Todd Pitock. Selecciones Reader’s Digest
El ex beisbolista de Ligas Mayores Dave Valle pudo haberse dedicado a jugar golf cuando decidió colgar su mascota de catcher, pero lo que hizo fue regresar a República Dominicana a cumplir una promesa.
El partido había terminado. Los últimos aficionados dejaban atrás los puestos de los vendedores, quienes guardaban sus mercancías, y cuando se apagaron las luces del viejo estadio de béisbol, todo el barrio quedó en las sombras.
Era 1985, y un joven estadounidense llamado Dave Valle estaba perfeccionando sus habilidades como jugador en la Liga Invernal de Béisbol de la República Dominicana. Vivía con su esposa, Vicky, y el bebé de ambos, Philip, en un hotel de Santo Domingo, la capital, y lo transportaban a los partidos en autobús.
Aquella noche el autobús se retrasó, y Valle, que jugaba para los Marineros de Seattle en los Estados Unidos, aún llevaba puesto el uniforme de su equipo dominicano, los Caimanes de San Cristóbal. Él y Vicky esperaban con su hijo. Siempre había niños alrededor de Valle. La popularidad era parte de la diversión, y a veces parte de la carga, de ser pelotero, sobre todo en la República Dominicana, donde la gente enloquece por el béisbol.
Sin embargo, pronto se dio cuenta de que esos niños no buscaban un autógrafo. No les importaba el béisbol ni quién era él. Tenían hambre. Habían hurgado entre la basura, y ahora los barrenderos se la llevaban. Era doloroso verlos. Valle, fornido catcher de 1.83 metros de estatura, no era ajeno al dolor. Cuando jugaba, tenía que atrapar los lanzamientos del pitcher aunque cayera de espaldas, y evitar como fuera no romperse el cuello y la cabeza cuando un jugador rival lo embestía a toda velocidad en el home. El sufrimiento era parte del oficio. Pero una cosa era aguantar un golpe en el pecho y otra muy distinta sentirlo en el corazón.
Había visto muchos niños pobres, pero nunca como ahora, sintiendo en sus brazos el peso de su pequeño hijo. El milagro de haberlo visto nacer había reforzado su fe religiosa y cambiado su manera de percibir el mundo. ¿Y si fuera mi hijo el que sintiera tanta hambre y desesperación?, pensó. Uno de los puestos vendía pollo y papas. Los Valle le dijeron a la dueña que cocinara lo que le había sobrado y les diera de comer a los niños.
Al principio se sintieron bien al ayudar, pero cuando reflexionaron sobre el incidente, se dieron cuenta de que se engañaban al pensar que habían cambiado algo. “Satisficimos su necesidad por el momento”, contó Vicky. “En unas cuantas horas esos chicos volverían a tener hambre”. La pareja hizo un pacto: si algún día llegaban a tener los medios para hacer algo más por esos niños, lo harían.
Después de dormir, Valle olvidó lo ocurrido y regresó al trabajo al día siguiente. Cuando un beisbolista tiene 25 años y está tratando de quedarse en las Grandes Ligas, se concentra en mejorar su bateo. Seis años después, siendo ya un jugador veterano, a Valle le sonrió la fortuna con un lucrativo contrato por tres años.
__Ha llegado el momento__le dijo su esposa.
__¿El momento de qué?__respondió él desconcertado.
__De ayudar a aquellos niños, como lo prometimos.
El plan de juego.
En noviembre de 2008 me reuní con Valle en la República Dominicana para ver la materialización de esa promesa: Esperanza, una organización sin fines de lucro que él y Vicky fundaron en 1995 con 30.000 dólares de sus ahorros. Es una agencia de microcréditos que ofrece préstamos de corto plazo e interés bajo __de unos 150 dólares o más__ a personas muy pobres para que inicien un negocio.
Aunque la banca de microcréditos existe desde los años 70, Esperanza agregó otros elementos al crear una escuela, varios centros de capacitación en informática, un programa de servicios de salud financiado por los socios, un sistema de tratamiento de aguas y un plan para el mejoramiento de viviendas. También ha patrocinado la construcción de cinco canchas de béisbol que serían la envidia de muchos poblados prósperos de Estados Unidos, con el fin de que este deporte cumpla su objetivo más amplio de desarrollo comunitario.
Valle, su hijo Philip, hoy de 23 años, el director ejecutivo de Esperanza, Carlos Pimentel, y yo empezamos nuestro recorrido en Santo Domingo, y nos dirigimos en auto hacia el norte para cruzar una cordillera que se alza 2.740 metros y que está cubierta por una vegetación exuberante.
A primera vista, el visitante podría pensar que todo marcha bien en este país. Además de contar con paisajes encantadores, la República Dominicana ha tenido recientemente un crecimiento económico de entre 7 y 10 % anual. Una sorprendente cantidad de camionetas transita por carreteras modernas, y los nuevos desarrollos inmobiliarios y turísticos, como Cap Cana, en la costa oriental, son coloridos y opulentos.
Sin embargo, no pueden ocultar la realidad de muchos dominicanos. De los 9.3 millones de habitantes del país, 2 millones viven con menos de 2 dólares al día. Veinte % de las muchachas se embarazan antes de los 19 años de edad, y el analfabetismo y la delincuencia abundan. A pesar de haber tenido un alentador progreso económico a principios del decenio, el producto interno bruto cayó 5 % en los últimos años. Y Haití, el país vecino, se encuentra en condiciones aún peores.
Esperanza se concentra, desde luego, en las personas extremadamente pobres, para las cuales la única posibilidad de acceso a un crédito es acudir a prestamistas y usureros, quienes cobran réditos exorbitantes.
El microcrédito funciona de esta manera: las personas que tienen ideas para emprender un negocio se juntan y como grupo solicitan un préstamo. Algunos negocios comunes son pequeñas tiendas, salones de belleza y puestos de comida. Los socios casi siempre son vecinos y se comprometen a responder solidariamente unos por otros. En las reuniones bimensuales de pago, entre todos cubren la parte de cualquiera de ellos que no pueda cumplir, lo cual fomenta el apoyo y la responsabilidad mutuos. La tasa de pago en la República Dominicana es de 98 %, al igual que en Haití, donde Esperanza inició operaciones a principios de 2006. Una vez que pagan sus adeudos, pueden negociar nuevos préstamos.
Al correrse la voz sobre Esperanza, aumentó la solicitud de préstamos. Desde 1995, cuando empezó a operar con 20 prestatarios, la organización ha distribuído unos 15 millones de dólares en 75.000 préstamos, incluídas casi 21.500 cuentas activas en 2008, y tiene 2.800 prestatarios en Haití. Esperanza calcula que por lo menos cinco personas se benefician con cada préstamo en la República Dominicana y seis en Haití.
“Los métodos tradicionales de ayuda social, las dádivas, no han funcionado”, señaló Pimentel, dominicano que antes trabajó en Somalia para la organización humanitaria CARE. La gente tiene que tomar el control del proceso y aprender a hacerse responsable. Èsa es la clave de nuestro método. Nosotros proporcionamos los recursos y la capacitación, pero las personas tienen que poner el espíritu y la responsabilidad”.
Ochenta y ocho % de los prestatarios son mujeres. Por lo general, el término “hogar monoparental o con un solo padre” se refiere a la madre. “Nuestro objetivo siempre fue ayudar a los niños”, dijo Valle, “y pensamos que para hacerlo necesitábamos ayudar a sus madres”.
Campos de sueños
Valle me llevó a conocer los rostros que hay detrás de las estadísticas. Fuimos a Hoyo de Bartola, un barrio de las afueras de Santiago, e iniciamos un recorrido por estrechos callejones donde había casas de una sola habitación con muros de ladrillos grises y techos de lámina acanalada. En la cuneta parcialmente descubierta del callejón principal había basura recién depositada y de varios días.
A sus 48 años, Valle es un hombre afortunado. Además de Philip, su esposa y él tienen dos hijas: Natalia de 19 años, y Alina, de 15. Sigue conectado con el béisbol como comentarista de los Marineros de Seattle, equipo con el que pasó la mayor parte de su carrera de 13 años en las Ligas Mayores. Cuando dispone de tiempo para otro trabajo, lo dedica casi totalmente a Esperanza, que empezó a pagarle un sueldo en 2008.
“Cuando uno empieza su carrera quiere tener éxito”, dijo mientras comíamos un almuerzo tradicional dominicano de pollo rostizado, plátano macho frito, arroz y frijoles, “pero una vez que lo alcanza, desea hacer algo más importante”.
Nunca dio por sentado que alcanzaría el éxito. Era el séptimo de ocho hijos de una familia del distrito neoyorquino de Queens, y tenía ocho años cuando su padre murió de un infarto. Su madre, que era enfermera, volvió al trabajo en el turno de la noche para poder estar en casa con sus hijos antes y después de la escuela. A Valle, cristiano devoto desde los 19 años de edad, había batallado para criar a sus tres hijos aún teniendo un matrimonio sólido y seguridad económica, le parecía asombroso que su madre se las hubiera arreglado para mantener un hogar estable. “Siempre nos decía que todo saldría bien”, recordó, “y así fue. No sé cómo lo logró”.
Ve muchos indicios de la fortaleza de su madre en las mujeres que ha conocido por medio de Esperanza, entre ellas Miguelina Suera, de 59 años, que tiene una pequeña verdulería en su casa de ladrillos grises y piso de concreto, cerca de la entrada a Hoyo de Bartola. El escaparate de la tienda es la ventana de su cocina, donde tiene berenjenas, chiles, pimientos y grandes manojos de perejil fresco, mercancías que pudo adquirir gracias a un préstamo de Esperanza.
Mientras conversábamos con ella, los vecinos se asomaban para vernos y niños descalzos se arremolinaban cerca. En cierto momento pasaron corriendo varios hombres armados y con chalecos a prueba de balas. En el barrio hay problemas con pandillas, y nos advirtieron que nos fuéramos antes de que oscureciera.
Nos dirigimos a otro barrio de Santiago bordeado por el lecho seco de un río que se había convertido en depósito de basura y refugio de perros callejeros. Ana Mercedes Martes, de 39 años, confecciona ropa y elabora dulces de coco que vende habitualmente a cuatro restaurantes, aunque sabe que, para crecer tendrá que arreglárselas para hacer más y encontrar otros canales de distribución, como las tiendas de abarrotes.
__Me gustaría darles una muestra de los dulces, pero por desgracia ya se me acabaron __nos dijo.
__¡Ninguna desgracia! __exclamó Pimentel__. ¡Qué bueno!
Ana Mercedes canalizaba sus ganancias a una casa que estaba construyendo en el campo. “Me gustaría tener una tienda”, comentó. “¡Me encantan los negocios! Es algo que estoy logrando con mi inteligencia. Todo esto es fruto de mi esfuerzo”.
Peloteros generosos
El béisbol fue el oficio de toda la vida de Valle, y es muy entretenido oirlo hablar del juego y de lo difícil que es atrapar los velocísimos lanzamientos de un pitcher como Randy Johnson. Este deporte también le ha permitido hacerse de importantes contactos y socios, entre ellos las Ligas Mayores de Béisbol, la Asociación de Jugadores de Grandes Ligas y beisbolistas dominicanos como Alfonso Soriano, jardinero izquierdo de los Cachorros de Chicago, y José Reyes, shortstop de los Mets de Nueva York. El gerente de este último equipo, Omar Minaya, es miembro de la junta directiva de Esperanza.
De regreso en Santo Domingo, Valle y Pimentel conversaron con otro beisbolista dominicano, Pedro Martínez, también de los Mets, y se sintieron felices de haberlo convencido para que se sumara a su labor.
Otros peloteros de las Ligas Mayores están apoyando una iniciativa de Esperanza para financiar y construir canchas de béisbol en comunidades pobres. Hasta la fecha se han terminado cuatro, y se está construyendo la quinta. Son campos estupendos, pero el beisbol en realidad es un medio para alcanzar un fin mayor: el desarrollo comunitario. “La idea no es forjar mejores beisbolistas”, señaló Valle. “es usar esta gran pasión y energía para movilizar a la gente”.
Esperanza consigue los terrenos por medio de contratos de arrendamiento de largo plazo con el gobierno, y proporciona la asesoría técnica y administrativa para construir las canchas. La comunidad aporta la mano de obra y, más adelante, el mantenimiento. Todo niño que participe en una liga o torneo tiene que estar inscrito en una escuela. El plan es que las canchas formen parte de complejos más grandes que incluyan, por ejemplo, escuelas de capacitación vocacional.
Un chico dominicano que ha triunfado en grande es Alfonso Soriano, cuyo subsidio ayudó a construir una cancha en San Pedro de Macorís, su provincia natal. Después de la ceremonia de inauguración, Valle se volvió hacia él y le dijo:
__Me muero de hambre.
__Te voy a llevar a comer el mejor pollo que hayas probado nunca__ le respondió Soriano.
Cuando llegaron al pequeño restaurante llamado Sazón de Mamá, Valle se enteró de que la dueña, Bienvenida Nina Santo, de 33 años, era clienta de Esperanza. Había sido compañera de escuela de Soriano, y los invitó a pasar a su casa, detrás del restaurante. Comparada con las casuchas de tablas del resto del barrio, la de Bienvenida parecía un palacio: una pintoresca construcción de dos plantas, con azulejos en la entrada y ribeteada de rosa y rojo vivos. Su esposo la construyó, pero ella la pagó con el dinero ganado con su negocio.
__Tienes que apoyar a Esperanza__ le dijo Bienvenida a Soriano__. Le está salvando la vida a la gente.
Este comentario no era una exageración ni un simple cumplido, como descubrió Valle cuando la hija menor de la dueña entró a la casa, se acercó a su madre y apoyó la cabeza sobre su hombro con desaliento. La niña tenía más o menos la misma edad que él cuando murió su padre.
__Está bien, está bien __la consoló la mujer__. Todo va a estar bien.
Valle se acordó de su madre y sintió que retrocedía en el tiempo cuando se enteró de que el esposo de Bienvenida había muerto y dejado huérfanos a sus cuatro hijos y un montón de deudas con altos réditos. El préstamo de Esperanza había permitido a la familia mantenerse a flote.
Ahora Bienvenida tiene ingresos de hasta 300 dólares a la semana, una suma impresionante en la República Dominicana, y sus tres hermanos, siguiendo su ejemplo, han abierto sucursales del Sazón de Mamá. Sus hijas tienen grandes aspiraciones. Carina de 15 años quiere ser psicólogo infantil; Daniela de 14, abogada, y Clara, de 9, médica. Con el ejemplo de su madre, no es difícil imaginar que harán realidad sus sueños.
__Sé que vamos a estar bien porque tengo mi negocio__ le dijo Bienvenida a Valle__. Sin la ayuda de ustedes, no sé donde estaríamos.
lunes, 18 de julio de 2011
sábado, 16 de julio de 2011
El libro de Dick Williams.
Chad Finn. The Boston Globe. 12-07-2011.
Cada vez que debo limpiar el garaje o el ático o algún otro sitio lleno de telarañas y probablemente infectado de tarántulas en nuestro hogar, siempre encuentro un gran libro deportivo, como el reciente descubrimiento de uno que se había perdido.
Nunca estoy convencido de porqué compré esos libros, más allá de la usual obsesión deportiva que me llevó a comprar y leer otras joyas literarias como “Nails”, en el cual Lenny Dykstra demostró que es posible “escribir” más libros de los que hayas leído. Pero siempre recuerdo donde los compré. Ellos proceden de una vieja librería de ofertas de Cook’s Corner en Brunswick, Maine. Aunque el nombre del lugar se me escapa (¿Tal vez sea Nonesuch Books?), disfrutaba mucho el lugar y normalmente entraba ahí una o dos veces para llevarme algo de vuelta a casa cuando venía de la Universidad. La mayoría de los libros no valían el dólar o el par de dólares que costaban, pero para un aspirante a periodista deportivo eran una joya, y de vez en cuando alguno brillaba como oro puro.
Sobre mi escritorio está una de esas gangas entre las gangas: “No more Mr. Nice Guy: A Life of Hardball” by Dick Williams y Bill Plaschke. (No, no está escrito en párrafos de una oración). Es una memoria de uno de los principales managers de la historia del béisbol moderno, un inquilino del Salón de la Fama quién ganó dos Series Mundiales con los Atléticos de Oakland a comienzos de los años ’70, dirigió algunos equipos talentosos de los Expos de Montreal más adelante aquella década, y hasta llevó a los Padres de San Diego a la Serie Mundial de 1984. “(Esta mañana, Chris Jaffe en el Hardball Times hizo una mirada completa de los logros vitalicios de Williams)
Por supuesto, en esta esquina del universo beisbolero, sólo una línea, un año, una temporada de su impresionante currículo, importa. Como el maestro mental del dugout de los Medias Rojas de 1967, el irascible Williams fue más responsable que cualquiera, incluido Yaz, de sacudir el letargo y el estoicismo de la gestión de Tom Yawkey y hacer de la temporada del Sueño Imposible una realidad. Tuvo toda la razón cuando dijo que ganarían más de lo que perderían. Como los Grandes y Malos Bruins (el equipo de hockey de Boston), los Medias Rojas de 1967 son los héroes eternos de los fanáticos deportivos de Boston de cierta generación, el equipo que hizo posible todo lo que vino después. La muerte de Williams el pasado jueves 07 de julio de 2011, a los 82 años, fue un sombrío recordatorio de cuanto tiempo ha pasado desde aquella gesta y también trajo reminiscencias de un verano inolvidable en Fenway.
Más tarde aquella noche de jueves, saqué el libro de Williams, publicado en 1990, de un estante de la oficina de mi casa y empecé a hojearlo. Es una memoria sobresaliente para cualquiera, más allá de la figura deportiva, Williams se presenta como un gruñón agradable, divertido, terco, políticamente incorrecto, brillante. En otras palabras, como siempre era percibido. Pero es su candor sobre los jugadores famosos que dirigió, y con los que tuvo encontronazos en algún momento, lo que hace de este libro una lectura divertida.
Solo expresa elogio y admiración por Nolan Ryan, quién jugó para él con los Angelinos, o Tony Gwynn, quién subió al equipo grande de los Padres durante la estadía de Williams. Muchos de sus otros jugadores no fueron tan afortunados. Considere esto una edición especial del programa Nueve Innings, con nueve comentarios del libro de Williams sobre aquellos que jugaron para él. Podría haber listado 90.
1.- Sobre haberle quitado la capitanía a Carl Yastrzemski al asumir como manager: “Tal vez pude haberlo hecho con más gracia. Tal vez Yaz y yo hubiésemos tenido un mejor comienzo si lo hubiera llamado a mi oficina para pedirle que renunciara como capitán. Si, y tal vez debía preguntarle a cada quién en el equipo en cuantos juegos quería participar. Y tal vez habría durado sólo seis meses en Boston. Y habría recuperado mi condenada sala de estar. Al demonio con la gracia. Quería victorias… De todas formas Yaz no tenía las características ni el entusiasmo para ser cacique, pero podía ser un tremendo Indio. Y yo necesitaba a ese Indio”.
2.- Sobre Jim Lonborg, el eventual ganador del Cy Young de la Liga Americana en 1967, al probar su valor a Williams durante el juego del 21 de julio contra los Yanquis al darle un bolazo a Thad Tillotson, quién había golpeado a su compañero Joe Foy temprano en el juego: “Para Lonborg, estaba empezando la temporada de su vida. En ese incidente me probó a mí y al resto de la liga que no iba a ser otro muchacho talentoso lleno de miedo. Al no temblarle el pulso para lanzar adentro”.
3. Sobre cierto comentario en referencia al primera base George Scott: “Scott era un tipo agradable con un problema de peso, en su barriga y en su cabeza. Una vez dije, ‘Hablar con él es como hablar con un bloque de cemento’. Todos pensaron que estaba bromeando, hasta Yaz le dijo a alguien que era un chiste cruel. Pero no era una broma. Lo dije en serio”.
4. Sobre Tony C. “Al final él regresó (de su trágico pelotazo en el ojo en 1967) y yo estaba muy feliz por él, tanto como estuve profundamente afligido por su ataque cardíaco varios años después y por su muerte a comienzos de los ’90. Pueden decir lo que quieran, pero el tipo era un fajador. Al cruzar esas líneas de cal, no había nadie que jugara con más intensidad que él, así lo demuestra el año de su gran regreso. Él era un fajador y yo también, por eso probablemente tuvimos tantos enfrentamientos verbales. No estoy seguro de quién obtuvo lo mejor del otro, pero sé que al haber tenido a Tony Conigliaro fajándose ahí todos los días, el béisbol fue el ganador”.
5.- Sobre los Angelinos de 1975, que solo batearon 55 jonrones en toda la temporada: “Estos Angelinos estaban afectados por varias cosas, comenzando con lo que los reporteros aburridos llamaban un infield incubadora. Por supuesto, eramos jóvenes: el primera base Bruce Bochte estaba en su segunda temporada, el segunda base Jerry Remy era un novato, el campocorto Orlando Ramírez estaba en su segunda temporada, el tercera base Dave Chalk estaba en su segunda temporada completa. No me hubiera importado que su total combinado de jonrones fuese solo de siete, o que ninguno de ellos bateara más de .285 o empujara más de 82 carreras. Podía haber vivido con eso si hubiese visto una esperanza de mejoría en el futuro cercano. El problema era que solo uno de ellos, Remy, mejoró bastante. Era obvio que mis Angelinos eran los Peter Pan del béisbol, simpáticos chicos que nunca crecerían”.
6. Sobre Reggie Jackson y los Atléticos de Oakland de principios de los ’70 que ganaron tres Series Mundiales corridas, dos dirigidos por Williams: “El clubhouse tenía tres líderes. Reggie, (Sal) Bando, y Catfish (Hunter). Reggie era el tipo de los pulmones, la voz principal. Su constante habladera le daba a sus compañeros algo de que reirse y mantenerse unidos, lo mejor era que aquello era un acto. Lo sabía, porque yo solía ser el misto tipo de actor. Reggie realmente era talentoso pero muy sensible e inseguro. En otras palabras, si atravesabas sus embestidas, podías encontrar a un tipo que jugaría su condenado mejor béisbol para ti”.
7. Sobre los Expos de Montreal y su maravilloso trío de jóvenes jardineros de finales de los ’70, Andre Dawson, Warren Cromartie y Ellis Valentine: “Siempre mencionaré a Dawson de primero, porque era la tercera opción de todos. De los tres, él siempre fue el aprendiz lento, el que necesitaba trabajar más y no avanzaba mucho. Nuestros scouts se sentaban y se les llenaba la boca de espuma hablando de la habilidad natural de Valentine y del bate increíble de Cromartie. ‘Y’ ellos siempre decían, ‘siempre hemos tenido a Dawson’. Como si Dawson no perteneciera al mismo discurso. Ya saben lo que pasó. Podían haberse perdido de la escena beisbolera por un rato y aún saber lo que pasaría. Dawson, trabajando todos los días… se convirtió en un futuro guante de oro y Pelotero Más Valioso y unos de los embajadores principales del beisbol”.
8. Sobre Mark Langston, a quién Williams acusó de pedir que lo sacaran de los juegos cuando él dirigía en Seattle: “Percibí a Langston como siento todo el béisbol. Lo percibí finalmente cuando le costó un banderín a los Expos de Montreal a finales del verano de 1989 al colapsar en sus próximas salidas. Sin agallas. Cualquiera puede lanzar para un perdedor, lo cual Langston hacía muy bien con los Marineros antes de llegar yo. Pero dejanos a verte lanzar para un ganador. Esa es la señal de un verdadero competidor, lo cual Langston no es…Vamos Langston. Te quiero ver lanzar para un ganador. Déjanos verte ser un ganador”.
9. Sobre Bill Lee, a quién Williams dirigió como novato con los Medias Rojas y después en Montreal: “Una vez cuando necesitaba que Lee lanzara, llegó al clubhouse lleno de heridas y cortadas, parecía que acababa de hacer una pelea de diez rounds. Me dijo que un taxi lo había arrollado mientras trotaba. Le pregunté como había hecho para llegar así hasta el clubhouse. El taxista asustado lo había llevado. Lee dijo que hasta le dio una propina. Traté de controlarme antes de decirle que no iba a jugar. Más adelante en aquella temporada, durante una gira, lo ví trotando cerca de una marina y le grité: “Ten cuidado, no vaya a ser que uno de esos barcos salte y te arrolle”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Cada vez que debo limpiar el garaje o el ático o algún otro sitio lleno de telarañas y probablemente infectado de tarántulas en nuestro hogar, siempre encuentro un gran libro deportivo, como el reciente descubrimiento de uno que se había perdido.
Nunca estoy convencido de porqué compré esos libros, más allá de la usual obsesión deportiva que me llevó a comprar y leer otras joyas literarias como “Nails”, en el cual Lenny Dykstra demostró que es posible “escribir” más libros de los que hayas leído. Pero siempre recuerdo donde los compré. Ellos proceden de una vieja librería de ofertas de Cook’s Corner en Brunswick, Maine. Aunque el nombre del lugar se me escapa (¿Tal vez sea Nonesuch Books?), disfrutaba mucho el lugar y normalmente entraba ahí una o dos veces para llevarme algo de vuelta a casa cuando venía de la Universidad. La mayoría de los libros no valían el dólar o el par de dólares que costaban, pero para un aspirante a periodista deportivo eran una joya, y de vez en cuando alguno brillaba como oro puro.
Sobre mi escritorio está una de esas gangas entre las gangas: “No more Mr. Nice Guy: A Life of Hardball” by Dick Williams y Bill Plaschke. (No, no está escrito en párrafos de una oración). Es una memoria de uno de los principales managers de la historia del béisbol moderno, un inquilino del Salón de la Fama quién ganó dos Series Mundiales con los Atléticos de Oakland a comienzos de los años ’70, dirigió algunos equipos talentosos de los Expos de Montreal más adelante aquella década, y hasta llevó a los Padres de San Diego a la Serie Mundial de 1984. “(Esta mañana, Chris Jaffe en el Hardball Times hizo una mirada completa de los logros vitalicios de Williams)
Por supuesto, en esta esquina del universo beisbolero, sólo una línea, un año, una temporada de su impresionante currículo, importa. Como el maestro mental del dugout de los Medias Rojas de 1967, el irascible Williams fue más responsable que cualquiera, incluido Yaz, de sacudir el letargo y el estoicismo de la gestión de Tom Yawkey y hacer de la temporada del Sueño Imposible una realidad. Tuvo toda la razón cuando dijo que ganarían más de lo que perderían. Como los Grandes y Malos Bruins (el equipo de hockey de Boston), los Medias Rojas de 1967 son los héroes eternos de los fanáticos deportivos de Boston de cierta generación, el equipo que hizo posible todo lo que vino después. La muerte de Williams el pasado jueves 07 de julio de 2011, a los 82 años, fue un sombrío recordatorio de cuanto tiempo ha pasado desde aquella gesta y también trajo reminiscencias de un verano inolvidable en Fenway.
Más tarde aquella noche de jueves, saqué el libro de Williams, publicado en 1990, de un estante de la oficina de mi casa y empecé a hojearlo. Es una memoria sobresaliente para cualquiera, más allá de la figura deportiva, Williams se presenta como un gruñón agradable, divertido, terco, políticamente incorrecto, brillante. En otras palabras, como siempre era percibido. Pero es su candor sobre los jugadores famosos que dirigió, y con los que tuvo encontronazos en algún momento, lo que hace de este libro una lectura divertida.
Solo expresa elogio y admiración por Nolan Ryan, quién jugó para él con los Angelinos, o Tony Gwynn, quién subió al equipo grande de los Padres durante la estadía de Williams. Muchos de sus otros jugadores no fueron tan afortunados. Considere esto una edición especial del programa Nueve Innings, con nueve comentarios del libro de Williams sobre aquellos que jugaron para él. Podría haber listado 90.
1.- Sobre haberle quitado la capitanía a Carl Yastrzemski al asumir como manager: “Tal vez pude haberlo hecho con más gracia. Tal vez Yaz y yo hubiésemos tenido un mejor comienzo si lo hubiera llamado a mi oficina para pedirle que renunciara como capitán. Si, y tal vez debía preguntarle a cada quién en el equipo en cuantos juegos quería participar. Y tal vez habría durado sólo seis meses en Boston. Y habría recuperado mi condenada sala de estar. Al demonio con la gracia. Quería victorias… De todas formas Yaz no tenía las características ni el entusiasmo para ser cacique, pero podía ser un tremendo Indio. Y yo necesitaba a ese Indio”.
2.- Sobre Jim Lonborg, el eventual ganador del Cy Young de la Liga Americana en 1967, al probar su valor a Williams durante el juego del 21 de julio contra los Yanquis al darle un bolazo a Thad Tillotson, quién había golpeado a su compañero Joe Foy temprano en el juego: “Para Lonborg, estaba empezando la temporada de su vida. En ese incidente me probó a mí y al resto de la liga que no iba a ser otro muchacho talentoso lleno de miedo. Al no temblarle el pulso para lanzar adentro”.
3. Sobre cierto comentario en referencia al primera base George Scott: “Scott era un tipo agradable con un problema de peso, en su barriga y en su cabeza. Una vez dije, ‘Hablar con él es como hablar con un bloque de cemento’. Todos pensaron que estaba bromeando, hasta Yaz le dijo a alguien que era un chiste cruel. Pero no era una broma. Lo dije en serio”.
4. Sobre Tony C. “Al final él regresó (de su trágico pelotazo en el ojo en 1967) y yo estaba muy feliz por él, tanto como estuve profundamente afligido por su ataque cardíaco varios años después y por su muerte a comienzos de los ’90. Pueden decir lo que quieran, pero el tipo era un fajador. Al cruzar esas líneas de cal, no había nadie que jugara con más intensidad que él, así lo demuestra el año de su gran regreso. Él era un fajador y yo también, por eso probablemente tuvimos tantos enfrentamientos verbales. No estoy seguro de quién obtuvo lo mejor del otro, pero sé que al haber tenido a Tony Conigliaro fajándose ahí todos los días, el béisbol fue el ganador”.
5.- Sobre los Angelinos de 1975, que solo batearon 55 jonrones en toda la temporada: “Estos Angelinos estaban afectados por varias cosas, comenzando con lo que los reporteros aburridos llamaban un infield incubadora. Por supuesto, eramos jóvenes: el primera base Bruce Bochte estaba en su segunda temporada, el segunda base Jerry Remy era un novato, el campocorto Orlando Ramírez estaba en su segunda temporada, el tercera base Dave Chalk estaba en su segunda temporada completa. No me hubiera importado que su total combinado de jonrones fuese solo de siete, o que ninguno de ellos bateara más de .285 o empujara más de 82 carreras. Podía haber vivido con eso si hubiese visto una esperanza de mejoría en el futuro cercano. El problema era que solo uno de ellos, Remy, mejoró bastante. Era obvio que mis Angelinos eran los Peter Pan del béisbol, simpáticos chicos que nunca crecerían”.
6. Sobre Reggie Jackson y los Atléticos de Oakland de principios de los ’70 que ganaron tres Series Mundiales corridas, dos dirigidos por Williams: “El clubhouse tenía tres líderes. Reggie, (Sal) Bando, y Catfish (Hunter). Reggie era el tipo de los pulmones, la voz principal. Su constante habladera le daba a sus compañeros algo de que reirse y mantenerse unidos, lo mejor era que aquello era un acto. Lo sabía, porque yo solía ser el misto tipo de actor. Reggie realmente era talentoso pero muy sensible e inseguro. En otras palabras, si atravesabas sus embestidas, podías encontrar a un tipo que jugaría su condenado mejor béisbol para ti”.
7. Sobre los Expos de Montreal y su maravilloso trío de jóvenes jardineros de finales de los ’70, Andre Dawson, Warren Cromartie y Ellis Valentine: “Siempre mencionaré a Dawson de primero, porque era la tercera opción de todos. De los tres, él siempre fue el aprendiz lento, el que necesitaba trabajar más y no avanzaba mucho. Nuestros scouts se sentaban y se les llenaba la boca de espuma hablando de la habilidad natural de Valentine y del bate increíble de Cromartie. ‘Y’ ellos siempre decían, ‘siempre hemos tenido a Dawson’. Como si Dawson no perteneciera al mismo discurso. Ya saben lo que pasó. Podían haberse perdido de la escena beisbolera por un rato y aún saber lo que pasaría. Dawson, trabajando todos los días… se convirtió en un futuro guante de oro y Pelotero Más Valioso y unos de los embajadores principales del beisbol”.
8. Sobre Mark Langston, a quién Williams acusó de pedir que lo sacaran de los juegos cuando él dirigía en Seattle: “Percibí a Langston como siento todo el béisbol. Lo percibí finalmente cuando le costó un banderín a los Expos de Montreal a finales del verano de 1989 al colapsar en sus próximas salidas. Sin agallas. Cualquiera puede lanzar para un perdedor, lo cual Langston hacía muy bien con los Marineros antes de llegar yo. Pero dejanos a verte lanzar para un ganador. Esa es la señal de un verdadero competidor, lo cual Langston no es…Vamos Langston. Te quiero ver lanzar para un ganador. Déjanos verte ser un ganador”.
9. Sobre Bill Lee, a quién Williams dirigió como novato con los Medias Rojas y después en Montreal: “Una vez cuando necesitaba que Lee lanzara, llegó al clubhouse lleno de heridas y cortadas, parecía que acababa de hacer una pelea de diez rounds. Me dijo que un taxi lo había arrollado mientras trotaba. Le pregunté como había hecho para llegar así hasta el clubhouse. El taxista asustado lo había llevado. Lee dijo que hasta le dio una propina. Traté de controlarme antes de decirle que no iba a jugar. Más adelante en aquella temporada, durante una gira, lo ví trotando cerca de una marina y le grité: “Ten cuidado, no vaya a ser que uno de esos barcos salte y te arrolle”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
jueves, 14 de julio de 2011
Sparky Anderson un manager y ser humano legendario
Merece cada uno de los homenajes que le han rendido desde su fallecimiento.
Terence Moore. MLB.com
Él era original y encantador. Ya era una persona del Salón de la Fama antes de convertirse en manager inquilino de ese lugar. Merece toda la atención póstuma que está recibiendo. Conozco mucho de George “Sparky” Anderson porque pasé años estudiando su escalada desde el anonimato beisbolero hasta el estrellato deportivo.
Primero, fui discípulo de la Gran Maquinaria Roja de Anderson, y vivía en Cincinnati cuando él llegó en la temporada de 1970 con el encabezado de un periódico local que decía “¿Sparky quién?”. Después, tuve que ver con Anderson a menudo como periodista deportivo del Cincinnati Enquirer y otros periódicos a través de su espléndido viaje a Cooperstown con los Rojos y después con los Tigres de Detroit.
Así, que aún cuando han transcurrido casi ocho meses desde la muerte repentina de Anderson a los 76 años, aquellos quienes fuimos tocados por este genio de cabello plateado con una sonrisa agradecida y la destreza de las personas inteligentes, deseamos celebrar su vida por tanto tiempo como sea posible.
En particular, los Tigres se están uniendo a los Rojos para tratar de mantener ardiendo la chispa en una llama eterna entre los aficionados al béisbol y allegados. Tiene sentido para ambos equipos. Por nueve temporadas, Anderson llevó a los Rojos a cuatro banderines de la Liga Nacional, cinco títulos divisionales y dos Series Mundiales. Luego pasó 17 temporadas en Detroit, donde se convirtió en un símbolo para una franquicia que tiene muchos. También logró una Serie Mundial con los Tigres y ganó dos veces el premio al Manager del Año en la Liga Americana.
Nadie se pregunta porqué las lágrimas fluyeron con tanta facilidad el domingo 26 de junio de 2011 en Detroit, donde los Tigres hicieron una ceremonia a la memoria de Sparky en Comerica Park antes de su juego ante los Cascabeles de Arizona. Los Tigres retiraron su número 11, y lo hicieron mientras transmitían un video en homenaje a Anderson, también contaron con la presencia de sus tres hijos para hacer los lanzamientos iniciales del juego.
Los Rojos comenzaron su serie de homenajes a Sparky en marzo en su campamento de entrenamientos primaverales de Goodyear, Ariz. Pasaron un video de Anderson en sus días con los Rojos, y luego guardaron un momento de silencio. También empezaron a usar una etiqueta que dice “Sparky”, en la manga derecha de sus uniformes. Y los homenajes siguen. Además, pintaron el número 10, que Sparky usó con ellos, sobre la grama de la línea de tercera base en Goodyear.
Pocas semanas más tarde, los Rojos exhibieron su video de Sparky el día inaugural en Cincinnati, y hubo otro momento de silencio. Un mes después de eso, los Rojos regalaron a los aficionados estatuillas de bronce de Anderson en un juego en casa ante los Cardenales de San Luis. La promoción ocurrió el dia de cumpleaños de Tany Pérez, uno de los tres grandes miembros de la Gran Maquinaria Roja que acompañan a Sparky en Cooperstown.
Las anécdotas de Sparky emergían por todos lados en Cincinnati, lo propio ocurrió el domingo 26 de junio en Detroit. Nadie superó al manager de los Tigres Jim Leyland, quién habló de Anderson para Detroit News. “Él era toda una personalidad. Tenía el cabello blanco a los 35 años. Siempre llamaba la atención. Era un tipo carismático. Fue el Casey Stengel de los ’70 y los ’80 y fue un ganador. Es muy lamentable que no esté aquí para ver esto”.
Leyland recordó el primer entrenamiento primaveral de Anderson como manager de Grandes Ligas en 1970 con los Rojos. “Él tenía a Rose, Bench, Morgan, Pérez y todos los tipos de aquella alineación y le dijo al equipo, ‘Miren, estos son los muchachos que van a jugar, ellos son los que van a ganar para nosotros. Ustedes, los otros muchachos prepárense para el viaje y disfrútenlo”.
Él hablaba en serio, por cierto, y eso funcionaba (observen la Gran Maquinaria Roja de Anderson, dueña de más victorias que cualquier equipo durante los años ’70). Pero para los que no se llamaban Rose, Bench, Morgan y Pérez en aquellos Rojos, Anderson era considerado enemigo de la igualdad de oportunidades.
Ellos decían que él jugaba con sus peloteros favoritos.
A lo cual Anderson ladeaba la cabeza, respiraba profundo y se mantenía leal a sus convicciones.
A pesar de eso, Anderson nunca fue beligerante. Y, hablando de nunca, él nunca recibió premio alguno de Manager del Año en la Liga Nacional con los Rojos. Era considerado un manager de apretar botones. En sus días con Detroit, una vez Anderson me dijo que su trabajo más difícil en Cincinnati no era decidir cuan rápido sacar a un pitcher abridor, lo cual fortalecía su apodo de Capitán Garfio, sino tratar de evitar que explotaran los grandes egos en el clubhouse de los Rojos. Anderson dijo entonces: “Créeme, no existía ningún cariño espontáneo entre esos tipos”.
Leyland añadió: “Mucha gente no cree eso, pero es la verdad. Si eres manager y ganas y le gustas a los medios, entonces hiciste un gran trabajo y eres un gran manager. Si eres manager y ganas y no le gustas a los medios, entonces tienes buenos peloteros”.
“Así son las cosas. Ahí era donde Sparky era grande. Si, el tenía grandes peloteros, pero era muy exigente manejar la Gran Maquinaria Roja. Había muchos nombres grandes, grandes estrellas en ese equipo. Eso era lo que me impresionaba de Sparky, la manera como enfrentaba aquel escenario”.
Al final del día, Anderson era respetado hasta por muchos de sus detractores, debido a su estilo de hablar sin pelos en la lengua y a que se ubicaba entre los animadores más grandes de todos los tiempos.
Nunca olvidaré como, siendo alguien recién graduado de la Universidad que escribía de aquellos poderosos Rojos para el Enquirer, Anderson me trataba tan bien como a cualquier reportero veterano. Se sabe muy bien que era muy rara la ocasión cuando se reunía con un periodista (o persona) que no le agradara.
Una vez, a mediados de los años ’70, cuando había pocas reglas de cuanto tiempo podían permanecer los reporteros en los clubhouses, conversé con Anderson en su oficina hasta alrededor de 15 minutos antes de comenzar un juego. A él no le gustaba parar de hablar cuando la conversación era reconfortante. Comencé a ponerme nervioso, y tuve visiones de Pete, Tony, Joe o Johnny entrando a la oficina y gritando, “Mira, Sparky, sal de ahí y deja a ese muchacho tranquilo. Los árbitros están esperando por ti en el home para que lleves la tarjeta de la alineación”.
Cuando decidí decirle a Anderson que se acercaba el momento del primer lanzamiento, se levantó de su silla, agarró su camiseta mientras caminaba y me dijo mientras se la abotonaba al pasar por la puerta, “Si necesitas algo más, podemos hablar después”.
Típico Sparky.
Típico lo suficiente para permanecer mágico por siempre.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Terence Moore. MLB.com
Él era original y encantador. Ya era una persona del Salón de la Fama antes de convertirse en manager inquilino de ese lugar. Merece toda la atención póstuma que está recibiendo. Conozco mucho de George “Sparky” Anderson porque pasé años estudiando su escalada desde el anonimato beisbolero hasta el estrellato deportivo.
Primero, fui discípulo de la Gran Maquinaria Roja de Anderson, y vivía en Cincinnati cuando él llegó en la temporada de 1970 con el encabezado de un periódico local que decía “¿Sparky quién?”. Después, tuve que ver con Anderson a menudo como periodista deportivo del Cincinnati Enquirer y otros periódicos a través de su espléndido viaje a Cooperstown con los Rojos y después con los Tigres de Detroit.
Así, que aún cuando han transcurrido casi ocho meses desde la muerte repentina de Anderson a los 76 años, aquellos quienes fuimos tocados por este genio de cabello plateado con una sonrisa agradecida y la destreza de las personas inteligentes, deseamos celebrar su vida por tanto tiempo como sea posible.
En particular, los Tigres se están uniendo a los Rojos para tratar de mantener ardiendo la chispa en una llama eterna entre los aficionados al béisbol y allegados. Tiene sentido para ambos equipos. Por nueve temporadas, Anderson llevó a los Rojos a cuatro banderines de la Liga Nacional, cinco títulos divisionales y dos Series Mundiales. Luego pasó 17 temporadas en Detroit, donde se convirtió en un símbolo para una franquicia que tiene muchos. También logró una Serie Mundial con los Tigres y ganó dos veces el premio al Manager del Año en la Liga Americana.
Nadie se pregunta porqué las lágrimas fluyeron con tanta facilidad el domingo 26 de junio de 2011 en Detroit, donde los Tigres hicieron una ceremonia a la memoria de Sparky en Comerica Park antes de su juego ante los Cascabeles de Arizona. Los Tigres retiraron su número 11, y lo hicieron mientras transmitían un video en homenaje a Anderson, también contaron con la presencia de sus tres hijos para hacer los lanzamientos iniciales del juego.
Los Rojos comenzaron su serie de homenajes a Sparky en marzo en su campamento de entrenamientos primaverales de Goodyear, Ariz. Pasaron un video de Anderson en sus días con los Rojos, y luego guardaron un momento de silencio. También empezaron a usar una etiqueta que dice “Sparky”, en la manga derecha de sus uniformes. Y los homenajes siguen. Además, pintaron el número 10, que Sparky usó con ellos, sobre la grama de la línea de tercera base en Goodyear.
Pocas semanas más tarde, los Rojos exhibieron su video de Sparky el día inaugural en Cincinnati, y hubo otro momento de silencio. Un mes después de eso, los Rojos regalaron a los aficionados estatuillas de bronce de Anderson en un juego en casa ante los Cardenales de San Luis. La promoción ocurrió el dia de cumpleaños de Tany Pérez, uno de los tres grandes miembros de la Gran Maquinaria Roja que acompañan a Sparky en Cooperstown.
Las anécdotas de Sparky emergían por todos lados en Cincinnati, lo propio ocurrió el domingo 26 de junio en Detroit. Nadie superó al manager de los Tigres Jim Leyland, quién habló de Anderson para Detroit News. “Él era toda una personalidad. Tenía el cabello blanco a los 35 años. Siempre llamaba la atención. Era un tipo carismático. Fue el Casey Stengel de los ’70 y los ’80 y fue un ganador. Es muy lamentable que no esté aquí para ver esto”.
Leyland recordó el primer entrenamiento primaveral de Anderson como manager de Grandes Ligas en 1970 con los Rojos. “Él tenía a Rose, Bench, Morgan, Pérez y todos los tipos de aquella alineación y le dijo al equipo, ‘Miren, estos son los muchachos que van a jugar, ellos son los que van a ganar para nosotros. Ustedes, los otros muchachos prepárense para el viaje y disfrútenlo”.
Él hablaba en serio, por cierto, y eso funcionaba (observen la Gran Maquinaria Roja de Anderson, dueña de más victorias que cualquier equipo durante los años ’70). Pero para los que no se llamaban Rose, Bench, Morgan y Pérez en aquellos Rojos, Anderson era considerado enemigo de la igualdad de oportunidades.
Ellos decían que él jugaba con sus peloteros favoritos.
A lo cual Anderson ladeaba la cabeza, respiraba profundo y se mantenía leal a sus convicciones.
A pesar de eso, Anderson nunca fue beligerante. Y, hablando de nunca, él nunca recibió premio alguno de Manager del Año en la Liga Nacional con los Rojos. Era considerado un manager de apretar botones. En sus días con Detroit, una vez Anderson me dijo que su trabajo más difícil en Cincinnati no era decidir cuan rápido sacar a un pitcher abridor, lo cual fortalecía su apodo de Capitán Garfio, sino tratar de evitar que explotaran los grandes egos en el clubhouse de los Rojos. Anderson dijo entonces: “Créeme, no existía ningún cariño espontáneo entre esos tipos”.
Leyland añadió: “Mucha gente no cree eso, pero es la verdad. Si eres manager y ganas y le gustas a los medios, entonces hiciste un gran trabajo y eres un gran manager. Si eres manager y ganas y no le gustas a los medios, entonces tienes buenos peloteros”.
“Así son las cosas. Ahí era donde Sparky era grande. Si, el tenía grandes peloteros, pero era muy exigente manejar la Gran Maquinaria Roja. Había muchos nombres grandes, grandes estrellas en ese equipo. Eso era lo que me impresionaba de Sparky, la manera como enfrentaba aquel escenario”.
Al final del día, Anderson era respetado hasta por muchos de sus detractores, debido a su estilo de hablar sin pelos en la lengua y a que se ubicaba entre los animadores más grandes de todos los tiempos.
Nunca olvidaré como, siendo alguien recién graduado de la Universidad que escribía de aquellos poderosos Rojos para el Enquirer, Anderson me trataba tan bien como a cualquier reportero veterano. Se sabe muy bien que era muy rara la ocasión cuando se reunía con un periodista (o persona) que no le agradara.
Una vez, a mediados de los años ’70, cuando había pocas reglas de cuanto tiempo podían permanecer los reporteros en los clubhouses, conversé con Anderson en su oficina hasta alrededor de 15 minutos antes de comenzar un juego. A él no le gustaba parar de hablar cuando la conversación era reconfortante. Comencé a ponerme nervioso, y tuve visiones de Pete, Tony, Joe o Johnny entrando a la oficina y gritando, “Mira, Sparky, sal de ahí y deja a ese muchacho tranquilo. Los árbitros están esperando por ti en el home para que lleves la tarjeta de la alineación”.
Cuando decidí decirle a Anderson que se acercaba el momento del primer lanzamiento, se levantó de su silla, agarró su camiseta mientras caminaba y me dijo mientras se la abotonaba al pasar por la puerta, “Si necesitas algo más, podemos hablar después”.
Típico Sparky.
Típico lo suficiente para permanecer mágico por siempre.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
martes, 12 de julio de 2011
Dick Williams revivió la popularidad de los Medias Rojas en Nueva Inglaterra.
Garry Brown. masslive.com. 09-07-2011.
AP.
En mis primeros días como periodista en Springfield, no cubríamos a los Medias Rojas regularmente.
Nadie se quejaba de eso, porque los patirrojos de finales de los ’50 y comienzos de los ’60 eran equipos horrendos, de ninguna manera eran comparables a los Yanquis de Nueva York.
Pero, en julio de 1967, empezamos a decirnos que quizás deberíamos prestarle atención a ese equipo. Después de todo, los jóvenes Medias Rojas, con un manager novato de 38 años, estaban jugando bien y seguían en la carrera por el banderín. En ese momento, por supuesto nadie esperaba que ganaran el banderín, pero parecían merecer nuestra atención, especialmente desde que el apostador Jimmy “The Greek” Snyder les había dado una oportunidad de triunfo de 100-1.
Fue en una noche de finales de julio cuando conocí a Dick Williams. Sus Medias Rojas estaban de vuelta en Fenway Park luego de una intensa gira, estaban en medio de una seguidilla de 10 victorias. Me enviaron a cubrirlos.
Antes del juego en el dugout, algunos miembros del cuerpo de periodistas que seguían a los Medias Rojas, esperaban que terminara la práctica de bateo. Encontré un puesto en el banco al lado de mi viejo amigo y colega, el nativo de Westfield, Ray Fitzgerald. En ese momento, él era un destacado periodista en ascenso, escribía columnas deportivas para el Boston Globe. Antes de que se fuera a ese trabajo, habíamos laborado juntos por 10 años en el departamento deportivo de The Springfield Union.
Ray me puso al tanto rápidamente de cómo era cubrir a los nuevos Medias Rojas. Como lo especificó, el manager daba mucho de que hablar, porque no le importaba arengar a sus peloteros en público, y no había reclamo de parte de ellos.
Al final de la práctica de bateo, Williams regresó al dugout. Bill Liston, un curtido veterano que cubría a los Medias Rojas para el ahora desaparecido Boston Traveler, le preguntó porqué seguía presionando sobre los problemas de peso de su primera base y toletero, George Scott.
“No me importa lo que él piense de eso”, dijo Williams. “Le dije que si no regresa al peso apropiado, no jugará. No estoy aquí para ganar un concurso de popularidad, estoy para ganar juegos”.
Esa cita del “concurso de popularidad” centelleó en mi memoria cuando leí este jueves 07 de julio de 2001 que Dick Williams había fallecido a los 82 años.
El estilo cáustico con el que dirigió a los Medias Rojas a su banderín del “Sueño Imposible” en 1967 eventualmente llevó a Williams al Salón de la Fama Nacional de Béisbol en Cooperstown, N.Y, donde fue inducido en 2008. Cuando ganó las Series Mundiales de 1972 y 1973 con los Atléticos de Oakland, y un banderín con los Padres de San Diego en 1984, era el mismo tipo enfocado en un objetivo.
El equipo más ganador que Williams dirigió, nunca llegó a la Serie Mundial. Eso fue en 1971, cuando sus Atléticos dejaron marca de 101-60, pero fueron barridos en la Serie de Campeonato de la Liga Americana (entonces a 5 juegos) por el poderoso Baltimore de Earl Weaver. Weaver y Williams habían sido rivales cuando dirigieron en la Liga Internacional AAA.
¿Funcionaría el estilo de la vieja escuela empleado por esos dos en el mundo de hoy plagado de superestrellas con sueldos excesivos? Le pregunté a Williams cuando vino a Fenway en 2007 para el cuadragésimo aniversario de su equipo “soñado”.
“¿Dirigir en la actualidad? No duraría dos días”, dijo él.
Aprendió el béisbol profesional de la manera más dura, jugó 10 temporadas como jugador del cuadro de ligas menores en el sistema de los Dodgers de Brooklyn, batalló hasta el final para llegar a las mayores como jugador del cuadro, de reserva.
En las menores, jugó un par de temporadas con Walter “Butsy” Fiala, un talentoso segunda base de West Springfield. Butsy se quedó atascado en las menores porque los Dodgers tenían a Jackie Robinson y Junior Gilliam por encima de él.
Williams jugó sus últimas dos temporadas en Grandes Ligas con los Medias Rojas, en 1963 y ’64. Se retiró a los 36 años cuando los patirrojos le ofrecieron la oportunidad de dirigir su equipo de Triple A, entonces asentado en Toronto.
Su nómina en 1965 y ’66 incluía a ocho peloteros que vivirían aquel “Sueño Imposible”, el jardinero Reggie Smith, lo jugadores del cuadro Joe Foy y Mike Andrews, los receptores Russ Gibson y Mike Ryan y los pitchers Gary Waslewski, Jerry Stephenson y Billy Rohr.
En aquellos años de Toronto, Williams también dirigió a un par de pitchers locales, Bill Spanswick de Enfield y Eddie Connolly de Pittsfield.
Los Maple Leafs de Toronto de 1966 terminaron un juego detrás de Rochester, un equipo dirigido por Weaver. En los play offs de la Liga Internacional, Rochester cayó en la primera ronda, y Toronto venció a Columbus en la final.
Ese campeonato convenció al gerente general de los Medias Rojas, Dick O’Connell de que su manager de Triple A estaba listo para dirigir en las Grandes Ligas. Es justo decir que la cultura beisbolera de los Medias Rojas cambió para siempre debido a la fe de O’Connell en Dick Williams.
En el invierno de 1968, Williams vino a Springfield como invitado de honor de un evento para recaudar fondos en el Hotel Kimball. El local abarrotado de aficionados, testimonia el revivido interés de la región por los Medias Rojas.
En total, Williams tuvo una carrera de 40 años en el béisbol profesional. En 22 temporadas como manager ganó 1571 juegos.
¿Concursos de popularidad? En todos esos años, él podría decir, con orgullo, que nunca ganó uno.
Ese fue Richard Hirschfeld Williams, mi tipo de manager de béisbol.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
AP.
En mis primeros días como periodista en Springfield, no cubríamos a los Medias Rojas regularmente.
Nadie se quejaba de eso, porque los patirrojos de finales de los ’50 y comienzos de los ’60 eran equipos horrendos, de ninguna manera eran comparables a los Yanquis de Nueva York.
Pero, en julio de 1967, empezamos a decirnos que quizás deberíamos prestarle atención a ese equipo. Después de todo, los jóvenes Medias Rojas, con un manager novato de 38 años, estaban jugando bien y seguían en la carrera por el banderín. En ese momento, por supuesto nadie esperaba que ganaran el banderín, pero parecían merecer nuestra atención, especialmente desde que el apostador Jimmy “The Greek” Snyder les había dado una oportunidad de triunfo de 100-1.
Fue en una noche de finales de julio cuando conocí a Dick Williams. Sus Medias Rojas estaban de vuelta en Fenway Park luego de una intensa gira, estaban en medio de una seguidilla de 10 victorias. Me enviaron a cubrirlos.
Antes del juego en el dugout, algunos miembros del cuerpo de periodistas que seguían a los Medias Rojas, esperaban que terminara la práctica de bateo. Encontré un puesto en el banco al lado de mi viejo amigo y colega, el nativo de Westfield, Ray Fitzgerald. En ese momento, él era un destacado periodista en ascenso, escribía columnas deportivas para el Boston Globe. Antes de que se fuera a ese trabajo, habíamos laborado juntos por 10 años en el departamento deportivo de The Springfield Union.
Ray me puso al tanto rápidamente de cómo era cubrir a los nuevos Medias Rojas. Como lo especificó, el manager daba mucho de que hablar, porque no le importaba arengar a sus peloteros en público, y no había reclamo de parte de ellos.
Al final de la práctica de bateo, Williams regresó al dugout. Bill Liston, un curtido veterano que cubría a los Medias Rojas para el ahora desaparecido Boston Traveler, le preguntó porqué seguía presionando sobre los problemas de peso de su primera base y toletero, George Scott.
“No me importa lo que él piense de eso”, dijo Williams. “Le dije que si no regresa al peso apropiado, no jugará. No estoy aquí para ganar un concurso de popularidad, estoy para ganar juegos”.
Esa cita del “concurso de popularidad” centelleó en mi memoria cuando leí este jueves 07 de julio de 2001 que Dick Williams había fallecido a los 82 años.
El estilo cáustico con el que dirigió a los Medias Rojas a su banderín del “Sueño Imposible” en 1967 eventualmente llevó a Williams al Salón de la Fama Nacional de Béisbol en Cooperstown, N.Y, donde fue inducido en 2008. Cuando ganó las Series Mundiales de 1972 y 1973 con los Atléticos de Oakland, y un banderín con los Padres de San Diego en 1984, era el mismo tipo enfocado en un objetivo.
El equipo más ganador que Williams dirigió, nunca llegó a la Serie Mundial. Eso fue en 1971, cuando sus Atléticos dejaron marca de 101-60, pero fueron barridos en la Serie de Campeonato de la Liga Americana (entonces a 5 juegos) por el poderoso Baltimore de Earl Weaver. Weaver y Williams habían sido rivales cuando dirigieron en la Liga Internacional AAA.
¿Funcionaría el estilo de la vieja escuela empleado por esos dos en el mundo de hoy plagado de superestrellas con sueldos excesivos? Le pregunté a Williams cuando vino a Fenway en 2007 para el cuadragésimo aniversario de su equipo “soñado”.
“¿Dirigir en la actualidad? No duraría dos días”, dijo él.
Aprendió el béisbol profesional de la manera más dura, jugó 10 temporadas como jugador del cuadro de ligas menores en el sistema de los Dodgers de Brooklyn, batalló hasta el final para llegar a las mayores como jugador del cuadro, de reserva.
En las menores, jugó un par de temporadas con Walter “Butsy” Fiala, un talentoso segunda base de West Springfield. Butsy se quedó atascado en las menores porque los Dodgers tenían a Jackie Robinson y Junior Gilliam por encima de él.
Williams jugó sus últimas dos temporadas en Grandes Ligas con los Medias Rojas, en 1963 y ’64. Se retiró a los 36 años cuando los patirrojos le ofrecieron la oportunidad de dirigir su equipo de Triple A, entonces asentado en Toronto.
Su nómina en 1965 y ’66 incluía a ocho peloteros que vivirían aquel “Sueño Imposible”, el jardinero Reggie Smith, lo jugadores del cuadro Joe Foy y Mike Andrews, los receptores Russ Gibson y Mike Ryan y los pitchers Gary Waslewski, Jerry Stephenson y Billy Rohr.
En aquellos años de Toronto, Williams también dirigió a un par de pitchers locales, Bill Spanswick de Enfield y Eddie Connolly de Pittsfield.
Los Maple Leafs de Toronto de 1966 terminaron un juego detrás de Rochester, un equipo dirigido por Weaver. En los play offs de la Liga Internacional, Rochester cayó en la primera ronda, y Toronto venció a Columbus en la final.
Ese campeonato convenció al gerente general de los Medias Rojas, Dick O’Connell de que su manager de Triple A estaba listo para dirigir en las Grandes Ligas. Es justo decir que la cultura beisbolera de los Medias Rojas cambió para siempre debido a la fe de O’Connell en Dick Williams.
En el invierno de 1968, Williams vino a Springfield como invitado de honor de un evento para recaudar fondos en el Hotel Kimball. El local abarrotado de aficionados, testimonia el revivido interés de la región por los Medias Rojas.
En total, Williams tuvo una carrera de 40 años en el béisbol profesional. En 22 temporadas como manager ganó 1571 juegos.
¿Concursos de popularidad? En todos esos años, él podría decir, con orgullo, que nunca ganó uno.
Ese fue Richard Hirschfeld Williams, mi tipo de manager de béisbol.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Ausencia de acrobacia.
El beisbol como todo en la vida ha sufrido metamorfosis que a muchos les han parecido positivas y a otros no tanto. El bateador designado, la compresión de la zona de strike, la disminución de las distancias entre el plato y las cercas de los jardines, pelotas más salidoras, reducción de la altura del montículo de lanzar, son algunas de las modificaciones más significativas.
Sin embargo hay otras variaciones del juego que parecieran secundarias pero igual afectan su intensidad. Me refiero a las tertulias cada vez más frecuentes al llegar un corredor a una base, los pantalones cubriendo las medias sanitarias hasta la parte de abajo de los zapatos. Es un juego muy distinto al que conocí a finales de los años 60 cuando los peloteros corrían a todo lo que daban sus piernas, hasta con un flaicito a las manos del catcher.
Quizás una de las demostraciones que más extraño sea el pívot del segunda base en la jugada de dobleplay. Tal como lo expresara con melancolía el fotógrafo de béisbol Aldo Di Bari en el programa radial de Humberto Acosta y Cristóbal Guerra. Ahora la mayoría de los segundas base corren a un lado para evitar al corredor que viene de primera base. Aunque igual hacen el dobleplay, la jugada ha perdido aquel encanto de la acrobacia del salto de rana sobre la segunda y me parece que con el pívot se ganan (o ganaban) segundos valiosos en la ejecución de la jugada.
Nellie Fox, aquel singular camarero que hizo combinación con Luis Aparicio, refería alguna vez que cuando llegó nuevo a los Medias Blancas de Chicago preguntó cuales eran los atributos principales de un segunda base y le dijeron. Debe tener los nervios de quién camina en la cuerda floja, el arrojo de un ratero y la gracia de un bailarín.
Mis hermanos mayores hablaban mucho de las jugadas de un segunda base llamado Gustavo Gil. Primero con el Valencia Industriales conformó una de las combinaciones más efectivas de la LVBP junto a Teodoro Obregón, despues con los Navegantes del Magallanes integró otro tandem de altos kilates defensivos con Jesús Aristimuño. El tipo era muy bueno a la defensiva, pero lo que hacía a muchos elogiarlo era su pívot espectacular a la hora de manufacturar la doblematanza. Los narradores lo llamaban “El Maestro”, Delio Amado León llegó a decir cada vez que bateaban por sus predios “out por regla”. Mis hermanos Felipe y Jesús Mario lo llamaban “el astronauta” por la forma como flotaba sobre la intermedia en cada dobleplay. Ellos solo tenían las referencias gráficas de periódicos y revistas, además de la imaginación que armaban con la narración radial.
El primer juego de béisbol organizado que presencié, ocurrió en el Estadio Municipal de Cumaná, durante el Campeonato Nacional Juvenil escenificado en agosto de 1970. Cojedes versus Sucre. Aún siento el corazón retumbando hasta la punta de mis pies de un niño de nueve años. Cuando entré a la tribuna central, el tío Carlos tuvo que cerrarme la boca y templarme hacia las gradas. “¿Nunca había venido a un estadio?” Todo aquel concierto de verde y naranja mezclado con las luces que llegaban desde postes inmensos y un tipo gritando “El pool, segunda base visitador”, me encandilaban hasta quitarme la respiración. La primera jugada que recuerdo fue un roletazo invisible por toda la línea de tercera base. Justo Arias se lanzó de cabeza, agarró la pelota y lanzó a segunda, allí la tomó el camarero del estado Sucre, de apellido Millán, pisó y pivoteó para lanzar a primera, completaron el dobleplay, pero el corredor tropezó a Millán y este dio varias vueltas sobre la arcilla del abanico. Estuvo como cinco minutos recibiendo auxilio del masajista. El tío Carlos me dio dos palmadas en el hombro. “Tranquilo, el béisbol es así”.
Aún guardo en los archivos de la memoria el salto característico que daba Remigio Hermoso cuando recibía la pelota de Enzo Hernández para soltar la pelota hacia primera base. La narración de Musiú LaCavalerie dibujaba trazos de un practicante de kung fu o karate. Los pies desplegados en una zancada impresionante, el brazo derecho estirado hacia delante. “…Remigio devuelve a primera…dobleplay la jugada. Acabamos de ver una jugada de museo…arte puro…”
A través de un artículo de Sports Illustrated supe que Bobby Richardson cuando hacía combinación con Tony Kubek alrededor de la intermedia de los Yanquis de Nueva York de principios de los ’60, hacía cinco pivots distintos de acuerdo a la ubicación y la intensidad del batazo. Toda una sinfonía de esgrima y habilidad que estaba en el ambiente en cualquier juego de aquel equipo.
Mientras Luis Aparicio jugaba con los Medias Rojas de Boston le tocó darle algunos consejos a un segunda base novato llamado Doug Griffin. En una ocasión un corredor lo arrolló antes de completar el pívot y quedó todo adolorido en el polvo de arcilla. La próxima vez que ese corredor llegó a primera Griffin le pidió a Aparicio que le sirviera la pelota abajo “le arrancaré la cabeza a ese tipo”. Griffin trastabilló en el pívot y tocó el suelo con la mano antes de lanzar a primera, aún así el corredor se llevó un gran susto y largó un alarido.
Fox siempre llegaba al estadio consciente del riesgo que corría al jugar segunda base. En una ocasión un corredor entró con los ganchos por delante y lo impactó entre las medias sanitarias y el pantalón. La tela se abrió en jirones y algunos puntos carmesí difuminaron en el aire. Fox lanzó a primera. El corredor de segunda fue decretado quieto. Fox pasó un rato con las manos en las rodillas detrás de segunda base. El masajista y el manager estuvieron a punto de llevárselo al dugout. Aparicio habló con Fox y se quedaron mirando al pitcher. Al primer lanzamiento Fox entró y sorprendieron al corredor en segunda base.
Todo ese suspenso e intensidad que se troqueló en mis retinas aquella tarde en el estadio de Cumaná, aunque logré revivirlo muchas veces después. Ahora cada vez lo extraño más, a menos que aparezca uno de esos jugadores que juegan con las medias arriba y corren hasta con un bombito al catcher.
Alfonso L. Tusa C.
Sin embargo hay otras variaciones del juego que parecieran secundarias pero igual afectan su intensidad. Me refiero a las tertulias cada vez más frecuentes al llegar un corredor a una base, los pantalones cubriendo las medias sanitarias hasta la parte de abajo de los zapatos. Es un juego muy distinto al que conocí a finales de los años 60 cuando los peloteros corrían a todo lo que daban sus piernas, hasta con un flaicito a las manos del catcher.
Quizás una de las demostraciones que más extraño sea el pívot del segunda base en la jugada de dobleplay. Tal como lo expresara con melancolía el fotógrafo de béisbol Aldo Di Bari en el programa radial de Humberto Acosta y Cristóbal Guerra. Ahora la mayoría de los segundas base corren a un lado para evitar al corredor que viene de primera base. Aunque igual hacen el dobleplay, la jugada ha perdido aquel encanto de la acrobacia del salto de rana sobre la segunda y me parece que con el pívot se ganan (o ganaban) segundos valiosos en la ejecución de la jugada.
Nellie Fox, aquel singular camarero que hizo combinación con Luis Aparicio, refería alguna vez que cuando llegó nuevo a los Medias Blancas de Chicago preguntó cuales eran los atributos principales de un segunda base y le dijeron. Debe tener los nervios de quién camina en la cuerda floja, el arrojo de un ratero y la gracia de un bailarín.
Mis hermanos mayores hablaban mucho de las jugadas de un segunda base llamado Gustavo Gil. Primero con el Valencia Industriales conformó una de las combinaciones más efectivas de la LVBP junto a Teodoro Obregón, despues con los Navegantes del Magallanes integró otro tandem de altos kilates defensivos con Jesús Aristimuño. El tipo era muy bueno a la defensiva, pero lo que hacía a muchos elogiarlo era su pívot espectacular a la hora de manufacturar la doblematanza. Los narradores lo llamaban “El Maestro”, Delio Amado León llegó a decir cada vez que bateaban por sus predios “out por regla”. Mis hermanos Felipe y Jesús Mario lo llamaban “el astronauta” por la forma como flotaba sobre la intermedia en cada dobleplay. Ellos solo tenían las referencias gráficas de periódicos y revistas, además de la imaginación que armaban con la narración radial.
El primer juego de béisbol organizado que presencié, ocurrió en el Estadio Municipal de Cumaná, durante el Campeonato Nacional Juvenil escenificado en agosto de 1970. Cojedes versus Sucre. Aún siento el corazón retumbando hasta la punta de mis pies de un niño de nueve años. Cuando entré a la tribuna central, el tío Carlos tuvo que cerrarme la boca y templarme hacia las gradas. “¿Nunca había venido a un estadio?” Todo aquel concierto de verde y naranja mezclado con las luces que llegaban desde postes inmensos y un tipo gritando “El pool, segunda base visitador”, me encandilaban hasta quitarme la respiración. La primera jugada que recuerdo fue un roletazo invisible por toda la línea de tercera base. Justo Arias se lanzó de cabeza, agarró la pelota y lanzó a segunda, allí la tomó el camarero del estado Sucre, de apellido Millán, pisó y pivoteó para lanzar a primera, completaron el dobleplay, pero el corredor tropezó a Millán y este dio varias vueltas sobre la arcilla del abanico. Estuvo como cinco minutos recibiendo auxilio del masajista. El tío Carlos me dio dos palmadas en el hombro. “Tranquilo, el béisbol es así”.
Aún guardo en los archivos de la memoria el salto característico que daba Remigio Hermoso cuando recibía la pelota de Enzo Hernández para soltar la pelota hacia primera base. La narración de Musiú LaCavalerie dibujaba trazos de un practicante de kung fu o karate. Los pies desplegados en una zancada impresionante, el brazo derecho estirado hacia delante. “…Remigio devuelve a primera…dobleplay la jugada. Acabamos de ver una jugada de museo…arte puro…”
A través de un artículo de Sports Illustrated supe que Bobby Richardson cuando hacía combinación con Tony Kubek alrededor de la intermedia de los Yanquis de Nueva York de principios de los ’60, hacía cinco pivots distintos de acuerdo a la ubicación y la intensidad del batazo. Toda una sinfonía de esgrima y habilidad que estaba en el ambiente en cualquier juego de aquel equipo.
Mientras Luis Aparicio jugaba con los Medias Rojas de Boston le tocó darle algunos consejos a un segunda base novato llamado Doug Griffin. En una ocasión un corredor lo arrolló antes de completar el pívot y quedó todo adolorido en el polvo de arcilla. La próxima vez que ese corredor llegó a primera Griffin le pidió a Aparicio que le sirviera la pelota abajo “le arrancaré la cabeza a ese tipo”. Griffin trastabilló en el pívot y tocó el suelo con la mano antes de lanzar a primera, aún así el corredor se llevó un gran susto y largó un alarido.
Fox siempre llegaba al estadio consciente del riesgo que corría al jugar segunda base. En una ocasión un corredor entró con los ganchos por delante y lo impactó entre las medias sanitarias y el pantalón. La tela se abrió en jirones y algunos puntos carmesí difuminaron en el aire. Fox lanzó a primera. El corredor de segunda fue decretado quieto. Fox pasó un rato con las manos en las rodillas detrás de segunda base. El masajista y el manager estuvieron a punto de llevárselo al dugout. Aparicio habló con Fox y se quedaron mirando al pitcher. Al primer lanzamiento Fox entró y sorprendieron al corredor en segunda base.
Todo ese suspenso e intensidad que se troqueló en mis retinas aquella tarde en el estadio de Cumaná, aunque logré revivirlo muchas veces después. Ahora cada vez lo extraño más, a menos que aparezca uno de esos jugadores que juegan con las medias arriba y corren hasta con un bombito al catcher.
Alfonso L. Tusa C.
domingo, 10 de julio de 2011
El manager del Salón de la Fama Dick Williams fallece a los 82 años. AP.
Al tomar un equipo y llevarlo desde el noveno lugar hasta el banderín en su primer año como manager de Grandes Ligas con Boston, Williams se ganó la fama de ser un artista de la transformación que luego comprobaría en Montreal y San Diego.
Al hacerse cargo de un poderoso equipo emergente en Oakland y liderar a los Atléticos a dos títulos de Serie Mundial seguidos para iniciar una dinastía en los años 70, Williams se convirtió en inquilino del Salón de la Fama.
Williams, uno de solo dos managers que llevaron a tres equipos diferentes a una Serie Mundial, falleció este jueves 07 de julio de 2011 al reventársele un aneurisma aórtico en un hospital cercano a su casa de Henderson, Nev. El Salón de la Fama declaró que el manager tenía 82 años.
Con su estilo audaz, sus bigotes y sus enfrentamientos públicos con el dueño Charlie Finley, Williams fue el manager ideal para aquellos equipos de Oakland que ganaron todo en 1972 y 1973 y volvieron a lograrlo el año siguiente, después que él renunció.
“Llegó a nosotros en un momento crucial de nuestro desarrollo y para mí como un joven pelotero lleno de talento”, dijo el inquilino del Salón de la Fama Reggie Jackson. “Éramos jóvenes y necesitábamos saber que hacer para ganar y dar el paso final para convertirnos en un gran equipo. Él fue muy importante en eso. Él exigía excelencia”.
Él fue capaz de obtener eso de sus peloteros en muchos de los equipos donde dirigió, ganó banderines con los Medias Rojas y San Diego, así como los campeonatos en Oakland para unirse a otro inquilino del Salón de la Fama, Bill McKechnie como los únicos managers en llevar a tres franquicias distintas a la Serie Mundial.
Él tambien ayudó a construir el equipo de los Expos de Montreal que fue a los play offs en la temporada de 1981 recortada por la huelga de peloteros, confirmando su éxito como transformador de franquicias perdedoras.
“Le debo mucho a Dick”, dijo el inquilino del Salón de la Fama Tony Gwynn, quién jugara para Williams en San Diego. “La ciudad y los Padres le deben mucho a él. Pienso que muchos fanáticos creyeron en él como lo hicieron los peloteros, desde el ’82 cuando se encargó del equipo, entonces fuimos a la Serie Mundial en 1984, pienso que los aficionados se dieron cuenta que su estilo de juego, la manera como el quería que jugáramos, sólo podía ser exitosa si la aceptábamos, y lo hicimos”.
Su mayor éxito lo obtuvo durante aquellas tres tumultuosas campañas en Oakland en los años ’70. Williams llevó a los Atléticos al titulo de la División Oeste de la Liga Americana con 101 triunfos en 1971, antes de ser barridos por Baltimore en la serie por el campeonato de la Liga Americana.
Luego ganó la Serie Mundial los próximos dos años con inquilinos del Salón de la Fama como Jackson, Rollie Fingers y Catfish Hunter, mientras los Atléticos se convertían en el primer equipo en repetir la Serie Mundial desde los Yanquis de 1961 y 1962. Pero cansado del estilo entrometido del dueño del equipo, Williams renunció al finalizar la temporada de 1973 en vez de quedarse para lo que resultó el tercer campeonato seguido.
El round final entre el manager y el dueño ocurrió durante la Serie Mundial del ’73. Después que el segunda base Mike Andrews hizo dos errores en la derrota del segundo juego, Finley lo descalificó y lo obligó a firmar un documento donde reconocía que estaba lesionado para que los Atléticos pudieran inscribir otro jugador en el roster.
Williams y los peloteros de los Atléticos estaban enojados por la forma como fue tratado Andrews y el Comisionado Bowie Kuhn bloqueó el movimiento del roster.
“Cuando Dick salió, fue como un final adelantado”, dijo Jackson. “La situación de Andrews fue un movimiento extraño. Sabíamos que Dick todavía era un tremendo manager. Fue un desacuerdo con el dueño por el incidente de la Serie Mundial y Dick defendió a su jugador”.
Antes de ir a Oakland, Williams fue parte del equipo memorable de Boston del “Sueño Imposible” en 1967, que ganó el banderín por primera vez desde 1946 antes de perder la Serie Mundial ante San Luis en siete juegos.
Los Medias Rojas habían terminado novenos en una Liga Americana de 10 equipos el año anterior, aquello ayudó a formar la reputación de Williams como maestro de la transformación.
“Uno de los mejores managers para los que jugué, Dick estuvo muy enfocado en cumplir el Sueño Imposible”, dijo el inquilino del Salón de la Fama Carl Yastrzemski en una declaración difundida cuando los Medias Rojas enfrentaban a los Orioles este jueves 07 de julio de 2011.
Williams también se hizo cargo del equipo sotanero de Montreal y ayudó a llevarlo al play off. Williams fue despedido en septiembre de 1981, antes de que los Expos hicieran su única aparición en los play offs.
Después llevó a los Padres a su primer play off y a su primer banderín de la Liga Nacional en 1984. San Diego perdió con Detroit en cinco juegos en la Serie Mundial de ese año.
“Él sabía como ganar”, dijo el coach de pitcheo de los Rangers Andy Hawkins, quién lanzó para Williams con los Padres. “El sacaba el máximo de sus jugadores, exigía todo de su equipo y lo obtenía. Manejaba muy bien su cuerpo de lanzadores, terminé lanzando muy bien para él. Me gustaba como manager. Era un tipo duro, pero era un veterano, era magnífico jugar para él”.
Gwynn dijo que comprendió de la manera más cruda que si un jugador hacía un error y no lo reconocía, Williams lo sacaría en medio del juego.
Él dijo que no se fajó corriendo con un roletazo a segunda base con corredor en tercera en un juego en Cincinnati a comienzos de la temporada de 1984. Al segunda base se le cayó la pelota pero la recuperó y tuvo tiempo de sacar a Gwynn.
“Dick me sacó del juego ahí mismo en el tercer inning. Me dijo que subiera, me vistiera y lo esperara en su oficina. Tuve que esperar por alrededor de seis innings, preguntándome que me iba a decir. Le dije ‘Está bien, jugué mal, dejé de correr hasta el final’. Él dijo, ‘Tienes razón, esa pudo haber sido la diferencia, hubiéramos ganado el juego, porque si hubieses estado en el righ field, hubieras hecho la jugada que Bobby Brown no pudo hacer y nos costó el juego’. Así era Dick Williams. No le tenía miedo a nadie. No tenía miedo si eras veterano o exitoso. Goose (Gossage), (Steve) Garvey, (Graig) Nettles, si necesitaba decir algo a alguien, lo hacía. Lección aprendida. Eso nunca pasó otra vez”.
Williams tuvo un record vitalicio de 1571-1451 en 21 temporadas, también fue manager de los Angelinos y los Marineros de Seattle. Fue inducido al Salón de la Fama luego de ser elegido por el Comité de Veteranos.
“Bien, él era distinto a los managers de hoy. Podía poner las cosa bien duras”, dijo el veteranísimo hombre de béisbol Don Zimmer, quien jugó con Williams en Brooklyn en los años ’50. “Fue un gran manager. Realmente sabía lo que estaba haciendo”.
Williams estuvo de vuelta en Cooperstown, N.Y., el mes pasado cuando dirigió ambos equipos en el juego Clásico del Salón de la Fama en Doubleday Field, un juego de leyendas que incluyó a seis inquilinos del Salón y 20 antíguas estrellas de Grandes Ligas.
Uno de sus antíguos jugadores en Montreal, el inquilino del Salón de la Fama André Dawson estuvo ahí y dijo que se sintió impactado cuando oyó la noticia este jueves de que uno de sus managers favoritos había fallecido. “Fue uno de esos grandes tipos. Lo respetaba mucho, lo admiraba por la sencilla razón de que como pelotero joven nunca sentí presión jugando para él”, dijo Dawson. “Siempre nos decía, ‘Disfruten, salgan a jugar al máximo de sus habilidades”.
Hubo un momento de silencio con la fotografía de Williams en la pizarra de Yankee Stadium y en Dodger Stadium antes de los juegos nocturnos del jueves. Williams llegó a trabajar para los Yanquis, y su hijo se convirtió en scout del equipo. Williams llegó a la Gran Carpa con los Dodgers de Brooklyn. Tuvo una carrera de 13 años como jugador activo con los Dodgers, Orioles, Indios, Atléticos y Medias Rojas. Dejó .260 de promedio ofensivo con 70 jonrones y 331 carreras empujadas principalmente como jugador de medio tiempo. Se retiró luego de la temporada de 1964 y pronto inició su carrera como manager. No habrá servicios fúnebres.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Al hacerse cargo de un poderoso equipo emergente en Oakland y liderar a los Atléticos a dos títulos de Serie Mundial seguidos para iniciar una dinastía en los años 70, Williams se convirtió en inquilino del Salón de la Fama.
Williams, uno de solo dos managers que llevaron a tres equipos diferentes a una Serie Mundial, falleció este jueves 07 de julio de 2011 al reventársele un aneurisma aórtico en un hospital cercano a su casa de Henderson, Nev. El Salón de la Fama declaró que el manager tenía 82 años.
Con su estilo audaz, sus bigotes y sus enfrentamientos públicos con el dueño Charlie Finley, Williams fue el manager ideal para aquellos equipos de Oakland que ganaron todo en 1972 y 1973 y volvieron a lograrlo el año siguiente, después que él renunció.
“Llegó a nosotros en un momento crucial de nuestro desarrollo y para mí como un joven pelotero lleno de talento”, dijo el inquilino del Salón de la Fama Reggie Jackson. “Éramos jóvenes y necesitábamos saber que hacer para ganar y dar el paso final para convertirnos en un gran equipo. Él fue muy importante en eso. Él exigía excelencia”.
Él fue capaz de obtener eso de sus peloteros en muchos de los equipos donde dirigió, ganó banderines con los Medias Rojas y San Diego, así como los campeonatos en Oakland para unirse a otro inquilino del Salón de la Fama, Bill McKechnie como los únicos managers en llevar a tres franquicias distintas a la Serie Mundial.
Él tambien ayudó a construir el equipo de los Expos de Montreal que fue a los play offs en la temporada de 1981 recortada por la huelga de peloteros, confirmando su éxito como transformador de franquicias perdedoras.
“Le debo mucho a Dick”, dijo el inquilino del Salón de la Fama Tony Gwynn, quién jugara para Williams en San Diego. “La ciudad y los Padres le deben mucho a él. Pienso que muchos fanáticos creyeron en él como lo hicieron los peloteros, desde el ’82 cuando se encargó del equipo, entonces fuimos a la Serie Mundial en 1984, pienso que los aficionados se dieron cuenta que su estilo de juego, la manera como el quería que jugáramos, sólo podía ser exitosa si la aceptábamos, y lo hicimos”.
Su mayor éxito lo obtuvo durante aquellas tres tumultuosas campañas en Oakland en los años ’70. Williams llevó a los Atléticos al titulo de la División Oeste de la Liga Americana con 101 triunfos en 1971, antes de ser barridos por Baltimore en la serie por el campeonato de la Liga Americana.
Luego ganó la Serie Mundial los próximos dos años con inquilinos del Salón de la Fama como Jackson, Rollie Fingers y Catfish Hunter, mientras los Atléticos se convertían en el primer equipo en repetir la Serie Mundial desde los Yanquis de 1961 y 1962. Pero cansado del estilo entrometido del dueño del equipo, Williams renunció al finalizar la temporada de 1973 en vez de quedarse para lo que resultó el tercer campeonato seguido.
El round final entre el manager y el dueño ocurrió durante la Serie Mundial del ’73. Después que el segunda base Mike Andrews hizo dos errores en la derrota del segundo juego, Finley lo descalificó y lo obligó a firmar un documento donde reconocía que estaba lesionado para que los Atléticos pudieran inscribir otro jugador en el roster.
Williams y los peloteros de los Atléticos estaban enojados por la forma como fue tratado Andrews y el Comisionado Bowie Kuhn bloqueó el movimiento del roster.
“Cuando Dick salió, fue como un final adelantado”, dijo Jackson. “La situación de Andrews fue un movimiento extraño. Sabíamos que Dick todavía era un tremendo manager. Fue un desacuerdo con el dueño por el incidente de la Serie Mundial y Dick defendió a su jugador”.
Antes de ir a Oakland, Williams fue parte del equipo memorable de Boston del “Sueño Imposible” en 1967, que ganó el banderín por primera vez desde 1946 antes de perder la Serie Mundial ante San Luis en siete juegos.
Los Medias Rojas habían terminado novenos en una Liga Americana de 10 equipos el año anterior, aquello ayudó a formar la reputación de Williams como maestro de la transformación.
“Uno de los mejores managers para los que jugué, Dick estuvo muy enfocado en cumplir el Sueño Imposible”, dijo el inquilino del Salón de la Fama Carl Yastrzemski en una declaración difundida cuando los Medias Rojas enfrentaban a los Orioles este jueves 07 de julio de 2011.
Williams también se hizo cargo del equipo sotanero de Montreal y ayudó a llevarlo al play off. Williams fue despedido en septiembre de 1981, antes de que los Expos hicieran su única aparición en los play offs.
Después llevó a los Padres a su primer play off y a su primer banderín de la Liga Nacional en 1984. San Diego perdió con Detroit en cinco juegos en la Serie Mundial de ese año.
“Él sabía como ganar”, dijo el coach de pitcheo de los Rangers Andy Hawkins, quién lanzó para Williams con los Padres. “El sacaba el máximo de sus jugadores, exigía todo de su equipo y lo obtenía. Manejaba muy bien su cuerpo de lanzadores, terminé lanzando muy bien para él. Me gustaba como manager. Era un tipo duro, pero era un veterano, era magnífico jugar para él”.
Gwynn dijo que comprendió de la manera más cruda que si un jugador hacía un error y no lo reconocía, Williams lo sacaría en medio del juego.
Él dijo que no se fajó corriendo con un roletazo a segunda base con corredor en tercera en un juego en Cincinnati a comienzos de la temporada de 1984. Al segunda base se le cayó la pelota pero la recuperó y tuvo tiempo de sacar a Gwynn.
“Dick me sacó del juego ahí mismo en el tercer inning. Me dijo que subiera, me vistiera y lo esperara en su oficina. Tuve que esperar por alrededor de seis innings, preguntándome que me iba a decir. Le dije ‘Está bien, jugué mal, dejé de correr hasta el final’. Él dijo, ‘Tienes razón, esa pudo haber sido la diferencia, hubiéramos ganado el juego, porque si hubieses estado en el righ field, hubieras hecho la jugada que Bobby Brown no pudo hacer y nos costó el juego’. Así era Dick Williams. No le tenía miedo a nadie. No tenía miedo si eras veterano o exitoso. Goose (Gossage), (Steve) Garvey, (Graig) Nettles, si necesitaba decir algo a alguien, lo hacía. Lección aprendida. Eso nunca pasó otra vez”.
Williams tuvo un record vitalicio de 1571-1451 en 21 temporadas, también fue manager de los Angelinos y los Marineros de Seattle. Fue inducido al Salón de la Fama luego de ser elegido por el Comité de Veteranos.
“Bien, él era distinto a los managers de hoy. Podía poner las cosa bien duras”, dijo el veteranísimo hombre de béisbol Don Zimmer, quien jugó con Williams en Brooklyn en los años ’50. “Fue un gran manager. Realmente sabía lo que estaba haciendo”.
Williams estuvo de vuelta en Cooperstown, N.Y., el mes pasado cuando dirigió ambos equipos en el juego Clásico del Salón de la Fama en Doubleday Field, un juego de leyendas que incluyó a seis inquilinos del Salón y 20 antíguas estrellas de Grandes Ligas.
Uno de sus antíguos jugadores en Montreal, el inquilino del Salón de la Fama André Dawson estuvo ahí y dijo que se sintió impactado cuando oyó la noticia este jueves de que uno de sus managers favoritos había fallecido. “Fue uno de esos grandes tipos. Lo respetaba mucho, lo admiraba por la sencilla razón de que como pelotero joven nunca sentí presión jugando para él”, dijo Dawson. “Siempre nos decía, ‘Disfruten, salgan a jugar al máximo de sus habilidades”.
Hubo un momento de silencio con la fotografía de Williams en la pizarra de Yankee Stadium y en Dodger Stadium antes de los juegos nocturnos del jueves. Williams llegó a trabajar para los Yanquis, y su hijo se convirtió en scout del equipo. Williams llegó a la Gran Carpa con los Dodgers de Brooklyn. Tuvo una carrera de 13 años como jugador activo con los Dodgers, Orioles, Indios, Atléticos y Medias Rojas. Dejó .260 de promedio ofensivo con 70 jonrones y 331 carreras empujadas principalmente como jugador de medio tiempo. Se retiró luego de la temporada de 1964 y pronto inició su carrera como manager. No habrá servicios fúnebres.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
viernes, 8 de julio de 2011
Dick Williams: Un manager que batallaba hasta ver a su equipo con el banderín.
Los Medias Rojas de Boston atravesaban una de sus peores épocas en el béisbol. En los entrenamientos primaverales el nuevo manager, Dick Williams, declaró a los periodistas que al final de la temporada su equipo tendría más victorias que derrotas. Boston venía de terminar en penúltimo lugar. Los periodistas se lo quedaron mirando con el respeto forzado por las apariencias, al terminar la entrevista, muchos de ellos expresaron sonrisas irónicas.
Aquel 1967 Williams motivó a los Medias Rojas a través de la críticas duras sobre la marcha de los juegos. Muchas veces los peloteros se molestaban. Varios peloteros casi no se comunicaban con el manager pero sus tácticas de aguijonearlos terminaban por hacerlos dar lo mejor así fuera para callarle la boca. Antes de un doble juego a mediados de temporada, los patirrojos venían de perder varios juegos seguidos. Perdieron el primero y llegaron perdiendo el segundo al noveno inning, aún cuando vinieron de atrás para ganar, Williams convocó a varios peloteros del equipo a una práctica en el estadio a las 10 am del día siguiente. El día cuando Tony Conigliaro recibió un pelotazo en su ojo izquierdo, Williams había estado reclamándole al árbitro principal que el pitcher estaba lanzando la bola de saliva.
Todas esas imágenes regresaron a mi mente cuando la noche de este jueves 07 de julio de 2011 vi en cintillo de ESPN que Williams había fallecido. Otro episodio que centelleó en mi mente fue el primer juego de la Serie de Campeonato de la Liga Americana de 1972. Tigres de Detroit versus Atléticos de Oakland. Llegaron perdiendo 2-1 al cierre del undécimo inning. Con las carreras de pasar adelante en circulación, Gonzalo Márquez le comentó a Bert Campaneris que le podía dar un imparable a Chuck Seelbach. Campaneris se lo comentó a Williams y este trajo a Márquez de emergente por Dal Maxvill. Efectivamente respondió con sencillo a la derecha para empatar el juego. Los Atléticos ganaron 3-2. En el cuarto juego de la Serie Mundial de aquel año ante Cincinnati, Williams volvió a traer de emergente a Márquez con su equipo abajo 2-1 y un out en el cierre del noveno, el carupanero respondió con sencillo que prendió la mecha para que ganaran los Atléticos 3-2. Williams renunció a los Atléticos luego de ganar la Serie Mundial de 1973, debido a un incidente ocurrido con el segunda base Mike Andrews, quién luego de cometer dos errores en la derrota de Oakland en el segundo juego de la Serie, fue obligado por Charlie Finley a firmar un documento donde reconocía que estaba lesionado para inscribir a otro pelotero. Recuerdo muy bien ese momento porque el pelotero que Finley quería inscribir era Jesús Marcano Trillo. El Comisionado Bowie Kuhn bloqueó ese movimiento.
Otra imagen que centelleó ante mis ojos fue aquel trio de jardineros Warren Cromartie, Ellis Valentine y Andre Dawson que junto a Gary Carter formaban la espina dorsal de los Expos de Montreal de finales de los ’70 que tomó a su cargo Williams y cuando por fin llegaron a los play offs en 1981, el manager fue despedido. Siempre quise ver a Williams dirigir a ese equipo en aquel play off.
En 1984, Williams llevó a los Padres de San Diego hasta la Serie Mundial ante los Tigres de Detroit. Pensé que era la oportunidad de Sparky Anderson para desquitarse de la derrota ante Williams en la Serie de 1972. Y Sparky lo consiguió en 5 juegos. Williams una vez más había transformado una franquicia perdedora para llevarla a su primer título divisional y su primer banderín de la Liga Nacional. La marca de un manager singular.
Alfonso L. Tusa C.
Aquel 1967 Williams motivó a los Medias Rojas a través de la críticas duras sobre la marcha de los juegos. Muchas veces los peloteros se molestaban. Varios peloteros casi no se comunicaban con el manager pero sus tácticas de aguijonearlos terminaban por hacerlos dar lo mejor así fuera para callarle la boca. Antes de un doble juego a mediados de temporada, los patirrojos venían de perder varios juegos seguidos. Perdieron el primero y llegaron perdiendo el segundo al noveno inning, aún cuando vinieron de atrás para ganar, Williams convocó a varios peloteros del equipo a una práctica en el estadio a las 10 am del día siguiente. El día cuando Tony Conigliaro recibió un pelotazo en su ojo izquierdo, Williams había estado reclamándole al árbitro principal que el pitcher estaba lanzando la bola de saliva.
Todas esas imágenes regresaron a mi mente cuando la noche de este jueves 07 de julio de 2011 vi en cintillo de ESPN que Williams había fallecido. Otro episodio que centelleó en mi mente fue el primer juego de la Serie de Campeonato de la Liga Americana de 1972. Tigres de Detroit versus Atléticos de Oakland. Llegaron perdiendo 2-1 al cierre del undécimo inning. Con las carreras de pasar adelante en circulación, Gonzalo Márquez le comentó a Bert Campaneris que le podía dar un imparable a Chuck Seelbach. Campaneris se lo comentó a Williams y este trajo a Márquez de emergente por Dal Maxvill. Efectivamente respondió con sencillo a la derecha para empatar el juego. Los Atléticos ganaron 3-2. En el cuarto juego de la Serie Mundial de aquel año ante Cincinnati, Williams volvió a traer de emergente a Márquez con su equipo abajo 2-1 y un out en el cierre del noveno, el carupanero respondió con sencillo que prendió la mecha para que ganaran los Atléticos 3-2. Williams renunció a los Atléticos luego de ganar la Serie Mundial de 1973, debido a un incidente ocurrido con el segunda base Mike Andrews, quién luego de cometer dos errores en la derrota de Oakland en el segundo juego de la Serie, fue obligado por Charlie Finley a firmar un documento donde reconocía que estaba lesionado para inscribir a otro pelotero. Recuerdo muy bien ese momento porque el pelotero que Finley quería inscribir era Jesús Marcano Trillo. El Comisionado Bowie Kuhn bloqueó ese movimiento.
Otra imagen que centelleó ante mis ojos fue aquel trio de jardineros Warren Cromartie, Ellis Valentine y Andre Dawson que junto a Gary Carter formaban la espina dorsal de los Expos de Montreal de finales de los ’70 que tomó a su cargo Williams y cuando por fin llegaron a los play offs en 1981, el manager fue despedido. Siempre quise ver a Williams dirigir a ese equipo en aquel play off.
En 1984, Williams llevó a los Padres de San Diego hasta la Serie Mundial ante los Tigres de Detroit. Pensé que era la oportunidad de Sparky Anderson para desquitarse de la derrota ante Williams en la Serie de 1972. Y Sparky lo consiguió en 5 juegos. Williams una vez más había transformado una franquicia perdedora para llevarla a su primer título divisional y su primer banderín de la Liga Nacional. La marca de un manager singular.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 6 de julio de 2011
Marca de juegos completos seguidos en Midwest League A
Entre el 27 de mayo y el 18 de agosto de 1965, un pitcher en su segundo año en el sistema de ligas menores de los Gigantes de San Francisco mostró un control de la zona de strike y un dominio de la escena, de manera tan constante que llegó a completar 17 juegos consecutivos, lo cual constituye un record en la citada liga.
Hablamos de Isaías Látigo Chávez con el uniforme de los Comodoros de Decatur. Aunque algunos de aquellos juegos (específicamente 6) fueron pautados a 7 episodios por ser parte de dobles juegos, esto no deja de restar méritos al logro.
En ese lapso El Látigo dejó marca de 10 ganados y 7 perdidos. La mayoría de las derrotas fueron por diferencia de 2 carreras. 6 de las victorias fueron blanqueos. Lanzó 140.2 innings. Permitió 115 imparables. Concedió 34 boletos. Ponchó 125. Su efectividad fue de 1.99.
La marca ha podido llegar a 18 juegos, el desafío donde se terminó la seguidilla, Isaías lanzó 13 innings y salió con el juego empatado a 4. En el inning siguiente ganaron los contrarios.
Esta es una marca que difícilmente sea alcanzada debido a la manera como se maneja a los pitchers en la actualidad.
El Látigo antes que un pitcher de bola rápida era un lanzador que dependía de colocar la pelota donde quería. Así sacaba de paso a los contrarios. Cuando lanzaba le bateaban muchos roletazos. Además era un pitcher por lo general bastante controlado. Eso le permitía lanzar hasta completar la mayoría de los juegos que abría. Su dominio se basaba en hacer batear a los toleteros con el menor número de lanzamientos.
Aquella temporada El Látigo lideró la Midwest League con 23 aperturas, lo cual indica que las otras 6 aperturas ocurrieron entre el inicio y el final de la temporada. También logró completar 20 desafíos, además de alcanzar 7 blanqueos. Todos estos números lo ubicaron entre los mejores lanzadores del circuito. En la organización de los Gigantes se frotaban las manos cada vez que el Látigo tomaba la pelota de manos del manager Richard Klaus. Su marca fue de 12 ganados y 9 perdidos. La efectividad muestra cuan dominador fue con sus envíos: 2.15. Acumuló 193 episodios de labor en los que aceptó 153 imparables lo cual le da un radio de 0.8 hits por cada inning. Recetó 163 ponches y concedió sólo 46 boletos. Su whip fue 1.052. Permitió 7.1 imparables por cada 9 innings. 0.5 jonrones por cada 9 innings. 2.3 boletos por cada 9 innings.
Por la forma como ha cambiado el juego, la mayoría de los abridores lanza por lo general entre seis o siete entradas. Los que llegan a ocho o nueve innings son especies en extinción. La especialización de los relevistas (uno para el séptimo, otro para el octavo y el cerrador para el noveno) ha determinado la nueva geografía de la estrategia de los cuerpos de pitcheo. Cada vez es más común que un pitcher salga del juego antes del octavo inning estando aún en condiciones de seguir lanzado. Esto ocurre aún en las ligas menores. Varios entrenadores de pitcheo lamentan que se haya adoptado esta política de formación para los lanzadores, además de hacer énfasis en los lanzamientos de altas velocidades. Alegan que por esas razones los pitchers en la actualidad son más frágiles que en el pasado. Y ciertamente será muy difícil que el record de Isaías Chávez en la Midwest League Clase A sea ni siquiera avistado a 10 juegos de diferencia.
Alfonso L. Tusa C.
Hablamos de Isaías Látigo Chávez con el uniforme de los Comodoros de Decatur. Aunque algunos de aquellos juegos (específicamente 6) fueron pautados a 7 episodios por ser parte de dobles juegos, esto no deja de restar méritos al logro.
En ese lapso El Látigo dejó marca de 10 ganados y 7 perdidos. La mayoría de las derrotas fueron por diferencia de 2 carreras. 6 de las victorias fueron blanqueos. Lanzó 140.2 innings. Permitió 115 imparables. Concedió 34 boletos. Ponchó 125. Su efectividad fue de 1.99.
La marca ha podido llegar a 18 juegos, el desafío donde se terminó la seguidilla, Isaías lanzó 13 innings y salió con el juego empatado a 4. En el inning siguiente ganaron los contrarios.
Esta es una marca que difícilmente sea alcanzada debido a la manera como se maneja a los pitchers en la actualidad.
El Látigo antes que un pitcher de bola rápida era un lanzador que dependía de colocar la pelota donde quería. Así sacaba de paso a los contrarios. Cuando lanzaba le bateaban muchos roletazos. Además era un pitcher por lo general bastante controlado. Eso le permitía lanzar hasta completar la mayoría de los juegos que abría. Su dominio se basaba en hacer batear a los toleteros con el menor número de lanzamientos.
Aquella temporada El Látigo lideró la Midwest League con 23 aperturas, lo cual indica que las otras 6 aperturas ocurrieron entre el inicio y el final de la temporada. También logró completar 20 desafíos, además de alcanzar 7 blanqueos. Todos estos números lo ubicaron entre los mejores lanzadores del circuito. En la organización de los Gigantes se frotaban las manos cada vez que el Látigo tomaba la pelota de manos del manager Richard Klaus. Su marca fue de 12 ganados y 9 perdidos. La efectividad muestra cuan dominador fue con sus envíos: 2.15. Acumuló 193 episodios de labor en los que aceptó 153 imparables lo cual le da un radio de 0.8 hits por cada inning. Recetó 163 ponches y concedió sólo 46 boletos. Su whip fue 1.052. Permitió 7.1 imparables por cada 9 innings. 0.5 jonrones por cada 9 innings. 2.3 boletos por cada 9 innings.
Por la forma como ha cambiado el juego, la mayoría de los abridores lanza por lo general entre seis o siete entradas. Los que llegan a ocho o nueve innings son especies en extinción. La especialización de los relevistas (uno para el séptimo, otro para el octavo y el cerrador para el noveno) ha determinado la nueva geografía de la estrategia de los cuerpos de pitcheo. Cada vez es más común que un pitcher salga del juego antes del octavo inning estando aún en condiciones de seguir lanzado. Esto ocurre aún en las ligas menores. Varios entrenadores de pitcheo lamentan que se haya adoptado esta política de formación para los lanzadores, además de hacer énfasis en los lanzamientos de altas velocidades. Alegan que por esas razones los pitchers en la actualidad son más frágiles que en el pasado. Y ciertamente será muy difícil que el record de Isaías Chávez en la Midwest League Clase A sea ni siquiera avistado a 10 juegos de diferencia.
Alfonso L. Tusa C.
domingo, 3 de julio de 2011
Casi medio siglo después el duelo Spahn – Marichal sigue siendo el mejor.
Jim Kaplan.
Este artículo es una adaptación del libro The Greatest Game Ever Pitched: Juan Marichal, Warren Spahn and the Pitching Duel of the Century (Triumph Books, 2011) con partes del libro reimpresas con el debido permiso. Copyright Jim Kaplan, 2011.
“¿El mejor juego pitcheado de la historia? ¿De verdad?”
He observado mucho esta reacción desde que mi libro, The Greatest Game Ever Pitched, fue publicado.
Quienes disienten recuerdan el juego perfecto de Addie Joss de Cleveland con pizarra de 1-0 ante los Medias Blancas de Chicago y Ed Walsh el 02 de octubre de 1908, el empate 1-1 en 26 innings, escenificado en 1920, de Joe Oeschger de los Bravos de Boston y Leon Cadore de los Dodgers de Brooklyn, el juego perfecto de 12 innings de Harvey Haddix en 1959 que perdió en el episodio 13; y el perfecto de Sandy Koufax en 1965 en el cual el pitcher perdedor Bob Hendley de los Cachorros de Chicago perimitió un solo imparable y dos corredores.
Hay que estar claro, estos juegos fueron excepcionales por méritos propios: dos futuros inquilinos del Salon de la Fama batallando en la ultima semana de una carrera muy cerrada por el banderín (Joss-Walsh); el duelo de pitcheo mas largo en la historia de las Grandes Ligas (Cadore-Oeschger); la mejor actuación de un pitcher (Haddix), y la menor cantidad de corredores permitidos en un juego de nueve innings (Koufax-Hendley)
Sin embargo la épica confrontación entre Warren Spahn de los Bravos de Milwaukee y Juan Marichal de los Gigantes de San Francisco, el 02 de julio de 1963 fue sui generis: No había nada con que compararlo.
Considere: Aquel dia, un par de futuros inquilinos del Salón de la Fama, uno con sus mejores días en el pasado, el otro con una carrera al comienzo de su esplendor, se enfrascaron en una batalla nunca antes ni después vista. Spahn, ya era un ícono, había debutado durante la segunda guerra mundial y jugaba su temporada número 13 y la última donde ganó al menos 20 juegos. Marichal, formaba parte de la nueva cosecha de estrellas latinas que estaban cambiando la faz del beisbol, se encaminaba a la primera de seis temporadas de al menos 20 victorias.
Los dos hombres se fajaron durante 15 innings sin que les anotaran carreras, hasta que el juego se decidió en el inning 16. Sigue siendo el último juego donde dos pitchers han lanzado sin que les anoten carreras por tan largo trayecto en el mismo juego. Sin contar a los pitchers hubo cinco futuros inquilinos del Salón de la Fama en las alineaciones de aquel dia. Ambos hombres lanzaron más de 200 envíos.
Mas allá de eso el duelo Spahn-Marichal trascendió las estadísticas y aterrizó en un universo mágico.
Habría sido suficiente con ver pitchear a estos futuros inmortales. Fue un irresistible careo de experiencia versus juventud al tope de sus apogeos. Spahn, 42, llego al juego con marca de 11-3, había implantado recientemente la marca de todos los tiempos de 328 victorias para un pitcher zurdo y no había concedido un boleto en los últimos 18.1 innings. Marichal, 25, tenia marca de 12-3 con 2.38 de efectividad y habia lanzado sin hits ni carreras ante Houston hacia 17 dias.
Las estrellas estaban alineadas perfectamente para tal duelo clásico. Al comienzo de la temporada, la zona de strike había sido expandida desde “la parte superior de las rodillas a las axilas” hasta “la parte inferior de las rodillas al tope de los hombros”, un cambio de regla que influyó para que los bateadores de la Liga Nacional batearan 1019 imparables menos que en 1962.
Y Marichal y Spahn no podrían haber tenido un mejor escenario. Candlestick Park, ahora utilizado sólo para futbol americano, era un paraíso para los pitchers. Bautizado así por estar ubicado en el parque natural Candlestick Point de San Francisco, el cual a su vez fue nombrado así por un pájaro marino casi extinguido, denominado “candlestick”, así como por las rocas y árboles que semejan candelabros; el estadio era frio debido al viento que soplaba desde la Bahía de San Francisco. Las pelotas no viajan tan lejos en climas fríos como tampoco lo hacen cuando hay mucha humedad, ni los bateadores ejecutan tan bien cuando sus manos están frías.
Las alineaciones de aquella noche contaban con Willie Mays, Willie McCovey y Orlando Cepeda de los Gigantes y Hank Aaron y Eddie Matthews de los Bravos, todos en ruta a Cooperstown. Mediante el concurso de bateadores como Ed Bailey y Felipe Alou, San Francisco comandaría la liga en jonrones con 58 de ventaja sobre el segundo lugar de Milwaukee.
Así Spahn y Marichal salieron a lanzar, dos hombres aparentemente diferentes y asombrosamente similares. Spahn era zurdo, blanco y estadounidense, de facciones angulosas y nariz aguileña, mientras Marichal era derecho, trigueño, dominicano, y cara redonda. Pero ambos usaban el estilo de la patada alta que le dificultaba a los bateadores descifrar el punto donde soltaban la pelota y las selecciones de los pitcheos. Menos conocido por los historiadores de béisbol es que cada hombre tuvo una experiencia formativa con un familiar y con los militares.
Edward Spahn, el padre de Warren, fabricó un montículo en el patio de su hogar en Buffalo, N.Y, y obsesivamente le enseñaba a su hijo sobre pitcheo. “Control…control…control”, decía Spahn. “ ‘Si vas a lanzar una pelota de beisbol’ él solía decirme, ‘apunta hacia alguna diana, no lances por lanzar’”
Edward tambien le enseñó a su hijo el auto-control: “No alardees mucho. El tipo que es bullero, siempre abandona, tiene complejo de inferioridad. Se tú mismo, se amable, respeta los sentimientos de las otras personas, y trátalas con deferencia”.
Firmó a los 19 años desde la secundaria, Spahn avanzó rápido en las ligas menores, se tomó una taza de café con los Bravos en 1941, y se enlistó en el ejército ese año. Como sargento de compañía del Army's 276th Engineer Combat Battalion, llegó a Francia en agosto de 1944 y sobrevivió casi 10 días con sandwiches de mantequilla de maní que le proporcionaban los amistosos soldados británicos. Sus compañeros en el ejército, lo reportaron en Baseball in Wartime, “Aquel era un grupo de tipos duros. Había personas que les permitieron salir de la cárcel para ir al servicio militar. Esas fueron las personas con quienes viajé. Ellos eran duros y rústicos, y tuve que ajustarme a ese molde”.
Spahn peleó en la Batalla del Bulge y en la pelea del puente en Remagen, ganó una comisión de campo para teniente segundo, una Estrella de Bronce y un Corazón Púrpura. “Una bala me pegó aquí”, le dijo una vez a Lester J. Biederman del Pittsburgh Press, mientras señalaba una cicatriz en su estómago. Se negó a mencionar una herida de perdigón en una pierna, “y otra me dio en el cuello”. Como resultado, la idea del béisbol como un reto de gran presión nunca lo afectó cuando regresó a las Grandes Ligas en 1946. En palabras de Spahn. “Nadie me está disparando”.
Marichal nunca vio acción en una Guerra pero el servicio militar jugó un rol importante en su carrera. Había crecido en República Dominicana sin su padre, quién falleció cuando Juan tenía tres años, pero tiene pensamientos agradables de su hermano mayor Gonzalo. Juan iba montado en un caballo a buscar a Gonzalo dondequiera que este estuviera jugando béisbol, luego regresaba a casa con Gonzalo en el mismo caballo, y le preguntaba sobre el juego en todo el trayecto. Debido a que Gonzalo jugaba principalmente shortstop, Juan prefirió esa posición hasta que vio un juego en el cual el héroe nacional de República Dominicana, Bombo Ramos, era el lanzador. Como Luis Tiant, Ramos mostraba la espalda hacia el plato en su windup, luego lanzaba un enceguecedor envío por el lado del brazo. También le hablaba a los bateadores, les decía, “Mas te vale batear esta porque si no, no verás la próxima”. Marichal decidió convertirse en un pitcher Bomboniano. A pesar de ser un buen pitcher amateur, Marichal probablemente nunca hubiera sido profesional si no hubiera llevado al equipo de Manzanillo a una victoria 2-1 sobre Aviación, el equipo de la Fuerza Aerea dominicana, en el torneo nacional de 1956. Al día siguiente recibió un telegrama, “Repórtese inmediatamente a la Fuerza Aerea”. Había sido reclutado para jugar béisbol.
En 24 horas, Marichal llegó a la base San Isidro y fue recibido por el General Fernando Sánchez. Cuando Marichal salía de la habitación, el general le extendió 100 pesos, una gran cantidad para la época que equivalía casi a 100 $. Su primera asignación fue presentarse en el Estadio La Normal para entrenar con miras a un campeonato juvenil en México. Juan vivió en el clubhouse, debajo de las tribunas por más de una semana antes de quedar en el equipo que incluía a los futuros grandes ligas Manny Mota y Matty Alou. Hizo su primer viaje en avión a México, Juan ganó un juego y salvó otro contra Puerto Rico para avanzar a la final contra el equipo anfitrión. Ahí él y sus compañeros se encontraron con fanáticos sentados sobre su dugout, que tenían navajas y pistolas. “Cuando fuimos al bullpen, nos mostraron sus pistolas”, dijo él. “Estábamos tan asustados, que no pudímos manejar la presión”. Los mexicanos ganaron. Los dominicanos escaparon.
Marichal firmó con los Gigantes el 16 de septiembre de 1957. Menos de tres años después, estaba en las Grandes Ligas, gracias en parte a un sagaz consejo de su entrenador en Clase A, en Springfield, Mass. Andy Gilbert le dijo a Marichal que sacaría out a más bateadores zurdos si lanzaba por encima del brazo. “No podía hacer eso a menos que levantara la pierna a lo alto”, dice Marichal.
Para el momento en que los dos hombres subieron al montículo para su disputado encuentro, ese estilo los había ayudado a tener dos de las mejores actuaciones en las Grandes Ligas. En pocas semanas, ambos serían miembros del equipo de estrellas de la Liga Nacional y este día ambos demostraron que eran parte de ese equipo. Aunque Marichal estaba lanzando de todo, él usaba cinco diferentes pitcheos desde tres diferentes ángulos y a dos velocidades, se dio cuenta que su recta estaba funcionando mejor. Spahn había alargado su carrera al agregar un screwball en 1956, y ahora lo usaba con efectividad ante los bateadores derechos.
Hubo algunos intentos de anotar carreras temprano en el juego. Del Crandall de los Bravos se embasó mediante un error de dos bases con dos outs en el segundo inning. ¿Un hombre en posición anotadora con dos outs era un peligro para Marichal? Difícilmente. Gaylord Perry, entonces un joven pitcher que veía el juego desde el dugout de los Gigantes, aprendía mucho observando a Marichal y hablando con él. Perry no estaba preocupado. “Solía hacer una pequeña apuesta en el dugout consistente en que a Juan no le podían anotar una carrera con hombre en tercera y dos outs”, dijo él. Seguro, Marichal dominó a Roy McMillan con elevado al jardín central.
En el cuarto inning, Marichal hizo out a Aaron con elevado a la izquierda y ponchó a Matthews. Entonces Norm Larker negoció boleto y Mack Jones sencilleó al centro. Con dos outs y dos en circulación Del Crandall metió una línea bajita al centro. Mays decidió tomar la pelota de un bote antes que zambullirse y reventó a Larker en el plato en “un movimiento asombroso” de acuerdo a Bob Stevens del San Francisco Chronicle.
Con dos outs en la parte de arriba del séptimo, Spahn, cuyos 35 jonrones de por vida están entre los primeros en la historia para un pitcher, casi bateó uno. Su estacazo rebotó en la pared del jardín derecho y se apuntó un doble., luego se quedó varado allí.
Spahn sobrevivió a un casi jonrón en el cierre del noveno inning cuando Willie McCovey largó una conexión inmensa que pareció pasar sobre el poste del jardín derecho en territorio bueno. Así lo creyeron los Gigantes. Tambien los aficionados y la mayoría de los presentes en el palco de prensa. Pero el árbitro de primera base Chris Pelekoudas dijo que la pelota pasó en foul. Nueve innings sin carreras.
Para ese momento, Spahn había permitido sólo cinco imparables sin boletos, un ponche. Marichal había recibido 6 imparables, 3 boletos y 4 ponches.
Ninguno mostraba indicio alguno de cansancio. Era un lugar común en los ’60 que ambos abridores completaran el juego, aún en extra innings. Los managers casi no llevaban la cuenta de los pitcheos, en lugar de eso estaban pendientes de signos de debilitamiento como dejar caer el brazo o hacer lanzamientos altos. Cuando Spahn permitió solo dos imparables (y sorprendió a uno de los corredores en primera) y Marichal sólo uno entre los innings 10 y 13, la gente sabía que ambos pitchers se mantenían en buenas condiciones. Cuando no lanzaba, Marichal se sentaba en el banco a masticar chicle Bazooka y estudiar a su rival. Luego corría al montículo, era lo mejor para mantener el brazo caliente. Por su parte, Spahn solía salir del campo para encontrarse con su compañero Lew Burdette y fumarse un Camel sin filtro detrás del dugout. Pero Burdette había sido cambiado a los Cardenales de San Luis, así que Spahn, probablemente se iba sólo a prender su cigarrillo, así obtenía fuerza de la nicotina como un personaje de Faulker en Absalom, Absalom. Luego se dirigía lentamente a lanzar.
Sentado en un banco a un lado de la línea de cal del jardín izquierdo, junto a otros relevistas y los catchers de reserva, Al Stanek, el zurdo de 19 años de los Gigantes sentía como si estuviera suspendido en un túnel de viento. Pero estaba muy emocionado. “Santo cielo”, recuerda haber pensado. “¡Dos tipos lanzando este juegazo, y uno pasa de 40 años!”.
La edad de Spahn suavizaba el encono de los fanáticos de los Gigantes. Dave Bush, entonces estudiante de segundo año en Cal-Berkeley, luego fue reportero de béisbol en el Chronicle, estaba soldado al radio (el juego no fue televisado). A medida que el juego se extendía, él le declaró una vez a Roger Angell de The New Yorker, que se inclinaba más por el tipo de más edad.
El manager de San Francisco Alvin Dark le preguntó varias veces a Marichal si quería que lo sacara del juego. “Alvin ¿ves a ese hombre que lanza para el otro equipo?”, le respondió Marichal. “Él tiene 42 años y yo 25, no puedes sacarme del juego mientras ese hombre siga lanzando”.
Spahn parecía acabado en el cierre del décimocuarto episodio antes de salir de un enredo de bases llenas. El décimoquinto lo retiró a paso de conga, y Marichal sacó sin problemas la parte de arriba del décimosexto. Spahn lanzó una screwball tras otra antes de dominar a Harvey Kuenn con un elevado para iniciar el cierre de ese inning. Tenía exactamente 200 pitcheos, y Spahn se mantenía fuerte. El próximo bateador era Willie Mays.
Eran las 12:30 a.m del 03 de julio. Aunque se había ido de 5-0, habiéndose embasado solo mediante un boleto intencional, Mays le prometió al agotado Marichal, quién había lanzado 227 pitcheos, que terminaría el juego que había sido rico en jugadas defensivas y errores, bases robadas y sorprendidos en las bases, de todo menos una carrera.
Ahora, un gran hombre enfrentaría a otro para terminar el juego. El viento se había degradado a una suave brisa. Entremetidas entre la intensidad del juego, las luces de ambos lados del estadio reflejaban varias sombras sobre cada participante, Candlestick por una vez proyectaba una calma de otro mundo.
El primer envío de Spahn para Mays fue otro screwball. De inmediato, Spahn supo que estaba en problemas. Antes que rotar fuera del alcance del bateador, la pelota se colgó ante Mays, tan jugosa y tentadora como una lustrosa manzana en un árbol. Mays descargó su swing característico. En una restrospectiva de Sports Illustrated cuarenta años después, el difunto Ron Fimrite, quién vio el juego como un reportero de noticias del Chronicle, lo calificó como el mejor juego que vio en su vida, describió el batazo de Mays así: “fue un arco alto a la izquierda, donde, luego de flotar en el cielo nocturno por lo que pareció una eternidad, aterrizó más allá de la cerca”.
Gigantes 1, Bravos 0.
Casi dos juegos de acción intensa, duró cuatro horas y 10 minutos. Los aficionados se levantaron y gritaron, por Mays, por Marichal, por Spahn y por ellos. Lo ignoraban en ese momento pero habían visto a dos de los últimos tres pitchers que lanzaron más de 15 innings en un juego, y eso había ocurrido en el mismo juego.
El screwball de Spahn fue el último envío de una noche inolvidable de béisbol, aún cuando Spahn trató de olvidarlo por siempre. “Ese pitcheo probablemente lo molestó más que cualquiera que haya hecho”, dijo su hijo Greg. “Por años dijo que si había un pitcheo que le gustaría hacer de nuevo, sería ese”.
Pero ese juego consolidó la grandeza de Spahn para siempre. Ahí estaba él, la maravilla sin edad, sorprendiendo a los aficionados, desafiando a la sabiduría junto al pitcher joven más grande de su época. El 02 de julio de 1963, Spahn y Marichal se unieron como pitchers especulares, futuros amigos y autores del duelo de pitcheo más grande del béisbol. Que pena que nunca se reunirán otra vez, excepto en el cielo del béisbol.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Este artículo es una adaptación del libro The Greatest Game Ever Pitched: Juan Marichal, Warren Spahn and the Pitching Duel of the Century (Triumph Books, 2011) con partes del libro reimpresas con el debido permiso. Copyright Jim Kaplan, 2011.
“¿El mejor juego pitcheado de la historia? ¿De verdad?”
He observado mucho esta reacción desde que mi libro, The Greatest Game Ever Pitched, fue publicado.
Quienes disienten recuerdan el juego perfecto de Addie Joss de Cleveland con pizarra de 1-0 ante los Medias Blancas de Chicago y Ed Walsh el 02 de octubre de 1908, el empate 1-1 en 26 innings, escenificado en 1920, de Joe Oeschger de los Bravos de Boston y Leon Cadore de los Dodgers de Brooklyn, el juego perfecto de 12 innings de Harvey Haddix en 1959 que perdió en el episodio 13; y el perfecto de Sandy Koufax en 1965 en el cual el pitcher perdedor Bob Hendley de los Cachorros de Chicago perimitió un solo imparable y dos corredores.
Hay que estar claro, estos juegos fueron excepcionales por méritos propios: dos futuros inquilinos del Salon de la Fama batallando en la ultima semana de una carrera muy cerrada por el banderín (Joss-Walsh); el duelo de pitcheo mas largo en la historia de las Grandes Ligas (Cadore-Oeschger); la mejor actuación de un pitcher (Haddix), y la menor cantidad de corredores permitidos en un juego de nueve innings (Koufax-Hendley)
Sin embargo la épica confrontación entre Warren Spahn de los Bravos de Milwaukee y Juan Marichal de los Gigantes de San Francisco, el 02 de julio de 1963 fue sui generis: No había nada con que compararlo.
Considere: Aquel dia, un par de futuros inquilinos del Salón de la Fama, uno con sus mejores días en el pasado, el otro con una carrera al comienzo de su esplendor, se enfrascaron en una batalla nunca antes ni después vista. Spahn, ya era un ícono, había debutado durante la segunda guerra mundial y jugaba su temporada número 13 y la última donde ganó al menos 20 juegos. Marichal, formaba parte de la nueva cosecha de estrellas latinas que estaban cambiando la faz del beisbol, se encaminaba a la primera de seis temporadas de al menos 20 victorias.
Los dos hombres se fajaron durante 15 innings sin que les anotaran carreras, hasta que el juego se decidió en el inning 16. Sigue siendo el último juego donde dos pitchers han lanzado sin que les anoten carreras por tan largo trayecto en el mismo juego. Sin contar a los pitchers hubo cinco futuros inquilinos del Salón de la Fama en las alineaciones de aquel dia. Ambos hombres lanzaron más de 200 envíos.
Mas allá de eso el duelo Spahn-Marichal trascendió las estadísticas y aterrizó en un universo mágico.
Habría sido suficiente con ver pitchear a estos futuros inmortales. Fue un irresistible careo de experiencia versus juventud al tope de sus apogeos. Spahn, 42, llego al juego con marca de 11-3, había implantado recientemente la marca de todos los tiempos de 328 victorias para un pitcher zurdo y no había concedido un boleto en los últimos 18.1 innings. Marichal, 25, tenia marca de 12-3 con 2.38 de efectividad y habia lanzado sin hits ni carreras ante Houston hacia 17 dias.
Las estrellas estaban alineadas perfectamente para tal duelo clásico. Al comienzo de la temporada, la zona de strike había sido expandida desde “la parte superior de las rodillas a las axilas” hasta “la parte inferior de las rodillas al tope de los hombros”, un cambio de regla que influyó para que los bateadores de la Liga Nacional batearan 1019 imparables menos que en 1962.
Y Marichal y Spahn no podrían haber tenido un mejor escenario. Candlestick Park, ahora utilizado sólo para futbol americano, era un paraíso para los pitchers. Bautizado así por estar ubicado en el parque natural Candlestick Point de San Francisco, el cual a su vez fue nombrado así por un pájaro marino casi extinguido, denominado “candlestick”, así como por las rocas y árboles que semejan candelabros; el estadio era frio debido al viento que soplaba desde la Bahía de San Francisco. Las pelotas no viajan tan lejos en climas fríos como tampoco lo hacen cuando hay mucha humedad, ni los bateadores ejecutan tan bien cuando sus manos están frías.
Las alineaciones de aquella noche contaban con Willie Mays, Willie McCovey y Orlando Cepeda de los Gigantes y Hank Aaron y Eddie Matthews de los Bravos, todos en ruta a Cooperstown. Mediante el concurso de bateadores como Ed Bailey y Felipe Alou, San Francisco comandaría la liga en jonrones con 58 de ventaja sobre el segundo lugar de Milwaukee.
Así Spahn y Marichal salieron a lanzar, dos hombres aparentemente diferentes y asombrosamente similares. Spahn era zurdo, blanco y estadounidense, de facciones angulosas y nariz aguileña, mientras Marichal era derecho, trigueño, dominicano, y cara redonda. Pero ambos usaban el estilo de la patada alta que le dificultaba a los bateadores descifrar el punto donde soltaban la pelota y las selecciones de los pitcheos. Menos conocido por los historiadores de béisbol es que cada hombre tuvo una experiencia formativa con un familiar y con los militares.
Edward Spahn, el padre de Warren, fabricó un montículo en el patio de su hogar en Buffalo, N.Y, y obsesivamente le enseñaba a su hijo sobre pitcheo. “Control…control…control”, decía Spahn. “ ‘Si vas a lanzar una pelota de beisbol’ él solía decirme, ‘apunta hacia alguna diana, no lances por lanzar’”
Edward tambien le enseñó a su hijo el auto-control: “No alardees mucho. El tipo que es bullero, siempre abandona, tiene complejo de inferioridad. Se tú mismo, se amable, respeta los sentimientos de las otras personas, y trátalas con deferencia”.
Firmó a los 19 años desde la secundaria, Spahn avanzó rápido en las ligas menores, se tomó una taza de café con los Bravos en 1941, y se enlistó en el ejército ese año. Como sargento de compañía del Army's 276th Engineer Combat Battalion, llegó a Francia en agosto de 1944 y sobrevivió casi 10 días con sandwiches de mantequilla de maní que le proporcionaban los amistosos soldados británicos. Sus compañeros en el ejército, lo reportaron en Baseball in Wartime, “Aquel era un grupo de tipos duros. Había personas que les permitieron salir de la cárcel para ir al servicio militar. Esas fueron las personas con quienes viajé. Ellos eran duros y rústicos, y tuve que ajustarme a ese molde”.
Spahn peleó en la Batalla del Bulge y en la pelea del puente en Remagen, ganó una comisión de campo para teniente segundo, una Estrella de Bronce y un Corazón Púrpura. “Una bala me pegó aquí”, le dijo una vez a Lester J. Biederman del Pittsburgh Press, mientras señalaba una cicatriz en su estómago. Se negó a mencionar una herida de perdigón en una pierna, “y otra me dio en el cuello”. Como resultado, la idea del béisbol como un reto de gran presión nunca lo afectó cuando regresó a las Grandes Ligas en 1946. En palabras de Spahn. “Nadie me está disparando”.
Marichal nunca vio acción en una Guerra pero el servicio militar jugó un rol importante en su carrera. Había crecido en República Dominicana sin su padre, quién falleció cuando Juan tenía tres años, pero tiene pensamientos agradables de su hermano mayor Gonzalo. Juan iba montado en un caballo a buscar a Gonzalo dondequiera que este estuviera jugando béisbol, luego regresaba a casa con Gonzalo en el mismo caballo, y le preguntaba sobre el juego en todo el trayecto. Debido a que Gonzalo jugaba principalmente shortstop, Juan prefirió esa posición hasta que vio un juego en el cual el héroe nacional de República Dominicana, Bombo Ramos, era el lanzador. Como Luis Tiant, Ramos mostraba la espalda hacia el plato en su windup, luego lanzaba un enceguecedor envío por el lado del brazo. También le hablaba a los bateadores, les decía, “Mas te vale batear esta porque si no, no verás la próxima”. Marichal decidió convertirse en un pitcher Bomboniano. A pesar de ser un buen pitcher amateur, Marichal probablemente nunca hubiera sido profesional si no hubiera llevado al equipo de Manzanillo a una victoria 2-1 sobre Aviación, el equipo de la Fuerza Aerea dominicana, en el torneo nacional de 1956. Al día siguiente recibió un telegrama, “Repórtese inmediatamente a la Fuerza Aerea”. Había sido reclutado para jugar béisbol.
En 24 horas, Marichal llegó a la base San Isidro y fue recibido por el General Fernando Sánchez. Cuando Marichal salía de la habitación, el general le extendió 100 pesos, una gran cantidad para la época que equivalía casi a 100 $. Su primera asignación fue presentarse en el Estadio La Normal para entrenar con miras a un campeonato juvenil en México. Juan vivió en el clubhouse, debajo de las tribunas por más de una semana antes de quedar en el equipo que incluía a los futuros grandes ligas Manny Mota y Matty Alou. Hizo su primer viaje en avión a México, Juan ganó un juego y salvó otro contra Puerto Rico para avanzar a la final contra el equipo anfitrión. Ahí él y sus compañeros se encontraron con fanáticos sentados sobre su dugout, que tenían navajas y pistolas. “Cuando fuimos al bullpen, nos mostraron sus pistolas”, dijo él. “Estábamos tan asustados, que no pudímos manejar la presión”. Los mexicanos ganaron. Los dominicanos escaparon.
Marichal firmó con los Gigantes el 16 de septiembre de 1957. Menos de tres años después, estaba en las Grandes Ligas, gracias en parte a un sagaz consejo de su entrenador en Clase A, en Springfield, Mass. Andy Gilbert le dijo a Marichal que sacaría out a más bateadores zurdos si lanzaba por encima del brazo. “No podía hacer eso a menos que levantara la pierna a lo alto”, dice Marichal.
Para el momento en que los dos hombres subieron al montículo para su disputado encuentro, ese estilo los había ayudado a tener dos de las mejores actuaciones en las Grandes Ligas. En pocas semanas, ambos serían miembros del equipo de estrellas de la Liga Nacional y este día ambos demostraron que eran parte de ese equipo. Aunque Marichal estaba lanzando de todo, él usaba cinco diferentes pitcheos desde tres diferentes ángulos y a dos velocidades, se dio cuenta que su recta estaba funcionando mejor. Spahn había alargado su carrera al agregar un screwball en 1956, y ahora lo usaba con efectividad ante los bateadores derechos.
Hubo algunos intentos de anotar carreras temprano en el juego. Del Crandall de los Bravos se embasó mediante un error de dos bases con dos outs en el segundo inning. ¿Un hombre en posición anotadora con dos outs era un peligro para Marichal? Difícilmente. Gaylord Perry, entonces un joven pitcher que veía el juego desde el dugout de los Gigantes, aprendía mucho observando a Marichal y hablando con él. Perry no estaba preocupado. “Solía hacer una pequeña apuesta en el dugout consistente en que a Juan no le podían anotar una carrera con hombre en tercera y dos outs”, dijo él. Seguro, Marichal dominó a Roy McMillan con elevado al jardín central.
En el cuarto inning, Marichal hizo out a Aaron con elevado a la izquierda y ponchó a Matthews. Entonces Norm Larker negoció boleto y Mack Jones sencilleó al centro. Con dos outs y dos en circulación Del Crandall metió una línea bajita al centro. Mays decidió tomar la pelota de un bote antes que zambullirse y reventó a Larker en el plato en “un movimiento asombroso” de acuerdo a Bob Stevens del San Francisco Chronicle.
Con dos outs en la parte de arriba del séptimo, Spahn, cuyos 35 jonrones de por vida están entre los primeros en la historia para un pitcher, casi bateó uno. Su estacazo rebotó en la pared del jardín derecho y se apuntó un doble., luego se quedó varado allí.
Spahn sobrevivió a un casi jonrón en el cierre del noveno inning cuando Willie McCovey largó una conexión inmensa que pareció pasar sobre el poste del jardín derecho en territorio bueno. Así lo creyeron los Gigantes. Tambien los aficionados y la mayoría de los presentes en el palco de prensa. Pero el árbitro de primera base Chris Pelekoudas dijo que la pelota pasó en foul. Nueve innings sin carreras.
Para ese momento, Spahn había permitido sólo cinco imparables sin boletos, un ponche. Marichal había recibido 6 imparables, 3 boletos y 4 ponches.
Ninguno mostraba indicio alguno de cansancio. Era un lugar común en los ’60 que ambos abridores completaran el juego, aún en extra innings. Los managers casi no llevaban la cuenta de los pitcheos, en lugar de eso estaban pendientes de signos de debilitamiento como dejar caer el brazo o hacer lanzamientos altos. Cuando Spahn permitió solo dos imparables (y sorprendió a uno de los corredores en primera) y Marichal sólo uno entre los innings 10 y 13, la gente sabía que ambos pitchers se mantenían en buenas condiciones. Cuando no lanzaba, Marichal se sentaba en el banco a masticar chicle Bazooka y estudiar a su rival. Luego corría al montículo, era lo mejor para mantener el brazo caliente. Por su parte, Spahn solía salir del campo para encontrarse con su compañero Lew Burdette y fumarse un Camel sin filtro detrás del dugout. Pero Burdette había sido cambiado a los Cardenales de San Luis, así que Spahn, probablemente se iba sólo a prender su cigarrillo, así obtenía fuerza de la nicotina como un personaje de Faulker en Absalom, Absalom. Luego se dirigía lentamente a lanzar.
Sentado en un banco a un lado de la línea de cal del jardín izquierdo, junto a otros relevistas y los catchers de reserva, Al Stanek, el zurdo de 19 años de los Gigantes sentía como si estuviera suspendido en un túnel de viento. Pero estaba muy emocionado. “Santo cielo”, recuerda haber pensado. “¡Dos tipos lanzando este juegazo, y uno pasa de 40 años!”.
La edad de Spahn suavizaba el encono de los fanáticos de los Gigantes. Dave Bush, entonces estudiante de segundo año en Cal-Berkeley, luego fue reportero de béisbol en el Chronicle, estaba soldado al radio (el juego no fue televisado). A medida que el juego se extendía, él le declaró una vez a Roger Angell de The New Yorker, que se inclinaba más por el tipo de más edad.
El manager de San Francisco Alvin Dark le preguntó varias veces a Marichal si quería que lo sacara del juego. “Alvin ¿ves a ese hombre que lanza para el otro equipo?”, le respondió Marichal. “Él tiene 42 años y yo 25, no puedes sacarme del juego mientras ese hombre siga lanzando”.
Spahn parecía acabado en el cierre del décimocuarto episodio antes de salir de un enredo de bases llenas. El décimoquinto lo retiró a paso de conga, y Marichal sacó sin problemas la parte de arriba del décimosexto. Spahn lanzó una screwball tras otra antes de dominar a Harvey Kuenn con un elevado para iniciar el cierre de ese inning. Tenía exactamente 200 pitcheos, y Spahn se mantenía fuerte. El próximo bateador era Willie Mays.
Eran las 12:30 a.m del 03 de julio. Aunque se había ido de 5-0, habiéndose embasado solo mediante un boleto intencional, Mays le prometió al agotado Marichal, quién había lanzado 227 pitcheos, que terminaría el juego que había sido rico en jugadas defensivas y errores, bases robadas y sorprendidos en las bases, de todo menos una carrera.
Ahora, un gran hombre enfrentaría a otro para terminar el juego. El viento se había degradado a una suave brisa. Entremetidas entre la intensidad del juego, las luces de ambos lados del estadio reflejaban varias sombras sobre cada participante, Candlestick por una vez proyectaba una calma de otro mundo.
El primer envío de Spahn para Mays fue otro screwball. De inmediato, Spahn supo que estaba en problemas. Antes que rotar fuera del alcance del bateador, la pelota se colgó ante Mays, tan jugosa y tentadora como una lustrosa manzana en un árbol. Mays descargó su swing característico. En una restrospectiva de Sports Illustrated cuarenta años después, el difunto Ron Fimrite, quién vio el juego como un reportero de noticias del Chronicle, lo calificó como el mejor juego que vio en su vida, describió el batazo de Mays así: “fue un arco alto a la izquierda, donde, luego de flotar en el cielo nocturno por lo que pareció una eternidad, aterrizó más allá de la cerca”.
Gigantes 1, Bravos 0.
Casi dos juegos de acción intensa, duró cuatro horas y 10 minutos. Los aficionados se levantaron y gritaron, por Mays, por Marichal, por Spahn y por ellos. Lo ignoraban en ese momento pero habían visto a dos de los últimos tres pitchers que lanzaron más de 15 innings en un juego, y eso había ocurrido en el mismo juego.
El screwball de Spahn fue el último envío de una noche inolvidable de béisbol, aún cuando Spahn trató de olvidarlo por siempre. “Ese pitcheo probablemente lo molestó más que cualquiera que haya hecho”, dijo su hijo Greg. “Por años dijo que si había un pitcheo que le gustaría hacer de nuevo, sería ese”.
Pero ese juego consolidó la grandeza de Spahn para siempre. Ahí estaba él, la maravilla sin edad, sorprendiendo a los aficionados, desafiando a la sabiduría junto al pitcher joven más grande de su época. El 02 de julio de 1963, Spahn y Marichal se unieron como pitchers especulares, futuros amigos y autores del duelo de pitcheo más grande del béisbol. Que pena que nunca se reunirán otra vez, excepto en el cielo del béisbol.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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