Mientras jugaba su primera temporada con los Medias Rojas de Boston, Luis Aparicio se encontró en medio de un clubhouse lleno de bromistas que mantenían un ambiente de armonía en el equipo a pesar de que las bromas a veces parecían excederse de tono. Durante el fin de semana final de la campaña Aparicio solicitó al manager Eddie Kasko el día domingo debido a que debía regresar a Venezuela y ese día estaban copados todos los vuelos. Kasko accedió y Aparicio recogió todas sus pertenencias del locker. Aquel sábado sólo estaba colgado el flux, y debajo estaban los zapatos y la ropa interior. Los jugadores, entre ellos Carl Yastrzemski notaron eso y se enteraron de lo que pasaba. Como Aparicio conocía del tipo de bromas que se gastaban, no se apartaba ni un momento del locker. Yastrzemski y compañía esperaron a que Aparicio fuese a batear para entrar en acción.
Empezaron por cortarle las piernas a los pantalones y los brazos al saco del elegante flux de Aparicio. La camisa tambien recibió su ración de tajadas. Como eran expertos en ese tipo de bromas Yastrzemski y compañía pegaban con cinta transparente las partes cortadas para disimular. Cada vez que venía de batear Aparicio daba un vistazo a su flux y sonreía.
En uno de sus últimos turnos Yastrzemski consiguió un hacha y cortó los zapatos de Aparicio en dos y luego los pego del piso con unos clavos.
Cuando terminó el juego, Aparicio estaba muy sonriente. Se despidió cordialmente de sus compañeros. “Hasta la temporada que viene. Que tengan unas felices fiestas”. Se dirigió a su locker. Todo iba muy bien hasta que intentó ponerse los pantalones del flux. El club house estalló en risas mientras Aparicio permanecía impávido. Yastrzemski se acercó y le dijo: “Luis ¿tu crees que toda esa celebración con banda musical y fuegos artificiales en tu país te espere hasta que consigas otro flux?” Aparicio dejó el saco sin mangas sobre el banco. “Te voy a agarrar”.
Aparicio se encontró sin ropas y debía trasladarse de inmediato al aeropuerto Logan. Habló con uno de los muchachos que trabajaban en el club house y le preguntó cuanto le pedía por el pantalón de caqui y la franela de mezclilla que llevaba. Yastrzemski gritó a la distancia “Cóbrale bien caro” el muchacho le pidió 40 dólares por la franela y 60 por el pantalón. Cuando trató de ponerse los zapatos fue incapaz de levantarlos del piso y cuando lo hizo se partieron en dos. El rostro de Aparicio parecía el de un niño a punto de llorar. Se acercó a otro de los muchachos del club house y terminó comprándole sus zapatos de goma por 20 dólares. Cuando terminó de vestirse revisó el locker y salió con un rictus amargo en la boca. De su boca solo salieron sonidos guturales y casi corría cuando atravesó la puerta.
El 25 de mayo de 1972 los Medias Rojas de Boston enfrentaban a los Orioles de Baltimore en Fenway Park. Marty Pattin versus Pat Dobson. Luego de retirar a Don Buford, Merv Rettenmund y Terry Crowley en el primer inning por la vía rápida, Pattin recibió cuadrangular de Don Baylor para abrir el segundo.
Los patirrojos atacaron a Dobson en los dos primeros capítulos pero se les mojó la pólvora. En el tercero Tommy Harper largó doblete a la izquierda. Luis Aparicio empató el juego con sencillo a la derecha y se robó la intermedia. Reggie Smith se ponchó. Duane Josephson elevó al centro y Aparicio hizo pisa y corre a la antesala desde allí anotó por passed ball del receptor Elrod Hendricks.
En el cuarto episodio Crowley sencilleó a la derecha. Baylor negoció boleto. Hendricks despachó un lineazo que tomó Josephson en primera, piso para poner fuera a Baylor y lanzó a segunda donde Aparicio tocó a Crowley para completar el triple play.
En el resto del partido Pattin solo permitió un imparable, golpeó a tres bateadores y concedió un boleto. Terminó ganando el juego en labor completa de 4 imparables, 1 carrera limpia, 2 boletos, 9 ponches, enfrentó 34 bateadores.
Dobson cargó con la derrota en trabajo de 6 episodios donde aceptó 7 imparables, 2 carreras, 1 limpia, 2 boletos, 2 ponches, enfrentó 26 bateadores. Roric Harrison lo relevó en el séptimo episodio y en dos entradas recibió 2 imparables, 1 boleto, 2 ponches, 9 bateadores enfrentados.
Al campo Aparicio hizo 4 asistencias y 1 out.
Alfonso L. Tusa C.
jueves, 28 de abril de 2011
miércoles, 27 de abril de 2011
Beisbol de acuerdo a Beckett: Un juego que nunca termina.
Stefan Fatsis
En abril de 1981, en un pequeño estadio de Pautucket, Rhode Island, dos equipos de béisbol de ligas menores efectuaron uno de los juegos más extraños de la historia: 32 episodios seguidos comenzando al atardecer del Sábado de Gloria y luego de ocho horas seguían jugando casi al amanecer del Domingo de Resurrección. Los Medias Rojas de Pawtucket y los Alas Rojas de Rochester estaban igualados 2-2 cuando los árbitros recibieron instrucciones de aplicar las reglas, las cuales por un error de redacción omitieron la hora límite para jugar, y suspendieron el juego para una fecha posterior.
Para entonces sólo quedaban 19 aficionados en el frío McCoy Stadium, junto a los jugadores, los coaches y el cuerpo técnico, dos reporteros, un anotador, y dos narradores transmitiendo jugada a jugada para unos pocos escuchas insomnes en el estado de Nueva York. “Oiremos a los pajaritos gorjear en cualquier momento”, dijo uno de ellos. Un jugador se acostó con su cabeza sobre la tercera base como si fuera una almohada. Era béisbol de acuerdo a Beckett, “They Shoot Horses, Don’t They?”, con jugadores de ligas menores en vez de maratonistas de baile.
El juego más largo del béisbol profesional confundió el tiempo, la historia y más que todo el sentido común y además sirvió de evidencia a uno de los encantos del juego. (El béisbol no tiene límite de tiempo). Pero en una época cuando el asunto de las drogas y las reformulaciones estadísticas han hecho que los fanáticos se olviden de las proclamas de inocencia pastoral, sentir el beisbol se ha vuelto un terreno escabroso. El Mito y el Romance se sientan al final del banco, cerca del enfriador de agua, reemplazados en la alineación por el valor de los jugadores de reemplazo y la hormona de crecimiento humano.
¿Qué puede hacer un escritor? En “Cierre del inning 33”, Dan Barry, un columnista nacional del New York Times, reconoce que un juego de comienzos de temporada entre dos equipos AAA, es insignificante. Entonces recurre temerariamente a la esencia poética del béisbol, y al Mito y al Romance. Una pelota de béisbol es una “esfera blanca” el juego tiene lugar “en un lugar de Rhode Island llamado Pawtucket”, las irregulares luces del estadio “se negaron a compartir sus bondades de iluminación”, la máquina de cotufas “trae recuerdos de niñeces felices que nunca lo fueron”.
“¿Por qué siguieron jugando? ¿Por qué se quedaron? El Sr. Barry le pregunta retóricamente a los jugadores y los aficionados. “Porque teníamos un deber que cumplir. Porque aspiramos a grandes cosas. Porque somos leales. Porque a nuestra manera, estamos celebrando la comunión, la resurrección, la posibilidad”. Lo sabemos. El beisbol es sagrado, especialmente cuando un juego es realizado indefinidamente en un estadio casi vacío en plena noche de Resurrección.
A pesar de que a veces su tono es asfixiante y de su entorno metafórico, “Cierre del inning 33” es un buen libro que habla de la comunión y la posibilidad en el béisbol. Un digno acompañante del clásico de Roger Kahn “Boys of Summer” sobre los Dodgers de Brooklyn de los años 50.Mientras los temas de los libro son opuestos beisboleros, un juego de béisbol de ligas menores versus un equipo de béisbol de Grandes Ligas históricamente idolatrado. El señor Barry al igual que el señor Kahn explota el poder de la memoria y la nostalgia con gracia literaria y exactitud periodística. Él mezcla las vivencias de la recreación momento a momento del juego con lo que le ocurre a sus participantes en los próximos 30 años. (El señor no estuvo en el estadio aquella noche pero vivió en Pawtucket y fue reportero del Providence Journal varios años después).
El libro es un rectazo de recursos literarios, como la visión de Ted Williams, puede ser 20/10, pero aquí funciona de maravillas, gracias a un diverso grupo de personajes. Los antesalistas Cal Ripken Jr. De Rochester y Wade Boggs de Pawtucket, tendrán carreras que los llevarán al Salón de la Fama. Un holandés de espíritu libre llamado Win Remmerswaal, quién lanza entre los episodios 18 y 22 para Pawtucket, se convertirá en alcohólico, sufre daño cerebral y termina confinado a una silla de ruedas en un hogar de cuidados en The Hague. El jardinero derecho de nombre exótico del Rochester, Drungo Hazewood, saldrá del béisbol de manera abrupta, maneja un camión y piensa sobre “La mejor época de su vida: los días que pasó jugando béisbol en noches como esta, tan fría, con compañeros que te cubrían las espaldas y la organización de Baltimore invertía en el futuro”.
En el juego final de la Serie Mundial de 1986 dos antíguos compañeros de Pawtucket, Bruce Hurst y Bob Ojeda “se mirarán mutuamente uno con el uniforme de los Medias Rojas, otro con el uniforme de los Mets, y sus ojos fijan una comunicación sin palabras que implica muchas cosas incluyendo Pawtucket”. El dueño del equipo Pawtucket, Ben Mondor, y sus dos jóvenes tenientes manejarán el equipo por las próximas tres décadas. El eventual héroe del juego, el inicialista de Pawtucket Dave Koza, tendrá dificultades dentro y luego fuera del béisbol antes de enderezar su vida en la ciudad donde vivió su momento de fama.
Los testimonias llenan a “Cierre del inning 33” con resonancia y profundidad. Los participantes le dicen al Sr. Barry que no pasa un día sin que se acuerden del juego, o que éste definió sus vidas, o que les dio una gran historia, como la del pitcher del Rochester Jim Umbarger quién se tomó “alrededor de 20 tazas de café” y lanzó 10 innings en blanco, desde el 23 al 32; o Danny Card, de 9 años para el momento, quién se quedó porque su padre había prometido una vez nunca irse temprano de un juego. “Aprendí lo que significaba una promesa”. Le dice el Sr. Card al Sr. Barry.
La mayoría de los participantes recuerda la naturaleza surrealista de un juego que no terminaría. En el inning 24 el Sr. Barry se pregunta: “¿Es esto un juego de béisbol? Tal vez esto se ha transmutado en algún tipo de arte extravagante, en el cual la falla para alcanzar el climax es el punto, en el cual la repetición de innings sin carreras indica la insignificancia de la existencia. Tal vez el desarrollo del juego envía el mensaje opuesto: Que todo esto es la celebración del misterio, un recordatorio divino de que la condición humana es muy compleja e impredecible, por lo que hay que disfrutar de la fiesta mientras se puede”.
¿Un poco exagerado? Seguro, pero hacer preguntas existenciales parece no sólo razonable sino tambien necesario cuando se habla de un juego donde los jugadores quemaron bates quebrados en un tambor de basura para calentarse, y sus familiares llamaron a los hospitales preguntando por sus seres queridos que debieron regresar a casa varias horas más temprano.
Para el Sr. Barry es narrativamente ideal que el juego más largo del béisbol haya ocurrido en la categoría justo inferior a Grandes Ligas, Triple A, habitada por “han sido” y “serán” y aquellos intermedios. Todo el que está en Triple A se encuentra en una encrucijada de cambios vitales, aún cuando no lo saben, pero por una noche de abril de 1981 el tiempo se paró. En el momento los presentes querían que terminara aquella insanidad, 30 años más tarde están agradecidos de que no terminó.
El juego empatado terminó una tarde cálida de junio. Esta vez el McCoy Stadium estaba repleto con 6000 aficionados y 150 periodistas, todos intrusos en un momento privado. Lo que tomó 8 horas 7 minutos y 32 innings para comenzar, requirió sólo 18 minutos y 1 inning para terminar, con un sencillo de bases llenas del Sr. Koza. Nunca jugó en Grandes Ligas. Pero el bate que usó para conectar el hit ganador está en el Salón de la Fama.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
En ese juego Luis Aponte no pudo entrar a su casa porque su esposa no lo creyó que venía del estadio. A las cuatro de la mañana pensó que venía de otro lugar. Aponte debió regresar al estadio y tubo que dormir en el dugout.
En abril de 1981, en un pequeño estadio de Pautucket, Rhode Island, dos equipos de béisbol de ligas menores efectuaron uno de los juegos más extraños de la historia: 32 episodios seguidos comenzando al atardecer del Sábado de Gloria y luego de ocho horas seguían jugando casi al amanecer del Domingo de Resurrección. Los Medias Rojas de Pawtucket y los Alas Rojas de Rochester estaban igualados 2-2 cuando los árbitros recibieron instrucciones de aplicar las reglas, las cuales por un error de redacción omitieron la hora límite para jugar, y suspendieron el juego para una fecha posterior.
Para entonces sólo quedaban 19 aficionados en el frío McCoy Stadium, junto a los jugadores, los coaches y el cuerpo técnico, dos reporteros, un anotador, y dos narradores transmitiendo jugada a jugada para unos pocos escuchas insomnes en el estado de Nueva York. “Oiremos a los pajaritos gorjear en cualquier momento”, dijo uno de ellos. Un jugador se acostó con su cabeza sobre la tercera base como si fuera una almohada. Era béisbol de acuerdo a Beckett, “They Shoot Horses, Don’t They?”, con jugadores de ligas menores en vez de maratonistas de baile.
El juego más largo del béisbol profesional confundió el tiempo, la historia y más que todo el sentido común y además sirvió de evidencia a uno de los encantos del juego. (El béisbol no tiene límite de tiempo). Pero en una época cuando el asunto de las drogas y las reformulaciones estadísticas han hecho que los fanáticos se olviden de las proclamas de inocencia pastoral, sentir el beisbol se ha vuelto un terreno escabroso. El Mito y el Romance se sientan al final del banco, cerca del enfriador de agua, reemplazados en la alineación por el valor de los jugadores de reemplazo y la hormona de crecimiento humano.
¿Qué puede hacer un escritor? En “Cierre del inning 33”, Dan Barry, un columnista nacional del New York Times, reconoce que un juego de comienzos de temporada entre dos equipos AAA, es insignificante. Entonces recurre temerariamente a la esencia poética del béisbol, y al Mito y al Romance. Una pelota de béisbol es una “esfera blanca” el juego tiene lugar “en un lugar de Rhode Island llamado Pawtucket”, las irregulares luces del estadio “se negaron a compartir sus bondades de iluminación”, la máquina de cotufas “trae recuerdos de niñeces felices que nunca lo fueron”.
“¿Por qué siguieron jugando? ¿Por qué se quedaron? El Sr. Barry le pregunta retóricamente a los jugadores y los aficionados. “Porque teníamos un deber que cumplir. Porque aspiramos a grandes cosas. Porque somos leales. Porque a nuestra manera, estamos celebrando la comunión, la resurrección, la posibilidad”. Lo sabemos. El beisbol es sagrado, especialmente cuando un juego es realizado indefinidamente en un estadio casi vacío en plena noche de Resurrección.
A pesar de que a veces su tono es asfixiante y de su entorno metafórico, “Cierre del inning 33” es un buen libro que habla de la comunión y la posibilidad en el béisbol. Un digno acompañante del clásico de Roger Kahn “Boys of Summer” sobre los Dodgers de Brooklyn de los años 50.Mientras los temas de los libro son opuestos beisboleros, un juego de béisbol de ligas menores versus un equipo de béisbol de Grandes Ligas históricamente idolatrado. El señor Barry al igual que el señor Kahn explota el poder de la memoria y la nostalgia con gracia literaria y exactitud periodística. Él mezcla las vivencias de la recreación momento a momento del juego con lo que le ocurre a sus participantes en los próximos 30 años. (El señor no estuvo en el estadio aquella noche pero vivió en Pawtucket y fue reportero del Providence Journal varios años después).
El libro es un rectazo de recursos literarios, como la visión de Ted Williams, puede ser 20/10, pero aquí funciona de maravillas, gracias a un diverso grupo de personajes. Los antesalistas Cal Ripken Jr. De Rochester y Wade Boggs de Pawtucket, tendrán carreras que los llevarán al Salón de la Fama. Un holandés de espíritu libre llamado Win Remmerswaal, quién lanza entre los episodios 18 y 22 para Pawtucket, se convertirá en alcohólico, sufre daño cerebral y termina confinado a una silla de ruedas en un hogar de cuidados en The Hague. El jardinero derecho de nombre exótico del Rochester, Drungo Hazewood, saldrá del béisbol de manera abrupta, maneja un camión y piensa sobre “La mejor época de su vida: los días que pasó jugando béisbol en noches como esta, tan fría, con compañeros que te cubrían las espaldas y la organización de Baltimore invertía en el futuro”.
En el juego final de la Serie Mundial de 1986 dos antíguos compañeros de Pawtucket, Bruce Hurst y Bob Ojeda “se mirarán mutuamente uno con el uniforme de los Medias Rojas, otro con el uniforme de los Mets, y sus ojos fijan una comunicación sin palabras que implica muchas cosas incluyendo Pawtucket”. El dueño del equipo Pawtucket, Ben Mondor, y sus dos jóvenes tenientes manejarán el equipo por las próximas tres décadas. El eventual héroe del juego, el inicialista de Pawtucket Dave Koza, tendrá dificultades dentro y luego fuera del béisbol antes de enderezar su vida en la ciudad donde vivió su momento de fama.
Los testimonias llenan a “Cierre del inning 33” con resonancia y profundidad. Los participantes le dicen al Sr. Barry que no pasa un día sin que se acuerden del juego, o que éste definió sus vidas, o que les dio una gran historia, como la del pitcher del Rochester Jim Umbarger quién se tomó “alrededor de 20 tazas de café” y lanzó 10 innings en blanco, desde el 23 al 32; o Danny Card, de 9 años para el momento, quién se quedó porque su padre había prometido una vez nunca irse temprano de un juego. “Aprendí lo que significaba una promesa”. Le dice el Sr. Card al Sr. Barry.
La mayoría de los participantes recuerda la naturaleza surrealista de un juego que no terminaría. En el inning 24 el Sr. Barry se pregunta: “¿Es esto un juego de béisbol? Tal vez esto se ha transmutado en algún tipo de arte extravagante, en el cual la falla para alcanzar el climax es el punto, en el cual la repetición de innings sin carreras indica la insignificancia de la existencia. Tal vez el desarrollo del juego envía el mensaje opuesto: Que todo esto es la celebración del misterio, un recordatorio divino de que la condición humana es muy compleja e impredecible, por lo que hay que disfrutar de la fiesta mientras se puede”.
¿Un poco exagerado? Seguro, pero hacer preguntas existenciales parece no sólo razonable sino tambien necesario cuando se habla de un juego donde los jugadores quemaron bates quebrados en un tambor de basura para calentarse, y sus familiares llamaron a los hospitales preguntando por sus seres queridos que debieron regresar a casa varias horas más temprano.
Para el Sr. Barry es narrativamente ideal que el juego más largo del béisbol haya ocurrido en la categoría justo inferior a Grandes Ligas, Triple A, habitada por “han sido” y “serán” y aquellos intermedios. Todo el que está en Triple A se encuentra en una encrucijada de cambios vitales, aún cuando no lo saben, pero por una noche de abril de 1981 el tiempo se paró. En el momento los presentes querían que terminara aquella insanidad, 30 años más tarde están agradecidos de que no terminó.
El juego empatado terminó una tarde cálida de junio. Esta vez el McCoy Stadium estaba repleto con 6000 aficionados y 150 periodistas, todos intrusos en un momento privado. Lo que tomó 8 horas 7 minutos y 32 innings para comenzar, requirió sólo 18 minutos y 1 inning para terminar, con un sencillo de bases llenas del Sr. Koza. Nunca jugó en Grandes Ligas. Pero el bate que usó para conectar el hit ganador está en el Salón de la Fama.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
En ese juego Luis Aponte no pudo entrar a su casa porque su esposa no lo creyó que venía del estadio. A las cuatro de la mañana pensó que venía de otro lugar. Aponte debió regresar al estadio y tubo que dormir en el dugout.
miércoles, 20 de abril de 2011
Martín Pérez lanza un juego perfecto de 5 innings
John Parker. MLB.com
Los rayos afectaron el Dickey_Stephens Park en más de una forma este martes 19 de abril de 2011 en la noche, cuando Martín Pérez, el principal prospecto de pitcheo de los Rangers de Texas, lanzó un juego perfecto de 5 innings recortado por las condiciones climáticas.
El equipo AA RoughRiders de Frisco vencía a los Travelers de Arkansas 1-0, cuando severas tormentas impactaron North Little Rock en el sexto inning, lo cual ocasionó la suspensión del juego.
“Es grandioso lanzar perfecto”, dijo Pérez después de retirar los 15 bateadores que enfrentó. “Estoy muy feliz”.
Fue el quinto juego perfecto, y el más corto, en la historia de la Liga de Texas y el segundo de los RoughRiders. El más reciente ocurrió el 28 de julio de 2005, cuando tres lanzadores de Frisco se combinaron para lanzar un juego perfecto ante Corpus Christi. Al Sheady del Tulsa lanzó el otro juego perfecto de menos de 9 innings con una gema de 7 innings ante San Antonio el 23 de junio de 1935.
El juego perfecto le dio a Pérez, 20 años, (1-0) su primera victoria de la temporada y le bajó su efectividad hasta 1.38. Había lanzado 5 innings en blanco ante Springfield en su salida anterior el 14 de abril.
“Esta noche lancé rectas y curvas principalmente, solo unos pocos cambios”, dijo Pérez.
El zurdo venezolano fue catalogado el prospecto 23 por MLB.com durante los meses de vacaciones del béisbol. Tuvo marca de 5-8 con 5.96 de efectividad en 24 juegos con Frisco el año pasado.
“Todos los días trabajo con mi balance, lanzó la pelota por delante de mi cuerpo”, dijo. “Mi control ha mejorado, puedo lanzar cualquiera de mis pitcheos a cualquier nivel de la cuenta”.
Pérez lanzó 42 strikes de 62 lanzamientos, ponchó 3 bateadores antes de que el clima interviniera. Le batearon 7 roletazos y 4 elevados.
Pérez lanzó 4 innings sin permitir hits con el Hickory clase A en su debut de la temporada 2009 pero nunca antes había estado cerca de la perfección. En todas menos una de sus salidas del año pasado por lo menos concedió un boleto.
Los RoughRiders le dieron a Pérez todo el respaldo que necesitaba cuando Davis Stoneburner, Mike Bianucci y Tommy Mendonca ligaron sencillos seguidos luego de 1 out en el primer inning. Frisco añadió otro par de sencillos en el segundo, pero esa fue toda la ofensiva que ambos clubes desplegaron.
El abridor de Arkansas Trevor Reckling (0-2) cargó con la derrota luego de permitir una carrera, 5 hits en 5.2 innings. Ponchó 5 sin conceder boletos.
La salida histórica de Pérez detuvo una seguidilla de 3 derrotas de Frisco. Los RoughRiders tienen el día libre el miércoles antes de empezar una serie de 4 juegos en casa ante Corpus Christi.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Los rayos afectaron el Dickey_Stephens Park en más de una forma este martes 19 de abril de 2011 en la noche, cuando Martín Pérez, el principal prospecto de pitcheo de los Rangers de Texas, lanzó un juego perfecto de 5 innings recortado por las condiciones climáticas.
El equipo AA RoughRiders de Frisco vencía a los Travelers de Arkansas 1-0, cuando severas tormentas impactaron North Little Rock en el sexto inning, lo cual ocasionó la suspensión del juego.
“Es grandioso lanzar perfecto”, dijo Pérez después de retirar los 15 bateadores que enfrentó. “Estoy muy feliz”.
Fue el quinto juego perfecto, y el más corto, en la historia de la Liga de Texas y el segundo de los RoughRiders. El más reciente ocurrió el 28 de julio de 2005, cuando tres lanzadores de Frisco se combinaron para lanzar un juego perfecto ante Corpus Christi. Al Sheady del Tulsa lanzó el otro juego perfecto de menos de 9 innings con una gema de 7 innings ante San Antonio el 23 de junio de 1935.
El juego perfecto le dio a Pérez, 20 años, (1-0) su primera victoria de la temporada y le bajó su efectividad hasta 1.38. Había lanzado 5 innings en blanco ante Springfield en su salida anterior el 14 de abril.
“Esta noche lancé rectas y curvas principalmente, solo unos pocos cambios”, dijo Pérez.
El zurdo venezolano fue catalogado el prospecto 23 por MLB.com durante los meses de vacaciones del béisbol. Tuvo marca de 5-8 con 5.96 de efectividad en 24 juegos con Frisco el año pasado.
“Todos los días trabajo con mi balance, lanzó la pelota por delante de mi cuerpo”, dijo. “Mi control ha mejorado, puedo lanzar cualquiera de mis pitcheos a cualquier nivel de la cuenta”.
Pérez lanzó 42 strikes de 62 lanzamientos, ponchó 3 bateadores antes de que el clima interviniera. Le batearon 7 roletazos y 4 elevados.
Pérez lanzó 4 innings sin permitir hits con el Hickory clase A en su debut de la temporada 2009 pero nunca antes había estado cerca de la perfección. En todas menos una de sus salidas del año pasado por lo menos concedió un boleto.
Los RoughRiders le dieron a Pérez todo el respaldo que necesitaba cuando Davis Stoneburner, Mike Bianucci y Tommy Mendonca ligaron sencillos seguidos luego de 1 out en el primer inning. Frisco añadió otro par de sencillos en el segundo, pero esa fue toda la ofensiva que ambos clubes desplegaron.
El abridor de Arkansas Trevor Reckling (0-2) cargó con la derrota luego de permitir una carrera, 5 hits en 5.2 innings. Ponchó 5 sin conceder boletos.
La salida histórica de Pérez detuvo una seguidilla de 3 derrotas de Frisco. Los RoughRiders tienen el día libre el miércoles antes de empezar una serie de 4 juegos en casa ante Corpus Christi.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
jueves, 7 de abril de 2011
Ese tipo de héroe
Hay temporadas que son consideradas como el tope de una carrera. En ellas un pelotero lo hace todo por su equipo, desde animar a los compañeros en el dugout hasta discutir con los árbitros. El jugador pareciera estar dotado de una fuerza excepcional que le hace alcanzar logros paralizantes.
Mickey Mantle en 1956, Frank Robinson en 1966, Ted Williams en 1942 y 1947,Joe Medwick en 1937, Roberto Clemente en 1967, George Brett en 1979, son ejemplo de ese tipo de fenómeno que arrastró a un equipo sino a ganar el banderín y la Serie Mundial, por lo menos a ser competitivo. Sin embargo en mi opinión hay un ejemplo ineludible, me refiero a Carl Yatrzemski en 1967. A partir del tercer juego de los
Medias Rojas, el 14 de abril en Yankee Stadium, Yaz empezó a dar muestras de lo que haría aquella temporada. En ese encuentro Billy Rohr llegó al cierre del noveno inning ganando 3-0 y sin permitir imparables. Tom Tresh abrió la entrada con una línea silbante hacia el jardín izquierdo que parecía el final del no-hitter. Yastrzemski
emprendió una carrera vertiginosa y se lanzó con los brazos estirados al máximo para preservar la joya de pitcheo con una atrapada cardíaca que congeló el grito de los aficionados en las tribunas, aunque Elston Howard rompió el hechizo un out después. La importancia del out de Yaz se hizo latente pues hubiese habido corredores en primera y segunda con un out. En el dugout Rohr se acercó a Yastrzemski. “Yaz, despues que hiciste la atrapada, quería lanzar el no-hitter por ti. Fue la atrapada más grande que vi en mi vida”.
Es difícil encontrar una actuación tan destacada en cada aspecto del juego. Ese año Yastrzemski además de ganar la triple corona de bateo (.326 promedio, 44 jonrones, 121 empujadas) fue líder en carreras anotadas (112), hits (189), promedio con gente en base (OBP=.418), slugging (.622). Como jardinero izquierdo fue lider en outs (289),
asistencias (13), su promedio defensivo fue .977. Eso lo valió el guante de oro.
El juego ha mejorado mucho en los aspectos técnicos, sin embargo persiste la pregunta ¿por qué ha pasado tanto tiempo desde que Yaz ganó la última triple corona de bateo, si antes el montículo estaba más alto, la zona de strike era más amplia, y ahora existe el bateador designado?
El propio Yastrzemski dice que estaba más pendiente de ganar con los Medias Rojas que de sus estadísticas. “Le hacía swing fuerte a la pelota y corría durísimo, aunque parezca increíble mantuvo ese ritmo durante toda la temporada de 1967”, declaró Rico Petrocelli, el short stop de aquel equipo. “Ganó la triple corona cuando la temporada
estaba al rojo vivo”, dijo Ken Harrelson, quién llegó a Boston en plena temporada de 1967 para suplantar al lesionado Tony Conigliaro.
“Lo hizo en medio de probablemente, la carrera más grande por el banderín de la Liga Americana”.
“Sin dudas 40 años es mucho tiempo”, ha dicho Yaz. “Si no hubiésemos tenido aquella carrera intensa por el banderín y hubiera pensado en ganar la Triple Corona, probablemente no la habría ganado. Cuando piensas en batear un jonrón, generalmente no lo haces”.
“Para mí es aún el mejor jardinero izquierdo que haya visto”, dijo Harrelson, ahora narrador de los juegos de los Medias Blancas de Chicago. “Lo llamo ‘El Hombre del Renacimiento’, porque representó el renacimiento del béisbol en Nueva Inglaterra”.
Yastrzemski avizoraba desde el left field cualquier seña que captara del manager o los coaches rivales. Cuando comprobaba que eran comandos de robo o bateo y corrido se lo hacía saber a sus catchers y se pasaba el guante por el pecho cuando la seña estaba activa. Así sacaron a varios corredores.
En una ocasión que George Scott fue declarado out en jugada de apelación por haber salido antes que el jardinero tomara el flay de sacrificio, el manager Dick Williams armó un escándalo en el dugout y dijo que hablar con Scott era como hablar con una pared de cemento, al día siguiente Yastrzemski fue a la oficina de Williams y le hizo saber que los peloteros merecían respeto y que si quería decrle algo a Scout ha podido llamarlo a su oficina.
El día que Tony Conigliaro salió herido con un pelotazo del pitcher Jack Hamilton en su ojo izquierdo que lo dejó casi inconsciente, cuando se reinició el juego Yastrzemski le gritó al pìtcher varias veces que tenía que controlar su bola de saliva.
En aquel 1967 la fiebre del béisbol recapturó a la ciudad de Boston cada noche de junio, julio agosto y septiembre. Se podía seguir la narración de los juegos en las voces de Ken Coleman y Ned Martin de semáforo a semáforo, de porche a porche, de negocio a negocio, gracias a la gesta de Carl Yastrzemski y sus compañeros de equipo. Cada noche había un héroe y en más del 50% de las veces ese protagonista fue Yaz.
Él demostró lo que la gracia y la determinación bajo presión atlética podían producir. En los últimos 12 juegos de una encarnizada disputa entre cuatro equipos por el banderín, Yaz bateó de 44-23 (.523), con 5 jonrones, 16 carreras empujadas, 14 anotadas. En los últimos dos juegos bateó de 8-7 y por si fuera poco hizo out a Bob Allison en segunda con un disparo certero para desactivar un intento de rally de los Mellizos en el octavo inning del juego final de la temporada y así ganar el banderín por un juego. En 44 años no se ha vuelto a ver un triple coronado en las Grandes Ligas.
Yastrzemski tuvo un buen coach de bateo: Ted Williams. Ël le sugirió cambiar su estilo de bateo de un bateador de contacto que aprovechaba todo el campo, a un bateador de poder. “Nunca jugué con Yaz”, dijo Williams, cuyo retiro después de la campaña de 1960 permitió a Yastrzemski encargarse de su posición. “Pero (el coach de los Medias
Rojas) Bobby Doerr me dijo que su temporada de 1967 fue la mejor que haya visto y Bobby jugó conmigo por 10 años. En ese año en particular él fue Babe Ruth, Ty Cobb y Honus Wagner a la vez”.
En el juego final de una serie ante los Yanquis, Yastrzemski recibió el día de libre, tenía un slump de 17 turnos sin conectar de hit. En el octavo inning con el juego empatado 1-1 Williams lo sacó a jugar en el left field. En el noveno fue dominado por Al Downing, en el undécimo la sacó de jonrón para darle la victoria 2-1 a los Medias Rojas.
Uno de los 44 jonrones que dio en 1967 fue el de tres carreras que le despachó al zurdo de Minnesota Jim Merritt en el penúltimo juego de la temporada para poner a los patirrojos a ganar 3-2 en un juego que pudo significar la eliminación de Boston.
Mel Stottlemyre, aquel pitcher de los Yanquis dijo una vez que podía escuchar a Yastrzemski llamándose la atención cada vez que iba a batear. “Tengo que ser mejor”:
Esa era la magnitud de su presencia en la alineación de los Medias Rojas, en el clubhouse y en la ciudad de Boston, aquel verano de 1967 cuando los pronósticos se derrumbaron ante el trabajo arduo de un equipo y la determinación de un jardinero izquierdo llamado: Carl Yastrzemski.
Alfonso L. Tusa C.
Mickey Mantle en 1956, Frank Robinson en 1966, Ted Williams en 1942 y 1947,Joe Medwick en 1937, Roberto Clemente en 1967, George Brett en 1979, son ejemplo de ese tipo de fenómeno que arrastró a un equipo sino a ganar el banderín y la Serie Mundial, por lo menos a ser competitivo. Sin embargo en mi opinión hay un ejemplo ineludible, me refiero a Carl Yatrzemski en 1967. A partir del tercer juego de los
Medias Rojas, el 14 de abril en Yankee Stadium, Yaz empezó a dar muestras de lo que haría aquella temporada. En ese encuentro Billy Rohr llegó al cierre del noveno inning ganando 3-0 y sin permitir imparables. Tom Tresh abrió la entrada con una línea silbante hacia el jardín izquierdo que parecía el final del no-hitter. Yastrzemski
emprendió una carrera vertiginosa y se lanzó con los brazos estirados al máximo para preservar la joya de pitcheo con una atrapada cardíaca que congeló el grito de los aficionados en las tribunas, aunque Elston Howard rompió el hechizo un out después. La importancia del out de Yaz se hizo latente pues hubiese habido corredores en primera y segunda con un out. En el dugout Rohr se acercó a Yastrzemski. “Yaz, despues que hiciste la atrapada, quería lanzar el no-hitter por ti. Fue la atrapada más grande que vi en mi vida”.
Es difícil encontrar una actuación tan destacada en cada aspecto del juego. Ese año Yastrzemski además de ganar la triple corona de bateo (.326 promedio, 44 jonrones, 121 empujadas) fue líder en carreras anotadas (112), hits (189), promedio con gente en base (OBP=.418), slugging (.622). Como jardinero izquierdo fue lider en outs (289),
asistencias (13), su promedio defensivo fue .977. Eso lo valió el guante de oro.
El juego ha mejorado mucho en los aspectos técnicos, sin embargo persiste la pregunta ¿por qué ha pasado tanto tiempo desde que Yaz ganó la última triple corona de bateo, si antes el montículo estaba más alto, la zona de strike era más amplia, y ahora existe el bateador designado?
El propio Yastrzemski dice que estaba más pendiente de ganar con los Medias Rojas que de sus estadísticas. “Le hacía swing fuerte a la pelota y corría durísimo, aunque parezca increíble mantuvo ese ritmo durante toda la temporada de 1967”, declaró Rico Petrocelli, el short stop de aquel equipo. “Ganó la triple corona cuando la temporada
estaba al rojo vivo”, dijo Ken Harrelson, quién llegó a Boston en plena temporada de 1967 para suplantar al lesionado Tony Conigliaro.
“Lo hizo en medio de probablemente, la carrera más grande por el banderín de la Liga Americana”.
“Sin dudas 40 años es mucho tiempo”, ha dicho Yaz. “Si no hubiésemos tenido aquella carrera intensa por el banderín y hubiera pensado en ganar la Triple Corona, probablemente no la habría ganado. Cuando piensas en batear un jonrón, generalmente no lo haces”.
“Para mí es aún el mejor jardinero izquierdo que haya visto”, dijo Harrelson, ahora narrador de los juegos de los Medias Blancas de Chicago. “Lo llamo ‘El Hombre del Renacimiento’, porque representó el renacimiento del béisbol en Nueva Inglaterra”.
Yastrzemski avizoraba desde el left field cualquier seña que captara del manager o los coaches rivales. Cuando comprobaba que eran comandos de robo o bateo y corrido se lo hacía saber a sus catchers y se pasaba el guante por el pecho cuando la seña estaba activa. Así sacaron a varios corredores.
En una ocasión que George Scott fue declarado out en jugada de apelación por haber salido antes que el jardinero tomara el flay de sacrificio, el manager Dick Williams armó un escándalo en el dugout y dijo que hablar con Scott era como hablar con una pared de cemento, al día siguiente Yastrzemski fue a la oficina de Williams y le hizo saber que los peloteros merecían respeto y que si quería decrle algo a Scout ha podido llamarlo a su oficina.
El día que Tony Conigliaro salió herido con un pelotazo del pitcher Jack Hamilton en su ojo izquierdo que lo dejó casi inconsciente, cuando se reinició el juego Yastrzemski le gritó al pìtcher varias veces que tenía que controlar su bola de saliva.
En aquel 1967 la fiebre del béisbol recapturó a la ciudad de Boston cada noche de junio, julio agosto y septiembre. Se podía seguir la narración de los juegos en las voces de Ken Coleman y Ned Martin de semáforo a semáforo, de porche a porche, de negocio a negocio, gracias a la gesta de Carl Yastrzemski y sus compañeros de equipo. Cada noche había un héroe y en más del 50% de las veces ese protagonista fue Yaz.
Él demostró lo que la gracia y la determinación bajo presión atlética podían producir. En los últimos 12 juegos de una encarnizada disputa entre cuatro equipos por el banderín, Yaz bateó de 44-23 (.523), con 5 jonrones, 16 carreras empujadas, 14 anotadas. En los últimos dos juegos bateó de 8-7 y por si fuera poco hizo out a Bob Allison en segunda con un disparo certero para desactivar un intento de rally de los Mellizos en el octavo inning del juego final de la temporada y así ganar el banderín por un juego. En 44 años no se ha vuelto a ver un triple coronado en las Grandes Ligas.
Yastrzemski tuvo un buen coach de bateo: Ted Williams. Ël le sugirió cambiar su estilo de bateo de un bateador de contacto que aprovechaba todo el campo, a un bateador de poder. “Nunca jugué con Yaz”, dijo Williams, cuyo retiro después de la campaña de 1960 permitió a Yastrzemski encargarse de su posición. “Pero (el coach de los Medias
Rojas) Bobby Doerr me dijo que su temporada de 1967 fue la mejor que haya visto y Bobby jugó conmigo por 10 años. En ese año en particular él fue Babe Ruth, Ty Cobb y Honus Wagner a la vez”.
En el juego final de una serie ante los Yanquis, Yastrzemski recibió el día de libre, tenía un slump de 17 turnos sin conectar de hit. En el octavo inning con el juego empatado 1-1 Williams lo sacó a jugar en el left field. En el noveno fue dominado por Al Downing, en el undécimo la sacó de jonrón para darle la victoria 2-1 a los Medias Rojas.
Uno de los 44 jonrones que dio en 1967 fue el de tres carreras que le despachó al zurdo de Minnesota Jim Merritt en el penúltimo juego de la temporada para poner a los patirrojos a ganar 3-2 en un juego que pudo significar la eliminación de Boston.
Mel Stottlemyre, aquel pitcher de los Yanquis dijo una vez que podía escuchar a Yastrzemski llamándose la atención cada vez que iba a batear. “Tengo que ser mejor”:
Esa era la magnitud de su presencia en la alineación de los Medias Rojas, en el clubhouse y en la ciudad de Boston, aquel verano de 1967 cuando los pronósticos se derrumbaron ante el trabajo arduo de un equipo y la determinación de un jardinero izquierdo llamado: Carl Yastrzemski.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 6 de abril de 2011
La pintura de un Barco
Hace unos días fui al cine a ver la segunda película de Narnia. Las imágenes de los muchachos transportándose a las aventuras de un barco mediante una pintura colgada en la pared de su cuarto me hizo ver varios episodios de otro barco que acaba de nombrar a su Almirante para volver a navegar en los mares picados del campeonato de béisbol.
Todas las aventuras activadas a través de la visión de la pintura en la pared, se me antoja se activaron desde el momento cuando Carlos García confirmó su regreso como manager y Luis Blasini fue ratificado como Gerente Deportivo de los Navegantes del Magallanes. En medio del oleaje furioso y los pasajes oscuros, se empezó a escuchar voces de análisis, planificaciones en el calendario, llamadas a peloteros. Los relumbrones de la película dejaban ver las piezas que el equipo no pudo utilizar con éxito la temporada anterior. El mar seguía picado, en el puesto de mando giró el timón y la proa atravesó el oleaje.
El abanico mostraba la arcilla más anaranjada que haya visto en un diamante. Los batazos salían con estallidos de cotufas hacia todos los rincones del campo. La sirena levantaba los gritos de los aficionados hasta que la emoción desbordaba su espuma entre los chisporroteos del radio que desplegaba la narración del juego desde un rincón del cuarto oscuro luego del octavo inning.
Estrujaba el cráneo sobre la almohada buscando el mejor ángulo de la jugada. La voz de Delio Amado León dibujaba las imágenes que sólo veíamos después de acostarnos. Los uniformes cargados de tierra, los spikes cortando manos o medias sanitarias, los pitchers usando una chaqueta luego de llegar a primera base. Aquellas transmisiones “televisivas” llenaban de creatividad el campo visual y muchas veces mezclábamos lo que decía el narrador con lo que habíamos jugado temprano en el solar de asfalto. “Mía, mía. Déjamela”. “¡Mátalo en la goma!” Más de una vez me desperté sobresaltado por la mano de Felipe o la de Jesús Mario en mi hombro. “¿De qué estás hablando tú?”. En mi mente sólo burbujeaban retazos del juego donde había participado esa mañana en el solar de asfalto del frente de la casa. “Allá va una línea entre dos, la bola parece que va a pic…allá se lanza de cabeza Armando Ortiz, que barbaridad de jugada amigos, Ortiz ha tomado la pelota de cordón de zapato, dio una vuelta de carnero…” Al volver la mirada hacia la platabanda retomé las imágenes del estadio Universitario.
El barco apenas inicia la extensa ruta hacia octubre. Desde las claraboyas del puente de mando es posible ver aun el mar picado y el cielo oscuro. El mismo panorama que atravesó el navío de Narnia. ¿Se encontrará la espada que permita hallar la armonía y el compromiso de trabajar en equipo?
El oleaje se estrella por encima de la línea de flotación mientras un tintineo de metales truena en la sala de mando, el Almirante ajusta el catalejos sobre un horizonte cuajado de sombras y fantasmas de dragones sobrevolando el mástil. En un movimiento brusco los salientes del timón giran hasta disparar la frecuencia. Todos los espíritus internos hacen crujir el compartimiento hasta que la voz del Almirante estremece el barco. “A estribor. Hacia allá se encuentra el tesoro perdido”. El segundo de a bordo se estruja los ojos, sacude la cabeza y lanza miradas en 360º hasta reconocer los estragos de unas
decisiones inexplicables.
Los crujidos del maderamen descubren incertidumbres a la luz de la luna ¿Quiénes jugarán en octubre? ¿Cuántos permanecerán toda la temporada? ¿A cuántos pitchers A, o AA les permitirán jugar? ¿Cuántos jugarán la temporada completa? Son imágenes proyectadas en la pared del puesto de mando. Un fino lápiz desliza sobre un pergamino y los primeros trazos de una ruta asoman en el mar, hay un trecho largo para cavilar y los duendes saltan a babor y estribor buscando confundir los ojos del Almirante. Hay una luz que parpadea al fondo de la oscuridad, hacia allá apunta la proa del barco.
Alfonso L. Tusa C.
Todas las aventuras activadas a través de la visión de la pintura en la pared, se me antoja se activaron desde el momento cuando Carlos García confirmó su regreso como manager y Luis Blasini fue ratificado como Gerente Deportivo de los Navegantes del Magallanes. En medio del oleaje furioso y los pasajes oscuros, se empezó a escuchar voces de análisis, planificaciones en el calendario, llamadas a peloteros. Los relumbrones de la película dejaban ver las piezas que el equipo no pudo utilizar con éxito la temporada anterior. El mar seguía picado, en el puesto de mando giró el timón y la proa atravesó el oleaje.
El abanico mostraba la arcilla más anaranjada que haya visto en un diamante. Los batazos salían con estallidos de cotufas hacia todos los rincones del campo. La sirena levantaba los gritos de los aficionados hasta que la emoción desbordaba su espuma entre los chisporroteos del radio que desplegaba la narración del juego desde un rincón del cuarto oscuro luego del octavo inning.
Estrujaba el cráneo sobre la almohada buscando el mejor ángulo de la jugada. La voz de Delio Amado León dibujaba las imágenes que sólo veíamos después de acostarnos. Los uniformes cargados de tierra, los spikes cortando manos o medias sanitarias, los pitchers usando una chaqueta luego de llegar a primera base. Aquellas transmisiones “televisivas” llenaban de creatividad el campo visual y muchas veces mezclábamos lo que decía el narrador con lo que habíamos jugado temprano en el solar de asfalto. “Mía, mía. Déjamela”. “¡Mátalo en la goma!” Más de una vez me desperté sobresaltado por la mano de Felipe o la de Jesús Mario en mi hombro. “¿De qué estás hablando tú?”. En mi mente sólo burbujeaban retazos del juego donde había participado esa mañana en el solar de asfalto del frente de la casa. “Allá va una línea entre dos, la bola parece que va a pic…allá se lanza de cabeza Armando Ortiz, que barbaridad de jugada amigos, Ortiz ha tomado la pelota de cordón de zapato, dio una vuelta de carnero…” Al volver la mirada hacia la platabanda retomé las imágenes del estadio Universitario.
El barco apenas inicia la extensa ruta hacia octubre. Desde las claraboyas del puente de mando es posible ver aun el mar picado y el cielo oscuro. El mismo panorama que atravesó el navío de Narnia. ¿Se encontrará la espada que permita hallar la armonía y el compromiso de trabajar en equipo?
El oleaje se estrella por encima de la línea de flotación mientras un tintineo de metales truena en la sala de mando, el Almirante ajusta el catalejos sobre un horizonte cuajado de sombras y fantasmas de dragones sobrevolando el mástil. En un movimiento brusco los salientes del timón giran hasta disparar la frecuencia. Todos los espíritus internos hacen crujir el compartimiento hasta que la voz del Almirante estremece el barco. “A estribor. Hacia allá se encuentra el tesoro perdido”. El segundo de a bordo se estruja los ojos, sacude la cabeza y lanza miradas en 360º hasta reconocer los estragos de unas
decisiones inexplicables.
Los crujidos del maderamen descubren incertidumbres a la luz de la luna ¿Quiénes jugarán en octubre? ¿Cuántos permanecerán toda la temporada? ¿A cuántos pitchers A, o AA les permitirán jugar? ¿Cuántos jugarán la temporada completa? Son imágenes proyectadas en la pared del puesto de mando. Un fino lápiz desliza sobre un pergamino y los primeros trazos de una ruta asoman en el mar, hay un trecho largo para cavilar y los duendes saltan a babor y estribor buscando confundir los ojos del Almirante. Hay una luz que parpadea al fondo de la oscuridad, hacia allá apunta la proa del barco.
Alfonso L. Tusa C.
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