miércoles, 25 de septiembre de 2019
Ansiedad, depresión, desorden de pánico: El pitcher de los Reales, Danny Duffy revela su dolor silencioso.
Sam McDowell. The Star. 20 de septiembre de 2019.
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Cinco cosas a saber del pitcher zurdo de los Reales Danny Duffy.
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Cuando tenía tres semanas en su primer entrenamiento primaveral con los Reales, Danny Duffy pasó una mañana temprano fildeando elevados, llevando implementos hacia el bullpen y cumpliendo con otras obligaciones de los novatos.
Cualquier cosa con tal de salir del clubhouse.
Un grupo de veteranos del cuerpo de pitcheo del equipo había convertido su casillero en un pipote de basura, envolvían comida en papel de aluminio y la metían en el morral de Duffy. Los episodios diarios iban más allá de las típicas chanzas hacia los novatos, el grupo de cinco acosaba a Duffy, un prospecto de pitcheo del alto vuelo, mientras se aprestaban a asumir sus labores. Le decían que se callara cuando hablaba. Lo llamaban acomplejado cuando los ignoraba.
Duffy había llegado a temer ir al estadio, ansioso por lo que le podía estar esperando.
“Venía con la idea de hacer nuevos amigos”, dice él. “Y me iba con la idea de no tener ninguno”.
Duffy había sufrido de ansiedad por años. Nunca sintió que pertenecía por completo en ninguna parte. En la escuela secundaria, el beisbol ayudó a sortear ese vacío, aunque no completamente, aunque sobresaliera como estrella en Lompoc, California, usualmente se sentía más cómodo a solas que con sus compañeros.
Pero al acercarse a su primer entrenamiento primaveral a comienzos de 2010, Duffy le dijo a sus padres que nunca se había sentido más emocionado. A los 21 años de edad, no esperaba quedarse con el equipo, pero esa sería su primera experiencia en el beisbol de grandes ligas, la oportunidad de conocer algunos de sus ídolos.
En tres días, sin embargo, se sintió destrozado mentalmente. Los compañeros de equipo lo molestaban a cada momento. Con cada palabra. Cada noche, durante horas de largas conversaciones telefónicas con su madre, Duffy le dijo que no estaba hecho para eso. Quería regresar a casa.
En este día particular, se había apurado para llegar al estadio de Surprise, Arizona, antes de las 6 am, esperaba vestirse y salir al campo antes que llegaran los pitchers veteranos. Y lo logró. Pero cuando regresó a su casillero después del entrenamiento, sus ropas estaban cubiertas por una sustancia roja.
Alguien había manchado su franela con salsa de tomate.
No había llevado más ropa, lo cual no le dejó otra alternativa que ponerse la franela manchada y caminar solo de vuelta al hotel.
Pocos días después, Duffy, quien fue nombrado pitcher del año en la categoría Clase A de los Reales en su primera temporada completa y después representó al equipo en el All- Star Futures Game, se presentó en la oficina del gerente general, Dayton Moore.
“Estoy fuera, hermano”, le dijo. “Esto no es para mí”.
Enfrentando el Estigma
Antes de un juego a principios de ese mes, Duffy se recostó a propósito en una silla frente a su casillero dentro del clubhouse de los Reales. La conversación derivó hacia la ansiedad y la depresión, los compañeros de equipo estaban cerca de él, su voz se tornó susurrante.
En una época cuando los retos de salud mental ganan más empatía y aceptación a través del país, este tipo de conversación aún es poco vista en los clubhouses, camerinos y deportes en general.
Con algunas pocas excepciones.
Luego de años de ignorar su ansiedad, el jugador estrella de la NBA, Kevin Love dijo que pensaba que “iba a morir”, en la cancha de baloncesto, después supo que estaba teniendo un ataque de pánico. “Todos pasamos por algo que no podemos ver”, escribió para The Players’ Tribune en 2018.
El antiguo ganador del premio Cy Young de los Reales, Zack Greinke, renunció al beisbol antes de la temporada de 2006, esperaba no regresar nunca. Una vez que lo hizo, reveló un diagnóstico de desorden de ansiedad social.
Las antiguas estrellas de baloncesto de Kansas, Markieff y Marcus Morris hicieron públicas sus batallas con la depresión proveniente desde una niñez de supervivencia en las calles de Filadelfia, aunque como escribiera el autor Jackie MacMullan, Markieff luego se hizo inaccesible para declarar sobre el tema.
“A la mayoría de los atletas no les gusta hablar de eso, y la razón es simple: el miedo”, dice Bill Cole, experto en psicología deportiva y entrenador de salud mental de atletas profesionales y olímpicos en todo el mundo.“El deporte es una cultura donde se supone que eres mentalmente duro, tienes que ser el tipo grande, la chica grande; nada debería molestarte. Hay casos donde un atleta pierde su titularidad o la confianza de sus entrenadores o siente como si hubiese desilusionado a sus compañeros de equipo. Entonces ¿Qué ocurre? Ellos permanecen tranquilos”.
La Alianza Nacional por la Enfermedad Mental estima que uno de cada cinco adultos en Estados Unidos experimenta enfermedad mental. Así que en un camerino de 53 futbolistas de Chiefs de Kansas City, habría 10. En un clubhouse de 25 peloteros de los Reales, habría cinco.
No se trata solo de que los atletas no están exentos de la enfermedad mental, en realidad son más susceptibles de enfrentar retos monumentales, aunque se oiga menos frecuentemente de ellos, dice Natalie Durand-Bush, profesora de psicología deportiva en la University of Ottawa.
“Se requiere que tengan una identidad fuerte; tienen un exigente horario de trabajo, y hay mucha evidencia de ambientes tóxicos (en el deporte), acoso, abuso, intimidación”, dice ella.
El pasado noviembre, Durand-Bush co-fundó el Canadian Centre for Mental Health and Sport (CCMHS). Los atletas pueden contactar la organización y revelar sus dificultades.
Muchos equipos universitarios y profesionales ahora incluyen un especialista conductual en su cuerpo de trabajo, como hacen los Reales. Pero por el miedo a que sus empleadores, universidades o compañeros sepan de sus visitas, ellos prefieren pagar de su bolsillo y van al CMMHS.
Comparten sus historias con una candidez variable. Algunos son abiertos. Otros son reservados, aun después de firmar voluntariamente para someterse a las sesiones. Cuando fue abordado por The Star para este trabajo, Greinke amablemente declinó hablar acerca de sus tribulaciones. Solo concede un puñado de entrevistas acerca de cualquier tema en el transcurso de la temporada.
“Las personas se extrañan de oir que algunos de los atletas más exitosos del mundo pueden tener dificultades con la salud mental”, dice Durand-Bush. “Pero las tienen”.
Duffy ganó la Serie Mundial de 2015 con los Reales. Lideró la rotación de pitcheo de los Reales de 2014 en efectividad. Cuando su contrato de cinco años termine después de la temporada de 2021, habrá ganado más de 70 millones de dólares jugando beisbol.
Durante todo ese tiempo, mantuvo la severidad de sus retos en privado. Hoy, solo un puñado de compañeros de equipo sabe lo que Duffy ha resistido. La mayoría no sabe que él regularmente ve un terapista en Kansas City. Que ha sido diagnosticado clínicamente con depresión y ansiedad.
Que este verano, antes de un juego, sufrió un ataque de pánico en la sala de conferencias del Kauffman Stadium.
“Les cuento esto porque quiero que alguien más quien lo haya experimentado entienda que no solo le ocurre a ellos”, dice Duffy. “No estoy tratando de proveerles una historia lacrimógena. Solo trato de decirles que esto es algo real, y algunos de nosotros estamos lidiando con eso, hombre”.
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Donde empezó eso
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Duffy yace en el piso de un baño en una sala de bowling, con poco aliento y sollozando.
Minutos antes, ha experimentado su primer rechazo. A petición suya, la sala de bowling reprodujo una de sus canciones favoritas y anunció que Duffy se la había dedicado a una muchacha.
Ella lo despreció.
De inmediato, Duffy no podia respirar. Sentía que su corazón resonaba en su pecho. El baño de caballeros fue su escapatoria, después de empujar la puerta, Duffy colapsó sobre el piso.
Estaba teniendo un ataque de pánico.
Tenía 13 años de edad.
Era el primero que experimentaba. Y era solo el comienzo.
“Solo esperaba que todo se nivelara y pudiera vivir una existencia normal”, dice Duffy. “Pero eso nunca ocurrió”.
Eso se incrementó hasta ser agotador, Duffy empleaba mucha de su energía para evitar cualquier cosa que lo dejara en ridículo ante sus pares. En casi cada oportunidad, el evitaba los encuentros prolongados. Asistió a solo un baile de la escuela secundaria en cuatro años, y pasó toda la noche sentado solo.
Sus compañeros de clase podían notar su incomodidad social, como la sangre en el agua, y los llamados estudiantes populares se reían de él a diario por eso. Eventualmente la burla se convirtió en física.
“Viví esa incomodidad en la escuela secundaria”, dice él.
Antes de empezar su primer año, el entrenador de beisbol de Cabrillo High School le dijo a Duffy que había quedado en el equipo. Poco después, el equipo de beisbol tuvo una aparición en el desfile de recibimiento en casa, y Duffy asumió la asignación de repartir caramelos a los niños a lo largo de la ruta. “Finalmente sentí que era parte de eso ¿sabes?” dice él, “Me dije, ‘Hombre esto es maravilloso’”.
Lejos de la escuela, durante los veranos en California, el beisbol ha ayudado a Duffy finalmente a adaptarse. Los equipos itinerantes lo reclutaban por su talento en el terreno.
La promoción al equipo formal de beisbol, esperaba él, comenzaría a delinear una adaptación similar en la escuela. Pero cuando el desfile estaba en su apogeo, mientras Duffy buscaba algo en su morral, oyó pisadas detrás de él.
Sobre la marcha, un compañero de equipo de último año lo golpeó en la espalda. La fuerza del impacto tumbó a Duffy. Eso le dejó el manotazo marcado en la piel, los muchachos alardeaban que eso era un “five star”. Mientras yacía en el pavimento, Duffy se volteó para ver quien había presenciado aquello. Los muchachos le devolvieron la mirada, riendo.
El mismo compañero de equipo lo golpeó en varias ocasiones, dice Duffy. En la escuela. En el bullpen en la práctica de beisbol. En el estacionamiento. Años despues, él se disculparía.
Duffy abandonó el desfile aquel día. Prácticamente corrió a su hogar. Detrás de su casa, desmontó los separadores de las flores del jardín respecto a la grama del patio.
Ladrillos.
Los amontonó, los metió uno a uno en un morral, y se lo colocó en ambos hombros.
Luego arrancó a correr por la calle.
“Solo quería sentirme como Rocky, hermano”, dice él.
Empezó en Serious Avenue. Subió la colina en Aldebaran. Dobló en Galaxy. Giró de vuelta hasta Titan. Y terminó en Constellation.
Noche tras noche tras noche, Duffy corría, solo. Esperaba después del atardecer, las luces de los postes guiaban sus zancadas.
La carrera se convirtió en su terapia, dice él.
Hasta que ya no fue suficiente.
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Desde Lompoc hasta las ligas menores.
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Las pistolas de radar se alineaban detrás del plato cada vez que Duffy subía al montículo durante su último año de secundaria. Su recta llegaba normalmente a las 90 mph. En 2007, los Reales de Kansas City utilizaron su escogencia de la tercera ronda para seleccionarlo en el draft amateur de beisbol. No tuvo que ir a la universidad, normalmente habría requerido asistir a la escuela de verano para calificar, e inmediatamente se reportó a las menores.
Duffy creció en Lompoc, una especie de comunidad campesina con asomo de pueblo pequeño. Había crecido rodeado de personas similares a él culturalmente.
Las ligas menores fueron un ambiente de contrastes. Algunos de sus mejores amigos eran los peloteros latinoamericanos, el actual compañero de equipo Salvador Pérez, el cátcher de Venezuela, fue uno de los primeros peloteros que conoció. El ajuste fue fácil. Pero Duffy tenía 18 años de edad. Muchos prospectos había sido drafteados en la Universidad a los 22 o 23 años. Ese ajuste se hizo difícil.
“Fui una especie de solitario en las menores”, dice él.
Los seleccionados en la Universidad frecuentaban bares después de los juegos. Ellos se burlaban porque Duffy rechazaba unírseles. Esperaba su cheque de pago cada dos semanas y se iba a Best Buy para comprar música y juegos de video.
“No quiero pintar un paisaje malo del beisbol de ligas menores. Hay adversidad en cada paso de la vida”, dice él ahora. “Hay algunos tipos quienes piensan que deberían estar jugando en un nivel más alto o que deberían haber firmado por más dinero. Eso no se debe decir entre los peloteros. Pero es inevitable. Esos viajes en bus son largos. Esos veranos son calcinantes. Es duro. No todo es playas de arena y conchas marinas”.
La meta final mantuvo a Duffy intentando. Cuando era un niño de 11 años, una chaqueta de los Dodgers de Los Angeles colgaba en su armario, había hablado de su interés por jugar en las ligas mayores. Y mientras se acercaba a esa realidad, la conversación matizó el sueño.
“Siempre pensé que todo cambiaría una vez que llegara a las grandes ligas”, dice él.
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Finalmente un diagnóstico.
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De vuelta al hotel del equipo, mientras Duffy se reunía con la plana mayor de la oficina principal de los Reales, sus bolsos ya estaban llenos con sus pertenencias.Había empacado todo.
Por años, Duffy ha citado los asuntos privados como su razonamiento para renunciar al juego en 2010. Era más fácil de esa manera. También usó esa excusa con Moore y la gerencia de los Reales, temeroso por la respuesta de los pitchers veteranos si decía la verdad. La cual es esta: Aunque hubo algunas relaciones externas fuera del beisbol que llamaron su atención, si no hubiese sido por sus experiencias en el clubhouse, “no hay manera de que hubiese renunciado al beisbol”.
Mientras salía del complejo de entrenamiento de los Reales en Surprise, se topó con tres de sus compañeros de equipo favoritos en el estacionamiento, Perez, Eric Hosmer y Jarrod Dyson. Les dijo que planeaba estudiar meteorología. Tal vez se decidiría por el baloncesto recreativo. Le rogaron que se quedara. Pero ellos solo sabían una porción de la historia.
Él necesitaba ayuda.
Duffy rechazó nombrar a los peloteros que lo atormentaban diariamente, un grupo de cinco con un director, asi los describía, pero enfatizaba su falta de prominencia con los Reales. Tres días antes de renunciar, Duffy los enfrentó. Ustedes no son mis entrenadores; no son mi padre; déjenme en paz.
“A partir de ahí, eso empeoró”, dice él.
En cuanto regresó a Lompoc a vivir con sus padres, Duffy dejó atrás ese problema.
Sin embargo no podía ignorar más el otro.
Poco después de llegar a casa, buscó terapia profesional. En ambientes íntimos, Duffy esconde poco. Sus experiencias de las semanas previas estaban cercanas ante las de la década pasada. Finalmente, se dio cuenta de que estaban intercaladas.
Un terapista le diagnosticó ansiedad, depresión y desorden de pánico.
“Lo más grande que he aprendido en terapia, y suena a cliché, es que no te puede ir mal siendo tu mismo”, dice Duffy. “Es una declaración más profunda de lo que parece. Nunca fallarás si actúas como lo que eres. Fuimos hechos de esta manera por una razón. Toma cierto nivel de confianza hacerlo. Yo no tenía esa confianza”.
Los Reales estaban pendientes. Duffy había escondido el tormento del clubhouse de ellos. Moore llamaba regularmente. Nunca hablaba de beisbol. El asistente del gerente general JJ Picollo lo visitó en persona, lo cual Duffy considera un “día clave” para su crecimiento personal. Agradece a los Reales profusamente cuando cuenta esta parte de la historia. Cree que la mayoría de los equipos su hubiese cansado de él. Solo tenía 21 años de edad. Nunca había hecho un pitcheo de grandes ligas.
“Para ese momento, lo que sabíamos de él era que tenía un gran corazón”, dice Moore. “Si él sentía que no podía dar su mejor esfuerzo en ese momento por la razón que fuera, era mejor para nosotros dejarlo encontrar su camino y apoyarlo a lo largo de este. Todos estos tipos están genéticamente acondicionados para jugar aquí. Ese es el otro material que hay que trabajar”.
Alrededor de un mes después que renunció al beisbol, Duffy se sentó en el sofá una noche y se paseó por los canales de su TV. Se detuvo en ESPN, que estaba mostrando un episodio de Baseball Tonight. El tema principal: el veinteañero Jason Heyward había jonroneado ante el as de los Cachorros, Carlos Zambrano, en su primer turno de grandes ligas.
Un año antes, Duffy había enfrentado a Heyward en un juego de ligas menores. Lo ponchó.
“Sentí otra vez el llamado de la competencia”, dice Duffy. “Me dije, ‘Vamos hombre’”.
Sabía que necesitaba más tiempo. Entrar a ese clubhouse seguía siendo una preocupación. Pero la terapia había empezado a cambiar lentamente su vida, dice él. Por primera vez, tenía confianza en sí mismo. Más que tratar por todos los medios de adaptarse, aceptó que tal vez estaba bien ser diferente.
Semanas después, llamó a Moore. El gerente general de los Reales le pidió que esperara otras dos semanas. Quería que Duffy estuviese seguro de su decisión.
Exactamente 14 días después, el teléfono de Moore sonó de nuevo.
“Estoy listo”.
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‘Finalmente me siento cómodo’
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Una tarde a las 4, días después que había regresado al beisbol, Duffy abandonó abruptamente su habitación en el hotel. No le dijo a nadie hacia donde iba, ni siquiera a su compañero de habitación, Kelvin Herrera, y francamente, tampoco lo sabía él.
Solo salió.
En los días y semanas antes que regresara a la organización de los Reales, este fue el plan que se propuso, un método aprobado por un terapista. Había optado por un tratamiento natural para su depresión y ansiedad. Las pastillas lo atontaban. Las caminatas tarde en la noche habían afectado sus nervios en la secundaria, y creía que eso podía ocurrir de nuevo.
Esa noche, Duffy viajo de vuelta por carretera desde Tempe, Arizona, hasta Surprise. Solo llevaba una tarjeta del hotel, su cartera y un teléfono celular. El reloj Garmin en su muñeca indicaba 26.8 millas. Miró el atardecer. Vio la luna ir y venir.
Cuando llegó al estadio, al terminar el viaje, revisó el reloj:
6:30 am.
Había estado afuera por más de 14 horas.
“Estuve realmente presionado, especialmente el primer par de días (después de volver al equipo)”, dice él. “Sabía lo que esto implicaba. Sabía que si iba a llegar donde quería ir, eso implicaría un verdadero reto fuera del campo”.
En una tarde calurosa del pasado verano, Duffy caminó desde el centro de Kansas City hasta el Kauffman Stadium en chancletas. Cuando The Star lo llamó la semana pasada, contestó su teléfono, hacía una caminata de siete millas hasta Guaranteed Rate Field en Chicago.
Las caminatas son más habituales que curativas ahora. A través de la terapia en curso, junto con el apoyo de su esposa y padres, ha aprendido a aceptar quien es, “con arrancadas y todo”.
En la superficie, es difícil imaginar a Duffy incómodo en un clubhouse. Está entre los mejor recibidos dentro de este. Pocos son más comprometidos con sus compañeros, visitantes del clubhouse, medios, quien sea.
Ha sido de esa manera desde 2013, cuando el pitcher y amigo nativo de California, James Shields llegó en un cambio desde los Rays de Tampa Bay, se volteó hacia Duffy y dijo, ¿Estás listo para ser cruel, hermano? Moore ha priorizado la cultura de clubhouse durante su estadía, y Duffy dice que eso ha resultado en una diferencia de “el cielo a la tierra” respecto a su experiencia en el campamento de grandes ligas en 2010.
“Finalmente me siento cómodo en mi propia piel”, dice él. “Gracias a Dios, amigo”.
Pero se trata de una lucha diaria, una realidad que el sabe podría nunca terminar. Sufre de insomnio y a menudo duerme menos de unas pocas horas por noche. La ansiedad siempre será parte de él. Siempre lo perseguirá.
En 2017, fue arrestado por manejar bajo influencia en Overland Park. “Tuve una cantidad brutal de destrezas para manejar las situaciones”, dice él. “Pienso que tener que sentir ciertas cosas con claridad me ha hecho afrontarlas mejor”, dice él. Pienso que al no huir del dolor mental, desarrollé el hábito de ser capaz de absorber la adversidad de mi vida, aquella con la cual lidia cada quien”.
Había tenido tres ataques de pánico ese año. “Sólo tres”, dice él. En una tienda por departamentos de Kansas City. Temió que había sido rudo con alguien que trató de tomarle una fotografía. Cuando la alarma se activó, Duffy se desplomó, era físicamente incapaz de mantenerse de pie.
Ese verano, experimentó otro en Kauffman Stadium, mientras atendía a los aficionados en la sala de conferencias. Duffy dobló la esquina, y sorprendido por el tamaño de la multitud, maldijo nerviosamente frente a las cámaras de televisión. Temió que eso sería transmitido en las noticias y maldijo de nuevo. Sus manos se pusieron insensibles. Ese siempre es el primer indicador de lo que viene. Se fue a la carrera de vuelta al túnel en un carrito de golf.
Tenía miedo de poner su historia a la luz pública. La vulnerabilidad sigue siendo un detonante de su ansiedad. Cree que su candor ha regresado para morderlo.
Pero despues de 74 minutos de compartir con The Star en un sábado reciente dentro del dugout del home club en Kauffman Stadium, cuando la grabación del iPhone se desactivó, Duffy hizo una pausa y ofreció un pensamiento final.
“Está totalmente bien que grabes esto”, empezó él.
“Recé por esto, hombre, porque tener esta conversación me hace vulnerable. Pero si alguien allá afuera se siente como yo, y puede leer lo que sea que ustedes publiquen y se siente mejor acerca de donde está en la vida, me siento bien haciendo esto, 100 por ciento”.
“Quiero que las personas sepan que también estuve perdido. Quiero que sepan que hay una salida sana. A veces hay que investigar duro y fajarse a través de eso”.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 24 de septiembre de 2019.
viernes, 20 de septiembre de 2019
Bob Moose: Su juego sin hits ni carrera ante los Milagrosos Mets.
Piratas de Pittsburgh 4 - Mets de Nueva York 0. 20 de septiembre de 1969.
No-Hitters. Rich Westcott, Allen Lewis. McFarland. 2000. Pp 254-256.
De sus diez años de carrera en las grandes ligas, la mejor temporada que tuvo Robert Ralph Moose fue la de 1969. El corpulento derecho no solo tuvo marca de 14-3 sino que lanzó un juego sin hits ni carreras ante los próximos a ser campeones de la Serie Mundial, Mets de Nueva York. Nacido el 9 de octubre de 1947 en Export, Pennsylvania, Moose apareció en el beisbol profesional con el Salem de la Appalachian League en 1965. Su carrera fue recortada abruptamente al fallecer en un accidente automovilístico poco después de terminar su última temporada, era el 9 de octubre de 1976, su cumpleaños 29.
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Los Mets de Nueva York estaban rematando el logro de su primer banderín en la Liga Nacional cuando tropezaron con Bob Moose y los Piratas de Pittsburgh, ocupantes del tercer lugar de la división este, el sábado 20 de septiembre en Shea Stadium. Un estadio con una gran asistencia de 38.874 aficionados, estaba atento para ver si los Mets podían mantener la ventaja de cuatro juegos sobre los desinflados Cachorros de Chicago.
Moose se apareció con marca de 11-3 en el desafío ante Gary Gentry. La noche anterior, los Piratas habían retrasado la celebración del banderín de los Mets al barrerlos en una doble cartelera.
El joven Moose, de 21 años, había aumentado la afrenta al dejar a los Mets sin hits ni carreras. Ponchó a seis y caminó a tres, mientras solo permitía que le batearan cuatro pelotas hacia los jardines.
Moose recibió un gran respaldo del jardinero derecho Roberto Clemente, quien realizó una atrapada con una mano saltando en la zona de seguridad para capturar una línea peligrosísima de Wayne Garrett con dos outs en el sexto inning. Esa fue la única gran jugada defensiva de Pittsburgh en el juego.
El pitcher de los Piratas controló el juego desde el principio. En el primer inning indujo tres roletazos, uno de Tommie Agee hacia Dave Cash en segunda base, otro de Garrett hacia el montículo y el tercero de Art Shamsky también hacia Cash.
Los Mets embasaron su primer corredor cuando Ed Kranepool negoció boleto luego de un out en el segundo inning. Ron Swoboda salió con elevado a la derecha. Y JC Martin la rodó por el campocorto.
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Pittsburgh abrió el juego en el cuarto inning, al anotar tres carreras con un solo imparable. Cash negoció boleto, Willie Stargell sencilleó, y ambos avanzaron mediante bases robadas. Gentry lanzó un wild pitch para que anotara Cash y luego caminó a Clemente y golpeó a Al Oliver. Stargell anotó con otro wild pitch, y un roletazo de Manny Sanguillén sirvió para traer otra carrera. Los bucaneros no volvieron a anotar hasta el noveno inning, cuando luego de un out, Sanguillén y Richie Hebner batearon sencillos, y luego de un out forzado en segunda base, el relevista Tug Mcgraw lanzó otro wild pitch.
Moose retiró nueve Mets en fila antes de caminar a Swoboda con un out en el quinto inning. Martin forzó a Swoboda en segunda base con roletazo al campocorto, y Bud Harrelson la rodó por segunda base.
Clemente decapitó una línea de Garrett con etiqueta de extra base en el sexto inning, al saltar por encima de la cerca para atrapar la pelota mientras Moose estaba en medio de una seguidilla de 11 Mets retirados. Moose ponchó los tres bateadores del octavo inning, a Swoboda cantado y a Martin y Harrelson tirándole.
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En el noveno, el emergente Rod Gaspar abrió el inning negociando boleto en cuenta de 3 y 2. Tommie Agee levantó un elevadito a manos de Oliver en primera base. Garrett siguió con roletazo por tercera base que tomó Hebner para hacer el out en la inicial. Shamsky fue el último bateador, la rodó por segunda base y Cash la fildeó y realizó el out en el mascotín de Oliver.
Eso fue todo, Moose lograba el sexto juego sin hits ni carreras de la temporada.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 28 de agosto de 2019.
martes, 3 de septiembre de 2019
El beisbol venezolano refulgió en los Juegos Panamericanos de Chicago 1959.
Siempre se ha escuchado y respetado los análisis de entendidos en la materia y periodistas deportivas respecto al mayor logro del deporte amateur de conjunto. Por mucho tiempo se habló y muchos lo mantienen que el Campeonato Mundial de Beisbol de 1941 ha sido la máxima hazaña del deporte venezolano de conjunto. Otros hablan de los héroes de Portland de 1992, otros de la gesta México 2015 que llevó al baloncesto a sus segundos Juegos Olímpicos y de la medalla de oro del voleibol en los Panamericanos de República Dominicana 2003. También se habla de los campeonatos mundiales de beisbol juvenil de 1960 (cuando Nicolás Jaimes blanqueó al equipo cubano) y 1978 (cuando Norman Carrasco y William Moreno entre otros derrotaron a la novena cubana). Sin embargo existe un equipo de beisbol, quizás un poco olvidado, en las telarañas del tiempo, que tiene tantos méritos o pergaminos como cualquiera de los mencionados arriba, su historia habla de pocas expectativas, no se esperaba grandes cosas de este equipo, pero sus integrantes si tenían mucha determinación, mucha pasión, mucha disposición de aprender y dar lo mejor sobre el terreno.
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El manager de aquel equipo era José Antonio Casanova, el campocorto de la novena ganadora del campeonato mundial de 1941. Estuvo asistido por los coaches Andrés Quintero y Emiro Álvarez. Ángel Zambrano, presidente de la Federación Venezolana de Beisbol Aficionado también designó a Jesús Rodil como kinesiólogo y a José Domingo Martínez Morales como médico, y como delegado a Antonio Lares. Casanova y sus asistentes convocaron una preselección de 100 peloteros. Luego de muchas jornadas de prácticas extenuantes, la selección quedó conformada de la siguiente manera:
Lanzadores: Enrique Capecchi. Tadeo Flores (Z-+). Francisco Oliveros (+). Luis Peñalver. Manuel Perez Bolaños. José Perez (Z-+).
Receptores: William Troconis (+). Raúl “Cigarrón” Landaeta (+).
Jugadores del cuadro: Dámaso Blanco. José Flores. Domingo Martín Fumero (+). Rubén Millán. Luís Manuel Hernández .
Jardineros: Francisco “La Manca” López (+). Eduardo “Tata” Amaya (+). Miguel Girón. Lucas Ferreira (+).
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Capecchi recuerda que antes de viajar a Chicago hicieron un juego de práctica ante un combinado de peloteros retirados y profesionales “su pitcher se llamaba Saturnino Pérez, tenía como 45 años y nos ganó el juego. Después de eso muchos periodistas empezaron a decir que no teníamos nada que buscar en Chicago, que mejor enviaran a Saturnino Pérez, que nos había ganado un viejo”. Al llegar al comité organizador del torneo beisbolero de eso Panamericanos, seguían siendo vistos con desaprobación. “Ni los propios equipos con que jugábamos creían que íbamos a ganar, todos se preguntaban para qué fuimos, decían que no teníamos vida”, recordó Capecchi.
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De acuerdo a los entendidos se esperaba una cerrada batalla entre Cuba y Estados Unidos por la medalla de oro, tenían varios peloteros de alto nivel considerados prospectos de grandes ligas. Por otro lado estaba el morbo geopolítico de “la guerra fría”.
Antes de viajar uno de los receptores Emilio Vargas, presentó una falla cardíaca y fue separado del equipo. Todo equipo debía estar constituido por 18 peloteros, Venezuela asistiría a la cita panamericana con 17 jugadores debido a que la situación de Vargas se presentó justo antes del viaje y no hubo oportunidad de suplantarlo. Entonces hablaron con Cigarrón Landaeta para que además de jugar en los jardines, fungiera como cátcher de respaldo para William Troconis.
El día anterior a la salida hacia Chicago, el manager Casanova declaró que la mayor virtud de su equipo era la calidad defensiva y que esperaba un buen desempeño. El desenlace del torneo mostró que había optado por un prudente bajo perfil, por cuanto fue el pitcheo más que la defensa, el atributo esencial de aquella novena.
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El equipo venezolano viajó hacia Chicago el 23 de agosto de 1959, durante los días previos a la inauguración del torneo, José Flores y Cigarrón Landaeta presenciaron un juego entre los Yanquis de Nueva York y los Medias Blancas de Chicago desde las gradas del jardín central. En el quinto inning, el receptor de los Yanquis, Elston Howard despachó un jonrón inmenso hacia el jardín central. Landaeta le dijo a Flores: “¡...Negro....para que usted dé un jonrón aquí tendrá que batear dos veces!” El negro Flores no dijo nada y se quedo mirando a la distancia el home plate.
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Varios de esos días previos a la inauguración de los juegos, los muchachos del equipo de beisbol tuvieron un visitante especial en su alojamiento de la Universidad de Chicago. Luis Aparicio Montiel fue unas noches a la concentración y conversaba con sus coterráneos, les llevó varios bates y pelotas con los cuales pudieron entrenarse adecuadamente. También les hizo observaciones del terreno de Comiskey Park, que debían esperar, o como debían posicionarse de acuerdo a las características del cuadro interior y los jardines.
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Debutaron el 28 de agosto en Comiskey Park, ante la escuadra estadounidense. Manuel Pérez Bolaños aisló ocho imparables de los norteamericanos. En el segundo episodio José Flores enfrentó a William Mansfield y bateó un linietazo entre el jardín central y el derecho, la pelota aterrizó unas sillas más arriba del jonrón de Elston Howard, cuando Flores llegó al plato al primero que buscó en el comité de recepción fue al Cigarrón, se sonrió con él y le cambió la visera de la gorra hacia atrás. William Troconis y Rubén Millán conectaron tres imparables cada uno. Venezuela se apuntó la victoria 11 carreras por 6, entonces dejaron de mirar al equipo de manera despectiva, tanto los rivales, como los entendidos.
El único juego perdido del equipo venezolano ocurrió el 1 de septiembre ante la representación mexicana. El zurdo Tadeo Flores cargó con la derrota, permitió dos de las tres anotaciones aztecas, fue relevado por Luis Peñalver y José Flores. Luis García logró diseminar 9 imparables de los bates criollos para blanquearlos 3-0. Todo parecía regresar al pronóstico inicial, solo el manager Casanova y cada uno de los integrantes del equipo sabía por cual motivo habían viajado hasta Chicago.
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El 2 de septiembre se encargaron de mostrar de que eran capaces, zarandearon a Brasil 14-1, mientras los lanzadores Enrique Capecchi (solo permitió un imparable en cinco innings) y Francisco Oliveros maniataban a los brasileños; Miguel Girón y Eduardo Amaya largaron tres imparables cada uno. Por supuesto, no faltaron los comentarios irónicos de quienes recalcaban que cualquiera le ganaba a un equipo sin tradición beisbolera como Brasil.
Para el cuarto encuentro enfrentaron a la representación de Costa Rica. Ese 3 de septiembre, Luis Aparicio estaba libre de compromiso con los Medias Blancas y presenció el juego desde el dugout criollo. Un jovencísimo Luis Peñalver lanzó completo para anotarse el triunfo 14-1. Luis Manuel Hernández comandó la ofensiva mediante triple, doble, sencillo, dos empujadas, dos anotadas, además Eduardo Amaya largó estacazo de 430 pies. Había culminado la ronda clasificatoria y Venezuela estaba igualada con idéntico registro de 3 victorias y una derrota con los equipos de México y Estados Unidos. Lanzaron una moneda para decidir que equipo pasaba directo a la ronda final y cuales debían jugar para decidir el otro clasificado. La moneda indicó que Venezuela tenía el acceso directo.
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Ese día en medio de la algarabía de la clasificación, el manager Casanova decidió llevar a los muchachos a darse un baño en las aguas del lago Michigan. El Dr. Martínez Morales recuerda con hilaridad los pormenores de aquella excursión. “Ellos creían que se iban a encontrar una playa de aguas tibias como las venezolanas. Por más que afuera hacía mucho calor porque era pleno verano. Cuando metieron los pies en el agua salieron corriendo. “Caramba, esto parece hielo del polo norte”. Luego se bañaron porque para eso habían salido, pero entrada por salida. De regreso empezaron a bromear y como vieron a Dámaso Blanco ensimismado, demasiado abstraído; empezaron a simular la voz del locutor interno del tren metropolitano. ‘Forty five with thirty seven station…’ Uno de los muchachos empezó a imitar la voz del locutor: ‘Cuuuriepe Station’, de inmediato Dámaso abrió los ojos y preguntó: ‘¿Quién dijo eso? ¡A que no me lo dicen aquí, de frente…!’
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Para el primer juego de la ronda decisiva, el manager Casanova designó al zurdo José Pérez para enfrentar a Cuba. Ese 4 de septiembre, Rubén Millán empezó el asedio en el primer inning al negociar boleto ante Alfredo Street. Dámaso Blanco despachó imparable y Cigarrón Landaeta siguió el ataque con sencillo remolcador. Dámaso también anotó por error del receptor.
Los cubanos igualaron el marcador en el cierre del segundo inning mediante imparables de Urbano González, Jorge Torres y Street.
En la apertura del tercer inning, Dámaso negoció boleto y llegó hasta tercera base mediante imparable de William Troconis, luego anotaría con elevado de sacrificio de Eduardo Amaya al jardín central.
Mediante doble de Antonio Crespo y dos elevados de sacrificio, Cuba volvió a igualar la pizarra 3-3 en el cierre del cuarto inning.
En la apertura del quinto inning el equipo venezolano marcó dos carreras amparado en imparables de Troconis, Eduardo Amaya y José Flores, lo cual provocó la salida de Street del montículo. R. Pérez vino a relevar y Landaeta bateó elevado de sacrificio para remolcar la tercera anotación del inning, la cual a la postre se convertiría en decisiva para la definición del encuentro.
En el cierre de ese quinto inning, los cubanos se acercaron mediante doble de Mario González, sencillo remolcador de Urbano González y marfilada en tiro de la defensa del cuadro interior permitió la segunda anotación.
Ese marcador 6-5 prevaleció hasta el cierre del noveno inning, cuando el relevista Manuel Pérez Bolaños ponchó al toletero Alberto Castillo para colgar el out veintisiete que decretaba la victoria venezolana.
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Para el 5 de septiembre se presagiaba un apretado desafío por cuanto los estadounidenses iban por el desquite. En efecto ellos picaron adelante con una carrera en el primer inning. Solo que en el cierre de esa entrada William Troconis descargó cuadrangular para igualar las acciones. Los norteamericanos atacaron otra vez en el séptimo inning y tomaron ventaja 2-1 ante el abridor venezolano Enrique Capecchi, quien ese día lanzó un buen juego permitiendo solo dos anotaciones en ocho innings. Hubo de salir del encuentro debido a un pelotazo en un pie propinado por el pitcher norteamericano Ron Kelpfer. Por esa razón salió a relevar José Pérez.
En el cierre del séptimo inning Kelpfer ponchó a los tres bateadores. En esa ocasión Cigarrón Landaeta protestó con vehemencia la apreciación del tercer strike y empujó al árbitro principal Otto Kuehn por lo cual fue expulsado, mientras desde el dugout se escuchaban encendidas voces de protesta.
En el cierre del octavo se desató una tormenta de reclamaciones venezolanas cuando Kuehn sentenció foul un toque de Rubén Millán, quien tenía dos strikes en su cuenta, lo cual decretó el out por regla. Todo el equipo venezolano salió a protestar al campo pero la situación fue controlada por la policía, que persuadió a los venezolanos para que regresaran a la banca. Entonces Troconis bateó un largo elevado al jardín central que atrapó Tyrone Cline, quien cayó de espaldas y perdió la pelota por lo cual entraron las carreras que pusieron adelante a Venezuela en las piernas de Dámaso Blanco, quien corría en primera base y del propio Troconis. De esa manera se conseguía el segundo triunfo en la serie decisiva.
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José Antonio Casanova estuvo reunido por varios minutos en el dugout con Emiro Álvarez y Andrés Quintero. Esa noche, en la concentración de la universidad, Luis Peñalver se mostró complacido por la oportunidad que le brindaba el manager. “No se arrepentirá de haberme dado la pelota para abrir este juego. Voy a dar lo mejor de mí”. Tadeo Flores, José Pérez, Pérez Bolaños, Francisco Oliveros y hasta el propio Capecchi se mostraron dispuestos a subir al montículo en caso de cualquier eventualidad y conversaron con Peñalver acerca del juego que se avecinaba.
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Ese domingo 6 de septiembre de 1959, Peñalver asumió el reto en Wrigley Field y cumplió lo que había prometido a Casanova, espació media docena de imparables boricuas y lanzó completo, mientras sus compañeros lo respaldaron desde el primer episodio mediante triple de Troconis y sencillo de Amaya. En el cuarto inning Francisco “La Manca” López descargó cuadrangular para llevar la ventaja a 2-0. Marcaron otra rayita en el quinto mediante dobletes de Domingo Martín Fumero y del propio Peñalver. Troquelaron dos carreras más en el octavo. Peñalver, quien llegó a retirar hasta nueve puertorriqueños en fila, mantuvo inmaculado el plato hasta el cierre del octavo cuando concedió un boleto y permitió doblete a Carlos Nazario. En la apertura del noveno los venezolanos lograron otra anotación para darle algo más de respiro a Peñalver. En el cierre de ese inning Reinaldo Vásquez despachó jonrón, pero Peñalver completó su labor y Venezuela alcanzó la medalla de oro, la única presea de ese metal que ganó la delegación criolla en esos Panamericanos, ante el júbilo de los peloteros y los atletas venezolanos que presenciaban el juego en las tribunas.
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Domingo Martín Fumero fue uno de los grandes campocortos del beisbol amateur venezolano, su calidad defensiva fue tal que muchos entendidos llegaron a compararlo con Luis Aparicio y Alfonso Carrasquel que es bastante decir. Siempre defendió los colores de la UCV en los campeonatos distritales y prefirió seguir sus estudios de medicina antes que saltar al beisbol rentado. Se especializó en dermatología y fue un exitoso médico.
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“Para el acto de premiación, los organizadores no disponían de la grabación del himno venezolano. Entonces Casanova levantó las manos y empezamos a entonarlo con la voz entrecortada pero desde lo más profundo de los pulmones. De inmediato sentimos el eco de los atletas venezolanos empinados en las tribunas”, recuerda Dámaso Blanco.
William Troconis resultó campeón bate con promedio de .500 al conectar de 22-11; igualado con el boricua Irmo Figueroa (18-9).
José Flores fue líder en triples (3)
Luis Peñalver – Líder en Ganados y Perdidos (2-0)
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Alfonso L. Tusa C.
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Fuentes
-Diario El Nacional.
-1959: 55 años de una gran hazaña venezolana. Luís Guillermo Valera.
-¡AL FIN! EL BEISBOL EN CASA- “Hemos llegado al templo del deporte, estamos en casa…”. INFATIGABLES. Blog de Víctor José López /Periodista. Domingo, 20 de septiembre de 2009.
-“50 años. Hazaña del béisbol venezolano, oro panamericano de 1959, Chicago”. José Antero Núñez.
- Una Temporada Mágica. Alfonso Tusa. LVBP. Central Banco Universal. 2006. Pp 175-177
- Pensando en Ti Venezuela. Una Biografía de Dámaso Blanco. Alfonso Tusa. 2011. Pp 54-56.
lunes, 2 de septiembre de 2019
#Esquina de la Barajitas. Mitchell Page, Topps, 1984.
Bruce Markusen.
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Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown.
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La barajita Topps de Page de 1984, a través de la acción fotográfica y el retrato más pequeño, nos da una idea de su apariencia única. Con su gran cráneo, prominente mentón, y rostro rudo, Page podría ser fácilmente identificado en una multitud. Adicionalmente, casi siempre usaba anteojos o lentes de sol oscuros, de grandes monturas metálicas que se usaban mucho en los años 1970 y 80.
Page también tenía un físico impresionante. Tenía hombros amplios y brazos musculosos, acentuados por muñequeras amarillo brillante. En un tiempo cuando pocos peloteros levantaban pesas como rutina, Page parecía uno de los peloteros más fuertes de su época. El inusual uniforme verde de Oakland en las giras completaba la pinta de un pelotero que podía señalarse a varias decenas de metros de distancia.
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Catorce años antes de aparecer en esta barajita Topps, Page parecía estar en el umbral de empezar su asociación con los Atléticos. Lo tomaron de Compton Community College en la cuarta ronda de la fase de enero del draft. Pero Page optó por no firmar, en lugar de eso siguió su educación universitaria y retrasó su elegibilidad para ser drafteado de nuevo hasta 1973. Allí fue donde los Piratas de Pittsburgh seleccionaron al jardinero y bateador zurdo en la tercera ronda del draft de junio. Esa vez Page firmó y fue asignado al Charleston de la Western Carolinas League, donde completó su primera temporada profesional.
Los Piratas lo mantuvieron en Salem todo 1974. Jugó bien allí, bateó para .296, negoció 70 boletos y despachó 17 jonrones. También estafó 15 almohadillas. Con su combinación de habilidad para robar bases y poder jonronero, Page se catapultó cerca del tope de la lista de prospectos de los Piratas.
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En 1975, Page fue promovido a la Double-A Texas League, allí logró números aún mejores contra un pitcheo de nivel más alto. Con un OPS de .906, 23 jonrones, 23 bases robadas, estaba listo para seguir subiendo en 1976. Jugó para los Charlies de Charleston, la filial AAA de los Piratas, y alcanzó números similares de poder y velocidad, mientras también hacía la transición desde los jardines hacia primera base.
Había pocas dudas de que Page estaba listo para jugar en grandes ligas para 1977. Desafortunadamente, tropezó con obstáculos en Pittsburgh. Page era primera base y jardinero de las esquinas; los Piratas estaban bien apertrechados con Willie Stargell y Bill Robinson en primera base, Al Oliver en el jardín izquierdo, y Dave Parker en el derecho. Simplemente no había espacio para que Page jugara regularmente.
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Page se reportó al entrenamiento primaveral con los bucaneros en 1977, pero no llegó a aparecer en el campamento de la franquicia. El 15 de marzo, los Piratas efectuaron un mega cambio que solventó una necesidad que tenían en tercera base. Al adquirir a Phil Garner (junto al veterano jugador del cuadro Tommy Helms y el prospecto de pitcheo Chris Batton), los Piratas tuvieron que entregar un enorme paquete de seis peloteros. El cargamento incluía a Page, junto al prospecto jardinero Tony Armas y los pitchers George “Doc” Medich, Rick Langford, Dave Giusti y Doug Bair.
Mientras los Piratas era un buen equipo repleto de jardineros y primeras bases de calidad, los Atléticos enfrentaban un período difícil después de sus años gloriosos de 1972, ’73 y ’74. Necesitaban talento en casi todos los lugares del diamante. Los Atléticos tenían varios veteranos de renombre, pero la mayoría era peloteros que habían visto pasar sus mejores días, incluyendo los antíguos Piratas, Giusti, Medich, y Manny Sanguillén, junto a otros veteranos como Dick Allen, Earl Williams, Willie Crawford, y Stan Bahnsen. Cinco o seis años antes, eso peloteros pudieron haber hecho de los Atléticos un contendor. Pero ahora solo eran parte de un equipo que había tenido mejores días.
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Enfrentado con la tarea inmensa de la reconstrucción, el manager de los Atléticos, Jack McKeon instaló a Page como su jardinero izquierdo regular. Para sorpresa de pocos, Page destacó como punto brillante en un equipo que estuvo cerca de perder 100 juegos. Con solo 25 años de edad, Page bateó 21 jonrones, robó 42 bases y negoció 78 boletos. Alcanzó un OPS de .926, impresionante para cualquier pelotero pero fenomenal para un novato. Hacia el final de la temporada, McKeon comparaba a Page con un jugador estrella de la Liga Americana recientemente retirado que había ganado dos títulos de bateo.
“Me recuerda mucho a Tony Oliva”, le dijo McKeon a Fred McMane de Baseball Quarterly. “Oliva tenía la facultad de aprovechar todo el terreno. Era muy difícil defenderse ante él”.
Mientras tanto, los fanáticos de Oakland sentían que los números de la primera temporada de Page eran lo suficientemente buenos para merecerle los honores del Novato del Año, pero los periodistas de la Liga Americana le otorgaron el premio a Eddie Murray de los Orioles de Baltimore. Page llegó segundo en la votación.
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Desde el comienzo, Page se convirtió en un pelotero popular con los fanáticos de Oakland. El narrador por mucho tiempo de los juegos de los Atléticos, Monte Moore, lo apodó “The Swingin’ Rage”, un apodo pintoresco que rimaba con su apellido y caló en el area de la bahía. Page siempre parecía tener una sonrisa en el rostro, fuese en los jardines o en las bases. También se tomaba algún tiempo para hablar con los fanáticos, conversaba con ellos regularmente antes de los juegos.
Dados su popularidad y talento, Page parecía un pelotero alrededor del cual los Atléticos podían armar un equipo competitivo. Pero como muchos peloteros jóvenes, no le fue tan bien en su segunda temporada. Tuvo un año productivo en 1978, pero sus jonrones, bases robadas, y promedio de bateo, estuvieron por debajo de sus números de novato. También recibió algunas críticas por estar fuera de forma, el exceso de peso afectó su velocidad y defensa. Una lesión en el pie antes de la temporada que implicó depósitos óseos y estiramiento de ligamentos, tampoco ayudó.
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En 1979, la actuación de Page desmejoró más. Su promedio de bateó cayó a .247. bateó solo 9 jonrones. Con la irrupción del joven Rickey Henderson en el jardín izquierdo, Page empezó a jugar más y más como bateador designado. La prospectiva de ser bateador designado no le atrajo a Page.
“Si no puedo jugar en los jardines aquí”, le dijo Page a Sporting News, “entonces espero que me dejen libre el año próximo”.
Page no consiguió su deseo. Fue forzado a jugar como bateador designado en 1980, mientras los Atléticos mostraban uno de los mejores tríos de jardineros jóvenes del juego con Henderson, Dwayne Murphy y Armas. Mientras Page odiaba ser bateador designado, su bateó tuvo una remontada. Subió sus jonrones a 17 e incrementó su OPS a un más respetable .754.
Un mal momento a la ofensiva al comienzo de 1981 ocasionó el regreso de Page a las ligas menores, justo antes que los peloteros iniciaran la huelga. Como resultado de esto, Page continuó recibiendo su remuneración durante el paro de los peloteros. Hacia el final de la temporada recortada por la huelga, regresó para jugar en tres juegos de los Atléticos, todos como bateador emergente. Page solo tenía aún 29 años de edad, pero el estrellato que había brillado en 1977, parecía a años luz de distancia.
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En 1982, Page compartió su temporada entre Oakland y el Tacoma AAA. Luego jugó todo el ’83 con los Atléticos, pero ese fue un año frustrante cuando solo fue usado esporádicamente desde la banca. En 1984, se reportó al campamento de los Atléticos, pero no permanecería todo el entrenamiento primaveral en Arizona. El 29 de marzo, los Atléticos despidieron a Page, para terminar su estadía de siete años en Oakland.
En mayo, Page fue contactado por su equipo original, los Piratas, quienes le extendieron un contrato de ligas menores. Luego de mostrar un buen desempeño con el Tacoma AAA, donde bateó para .328, los Piratas lo llevaron de vuelta a las grandes ligas en agosto. Lo utilizaron como bateador emergente, un papel en el cual Page destacó. En 15 apariciones, bateó tres imparables y acumuló tres boletos, lo cual le dio un porcentaje de embasado de .417.
Page parecía que podía haber encontrado un nuevo papel en el cual prosperar, pero tenía 30 años de edad y jugaba para un equipo de los Piratas que enfrentaba una fase de reconstrucción. En octubre, los Piratas, lo dejaron en libertad, aunque le ofrecieron una invitación fuera del roster para el entrenamiento primaveral.
En 1985, Page jugó la temporada completa con el Hawaii AAA, pero tuvo números mediocres, eso, lo convenció de que era la hora del retiro. A la edad de 32 años, los días de Page como jugador activo habían terminado.
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Se alejó del beisbol por completo por unos años, pero regresó al juego en la década de 1990, como instructor de bateo de ligas menores con el Tacoma. También recibió la oportunidad de aparecer en la película de beisbol, Angels in the Outfield, la cual llegó a las salas de cine en 1994. El año siguiente, los Reales de Kansas City lo llevaron de vuelta a grandes ligas como su coach de primera base. Y entonces en 2001, los Cardenales de San Luis, lo promovieron a su cuerpo técnico de ligas mayores como instructor de bateo. Allí fue donde Page encontró su verdadero nicho.
En contraste con algunos coaches de bateo de la vieja escuela, a Page le gustaba trabajar con videos para analizar el swing de los bateadores de los Cardenales y mostrarles cualquier falla mecánica. También tenía una personalidad llevadera, lo cual le permitía socializar con los jóvenes bateadores de los Cardenales, la mayoría de ellos nunca lo vio jugar. Con su enfoque apasionado del arte de batear, Page se convirtió en favorito de los peloteros de los Cardenales.
Page se hizo popular hasta con los fanáticos de Cardenales, algunos de los cuales lo reconocieron como el mejor instructor de bateo que la franquicia hubiese empleado. Desafortunadamente, Page también tenía problemas de adicción. Por años, estuvo bebiendo mucho, y para 2004, el problema se agudizó.
Esa temporada, los Cardenales ganaron 104 juegos en camino a la Serie Mundial. Varios bateadores de los Cardenales tuvieron grandes temporadas bajo las observaciones de Page, incluyendo a Albert Pujols, Scott Rolen, y Jim Edmonds. Pero Page claramente tenía un problema.
“Trabajé bajo la influencia del alcohol”, le dijo Page a St. Louis Today en 2005 en una historia donde al manager de los Cardenales, Tony La Russa le preguntaron acerca de un reportero que olió alcohol en el aliento de Page.
Despues de la Serie Mundial, una barrida en cuatro juegos a manos de los Medias Rojas de Boston, La Russa se sentó con Page y le informó que lo estaba dejando libre.
Page aceptó su responsabilidad, al admitir en muchas entrevistas que “Metí la pata”.
Al reconocer que sus problemas de bebida habían alcanzado una etapa crítica, ingresó a un centro de rehabilitación. Después de completar la fase inicial del tratamiento, Page intentó rehacer su vida. En 2006, recibió una oferta para convertirse en el coach de bateo de los Nacionales de Washington. Aceptó el ofrecimiento, pero el año siguiente se ausentó por lo que describió como “problemas personales”.
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En 2010, regresó a los Cardenales como instructor de bateo de ligas menores, pero el trabajo solo duró por el entrenamiento primaveral. Aún así, Page parecía haber enderezado su vida. Se mantuvo en contacto con el coach de los Cardenales, Dave McKay, quien vio a Page en el otoño de 2010 y reportó que lucía y se sentía bien. De acuerdo a McKay, Page recientemente se había asentado y comprado una casa. Pasaba mucho tiempo haciendo trabajo voluntario para una iglesia local.
Entonces una noche sabatina de marzo de 2011, Page se metió en su cama para el descanso nocturno. Nunca despertaría. Falleció durante la noche, solo tenía 59 años de edad. Hasta la fecha no se ha establecido una causa oficial de fallecimiento.
Es difícil saber exactamente que ocurrió esa noche. Además de sus batallas con el alcoholismo, Page había sido un fumador de toda la vida. Quizás su cuerpo simplemente colapsó. Probablemente nunca lo sabremos.
Ese fue un triste final, una vida que resultó muy corta, pero quizás podamos tranquilizarnos al saber que Page pareció encontrar algo de paz cerca del final de su vida. También dejó un legado como una de las personas más amigables del juego.
Quienes lo conocieron en vida, como pelotero activo y coach, lo apreciaron por sus modales llevaderos, su voluntad para hablar y su naturaleza para hacer ajustes.
Aunque Page batallaba con sus demonios, encontraba la manera de hacerle sentir a los demás que eran importantes para él.
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Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A BaseballDynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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Nota del traductor:
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Actuación de Mitchell Page con los Navegantes del Magallanes en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional:
Temporada 1976-77: 63 juegos. 245 VB. 48 CA. 76 H. 13 2H. 5 3H, 13 HR, 57 CI. 8 BR. .319 AVG.
Temporada 1977-78: 38 J. 138 VB. 31 CA. 41 H. 10 2H. 2 3H. 7 HR. 29 CI. 7 BR. .297 AVG.
Temporada 1978-79: 42 J. 167 VB. 23 CA. 48 H. 9 2H. 3 3H. 3 HR. 32 CI. 6 BR. .287 AVG.
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