miércoles, 25 de mayo de 2022
Jesús Aristimuño: In Memoriam
El muchacho de 15 años se agazapó detrás de la puerta del sótano con el dibujo de La Tierra rodeada de dióxido de carbono agonizando tocando sus fosas nasales. Había demasiados vapores de naftalina, alcanfor y humedad mezclados en la tenue luz de un bombillo casi intermitente. El estornudo hizo que el tipo de cabellos platinados apretara los periódicos amarillentos al tiempo que sostenía la tapa del baúl. Hizo un par de señas con la mirada y el muchacho trascendió la puerta. A la distancia podía distinguir un álbum de barajitas de beisbol, la portada de una revista Sport Gráfico y el titular de la página deportiva de El Nacional. Las yemas de los dedos apartaban el polvo hasta descubrir la hazaña de un equipo que había ganado el campeonato de la liga venezolana de beisbol profesional y la Serie del Caribe contra todos los pronósticos. El muchacho no entendía porque su padre había bajado por tercera vez en una semana para buscar los méritos beisboleros de Jesús Aristimuño con los Navegantes del Magallanes.
Aunque Prócoro intentó explicarle a Nicanor que Aristimuño era un pelotero que aquella temporada 1969-70 se convirtió en uno de los héroes anónimos de los Navegantes del Magallanes, Nicanor seguía sin entender como un pelotero que casi no bateaba podía ser importante para un equipo. “Sin Aristimuño, Magallanes difícilmente hubiera ganado ese campeonato, el campocorto es clave para las aspiraciones campeoniles de un equipo”. Prócoro seguía apilando todos los periódicos amarillentos. Sabía de lo crucial que había sido el cátcher Ray Fosse, las grandes jugadas de Gustavo Gil en segunda base, su pivoteo magistral. Las atrapadas escalofriantes de Dámaso Blanco en tercera base, o los engarces monumentales de Clarence Gaston en el jardín central. Cuando Aristimuño aparecía en escena encajaban todos los engranajes y se conseguían victorias inimaginables, impensables.
Nicanor miraba los recortes de periódicos, examinaba los libros de estadísticas y no entendía como Prócoro profesaba aquella pleitesía y guardaba todos esos detalles de un pelotero que casi no nombraban en las reseñas de los juegos. “Solo te digo lo que les diría a los directivos actuales de los Navegantes del Magallanes para que recuerden planificar el correspondiente homenaje al héroe anónimo más escondido entre tantos que tuvo aquel equipo, más aún que Armando Ortiz. Un equipo para tener sólidas aspiraciones a ser campeón debe contar con una muy buena línea central (cátcher, segunda base, jardinero central y campocorto) y dentro de esa línea el campocorto es determinante”.
Las manos se le dispararon cuando un álbum de barajitas se precipitó desde un taburete cargado de periódicos viejos y revistas. Las páginas de ese álbum eran pesadas, las barajitas eran de cartón, las editadas por la revista Sport Gráfico para la temporada 1969-70. Cuando casi le decía a Prócoro que Aristimuño no aparecía en ese álbum, la mano se le paralizó ante la imagen: el campocorto se estiraba corriendo hacia detrás de la base para tomar la pelota en la punta de la malla. Prócoro se apresuró a desempolvar la barajita, recitaba de memoria los jonrones agónicos de Clarence Gaston, el pivot excepcional de Gustavo Gil en lo dobleplays, las jugadas escalofriantes de Dámaso Blanco sobre la raya de tercera base, la inteligencia con que Ray Fosse llamaba los juegos, el oportunismo de Jim Holt, la sangre fría de Armando Ortíz; pero Aristimuño siempre tendría un lugar especial en ese equipo.
Nicanor seguía sin entender como un pelotero que casi no bateaba podía ser tan esencial para un equipo. Prócoro estuvo un rato escarbando entre las revistas y los periódicos, la polvareda formaba un cono bajo el bombillo, “cada vez que los periodistas le preguntaban al manager Patato Pascual cual era el jugador clave de su equipo decía que todos pero que no le quitaran a Aristimuño de las paradas cortas”. La gran mayoría de los managers campeones dice que la diferencia la hacen los jugadores que parece que no mojan pero empapan, porque los “caballos” siempre van a rendir. Prócoro contestaba con la pasión con que seguía los juegos aquella temporada 1969-70. No hubo un solo juego donde el narrador dejara de mencionar a Aristimuño llegando hasta el fondo del cuadro interior para tomar lo que parecía un imparable y convertirlo en dobleplay o out en primera o tercera base.
“¿Serías capaz de levantarle una estatua a Jesús Aristimuño en el estadio José Bernardo Pérez?” Nicanor colocó el album de barajitas sobre la mesa central del sótano y observó el cromo desde varios ángulos. Prócoro bajó la voz, “Tampoco es para que exageres con ironía y cinismo”. Nicanor bajó la voz hasta casi murmurar: “¿Con cual jugador de las grandes ligas lo compararías guardando las distancias?” Prócoro respiró profundo y avanzó tres pasos hasta la pared del fondo. “Con Dick Green, el segunda base de los Atléticos de Oakland que ganaron tres series mundiales desde 1972 hasta 1973. Green con su defensiva fue esencial para ese equipo, principalmente en la serie mundial de 1972 ante Cincinnati”. Cuando Nicanor trató de hablar Prócoro esforzó la voz: “También con Mark Belanger el short stop de los Orioles Baltimore a finales de los años1960 y buena parte delos 1970s”.
Como pasara mucho tiempo con las barajitas, Nicanor preguntó que tanto veía. Prócoro sostuvo la página del album y suspiró: “Esto me hace recordar un artículo que leí hace mucho tiempo de un coleccionista que solo guardaba barajitas de jugadores casi desconocidos, que jugaron pocas temporadas, pero que fueron clave para sus equipos. Eso me hizo repasar todos los peloteros que había conocido de esas características y aprendí a entender, apreciar mucho mejor el aporte de esos gallos tapados, de esos héroes anónimos que por un puñado de juegos o quizás un par de temporadas resultaron mucho más que esenciales para sus equipos casi sin ser advertidos. Es indiscutible que el beisbol tiene grandes deudas con ellos, y m entristece que la gran mayoría de quienes podrían saldarlas se hacen de la vista gorda, como que no se puede hacer nada, más bien que son ellos los que deben agradecer al beisbol. Es cierto ellos deben agradecer, pero también quienes los vieron dejar todo sobre el terreno por su equipo”.
Un estornudo estalló sobre la mano izquierda de Nicanor justo antes que la saliva se estrellara contra la pared. “Papá ¿si tu fueras el gerente general de los Navegantes del Magallanes que harías para homenajear a un pelotero como Jesús Aristimuño? Prócoro inspiró hasta que se le marcaron todas las costillas bajo la camisa de fibra sintética. “Yo desde ya mandaría a pintar el número de Aristimuño, que si mal no recuerdo era el 24 el el lugar del campocorto del cuadro interior del José Bernardo Pérez, o si recortar la grama justo detrás de ese lugar con ese número para que se mantenga allí durante toda la temporada venidera. También colocaría un parcho en el hombro izquierdo de los uniformes con las letras JA. Es lo menos que se puede hacer por el primer campocorto que fue campeón de la Serie del Caribe con un equipo venezolano y también del primer Magallanes que fue campeón siendo anfitrión en Valencia.
Alfonso L Tusa C. 25 de mayo de 2022. ©
lunes, 4 de abril de 2022
Jesús Aristimuño en el campocorto
La voz de Carlitos González anunciaba tal vez al pelotero más representativo de aquellos Navegantes el Magallanes de la temporada 1969-70, un equipo aparentemente en desventaja sobre el papel que se crecía sobre el terreno una vez que el árbitro principal gritaba “Play Ball”. La noticia del fallecimiento de Jesús Aristimuño este 1 de abril de 2022, hace rebobinar una película de 53 años. Aristimuño fue quizás el más anónimo de los peloteros que conformaban aquella alineación. González en su peculiar estilo polémico indicaba que no se olvidasen de Aristimuño a la hora de elegir al mejor torpedero defensivo de aquella temporada. “En principio este muchacho de Casanay está medio escalón por debajo de David Concepción, Enzo Hernández, Teodoro Obregón, etc; pero lo que ha demostrado a lo largo de este torneo es que no es segundo de nadie en esta liga. Aristimuño se ha cansado de hacer las jugadas de rutina, los más relampagueantes dobleplays con Gustavo Gil, y también ha ido al fondo del abanico para borrar imparables cantados o venido hasta los predios del montículo para tomar ratoncitos y meter el rifle hacia primera base. Para mí Aristimuño tiene muchísimo que ver con la posición que ocupan los Navegantes del Magallanes en esta recta final de la temporada, sin quitarle méritos a los otros peloteros”.
Aristimuño saltó al profesional con los Navegantes del Magallanes en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional y Howie Haak lo firmó para los Piratas de Pittsburgh en el beisbol organizado. Tal vez uno de los primeros momentos resaltantes de Aristimuño en la liga venezolana profesional ocurrió en la temporada 1967-68, el 17 de octubre, en el estadio de la UCV, cuando los Navegantes enfrentaron a los temibles Industriales del Valencia. Fred Klages abrió por los eléctricos y Dick Le May por los pájaros verdes. Los Pericos picaron adelante con dos carreras amparadas en la ofensiva de Teolindo Acosta, Gustavo Gil y Tom Murray. Sin embargo hacia mediados del encuentro el marcador indicaba que los Navegantes ganaban 4-2, gracias a los maderos de Sid O’Brian en el segundo tramo y Merrit Ranew, César Gutiérrez y Jim Hicks en el quinto episodio. Gustavo Espósito había empezado jugando en el jardín derecho, en el séptimo inning, el manager Les Moss, tal vez porque Espósito se había ido de 3-0, lo sustituyó con Aristimuño buscando más defensiva: En esa séptima entrada, con corredores en primera y segunda con dos outs; Luis Rodríguez despachó una línea peligrosísima entre el jardín derecho y el central, rumbo a la parte baja de las gradas, lo cual presagiaba la igualada valenciana. Aristimuño persiguió la pelota con determinación, y cuando vio que se le escapaba se lanzó a lo largo de toda su humanidad y la atrapó cuando esta amenazaba con aterrizar incogible.
En 1968 Aristimuño jugó con los Comodoros de Decatur en la Midwest League A. En esa oportunidad logró establecerse como torpedero regular del equipo de tal manera que al final de la temporada fue elegido el mejor campocorto defensivo de la liga al conformar el equipo de todos estrellas. Los Comodoros ganaron la temporada regular con marca de 69-48. Eso seguramente motivó al manager Napoleón Reyes a entregarle la titularidad en los Navegantes del Magallanes en la temporada 1968-69. Aristimuño aprovechó la oportunidad al punto de participar en 47 juegos, anotar 14 carreras y empujar otras 10. Luego en 1969 con el uniforme de Fresno en la California League A apareció en 122 encuentros, 485 turnos al bate, 124 imparables, .256 de promedio, 72 carreras anotadas, 41 remolcadas,12 dobles, 1 triple, 2 jonrones. Fresno terminó tercero con marca de 72-68.
Tal desempeño con el madero animó al nuevo manager del equipo: Carlos Patato Pascual a alinear a Aristimuño de abridor en el orden al bate en la temporada 1969-70, posición que ocupó en la buena parte de la ronda eliminatoria con resultados más que aceptables: .263 de promedio, 57 imparables en 217 turnos al bate, 21 carreras anotadas, 14 empujadas. Era imperceptible, los juegos avanzaban y él podía hacer hasta seis o siete asistencias, cuatro o cinco outs, tres dobleplays; o podía tocar para sacrificarse, ejecutar el bateo y corrido, abrir el inning con imparable, anotar o empujar carrera dentro de un rally y siempre quedaba mimetizado en el trabajo de equipo, en la dinámica del juego, en la épica de sus compañeros. Sus errores resultaban tan dispersos que casi nadie los recordaba. Las jugadas de Aristimuño quedaban marcadas como con tinta invisible en el box score o las hojas de anotación, solo las podían percibir las mentes analíticas como Carlitos González.
En 1980, mientras estudiaba primer año de Química Aplicada en el Instituto Universitario Tecnológico de Cumaná, me sorprendí una tarde de miércoles cuando me acerqué al campo de softbol y vi que el entrenador era Jesús Aristimuño. Varias veces intenté preguntarle por aquella temporada 1969-70, el campeonato de la Serie del Caribe, él siempre se excusaba diciendo que tenía trabajo que hacer. Entonces me conformaba con observar las prácticas. Una tarde, el campocorto del equipo del IUT tenía dificultades para atrapara los roletazos de frente. Aristimuño había tratado varias opciones y ante la persistencia de la falla, él mismo se fue hasta los predios de aquellas paradas cortas polvorientas de las charas cumanesas. “Párate en el home y batéame unos rollings suaves”, le dijo al muchacho que jugaba como torpedero. “¿Y usted va a jugar así, a mano limpia?” “¡Que voy a hacer con un guante, si lo que quiero es mostrarte como te tienes que cuadrar ante los roletazos!” Aristimuño atacaba la pelota con plasticidad y decisión. A medida que se sucedían los roletazos, Aristimuño le pedía a su discípulo que bateara más duro, hasta que en una de esas, el batazo fue tan contundente que le ocasionó una honda herida en la mano izquierda. El muchacho salió corriendo a ver que le había sucedido a su mentor: “¡Coño, de la que se salvó el guante!” “Pero entrenador, ¿como va a preferir lastimarse usted por proteger un guante?” “Es que ese guante es un regalo muy especial para mí”. “¿Quién se lo regaló?” “Alfonso Chico Carrasquel”.
Luego en el juego inaugural de la temporada 1984-85, en el estadio Universitario, estoy en la baranda del bullpen del jardín izquierdo viendo calentar al pitcher abridor de los Navegantes del Magallanes, cuando veo que se acerca Jesús Aristimuño. Hablamos un rato, y al despedirse me alerta: “Observa bien a ese muchacho en el juego, es un novato, pero es muy enfocado, está muy pendiente de las señas y los detalles de su cátcher, también de los compañeros que juegan detrás de él. Ese muchacho puede llegar lejos…” El muchacho era Omar Bencomo y esa noche estuvo lanzando sin hits ni carreras hasta el noveno inning cuando Norman Carrasco le bateó el único imparable de los Tiburones de La Guiara a quienes derrotó 9-1.
Aristimuño fue el mejor campocorto defensivo de la LVBP en la temporada 1969-70. Junto a Dámaso Blanco (3b) y Gustavo Gil (2b) conformó la espina dorsal defensiva de aquel Magallanes. En la Serie del Caribe Aristimuño, junto a Blanco y Gil volvieron a formar parte del todos estrellas. Ese infield fue llamado “la muralla de oro” y también “el ABG del Magallanes”. En el juego decisivo de esa Serie del Caribe, en la apertura del noveno inning, Ponce estuvo a punto de romper el empate a 3 carreras. Con hombre en segunda y un out, Ramón Conde conectó la pelota sobre segunda base hasta donde llegó Aristimuño para detener el batazo e impedir que anotase el corredor de segunda.
Alfonso L. Tusa C. 3 de octubre de 2022.©
viernes, 25 de septiembre de 2020
Cuando Cesar Gutiérrez bateo de 7-7 con los Tigres de Detroit.
Todavía recordaba la portada de la revista Sport Gráfico: “Tigre aquí y Tigre allá”. Lo que nunca recordé con precisión fue si Cesar Gutiérrez aparecía con el uniforme de los Tigres de Aragua, el de los Tigres de Detroit, o si era una dicotomía de fotografías donde aparecía con ambas camisetas. Gutiérrez había debutado en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional en la temporada 1960-1961 con los Leones del Caracas luego pasó al Magallanes a mediados de la justa 1964-65, y llegó a los Tigres de Aragua a principios de la campaña 1968-1969. En tanto que en el beisbol organizado de Estados Unidos, Gutiérrez firmó con la organización de los Gigantes de San Francisco y debutó en las mayores en 1967, fue cambiado a los Tigres de Detroit a finales de la temporada de 1969. En 1970 el manager Mayo Smith le dio la oportunidad de ser campocorto regular y Gutiérrez la aprovechó porque supo combinar una defensiva solvente con los requerimientos mínimos ofensivos exigidos a un campocorto.
Gutiérrez había terminado la temporada de ligas menores con el Phoenix AAA y como siempre se preparaba para viajar cuanto antes a Venezuela, entonces recibió una llamada de la oficina de los Gigantes de San Francisco y le comunicaron que había sido cambiado a los Tigres de Detroit y ese equipo quería que se presentara en Tiger Stadium. Gutiérrez empezó a estudiar la situación y se dio cuenta que con los Tigres si iba a tener más oportunidades de jugar con el equipo grande. Ese septiembre jugó casi veinte encuentros con Detroit y empezó a sospechar que venían cosas muy buenas, principalmente porque al manager le había gustado su desempeño en el campocorto y también estaba conforme con sus habilidades con el madero. Tal era el ánimo de Gutiérrez que tuvo su mejor temporada hasta ese momento en la liga venezolana al batear para .279, con 50 imparables, 20 carreras anotadas y 10 empujadas. Se notaba que era un jugador muy distinto al que se había visto hasta ese momento.
Mientras se vestía para aquel juego del domingo 21 de junio de 1970 en el Municipal Stadium de Cleveland, Cesar Gutiérrez saboreó un caramelo relleno de coco en el club house. Eso le trajo recuerdos de Cabimas, de cuando salía a vender conservas de coco que hacía su hermana. Ajustó los cordeles de su guante y sonreía por todas las veces que había tenido que explicar que si había nacido en Coro, estado Falcón, pero lo habían llevado a Cabimas desde muy niño. Aquella tarde en Cleveland, el manager Smith alineó a Gutiérrez de segundo detrás del jardinero central Mickey Stanley y delante del inicialista Al Kaline. En el primer inning luego que Stanley negoció boleto, Gutiérrez despachó imparable a la derecha ante el debutante Rick Austin, lo cual permitió que Stanley llegara hasta la antesala. Kaline roleteó por tercera y Stanley fue forzado en el plato, por lo cual el bateador se embasó por fielder’s choice mientras Gutiérrez pasaba a la intermedia. Willie Horton recibió boleto para llenar las bases. Jim Northrup la rodó por el montículo, Gutiérrez anotó mientras Northrup era retirado de pitcher a primera. Maddox terminó el inning ponchándose.
En el cierre de ese episodio los Indios explotaron al abridor Kilkenny con jonrones de Tony Horton y Chuck Hinton para pasar adelante 5-1, vino a relevar Patterson.
En el segundo inning Ted Uhlaender despachó otro cuadrangular que puso el marcador 6-1.
Gutiérrez sonreía en el círculo de prevenidos mientras observaba como Stanley se ponchaba. Recordaba los días en Cabimas cuando jugaba en el equipo juvenil donde Victor Davalillo era dueño, cuarto bate y novio de la madrina, él apenas si veía el juego porque era pequeño para esa categoría. Entonces se cuadró en la caja de bateo y largó sencillo a la izquierda. Luego anotó amparado en el jonrón de Kaline. Willie Hortón sencilleó a la izquierda y Northrup la sacó para poner el juego 6-5. Dennis Higgins relevó a Austin y retiró a Elliot Maddox en elevado al campocorto y a Brown con ponche cantado.
Aunque no le gustaba hablar ni pensar en eso Gutiérrez empezó a recordar escenas difíciles que había experimentado en la última temporada de beisbol profesional venezolano. Mientras tomaba su madero de la batera de pronto volvía a sentir el impacto de una batería de linterna en la cabeza que recibió en el estadio de Barquisimeto luego de atrapar una buena línea de José Tartabull que llevaba etiqueta de imparable. Dio dos manotazos sobre el casco cuando se encaminaba a tomar turno en la parte alta del quintó inning. Se apuntó sencillo de piernas con rodado a las paradas cortas. Luego Kaline se ponchó. Willie Horton bateó imparable a la derecha que llevó a Gutiérrez hasta la intermedia. Northrup sorbió ponche cantado. Maddox entregó el out final con machucón que tomó el pitcher para retirarlo en primera. Cuando llegó al dugout y tomó el guante sentía con nitidez el impacto de la batería como si aun estuviese en el estadio barquisimetano.
En el cierre de ese inning Ray Fosse descargó doble a la derecha y llegó hasta la antesala mediante passed ball del cátcher Jim Price. Luego anotó con el elevado de sacrificio de Tony Horton hacia el jardín central. Cleveland 7 – Detroit 5. Esa ventaja fue ampliada con una carrera adicional en el cierre del sexto inning, donde Fred Scherman entró a relevar. Craig Nettles soltó imparable a la derecha, pasó a segunda con toque de sacrificio de Higgins y a tercera mediante wild pitch de Scherman, desde allí anotó con elevado de sacrificio de Jack Heidemann al centro.
Cuando Gutiérrez se ejercitaba para ser el primer bateador del séptimo episodio, vinieron imágenes muy movidas de una pelea, luego de un juego en Valencia tuvo que fajarse con cuatro fortachones que molestaban a su compañero de equipo en los Tigres de Aragua, Roberto Muñoz. Aún cuando recibió algunos golpes, se fajó con tanto coraje, que los tipos terminaron por abandonar. Quizás esa imágenes lo motivaron a despachar doblete a la izquierda, desde allí anotó con jonrón de Northrup, para poner el marcador Cleveland 8 – Detroit 7.
Mientras veía como sus compañeros atacaban al relevista Fred Lasher en el octavo inning, mediante doble de Gates Brown y sencillo de piernas de Stanley por tercera base que llevó a Brown hasta la antesala, luego que Norman Cash había emergido por Price para fallar en elevado de foul a la receptoría y Dick McAuliffe se había ponchado. Gutiérrez sonreía, imaginaba como sería aquel turno en Maracay, donde la temporada anterior los fanáticos le pedían tres hits si en el juego anterior había bateado dos, y si había conectado tres le pedían cuatro. Como respondiendo a aquel publico despachó sencillo a la derecha para traer a Brown al plato con el empate a 8 carreras. Cuando llegó a primera las imágenes de Gutiérrez se mudaron varias temporadas atrás cuando en un cierre del noveno o extra inning había decidido un juego a favor del Magallanes, ante los eternos rivales del Caracas, quienes también tenían una cuenta pendiente con Gutiérrez puesto que lo habían cambiado al Magallanes y eso en el beisbol no se perdona.
En el décimo inning ya algunos de sus compañeros lo miraban muy atentos y hasta le deseaban buena suerte. Gutiérrez siguió pensando en Cabimas, en todos aquellos episodios de las conservas de coco y como el dinero de las ventas no cuadraba con las cuentas de su hermana. Entonces él confesaba que se había comido una o dos conservas, porque ella nunca le daba nada de las ganancias. Con esa sonrisa en los labios fue a batear ante Dick Ellsworth, luego del imparable de Don Wert y el elevado de McAuliffe a la izquierda. Esta vez se apunto sencillo de piernas por el campocorto, luego Kaline falló con rodado al cuadro y el juego siguió igualado.
Hasta ese momento solo Wilbert Robinson, de los Orioles de Baltimore en la Liga Nacional el 10 de junio de 1892, había largado siete-siete en un juego de grandes ligas. Aunque Gutiérrez notaba cierta reverencia de sus compañeros, cierto misterio similar a cuando un pitcher está lanzando sin hits ni carreras, él prefería abstraerse en sus imágenes de Cabimas y en los episodios cómicos que había experimentado en la liga venezolana cuando jugaba para managers como Regino Otero o Alfonso Carrasquel. En la apertura del inning doce, Phil Hennigan entró a relevar por los Indios y McAuliffe salió con elevado a la izquierda. Stanley descargó jonrón para poner a ganar a los Tigres 9-8. Gutiérrez consiguió el séptimo imparable con línea al centro, luego resultó out en segunda base al intentar robar esa almohadilla. Kaline caminó pero Willie Horton elevó a la derecha. Timmerman completó un buen relevo en el cierre de la entrada para validar la victoria. Luego de felicitar a Stanley por su jonrón, Kaline abrazó y estrechó la mano de Gutiérrez, Horton chocó ambas manos abiertas con él y Northrup estuvo a punto de levantarlo en hombros. Al campo Gutiérrez estuvo impecable con cuatro asistencias y dos outs. Al batear de 7-7 estableció una marca para la Liga Americana e igualó la de las grandes ligas.
Alfonso L. Tusa C. © 19 de junio de 2020.
viernes, 7 de febrero de 2020
La Serie del Caribe que siempre recordaré.
Aquella noche elegían la reina del carnaval de Cumanacoa en la plaza Montes. Fui a regañadientes obligado por mamá a presenciar las festividades carnavalescas. El juego de ese 10 de febrero de 1970 podía representar el título del torneo caribeño para los Navegantes del Magallanes en representación de Venezuela, un galardón que había resultado esquivo a los equipos venezolanos en la primera etapa de esa competencia. En medio de mi tristeza por no quedarme en casa a escuchar el juego con mis hermanos en el radio de bulbos incandescentes del comedor, logré escabullirme hasta el escaparate y tomé el radiecito de Felipe de su compartimiento, lo metí hasta el fondo del bolsillo izquierdo de mi pantalón y lo disimulé prácticamente soldando mi mano izquierda en ese lugar. Había escuchado todos los juegos, parcialmente, pero los había escuchado. En el primero me quedé dormido, la mañana siguiente Jesús Mario me contó que Armando Ortíz le había bateado un jonrón al mismísimo Miguel Cuellar, si el flamante ganador del Cy Young de la Liga Americana junto a Denny McLain y los Navegantes habían terminado venciendo a los Leones de Ponce 3-1
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Cada vez que mamá se descuidaba, yo sacaba el radiecito, cuando anunciaban a la primera aspirante a reina, el juego estaba empatado 1-1 en el cierre del tercer episodio. A lo largo del torneo, nunca tuve la oportunidad de escuchar un juego completo, o era tarde en la noche, o tenía que estudiar porque si no tenía prohibido escuchar los juegos, o si era fin de semana, tenía que ponerme el disfraz de mexicano para salir en la comparsa que habían conformado en el vecindario.
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Debido a que solo participaban tres equipos, la serie fue diseñada a cuatro rondas, cada equipo efectuaría ocho juegos, por eso no los recuerdo todos. Si me quedó grabada la derrota ante los Tigres de Licey, porque fue un juego muy cerrado, si la memoria no me falla llegó empatado al noveno inning o fue a extrainning y el momento decisivo fue una apretada jugada en el plato donde participó el pitcher Don Eddy, los dominicanos ganaron 5-4 ese tercer juego de la divisa magallanera. La competencia fue muy disputada, cuatro de las victorias magallaneras ocurrieron por diferencia de una carrera. No era para menos, en el equipo borícua había luminarias como Tany Perez, Miguel Cuellar y Bernie Carbo, la representación quisqueyana contaba entre otros con Ricardo Carty, Manuel Mota y Cesar Cedeño.
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Hacia más allá de la mitad del juego cada vez me iba hacia un grupo de hombres que escuchaban el juego en el escalón del busto de Domingo Montes. La última vez que mamá me fue a buscar, me resistí un momento hasta que terminó el inning, en ese cierre del octavo Magallanes había empatado la pizarra 3-3 con dobletes de Ray Fosse y Armando Ortíz. Cuando más emocionante estaba el juego, terminó la elección de la reina de carnaval y mamá decidió acompañar a unas amigas hasta la casa de la maestra Berenice en la calle Las Flores. Yo tenía una mezcla de tristeza y disgusto, quería convertirme en invisible y quedarme escuchando el juego en la plaza. Como persistiera en mi tristeza, la maestra Berenice preguntó que me ocurría, cuando mamá le habló de mi afición por el béisbol, ella fue un momento al interior de la casa y trajo uno de aquellos radio-tocadiscos portátiles y me dijo que ahí podía escuchar el juego. En medio de mi emoción se me olvidó darle las gracias y mamá de inmediato me lanzó aquella mirada intensa por lo cual levanté la voz para agradecer aunque sin apartarme del radio-tocadiscos.
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En el cierre del noveno subí el volumen del radio porque la conversación de mamá y sus amigas era muy efusiva. Los Leones de Ponce tenían corredores en tercera y primera con un out, entonces Delio Amado León fue subiendo el tono de su voz hasta alcanzar niveles de tenor: “Santos Alomar intenta el squeeze play suicida pero Dámaso Blanco intuye la jugada y viene corriendo como en una carrera de cien metros planos, junto al corredor Jorge Roque, toma la pelota a mano limpia y se la pasa al receptor Ray Fosse…out en la goma…amigos, que jugada de feria ha ejecutado Dámaso Blanco, que manera de bloquear el plato de Fosse…escuchen al público…el estadio Universitario es un manicomio…” Yo quería saltar y gritar, pero la impresión de la jugada, lo cerca que estuvo el equipo puertorriqueño de irse adelante, me hipnotizó.
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Para el cierre del undécimo inning el carnaval seguía incrementando el humor y la inventiva de los espontáneos que ideaban cualquier tipo de disfraz y salían a desfilar en los capós de los carros. Pero la intensidad del juego llegó a su clímax cuando Dámaso Blanco abrió la entrada con sencillo a la izquierda que flumbeó el jardinero Jorge Roque para que Blanco anclara en la intermedia, de seguidas Aurelio Monteagudo se sacrificó para llevar a Dámaso a la antesala. En ese momento la adrenalina hervía en el estadio y en todos los rincones donde había un radio, estaba muy cerca el ansiado título de una Serie del Caribe para un equipo venezolano. El manager Jim Fregosi ordenó boletos intencionales para Cesar Tovar y Chico Ruiz. Entonces le tocó el turno a Gustavo Gil y despachó un roletazo imparable por el medio del campo que trajo el mensaje que desató la alegría desbordada por todo el país.
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Alfonso L. Tusa C. 07 de febrero de 2020.
sábado, 1 de febrero de 2020
Ecos cincuentenarios de aquel carnaval magallanero.
Aquel domingo primero de febrero de 1970 lo único que me apartaba por instantes de la transmisión del juego de beisbol, eran las incidencias del carnaval con agua desatado en la calle Ayacucho, desde la librería San Pablo hasta La Copita. Papá detuvo el Plymouth Century negro frente a la casa de mis abuelos en Cumaná. Tomé el radio transistor de algunos veinte centímetros de largo, embutido en una carcasa de cuero con sus respectivos orificios por donde emergían la antena, y los controles de volumen y sintonizador, además de un círculo de agujeros por donde salía el sonido de la corneta. Lo metí por debajo de la franela para evitar que alguna bombita de agua lo mojara. No quería perderme ni un detalle de aquel juego que Magallanes ganaba 2-1 en el cierre del séptimo inning. Si ganaban serían campeones. Era como una especie de repetición de lo que había ocurrido en la Serie Mundial entre los Milagrosos Mets de Nueva York y los archifavoritos Orioles de Baltimore. En el primer juego de esa final Orlando Peña maniató a la ofensiva de los Tiburones de La Guaira, mientras Gregory Sims, Jim Holt y Gonzalo Marquez castigaban al estelar Mike Hedlund (líder en efectividad de LVBP esa temporada con 0.75 si mal no recuerdo). En el segundo Don Eddy también blanqueo a La Guaira para vencer 1-0 al también estelar Larry Jaster, amparado en sencillo remolcador de Hiraldo Chico Ruiz para traer la anotación de Dámaso Blanco en el cierre del tercer episodio.
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Protesté porque cuando precisamente empezaba el cierre del noveno inning, mamá me pidió que fuese a comprar dos papeletas de pimienta en la bodega de María Castillo. Desde la entrada de la casa se escuchaban los gritos de los jugadores de carnaval. Sabía a lo que me enfrentaba, no podía dar ningún rodeo porque el carnaval con agua estaba prendido igual en todas las calles. Traté de correr lo más fuerte que pude pero igual Pedro Augusto y Ramoncito me sostuvieron en la esquina del callejón La Paz y me sumergieron con todo y radio en un tambor de agua. No me molestaba que me hubieran mojado, lo que me hizo mirarlos con fuego en los ojos fue que dejaron mudo al radio. Igual corrí con todo lo que daban mis piernas, María Castillo pasó como dos minutos preguntándome que quería, mi voz no se escuchaba, tuve que señalar las papeletas de pimienta. Entonces me aventuré a regresar por la calle Boyacá, y aprovechando que en ese momento estaban cargando los envases de agua, corrí como si me persiguieran los toros más furiosos de San Fermín. “¡Muchacho, te mandé fue a la bodega, no a darte un baño en la playa!” Mamá quiso llevarme a secar en el baño, pero yo corrí hacia la sala y encendí el radio de tubos incandescentes de mi abuela, la voz de Delio Amado León retumbaba en la corneta: “…cierre del noveno…dos outs…Magallanes tiene montada la olla para el sancocho de Tiburones,,,ahí viene el lanzamiento de Jay Ritchie y es strike cantado, los Navegantes del Magallanes son los campeones de la temporada 1969-70, luego de una larga espera de quince años.”
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Alfonso L. Tusa C. 01 de febrero de 2020.©
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