martes, 19 de diciembre de 2017
Aquella misa de aguinaldos.
La esencia del guiso de hallacas se mezclaba en la sala con los vapores de musgo silvestre del pesebre. Al trasponer la puerta de la calle con el rollo de pabilo en las manos, le preguntaste a tu mamá que era una misa de aguinaldos, en la bodega de María La Catira todos hablaban del comienzo de las misas de aguinaldos. En principio tu mamá te dijo que era una misa como la de los domingos donde siempre terminabas fastidiándote. Le dijiste que las personas en la bodega hablaban de un grupo coral y un conjunto de gaitas que cantaban en la iglesia y que en la calle había juegos y diversiones. Te respondió que esas misas se realizaban a las cinco de la mañana, “tú no te vas a levantar a esa hora, además eres muy pequeño para ir solo”. Como pasaras el resto del ritual de ayudar a cortar el pabilo y las hojas de las hallacas con un dejo de tristeza, Carmen le propuso a tu mamá que ella podía acompañarte a la misa de aguinaldos y Olivia casi se cae de la silla con una sonrisa de victoria.
Esa alegría tuvo su corto circuito, tu mamá y Carmen pusieron como condición que Olivia y tú se pusieran al día con las últimas clases de quinto grado. A duras penas fueron a estudiar porque efectivamente a eso de las cinco de la tarde tu mamá te interrogó y te puso unos ejercicios en el cuaderno y luego hizo lo mismo con Olivia, aun cuando en principio dijo que no habían salido bien del todo, aprobó que fueran a la misa de aguinaldos.
Antes de irte a dormir, tu papá te llamó a la oficina, te ofreció unas galletas rústicas italianas llamadas bastoncini, rellenas con almendras, nueces, pistachos y un toque de amaretto, nunca más las volviste a ver. Te dijo que Carmen te las entregaría en la madrugada antes de salir para la misa, y que no te olvidaras de compartirlas con ella y Olivia.
La emoción por levantarte a las cinco de la mañana y salir a la calle en esa oscuridad era tan grande que apenas prestabas atención a ratos al juego entre Caracas y Magallanes que escuchaban tus hermanos, debías acostarte temprano y aquel juego se fue a extrainning.
De regreso de un postrero mandado para comprar una caja de pasitas, te detuviste un momento a hablar con los hijos de Clemente y te dijeron que si te amarrabas un hilo en el dedo gordo del pie y ponías el otro extremo en la ventana, ellos pasaban a templarlo para que te despertaras a tiempo de ir a la misa. Carmen y Olivia estaban muertas de risa cuando te vieron hacer el ritual del hilo en el dedo del pie.
A las cuatro y media de la mañana Carmen te bajó la cobija y te dijo al oído que era la hora de la misa de aguinaldos. Al principio te refugiaste bajo la almohada, luego recordaste tus expectativas y te levantaste, estiraste los brazos y buscaste las pantuflas bajo la cama, cada roce de la punta de tus pies con el piso te hacia imaginar los glaciares del polo norte. Al regresar de cepillarte los dientes y con las manos temblando entre la camisa mangalarga, le templaste la cobija y le preguntaste a Felipe como había terminado el juego. Primero te dijo que lo dejaras dormir, luego desde las entrañas del sueño te dijo que Magallanes había ganado 15-10 en doce innings. Pensaste que te había contestado lo primero que se le vino a la mente.
Cuando estuvieron listos, fueron con Carmen a la casa de Alfredo Gómez, cada palabra pronunciada formaba una voluta de vapor de agua condensado que parecía nieve; atravesaron el jardín y se asomaron en la ventana del cuarto de Alfredo. “Señor Alfredo venimos a buscar a las muchachas para ir a la misa de aguinaldos”, dijo Carmen. Luego de hablar con Emira, Alfredo te dijo que hasta hacía poco había escuchado el juego, que ese Magallanes le había echado tremenda broma al Caracas, hasta el pitcher había bateado un jonrón, pero que lo iban a esperar en la bajaíta. Cuando la Carmen que trabajaba en casa de Alfredo, Gregorina y Milagros estuvieron listas, se despidieron y Alfredo les dijo en medio de su carácter jovial que se cuidaran de los tumbarranchos y que le trajeran una empanada de dominó.
La visión de Cumanacoa en penumbras, embadurnada en neblina y estallidos de cohetes, te quedó grabada por siempre, en cada cuadra, en cada acera que pasaban, se sentían los alfileres del frío, el rumor de los villancicos en la distancia, el ambiente decembrino en el aire, los gritos de los muchachos patinando, el ritmo de un cuatro en una esquina, toda una galería de visiones y emociones que galvanizaron en algun rincón de tu cráneo desde donde aún alumbran tus recuerdos.
Mientras atravesaban la plaza Bolívar crecía la expectativa por ver como era la iglesia de madrugada, si era verdad que había una coral y un grupo de gaitas dentro del templo. La primera media hora te pareció una misa más como cualquiera de las que asistías con tu mamá los domingos. Entonces, en una pausa, el sacerdote hizo una seña hacia el fondo y estalló la gaita acompañada por las voces corales. En un descuido de Carmen corriste hacia el lugar de donde venía la música, sobre la puerta principal de la iglesia había una plataforma, desde allí decantaban los rasgueos de los cuatros, las modulaciones vocales, las percusiones de los furros y maracas en la escalera de madera, la hacían sonar como un instrumento musical adicional. Nunca antes habías experimentado una alegría colectiva tan espontanea y expresiva, parecía una cápsula, una nave espacial congelada en el tiempo. De allí salieron eufóricos, embriagados de aguinaldos, de celebración, del espíritu del Niño Jesús.
Fueron con Carmen al mercado, todo el trayecto y la estadía en el mercado se mantuvo esa sustancia mágica de la Navidad en el ambiente, la armonía, el entusiasmo, la alegría, parecía que caminaban en un cuento de Hans Christian Andersen o en una poesía de Andrés Eloy Blanco: Las empanadas fueron las mejores que recuerdes haber comido.
De regreso a casa te quedaste jugando pelota de goma con los hijos de Clemente en la calle, hasta que tu mamá salió a buscarte a eso de las ocho de la mañana. “Ya está bueno, después esta noche te quieres acostar antes de cenar”.
Alfonso L. Tusa C. 17 de diciembre de 2017. ©
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