jueves, 3 de noviembre de 2016

A cinco décadas de un blanqueo inesperado

Había dejado el radio transistor escondido debajo del asiento del puesto del piloto en el Plymouth Century 1964. Antonio bajó del carro y corrió para ayudar a bajar enceres y vituallas desde la camioneta del abuelo hacia el rancho de paredes de caña brava en diseños de rombos, techo de palma de coco y piso de cemento rústico. La brisa soplaba desde el fondo del golfo de Cariaco y se mezclaba con el resplandor anaranjado de la península de Araya para descargar una atmósfera enceguecedora a la mañana dominical en la playa de El Peñón. Mientras colaboraba con Lucanor para disponer la leña del fogón y ubicar el dispensador de agua fría sobre el tablón de una mesa improvisada sobre tres “burros” metálicos, la brisa arrastraba pedazos de la marcha deportiva de Radio Rumbos y de inmediato la voz de Carlitos González refería los preliminares de un juego de beisbol profesional. “Hoy 20 de noviembre de 1966, El Látigo Chávez no la tiene nada fácil por varias razones, primero el Magallanes ha estado jugando muy mal beisbol y segundo los Tigres de Aragua están teniendo un buen momento y tienen hoy en el montículo a Dick Whitby, un de los pitchers más controlados y efectivos de esta temporada…” Cuando perseguía unos cangrejos entre las piedras de la playa, Arquímedes lo llamó, quería saber donde había dejado el estuche de dominó. Antonio apuró el paso hacia el rancho y luego de varias rondas por la mesa corrió hacia el baúl de las vituallas y sacó el estuche de entre dos pedazos de auyama y varios tubérculos de yuca. Arquímedes sonrió mientras revisaba el dominó, dijo que le parecía raro que Antonio no hubiese llevado su inseparable radiecito para escuchar el juego de beisbol. Antonio volteó el rostro y corrió unos doscientos metros dentro del mar, hasta donde no pudiera escuchar los pedazos de la narración de Delio Amado León. Estaba cansado de escuchar derrotas increíbles del Magallanes. Apenas si cuando lanzaban El Látigo y Graciliano Parra, el equipo mostraba más competitividad, pero esta temporada ni siquiera eso era garantía de victoria. En seis apariciones que tenía Isaías Látigo Chávez desde el 15 de octubre hasta el 17 de noviembre, Magallanes no había ganado ninguna, en cada juego por lo menos le anotaron dos carreras. Aquella no parecía ser una buena temporada para él. Varios gritos de Lucanor desde la orilla de la playa lo hicieron regresar al rancho, el abuelo no encontraba el resto de la leña y estaban por montar la olla. Antonio se metió en el cuartico de cambiarse la ropa y salió arrastrando un haz de guatacare amarrado con lianas. Lucanor enarcó los ojos mientras sintonizó por un momento el juego de beisbol en el viejo radio de baterías que tenía en el rancho. “…ahí va una línea de hit de John Donaldson…Ed Stroud anota en carrera y Magallanes abre el marcador…” Lucanor movió el dial y sintonizó una canción: “Cuando calienta el sol…aquí en la playa…”. Antonio intentó acercarse a los pedazos de transmisión radial que traía la brisa desde el rancho aledaño, pero después apretó el paso hacia la sabana marina de El Peñón, ¿para qué iba a escuchar ese juego? de seguro Magallanes no mantendría esa ventaja. Además el mar estaba sereno y se podían ver las estrellas marinas y los pepinos de mar sin tener que sumergirse. Se había adentrado hasta el declive donde la sabana de la playa El Peñón se hacía profunda, la emoción de varios adolescentes hizo que Antonio llegara hasta el filo donde empezaba la profundidad. Las esferas de púas oscuras refulgían en sus manos, los muchachos habían pescado varios erizos y celebraban. Una voz metálica tasajeaba el aire marino, sobre la arena cargada de algas secas Lucanor gritaba, el almuerzo estaba listo. A pasos rezagados y sin dejar de mirar hacia el límite de la profundidad, Antonio empezó a percibir las esencias de ajo, ají dulce aderezadas en las presas de pescado. Mientras exprimía un limón sobre la sopa y cortaba un pedazo de aguacate, notó un tropel de muchachos que corrían hacia la transmisión radial del rancho contíguo. Escuchó a la distancia que Delio Amado León decía que el de Enrique Izquierdo apenas era el primer imparable de los Tigres y ya estaban en el quinto inning. Antonio probó un pedazo de naiboa que le dio la abuela Jacinta y empezó a perseguir cangrejos en la orilla. No quería saber nada del juego, de seguro los Tigres empezaban a batear y pasaban a ganar. Había entrado por un momento al rancho para tomar agua cuando oyó otro sobresalto de los muchachos y desde la puerta escuchó que Camaleón García había remolcado a Duane Josephson con doblete al centro y Magallanes ganaba ahora 2-0 en el séptimo episodio. Arquímedes sonrió mientras trancaba un juego de dominó. Parece que esta vez si van a ganar el Látigo y Magallanes. Antonio caminó por un momento hacia la parte posterior del rancho, hacia donde se extendia la vía de granzón por donde habían llegado. Ver para creer, ese equipo siempre se las ingenia para complicarse y perder los juegos al final. Luego de rogarle a Arquimedes tres lochas para comprar un vaso de arroz con coco, el fantasma de la derrota se dibujó en las ondas sonoras de la transmisión radial. En el cierre del octavo inning, luego del out de Bob Burda; Cesar Gutiérrez flumbeó un roletazo de Izquierdo al campo corto, el Látigo boleó a José Manuel Tovar y de pronto Paul Casanova emergiendo por Fernando Simza representaba la ventaja para los Tigres. El arroz con coco empezó a enfriarse en las manos de Antonio, quería irse lejos, sabía cual iba a ser el desenlace del juego, sin embargo su obstinación por guardar esperanzas hasta el último momento lo hizo quedarse parado a un costado de la cancha de bolas criollas que había en el rancho aledaño. Se prometió que si Magallanes perdía ese juego le daría el vaso de arroz con coco a Jacinta. El Látigo terminó ponchando a Casanova y dominó a Pastor Romero, quien emergía por Whitby, con elevado profundo a manos de Stroud en el jardín central. Ni la playa, ni el resplandor anaranjado de la costa de Araya al fondo del golfo de Cariaco existían para Antonio. Cuando el novato Gustavo Spósito fue out en el plato al salir retrasado con roletazo al paracortos que pifió Ronnie Clark, el arroz con coco estuvo a punto de ebullir con el apretón de la mano sobre el vaso de cartón. Antonio seguía sospechando que el cierre del noveno podía ser la peor película de terror que hubiese escuchado. Prefirió acercarse al radio de Lucanor, desde un costado del exterior del rancho, la transmisión del juego sobresalía sobre el sonido de las piedras de dominó barajadas. Luego del out de Bubba Morton, la voz de Delio Amado tomó requiebres de tenor cuando Mel Queen descargó un tablazo inmenso que se estrelló contra la pared de la derecha, doble. Antonio bajó la cabeza, caminó hacia la próxima esquina del rancho. Allí se quedó paralizado cuando Clark la rodó por el cuadro y Queen pasó a tercera en jugada de selección. Venía el peligroso George Scott representando el empate. Antonio casi zapatea contra el suelo de granza cuando Delio Amado anunció un batazo inmenso al fondo del jardín derecho, cuando sentía la humedad en los ojos, el sobresalto de los muchachos de la cancha de bolas y el aplauso de Arquímedes le dibujaron el mejor momento del día, “…y Jim Hicks atrapa la pelota recostado de la cerca, el Látigo completa su blanqueo de dos imparables y Magallanes gana 2-0 en Maracay…solo un corredor le llegó a tercera a Isaías Chavez. Enfrentó 28 bateadores y concedió dos boletos y un golpeado, el otro corredor que permitió fue por error. Ponchó 1. Hizo un out y tuvo dos asistencias. Bateó de 4-1”. Antonio entró al rancho y aquel arroz con coco fue el más sabroso en mucho tiempo. Alfonso L. Tusa C.

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