Murphy y Armas. Mientras Page odiaba ser bateador designado, su bateó tuvo una remontada. Subió sus jonrones a 17 e incrementó su OPS a un más respetable .754.
Un mal momento a la ofensiva al comienzo de 1981 ocasionó el regreso de Page a las ligas menores, justo antes que los peloteros iniciaran la huelga. Como resultado de esto, Page continuó recibiendo su remuneración durante el paro de los peloteros. Hacia el final de la temporada recortada por la huelga, regresó para jugar en tres juegos de los Atléticos, todos como bateador emergente. Page solo tenía aún 29 años de edad, pero el estrellato que había brillado en 1977, parecía a años luz de distancia.
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En 1982, Page compartió su temporada entre Oakland y el Tacoma AAA. Luego jugó todo el ’83 con los Atléticos, pero ese fue un año frustrante cuando solo fue usado esporádicamente desde la banca. En 1984, se reportó al campamento de los Atléticos, pero no permanecería todo el entrenamiento primaveral en Arizona. El 29 de marzo, los Atléticos despidieron a Page, para terminar su estadía de siete años en Oakland.
En mayo, Page fue contactado por su equipo original, los Piratas, quienes le extendieron un contrato de ligas menores. Luego de mostrar un buen desempeño con el Tacoma AAA, donde bateó para .328, los Piratas lo llevaron de vuelta a las grandes ligas en agosto. Lo utilizaron como bateador emergente, un papel en el cual Page destacó. En 15 apariciones, bateó tres imparables y acumuló tres boletos, lo cual le dio un porcentaje de embasado de .417.
Page parecía que podía haber encontrado un nuevo papel en el cual prosperar, pero tenía 30 años de edad y jugaba para un equipo de los Piratas que enfrentaba una fase de reconstrucción. En octubre, los Piratas, lo dejaron en libertad, aunque le ofrecieron una invitación fuera del roster para el entrenamiento primaveral.
En 1985, Page jugó la temporada completa con el Hawaii AAA, pero tuvo números mediocres, eso, lo convenció de que era la hora del retiro. A la edad de 32 años, los días de Page como jugador activo habían terminado.
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Se alejó del beisbol por completo por unos años, pero regresó al juego en la década de 1990, como instructor de bateo de ligas menores con el Tacoma. También recibió la oportunidad de aparecer en la película de beisbol, Angels in the Outfield, la cual llegó a las salas de cine en 1994. El año siguiente, los Reales de Kansas City lo llevaron de vuelta a grandes ligas como su coach de primera base. Y entonces en 2001, los Cardenales de San Luis, lo promovieron a su cuerpo técnico de ligas mayores como instructor de bateo. Allí fue donde Page encontró su verdadero nicho.
En contraste con algunos coaches de bateo de la vieja escuela, a Page le gustaba trabajar con videos para analizar el swing de los bateadores de los Cardenales y mostrarles cualquier falla mecánica. También tenía una personalidad llevadera, lo cual le permitía socializar con los jóvenes bateadores de los Cardenales, la mayoría de ellos nunca lo vio jugar. Con su enfoque apasionado del arte de batear, Page se convirtió en favorito de los peloteros de los Cardenales.
Page se hizo popular hasta con los fanáticos de Cardenales, algunos de los cuales lo reconocieron como el mejor instructor de bateo que la franquicia hubiese empleado. Desafortunadamente, Page también tenía problemas de adicción. Por años, estuvo bebiendo mucho, y para 2004, el problema se agudizó.
Esa temporada, los Cardenales ganaron 104 juegos en camino a la Serie Mundial. Varios bateadores de los Cardenales tuvieron grandes temporadas bajo las observaciones de Page, incluyendo a Albert Pujols, Scott Rolen, y Jim Edmonds. Pero Page claramente tenía un problema.
“Trabajé bajo la influencia del alcohol”, le dijo Page a St. Louis Today en 2005 en una historia donde al manager de los Cardenales, Tony La Russa le preguntaron acerca de un reportero que olió alcohol en el aliento de Page.
Despues de la Serie Mundial, una barrida en cuatro juegos a manos de los Medias Rojas de Boston, La Russa se sentó con Page y le informó que lo estaba dejando libre.
Page aceptó su responsabilidad, al admitir en muchas entrevistas que “Metí la pata”.
Al reconocer que sus problemas de bebida habían alcanzado una etapa crítica, ingresó a un centro de rehabilitación. Después de completar la fase inicial del tratamiento, Page intentó rehacer su vida. En 2006, recibió una oferta para convertirse en el coach de bateo de los Nacionales de Washington. Aceptó el ofrecimiento, pero el año siguiente se ausentó por lo que describió como “problemas personales”.
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En 2010, regresó a los Cardenales como instructor de bateo de ligas menores, pero el trabajo solo duró por el entrenamiento primaveral. Aún así, Page parecía haber enderezado su vida. Se mantuvo en contacto con el coach de los Cardenales, Dave McKay, quien vio a Page en el otoño de 2010 y reportó que lucía y se sentía bien. De acuerdo a McKay, Page recientemente se había asentado y comprado una casa. Pasaba mucho tiempo haciendo trabajo voluntario para una iglesia local.
Entonces una noche sabatina de marzo de 2011, Page se metió en su cama para el descanso nocturno. Nunca despertaría. Falleció durante la noche, solo tenía 59 años de edad. Hasta la fecha no se ha establecido una causa oficial de fallecimiento.
Es difícil saber exactamente que ocurrió esa noche. Además de sus batallas con el alcoholismo, Page había sido un fumador de toda la vida. Quizás su cuerpo simplemente colapsó. Probablemente nunca lo sabremos.
Ese fue un triste final, una vida que resultó muy corta, pero quizás podamos tranquilizarnos al saber que Page pareció encontrar algo de paz cerca del final de su vida. También dejó un legado como una de las personas más amigables del juego.
Quienes lo conocieron en vida, como pelotero activo y coach, lo apreciaron por sus modales llevaderos, su voluntad para hablar y su naturaleza para hacer ajustes.
Aunque Page batallaba con sus demonios, encontraba la manera de hacerle sentir a los demás que eran importantes para él.
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Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A BaseballDynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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Nota del traductor:
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Actuación de Mitchell Page con los Navegantes del Magallanes en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional:
Temporada 1976-77: 63 juegos. 245 VB. 48 CA. 76 H. 13 2H. 5 3H, 13 HR, 57 CI. 8 BR. .319 AVG.
Temporada 1977-78: 38 J. 138 VB. 31 CA. 41 H. 10 2H. 2 3H. 7 HR. 29 CI. 7 BR. .297 AVG.
Temporada 1978-79: 42 J. 167 VB. 23 CA. 48 H. 9 2H. 3 3H. 3 HR. 32 CI. 6 BR. .287 AVG.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-29001454267788379372019-08-01T15:22:00.002-04:002019-08-01T15:22:24.730-04:00 Luego de una larga espera, Carlos “Terremoto” Ascanio, Leonardo Hernández y Edwin Hurtado acceden al Salón de la fama del Beisbol Venezolano.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkM-uudjB07-xnu1gLOb6kLoo68AzcXcxX7Txhpox5CmV8lKk697sSD6QoOb9mjyJLuZIJHDxmMbGNkFxthL2PRWXPGDfuIrzPd3oadfSu0ZgzmrEsirY06Wa1wyNT2pdk_9Coz12AuWIf/s1600/cascanio.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkM-uudjB07-xnu1gLOb6kLoo68AzcXcxX7Txhpox5CmV8lKk697sSD6QoOb9mjyJLuZIJHDxmMbGNkFxthL2PRWXPGDfuIrzPd3oadfSu0ZgzmrEsirY06Wa1wyNT2pdk_9Coz12AuWIf/s320/cascanio.jpg" width="212" height="320" data-original-width="183" data-original-height="276" /></a></div>
Hay peloteros, muchos peloteros, quienes delinearon matices, inspiraciones y tonalidades intensas en los campeonatos de las distintas etapas históricas del beisbol venezolano, muchos de ellos quizás son figuras borrosas en la memoria de las nuevas generaciones, o permanecen indelebles en el recuerdo como aquella barajita de un álbum de finales de la década de 1960 e inicios de 1970, había una sección de Inmortales donde esa leyenda relucía en el extremo superior en letras anaranjadas, de allí recuerdo al primera base Carlos Ascanio, en la parte posterior de la barajita aparecía la fecha y lugar de nacimiento junto a las características más resaltantes del pelotero. A Leonardo Hernández lo recuerdo por un reportaje de aquel periódico fugaz existencia “Meridiano en la tardecita”, destacó como novato en la temporada 1978-79. Mis referencias más nítidas de Edwin Hurtado proceden del bicampeonato de Cardenales de Lara (1997-98 y 1998-99).
Ascanio fue el primera base del Magallanes cuando Vidal López lanzó su primer juego sin hits ni carreras ante el Santa Marta, el 7 de julio de 1941 en el Estadio San Agustín. Allí demostró toda su habilidad y maestría con el mascotín al completar nueve outs y realizar una asistencia. Además en el cierre del séptimo inning conectó imparable, robó segunda base y desde allí anotó mediante imparable de Pedro Buzo Nelson que le dio cifras definitivas al marcador. El año anterior Ascanio había acompañado a Vidal y Alejandro Carrasquel como refuerzos de los Elefantes de Cienfuegos en el campeonato cubano. El 3 de noviembre Vidal debutó como pitcher y quinto bate de los paquidermos para vencer a Manuel Cocaina García 5-3, en primera base Carlos Ascanio mostró toda su maravillosa defensiva.
En las series nacionales de Primera División, Ascanio jugó entre con Deportivo Caracas (1936), Vargas (1937-1940), Magallanes (1941, 1943-1944), Venezuela (1942-1943) y Los Sapos (1945). En 8 temporadas bateó para .275, 132 imparables en 480 turnos al bate. Participó en 119 juegos.48 carreras anotadas, 33 impulsadas, 14 dobles, 6 triples, 1 jonrón. 8 bases robadas.
En el segundo juego de la serie final de la temporada 1946-47, Ascanio bateó de 3-1 y anotó dos carreras que apoyaron la reacción de los Sabios en los innings 9 y 10 para igualar a cuatro y marcar otras cuatro respectivamente para igualar la serie ante Cervecería Caracas. En el tercer encuentro bateó de 5-2 y anotó una carrera en ruta a una victoria 11-5 y en el cuarto desafío, Ascanio bateó de 3-1. En el sexto inning realizó una jugada inmensa en primera base ante una línea trepidante del Mono Zuloaga que detuvo de bote pronto y realizó un out en segunda que evitó un mayor carreraje de los lupulosos. Cuando Cervecería parecía igualar la serie, Ascanio inició el noveno inning negociando boleto y luego anotó el empate en medio de la reacción que le dio al Vargas el campeonato por segunda temporada seguida.
En quince temporadas en la LVBP, Ascanio jugó para el Vargas (1946-1950), Cervecería (1950-51), Venezuela (1950-51/1952-53), Gavilanes (1953-54), Venezuela (1954-55), Pampero (1955-56), Valencia ( 1957-1959), Pampero (1959-1961). 434 juegos, 1422 veces al bate, 167 carreras anotadas, 127 impulsadas, 394 imparables, 37 dobles, 8 triples, 1 jonrón, 13 bases robadas, .277 promedio al bate.
Ascanio fue el único venezolano que jugó en las Ligas Negras estadounidenses. En 1946 vistió la camiseta de los Black Yankees de New York. Primera base y segundo en el orden al bate. 52 VB, 15 imparables, 9 carreras empujadas, .288 de promedio al bate.
En una entrevista para Associated Press antes de fallecer, Ascanio declaró que su paso por las ligas negras le enseñó a “querer más al beisbol”.
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Leonardo Hernández tuvo una destacada actuación como novato en la temporada 1978-79. Luego el año siguiente aportó su granito en el campeonato alcanzado por los Leones del Caracas en la temporada 1979-80. En la campaña siguiente Hernández resultó decisivo en la remontada del Caracas durante el quinto inning del primer juego de la serie final, los Cardenales de Lara ganaban 7-2 y al terminar ese episodio los melenudos pasaron a comandar el marcador mediante jonrón con las bases llenas de Leonardo Hernández. En el segundo juego volvió a jugar papel clave en la reacción de su equipo en el cierre del séptimo inning con imparable al centro ante Luis Aponte para remolcar a Baudilio Díaz con la carrera que igualaba el marcador de un juego que terminaría 4-3 a favor de los caraquistas. Fue líder de la serie con cinco empujadas. Al concluir la serie con barrida del Caracas, Hernández declaró: “Todos nos mantuvimos unidos y confiados siempre en el triunfo final, con gran ánimo y empeño”.
En la temporada siguiente (1981-82) regresó a la final con el Caracas y contribuyó en la victoria 10-2 ante los cardenales en el segundo juego, bateó de 4-2 con empujada y anotada. En la campaña 1982-83 compitió en su cuarta serie final corrida con los Leones pero esa vez La Guaira se llevó el campeonato. También participó en las series finales de las temporadas 1984-85 y 1987-88, para entonces vestía la camiseta de los Tigres de Aragua, en la primera ante los Tiburones de La Guaira bateó para .267 con una carrera empujada, en la segunda ante el Caracas conectó para .292 con 2 carreras empujadas y una anotada.
Hernández participó en 15 temporadas en LVBP: Leones del Caracas (1978-1984), Tigres de Aragua (1984-1991, 1993-94), Caribes de Oriente (1991-92). 814 juegos. 3074 veces al bate. .262 promedio al bate. 806 imparables. 381 carreras anotadas. 416 impulsadas. 155 dobles. 12 triples. 72 jonrones. 74 bases robadas.
Leonardo Hernández jugó pocas temporadas en las grandes ligas, pudieron haber sido muchas más. Quizás la explicación de eso pueda estar en su primer año con los Orioles de Baltimore, entonces la gerencia de los oropéndolas decidió contratar al mexicano Aurelio Rodríguez para que terminara de pulir los atributos defensivos de Hernández, pero lo que difundieron los medios fue que este lo entendió como que habían contratado al antesalista manito para que fuese el titular de tercera base.
Hernández actuó con los Orioles de Baltimore en las temporadas de 1982, 1983 y 1985. Su última campaña en las mayores fue con los Yanquis de Nueva York en 1986.
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Edwin Hurtado fue un lanzador estelar para Cardenales de Lara, entre 1994 y 2004 ganó 55 juegos y dejó efectividad de 2.75, mientras contribuía en los campeonatos de los pájaros rojos alcanzados en las temporadas 1997-98, 1998-99 y 2000-01; principalmente en el primero y el último, cuando ganó el juego decisivo ante los Leones del Caracas con pizarra de 7-3, con relevo de Kelvim Escobar; en esa serie también había ganado el tercer juego con marcador de 4-3, esa vez relevado por Tim Crabtree. Luego haría lo propio en el sexto juego de la final 2000-01 para alcanzar el título ante los Navegantes del Magallanes con marcador de 4-2, esa vez también lo relevó Escobar. Hurtado ha sido uno de los últimos lanzadores en ganar más de 10 juegos en una temporada de LVBP, eso ocurrió en esa mima campaña (2000-01) cuando tuvo marca de 11-1 y también lideró la liga en innings lanzados (83.1), y ponches (66).
En el round robin semifinal de la temporada 1995-96 Hurtado derrotó a los Tigres en Maracay 6-2 el 13 de enero de 1996. El 18 de enero venció al Caracas 7-4 en el estadio universitario, el salvado fue para Tim Crabtree. Y el 23 de enero venció 5-2 al Magallanes y a Ramón García en el José Bernardo Pérez de Valencia.
También actuó en la final de la temporada 1995-96 y perdió el séptimo juego 3-0 ante los Navegantes del Magallanes en una serie muy disputada.
En la temporada 1998-99 no tuvo actuaciones importantes en la final pero en la semifinal ganó cuatro encuentros que resultaron decisivos para el pase de Cardenales a la instancia decisiva. El 03 de enero de 1999, venció 4-2 a Aragua con salvado para Giovanni Carrara. El 08 de enero derrotó 6-1 a los Leones del Caracas en el estadio de la UCV. El 13 de enero le repitió la dosis a los Leones, esta vez 6-3 con salvado de Carrara. Quizás su mejor juego de esa temporada lo ejecutó el 18 de enero para vencer al Caracas 1-0 en Barquisimeto, Carrara volvió a apuntarse el salvado.
Hurtado vistió la camiseta de los Azulejos de Toronto en las temporadas de 1995 y 1996. En 1997 terminó su breve paso por las mayores con los Marineros de Seattle.
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Alfonso L. Tusa C. 31 de julio de 2019. ©
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-67840020684056059442019-07-22T12:53:00.005-04:002019-07-22T12:53:55.914-04:00Dwight “Dewey” Evans Recuerda 1975<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjP_lIa2mhvklQIByEtZGiqBNdjlCkdJThCpWXTr7oHvZe3kqVJJTq0-jqUVvHzjzvW56VWFYiM1jOFfLk9kfrrZZlqaSSF8SlFLlKceQbiibX-ebcZhkEW75kQHwWpU4zIg4OCU8ZgkYFG/s1600/DEWJRFL.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjP_lIa2mhvklQIByEtZGiqBNdjlCkdJThCpWXTr7oHvZe3kqVJJTq0-jqUVvHzjzvW56VWFYiM1jOFfLk9kfrrZZlqaSSF8SlFLlKceQbiibX-ebcZhkEW75kQHwWpU4zIg4OCU8ZgkYFG/s320/DEWJRFL.jpg" width="320" height="255" data-original-width="300" data-original-height="239" /></a></div>
Herb Crehan 20 de enero de 2016.
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Cuando Dwight Evans se reportó al entrenamiento primaveral en Winter Haven, Fla. Para la temporada de 1975 con los Medias Rojas, estaba muy optimista acerca de ese año. “Sabía que teníamos mucho talento”, dijo Dwight durante una entrevista reciente en su hogar de la zona metropolitana de Boston. “Pensé que podíamos competir con cualquiera en el este de la Liga Americana”.
Él añadió, “El año anterior estuvimos en el primer lugar de la división hasta que nos quedamos sin gasolina a principios de septiembre. Entonces nos percatamos de Jim Rice y Fred Lynn, quienes fueron llamados al final de la temporada, y vimos que podían contribuir. “Si, me gustaban nuestras oportunidades”, dice enfáticamente.
Dwight solo tenía 23 años de edad cuando empezó el entrenamiento primaveral pero ya había sido probado en ambientes de alta tensión. Los Medias Rojas lo habían llamado a mediados de septiembre de 1972, cuando el equipo estaba enzarzado en una carrera ardorosa por el primer lugar del este de la Liga Americana. Y en 1974, fue factor clave en el éxito tempranero del equipo.
El optimismo de Dwight Evans acerca de los Medias Rojas de Boston de 1975 estaba bien fundado. A pesar de que las predicciones de los “expertos” decían que terminarían terceros en su división, terminaron primeros en el este de la Liga Americana, ganaron el banderín de la liga, y estuvieron a un juego de sorprender a los Rojos de Cincinnati en un Serie Mundial histórica. Dwight tuvo una destacada temporada regular en su defensa del jardín derecho y en el plato, y fue sin discusión el héroe anónimo de los Medias Rojas en la Serie Mundial.
Nativo de California
Dwight Michael Evans nació en Santa Mónica, California, el 3 de noviembre de 1951. Su familia se mudó a Odahu en las islas hawaianas, cuando él era pequeño.
“No jugaba beisbol cuando vivíamos en Hawaii, así que cuando me mudé a Northbridge, California, a los nueve años de edad tuve que fajarme para nivelarme con los jugadores de mi edad”, recuerda Dwight. “Cuando nos mudamos de vuelta a California, mi padre me llevó a un juego de los Dodgers y me enamoré del beisbol”.
“Mi memoria más duradera de las pequeñas ligas es hacer trabajos en la pequeña granja de mi abuelo para ganar el dinero de la inscripción. No teníamos mucho dinero adicional cuando yo crecía”, reconoce.
Para el momento cuando empezaba bachillerato había alcanzado y sobrepasado a los otros adolescentes. En su primer año integró el equipo All-Valley y en su año final fue el pelotero más valioso de la San Fernando Valley League.
“Nunca pensé en tener una carrera profesional hasta que noté que los buscadores de talento me miraban como un jugador de año final”, dice Dwight. “Es divertido, oi de muchos equipos de grandes ligas, pero no de los Medias Rojas. Me sorprendí mucho cuando ellos me tomaron en el draft de junio”.
Canal rápido hacia las mayores.
Los Medias Rojas seleccionaron a Dwight en la quinta ronda del draft de 1969 y lo asignaron a su equipo de ligas menores ubicado en Jamestown, New York. “Las menores fueron un gran ajuste para mí”, recuerda Evans. “Era solo un niño (17 años de edad) y nunca había estado en el este. No estaba seguro de si merecía estar en Jamestown junto a los otros”.
Dwight avanzó rápidamente a través de las menores y en 1972 fue promovido al equipo AAA en Louisville, Kentucky. “Tuve un comienzo lento en Louisville”, dice Evans, “pero Darrel Johnson me dijo que iba a ser su jardinero derecho bateara .100 o .300. Eso ayudó a relajarme”.
Bateó .300 en Louisville y fue nombrado pelotero más valioso de la International League en 1972. Su juego estelar esa temporada le valió un llamado en septiembre para unirse a los Medias Rojas en medio de una cerrada carrera por el banderín. Se convirtió en jardinero regular de los Medias Rojas el 18 de septiembre de 1972, y participó en los últimos 17 juegos de alta tensión.
“Me sentí cómodo en los jardines desde mi primer juego en las ligas mayores”, dice Dwight. “La defensiva me salía naturalmente, pero me tomó mucho tiempo ajustarme en el plato. En las mayores el pitcheo es mejor, pero la defensiva es aun mejor”.
¿Cuál fue la primera impresión de Dwight acerca de Fenway Park? “No podía dejar de pensar en lo hermoso que era el estadio. Estaba sorprendido de lo inmenso de la pared del jardín izquierdo y de lo cercana que parecía. Siempre me ha gustado mucho Fenway Park”.
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Entrenamiento primaveral de 1975.
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Cuando empezaron los entrenamientos primaverales en marzo de 1975, Dwight Evans ya había jugado en más de 250 encuentros con los Medias Rojas de Boston. Después de dos temporadas completas como regular y de jugar papel importante en la tercera, estaba cerca de ser un veterano de ligas mayores, aún así era uno de los peloteros más jóvenes del equipo. El novato Jim Rice era un año menor con 22, y el novato Fred Lynn tenía la misma edad que Evans con 23.
Los “Gold Dust Twins”, Rice y Lynn, acapararon la atención en el campamento de los Medias Rojas ¿Cómo se sintió Dwight Evans con el foco de atención ubicado sobre Rice y Lynn? “Estaba maravillado por permanecer fuera de la atención de los medios”, enfatiza Evans. “Nunca quise ninguna atención individual”.
“Y estaba muy feliz de que se unieran al equipo en 1975. Vimos lo que podían hacer el septiembre previo”, dice él. “Estaba convencido de que eran dos de las piezas faltantes y que nos ayudarían a pasar al siguiente nivel”.
Cuando los Medias Rojas se fueron de Winter Haven al finalizar el entrenamiento primaveral, Peter Gammons escribió: “Hay potencial de banderín, pero también muchas interrogantes para considerarlos como candidatos en abril”. Dwight Evans mantenía su optimismo inicial. “Me sentí seguro de nuestra oportunidad desde el comienzo del entrenamiento primaveral hasta el final de la temporada”.
Cuando empezó la temporada regular, tanto los Medias Rojas como Dwight Evans tuvieron un comienzo flojo. Los Medias Rojas se recuperaron primero. Después de terminar abril en el quinto lugar, el equipo llegó al primer lugar de la división este a finales de mayo, y ocuparon el primer o segundo lugar por el resto de la temporada.
Afectado por lesiones en la pantorrilla y hombro, el promedio de bateo de Evans rondó los .230 hasta el receso del juego de estrellas de 1975. “Nunca usé las lesiones como excusa”, dice Evans. “El hecho es que siempre empezaba lento. ¡Cuando el clima se calentaba, yo también lo hacía!”
Campeones de la división este.
Los Medias Rojas se apoderaron del primer lugar el 29 de junio de 1975, y con marca de 55-35 en el resto del camino nunca perdieron el liderato. Y como se dijo, cuando el clima se calentó, el bate de Dwight Evans despertó. Bateó para .327 después del juego de estrellas para subir su promedio general en la temporada a un muy respetable .274.
“Como crecí en Hawaii y California, el clima del norte a principios de la temporada era totalmente ajeno para mí. Nunca me acostumbré a jugar en Boston y el norte en abril y mayo”, admite Evans.
Al preguntársele si recordaba algun momento clave durante el transcurso de los Medias Rojas hacia el primer lugar del este, Evans responde, “No. Confiámos todo el año en que íbamos a ser consistentes toda la temporada”.
“Pero pienso que la adición de Denny Doyle en junio para jugar segunda base fue importante para nuestro éxito”, reconoce. “Estabilizó nuestro cuadro interior y aportó la chispa. Lo buscamos por su defensiva pero también bateó bien con nosotros (.310)
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Postemporada histórica.
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Los Medias Rojas aseguraron la corona de la división este a finales de septiembre y se prepararon para enfrentar a los archi favoritos Atléticos de Oakland en la serie de campeonato de la Liga Americana. “Nadie pensaba que teníamos oportunidad”, recuerda Evans 40 años después. “Pero sabíamos que éramos mejores que Oakland y los barrimos en tres juegos”.
Los Rojos de Cincinnati y su gran maquinaria roja eran aun más favoritos que los Atléticos cuando empezó la Serie Mundial de 1975. “Para ese momento estábamos acostumbrados a ser el batacazo”, dice Evans. “Pienso que usábamos eso para motivarnos”.
La Serie Mundial de 1975 es considerada uno de los mejores Clásicos de Otoño de todos los tiempos. Cinco de los siete juegos se decidieron por una carrera, dos juegos fueron a extra innings y los cambios de liderato fueron muy numerosos. El canal televisivo MLB denominó al sexto juego como el encuentro más grandioso de los últimos 50 años.
Dwight Evans tuvo una destacada Serie Mundial para los Medias Rojas de Boston. Bateó para .292, empujó cinco carreras, y empató el tercer juego con un jonrón de dos carreras en el noveno inning.. Y en el undécimo inning del sexto juego hizo lo que el manager de los Rojos Sparky Anderson llamó: “La atrapada más grande que he visto en esas circunstancias”.
El marcador estaba igualado 6-6 en el undécimo cuando Joe Morgan, de los Rojos, bateó una línea dirigida hacia los asientos de la tribuna del jardín derecho. Así es como Dwight Evans recuerda su espectacular atrapada. “No fue mi mejor atrapada, pero si la más importante. Anticipé que la pelota giraría hacia la línea de cal del jardín derecho, pero se mantuvo recta como una flecha. Fue muy emocionante atrapar esa pelota”.
“Nos disgustamos mucho cuando perdimos el séptimo juego ante los Rojos”, dice Dwight. “Sentimos que habíamos jugado tan bien como los Rojos y que cualquiera podía haber ganado”.
“Pero esperábamos regresar a la Serie Mundial en el futuro porque teníamos un equipo muy talentoso”. Resultó que Dwight tuvo que esperar 11 años para regresar a la Serie Mundial en 1986, sería el único integrante de los Medias Rojas que jugó en las Series Mundiales de 1975 y 1986.
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Dwight Evans hoy.
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Dwight “Dewey” Evans fue el jardinero derecho más grande en la historia de los Medias Rojas. Evans estuvo en todas o en parte de las 19 distinguidas temporadas como el jardinero derecho regular de los Medias Rojas, y en 1982 fue seleccionado como jardinero del equipo de todos los tiempos por votación popular. En el centésimo aniversario de Fenway Park en 2012, fue seleccionado como jardinero derecho del equipo de todos los tiempos de Fenway Park. Y en nuestra entrevista de mayo de 2000 con el ícono de los Medias Rojas, Johnny Pesky, él dijo: “Dwight Evans fue el mejor jardinero derecho que vi”.
Varias veces en su carrera de 20 años, lideró la Liga Americana en carreras anotadas, jonrones, boletos, y porcentaje de embasado. Y tan bueno como fue a la ofensiva, fue aun mejor en su defensiva, al ganar ocho guantes de oro, el máximo número en la historia de los Medias Rojas. Han pasado 14 años desde su retiro y aun permanece entre los 100 mejores peloteros en las historia de las ligas mayores en 10 categorías importantes.
¿Y de donde vino el apodo de Dewey? “Caramba, ojalá tuviera una anécdota interesante sobre eso”, contesta Dwight, “¡pero no la tengo! Cuando jugaba en las menores nos poníamos apodos. El mío era Dewey y se quedó. He aprendido a apreciarlo”, se ríe.
Dwight Evans y su esposa aun tienen su hogar en la zona metropolitana de Boston. Sus tres hijos son todos adultos y Dwight disfruta ser abuelo.
Dwight fue coach de bateo de los Medias Rojas en 2002, y en 2003 fue nombrado Consultor de Desarrollo de Peloteros por los Medias Rojas, un cargo que aun mantiene. “Trabajo con los peloteros jóvenes en el sistema de ligas menores de los Medias Rojas y me gusta. Hago mi trabajo en Pawtucket y he trabajado con muchos jóvenes quienes van a tener grandes carreras”.
¿Qué mensaje tiene Dwight Evans para los fanáticos de los Medias Rojas? “Los fanáticos de los Medias Rojas son maravillosos”, replica Evans. “Aprendí al principio de mi carrera que si das todo tu esfuerzo siempre te apoyarán. Si un pelotero flojea, aunque sea brevemente, los fanáticos le van encima. Y eso está bien”.
“Quiero agradecerles por apoyarme todos estos años, hasta el presente. Los fanáticos de los Medias Rojas siempre han sido maravillosos conmigo”.
Traducción: Alfonso L. Tusa.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-33484277614965172052019-07-11T08:55:00.004-04:002019-07-11T08:55:41.844-04:00 Para Cleon Jones, el Beisbol fue solo el Comienzo.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjOQn7SX9pLy8Og7w4O7c_0rgxkWmiwKLuDcpE8x0-UGzfJJtULowcernsvV0CjuItpIrueKs4rBBI3d5KAfU8SgGoh54qzTA6E_b1m36BfgAKzL1D5pyy1q8RF2kqcH9ndRHsQ1tDT6uCj/s1600/cjones.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjOQn7SX9pLy8Og7w4O7c_0rgxkWmiwKLuDcpE8x0-UGzfJJtULowcernsvV0CjuItpIrueKs4rBBI3d5KAfU8SgGoh54qzTA6E_b1m36BfgAKzL1D5pyy1q8RF2kqcH9ndRHsQ1tDT6uCj/s320/cjones.jpg" width="320" height="218" data-original-width="272" data-original-height="185" /></a></div>
Michael Powell. The New York Times. 28 de junio de 2019.
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MOBILE, Ala. — “¡Epa Cleon! ¡Gracias por el techo!”
Cleon Jones se recuesta en la ventana de su van y sonríe a la mujer que lo ha saludado desde su porche. “Si Jesse no estuviera sentado ahí, Jones señaló al esposo de ella de cabello cano, les lanzaba un ladrillo a todos. Ni siquiera fueron a la reunión de hoy de nuestra comunidad”.
La mujer mantiene los brazos arriba, como rindiéndose, y sonríe. “¡Lo siento!”
Jones ríe. “Tranquila, todo bien. No la vamos a tomar contigo”.
Bajamos por el camino y nos internamos en Africatown, la antígua sección negra de Mobile, donde Jones creció en los cañaverales y riberas de cocodrilos que llevaban hacia el río Mobile, allí aprendió a jugar beisbol lo suficiente para ser estrella con los Mets y allí él y su esposa Angela construyeron un hermoso hogar de ladrillos cercano a la choza donde creció sin electricidad ni agua potable.
Él es un alcalde de hechos, los vecinos lo buscan para conseguir préstamos, para reparar techos, construir jardines para la comunidad o cuidar a un hijo impactado por un rayo. Jones, ahora de bigotes blancos en su octava década, saluda desde una gorra azul y naranja de los Mets. Sus palabras se extienden con el acento suave de Alabama.
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“Al crecer en el sur de Jim Crow, aprendí mi camino”, dice él. “Si, me mantuve en ese camino. Ahora cada camino es nuestro y tenemos cambios por hacer”.
Jones. Tommie Agee. Ed “The Glider” Charles y Donn Clendenon. Ellos fueron claves para los Mets de 1969, estrellas a quienes mis amigos y yo imitábamos en nuestros swings y carreras hacia el plato. Esos peloteros afroamericanos eran mucho más que eso y en aspectos que apenas podíamos imaginar. Es importante recordarlos, especialmente a Jones, en el fin de semana cuando los Mets celebran el quincuagésimo aniversario de aquel equipo de 1969.
Eran los hijos generacionales de los pioneros del beisbol Jackie Robinson y Larry Doby que navegaron el sur de Jim Crow con sus leyes venenosas y límites disimulados.
Donn Clendenon, el primera base de paso relajado con swing de Barca Lounger, fue estudiante en Morehouse, donde le asignaron un tutor conocido como “big brother”: Dr. Martin Luther King Jr. En 1968, Clendenon estaba con los Piratas de Pittsburgh, organizó a los peloteros negros y amenazó con un boicot a menos que se suspendiesen los juegos el día del funeral de King; los dueños de equipos tuvieron que aceptar a regañadientes.
Ed Charles venía de la realidad segregacionista de Daytona, Fla. Agee era el mejor amigo de Cleon e hijo especial de Mobile. Todo esto es planteado maravillosamente en el libro de Wayne Coffey acerca de ese equipo, “They Said It Couldn’t Be Done”.
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Mobile fue una cisterna desbordada de talento beisbolero afroamericano. Una agraciada ciudad de sauces llorones de 190.000 habitantes, Mobile produjo cinco inquilinos del Salón de la Fama del beisbol, todos negros: Hank Aaron, Willie McCovey, Billy Williams, Ozzie Smith y Satchel Paige. Jones recuerda mirar de joven a Paige lanzar en una exhibición: “Le ordenaba a sus compañeros, ‘siéntense’. Y ellos se sentaron en el terreno mientras él ponchaba a tres bateadores”.
Entre los que casi alcanzaron la grandeza está el jardinero central de los Reales de Kansas City, Amos Otis.
“Hombre, si querías jugar, todo lo que tenías que hacer era ir allá afuera y lanzar una pelota al aire”, dijo Jones.
Mucho de ese talento atlético negro ya no fluye hacia el beisbol, se desvió hacia el futbol americano y el baloncesto. Eso le duele a Jones y es una historia para otra oportunidad.
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A decir de Jones, su juventud fue bucólica luego de una niñez complicada. Tuvo amistades con muchachos blancos de Chickasaw y Prichard, y jugaron futbol americano y beisbol. A veces comían en la mesa de su madre en Africatown y a veces el comía en sus mesas. Nunca se dio el lujo de olvidar donde estaba. Cuando se asomaba el crepúsculo se excusaba y tomaba su larga caminata de vuelta a casa.
“Me aseguraba de estar en casa al anochecer, si, lo hacía”, dijo él.
Mientras se apuraba de vuelta a casa oía los gritos desde los porches en penumbras.
“Muchacho ¿te bañaron en chocolate?” y “Regresa a África”.
La ecuanimidad de Jones se resquebrajaba.
“Les gritaba de vuelta: ‘Al infierno con eso. ¡Llévame de regreso! ¡Ustedes me trajeron aquí!’”
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Cuando era un infante, su madre y padre hacían cola para tomar el bus en Mobile. Un hombre blanco exigió que se fueran al final de la cola. “Mi madre usaba el cabello largo, y él la templó por el cabello y la haló hacia atrás” y le dijo un epíteto racial, dijo Jones.
“Iniciaron una pelea y mi papá sacó la mejor parte”, dijo Jones. “Llegó la noticia de que la policía lo buscaba, y esa noche mi papá subió a un tren que iba a Nueva Orleans y Chicago”.
Pocos días después su madre huyó a Filadelfia. Cuando el cumplió 12 años, oyó a su abuela llorar en el porche, él se levantó de la cama y se acercó a su lado y le preguntó que ocurría.
Había llegado la noticia de que la madre de Jones había fallecido. “Nunca vi a mi madre excepto en fotografías”.
Después de la escuela secundaria, Jones empezó un arduo viaje de carreteras en las ligas menores y pueblos del sur, donde hombres y mujeres entrecerraban los ojos y gritaban ofensas raciales. Unos cuantos peloteros negros agitaban sus cabezas y partían hacia su hogar.
Jones no hizo eso. “Oía eso y me enterraba tan profundo en el plato que solo miraba al pitcher. Entonces venía el lanzamiento y ¡bang!”
Aquí y allá vio asomos de luz. Su equipo llegó a Jacksonville Fla., una noche y Jones y otros compañeros de equipo negros entraron en un restaurant. Estuvieron sentados 45 minutos sin ver una mesera.
El gerente se disculpó y llamó a la mesera. Ella utilizó una grosería racial para dejar claro que no le serviría a Jones ni a sus acompañantes. El gerente llamó a otra mesera y despidió a la que no les sirvió.
El día siguiente los peloteros regresaron a ese restaurant y la misma mesera que había rechazado servirles, fue a verlos. “Ella nos dijo, ‘Me criaron de cierta manera pero debo reconocer que soy adulta y tomo mis propias decisiones. Rogué para que me devolvieran mi trabajo y ahora les ruego a ustedes que me disculpen’”.
Los hombres hablaron con ella y ella les sirvió la cena.
Esa noche jugaron y Jones miró hacia las tribunas y vio a la misma mesera aupándolos. “Cada vez que íbamos a Jacksonville siempre la reconocíamos y ella nos saludaba. Habíamos conseguido una amiga genuina”.
“La mayoría de las personas quiere ser cordial. Solo hay que dejar la puerta abierta”.
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Jones no es un idealista de ojos estrellados, y sus ojos destilan acero cuando es retado. Aun en los Mets, a quienes consideraba su familia, hubo unos pocos blancos racistas incorregibles. Salía de la ducha y oia comentarios que prefería no haber escuchado.
“Después de jugar con esos tipos por un tiempo, se convirtieron en mis amigos”, dijo Jones, mostrando una sonrisa. “O pretendieron serlo tan bien que no podía hacer nada”.
Jones bateó .340 en 1969, con su velocidad y poder, fue el líder ofensivo del equipo.
Su fin con los Mets seis años después fue irregular. Su manager y su gerente general favoritos, Gil Hodges y Johnny Murphy, habían fallecido hacía tiempo de ataques cardíacos.
Se había lesionado la rodilla y había llegado a enfrentarse al manager Yogi Berra.
Entonces, cuando se rehabilitaba en Florida, la policía encontró a Jones completamente vestido y dormido en su van con una mujer blanca. La llevaba al hogar de ella cuando el vehículo se quedó sin gasolina. El director de los Mets, M. Donald Grant, un imperioso corredor de bolsa, obligó a Jones a llevar a su esposa a una conferencia de prensa para disculparse, un momento humillante por lo grotesco y el tono racista. Jones fue despedido del equipo poco después, y se retiró el año siguiente.
Hace mucho tiempo hizo las paces con el equipo.
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Conversábamos en el almuerzo en Catfish Junction, mientras disfrutábamos del bagre frito y los nabos, y regresábamos hasta Africatown. Recientemente, los arqueólogos habían sacado los restos de madera de lo que casi por seguro fue el Clotilda, el último barco de esclavos que llegó al continente americano en 1860, del fondo del río Mobile. Los esclavistas blancos escondían sus esclavos, una carga ilícita porque la importación de esclavos era ilegal, en lo que ahora es conocido como Africatown.
Aquellos esclavos negros, más adelante gobernaron el pueblo de acuerdo a la costumbre Africana. Jones y su grupo comunitario trabajan para construir un centro de visitantes de Africatown y para conseguir nuevos techos y casas y atraer jóvenes negros propietarios de casas.
Jones tiene 76 años de edad; el tiempo no es un río infinito. Charles y Clendenon han fallecido, y su amigo Agee murió muy joven de un ataque cardíaco a los 58 años de edad. “Ellos tocan a su puerta a las 10 pm y el sale”, dice su esposa Angela. “Tienes que hacer lo que Dios le dice a tu corazón que haga”.
Jones sonríe. En pocos días hará un viaje hacia Nueva York para participar en la celebración del quincuagésimo aniversario de aquel campeonato de hace tanto tiempo.
“Viví un sueño donde tenía que estar pellizcándome y preguntándome si era real”, dijo él. “Tengo la oportunidad de reconstruir Africatown, el asentamiento negro más histórico de Alabama. Hemos tenido momentos desesperantes pero la vida es buena. Nos movemos en todas direcciones”.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 10 de Julio de 2019.
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Por Mark Liptak
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¿Que dirías cuando finalmente tienes la oportunidad de hablar con uno de los héroes de tu juventud? ¿Cómo le harías saber a esa persona lo mucho que lo admiraste como persona y por su trabajo…como su conducta dentro y fuera del terreno ayudó a influenciar y moldearte y cuanta alegría te generaba cuando lo veías pitchear?
Recientemente tuve que enfrentar este dilema cuando tuve la oportunidad de hablar con Gary Peters, mi primer héroe en el beisbol, y uno de los mejores pitchers del juego durante los años 1960.
No por coincidencia quería ser como él. Estaba en la tribuna entre el “home” y primera base, en los palcos de terreno del viejo Comiskey Park, la noche del 15 de julio de 1963. Eso fue especial por dos razones…fue el primer juego de beisbol que vi en persona y esa noche Peters lanzó un juego de un imparable para vencer a los Orioles 4-0 mientras ponchaba a trece bateadores.
Un “primer juego” muy especial ¿no les parece?
Peters tuvo muchos juegos como ese. Por supuesto que no todos fueron de un hit, pero pregúntele a los bateadores de la Liga Americana que tan bueno fue entre 1963 y 1967. Muchos le dirán que fue tan bueno entre los zurdos como Whitey Ford y un valorado sucesor de Billy Pierce como as del cuerpo de lanzadores de los Medias blancas.
Los números y reconocimientos resaltan eso. En 1963 Peters irrumpió en el beisbol, al ganar diecinueve juegos, y liderar la liga con una efectividad de 2.33. Lanzó cuatro blanqueos, logró un salvado, pitcheó 243 innings y recetó 189 ponches. Fue nombrado novato del año de la Liga Americana o co-novato del año (junto a su compañero Pete Ward) .
1964 fue aún major. Peters ganó veinte juegos, formó parte del equipo de estrellas, tuvo una efectividad de 2.50, 3 blanqueos, lanzó más de 273 innings y ponchó 205 bateadores.
Ningun pitcher podía mantener el ritmo de esos números, y Peters dio muestras de que era humano en 1965. En 1966, de nuevo lideró la Liga Americana en efectividad con un increíble registro de 1.98. Consiguió otros cuatro blanqueos pero debido a la anémica ofensiva de los Medias Blancas, su marca fue de solo 12-10.
En la agridulce temporada de 1967, Gary regresó a sus grandes números. Ganó 16 juegos, tuvo una efectividad de 2.28, tres blanqueos, un tope vitalicio de 215 ponches y lanzó tres innings en el juego de estrellas, ponchando cuatro y permitiendo un solo imparable.
Los Medias Blancas se desmembraron en 1968 y 1969, y Peters fue cambiado a Boston en uno de los peores cambios que haya hecho la franquicia. Peters y el cátcher Don Pavletich fueron a los Medias Rojas por el pitcher Billy Farmer (quien se retiró una semana después de empezar el entrenamiento primaveral) y el jugador del cuadro Syd O’Brien. Boston compensó a los Medias Blancas por Farmer, al enviar al pitcher Jerry Janeski, quien ganó 10 juegos en 1970, luego desapareció del beisbol. Mientras tanto Peters rejuveneció su carrera y ganó treinta juegos en las próximas dos temporadas. Pudo haber impulsado a los Medias Blancas a jugar por encima de .500 en 1971 si hubiera estado en el lado sur de Chicago y pudo haber sido la diferencia para alcanzar a los Atléticos en 1972.
Me reuní, con Gary en su hogar en Florida donde hablamos de sus días con los Medias Blancas, de que tan cerca estuvo de ser miembro de los Atléticcos de Kansas City, de los dos juegos de un imparable que lanzó, de su efectividad como bateador (19 jonrones vitalicios), de jugar bajo la presión de las carrera por el banderín en las temporadas de 1964 y 1967 y de sus parecer acerca de cuando es el mejor momento para subir a los pitchers jóvenes a las grandes ligas.
Ah, y acerca de cómo resolví el dilema de decirle a Peters que fue mi héroe de juventud… Simplemente se lo dije de frente con la esperanza de no avergonzarlo. El respondió con la misma clase y estilo que lo caracterizó en sus días de jugador activo, con humildad y respeto.
Entrevista de Gary Peters.
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ML: Gary cuéntame la historia de como los Medias Blancas te descubrieron y firmaron en Pennsylvania.
GP: “Al oeste de Pennsylvania donde crecí no había ligas juveniles. Ni pequeñas ligas, ni pelota de American Legion, ni nada parecido. Teníamos las caimaneras…algunos las llamaban semipro y jugué eso. Mi papá participó en ese juego por mucho tiempo y yo empecé a ir cuando tenía como 12 años de edad. Cuando tenía 14 años ya jugaba un poco, un inning o dos al final de los juegos. Jugué regularmente unos tres o cuatro años después de eso pero principalmente jugué más baloncesto, ese era el deporte más practicado en el area. Los Medias Blancas tenían un buscador de talentos llamado Fred Schaffer, mi papá lo conocía y fue a verme. En 1955 fui a Chicago y entrené con los Medias Blancas en Comiskey Park. Otros equipos como los Piratas también estaban interesados, pero él me ofreció suficiente dinero y dijo que los Medias Blancas me universidad durante el otoño e invierno y solo podía jugar beisbol en el verano. Así que firmé y fui a Grove City College en el receso entre temporadas”.
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ML: Tú y JC Martin empezaron sus carreras de ligas menores en Holdrege, Nebraska en 1956 ¿Alguno de los otros muchachos llegaron a jugar con los Medias Blancas y que recuerdas de esos días?
GP: “Pienso que JC y yo fuimos los únicos dos que lo hicimos. Holdrege tenía personas muy agradables y para mí era un gran pueblo. Ciertamente era más grande que el lugar donde crecí. Durante el primer mes, ¡en realidad jugué en el jardín derecho. Jugué mucho en primera base en semipro pero ellos tenían a JC jugando primera en Holdrege, así que fui a los jardines. Bateaba alrededor de .360 pero tenía dificultades para halar la pelota. Pienso que varios de los muchachos llegaron con los brazos adoloridos y me probaron como pitcher”.
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ML: Te fue my bien en las ligas menores, tuviste números ganadores de doble figura en seis de siete temporadas que jugaste allí. ¿Cuáles fueron las cosas más importantes que aprendiste esos años?
GP: “Aprendí a ser controlado. Cuando empecé solo tenía la recta, y un poco de la slider pero muy poco. Cada año mi control mejoraba algo. Ray Berres, el coach de los Medias Blancas para ese momento, me ayudó mucho con mis envíos. Me enseñó como balancearme, como mantener el peso atrás hasta que lo necesitabas, donde colocar el brazo. Me enseñó mecánica de pitcheo. En el invierno de 1962 jugaba en Puerto Rico y pude poner en práctica con éxito todas esas enseñanzas. Los coaches de hoy como Sammy Ellis y Tommy John enseñan a pitchear de la forma como Berres lo hacía”.
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ML: JC Martin me contó una historia acerca de ti. Dijo que en el entrenamiento primaveral de 1961, Al López preguntó por ti y si lanzabas la slider. Martin dijo que le contó a López que tenías una gran slider. Al aparentemente habló contigo y te recomendó que la usaras más. JC dijo que en realidad debiste haber llegado a las ligas mayores uno o dos años antes de cuando llegaste. ¿Por qué no lanzabas ese pitcheo si era tan bueno?
GP: “Lanzaba una slider que se alejaba de los bateadores pero era plana, no se movía mucho. Nunca había aprendido a lanzar la curva, y eso era lo que intentaba hacer en 1961. Esa fue otra area donde Berres me ayudó. Terminé lanzando la curva y resultó que cuando lanzaba la slider, ahora desarrollaba un quiebre hacia abajo además de alejarse de los bateadores. También aprendí a pitchear bajo en la zona de strike. No sé si hubiera llegado dos años antes…tal vez uno…pero no sé si hubiese sido tan exitoso como finalmente lo hice”.
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ML: Finalmente alcanzaste tu primer triunfo en las ligas mayores el 6 de mayo de 1963 cuando venciste a los Atléticos de Kansas City 5-1. No solo ganaste sino que bateaste el primer jonrón de tu carrera. ¿Qué recuerdas de ese juego?
GP: “Recuerdo que eso ocurrió pocos días antes del día del corte. En aquellos días los equipos tenían hasta principios de mayo para mantener algunos peloteros adicionales en el roster, entonces tenían quedarse con ellos o dejarlos ir. No había pitcheado mucho y pensé que los Medias Blancas iban a prescindir de mí. Estábamos en el avión rumboa Kansas City cuando Ray Berres se devolvió hacia donde yo estaba. Primero pensé que venía a decirme que los Medias Blancas decidieron dejarme ir, en vez de eso me dijo que Juan Pizarro quien se suponía debía lanzar tenía gripe y que yo debía lanzar. ¡Estaba feliz de tener esa oportunidad! Lancé muy bien y Jim Brosnan terminó el juego por mí. Fue el primero de once triunfos seguidos para mí. Ewing Kauffman, quien después fue dueño de los Reales de Kansas City, me dijo que si los Medias Blancas me dejaban ir, los Atléticos me iban a tomar”. (Nota del autor: La mayoría de los aficionados al beisbol saben que Jim Bouton escribió “Ball Four” para detallar su temporada de 1969 con los Pilotos de Seattle pero muchos aficionados no saben que fue Jim Brosnan quien en realidad fue el primer autor de un libro de beisbol. Su libro “The Long Season” detallaba su época con los Rojos de Cincinnati. Fue la primera vez que un libro llevaba al aficionado promedio dentro del clubhouse y hablaba de lo que en realidad ocurre en un juego y una temporada. Se trata de una gran lectura en caso de encontrar el libro, el cual ahora no está en el mercado”. “También recuerdo el jonrón que le bateé a Ted Bowsfield. Me dejó colgada una curva. Me tomaba muy en serio el bateo y siempre que podía tomaba práctica de bateo”.
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ML: Fue una señal de lo que vendría para ti. ¡Hablas acerca de causar impacto! En el ’63 ganaste el premio del novato del año con diecinueve triunfos, una destacada efectividad de 2.33 y 189 ponches. ¿Cómo hiciste para tener tanto éxito tan temprano?
GP: “Por los años que estuve en las ligas menores. Trabajé duro, jugué mucho beisbol invernal. Todo cristalizó cuando ajusté mi mecánica. La engrané de tal manera que no tenía que pensar en ella. Mis envíos se hundían, mi slider era rápida y se quebraba”.
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ML: Mostraste que lo de 1963 no había sido casualidad al tener una mejor actuación en 1964. Veinte triunfos, efectividad de 2.50, 205 ponches y fuiste al juego de estrellas. Tengo que pensar que por lo menos, esas dos temporadas, tu confianza estaba por los cielos.
GP: “Bien, aun cuando las cosas fueron duras para mí, nunca salí a pitchear pensando que no podía ganar. Siempre sentí que iba a ganar. Si, tenía confianza y teníamos un equipo muy bueno.
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ML: Tenías unos envíos que parecían suaves, JC Martin me dijo que eran muy engañosos. Parecían fáciles, entonces de pronto la pelota explotaba al salir de tu mano y rompiste muchos bates.
GP: Tenía lo que se llamaba “velocidad engañosa” en aquellos días. Tenía un windup lento y hacía lo que Ray Berres me enseñaba. Mantenía mi peso atrás hasta el momento preciso, me mantenía en equilibrio, luego lanzaba. Ray de verdad refinó mi mecánica, nunca lancé tan duro. Recuerdo que una vez pusieron una pantalla, lanzabas contra ella y ella marcaba tu velocidad. Quería saber de lo que era capaz y traté de lanzar tan duro como pude. Pienso que el registro fue como 93”.
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ML: ¿Cuáles pitcheos hacías regularmente?
GP: Tenía la recta y una slider que lanzaba usualmente a los bateadores zurdos porque rompía hacia a bajo y lejos de ellos. Desarrollé una curva de gran radio que me gustaba lanzar cuando estaba delante en la cuenta 1 y 2, o 0-2 y tenía el cambio de velocidad.
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ML: ¿Cuál era tu mejor pitcheo?
GP: tendría que decir mi sinker y la slider. Era un pitcher de pelotas bajas.
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ML: 1964 fue un año increíble para ti y los Medias Blancas. Tuvo que ser frustrante porque a pesar de ganar 98 juegos y tú haber ganado tus últimas nueve decisiones en fila, todavía terminaron un juego por detrás de los Yanquis. Jim Landis me contó lo mal que se sintió después del último juego, no podía entender que dejaron de ir a la Serie Mundial por apenas un juego ¿Cómo te sentiste?
GP: “Estaba disgustado, triste es una buena palabra para eso. Se hacen tantos juegos para terminar pensando que se pierde por un juego. Inmediatamente pensé en algunos de los juegos y me dije ‘si hubiese hecho ese pitcheo de manera diferente, o si hubiera bateado un imparable en ese momento tal vez hubiésemos ganado y estuviéramos en la Serie Mundial’. Jim al menos jugó en la serie de 1959 por lo que sabía como se sentía estar allí. Lamento no haber tenido la oportunidad de jugar en una Serie Mundial”.
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ML: Habría sido interesante ver que hubiesen hecho los Medias Blancas contra Bob Gibson y los Cardenales.
GP: “¡Sé que no hubiésemos anotado muchas carreras ante él! Me gustaba mucho ver a Bob lanzar en sus mejores años. En el ’64 y el ’67 estuvo fenomenal”.
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ML: 1965 no fue un buen año para ti. Especialmente cuando se considera lo que hiciste los dos años previos, 10-12 con 3.62 de efectividad, ¿estabas adolorido?
GP: “Lo estaba. A pocas semanas de empezar la temporada tuve un tirón en un músculo de mi costado izquierdo. No fui a la lista de incapacitados pero eso me molestó todo el año. Era lo suficientemente doloroso cuando lanzaba, eso me causaba dificultades y estoy seguro de que afectó mi rendimiento. Lo otro es que el equipo no era muy bueno en los fundamentos del juego. Estábamos cambiando y no hacíamos las jugadas que ejecutábamos los años anteriores”.
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ML: En 1966 mientras tu marca era de solo 12-10, tu efectividad fue increíble…1.98 y eso fue dos años antes de lo que fue llamado “el año del pitcher”. ¿Cómo pudiste perder 10 juegos con una efectividad como esa?
GP: “Nuestra ofensiva no era muy buena, teníamos problemas para batear. Fuimos blanqueados muchas veces ese año. (Nota del autor: Ese año Peters perdió tres juegos porque los Medias Blancas fueron blanqueados. Solo permitió cuatro carreras en total en esos tres reveses. Los Medias Blancas fueron blanqueados once veces esa temporada) No te puedes preocupar por esas cosas, todo lo que puedes hacer es salir y dar tu mejor esfuerzo en cada juego”.
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ML: Hablando de bateo, ciertamente no eras un “out automático”. Bateaste diecinueve jonrones y empujaste 102 carreras en tu carrera. Hubo oportunidades cuando el manager Eddie Stanky te alineó de sexto o séptimo en el orden al bate, delante de tipos como Al Weis, Wayne Causey, Tim Cullen y JC Martin. Se que estabas orgulloso de eso pero me gustaría saber si eso causaba resentimiento o vergüenza a los tipos que bateaban detrás de ti.
GP: “No pienso que Eddie trataba de avergonzarlos, pienso que trataba de provocarlos. Eddie era ese tipo de manager, ese era su estilo. Intimidaba a muchos peloteros, pero yo siempre me llevaba bien con él. Pienso que Eddie solo quería tratar de que ellos empezaran a jugar mejor”.
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ML: Hablando de Stanky, sé que era duro, esperaba mucho de los peloteros y no temía presionarlos. También tenía la reputación de mandar a pegarle la pelota a los bateadores ¿cierto?
GP: “Eddy muy rara vez ordenaba a alguien lanzarle a pegar al bateador, cuando ocurría era usualmente con los pitchers jóvenes. También había quienes no podían hacer eso. Cuando eso ocurría, él les reclamaba. Recuerda que eso era normal en aquellos días, sé que cuando uno de los nuestros era golpeado, no me tenían que decir que debía hacer. Tenía que proteger a mis compañeros. También había oportunidades cuando el lanzamiento se te escapaba de las manos. Se que golpeé a Carl Yastrzemski en el cuello, no estaba buscando golpearle, trataba de pitchearle adentro y la pelota se me resbaló. Entonces José Santiago me golpeó en la cabeza. Kansas City tenía un pitcher llamado Jack Aker quien fue uno de los peores que vi lanzándole a pegar a los bateadores. Le pegó a Pete Ward un par de veces. Yo estaba pitcheando y cuando vino a batear Rick Monday lo golpeé en la cara y fracturé su mandíbula. Sinceramente no trataba de golpearlo allí y me sentí muy mal por eso, pero Ward siguió recibiendo pelotazos”.
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ML: 1967 fue otra temporada agridulce para los Medias Blancas. Regresaste a tus patrones usuales con dieciséis triunfos, y una efectividad de 2.28. Los Medias Blancas parecía que iban a ganar el banderín antes de colapsar en la semana final de la temporada contra los Atléticos y los Senadores. Gary, ¿Qué ocurrió, especialmente la noche cuando los Atléticos barrieron aquel doble juego?
GP: “No jugamos buen beisbol. Joe Horlen y yo pitcheamos muy mediocre esa noche. (Nota del autor: Los Medias Blancas perdieron un doble juego ante los Atléticos el 27 de septiembre con marcadores de 5-2 y 4-0 frente a menos de seis mil aficionados en Kansas City. Chuck Dobson y Catfish Hunter se apuntaron las victorias. Los dos reveses bajaron a los Medias Blancas desde medio juego detrás de Minnesota hasta juego y medio con tres juegos por jugar. Peters solo duró 5.2 innings, permitió tres carreras y ponchó diez. Sin embargo solo una carrera fue limpia y los Medias Blancas, algo que ocurría rara vez, cometieron tres errores en el doble juego los cual resultó muy costoso). Kansas City era el equipo débil y esos equipos son notorios por jugar buena pelota. Hay que darles crédito. Recuerdo el silenció en nuestro dugout después de esos juegos. He regresado a ese momento a través de los años…no me molesta ahora porque hay que seguir adelante, pero sé que algunos de los muchachos del equipo todavía están molestos por lo que ocurrió”.
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ML: Lanzaste en el juego de estrellas de ese año. Cuéntame que recuerdas.
GP: “Lancé tres innings ese día, y solo permití un imparable. Fue de bill Mazeroski quien conectó un roletazo entre tercera y campocorto. Recuerdo haber ponchado a Willie Mays. Fue una gran experiencia para mí, porque tuve la oportunidad de ver y enfrentar a todas esas estrellas de la Liga Nacional de quienes había oído”. (Nota del autor: Peters pitcheó el sexto, séptimo y octavo innings de ese juego que eventualmente fue ganado por la Liga Nacional 2-1 en 15 innings, con un jonrón de Tany Perez. Peters terminó con cuatro ponches. El juego se efectuó en Anaheim, California).
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ML: Después de esa temporada los Medias Blancas se desmembraron. 1968 y 1969 fueron desastrosos dentro y fuera del terreno. Los Medias Blancas llegaron a jugar alrededor de una docena de juegos de esas temporadas en Milwaukee. Había rumores de que el equipo se iba a mudar a Milwaukee y estaba probando el mercado. ¿Ayudó eso a causar los años difíciles?
GP: Honestamente nunca oi esas historias de la mudanza de los Medias Blancas. Pensaba que simplemente jugábamos algunos juegos allí para poner a esa ciudad a punto para recibir a un equipo propio de vuelta. Recuerdo. Que lo hicimos muy bien en esos juegos”.
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ML: Que hay de ti en lo personal. Esos fueron de lejos tus dos peores años, tuviste marca combinada de 14-28, entiendo que no tuviste mucho respaldo de tus compañeros pero ¿hubo algo más?
GP: “Estuve adolorido ambos años y casi me retiré en 1968. En el ’68 sufrí una lesión en la espalda. Jugábamos un doble juego, lancé en el primer juego y estaba en el camerino lavándome y cambiándome de ropa. El segundo juego empezó y perdíamos 5-0. Embasamos pocos corredores y Eddie Stanky envió al recogebates al camerino a buscarme. Eddie quería un bateador zurdo porque teníamos hombres en base, tuve que ponerme el uniforme a la carrera, casi no me dio tiempo. Sali a batear y trataba de halar la pelota. Naturalmente, el pitcher me estaba lanzando afuera. Traté de halar una pelota afuera y salió un roletazo. Nunca llegué a primera base…Tuve un espasmo en la espalda. Era tan delicado que no pudieron inyectarme el relajante muscular. Estuve tres días en tratamiento hasta que finalmente se aflojó mi espalda pudieron inyectarme. Resultó que tuve una rotación de unos grados en la pelvis. Hasta el día de hoy, cuando me paro frente a un espejo puedo ver que una pierna es algo más corta que la otra. En 1969 me lesioné el brazo. Fue en el entrenamiento primaveral y pienso que Luis Aparicio estaba bateando. Yo lanzaba práctica de bateo, y cuando haces eso, a un lado de la jaula e bateo hay un coach bateando roletazos hacia el infield. Una de las pelotas se quedó frente a la jaula, la vi, pensé que todos sabían que estaba ahí. Mientras me disponía a buscar la pelota, uno de los coaches, puede haber sido Kerby Farrell salió a recogerla. Tuve que detenerme en mi carrera y sentí una punzada. Eso me molestó de manera intermitente todo el año. No lo supe hasta años después que me había desgarrado el manguito rotador. Me lesione el brazo otra vez en 1982, en un campamento de fantasía de los Medias Blancas y un día en el trabajo me cai sobre el hombro, me hice una resonancia y me dijeron que lo tenía completamente dislocado. El médico también me mostró donde se habían formado las cicatrices de otras dos lesiones que ocurrieron en el pasado. Lo que imaginé fue que la primera ocurrió en el ’69 y la segunda en el ‘82”.
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ML: Fuiste cambiado a los Medias rojas después de 1969 y tu carrera se recuperó, treinta triunfos en las siguientes dos temporadas ¿Cuáles eran las diferencias entre las dos organizaciones?
GP: “Los Medias Blancas siempre decían que tenían problemas de dinero. Fui representante de los peloteros por cinco o seis años y cada vez que había alguna observación la llevaba a la gerencia. Una vez estábamos en un hotel de Baltimore. El lugar era tan malo que ni siquiera había un closet para colgar la ropa, había algunos ganchos en las paredes. ¡Estábamos en grandes ligas! Fui a hablar con la gerencia y les pregunté si eso era lo mejor que se podía conseguir. Gané alrededor de 6.500 dolares cuando gané diecinueve juegos en 1963. Despues de ganar veinte en 1964 me dieron un aumento pero pienso que no llegaba a los veinte mil dólares. Pienso que todo estaba diseñado para que el gerente general de los Medias Blancas mantuviera el presupuesto por debajo de un límite, si era capaz de lograr eso, ganaba un porcentaje de los ahorros. Así era como manejaban las cosas. Cuando llegué a Boston, el gerente general Dick O’Connell me dijo ‘¿cuanto necesitas para sentirte satisfecho?’ Le di una cifra, la cual pensaba era un poco alta y el me dijo ‘bien voy a buscar los papeles para que firmes’. ¡Recuerdo haber pensado que de saber que iba a ser tan fácil habría pedido más!”
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ML: Gary dos de tus juegos con los Medias Blancas destacan en tu carrera. Me gustaría que me hablaras de ellos para ver que recuerdas. El primero ocurrió la noche del 15 de julio de 1963. Lanzaste un juego de un imparable contra los Orioles con trece ponches.
GP: “Recuerdo que cuando estaba calentando me sentía bien, no de maravillas. Cuando subí al montículo y empecé a lanzar, mi repertorio era excepcional. Esa noche mi slider fue tan buena que nadie la podía batear. He hablado con muchos de los jugadores de los Orioles a través de los años, como Brooks Robinson, y coinciden conmigo. Le hice un envió a Jackie Brandt que JC Martin no pudo ver por completo. Él quería un pitcheo adentro y lancé una recta a través de las costuras como Sandy Koufax y se disparó. Brandt se asustó con ese pitcheo. El único imparable lo conectó Ropbin Roberts, el pitcher de ellos. ¡Él vive a pocas millas de mí y a través de los años me ha recordado eso! Le lancé una recta y el le dio con el mango del bate para levantar un globito que cayó en el jardín derecho corto”.
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ML: El otro juego de un imparable que lanzaste fue el 14 de mayo de 1967, fue el segundo enfrentamiento de una doble cartelera contra los Angelinos. Ganaste 3-1. No solo lanzaste para un imparable con diez ponches, sino que impulsaste dos carreras con un sencillo. ¿Qué recuerdas de eso?
GP: “No tenía mucho en la pelota ese día pero la alineación de los Angelinos no era la mejor. No era tan buena como la de Baltimore unos años atrás. Le hice un mal pitcheo a Moose Skowron y él la depositó en las gradas entre el jardín izquierdo y el central. En cuanto a mi bateo, sé que esa facultad me permitió agregar triunfos y juegos completos a mi carrera. Los managers me dejaban en el juego debido a eso. Si no hubiese sido capaz de batear, me hubieran sacado por un emergente”.
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ML: Quería preguntarte algo a cerca del “plan de incentivos” de Eddie Stanky para los pitchers ¿Es verdad que por cada juego completo lanzado, él les compraba un flux?
GP: “Si, pero también había que sacar al menos veintiun outs mediante roletazos. Aún así pienso que terminó comprándonos a Joe Horlen, Tommy John y a mí siete fluxes hasta mitad de temporada. Dio por finalizado ese plan después del receso del juego de estrellas”.
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ML: El pitcheo de los Medias Blancas fue fenomenal a través de la mayoría de la década ’60. Los Medias Blancas lideraron la liga en efectividad colectiva cuatro de cinco años entre 1963 y 1967, aún así nunca tuvieron un pitcher dominante como Sandy Koufax o Don Drysdale ¿Cuál era el secreto?
GP: “Teníamos fajadores, tipos que jugaban duro y querían ganar. Pienso que Ray Berres tuvo mucho que ver con eso también. Cuando Tommy John llegó desde Cleveland estaba tratando de hacer outs con rectas altas y eso no le estaba dando resultados. Berres le aconsejó mantener la pelota baja y empezó a ganar muchos juegos”.
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ML: ¿Qué tal fue jugar para Al López y Eddie Stanky, como eran ellos?
GP: “¡Dios, estás hablando de un gran contraste! Al fue el mejor manager que tuve. Él conocía el juego y se mantenía distante de los peloteros. Era un buen psicólogo, era calculador y sabía como sacar lo mejor de ti. También le gustaban los medios y se llevaba muy bien con ellos. Cuando Al era el manager los medios nunca nos perjudicaban porque se llevaban bien con él. Eddie hizo un buen trabajo en el campo. No era afectuoso con los peloteros pero trataba de ser amigable con ellos. El problema con Ed era que trataba de ser amigable con alguien y pocos minutos después lo aterrorizaba. Algunos peloteros no podían soportar eso y sus carreras se arruinaron. Sé por la experiencia de haber estado cerca de él, que decía algo y en diez minutos lo lamentaba. Pero Eddie no era el tipo de persona que siempre se iba a disculpar por lo que hacía. También enfurecía a los medios de Chicago. Cuando hacía algo equivocado, los medios nos zarandeaban. No tenían nada contra los peloteros pero toda la arremetida era debida a Stanky. De verdad querían ajustar cuentas con él”.
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ML: Los aficionados de los Medias Blancas te recordaron cuando llegó el momento de escoger el equipo del siglo. Sé que debiste estar orgulloso de que después de treinta y cinco años aun te recordaran por lo que hiciste.
GP: Eso fue un gran honor. Me sorprendí porque los Medias Blancas tuvieron muchos grandes peloteros en su historia. Me enteré cuando llamé a Glen Rosenbaum. (Nota del autor: Por muchos años “Rosey” fue el pitcher de la práctica de bateo de los Medias Blancas y secretario de viajes). Navegaba con mi velero desde Annapolis, Maryland de vuelta a Florida. Rosey me contó acerca de eso y llamé a mi esposa para decirle. ¡Ya ella lo sabía y se aseguró de que supiera que todos mis hijos y nietos irían con nosotros a Chicago para la ceremonia! Por cierto voy a estar en Chicago para el juego de estrellas de este año. Todos los miembros del equipo del siglo han sido invitados a participar en las festividades”.
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ML: Gary, como antíguo pitcher, me gustaría saber que piensas de la tendencia a apurar a los muchachos en su ruta hacia las grandes ligas en vez de dejarlos aprender los fundamentos del juego por unas temporadas en las ligas menores. Pasaste siete años en las menores antes de recibir el llamado ¿Algún comentario?
GP: “Las organizaciones hacen las cosas de maneras distintas. Cuando yo jugaba, los Yanquis y los Medias Blancas nunca apuraban a sus lanzadores jóvenes porque siempre tenían cuerpos de pitcheo sólidos. Pienso que lo peor que los equipos pueden hacer es subir a los novatos en medio de la temporada y esperar que lo hagan bien. He visto muchachos que se han lesionado al apurarlos de esa manera”.
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ML. Estuviste en Nueva York a mediados de enero para la convención del BAT (Equipo Asistencial del Beisbol). ¿Puedes decirnos que ocurrió y si vista a algunos de tus viejos compañeros de equipo?
GO:” Tommy Lasorda fue el orador invitado en el banquete. Bud Selig estuvo en la audiencia esa noche. El discurso de Tommy incluyó unas palabras sobre el juego de estrellas y dijo que cuando él dirigió en ese juego, jugaba para ganar. Nunca ponía a jugar a todos y dijo que los peloteros que no jugaban, nunca se quejaban porque ellos también querían ganar ese juego. Sintió que ese tipo de sentimiento debía regresar al juego. En cuanto a ver a los muchachos, ¡casi teníamos tantos antiguos peloteros de los Medias Blancas que podíamos armar nuestro propio equipo! Yo estaba ahí, Jim Landis, Tommy John, Al Weis…Billy Pierce, Luis Aparicio vino desde Venezuela. Se suponía que Dick Allen estaría allí, pero no asistió. Fue un momento muy agradable”.
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ML: ¿Puedes resumirme tus días con los Medias Blancas?
GP: “Hubo algo de disgusto porque estuvimos muy cerca de llegar a la Serie Mundial, pero no me puedo quejar. Mis mejores recuerdos vienen de mis días en Chicago. Los muchachos siempre se llevaban muy bien, eran buenos entre si. Cada octubre algunos de nosotros nos reuníamos en Colorado. Pasábamos una semana cazando renos y venados y luego en el camino de regreso nos deteníamos en Nebraska, Ron Hansen tenía familiares allí y nos quedábamos para entregar los premios en el banquete de la liga infantil local. Fueron momentos maravillosos”.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. o6 de julio de 2019.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-39137544714763653662019-06-21T14:51:00.005-04:002019-07-05T09:38:33.489-04:00 La Carrera que Hundió a Pittsburgh<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjUZqGvxDWIj9LkOnw6ozbOMSte31oi4zxDSmBViL0LnU4nxWYAO2fH49lbahppKSJ-hRCvZfzma52VQhVCXDH4mWXLuMet6qitLgoEbLOazukuyY8lwdKam4U3_fePZoL488KrkPqiW0i5/s1600/sbream.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjUZqGvxDWIj9LkOnw6ozbOMSte31oi4zxDSmBViL0LnU4nxWYAO2fH49lbahppKSJ-hRCvZfzma52VQhVCXDH4mWXLuMet6qitLgoEbLOazukuyY8lwdKam4U3_fePZoL488KrkPqiW0i5/s320/sbream.jpg" width="320" height="180" data-original-width="1600" data-original-height="900" /></a></div>
Sid Bream. Beisbolista retirado. The Players’ Tribune. 16 de octubre de 2017
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Puede que haya corrido ignorando una señal de parada.
Honestamente no lo sé.
No podria asegurarlo.
Las personas se me han acercado a través de los años y me han dicho que nuestro coach de tercera base, Jimy Williams, levantó sus brazos y me estaba diciendo que me detuviese mientras la pelota llegaba a las manos de Barry Bonds esa noche de miércoles en Atlanta hace 25 años. Pero si lo hizo, nunca recibí el mensaje.
Nunca mire a Jimy mientras me acercaba a tercera base.
En verdad, ni siquiera pensé en mirarlo.
Estaba solo…
…moviéndome tan rápido como me lo permitieran mis piernas.
Todo lo que pensaba era hacer todo lo que estuviese a mi alcance para anotar la carrera del triunfo en el séptimo juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional y conseguir la victoria ante los Piratas de Pittsburgh que nos enviara a la Serie Mundial. Eso se puede ver en mi rostro…lo mucho que quería eso.
Lo extraño es, que si se va y se mira el video de esa jugada, no se ve a Jimy en la toma. Las cámaras de televisión nunca lo enfocaron.
Así que no tengo idea.
Y, epa, eso me recuerda, antes detenerme aquí y detallar lo que ocurrió en aquel séptimo juego, que tal vez ustedes me puedan hacer un favor. Si están leyendo esto, y por alguna razón tienen una grabación con una toma más amplia de ese juego, por favor…envíenmela. Me gustaría saber si me ordenaron que me detuviera o no, si todo lo que ocurrió después de ese momento fue en parte porque no escuché a mi coach de tercera base.
Eso haría esta historia aun más loca.
Pero créanme, ya es muy loca.
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Es imposible para mí pintarles una fotografía completa de cómo ocurrieron las cosas al final de ese juego, y lo que eso significó para mí, sin primero hacer un poco de retrospectiva.
Dos años antes de ese juego de serie de campeonato, yo era el primera base regular de los Piratas de Pittsburgh. Y treinta años antes…nací en Carlisle, Pennsylvania.
Soy un muchacho de Pennsylvania. Sin duda.
Así, que cuando los Dodgers me cambiaron a los Piratas en el ’85, eso fue como un sueño hecho realidad.
Al principio hubo algunos años duros, pero nuestro equipo empezó a cambiar bajo los auspicios de Jimmy Leyland y Syd Thrift, y eventualmente nos convertimos en ganadores de la división. Entones yo estaba jugando buen beisbol, pero también hice muchos buenos amigos para toda la vida, tipos como Jeff King y Gary Redus y Doug Drabek. Doug y su esposa, Kristy, se hicieron muy buenos amigos míos. Nuestros hijos tenían casi las mismas edades, así que nuestras familias compartían mucho. Éramos como padrinos para sus hijos.
Por lo tanto, cuando firmé como agente libre con los Bravos luego de la temporada de 1990, después de haber pasado más de cinco años en Pittsburgh, eso fue un movimiento difícil. Los ejecutivos de los Piratas habían declarado en la prensa de Pittsburgh que yo era su primera prioridad de firma para la temporada del ’91. El problema fue que en las negociaciones, nunca llegaron cerca de estipular un precio para un contrato. Entonces Atlante me hizo una oferta y no la pude rechazar, pero la noche cuando acordé verbalmente esa negociación, literalmente toda esa noche, mi esposa y yo nos sentamos a llorar en la cama ante la idea de irnos de Pittsburgh.
Así que tratamos de quedarnos en Pittsburgh y de aceptar el contrato que ofrecían los Piratas, pero yo quería una clausula que vetaba cualquier tipo de cambio en esa negociación. Los dueños de los Piratas dijeron que no, y dije que si yo era su primera prioridad, odiaría ver cual era su última.
Nos gustaba mucho el area y las personas, y…todo.
Cuando tuve que decírselo al manager, todo se complicó aun más. Recuerdo haber llorado en el hombro de Jim al reconocer que lo iba a dejar, y creo que él también se sintió triste por el hecho de mi partida.
Fue un momento duro debido a todos los amigos que dejábamos. Entonces vino la serie de campeonato de la Liga Nacional de 1991. Después que vencimos a los Piratas para pasar a la Serie Mundial de ese año, yo estaba muy triste pensando que mis amigos de Pittsburgh tal vez nunca tendrían la oportunidad de ir a una Serie Mundial. Estaba feliz por mis compañeros de los Bravos, pero también adolorido por mis otros hermanos.
Entonces empezó otra temporada, y al final de esta Bravos y Piratas disputaban otra vez la oportunidad de ir a la Serie Mundial en el ’92. Los sucesos de la serie de campeonato de la Liga Nacional determinaron que tuvimos que jugar un séptimo juego en Atlanta para decidir quien avanzaría. Y en el séptimo juego, Doug Drabek lanzó toda una joya por ocho innings. Cinco imparables, un boleto, cero carreras. Nos silenció por completo. Estaba bordando sus envíos. Dominio total. Caminábamos de vuelta al dugout ladeando la cabeza, uno tras otro. Despues de ocho innings, estábamos abajo 2-0.
Entonces llegó el noveno inning.
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Cuando Terry Pendleton empezó el inning con un doble por la línea del jardín derecho, pareció que algo había cambiado. Aunque Doug nos hacía parecer tontos, todavía creíamos en el fondo de nuestros corazones que podíamos regresar y ganar el juego, y el batazo de Terry le dio vida a esa creencia. De pronto, cuando él golpeó esa pelota, todo pareció posible para nosotros.
Pocos momentos después ocurrió esto:
Ahora, para aquellos de ustedes que pudieran ser un poco jóvenes, o quienes lo desconozcan, el segunda base era Chico Lind.
Bien, José Lind. Pero todos lo llamaban “Chico”.
Era una de los mejores camareros defensivos con los que jugué. ¡Era muy bueno!
Durante ese año, 1992, ganó el guante de oro. Chico hizo 745 lances defensivos esa temporada, y cometió un total de seis errores.
Seis.
Hacía esa jugada 999 veces de cada 1000. Así que no esperaba lo que vi durante el noveno inning del séptimo juego en Atlanta. Fue toda una sorpresa para mí. Más que todo, eso enardeció extremadamente a nuestra fanaticada mientras me aproximaba al plato con corredores en primera y tercera sin outs.
Le había conectado un doble a Doug temprano en el juego, así que estaba relajado. Siempre que había mucho ruido en un juego, yo era capaz de concentrarme y bloquear todo lo que ocurría alrededor.
Se que mi estómago estaba agitado y me decía, ¡No seas idiota…haz lo que tienes que hacer! Fui capaz de mantenerme enfocado en lo que necesitaba hacer. No me dejé impresionar por el momento, o en pensar en sacar la pelota del parque en ese turno…pero si lo hacía, eso habría significado el juego de pelota.
Buscaba un imparable. Contacto sólido. Hacer mi trabajo.
Cuando Doug soltó el primer envío, una pelota quebrada, la vi rebotar frente al plato. No estuvo cerca.
Bola 1.
Estaba adelante en la cuenta. Ocupaba el asiento del conductor,
Bola 2.
Bola 3.
Para ese momento, la multitud había enloquecido. Coreaban: “¡Sid! ¡Sid! ¡Sid! ¡Sid!”
Ahora, no puedo decir con seguridad si Doug sentía la presión, pero puedo decir que lo próximo que ocurrió no era algo que él hacía regularmente. Honestamente eso me sorprendió.
Bola 4 … alta y afuera.
Me concedió el boleto con cuatro lanzamientos. Doug Drabek, un tipo conocido por su gran control, me caminó con cuatro envíos para llenar las bases.
Despues que Leyland sacó a Doug y trajo al cerrador de los Piratas, Stan Belinda, Ronnie Gant bateó un elevado de sacrificio para poner el juego 2-1, con un out. Entonces Belinda boleó a Damon Berryhill para llenar las bases otra vez y moverme hasta segunda base.
David Justice estaba en tercera base con la carrera del empate. Y yo en segunda como potencial carrera de ganar el juego.
Ahora, en este punto necesito tomar un momento para hacer una pequeña nota al margen. Para que se entienda completamente la situación y como estaban las cosas, necesito decir que…
Para ese momento yo era un corredor muy, muy lento.
De hecho, seré el primero en decirle a cualquiera que pregunte que era probablemente la peor persona a tener en base en una situación donde se necesitaba desesperadamente anotar una carrera desde segunda.
Al principio de mi carrera, yo tenía lo que algunas personas les gustaba llamar “velocidad sneaky”. Pero para este momento, era un tipo de 32 años de edad con seis operaciones de rodilla y una gran rodillera en mi pierna. Nadie me iba a confundir con un velocista. Ni a mi, ni a los peloteros de los Piratas, ni mucho menos a mi manager, Bobby Cox.
Así que, naturalmente, me imaginaba que me iban a sacar por un corredor emergente después que llegué a segunda base. Lo que ocurría era que teníamos muy pocas opciones en la banca. Bobby me había dicho muchas veces a través de los años que no podía hacer ese tipo de cambio porque no tenía a nadie más quien pudiese jugar primera base si me sacaba.
Pero…no sé.
Brian Hunter estaba disponible para jugar primera base después de batear como emergente en el noveno inning, lo mismo que Francisco Cabrera. El problema que yo veía para Bobby Cox, era quien iba a jugar segunda base. Había sacado a Mark Lemke por un bateador emergente, no teníamos a nadie quien jugara segunda. En mi opinión, no para criticar a Bobby, porque fue un gran manager, teníamos muchos pitchers en el bull pen que eran más rápidos que yo. Cualquiera de ellos hubiese funcionado como corredor en ese momento. Pero Bobby no hizo el movimiento, y hasta este día sigo hablando de eso.
Creo saber porque, y es que Dios había servido la escena para mí. Me mantuvo allí. Pero cualquiera haya sido la razón, Bobby me dejó.
No sé. Tal vez tuvo una corazonada.
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Francisco Cabrera era el último jugador de posición que quedaba en nuestra banca.
Si no iba a ser él quien viniese a batear de emergente con dos outs por Jeff Reardon con las bases llenas, tendría que ser un pitcher. Tom Glavine, o alguien por el estilo.
Se sabe que Tom podía batear muy bien, pero Cabrera era el más indicado. Ese tipo, para ser honestos, probablemente tenía más poder que cualquier del equipo en ese año. Tuvo alguna dificultad para establecerse en una posición en el terreno, así que solo tuvo un puñado de turnos al bate esa temporada, pero él podía conectar la pelota muy bien.
Parado en segunda base, sabía que él iba a batear ese imparable.
Pero también sabía que cuando lo hiciera, yo iba a necesitar cualquier pequeña ventaja que pudiese tomar para anotar la carrera ganadora. Así que decidí trabajar en eso.
Mi separación de la base, si se regresa a ese momento, fue gigantesca.
Fue una separación ridícula. Absurda.
Si los Piratas hubieran lanzado la pelota hacia segunda base en ese momento, habría sido aniquilado. Quemado. Se acabó el juego. Hubiera sido el chivo expiatorio de todos los chivos de los playoffs a quienes han sorprendido en las bases…pero eso no ocurrió.
En el último lanzamiento del juego, mi pie derecho estaba tocando tierra justo cuando el bate de Frankie conectó la pelota.
Como había dos outs no tenía que preocuparme hacia donde había sido bateada la pelota.. Solo arranqué. En ese momento, no pensaba en los brazaletes de los jardineros o que tan cerca estábamos de ganar el juego o que pudiera ocurrir después.
“No estaba pensando en nada…solo movía mi cuerpo tan rápido como podía mientras la pelota sobraba a Jay Bell en el campocorto y se dirigía hacia Bonds en el jardín izquierdo.
Años después, oi al jardinero central de los Piratas, Andy Van Slyke contar la historia de cómo, antes del último pitcheo, se había acercado a Barry y le dijo que jugara más adelante. Bonds, de acuerdo a Andy, solo le hizo la señal de la paz y se quedó donde estaba.
No puedo decir si eso ocurrió o no, pero lo que diré es que si Barry se hubiese adelantado, puede haber estado en peor posición para hacer el tiro al plato. Si se observa el video, él tuvo que correr varios pasos a su izquierda para tomar la pelota. Si se hubiera adelantado antes del lanzamiento, su ángulo para atacar la pelota pudo haber dificultado su movilidad para hacer un tiro fuerte al plato.
Y aquí esta lo otro. No se equivoquen; Barry hizo un tiro fuerte al plato. Fue un buen lanzamiento de un bote. Solo un poco desviado hacia primera base.
Para mi fortuna.
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Mis rodillas crujían cuando doblé por tercera base rumbo al plato. Eso es seguro.
Por entonces, cada vez que tenía que correr duro, me dolían.
Pero seguí embalado ¿saben a que me refiero? Tenía la misión de anotar esa carrera. Y cuando llegó el momento de deslizarme, las cosas se pusieron…interesantes.
En los 25 años que han transcurrido desde esa noche, centenares de personas se me han acercado, miles tal vez, y me han dicho que maravilloso fue ese deslizamiento.
Primero que todo, siempre me aseguro de agradecerles por eso. Pero en cada oportunidad, lo próximo que digo es…
“¿A cual deslizamiento estabas mirando?”
No hubo nada especial con el deslizamiento. Solo doblé mi rodilla y me deslicé hacia el plato.
Fue un deslizamiento de pierna doblada que apenas cumplió el cometido.
Así que no me gusta tomar algún crédito cuando la gente me dice que el deslizamiento fue grandioso.
No estoy tan seguro de que ellos tienen razón acerca de eso.
De lo que si estoy seguro, es de que mi pie tocó el plato justo antes que Mike LaValliere tomara el disparo de Barry y se volteara para tocarme.
Si se ve la cinta con detenimiento, se verá que mi talón izquierdo llegó y tocó la esquina frontal del plato antes que Spanky (todos los llaman Mike, “Spanky”) me tocara con la mascota.
Seguro que admito que la jugada luce dudosa…porque mi talón apenas hizo contacto, e inmediatamente salió del plato cuando Spanky me tocaba.
Pero toqué el plato ahí. Créanme. Estoy 100% seguro de eso.
Una vez que lo hice, empezó la celebración.
NOTAS AL MARGEN
Me estoy poniendo un poco viejo por estos días, y 25 años es un largo período para recordar, así que no recuerdo muchos detalles en términos de lo que ocurrió después.
Sé que David Justice fue el primero que saltó sobre mí, y después vino una oleada de personas. Todos se apilaron encima., y cuando me levanté abracé a cada persona que vi. Pero más allá de eso, todo es algo confuso en ese punto.
Las dos cosas en que probablemente pienso más de ese juego son, primero: Francisco Cabrera no recibió suficiente crédito. Hizo lo más difícil. Bateó el imparable…en una de las situaciones de más presión que se pueda imaginar. Todo lo que hice fue correr hacia el plato sin asentar los pies y hacer un feo deslizamiento que de alguna manera fue lo suficientemente bueno.
La otra cosa en que pienso mucho, es como siendo yo la potencial carrera de la victoria, el hecho de que fuese yo específicamente, y no otro pelotero, resultara que esa juga haya sido tan emocionante como fue.
Si el corredor hubiese sido algo más rápido que yo, la jugada no hubiera sido tan cerrada. Hubiese anotado la carrera ganadora sin problemas. Si el corredor hubiera sido más lento, Spanky lo hubiese puesto out y el juego continúa, porque se hubiera empatado y Bobby habría tenido que decidir quien iba a jugar segunda base.
Pero como fui yo, esa jugada fue tan cerrada como pudo ser. Totalmente un bang-bang. Y por eso todavía las personas la recuerdan.
Me parece que algunas cosas están destinadas a ocurrir. Hay que reconocer esto: Nunca más se tendrá una jugada con esa emoción otra vez, debido a la revisión de las repeticiones en el beisbol. Si eso hubiera ocurrido hoy, Jim Leyland habría pedido revisar la jugada, y toda la emoción se habría retardado mientras se esperaba el veredicto.
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Después que terminó la celebración en Atlanta, y fuimos a jugar la Serie Mundial ante los Azulejos, recibí una amenaza de muerte de un enojado fanático de los Piratas.
Todavía tenía una casa en Western Pennsylvania en ese momento, y cuando mi esposa y yo regresamos allí, un individuo enfermo llamó a nuestro teléfono y me dijo que me iba a matar y a toda mi familia.
Llamamos a la policía, pero no ocurrió nada. Eso nos afectó por cierto tiempo. Ese incidente, más la desilusión de perder la Serie Mundial en seis juegos ante los Azulejos, significó que la alegría que experimenté aquella noche de miércoles en Atlanta no durara tanto como me hubiese gustado.
Señores, esto es solo un juego. Nadie necesita ser así de malvado. Como se ha oído siempre: “¡Vive tu vida!” Si estás tan trastornado que tu respuesta a la derrota de tu equipo es hacer algo malvado, entonces estás enfermo. (Siento pena por el caballero de Chicago que se estiró para atrapar un elevado de foul en Wrigley Field durante la serie de campeonato de la Liga Nacional de 2003. Hizo lo que hace el 99% de los aficionados al beisbol en ese estadio habría hecho esa noche, pero él era el que estaba en esa silla. Su vida cambió para siempre debido a los malvados). Las cosas tienen que cambiar. El beisbol es solo un juego que tenemos que amar, y deberíamos animar a nuestros peloteros.
Personalmente, estoy verdaderamente agradecido por la oportunidad de haber hecho algo que amaba hacer. ¡El beisbol es un gran juego! Y aquel juego de 1992, específicamente los últimos 15 segundos de él, me ha provisto de 25 años de experiencias maravillosas. Gracias a esa última jugada, y a ese tonto deslizamiento, y todo lo que ocurrió, he conocido muchas personas agradables y reflexivas que comparten sus memorias de aquel momento conmigo.
Las personas todavía vienen hacia mi casi todos los días y quieren hablar de eso. Hablan de eso de manera diferente dependiendo de si estoy de vuelta en Pennsylvania, o en el sur visitando Atlanta…pero, no importa, ellos quieren hablar de eso. No importa si es en el aeropuerto, o en un restaurant, o si estoy parado en una luz roja, siempre hablan de la carrera ganadora que anoté.
Me cuentan de cómo saltaron en la sala y tocaron el techo con los puños, o de cómo hubo algunas apuestas locas de salir a caminar desnudos en la calle del frente si yo anotaba.
Lo he oído todo hasta este punto.
¿Y saben que?
El tema nunca se agota.
Nunca me canso de oir esas historias, o de revivir la jugada final con amigos que quieren compartir memorias de ese momento.
Como lo veo, muchos tipos se retiran del juego, en un par de años, y pasan a la oscuridad. La gente los olvida. Y eso es todo.
Pero la gente me recuerda, debido a “El Deslizamiento”.
Y aunque solo se trate de una jugada en el curso de 12 años de carrera, aun siento que eso es muy agradable.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 20-06-2019.
Nota del Traductor: Actuación de Sid Bream con los Navegantes del Magallanes en la temporada 1982-83: 34 JJ, 15 CA, 15 CI, 33 H, 6 2H, 2 3H, 3 HR, .287 AVG.
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-11303623590188666572019-06-14T14:49:00.001-04:002019-06-14T14:49:09.214-04:00Desde Tovar Bracho hasta Tovar Ostos.
La noticia me paralizó la mirada y me dejó inmóvil frente al monitor por algunos treinta segundos. Un tuit de Carlos Feo informaba el fallecimiento de Carlos Tovar Ostos. De inmediato estaba en el lobby del Meliá Caracas, esa mañana realizarían la rueda de prensa para presentar el campeonato de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. Había conseguido el número de teléfono de Tovar Ostos y se entusiasmó tanto con mi proyecto de libro “Aquellas Voces Deportivas” que acordamos una entrevista antes del acto de la liga de beisbol. A eso de las diez empezamos a conversar. Me agradeció por haber considerado a Carlos Tovar Bracho entre aquellos seis narradores del libro (Buck Canel, Pancho Pepe Croquer, Marco Antonio Musiú Lacavalerie, Felo Ramírez, Carlos Tovar Bracho y Delio Amado León). En mi opinión nada había que agradecer, Tovar Bracho está en el Olimpo de los mejores narradores deportivos venezolanos.
La primera referencia que tengo de Tovar Ostos es un programa dominical hacia el final de la tarde por Radio Rumbos, allí compartía micrófonos con Hector Cordido, Alvis Cedeño y Carlos Tovar Bracho. El tono sereno y los conocimientos profusos lo acercaban a Tovar Bracho al igual que una impecable dicción y conocimiento del lenguaje. Se trataba de un programa de variedades deportivas con los últimos sucesos del fin de semana. A veces me confundía y no podía diferenciar quién hablaba de los resultados de los juegos de grandes ligas, si Tovar Bracho o Tovar Ostos. Cada quién intervenía con la misma pasión, conocimiento o profundidad referencial. La única manera cuando podía medio identificar quien hablaba era durante las intervenciones de Cordido o Cedeño, se dirigían a padre e hijo como Bracho y Ostos. El programa empezaba como a las cinco de la tarde y me parecía que el tiempo me había jugado una mala pasada cuando escuchaba la música que indicaba el final del espacio, miraba el reloj casi con ganas de estrujarlo. Sin embargo los datos de actualidad, las referencias históricas, la pronunciación de las palabras resonaban en mis parietales toda la semana.
“Mi papá empezó a trabajar como locutor en una emisora de Valencia llamada La Radiotel. Siempre le gustó el beisbol desde sus días de jugador de primera base en el barrio Los Colorados. Era una pasión muy sustentada en el control y la disciplina, creo que por eso perduró en él toda la vida. Cuando se sentaba a escribir en su estudio, había que tocar la puerta cinco y hasta siete veces, entonces decía ‘adelante’ y se le notaba entre emocionado y relajado. A veces llegué a sorprenderlo practicando algunas modulaciones. Escuchaba el eco de la narración desde el patio y me escondía detrás de la puerta: ‘…es increíble amigos…Aparicio ha llegado hasta la grama del jardín central corto y ha lanzado desde allá para retirar para retirar en el salto a Victor Davalillo. El sonido de la pelota contra el mascotín de Mike Epstein resonó en toda la tribuna de la derecha…y allí está Pepe El Gritón animando a los parciales de La Guaira, ese tipo debe practicar natación o atletismo, no sé que suena más duro entre su voz y el sonido interno del estadio…’ Aunque sus relatos boxísticos tenían mucho picante ‘…Alfredo Marcano ataca con el gancho de derecha, esquiva los impactos del japonés, lo lleva hasta las cuerdas y conecta tres jabs seguidos al rostro y Kenji Iwata se estremece, ¡que tremenda demostración esta ofreciendo el orgullo del sector Puerto España de Cumaná!’”
“Siempre me dijo que era esencial para un narrador deportivo transmitir pasión, emoción, pero sin olvidar el conocimiento, la perspectiva y sobre todo la objetividad, que aunque todos sabes es inalcanzable hay que tratar de acercarse al máximo a ella, como se busca estar cerca de la mujer que más te gusta. No sé como lo hacía, pero en lo más encendido de sus narraciones, cuando parecía identificado totalmente con un equipo o pugilista, de pronto, de la nada, se prodigaba en reconocimientos hacia los méritos del rival. Era toda una cátedra de sobriedad y equilibrio verlo compartir aquellas transmisiones de los juegos de pelota en el circuito de los Leones del Caracas con Delio Amado León. Siempre resaltaban los atributos de los peloteros del equipo de la casa, pero llegado el momento no les temblaba el pulso para reconocer los méritos del rival y prodigar los comentarios y adjetivos más respetuosos. Lo hacían con naturalidad, generosos, intensos, con tanta pasión como si hablaran de su equipo”.
Fuimos de los últimos en pasar al salón donde iba a empezar la rueda de prensa. Le comenté a Tovar Ostos que en una ocasión ví a Carlos Tovar Bracho transmitir un juego de beisbol en los Juegos Nacionales Deportivos de 1975 desde las gradas del estadio municipal de Cumaná. Tovar Ostos sonrió y se ajustó los anteojos en el tabique nasal. “Mi papá siempre me dijo que debía estar preparado para hacer el trabajo en las condiciones más desventajosas. ‘Hay que cumplir los compromisos de la mejor forma’. Recuerdo que cuando transmitió los playoffs y la Serie Mundial de 1969 por RCTV, la primera vez que se transmitió ese evento en vivo en Venezuela, él siempre salía de la casa como a las diez de la mañana, mi mamá le hacía el desayuno y el almuerzo de una vez. Los fines de semana me llevaba al canal. Una vez que empezaba el juego, a eso de la una de la tarde, no había quien lo sacara del juego. A veces salían temas colaterales al juego y los peloteros y él siempre era el primero en retomar la secuencia del juego. Cuando le preguntaba porque siempre decía “juego legal” en el quinto inning, me dijo que si a partir de ese momento ocurría algún imprevisto y el juego era suspendido, el equipo que estuviese adelante en la pizarra se adjudicaba la victoria”. Se notaba un aire de nostalgia disimulada en los gestos de Tovar Ostos, un rictus de melancolía.
Aunque la rueda de prensa estaba comenzando, seguimos hablando varios minutos más. “De aquellos playoffs y Serie Mundial de 1969, recuerdo mucho como comparaban pelotero a pelotero a los Mets con los Bravos primero, y después con los súper favoritos Orioles de Baltimore. Mi padre participaba en la discusión de todas las posiciones pero cuando llegaron al jardín central, yo notaba esa especie de sobresalto emocional que le veía en la casa cuando mi mamá le preparaba su comida favorita. Los otros comentaristas decían que Paul Blair aventajaba por mucho a Tommie Agee por su agilidad, por su elegancia y por ese instinto especial para jugar casi detrás de segunda base y regresar a tomar batazos en la zona de seguridad. Carlos Tovar Bracho reconocía la calidad de Blair, pero decía que Agee también era un gran jardinero central, que no se equivocaran con él. Yo sabía que él había traído a Agee como refuerzo del Magallanes a mediados de la década de 1960, pero nunca mencionó en esas transmisiones de RCTV que había contratado a Agee. Solo se remitía a destacar sus grandes cualidades defensivas y con el madero, como cuando hizo aquellas dos grandes atrapadas ante batazos de… y despachó un jonrón clave en el tercer juego de la Serie Mundial “
Seguimos hablando en voz baja mientras se hacían los últimos arreglos logísticos para arrancar el evento o cada vez que había alguna pausa en la rueda de prensa. “Carlos Tovar Bracho siempre me dijo que sus años como gerente deportivo de Orientales y Magallanes le había enseñado esa otra faceta del beisbol que pocos conocen, el trato diario con los peloteros, sus lesiones, sus problemas familiares, sus dificultades emocionales. La perspectiva de los directivos, sus caprichos, sus visiones, sus urgencias, sus arrancadas temperamentales. Todo eso le creo un bagaje, una bitácora, un faro que le mostraba las mejores alternativas para describir las incidencias de un juego, explicar las particularidades de un momento cumbre del desafío, matizar las penumbras de cualquier disputa de algún pelotero o el manager con los árbitros. Cuando lo observaba narrar un juego, me parecía que conociese de toda la vida a los peloteros de ambos equipos, que se supiera de memoria todas las reglas del beisbol. Siempre le preguntaba como hacía para saber todo eso, el solo sonreía y respondía casi silente: ‘Práctica, mucha práctica y muchísimo amor por el juego’…”
Si su elocuencia y capacidad para saber encauzar la emotividad en los momentos determinantes de un juego de beisbol eran excepcionales, la efusividad de Carlos Tovar Bracho para delinear con maestría los detalles de una pelea de boxeo resultaba magistral, sin pausa, sin aliento, dibujaba y remarcaba cada detalle de la esgrima, de los impactos de los pasos comedidos del árbitro. Todavía tengo grabada en la memoria una pelea entre un panameño llamado Héctor Carrasquilla y un coreano del cual no recuerdo el nombre. La intensidad y alternabilidad de los púgiles en el comando de la pelea provocaron una de las andanadas descriptivas más profundas y épicas que haya escuchado a un locutor deportivo, la voz de Tovar Bracho era una especie de paredón emocional que me aislaba del entorno de la calle, dibujaba con los trazos más alargados y elocuentes de van Gohg o Modigliani cada esguince, cada ataque, cada pómulo inflamado, cada desplante del árbitro para evitar que alguno de los golpes impactara en su humanidad. Aquel narrador parecía no tener tregua con la respiración, la voz se extendía por los tres minutos del asalto, hasta que sonaba el inoportuno campanazo. Entonces entendía porque él y Nestor López recorrían el mundo para transmitir desde los lugares más remotos.
Tovar Ostos siguió hablando en cada pausa de la rueda de prensa, apretaba las manos dentro de los bolsillos de su guayabera mangalarga, azul grisáceo. “Siempre recuerdo una columna que tenía mi papá en el diario Meridiano. Se llamaba algo así como “Hoy amanecí pensando en…” Era una visión desde el lado humano de los deportistas. Escribía del deporte en general, aunque siempre regresaba al beisbol, eso le había quedado de un programa de variedades deportivas que tenía en RCTV. Esa columna salía, si mal no recuerdo los martes. Era todo un espectáculo ver a mi papá ver llegar de un juego de pelota o una pelea de boxeo y sentarse a escribir en su estudio, sin siquiera pasara saludar a mi mamá, luego se disculpaba con ella “Disculpa amor, pero tenía que escribir primero porque después se me va la inspiración y no me puedo dar el lujo de perder la originalidad, el gancho, el atractivo de las historias que se me ocurren”.
Hace unas dos o tres temporadas, Tovar Ostos formó parte del equipo radiofónico de los Navegantes el Magallanes, me contentó mucho escuchar los juegos desde su estilo solemne y energético que hacia apreciar mejor los trazos de sus imágenes, el contraste jugaba a su favor, se podía apreciar a plenitud cada una de las aristas del juego, cada detalle parecía una pirámide egipcia, cada observación declaración de principios. Esa temporada, muchos juegos efectuados en Maracaibo, Puerto La Cruz, Porlamar y Barquisimeto, fueron transmitidos desde los estudios de Radio Caracas Radio. Fue como volver a conversar con Tovar Ostos. “Mi padre transmitió muchos juegos de LVBP desde las oficina de la emisora radial hacia mediados de la década de 1960. Él y Delio Amado León se turnaban con el reporte impreso del teletipo y un disco que simulaba el ruido del público. Nosotros al menos tenemos la transmisión televisiva para describir las jugadas al instante. Ellos tenían que ingeniárselas para imaginar que había ocurrido el en terreno de juego, como eran los movimientos de los lanzadores, cual era la tensión emocional que se vivía. Siempre que terminaba de imaginar uno de aquellos juegos, le preguntaba como hacía para decir tantas cosas si no veía nada. El me quedaba viendo y sonreía, como la vez que me contó que había llamado aquel one-two del Magallanes de Clarence Gaston y Pat Kelly la versión en blanco y negro de “Batman y Robin”.
Alfonso L. Tusa C. 12 de junio de 2019 ©.
_ Referencias y fuentes.
- Baseball-reference.com
- Diario El Nacional.
- Revista Sport Gráfico.
- Diario Meridiano.
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A mediados de la temporada de 1968, cuando los Pilotos todavía eran un proyecto de equipo de beisbol, los directivos ofrecieron a Joe Schultz el cargo de manager del conjunto, el sueño de dirigir un equipo de grandes ligas por fin estaba a su alcance, luego de ejercer varias temporadas como coach de tercera base de los Cardenales de San Luis. Al terminar la temporada los Pilotos contrataron a Schultz como su manager pero no podían anunciar la firma debido a que este aun era coach de los cardenales, quienes estaban encaminados a conquistar el banderín de la Liga Nacional y por tanto asistir a la Serie Mundial. Los rumores empezaron a proliferar hasta que convirtieron la contratación en el secreto peor guardado del beisbol. Por eso, Schultz se convirtió en tema de conversación de los comentaristas televisivos de la NBC durante los juegos de la Serie Mundial. Los narradores Curt Gowdy y Harry Caray lo señalaban reiteradamente como “el primer manager en la historia de los Pilotos de Seattle”. Hablaron tan detalladamente de la contratación de Schultz que eso se convirtió en una de las subtramas de la Serie Mundial de 1968 entre los Cardenales y los Tigres de Detroit. Hasta que en el noveno inning del séptimo juego, el gerente general de los Pilotos, Marvin Milkes, anunció oficialmente que Schultz sería el manager de los Pilotos.
El hasta entonces coach de tercera base de los Cardenales, hasta ese momento había sido un personaje más bien desconocido, anónimo, misterioso cuyos logros en el beisbol permanecían escondidos dentro de las interioridades de un equipo de beisbol. Además Schultz era ajeno a Seattle por lo cual podría no ser la mejor escogencia para dirigir a los Pilotos. Sin embargo, tanto él como la gerencia del equipo esperaban salir adelante con resultados sorprendentes. Entre enero y febrero Schultz se convirtió en gran promotor de las expectativas de los Pilotos. Desarrolló un programa de banquetes y discursos y se presentó escuelas primarias, liceos, almuerzos, clubes sociales, organizaciones de fraternidad, cenas formales y casi cualquier tipo de evento público celebrado en el gran noroeste. Cautivó a las audiencias con su sentido del humor, ocurrencias y entusiasmo por el juego. Repetía a diario que los Pilotos eran capaces de jugar beisbol para ganar y que terminarían terceros en la división oeste de la Liga Americana. Su vehemencia y aparente sinceridad eran tales que la gente de Seattle empezó a creer en él.
Desde el primer dia de los entrenamientos primaverales Schultz impresionó a sus peloteros mediante muchos elementos de la vieja escuela de los managers de la década de 1960. Le gustaba reiterar ciertas frases que dibujaban algo de la sabiduría sencilla adquirida en cuarenta años de experiencia en el beisbol. Una se refería a una observación básica de bateo: “Bien muchachos, se trata de una pelota redonda y un bate redondo y hay que batearla de plano”. Tenía el tipo de vocabulario propio de los managers de antaño. En un capítulo del libro Ball Four de Jim Bouton, este recrea la visión interna de las pintorescas palabras del manager. Despues que los Pilotos vencieran a los Tigres campeones mundiales, Schultz dio a sus peloteros un discurso de victoria. Esto es lo que Bouton escribió: “Joe dio su discurso habitual en el clubhouse: ‘Atáquenlos todo el tiempo. Acribíllenlos. Sean implacables…Saboreen esa Budweiser y vuelvan a vencerlos mañana’”.
Una de las charlas más recordadas de Schultz ocurrió cuando salió hacia el montículo para conferenciar con el lanzador John Gelnar. Bouton retrató la escena en Ball Four:
Gelnar nos contó de la gran conversación que tuvo con Joe en el montículo. Había dos tipos más ahí y Tom Matchik (de los Tigres) iba a batear. “¡Quieres que le lance de alguna manera en particular, Joe?” preguntó Gelnar.
“No, domínalo”, dijo Joe Schultz. “Lánzale duro abajo y después nos vamos a saborear algo de Budweiser”.
“Saborear algo de Budweiser”, esa frase se convertiría en sinónimo de Schultz. Siempre les rogaba a sus Pilotos que ganaran el juego para irse a saborear algo de Budweiser.
Tristemente los Pilotos tuvieron pocas oportunidades de saborear Budweiser. Aunque arrancaron muy bien y se mantuvieron terceros hasta inicios de julio, luego apareció una caída prolongada hacia el sótano el resto de la temporada.
Al terminar la temporada la gerencia de los Pilotos despidió a Schultz y varios peloteros sintieron que la decisión era injusta, el manager había hecho demasiado con lo poco que tenía. Don Mincher era uno de los más afectados por el hecho. Dijo que Schultz había sido un factor positivo en el dugout de los Pilotos. “Nos mantuvo batallando”, le dijo Mincher a The Sporting News, “nos animó a través de la peor racha de derrotas”. Hasta los peloteros que no lo veían como manager, reconocían que Schultz era entretenido y mantenía el clubhouse animado y relajado.
Los Pilotos comenzaron la temporada con una victoria 4-3 sobre los Angelinos de California el 8 de abril de 1969 en Anaheim. Marty Pattin se apuntó la victoria en trabajos de 5 episodios, permitió 8 imparables, 2 carreras limpias, 3 boletos y recetó 4 ponches. Diego Seguí relevó durante 3 episodios donde permitió 1 carrera limpia, 2 imparables, 2 boletos y 4 ponches. Aker se apuntó el salvado. Por los Angelinos perdió Lynn McGlothin quien permitió las 4 anotaciones de los Pilotos. Hegan y Jerry McNertney remolcaron par de carreras cada uno para comandar la ofensiva de los Pilotos. Luego de perder el siguiente juego, fueron a Seattle para la inauguración en casa el 11 de abril, los obreros aun trabajaban colocando asientos en las gradas del Sicks Stadium un estadio de ligas menores habilitado como sede temporal.
El 21 de junio de 1969, en el Sick’s Stadium, los Pilotos enfrentaron a los Reales de Kansas City. Gene Brabender y Nelson se enfrascaron en un carbonizante duelo de lanzadores, cuya única anotación se produjo en el cierre del primer inning, Tommy Harper sencilleó al jardín central, fue sorprendido en la inicial pero quedó a salvo por error de Nelson y avanzó hasta la intermedia, luego pasaría hasta tercera base por passed ball del cátcher Eliseo Rodríguez. Mike Hegan entregó el primer out con línea corta al jardín izquierdo. Davis salió de tercera a primera. Don Mincher negoció boleto. Gustavo Gil, descargó sencillo impulsor al jardín central. Brabender retiró los primeros 20 bateadores en línea, hasta que Pat Kelly le conectó imparable en el séptimo inning, pero fue retirado en segunda base del cátcher Jerry McNertney al campocorto Kennedy
Luego en el octavo, Brabender ponchó a Joe Foy. Kirkpatrick largó imparable hacia la derecha y fue retirado de McNertney al segunda base Donaldson. Lou Piniella negoció boleto. Harrison fue dominado con rodado a la inicial. En el noveno Rodríguez elevó hacia la derecha. Taylor emergió por Nelson y bateó imparable por el campocorto, luego pasó a segunda base por error de Kennedy. O’Riley corrió por Taylor. Brabender cerró el juego al ponchar a Hernández y dominar a Ríos con rodado por el montículo.
Analizar a los Pilotos, más que reconocer un puñado de peloteros promedio, en el punto medio de sus carreras, reclutados principalmente en el draft de expansión, resulta un interesante ejercicio para estudiar la influencia que han tenido sobre la formación de muchos peloteros, su participación en las ligas invernales del Caribe, particularmente en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional.
Gene Brabender jugó con los Tiburones de La Guaira en la temporada 1966-67, fue líder de la liga venezolana en victorias (13), juegos completos (11) y ponches (147), tuvo efectividad de 2.47 y solo concedió 53 boletos en 160 innings de labor. El 22 de enero de 1967 le ganó 2 juegos a los Leones del Caracas, es uno de tres pitchers que han conseguido ese logro en la liga. Los otros son: Ken Rowe (24-01-1965) y Huck Flenner (28-12-1995).
El 13 de junio de 1969, los Pilotos vencieron 2-1 a los Yanquis en Yankee Stadium. Brabender lanzó completo, solo permitió 4 imparables, 4 boletos y recetó 4 ponches. La carrera se la hicieron en el segundo inning cuando le llenaron las bases sin outs y su rival Mel Stottlemyre bateó para dobleplay. Los pilotos igualaron en el séptimo inning mediante sencillo impulsor de Comer y se fueron adelante en el octavo con imparable remolcador de Tommy Harper. Stottlemyre cargó con la derrota.
El martes 26 de agosto de 1969, en Memorial Stadium, Brabender lanzó completo y venció 2-1 a los Orioles de Baltimore que ese año ganaron el banderín de la Liga Americana y disputaron la Serie Mundial ante los Mets de Nueva York. Solo le conectaron 4 imparables y le anotaron una carrera en el cierre del séptimo episodio mediante imparable de Mark Belanger a la derecha, Lee May emergió por el relevista Marcelino López (quien había relevado a Tom Phoebus en la apertura del sexto inning), y la rodó por la inicial para arrimar a Belanger hasta la intermedia en jugada de selección, Don Buford salió del inicialista Don Mincher a Brabender. Paul Blair soltó imparable impulsor a la derecha. Frank Robinson fue dominado con roletazo al campocorto para forzar en segunda a Blair. Concedió 2 boletos y repartió 4 ponches. Phoebus cargó con la derrota, con relevos de López y Eddie Watt a partir del octavo inning. Davis comando la ofensiva de los Pilotos mediante cuadrangular solitario en el segundo episodio y sencillo al jardín central remolcador de Tommy Harper quien corría en tercera base.
Luego ocurrió tal vez una de las victorias más emocionantes de los Pilotos. El 26 de junio de 1969 llegaron perdiendo 2-1 al cierre del noveno inning en el Sick’s Stadium ante los Medias Blancas de Chicago. Entonces los patiblancos reformularon su defensa: Ángel Bravo pasó del jardín central al derecho. McCraw pasó del jardín derecho hacia la primera base. Ken Berry, quien había corrido por Ward en la apertura de ese inning se quedó jugando en el jardín central. Luis Aparicio, quien había corrido por Pavletich en el mismo inning, se quedó jugando en el campocorto. Ed Herrmann reemplazó a Hopkins en la receptoría. Steve Hovley entregó el primer out de pitcher a primera base. Comer sencilleó al centro. Gustavo Gil forzó a Comer de segunda a campocorto. McNertney despachó doblete remolcador para igualar la pizarra. Kennedy corrió por McNertney. Donaldson fue caminado intencionalmente. Don Mincher emergió por Oyler. Wood relevó a Joel Horlen en el montículo. Davis sustituyó a Mincher y bateó imparable a la izquierda para impulsar a Kennedy con la carrera de dejar sobre el terreno a los Medias Blancas.
Gustavo Gil jugó en LVBP con los Industriales del Valencia desde la temporada 1959-60 hasta la 1967-68. Fue campeón con ellos en las campañas 1960-61, 1962-63. Entre sus actuaciones más resaltantes con los Pericos destacan el primer juego de una doble tanda el 24 de enero de 1961 ante Leones del Caracas. Gil despachó doble ante Emilio Cueche y anotó la única carrera del desafío ampara do en imparable de Bubba Morton. Bob Miller se apuntó el triunfo en trabajo completo de 7 entradas. El 19 de enero de 1963 ante los propios Leones del Caracas, los Leones le marcaron una rayita a Dan Neville en el primer inning mediante dobles de Cesar Tovar y Don Pavletich. Valencia igualó en el cuarto con vuelacercas de Deron Johnson ante Manuel González. En el décimotercer inning Luis Rodríguez soltó imparable, Daniel Morejón se sacrificó y Gil disparó metrallazo a la derecha para dejar en el campo al Caracas. También jugó con los Navegantes del Magallanes desde la justa 1968-69 hasta la 1976-77. Allí fue campeón en la 1969-70 y seguidamente en la Serie del Caribe del ’70. Además de su imparable para impulsar a Damaso Blanco para ganarle 4-3 a los Leones de Ponce el 10 de febrero de 1970 y con ello asegurar el primer campeonato de Serie del Caribe para Venezuela; también se recuerda mucho un triple que Gil conectó ante Roberto Muñoz el 23 de enero de 1970. Era el tercer juego de la serie semifinal Magallanes-Tigres. La pizarra estaba 3-3. Gregorio Machado, quien lanzó un relevo de 10 innings, logró embasarse y entonces Gil despachó el triple que le dio ventaja a su equipo para ganar 4-3.
Hubo un juego en Tiger Stadium donde los Pilotos enfrentaron a los Tigres de Detroit el 9 de junio de 1969. Los de Seattle picaron adelante mediante jonrón de Simpson el primer bateador del juego ante Mickey Lolich quien luego ponchó a Gus Gil, Davis y Comer en sucesión. Los Tigres igualaron en el cierre del quinto inning mediante sencillo de Lolich hacia el centro para remolcar a Tom Matchick desde la intermedia. Entonces Lolich y Marty Pattin se enzarzaron en vibrante duelo hasta que en la apertura del décimo Pat Dobson entró a relevar a G. Brown. Jerry Mcnertney negoció boleto. Tommy Harper salió a correr por McNertney. Oyler se sacrifició de pitcher a segunda base. Harper avanzó hasta la intermedia. Merrit Ranew emergió por Pattin y fue boleado intencionalmente. Gosger salió a correr por Ranew. Don Mincher emergió por Simpson y sencilleó hacia la derecha para remolcar a Harper. Whitaket salió a correr por Mincher. Gil bateó elevado de sacrificio hacia el jardín central para impulsar a Gosger. Davis entregó el último out de pitcher a primera. En el cierre de ese inning, Whitaker se quedó jugando en el jardín izquierdo. Diego Seguí entró a relevar a Pattin en el lugar de Davis. Larry Haney entró a cubrir la receptoría en lugar de Harper. Gosger se quedó jugando en el jardín central. Fred Stanley disparó imparable a la izquierda. Dick McAuliffe negoció boleto. Stanley pasó a segunda. Al Kaline despachó sencillo remolcador al centro. McAuliffe pasó hasta tercera. Woods entró a correr por Kaline. O’Donoghue sustituyó a Seguí en la lomita. Norman Cash se ponchó. Jim Northrup negoció boleto. Gelnar relevó a O’Donoghue. Willie Horton se ponchó. Matchick entregó el último out con roletazo por segunda base.
El 28 de septiembre de 1969, Dick Baney y los Pilotos recibieron a Miller y los Mellizos de Minnesota en Sick’s Stadium. Los Mellizos picaron adelante mediante vuelacercas de Rod Carew en el primer inning. Los Pilotos respondieron en el cierre del tercero con doble de Comer y jonrón de Don Mincher. En el octavo Comer sencilleó a la derecha. Mincher impulsó a Comer con doble a la izquierda. Hegan corrió por Mincher. Steve Hovley despachó doble impulsor a la izquierda. En el noveno inning Baney empezó boleando a Nash y fue sustituido por Diego Seguí, quien dominó a Manuel con rodado al montículo y obligó a Leo Cárdenas a batear línea a primera buena para dobleplay de primera a campocorto.
Dick Baney reforzó a los Navegantes del Magallanes en la temporada 1969-70, tuvo marca de 8-6, 20 juegos, 6 juegos completos 3 juegos salvados, 102.1 innings lanzados, 46 ponches, 38 boletos y 2.73 de efectividad.
El 15 de noviembre de 1969 Magallanes venía de una seguidilla de siete derrotas, entonces le tocó enfrentarse a sus eternos rivales Leones del Caracas en el estadio Universitario. El incómodo Howie Reed lanzaba las serpentinas por los felinos y Baney por los Navegantes. En el sexto episodio, luego de dos outs, Chico Ruiz se embaso mediante sencillo de piernas por las paradas cortas. Jim Holt, en perfecta ejecución de bateo y corrido envió a Ruiz hasta la antesala mediante imparable al centro. Clarence Gaston remolcó a Ruiz con sencillo por el campocorto. Los Leones igualaron en el cierre de esa entrada, luego de sacar los dos primeros outs para llevar a nueve el número de bateadores retirados en fila, Baney recibió imparable de César Tovar a la izquierda y Victor Davalillo soltó un linietazo tremendo hacia las profundidades del jardín central para impulsar a Tovar a pesar de que Gaston metió todo el brazo en su lanzamiento hacia el plato. En la apertura del noveno inning Armando Ortiz remolcó a Walter Hriniak mediante imparable a la izquierda. Dick Baney completó el juego al sortear algunas dificultades en el cierre del noveno.
La tarde del 21 de diciembre de 1969, en medio del forcejeo por la clasificación Dick Baney se enzarzó en otro duelo de lanzadores ante John Purdin y los Tigres de Aragua. Magallanes se fue adelante en el segundo inning mediante dobletes de Ray Fosse y Armando Ortíz. Luego anotaron otra rayita en el cuarto episodio, Gustavo Gil y Jim Holt despacharon imparables, Fosse la rodó por el campocorto para forzar a Holt en la intermedia. Con corredores en los ángulos, Ortíz bateó elevado de sacrificio al bosque izquierdo para remolcar a Gil con la anotación que daría cifras definitivas a la pizarra. Baney lanzó completo y solo le conectaron el primer imparable en el sexto inning un sencillo de Virgilio Mata, apenas otros 3 imparables salieron de los bates aragüenos sus autores fueron Charles Day, John Bateman y David Concepción. Baney concedió 4 boletos y recetyó 1 ponche. Todo eso aderezado por el siempre meritorio hecho de ganarle al contrario en su guarida.
Diego Seguí participó en 15 temporadas de la LVBP con Industriales del Valencia, Leones del Caracas, Tibuleones de Portuguesa y Tigres de Aragua entre 1962 y 1983, dejó números totales de 95 victorias, 58 derrotas, 68 juegos completos, 1249.2 innings lanzados, 941 ponches y 2.76 de efectividad. En todas esas categorías estuvo o continúa entre los 10 mejores de la liga. Su temporada más recordada fue la primera, 1962-63 con el Valencia. Entonces dejó marca de 14-4, 12 juegos completos, 126 innings lanzados, 106 imparables permitidos, 75 ponches, 28 boletos y 2.64 de efectividad. En la serie semifinal ganó dos juegos completos con solo un día de descanso en los cuales solo permitió una carrera a los Leones del Caracas para llevar al Valencia a la serie final que luego también ganarían.
Steve Hovley jugó con las Águilas del Zulia en la temporada 1970-71, un jardinero de buena defensiva y gran bateador de línea con mucha velocidad. Estuvo entre los diez mejores bateadores de la liga por varias semanas.
Aquel viernes 12 de septiembre los Angelinos de Califgornia visitaron a los Pilotos en Sick’s Stadium. George Brunet abrió por Seattle y May por los Angelinos. Los Pilotos salieron adelante con imparable de Tommy Harper a la izquierda, luego robo segunda y anotó mediante error de Jim Spencer ante rodado de Steve Hovley por primera base. En el segundo Brunet descargó cuadrangular ante May. Comer jonroneó en el sexto para aumentar la ventaja a 3-0. Los Angelinos descontaron en el séptimo con jonrón de Rodriguez. Los Pilotos dieron cifras definitivas al encuentro en el octavo mediante doble de Goossen a la derecha, Kennedy corrió por él, Pagliaroni bateó sencillo remolcador a la derecha. Brunet se apuntó la victoria en trabajo completo, 5 imparables, 1 carrera limpia, 3 boletos, 5 ponches.
Brunet participó en dos temporadas de LVBP con Tiburones de La Guaira: 1962-63. 22 JL. 10 JC. 9 G. 8 P. 132.2 IL. 138 HP. 89 K. 43 BB. 3.06 Efect, En la serie semifinal reforzó al Valencia y tuvo marca de 2-0, con 21 ponches, 5 boletos, en 18 innings, tuvo efectividad de 3.00. En la serie final También tuvo marca de 2-0, 21 ponches, 5 boletos en 19 innings, efectividad de 0.95.
En la 1963-64, dejó marca de 3-5 con 4.66 de efectividad.
Alfonso L. Tusa C. © 19-03-2019.
Fuentes
- Markusen, Bruce. Card Corner: 1969 Topps. Joe Schultz.
- Daniel Gutierrez, Efraim Álvarez, Daniel Gutierrez (h). La Enciclopedia del Beisbol en Venezuela. Liga Venezolana de Béisbol Profesional. Caracas 2006.
-baseball-reference.com
-retrosheet.org
natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-92172710017373222472019-05-07T14:27:00.001-04:002019-05-07T14:27:21.930-04:00Jim Holt, imágenes de 1969, episodios de una temporada mágica<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNDXRS-UjgvyowUdBRrJPJ3IDYHNRGemU7D5tmyVKNyrj2GcoYArns_OSdLVwZhjWCLgT14BS0s82Fxy52mu0HOtXw6LTXYgsOsxrXwzss3eYKdL3671TMWgRjBg_OkKYtc-NKkCBajy4N/s1600/JHolt71.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNDXRS-UjgvyowUdBRrJPJ3IDYHNRGemU7D5tmyVKNyrj2GcoYArns_OSdLVwZhjWCLgT14BS0s82Fxy52mu0HOtXw6LTXYgsOsxrXwzss3eYKdL3671TMWgRjBg_OkKYtc-NKkCBajy4N/s320/JHolt71.jpg" width="232" height="320" data-original-width="191" data-original-height="264" /></a></div>
Este lunes 1 de abril de 2019, me enteré a través de las redes sociales, que otro de los integrantes de esa familia invisible, fraguada en las aficiones juveniles por el beisbol, había fallecido. Se había ido de este mundo otro de los peloteros de aquellos Navegantes del Magallanes de la temporada 1969-70. Los primeros recuerdos que guardo de Jim Holt se remontan hacia mediado de 1969, cuando la flamante directiva del equipo magallanero recién adquirido por un grupo de empresarios de Valencia anunció que no contarían con los servicios del formidable jardinero Pat Kelly. En su lugar vendría Jim Holt, quien venía de jugar con los Tigres de Aragua en la temporada anterior. Lamenté mucho la ausencia de Kelly, le dije a mis hermanos que me temía que Holt no alcanzaría el rendimiento de Kelly. Estaba tan molesto, que ni siquiera aquella canción de Stevie Wonder “Yesterme, yesteryou, yesterday” logró animarme. No me convencía siquiera la buena actuación de Holt en las ligas menores.
A medida que transcurría la temporada hube de empezar a tragarme mis palabras. Holt participaba de alguna manera en cada una de las victorias magallaneras ya fuera desde su posición en la alineación protegiendo a Clarence Gaston para que viera mejores envíos, repartiendo estacazos hacia todos los confines del terreno o atrapando batazos peligrosos y luego ejecutando lanzamientos certeros hacia las almohadillas o el plato. Aún así continuaba extrañando el juego de Pat Kelly y seguía preguntándome porque Magallanes no lo había repetido si había tenido una excelente actuación la temporada pasada. Los narradores y comentaristas radiofónicos hablaban cada vez con más elogio y reconocimiento sobre él, decían que Jim Holt había resultado la principal razón para que Gaston volviese a tener otra temporada extraordinaria con el madero “no solo es capaz de ganar un juego en el campo, su presencia en el dugout es relevante, hasta los peloteros que no hablan inglés entiendes sus gestos y actitudes”.
En la temporada 1968-69, Carlos Tovar Bracho había comentado que “Gaston y Kelly eran la versión en blanco y negro de Batman y Robin”, la temporada siguiente muchos decían que Gaston seguía bateando a diestra y siniestra con Holt bateando delante o detrás de él, como en el cierre del cuarto inning de un juego efectuado el 28 de noviembre de 1969 en el estadio José Bernardo Pérez de Valencia. Las Águilas del Zulia ganaban 1-0 y lanzaba Paul Edmonson. Luego de dos outs, Gaston se embasó por error de Luis Aparicio, allí apareció Holt para despachar un batazo de tres bases contra la pared del jardín derecho que produjo el empate en los spikes de Gaston. Luego Holt anotaría la ventaja mediante imparable de piernas de Ray Fosse. Las Águilas igualaron el marcador en el octavo inning mediante imparables de Oswaldo Blanco, Bill Melton y Aparicio. Entonces Gaston desaparece la pelota entre el jardín izquierdo y el central para dejar sobre el terreno a los zulianos.
El 20 de diciembre de 1969 Magallanes enfrentaba al Caracas en pleno forcejeo por la clasificación. Orlando Peña versus Luis Peñalver. En el segundo inning, Gaston se embasa mediante imparable a la izquierda, avanza a la intermedia mediante robo y desde allí anota con un trepidante estacazo de Holt hacia las profundidades del jardín derecho. En el cierre de la tercera entrada Caracas pasa adelante mediante sencillo impulsor de Victor Davalillo y triple barrebases de Richie Scheimblum. Al iniciar el noveno inning, luego del out de Gustavo Gil, Gaston suena petardo a la derecha. Holt truena doblete al jardín derecho bueno para impulsar a Gaston y servir la escena de la remontada. Fosse soltó una bala fría al jardín central para dejar corredores en las esquinas. Diego Seguí relevó a Peñalver. Entonces Dámaso Blanco conecto imparable remolcador de Holt para acercar más la pizarra. Armando Ortiz entregó el segundo out de pitcher a primera base. Pompeyo Davalillo ordenó el boleto intencional para Orlando Reyes y Patato Pascual trajo a Hector Martínez de emergente por Gregorio Machado, quien había entrado a relevar en el inning anterior. Martínez respondió con imparable remolcador del empate y Dámaso se vino al plato para anotar la diferencia al caérsele la pelota al receptor Roberto Musulungo Herrera.
En el tercer juego de la serie semifinal ante los Tigres de Aragua, los Navegantes del Magallanes visitaron el estadio José Perez Colmenares de Maracay, el 23 de enero de 1970. Danny Morris subió al montículo por Magallanes, mientras que el refuerzo Luis Peñalver hacia lo propio por los Tigres. Los felinos marcaron una rayita en el cierre del segundo inning mediante sencillo de Elio Chacón para remolcar a John Bateman quien había bateado doblete al jardín izquierdo. En la conclusión del cuarto tramo, Bateman despachó vuelacercas a las profundidades del jardín central y Jim Williams remolcó a Dennis Paepke desde la inicial mediante imparable y error del jardinero central Cesar Tovar. En la apertura del quinto inning, Magallanes descontó. Gregory Sims bateó doblete. Fosse falló con elevado a la inicial. Jesus Aristimuño descargó sencillo al centro para dejar corredores en los ángulos. Dámaso Blanco entregó el segundo out pero Aristimuño avanzó hasta segunda. Gonzalo Marquez emergió por Morris y conectó sencillo remolcador de dos carreras. Jim Holt niveló la pizarra con jonrón en el sexto inning. El juego se fue a extrainning y en el capitulo décimo cuarto Gustavo Gil remolcó a Gregorio Machado desde primera base con soberbio triple.
Luego de la emoción de los dos primeros triunfos ante los Tiburones de La Guaira en la serie final, el tercer desafío, escenificado el primero de febrero de 1970 a partir de las once de la mañana en el estadio de la UCV, empezó con algo de viento en contra porque los escualos rompieron la seguidilla de dieciocho ceros obsequiada por Orlando Peña y Don Eddy. En el primer inning, Remigio Hermoso se embaso mediante imparable de piernas, estafó la intermedia y llegó a tercera base por wild pitch de Jay Ritchie. Luego anotaría con sencillo de piernas de Graig Nettles por segunda base. Magallanes igualó en la apertura del tercero, luego de dos outs, Jim Holt despachó imparable a la izquierda. Marcelino López caminó a Ray Fosse y Armando Ortiz impulsó a Holt con sencillo. En el quinto episodio Holt descargó metrallazo a la derecha. Fosse bateó un rodado al campocorto a la medida para el dobleplay, pero Enzo Hernandez cometió error y quedaron corredores en primera y segunda. Ortiz despachó otra línea sólida hacia el jardín izquierdo y Holt anotó la carrera que significó el campeonato para los Navegantes puesto que Ritchie dominó a la alineación escuala a lo largo del juego.
Jim Holt fue quien recomendó a la directiva magallanera que trajera aquel veloz jardinero llamado Herman Hill para la temporada 1970-71. Y acertó en su observación, Hill resultó toda una sensación en la liga, principalmente por su rapidez en las almohadillas y cubriendo los jardines. Entonces llegó aquel 14 de diciembre de 1970. Hill se fue a disfrutar el lunes libre a la playa de Guaicamacuto, con sus compañeros John Morris, Dale Speiers y Ray Fosse. Luego de almorzar se lanzó a nadar y al parecer sufrió una embolia. Morris cuenta muy triste, que lo tuvo agarrado de las manos pero las corrientes marinas se lo arrebataron. Los peloteros no jugaron hasta que apareció el cuerpo. Jim Holt fue quien cumplió con la dolorosa tarea de informar a los padres de Hill sobre el deceso de su hijo y también fue el encargado de trasladar el cuerpo hasta los Estados Unidos para entregarlo a sus familiares.
El 19 de diciembre de 1971, los Navegantes del Magallanes enfrentaban a las Águilas del Zulia en el estadio Luis Aparicio El Grande de Maracaibo. Los rapaces habían ganado 1-0 el dia anterior. En esta ocasión Steve Luebber por los Navegantes y Mickey Scott por los zulianos se trenzaron en un duelo más calcinante que el sol meridiano marabino. Luebber salió del juego en el inning 11 sin permitir anotaciones, su relevo Alan Closter también mantuvo inmaculado el plato. En la apertura del décimo tercer episodio, Scott se mantenía lanzando en blanco desde el montículo zuliano. Gustavo Gil abrió el inning con imparable de piernas al cuadro interior. Jim Holt despachó petardo para llevar a Gil hasta la antesala. Entonces vino a relevar Bill Kirkpatrick e Ivan Murrell lo recibió con imparable sobre la almohadilla de segunda para remolcar a Gil con la rayita que decidiría el juego.
Holt tuvo una actuación decisiva en el juego realizado el 28 de noviembre de 1974 en el estadio José Bernardo Pérez de Valencia. La Guaira salió adelante en el propio primer episodio amparado en doblete remolcador de Ángel Bravo. Magallanes replicó de inmediato en le cierre de ese inning con doble y sencillo remolcadores de Dave Parker y Holt respectivamente. En el segundo episodio, los Navegantes pasaron adelante con sencillo de Bob Bailor y triple de Parker. En el tercero, luego que Gilberto Marcano pusiera el inning en dos outs, Leroy Stanton se embasó por error de Jesús Aristimuño. Robert Marcano conectó imparable y Al Bumbry largó una línea que se internó en las profundidades del jardín derecho para convertirse en jonrón dentro del parque. La Guaira 5, Magallanes 3. En el cierre de ese inning los Navegantes igualaron mediante cuadrangular de Holt más doblete de Rick Stelmaszek seguido de errores sucesivos de Robert Marcano y Oswaldo Blanco. En el cierre del cuarto Magallanes pasó adelante al aprovechar el descontrol de Hector Brito que había relevado al abridor Roric Harrison en el inning anterior, Jesus Aristimuño despachó sencillo impulsor de dos anotaciones. La Guaira volvió a empatar en la apertura del quinto, Oscar Zamora quien había relevado a Brito, se embasó por error, Bumbry lo remolcó mediante triple. Entonces vino a relevar Manuel Sarmiento y Paul Casanova conectó elevado de sacrificio que trajo la carrera de Bumbry. Entonces dominaron los pitchers por 8 innings, en el cierre del décimo tercero, Rob Andrews llegó a primera por infieldhit, dos errores de Remigio Hermoso ante rodado de Parker dejaron corredores en segunda y tercera, Don Baylor recibió boleto intencional y Holt dejó en el terreno a La Guaira con línea trepidante que se estrelló contra la pared del jardín derecho.
Holt jugó en las ligas mayores con los Mellizos de Minnesota (1968-1974) y los Atléticos de Oakland (1974-1976). En 707 juegos bateó para .265. Despachó 428 imparables en 1616 turnos al bate. 19 jonrones. 177 carreras empujadas. 174 anotadas. Su mejor temporada fue la de 1973, cuando bateó para .297 en 132 juegos. 11 jonrones. 58 remolcadas y 54 anotadas. Jugó en la serie de campeonato de la Liga Americana ante los Orioles de Baltimore en 1970 y se fue de 5-0.
En 1974 llegó hasta la Serie Mundial con los Atléticos, quienes dominaban a los Dodgers de Los Angeles 2 juegos a uno, y estaban igualados 2-2 en el sexto inning del cuarto juego. El manager Alvin Dark sacó de emergente a Holt, quien ya había bateado un imparable como emergente en la serie, por el catcher Ray Fosse con las bases llenas y un out. Dark debió sonreir cuando Holt disparó imparable hacia la derecha, impulsor de dos carreras. Oakland ganó el juego 5-2 y se tituló campeón de la Serie Mundial por tercer año seguido, el día siguiente.
En la LVBP, Holt bateó para .312 en seis temporadas (1968-1973, 1974-75). 1161 VB. 166 CA. 362 HC. 71 2B. 14 3B. 15 HR. 156 CI.
Jim Holt en efecto fue un pelotero que todo equipo ganador necesitaba, uno que sabía como ejecutar el juego y estaba listo cada vez que lo llamaban. Resultó tan bueno como Pat Kelly para los Navegantes del Magallanes.
Alfonso L. Tusa C. 9 de abril de 2019. ©natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-46833491691538066422019-03-20T10:29:00.002-04:002019-03-20T10:29:27.079-04:00Johnny Hetki: Aquellos Juegos Maratónicos.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl-dPSVnUu05egwzvtdyUPWGGgQPjMfcrlSkzUzZos7lKkWWSdMTFBn64ZutxrNCf_j8o2ocRzHbAL4w7ygfB-_tbgVJFDYpFD0ZZlNTUi1S51dcin3CgTFl_QphNsi4mrvUgb-kQeqeVh/s1600/jhetki.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl-dPSVnUu05egwzvtdyUPWGGgQPjMfcrlSkzUzZos7lKkWWSdMTFBn64ZutxrNCf_j8o2ocRzHbAL4w7ygfB-_tbgVJFDYpFD0ZZlNTUi1S51dcin3CgTFl_QphNsi4mrvUgb-kQeqeVh/s320/jhetki.jpg" width="223" height="320" data-original-width="236" data-original-height="338" /></a></div>
Hace unos días vi una película donde hay una confrontación entre dos profesores universitarios. De pronto me pareció que la frase “Una imagen dice más que mil palabras” que esgrimió la profesora de pintura no tenía tanta fuerza ante la tesis del profesor de literatura, que decía más o menos: “Las palabras son elementos evolutivos de las imágenes que originaron la comunicación gráfica, por tanto transmiten detalles imperceptibles para las imágenes”. La diatriba alcanza a los estudiantes y se establece una especie de debate que conforma el argumento de la película. Eso de alguna manera encajó en mi mente cuando al revisar la necrología beisbolera de enero de 2019 hallé que el diez de ese mes falleció Johnny Hetki, lanzador derecho de beisbol, en Parma, Ohio, USA. Por un momento pestañeé, cerré los ojos y vi la cara de mi hermano mayor mientras atesoraba un recorte de periódico amarillento con la reseña y el box score de un juego de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional.
Se trataba de un juego entre Cervecería Caracas y Navegantes del Magallanes, 14 de febrero de 1952, último juego entre esos equipos, fin de la época del estadio Cerveza Caracas de San Agustín. Por mucho tiempo intenté leer ese recorte de periódico, solo que Felipe era muy celoso con sus barajitas, revistas, pelotas y cualquier cosa que tuviera que ver con beisbol. Por más que registraba el cuarto cuando él no estaba, nunca hallaba sus atesorados objetos. Entonces una noche antes de dormir le hice tantas preguntas del recorte de periódico amarillento que terminó contándome, él ni siquiera había nacido, el recorte se lo había regalado el señor de la casa de al lado cuando lo veía sufrir con aquel Magallanes de mediados de los ’60. Aquel era un juego de trámite, Cervecería había asegurado el campeonato con una ventaja de más de diez juegos. Aún así la gran rivalidad y el sentido de responsabilidad con el público hizo que los equipos salieran al campo con sus mejores peloteros, por los Navegantes abrió Johnny Hetki, quien tenía balance de 12-6 y buscaba igualar la marca de la liga. Por Cervecería subió al montículo José Carrao Bracho con registro de 7-4.
Siempre había escuchado a Felipe recurrir a este juego para contrarrestar a sus amigos caraquistas, luego lo usaba más seguido cuando el juego empezó a cambiar gradualmente, el bateador designado, el uso de relevistas con cierta regularidad, la disminución del número de envíos permitidos por apertura, la especialización de los relevistas. Uno de los argumentos de quienes justifican este tipo de modificaciones en la “evolución” del juego reside en que el acto de lanzar una pelota de beisbol es una acción antinatural y tiende a lesionar el brazo de los pitchers. Mi hermano decía que las lesiones ocurrían principalmente porque los pitchers abusaban al intentar lanzar la recta con demasiada velocidad, o al tratar de lanzar curvas con mucho efecto. Antes no se lesionaban tanto los pitchers porque se dedicaban más a la ubicación de los envíos guardando unos patrones razonables de velocidad y efecto, eso les permitía más control, lo cual se traducía en menos lanzamientos por juego. Eso de alguna manera lo comprobaron en los últimos años Greg Maddux y Roy Halladay, quizás los últimos representantes de los pitchers con más de diez juegos completos por temporada.
Hetki nació el 12 de mayo de 1922, en Leavenworth, Kansas. Debutó en las ligas menores con marca de 16-10 para los Cardinals de Albuquerque de la Arizona-Texas League en 1941, fue escogido como pitcher del equipo de estrellas de la liga. Luego fue firmado por la organización de los Rojos de Cincinnati, antes de la temporada de 1942, entonces tuvo marca de 4-1 y 2.16 de efectividad con los Barons de Birmingham antes de unirse a los Reds de Ogden, donde tuvo marca de 13-8 y lideró la Pioneer League con 2.24 de efectividad (líder). Entonces vino un receso de dos años por su participación en la segunda guerra mundial. Al regresar al beisbol a principios de 1945, Hetki debutó en las grandes ligas con los Rojos en septiembre de ese año. Tuvo marca de 1-2 y 3.58 de efectividad en dos aperturas y tres relevos. Su temporada más productiva fue la de 1946, cuando terminó con 6-6 y 2.99 de efectividad en 32 juegos, 11 aperturas y cuatro juegos completos. Estuvo con los Rojos hasta 1950. Antes había pasado por los Chiefs de Syracuse de la International League donde tuvo marca de 16-14, terminó quinto en victorias y segundo en innings lanzados (250). Entonces fue cambiado a los Carmelitas de San Luis en octubre de 1950.
La voz de Felipe resonaba en la oscuridad aunque susurraba, parecía estar leyendo de memoria la reseña del periódico amarillento. Ese pitcher Hetki, que había contratado Don Carlos Lavaud en su afán de conseguir el tercer campeonato seguido para el Magallanes, se fajaba como los buenos, todos los lanzamientos bordaban la zona de strike, no vendía una sola pelota. Por algo había ganado 12 juegos, sin embargo, parecía que había reservado su mejor actuación para esta oportunidad. Dominaba con seguridad pasmosa a una alineación plagada de estrellas como: Clarence Hicks, Dalmiro Finol, Morris Mozzali, Wilmer Fields, Ferrell Anderson, Albino Bobb y Miguel Sanabria entre otros. Desde la trinchera contraria Carrao Bracho hacía lo propio con Ed Knoblauch, Dave Hoskins, Luis Camaleón García, Jim Pendleton, Quincey Trouppe, Chucho Ramos, Adolfredo González y Vidal López por nombrar algunos. Entonces en la apertura del séptimo episodio Fields despachó doblete, Finol lo llevó a la antesala mediante rodado al cuadro y Anderson lo remolcó con sencillo. Magallanes respondió en el cierre de esa entrada, Trouppe conectó imparable, Chucho Ramos lo imitó y luego del out de González, López trajo el empate con otro sencillo.
Hetki vistió la camiseta de los Maple Leafs de Toronto de la International League en 1951. Allí fue líder en victorias con 19 y en innings lanzados con 256. Fue subido a los Carmelitas en 1952 y en apenas tres apariciones tuvo marca de 0-1. Luego fue tomado por los Piratas de Pittsburgh en la aplicación de la regla V de 1952. Con los Piratas actuó principalmente como relevista. Tuvo balance de 3-6 en 1953 y 4-4 en 1954 cuando lideró la Liga Nacional en juegos terminados (46). En su carrera tuvo marca de 18-26, 4.39 de efectividad y 13 juegos salvados. Efectuó 23 aperturas en 214 juegos. 175 ponches, 185 boletos, 525 innings lanzados. Por otro lado en las menores tuvo balance de 101-71, 3.27 de efectividad entre 1941 y 1956.
Felipe reconocía que Hetki apenas había sido un pitcher secundario en grandes ligas, aunque siempre sacaba a relucir un juego del 27 de abril de 1947 en Crosley Field. Cincinnati ante los Piratas. Hetki versus Oestermuller. Mi hermano no aceptaba la explicación de que un juego lo puede ganar cualquiera. De inmediato recurría a los lideratos de juegos completos (11), victorias (12) y efectividad (2.72), alcanzados con el Magallanes en la temporada 1951-52; a las 13 victorias y el liderato de efectividad con el Ogden de la Pioneer League en 1941, las 16 victorias con los Chiefs de Syracuse de la International League en 1949, los lideratos en victorias (19) e innings lanzados (250) con los Maple Leafs de Toronto de la International League en 1951. Eso no podía ser tomado como algo circunstancial, el talento, el valor, la gallardía de Hetki estaban ahí, eso no lo podía negar nadie. Tampoco podrían decirle que eso ocurrió en otras ligas porque en las grandes ligas también dio muestras de su valía. El juego de Crosley Field es muestra de eso, la temporada de 1954 es muestra de eso. Pocas veces veía a Felipe perder la compostura hasta empuñar las manos y colorear del rojo más intenso sus facciones. ¿Cómo era posible que apreciara tanto a un pelotero que nunca vio, ni siquiera escuchó un juego donde el participara?
Durante los nueve innings transcurridos entre el séptimo y el décimo séptimo, mi hermano se refirió a todas las veces que había hablado de ese juego con el señor quien le había regalado el recorte de periódico. Cada vez el hombre parecía tener nuevas historias de lo que escuchó del narrador radiofónico. Pancho Pepe Croquer se sorprendía por los cambios de actitud de Hetki de acuerdo a las circunstancias. Si estaba dominando, lanzaba sin descanso, los bateadores no tenían oportunidad de salirse de la caja de bateo. Si tenía corredores en base, se tomaba ciertas pausas entre lanzamientos que a veces generaban la reclamación del árbitro.
Muchos años después, cuando nunca imaginé que Felipe recordara aquel pitcher de los juegos maratónicos, el sonido del celular me despertó una noche a eso de las 11. La voz emocionada sonó idéntica a la de aquella noche de niñez y adolescencia. “¡Sabes que encontré una pagina de beisbol en internet, se llama retrosheet y tiene todos los juegos y peloteros de grandes ligas! ¿A que no sabes cual juego encontré? Si ese mismo, el del 27 de abril de 1947. Jugada a jugada. Yo sabía que Hetki había ganado 2-1 en 12 innings. Pero ahora pude conocer en detalle la magnitud de su trabajo. En el propio primer inning se le embasaron tres corredores después de un out y tuvo la fortaleza para retirar a Gustine con elevado en foul al receptor y a Westlake con elevado al jardín central. En el tercero, cuando le marcaron la única carrera, ponchó a Hank Greenberg luego de sencillo de Ralph Kiner y boleto a Russell, entonces Gustine despachó sencillo impulsor, pero fue out en segunda de jardinero derecho, a campocorto a segunda base, enseguida Hetki ponchó a Westlake para cerrar el episodio. En el cuarto luego de retirar a Klutz y Basinski, recibió imparables de Oestermuller y Cox, pero se recompuso para ponchar a Kiner. En el séptimo Cincinnati empató mediante dobles de Haas y Lamanno. En el décimosegundo inning, Hetki dominó a Kiner con elevado a la izquierda, Russell la rodó por el campocorto, y Greenberg también elevó a la izquierda. Cincinnati ganó al marcar una rayita en el cierre de esa entrada. Imprimí las páginas de ese juego, a lo mejor no son tan valiosas para mí como el periódico amarillento, pero también valen mucho para mí, son una prueba del gran pitcher que fue Hetki”. Cuando apagué el teléfono me vino a la mente por momentos la fotografía del recorte de periódico pero no podía detallarla.
Aunque recordaba perfectamente la emoción de Felipe mientras recitaba el paso con que Hetki retiraba inning tras inning en el estadio de San Agustin, no me venía a la mente la imagen de la fotografía. La elocuencia era tal que parecía que hubiese estado presente en el estadio o hubiera escuchado el juego la noche del 14 de febrero de 1952. Conocía cada out, cada incidente de los árbitros, cada imparable, cada error. Lo que no aparecía en la reseña del periódico, el vecino se lo había contado de lo que había escuchado por radio. Felipe aminoró un poco el volumen y la intensidad de su voz cuando se refirió al décimoseptimo inning del Cervecería Caracas. Los lupulosos habían tomado la delantera mediante sencillo de Mozzalli y cuadrangular de Fields. Cuando la voz parecía apagarse Felipe brincó en la cama y subió la voz. Me asusté y me metí debajo de la almohada. Entonces casi ahogado, atragantado refirió que en el cierre de ese inning, Dave Hoskins soltó imparable y Camaleón García largó vuelacercas para igualar el marcador y darle sentido a la titánica demostración que Johnny Hetki había ejecutado desde el montículo.
Al escuchar la gesta de Hetki al resistir por 18 innings ante el campeón de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, con gallardía, coraje y entereza hasta que el juego fue suspendido por límite de tiempo con el marcador igualado a tres carreras, fue inevitable recordar el origen de la carrera olímpica denominada maratón. Herodoto nos dice que el rey Dario de Persia desembarco una tropa de 20.000 hombres cerca de Maraton con el fin de conquistar a los griegos y castigarlos por haber ayudado a los jónicos quienes se habían rebelado contra la ley. De acuerdo al historiador romano Cornelius Nepo en el siglo I antes de Cristo, los griegos pidieron ayuda a los espartanos. Para ello utilizaron los servicios del corredor de distancias largas (hemeródromo) Filípides, quie se desplazó desde Maratón hasta Atenas para comunicar que por órdenes del general Milciades se debía solicitar ayuda a los espartanos. Herodoto no es claro acerca de si el hemeródromo que corrió desde Maratón hacia Atenas era el mismo que fue desde Atenas hasta Esparta y regresó hasta Atenas para seguir hacia Maratón o si lo relevaron. La legendaria carrera de Maratón hacia Atenas pudo haber tomado una de dos rutas, la opción más larga es del alrededor de 40 kilómetros (25 millas), mientras que la más corta es de unos 34 kilómetros (21 millas). La distancia entre Atenas y Esparta ronda los 245 kilómetros.
En la película “Imágenes y Palabras”, la pugna entre los profesores se hace cada vez más punzante e interesante, cargada de argumentos muy válidos de ambos lados que tiene un punto cumbre cuando un estudiante debe escribir un ensayo acerca de la pintura realizada por otro. En cuanto a la “evolución” del beisbol Felipe siempre dijo que para él, el verdadero juego era el de las jugadas pequeñas, el squeeze play, bateo y corrido, la bicicleta, el pitcher haciendo la asistencia detrás de tercera o del plato con lanzamientos desde los jardines, nunca lanzar en la zona de strike en cuenta de 0 y 2, nunca intentar ponchar todo el tiempo, si el pitcher tiene una buena economía de lanzamientos debe permitírsele llegar lejos en el juego. Esas son las palabras del juego, los elementos que comunican la esencia del beisbol si se suprimen, el juego cada vez parecerá más desnaturalizado, carente de sustancia, reseco de emociones. “Es desesperante ver como un manager puede traer hasta tres y cuatro relevistas en un mismo inning, eso rompe la concentración de los peloteros y la confianza de los pitchers”, fue una de las últimas reclamaciones que le escuché a Felipe mientras discutía con un partidario del nuevo beisbol.
En la temporada 1951-52, Johnny Hetki dejó marca de 12-6 en 25 juegos, 11 juegos completos, 165. 1 innings lanzados, 159 hits permitidos, 59, ponches, 37 boletos, 2.72 de efectividad.
En la 1952-53 sus números fueron: 6-6 en 27 juegos, 5 juegos completos, 124.1 innings lanzados, 132 hits permitidos, 57 ponches, 51 boletos, 3.98 de efectividad.
Los 18 innings que lanzó en aquel juego del 14 de febrero de 1952 siguen siendo la marca de LVBP.
A Johnny Hetki le sobreviven sus hijos: Betty Wheaton (David), James E. (Nancy). Nietos: Andrew Young, Jillian and Stephanie Hetki, Michael y Matthew Wheaton y Michele O' Malley. Hermanos: Helen Lorig, Anthony Hetkey.
Una de estas noches mientras recordaba como Felipe había accedido finalmente a mostrarme una vez más el recorte de periódico amarillento luego de contarme la historia del juego maratónico, forcé la memoria hasta que pude afinar el enfoque de la fotografía. Estaba Hetki cargado a hombros por los aficionados magallaneros a mitad de camino entre el montículo y el dugout. La expresión de los aficionados era tan jubilosa como si hubiesen ganado el campeonato. Hetki aparece entre sorprendido y emocionado. En su rostro hay algo de los gestos de Emil Zatopek, Abebe Bikila, Frank Shorter o Lasse Viren al cruzar la meta.
Alfonso L. Tusa C. 27 de febrero de 2019.©
Sources and Resources
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Giner García, Emil Bracho, Luis E. Sequera. 99+1. Fundación Magallanes de Carabobo. 1996. p 25, 26.
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Retrosheet-org
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natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-55928760391742686062019-03-20T10:27:00.002-04:002019-03-20T10:27:10.784-04:00La imagen de Isaías Látigo Chávez aún refulge sobre aquel mediodía fulminante.
Aún resuena el estallido entre Ziruma y La Trinidad. Aún silba el tren de aterrizaje al casi rozar la alambrada del aeropuerto Grano de Oro en Maracaibo. Aún titila la luz roja del sensor de temperatura del avión. Aún se escuchan los gritos del piloto Emiliano Savelli en la cabina de mandos: “Esta vaina no tiene fuerza”. Aún oscila la cartera en las manos del hombre delgado de mirada extraviada.
Ese domingo 16 de marzo de 1969, a diferencia de lo normal, no viajamos a Cumaná. Entre la una y las dos de la tarde, Felipe le dio volumen al radio cuando anunciaron una canción de Bobby Solo: “Prendi questa mano, zíngara…dimmi pure che destino avro…” En menos de dos minutos sonó la fanfarria de Noti-Rumbos. Se había precipitado a tierra un avión de Viasa. El locutor informaba con voz entrecortada que entre las víctimas se encontraba el pitcher de beisbol Isaías Látigo Chávez. Pasaron más de diez minutos en silencio. Felipe solo suspiraba y masticaba saliva. Me salí de la ducha y pregunté envuelto en agua “¿Qué pasó?” Aun estaba aprendiendo a conocer el juego, pero sabía quien era el Látigo, ese tipo que tanto nombraban mis hermanos cada cuatro días y que aunque tuvieran el examen más difícil de matemáticas la mañana siguiente, se las ingeniaban para escuchar el juego. Pasé como tres días casi sin hablar, sentía el dolor de aquella desaparición como la de un familiar muy cercano, extrañaba todos los juegos que esperaba escuchar, todas las victorias, todos las asistencias, todos los juegos de un hit o sin hits ni carreras, que había soñado ver alcanzar al Látigo en el futuro inmediato.
Papá no entendía como si yo apenas conocía de beisbol, podía sentir con tal cercanía la desaparición de Isaías Chávez. Ignoraba que yo era testigo de primera fila de cada una de las transmisiones, de cada uno de los gestos, gritos y zapatazos de mis hermanos cuando el narrador anunciaba tal lanzamiento, tal jugada o tal batazo, en la mayoría de ellas se mencionaba la diligencia y disposición del Látigo. Aún desde mi ignorancia podía entender la intensidad, las agallas, la integridad, la esencia de aquel pelotero. Las descripciones, los análisis de mis hermanos eran tan detallados, tan extensos, tan minuciosos, que llegué a mencionar términos como strike, squeezeplay o wind up sin siquiera saber nada de inglés. Y hasta los sorprendí cuando aquella tarde dominical de finales de septiembre de 1967, los llamé para decirles que El Látigo iba a entrar a relevar. Felipe me quedó mirando con los ojos desorbitados mientras reubicaba el radio en otro lugar del techo de la casa para mejorar la sintonización de la emisora estadounidense. Luego cuando terminó el juego con marcador de San Francisco 1 Filadelfia 0, también entendí perfectamente cuando el narrador dijo en inglés que El Látigo era el pitcher ganador.
Luego de tres días en los que apenas probaba bocado y me retiraba a mi habitación, sentí los pasos de papá. El olor de cigarrillos se deshizo ante la ronquera de su voz. Intentó sacarme de debajo de la almohada. “Sé lo que estás pasando”. Le respondía casi sin voz. “No, no lo sabes”. Papá apoyó los codos en sus rodillas y empezó a hablar como nunca lo había escuchado, la voz se le afinó hasta hablar como un adolescente, entrecortado, las pausas duraban hasta medio segundo. “Iba saliendo de una clase de matemáticas cuando escuché un revuelo en la bodega de la esquina. La gente mencionaba el nombre de Il Grande Torino, mi equipo de la liga italiana de futbol que tantas alegrías me había dado. Por las facciones y los desniveles de modulación, presentí que la noticia no era buena. El avión donde viajaba el equipo completo de Torino se estrelló contra la basílica de Superga y perecieron todos. Todo el equipo, que a la vez era casi toda la selección italiana. Pasé varios días sin comer, hasta que mi mamá fue a hablar conmigo, a tratar de convencerme que la vida tiene momentos duros, oscuros, desoladores, pero había que sobreponerse, que intentar hablar con Dios. En mi dolor, lo único que pensaba era que ya no oiría o seguiría en los periódicos los juegos, los goles, las grandes jugadas de mis jugadores favoritos, se había acabado todo , ya no seguiría más el futbol, senza Il Grande Torino, no tenía sentido.
Poco a poco me fui asomando debajo de la almohada. “¿Cómo hiciste para aceptar eso? Papá suspiró hasta casi detener la respiración. No sé si lo acepté o aprendí a asimilarlo. No fue fácil. Pasé muchos días, más de un mes, llorando escondido debajo de la cama. Hasta que mi mamá me iba a buscar y me extendía la mano para sacarme de allí. Pasé mucho tiempo sin seguir el futbol. Ni siquiera veía las páginas deportivas. Luego, de a poco volví a escuchar y ver los juegos. Pero nunca con la misma emoción, la misma intensidad, el mismo afecto que cuando jugaba Il Grande Torino. Era una especie de relación casi familiar, que llevaba muy dentro de mí. Una vez mi mamá me tuvo que ir a buscar en el patio y quitarme el radio, tenía más de diez minutos llamándome, no la oia porque jugaba Torino y había marcado dos goles en cinco minutos. Yo repetía toda la narración junto al locutor.
De pronto me sentí en sintonía total con papá. Empezamos a hablar de ese tema todos los días. Me decía que el Torino más nunca volvió a jugar al nivel de aquel equipo que murió en Superga y cada vez que lo escuchaba o veía jugar superponía a aquellos jugadores hasta imaginar otro juego, el de su equipo del alma. Entonces me animé a contarle que cada cinco noches imaginaba escuchar un juego. Si estábamos entre abril y septiembre el uniforme era de los Gigantes de San Francisco, si estábamos entre octubre y febrero el uniforme mostraba el emblema de los Navegantes del Magallanes. Allí estaba sobre el montículo el Látigo, con su mecánica vertiginosa y la patada hacia el cielo, allí estaban todos los juegos que habían quedado suspendidos, pospuestos indefinidamente.
Cincuenta años después, aun puedo imaginar cada uno de aquellos juegos, y sigo sintiendo el escalofrío de aquella fanfarria de NotiRumbos, la inercia de la gotas de agua en mi cara mientras escuchaba la noticia del accidente aéreo de aquel 16 de marzo, la resemantización de la letra de aquella canción. Sabía algo de italiano, pero no llegué a descifrar la letra completamente hasta que le pregunté a papá en una de aquellas emotivas conversaciones. Mientras traducía mentalmente la canción sonaba otra en paralelo, una cuya melodía es más vigente en el tiempo, una cuya letra dibuja las deudas del Museo del Beisbol Venezolano y más aun del Paseo de la Fama de los Navegantes del Magallanes. Allí debería existir un nicho para el Látigo, esencialmente porque mantuvo vivo a un equipo que agonizaba a mediados de la década de 1960, la sola presencia de él en el montículo rediseñaba la estructura anímica y técnica del equipo hasta hacerlo ganar o en su defecto perder juegos muy cerrados en extra inning. Además luego de su temporada de novato con Orientales, fue siempre el primer refuerzo que escogían para el playoff y resultó campeón al reforzar a los Tiburones de La Guaira en la temporada 1964-65 y los Leones del Caracas en la 1967-68. El argumento de que el Látigo apenas jugó cuatro temporadas con Magallanes no tiene ningún asidero lógico, él jugó esa quinta temporada con Orientales, franquicia que luego se convirtió en Magallanes, por lo cual debe ser considerada como requisito válido para optar al Paseo de la Fama magallanero.
Cada vez que escucho Zingara, regreso por instantes hasta aquel mediodía desgarrador y vocalizo la canción en castellano, en mi mente:
Tómame la mano, gitana.
Dime ahora que destino habrá.
Habla de mi amor.
Por qué… ya sé… que no… me pertenece.
Aún se escucha el repiqueteo de la pelota estallando en la mascota del catcher, aun se ve el brillo de los ganchos metálicos del zapato izquierdo levantado por encima de la cabeza, aun se ve la mano soltando la pelota desde el montículo del estadio Universitario.
Alfonso L. Tusa C. © 22 de febrero de 2019.natural30http://www.blogger.com/profile/13140177475728000626noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5178762349108409505.post-10059396550059833052019-03-07T09:29:00.004-04:002019-03-07T09:29:29.302-04:00Con Don Newcombe, el Beisbol Consiguió su Primer As Negro. <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEicVCYnHNWOnBY2eJAvJH4r8n6qRXp0-YrFh9peuB7qlWi4VeCsIsRDlwM3ikILk5IYi7Km1YCZZtTpw_1BJtGcoQhF2TKXo7NXJ16800C2x0WZry8fnSFIsA1JrOuPfrRjXYMjY5J2YWRX/s1600/Newk.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEicVCYnHNWOnBY2eJAvJH4r8n6qRXp0-YrFh9peuB7qlWi4VeCsIsRDlwM3ikILk5IYi7Km1YCZZtTpw_1BJtGcoQhF2TKXo7NXJ16800C2x0WZry8fnSFIsA1JrOuPfrRjXYMjY5J2YWRX/s320/Newk.jpg" width="320" height="190" data-original-width="291" data-original-height="173" /></a></div>
Solo cuatro años despues de la integración de las grandes ligas, Newcombe ganó 20 juegos con los Dodgers. Solo 14 peloteros negros han alcanzado ese logro desde entonces.
Benjamin Hoffman. The New York Times. 20 de febrero de 2019.
Cuando Dave Stewart se reportó al campamento de grandes ligas de los Dodgers de Los Angeles a mediados de la década de 1970, lo hizo como una de las rarezas del beisbol: pitcher abridor negro.
Afortunadamente para Stewart, Don Newcombe estaba en el campamento para guiar al adolescente en aquellos primeros días, eso preparó a Stewart para el estrellato futuro.
“Su influencia es mi va más allá de las palabras”, dijo Stewart. “Ni siquiera puedo decir cuan grande fue para mí conocerlo en el momento de mi carrera cuando lo hice”.
Estar cerca de Newcombe, quien falleciera este martes a los 92 años de edad, le dio a Stewart acceso a lo que Mudcat Grant, otro gran pitcher negro, un día describiría como un As Negro. Grant, quien escribiera un libro acerca de ese tema, tenía un criterio simple para esa distinción: un pelotero negro, canadiense o estadounidense, quien ganara 20 juegos en una temporada. Eso es todo.
Newcombe fue el primero en hacerlo, al ganar 20 para los Dodgers de Brooklyn en 1951, solo cuatro temporadas despues que su compañero, Jackie Robinson, rompiese la barrera racial del beisbol. En las 67 temporadas siguientes, 195 pitchers además de Newcombe han logrado una temporada de al menos 20 triunfos, y solo 14 de ellos eran negros, una lista selecta que incluye a Stewart, quien ganó al menos 20 juegos en cuatro temporadas seguidas entre 1987 y 1990.
Hacer de las victorias el único criterio para ser un As Negro puede parecer anticuado, pero Stewart dijo que la marca de 20 victorias representaba algo que estaba más allá de la definición técnica de la estadística. Para él, 20 victorias mostraban que el pelotero era un caballo de batalla, al asumir una carga por sus compañeros permaneciendo en el montículo hasta que el juego estuviese bien avanzado.
Vida Blue, un ganador de 20 juegos en tres oportunidades, dijo que el criterio funcionaba porque fijaba un listón alto de éxito en un ya selecto grupo de personas.
“Convertirse en pitcher abridor era único”, dijo él. “No es diferente de ser un mariscal de campo negro en futbol americano”.
Fuera del libro de Grant, emergió un grupo de apoyo. Había inicialmente 12 Ases Negros, Newcombe, Sam Jones, Bob Gibson, Grant, Ferguson Jenkins, Earl Wilson, Al Downing, Blue, J.R. Richard, Mike Norris, Dwight Gooden y Stewart, y Grant organizaba eventos para que algunos asistieran, llegaba hasta los peloteros jóvenes, y presionaba para que se reconocieran los logros de los Ases Negros.
A partir de que la salud de Grant desmejoró en años recientes, el grupo se dispersó aun cuando se agregaron tres nuevos miembros: Dontrelle Willis, C.C. Sabathia y David Price.
“Este grupo merece ser más que solo una nota de pie de página en la historia del Beisbol”, dijo Bob Kendrick, presidente del Negro Leagues Baseball Museum. “Si hace falta la desaparición de Don Newcombe para ayudarnos a reflexionar y recordar, entonces ese es otro regalo que él nos ha dado”.
¿Por qué no ha habido más Ases Negros en los años recientes? Hay dos explicaciones populares: Ganar 20 juegos es muy difícil en el beisbol moderno, y simplemente no hay tantos peloteros negros en las nóminas de grandes ligas.
El año pasado hubo un ligero incremento, el número de peloteros negros de Estados Unidos y Canadá en las nóminas del día inaugural aumentó hasta 8.4 por ciento, de acuerdo a Major League Baseball, pero eso estaba muy por debajo de la marca máxima en el deporte de 19 por ciento, en 1986. En ese 8.4 por ciento los pitchers abridores negros eran una minoría dentro de otra minoría, un grupo que incluye a Sabathia, Price, Chris Archer y Tyson Ross.
Blue, quien llegó a las mayores en 1969, pensaba que la explicación era tan simple como que los atletas que escogen el beisbol, sobre el futbol americano o el baloncesto quieren jugar una posición que tenga más acción. Pero de acuerdo a Kendrick, la escasez de pitchers negros está relacionada con los primeros días de la integración, y que, al menos en principio, los peloteros no tomaban esa decisión.
“Durante la época de las ligas negras, las posiciones de pitcher, catcher y campocorto eran vistas como posiciones cerebrales”, dijo él. “Se tenía la creencia subyacente de que los atletas negros no eran lo suficientemente inteligentes para cubrirlas”.
Newcombe probó enfáticamente que quienes dudaban estaban equivocados. Se estableció como pitcher abridor de cabecera en sus primeras tres temporadas, con marca de 56-28 y 3.39 de efectividad. Luego de perder dos temporadas debido al servicio militar, y luego de tener dificultades en su primer año al regresar, escaló nuevas alturas en 1955, al contribuir a llevar a los Dodgers a su primer título de Serie Mundial.
En 1956, una temporada que terminó con una derrota ente los Yanquis en la Serie Mundial, Newcombe no solo ganó 27 juegos y el premio al jugador más valioso de la Liga Nacional, sino que también fue nombrado primer ganador del recientemente establecido premio Cy Young, el cual fue entregado al mejor pitcher de ambas ligas esa temporada.
Newcombe, como lo reconocía frecuentemente, tuvo dificultades con el alcohol en su carrera, lo cual contribuyó a un dramático declive después de la temporada de 1956. Su carrera en las grandes ligas terminó abruptamente en 1960, y sus días de jugador activo tuvieron una conclusión inusual en 1962 con una breve pasantía por Japón, donde jugó principalmente como jardinero. Pero Newcombe dejó de beber licor y regresó a trabajar con los Dodgers en 1970, ubicándose en el cargo donde tutoreó a Stewart y docenas de peloteros, incluyendo al actual cerrador de los Dodgers, Kenley Jansen.
“Newk significó mucho para mí. Fue mi mentor. Me hablaba de lo fuerte que tenía que ser, me insistía mucho de la fortaleza mental y la preparación física, correr, acondicionamiento. Decía que había que ser agresivo en el terreno. Me mantenía motivado. Esas palabras significaron mucho, especialmente viniendo de alguien como él, quien jugó con Jackie Robinson. Por ellos estoy jugando aquí. Aprendí mucho de este hombre. Me sentaba con él, escuchaba sus historias, su narrativa, lo que él, Jackie y Roy Campanella tuvieron que pasar para que nosotros estuviésemos hoy aquí. Me enseñó la historia del juego. Me habló de ser líder. Me habló sobre ser buen esposo y buen padre. Extrañaré sentarme con él todos los días antes de los juegos. Newk fue uno de los Dodgers más grandes, estoy muy agradecido por el tiempo que pasé con él, que me senté en Dodger Stadium con él, una leyenda de este juego. Extrañaré mucho esos momentos. Mi hijo Kaden lo quería mucho. Newk y su esposa Karen estuvieron conmigo y mi esposa Gianni cuando nos casamos. Significaba mucho para mi familia. Nuestros corazones, nuestras oraciones, todo, están con Karen y la familia Newcombe. Aprecio todo lo que Karen hizo por Newk. Newk te quiero mucho. Estarás por siempre en mi corazón. Gracias”.
Kenley Jansen.
Fue la habilidad innata de Newcombe para relatar sus experiencias a los peloteros jóvenes, lo que Kendrick resaltó que dejaría un “gran vacío” luego del deceso del estelar pelotero.
“Cada vez que perdemos a uno de estos tipos esa ventana de oportunidad se cierra un poco más”, dijo él. “En algún momento del tiempo no habrá jugadores de las ligas negras que atestigüen de que trataban, como eran esas ligas”.
Pero desde un As Negro a otro, Newcombe le enseñó a Stewart el valor de estar ahí cuando llegan nuevos abridores negros. Y Stewart dijo que estaba orgulloso de que Sabathia y Willis hayan agradecido la influencia que tuvo en sus carreras.
“Por esos muchachos, estuve presente cuando me necesitaron”, dijo Stewart.
Newcombe no lo hubiese hecho de otra manera.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 06-03-2019.
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