Cada mañana veraniega los cuatro hermanos Hulett cruzaban la calle frente a su departamento en Baltimore. Miraban hacia arriba y abajo en busca de carros antes de correr hacia el parque donde jugaban casí hasta la noche.
Cada día hacían de esa carrera en la calle una competencia hasta el parque. Y cada día el hermano mayor, Tug Hulett de 10 años, ganaba la carrera.
“De todo hacíamos un juego”, dijo Hulett. Un segunda base que los Marineros de Seattle adquirieron de Texas el último diciembre por Ben Broussard. “Cada día corríamos y ganábamos medallas, oro, plata y bronce”.
Que Tug ganara oro todo el tiempo empezó a molestar a Sam, su competitivo hermano de seis años, el medallista de plata. Esto molestaba tanto a Sam que un día decidió adelantarse en la carrera y llegar al parque antes que Tug.
Pero ese día, por primera vez, Sam obvió el tráfico de vehículos. Tug trató de pararlo pero fue inútil. Tres hermanos Hulett vieron con horror como Sam moría golpeado por un carro.
“Ese día Sam me dijo: ‘Te voy a vencer uno de estos días’. Yo le repliqué: ‘¿De qué estás hablando? Nunca me vas a vencer’” Recordó Hulett. “Creo que ese día, él quería salir de primero”.
Sam Hulett murió debido al trauma de su cabeza. Durante dos años Tug guardó luto porque creía que era culpable de la muerte de su hermano.
“Me aislé de todo”, dijo Tug frente a su locker después de un entrenamiento. “Siempre andaba bromeando y disfrutando el béisbol, pero después del accidente el juego perdió su brillo para mí”.
A los dos años de la muerte de su hermano, Tug entró a la cocina y se derrumbó llorando en los brazos de su madre, todavía se sentía responsable.
“Fue un llanto desgarrador”, dijo Tug, “ella sabía la causa de todo. Me dijo que no había sido culpa mía y que ella se había sentido igual que yo”.
Ningún niño debería experimentar lo que vivió Tug hace quince años. Tales tragedias familiares pueden ser transformadoras o devastadoras. Pueden reconstruir o arruinar vidas. Pueden enseñar o destruir.
Pero en la cocina de los Hulett, a dos años del accidente, mientras Tug y su madre se abrazaban con fuerza, el muchacho sintió que se liberaba de una pesada carga.
“Por dos años, sentí que la vida no tenía sentido”, dijo Hulett. “Entonces dejé eso atrás y comencé a ver las oportunidades que me podía traer esa tragedia. Comencé a dar charlas en escuelas primarias. Hablaba con personas que habían tenido experiencias similares que podían ignorar como manejarlas”.
“Debido a mi fé y a mi disposición de dar esas charlas, pude enfrentar la muerte de Sam de una mejor manera. Hace poco recibí una carta de alguien que me dijo, ‘Fuiste a mí escuela después que mi hermano murió. Ya había escrito mi nota de suicidio y por lo que dijiste en la charla, ahora me siento mejor’”.
Hulett, quién cumplió 25 años este 28 de febrero, se siente bien al hablar de su hermano y el dolor y la depresión que sintió después del accidente. Es muy importante para él contar la historia.
“No es que me aferro a lo que pasó, sino que le rindo homenaje a Sam recordándolo. Dijo Tug. “Elegí recordar lo positivo. Había muchas cosas positivas”.
“Él era un muchacho muy alegre. Tenía sólo seis años, pero siempre estaba riendo. Intercambiábamos barajitas y siempre se quedaba con las mejores. No juego béisbol por Sam. No juego por mí. Juego porque me gusta el juego. Tengo un talento y es mi responsabilidad aprovecharlo”.
Esta es una primavera importante para Hulett, a quién los scouts comparan con el camarero de los Medias Rojas, Dustin Pedrosa. Él es un batacazo para quedar en el roster de los Marineros el día inaugural. Pero si juega bien esta primavera en Peoria, podría ganarse un puesto en el infield de Seattle este verano.
Alfonso L. Tusa C.
viernes, 29 de febrero de 2008
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