martes, 25 de octubre de 2011

El primero de la temporada

El primero de la temporada

A la llegada de una nueva temporada es inevitable buscar en el calendario el primer desafío de los eternos rivales. Aún resuenan en mis oídos el tono de voz emocionado de mis hermanos y los cuadernos del liceo volando sobre las camas del cuarto. Felipe y Jesús Mario casi se olvidan de ponerle el seguro a sus amadas bicicletas y se tropezaron en el escalón del porche. Tuve que correr y pegarme de la pared de madera y fórmica. Nunca los había visto pasar como trenes descarriados y ni siquiera oyeron mi saludo, ni me quitaron la pelota de goma. A través de la persiana, Jesús Mario revoloteaba las páginas de una revista y Felipe escarbaba los titulares deportivos de El Nacional. “Bueno mano, llegó el día en que Magallanes tiene que desquitarse de tantas humillaciones del Caracas. Con Bob Belinsky pitcheando. Con Gaston quemando la liga. Con Pat Kelly volando bajito. Con Dámaso agarrando todo en tercera y con Gustavo Gil dando esos batazos oportunos se les puede echar una broma esta noche”.
Para este sábado 29 y domingo 30, la temperatura de confrontación llegará al punto de ebullición que empezará a subir desde este lunes con los comentarios, eclosión de camisetas, gorras, canciones, chanzas, que emergerán en la calle y cualquier lugar público donde coincidan los seguidores de los Leones y los Navegantes. Las bromas amortiguadas por los meses de espera subirán de tono al calor de los juegos en tiempo real de esta temporada 2011-12. Todo oscilará entre los rugidos de la selva y los cañones de la cubierta del barco
La volatilidad de esa rivalidad fluye hasta en la penumbra de una calle de Cumaná donde un grupo de caraquistas se reúne en una esquina y con cada magallanero que pasa, se ilumina toda la vía “Esta noche los vamos a pelar”, “Se hunde el barco”. Los magallaneros corren hacía la próxima esquina y desde allá pegan unos cables a una batería y la más estridente sirena encandila el espacio. “Vénganse ahora que le vamos a quemar la melena”, “Esta noche los vamos a volver chicharrones”.
Jesús Mario hacía que los papeles de la Revista Sport Gráfico sonarán como bambalinas en la noche más encendida del carnaval. “Y se te olvidó lo que es capaz de hacer Armando Ortiz en el left field y con el bate, y Walter Hriniak con la mascota o Joe Rudi, que se la puede sacar al más pintao”. Nunca los había visto hablar con aquella intensidad o leer con aquella fruición, parecían científicos de la NASA. De béisbol sabía muy poco. Andaba más pendiente de “Mi marciano favorito” o “Mi bella genio”. Sin embargo todo aquel movimiento, aquella dinámica de competencia, hacía hormiguear algo en mi subconsciente que me motivaba a seguir cada movimiento de mis hermanos hasta que empezaba el esperado juego de pelota.
¿Quién ganará los juegos del fin de semana? ¿Cuántos títulos ha ganado cada equipo? ¿Cuál es el mejor equipo? Son combustibles que alimentan la llama de la rivalidad. Cada minuto de la disputa pueden aparecer argumentos tan válidos como descabellados y podría parecer que los ánimos llegan a un punto sulfúrico. Todo tiene un límite invisible que llega hasta la victoria actual y de inmediato empiezan los preparativos de venganza y de hegemonía. Es la verdadera pasión del enfrentamiento, mucho mayor que lo que puedan representar tres títulos reencauchados.
Entonces llega el cierre del noveno y los caraquistas saltan cuando ponen tres en bases sin outs. Saben que ganan con la de tercera. Uno de los magallaneros planifica hacer un rodeo siete cuadras más abajo, para evitar pasar por la esquina selvática si el Caracas llega a dejar en el campo al Magallanes. Cuando va a mitad de camino oye los gritos de sus compañeros “¿Qué les pasó? ¿No que nos iban a desguazar el maderamen?” Corrió bajo el aroma de las chirimoyas. El relevista Navegante había sacado un cero de leyenda ante los bateadores más peligrosos.
Una de aquellas noches salí con Felipe y Jesús Mario. En la Plaza Montes había varios grupos. Los gritos iban y venían. Mis hermanos querían regresar a casa. Me les solté y entre en la heladería de Luis Ramón Rincones. Lo único que se oía era la narración del juego de pelota. El Sr. Rincones decía que esperaba que los magallaneros mantuvieran la sonrisa cuando el Caracas empezara a repartir leña. Una voz en falsete salió debajo de una de las mesas. “Y nosotros esperamos que no cierre la heladería si Magallanes le cae a palo a los Leones”.

Alfonso L. Tusa C.

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