“Batazo largo de Pérez Colmenares…batazo largo de Pérez Colmenares..” Así empezaba un disco de 33 rpm de una colección de la historia de Caracas que tenía papá en el mueble donde guardaba los acetatos. En esa grabación se hablaba de la historia audiovisual y Simón Díaz era el moderador quién luego de la transmisión del batazo de Pérez Colmenares hizo algunos comentarios y anécdotas del acontecimiento. Entre ellas mencionó una celebración particular que hubo en La Guaira. Los familiares del “Chino” Canónico bajaron al puerto para recibirlo y allá se fajaron a cantar “El totumo de Guarenas” una composición musical de Benito Canónico, tío del “Chino”.
Otro de los episodios que más he conocido de aquella gesta a través de la prensa y la radio, tiene que ver con los oficios del delegado del equipo, Abelardo Raidi, para lograr que los organizadores del evento retrasaran la final ante Cuba un día más, lo cual permitió que el “Chino” abriera aquel partido.
En aquella colección audiovisual cada disco venía guardado dentro de un libro con las dimensiones del acetato. Allí se complementaba en textos, dibujos y fotografías, los sonidos del disco. Un dibujo que se grabó en mi recuerdo plasma a una multitud reunida en una plaza publica. Todos levantaban las orejas hacia un radio de galena de ciertas dimensiones ubicado en un pedestal de dos metros de altura. Un niño templaba el vestido de una señora. “Mamá ¿quién va ganando?”. La señora hacía señas con la mano. “Espérate, espérate…que ahí viene el lanzamiento del Chino…”
La sociedad venezolana se compactó como nunca alrededor del Campeonato beisbolero alcanzado en Cuba. Aún resuena en todo el país el discurso pronunciado por el poeta Andrés Eloy Blanco para recibir a los campeones.
“Comenzaré por recordar a los poetas. Porque era esta la tribuna preferida de Píndaro; porque el primer canto que conocemos del poeta fue la consagración de un niño de Tesalia, vencedor de una carrera olímpica. Así, en un estadio así, sobre una tierra ardiente como esta, bajo un cielo azul como este, se hizo a Grecia. De la arena de Olimpia surgió la línea de la cultura helénica, de la nube de atletas salían los marinos que dejaban cantando el golfo arcadio para surcar el Jonio bajo velas de púrpura; de allí surgieron los diez mil que saludaron al Mar Negro con grito de salvación; allí los magistrados bebían fuerza, bondad y equilibrio; allí nutrió las pantorrillas el heraldo de Maratón; tanto significaba para Grecia el estadio, que contaba los tiempos, ya no por años, sino por olimpíadas; mientras duraban los juegos, no podían declararse la guerra las naciones vecinas; y si alguna guerra existía para esa temporada, la tregua se imponía, las hostilidades cesaban, las armas se dormían como locos cansados. Toda división, toda rencilla, se dejaba de lado; en los festejos a los vencedores, los poetas cantaban cantos píticos, los pintores exhibían sus cuadros y los escultores sus estatuas; allí leyó Herodoto su Historia e Isócrates su Panegírico; los pueblos enviaban embajadas para saludar a los triunfadores y eran teorías vivas y traían palmas y laureles; y, mientras desfilaban por la arena o reposaban del banquete en el Pritáneo, el magistrado, el poeta, el escultor, el pueblo, bebían para siempre la luz griega, para plasmar la acción y el pensamiento de lo clásico, ya en la expresión de equipo o de orfeón que le dio ser al pacto de Corinto, ya en la profunda voz humana que detenía el canto de las aves en el paseo aristotélico; ya en el rumor de abejas que van a buscar miel sobre los labios de Píndaro dormido, ya en la sentencia de Pericles o el postulado de Licurgo, ya en el cándido sobresalto de Fidias que quiere eternizar la forma de la límpida justicia en el reposo de la luz de Grecia, caída sobre el torso de Apolo o reclinada en las caderas de las Gracias. (Ovación).
Pero dejemos Grecia, que, siglos adelante, sobre el puente de un navío español, nos espera la suprema olimpíada. Contemplemos de paso la conquista, que, si fue una hazaña de la inconformidad fue también un producto de la buena salud y el ansia de justicia.
Nada nuevo diríamos si nos detuviéramos a considerar lo que ganan los pueblos que cultivan la agilidad del músculo, la certeza del movimiento, el tino de la mirada; pero nunca sería demasiado hablar de ello y proclamar cómo, cuando el deporte no es un simple juego de vagancia, sino una noble función de cultivo que se realiza con espíritu de superación, con sentido de grupo, con voluntad de patria sana, de humanidad optimista y saludable, de conjunción armoniosa del ser en el gran ser colectivo y de las almas en la gran naturaleza, el deporte es un taller de reparaciones humanas.
Ganoso estoy de llegar a la hora que comento. No puede ser muy larga esta salutación en la que se ha querido poner en mi boca, para llenármela de gloria, la palabra de mi pueblo. En nombre del pueblo venezolano vengo a hablar; la conciencia de esa comisión rebasa el horizonte de mi verbo; pero sé que debo apresurarme; los viajeros estarán cansados, los que vienen a recibirlos estarán ansiosos de la tertulia personal; los comentarios estarán estallando entre los labios. Por eso, como cortada con tijeras de cuanto podría decir, va esta salutación como una caja de estampas de mi tierra. En todas ellas hay juego de destreza con jugadas de altura y recesos de meditación.
La primera, es una cancha de Aranjuez. El príncipe de un lado, del otro lado, el criollo; va y viene el volante emplumado, resbalan las zapatillas y cruje el ante del pantalón ceñido, salta el sudor de los revueltos canelones a la gorgueras espumosas, vista, pulso y designio, van tomando compás ultramarino; el volante va y viene por el azul de la cancha, desde el príncipe al criollo, desde el criollo hasta el príncipe, como los barcos van por el azul océano, desde América a España, desde España hasta América. De súbito el volante ha golpeado la cabeza del príncipe, en el propio lugar de la corona ; así se fue, sin ser devuelto el último navío guipuzcoano. (Aplausos).
En la segunda estampa, el campo se dilata como un mundo de verdes, de blancos, de azules y de ocres; la criollada está al bate; su capitán tiene en el bate el supremo campeonato de la libertad. Hay un hombre en primera, en Carabobo; hay un hombre en segunda, en Boyacá; hay un hombre en tercera, en Pichincha. El capitán afronta la alta tribuna de la cordillera; el le lanza banderas y ella le devuelve cóndores… La pelota del mundo nuevo rompe de pronto los azules que suenan como sedas rasgadas; resplandece la cancha de Ayacuho con la estela del cohete cuadrangular, y, paso a paso, con renuevo de Grecia en el reposo de los bustos henchidos, van entrando al hogar cuatro patrias nacientes. Y así fue como entonces, hizo el viejo volante su segundo Aranjuez y el vasallaje fue out en los diamantes de América. (Gran ovación).
En la tercera etapa va el equipo sin rumbo, falto de cohesión; marchas de selva a playa, de llano a cordillera, descentrado el designio, rota la fe, perdido el equilibrio. No abundan los que buscan la posición precisa y el justo lanzamiento, muchos son los que anhelan, sin nexos solidarios la fácil atrapada; hacia atrás de los burdos bateadores, cae foul el mundo que soñó hacer su órbita; pocos ven hacia arriba; apenas unos cuantos y la tierra miran hacia lo alto; aquellos, persiguiendo estrellas para aclarar el rumbo oscurecido y la tierra esperando un fly de lluvia para la siembra abandonada. (Aplausos).
En la estampa final, la cancha ha recobrado la luz, el equipo ha recobrado su confianza. Vuelve la hora de estadio y el pueblo vuelve a tomar el rumbo del estilo. Porque la historia de Grecia se repite; no eran los atenienses los que iban al estadio a contemplar a Praxíteles ni a Solón. Eran Solón y Praxíteles quienes iban a tomar lecciones de armonía y sorbos de plenitud en la muchedumbre acompasada. Cuando el deporte es patrimonio de unos pocos, cuando el gimnasio está en las manos de los escogidos, sólo es un campo de solaz o una escuela de fuerza singular y aislada, de donde sale el atleta que atropella a los débiles; y en las manos de un pequeño grupo que se cultiva solo, no llega a prosperar el sentido social y verdadero del deporte; pero cuando esta cultura pasa a manos del pueblo, entonces cobra su honda significación de conjunto: el sentido de equilibrio va extendiéndose hasta plasmar en forma de solidaridad colectiva y de disciplina nacional. Y así es la cultura general; y así es la cultura de gobierno; y así es el camino del estilo. Los que leemos libros, muchos libros, los que gobiernan pueblo, los que cultivan artes, los que redactan leyes, llevan cuando son grupos selectos, las huellas de las cosas leídas; su cultura está en ellos, ajena muchas veces a su ambiente. Llegan al pueblo los libros, las artes, la ciencia del gobierno, esa misma cultura de los selectos; y el pueblo, más enraizado en sí, más sembrado en su tierra, va, involuntaria o voluntariamente, marcando esa cultura con su manera peculiar, sudándola con su ardor, imprimiendo al deporte su típica jugada, imponiendo al artista perfil, gesto y presencia, dando a la democracia la forma de sus manos, estampando en la Ley la forma de su anhelo; y entonces, van Pericles y Licurgo, Píndaro y Praxíteles, a aprender la lección de cara nueva, a aprender la lección de gesto propio en que el pueblo devuelve la cultura transformada en estilo. (Aplausos)
Después de las estampas, vienen las meditaciones. ¿Qué significa esta fiesta, fuera de lo que el campeonato traduce en el campo de la fraternidad internacional? Hay algo muy lejos y muy por encima de lo que representa la celebración de un certamen campeonil; cuando los muchachos venezolanos iban amasando en La Habana, cero a cero y hit por hit el campeonato Mundial de Baseball Amateur, otro evento se estaba librando en el espíritu nacional. En los pies, en los brazos y en las cabezas de nuestros jugadores, a medida que iban acumulando triunfos, iban poniendo junto a la fe deportista, otra fe en otra cosa. Tanto ha conocido de derrotas desde hace tantos años, este pueblo, que su fuerza mayor era de resistencia y de asimilación. Su fe en si mismo se reincorpora hace pocos años; pero contra esa fe están sus problemas tradicionales; paludismo y anemia, desequilibrio entre su pan y su hambre, entre su agua y su sed; todo eso, va haciendo estragos y va creando el complejo de inferioridad específica, la derrota se recibe con amable comentario. Pero la radio va anunciando los triunfos, nos dice que un grupo de los nuestros, y no de los que han vivido mejor, sino de los que tienen que correr más detrás de un pan que de una pelota, está imponiendo su músculo y su mente en un concurso con atletas internacionales. Y entonces el que ya va creyendo en la anemia como en un destino, cree en si mismo como en un camino. Ya lo dijo el magistrado: “Lo mejor de esta victoria es la confianza recobrada, la fe en el rendimiento. Y algo más: el equipo está formado por muchachos de varias regiones. La espera se hace unánime, el alma de la nación se hace íntima, compacta, un alma sola para toda la Patria; desde el Presidente de la República hasta el último hombre del último rincón, desde el que practica el deporte hasta la niña que ignora los rudimentos de él y el severo académico y el sabio profesor y el enfermo ya casi agonizante, todos están ante la radio, esperando; y ya puede decirse que no es en los guantes de nuestros jugadores donde caen las pelotas bateadas por sus contadores, sino que todas se meten en la voz de la radio, para caer, en atrapada unánime, como en una mascota de ternura, en el alma del pueblo que recobra su fe. (Ovación).
En la tarde del último juego, cuando volví a mi casa, me encontré con un niño flaco, amarillo, casi un hilo; era la estampa de la anemia. Mientras lanzaba una pelota contra la pared, hablaba solo; comentaba la victoria alcanzada; y en un gesto de atleta imaginario exclamó: __Yo soy Vidal López. (Risas). Antes, los niños venezolanos se bautizaban con nombres de guerrilleros y había un poco de eso en todos ellos; pero éste, así como es, es Vidal López. Cuando le ví, tan flaco, estuve a punto de decirle: __No, hijo mío, tú no eres Vidal López. A Vidal López lo dio la tierra sola, a puro esfuerzo, como dio el Samán de Güere o la Ceiba de San Francisco. Tú no eres Vidal López porque cuatro generaciones de tus antepasados fueron, o los llevaron, a regar sus esfuerzos en inútil trajín de sangre y odio, sobre la pobre tierra abandonada; tú no eres Vidal López, porque los campos estuvieron sin brazos y tu sangre corría y se gastaba con el mal pan, con el mal techo, con el mal camino, con la mala bebida. Pero ahora la voz de la radio trenzada con la voz del pueblo, vigorosa de confianza, borró aquel mal recuerdo, porque tuve confianza de la renovación de la fe. Y aquí vengo a decir que este triunfo debe ser un estímulo, que la energía nacional ha de aumentarse para que la fe no disminuya; que la vivienda sana y la alimentación han de ser un designio inquebrantable. Porque toda esta unidad del espíritu nacional debe concretarse en ayudar a la tierra a producir sus samanes y sus ceibas humanos, para que sea Vidal López el niño de mi cuento. (Ovación).
Y todo cuanto pueda decirse del esfuerzo venezolano se está diciendo también del esfuerzo cubano. Marinos cubanos del más hermoso barco anclado en el más hermoso de los mares, llevad a Cuba, gracia pasión y mimo de la América, el saludo del pueblo venezolano y la conciencia de que no ha habido un solo triunfador. Porque si alguien debe sonreír satisfecha de la victoria venezolana es Cuba. Porque fue Cuba quien nos enseñó a jugar este maravilloso juego. Todavía recuerdan los viejos aficionados los días del Club de Caracas, en 1896, cuando los cubanos Miguel y Joaquín González y Adolfo Inchausti pusieron el primer bate en manos de los Franklin, de los Sola, de Lorenzo Llamozas, de Roberto Todd. Y en la hora gloriosa del “San Bernardino” fue un gran pelotero cubano, Emérito Argudín, quién estimuló la vocación de Carlos Márquez, de Lesmes Urdaneta, de Jaime Todd, de Vicente Marturet, que pitcheaba con cuello duro y corbata, de Julio Carvajal, de tantos otros y del Mudo Izquierdo, que si hoy estuviera vivo, hablaría por la primera vez. Y sin contar a otros, aquí está el gran espíritu deportista de José Rodríguez, parte del alma y del pensamiento del equipo, en quién se realiza mejor que en nadie la unión deportiva de Cuba y Venezuela. Y esta victoria venezolana no es otra cosa que un triunfo de la escuela cubana y la gloria del maestro en el triunfo del discípulo. Llevad este saludo a ese querido pueblo y decidles que hoy he querido tomar para ellos la expresión, nunca más adecuada, de mi tocayo Eloy González en una noche memorable de la cultura: “Gracias a Dios, señores, que los tiempos contenían una hora para la tribuna, en que pudiera hablarse de heroísmo sin delito, de glorias sin sangre y de victorias sin lágrimas”. (Clamorosa ovación).
Y a vosotros, jugadores el equipo venezolano, gracias en nombre de nuestro pueblo, que os debe esta gran alegría y este gran paso de su fe. En nuestra hora de combate cultural se concentró la angustia, el ansia de belleza y de armonía en la actuación, el afán de disciplina, el propósito de confianza y optimismo; en nombre de ese pueblo os saludo y os pido que no perdáis nunca de vista ese espectáculo de unanimidad espiritual, de manera que ahora y mañana como ayer, cuando estéis en el campo deportivo o en el taller, o en la oficina, o en la función ciudadana, sintáis en vosotros aquella unanimidad y en cada actuación vuestra os repitáis con íntima delicia: “Venezuela en el bate. Prevenido el futuro”. (Aplausos en ovación).
Más adelante en las páginas del libro encontré una entrevista con el Chino Canónico. Me parecía flotar entre el estadio “San Agustín” y el estadio “La Tropical” de La Habana.
Cada vez que soltaba aquel acetato a girar en el picó, levantaba la aguja varias veces para regresar a la parte del béisbol del 41. Más de una vez Papá me llamó la atención porque “vas a desgastar la aguja. Pasé como tres días buscándola. Además ya ese disco debe estar rayado”. Después de la simulación de la narración de Simón Díaz venía el estallido de las tribunas al terminar el juego. Después desbordaban la alegría “Tomando ron con coca-cola dice papá y mamá…” Seguí registrando las páginas de libro y encontré unas reflexiones del Chino Canónico: “Cuando llegamos al estadio La Tropical sentí un escalofrío que no sé todavía si fue miedo o por la impresión de encontrar el parque lleno hasta el techo”. “Al cerrar el sexto inning, luego de haber recibido hits seguidos de Napoleón Reyes y Andrés Fleitas, sin outs. Tuve la certeza de que sería difícil para los cubanos vencerme en los innings restantes. Al concluir ese inning me sentí “otro”. En esa entrada mi “screw ball” me rompió a maravillas contra Cuervo y el “americano” Charles Pérez…”
Alfonso L. Tusa C.
sábado, 15 de octubre de 2011
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