Una noche de hace seis años conversé alrededor de una hora con un hombre que había llenado de gloria al béisbol del estado Sucre. “Está bien, vamos a hablar, pero me tienes que decir si en el mercado de Cumaná todavía se consiguen aquellos dulces de casabe, coco, clavo especia y papelón. Piñonatos, eso es lo que más recuerdo de Cumaná”. La emoción me hizo apreciar una película paralela al diálogo. Los zapatos deslizaron sobre varias piedras pulidas por el desgaste de los neumáticos. Felipe me templó por el hombro de la camisa. Me reclamó que Papá lo iba a regañar si yo llegaba a la casa con los zapatos sucios. El titular de mitad de la página calló el jarabe mandibular de Felipe. “Armando Bastardo lanza juego perfecto en victoria 5-0 del MOP Zona 10 ante Urbanos” Mientras esquivábamos, postes, carros y personas en la acera y la calle, las imágenes de una discusión en el pasillo posterior del jardín centelleando sobre el periódico me hacía dudar de lo que le había dicho a Felipe. “Eso que dices de los 27 outs seguidos, sin que nadie se embase, es mentira, eso no lo creo hasta que no lo vea. Si pitchear sin que te anoten y te den hits es bien pelúo ¿Cómo hace un pitcher para que no se le embase nadie? Ni que los bateadores fueran mochos”.
Ahora sonaban con eco de lanzamiento espacial los nombres de Sandy Koufax, Jim Hunter, Jim Bunning, Don Larsen, y todos los pitchers que recitaba Felipe que habían lanzado perfecto en las Grandes Ligas. El hecho de que en la liga profesional venezolana no se hubiera lanzado ninguna de esas joyas aumentaba mi incredulidad del hecho. Sin embargo Felipe volvía a la carga. “Si, pero en el béisbol amateur AA que era tan bueno como el profesional también hubo un juego perfecto, lo lanzó Gustavo “Mocho” García lanzando para el Locomotora de La Guaira, el 19 de abril de 1952, le ganó 5-0 al Intendencia Naval. García era de Carúpano, desde ese momento ese juego perfecto fue otra de las armas que esgrimían los carupaneros en su rivalidad deportiva y general con los cumaneses. Aquel béisbol amateur era tan bravo que en Cumanacoa existe una leyenda que habla de un equipo local que venció al propio “Patón” Carrasquel en un juego de exhibición en los años cuando jugaba en Grandes Ligas”.
Bastardo empezó a rememorar sus tiempos de pelotero en Cumaná con cierta mirada nostálgica. “Me tuve que venir a Caracas porque allá era difícil conseguir trabajo. Empecé a trabajar en el MOP y me dieron la oportunidad de jugar en el equipo AA”
Subimos la acera de la calle Las Flores y devoramos las letras del periódico. “El MOP-Zona 10 se fue adelante con jonrón solitario de Oscar Rivas en el cierre del primer inning”.
Felipe levantó el periódico mientras pasábamos sobre el puente de la acequia. Estaba casi seguro de que este Armando Bastardo era el mismo que jugaba con la selección juvenil del estado Sucre cuando ganaron los campeonatos nacionales de 1966,1967 y 1968. El era uno de los baluartes sino el principal de aquel equipo. El propio pitcher de cabecera, el muchacho de la película. Me quedé mirando a mi hermano con una envidia enorme porque lo que me había tocado ver del equipo de Sucre fue el subcampeonato de aquel torneo nacional de Cumaná cuando perdieron la final 2-1 ante Anzoátegui. Bastardo dejó marca de 13-3 en aquellos 3 campeonatos juveniles. La actuación que más se recuerda es una donde lanzó 17 episodios en blanco antes de que el juego fuera suspendido por lluvia. El juego se reanudó varios días después y Sucre se llevó el campeonato.
En la punta de los pies asomé los ojos sobre el periódico. “En el quinto otro vuelacerca de Rivas con dos corredores a bordo alejó 4-0 al MOP Zona 10 ante el abridor Rubén Illas”.
“Aquellos equipos de Sucre que ganaron esos campeonatos juveniles tenían mucha mística, mucho respeto. Había mucha química con el manager Ramón Rivas. Siempre salía alguien que hacía la jugada o daba el batazo”. Bastardo apretaba entre las manos su agenda.
Corrí paralelo al flujo de la acequia que arrastraba hojas de jabillo, envolturas de alimentos, pedazos de madera. Atravesé la tela metálica del parque y subí el tobogán con el impulso que llegué al polvo seguí hasta las espaldas de Felipe. “En el octavo tramo Silvio Flores destapó imparable y Rivas se apareció con su cuarto incogible, un doble remolcador”. Con cada paso raspaba más las puntas de mis zapatos en mi intento de tocar el papel. Quería cerciorarme de que aquello no era verdad. Entonces restalló en mis parietales otro comentario de Felipe. “Entonces si ves el box score del perfecto de Koufax vas a pensar que es un cuento de hadas. Ganó 1-0 y al otro pitcher Bob Hendley, creo que se llama, sólo le dieron un hit que no tuvo nada que ver con la carrera”. Le pregunté por qué si en la liga profesional juegan tantos peloteros buenos, nunca había ocurrido un juego perfecto. Sólo escuché un silbido y una risa ahogada.
En la cuadra siguiente atravesamos el pavimento y avanzamos entre las hierbas y la arenilla del solar aledaño a la escuela “José Luis Ramos”. Entre las hondonadas de arena que llevaban a la calle Bolívar alcancé el periódico.
“En el noveno acto Simón Delgado emergió por Francisco Oliveros como primer bateador de Urbanos, bateó un globo hacia los predios de Luis Maldonado en la segunda base. Era un elevado inofensivo pero alejado del camarero. Maldonado se arrojó de cabeza hacia su izquierda y atrapó la pelota cuando estaba a punto de tocar la grama. Superado el susto, Bastardo retiró a Pedro Millán con rodado al campocorto Silvio Flores, y al emergente Tadeo Flores con roletazo por la tercera almohadilla. El segundo juego perfecto del béisbol amateur se había logrado en el estadio Chato Candela un 23 de septiembre de 1971”.
Bastardo hojeó un libro de pitchers venezolanos donde estaba documentada su hazaña y se inclinó en la silla de la sala. “Hasta el noveno inning no sabía nada del juego perfecto. Si había notado que casi nadie se me acercaba y me preguntaba ¿Qué está pasando aquí?” Cuando íbamos saliendo para servir en el noveno escuché: “Hay que echar el resto, es un juego perfecto”.
Cuando bajábamos hacia la superficie anaranjada de la calle Bolívar, un sónido que bajo del follaje de los jabillos hizo voltear a Felipe mientras yo saltaba desde la mitad del talud hacia la calle de tierra. “Urugujuru”. Un estruendo de aeropuerto estremeció las orillas de la acequia. Nos asomamos con el corazón en la boca y vimos las plumas de un buho de medio metro temblando entre las aguas. Corrimos hasta alcanzar la punta de la acera de la casa. Entrando al porche templé la página deportiva, pero Felipe no la soltó. “Sólo cuatro de los 27 outs los hizo en los jardines. Una línea de Francisco Depón a la izquierda en el primer episodio, un par de elevados al bosque derecho de Francisco Oliveros y de Pedro Millán en el tercero y un elevado de Rafael Barrera al leftfield en el octavo. ‘Muy pocas veces usé la curva’, agregó Bastardo. “Casi todos los lanzamientos que hice fueron rectas en la esquina de afuera’”.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
martes, 20 de septiembre de 2011
La escalera de Pablo
Aquella mañana había una muchedumbre ante los ascensores del centro
comercial. Me urgía subir al quinto piso para asegurar una buena
ubicación en el orden de llegada. Cada diez segundos doblaba la lengua
para sentir el filo de la muela fracturada, semejaba los colmillos de
un lobo hambriento. De paso hacia el consultorio leí de soslayo el
titular de las páginas deportivas. “Pablo Sandoval batea la escalera”.
En medio de la cinética de mis pies, varias imágenes pintaron una
acuarela surrealista en mis remembranzas. Vi a Kung Fu Panda
trastabillando entre segunda y tercera base, parecía difícil que
llegara pero había un brillo retador en sus pupilas. También apareció
un crepúsculo cumanacoense. Papá me llamó. Necesitaba ajustar el reloj
del anuncio publicitario. Escondí el radio transistor tras la paila de
las siemprevivas del jardín y tragué saliva unas diez veces. En el
horizonte de la pintura un ser mitológico mitad César Tovar, mitad
Pete Rose llegaba de cabeza a la antesala para lograr un triple.
En la sala de espera pedí prestado un periódico. “San Francisco 8 -
Colorado 5. 15 de septiembre 2011. Quinta victoria seguida. Los
Gigantes evitan que Arizona se acerque más al título de la división
oeste de la Liga Nacional. Sandoval es el vigésimo quinto Gigante y el
cuarto venezolano que batea la escalera. Cuando el Panda vio a Carlos
González estrellarse contra la pared supo que tenía oportunidad de
completar la escalera y apretó la marcha. ‘Cuando vi que se cayó,
corrí con toda la fuerza de mis piernas. A medio camino entre primera
y segunda supe que tenía la posibilidad de hacerlo’. Llegó a tercera
de cabeza con el triple que martillaba el escalón faltante de su
primera escalera”. A la distancia oía mi nombre. Mis ojos formaban
parte de un chispero incandescente adheridos al periódico.
Papá ubicó la escalera de aluminio bajo la publicidad de la empresa
de seguro. Me señaló una pequeña caja gris y subí hasta ella. Había un
reloj con varias escalas y un botón escarlata. “Coloca la aguja grande
en las 7 horas y la pequeña en los 10 minutos”. Cuando estaba a dos
escalones del piso, Papá se pasó el pañuelo por la frente. “Tienes que
volver a subir y apretar el botón rojo”.
Salté sobre la grama de lochas y corrí a la misma intensidad con que
se corre de segunda a tercera en búsqueda de un triple. Saqué el
radio de entre las siemprevivas. Justo en el limonero del pasillo
posterior del jardín logre sintonizar. “We’re almost ready to start
tonight’s game at Metropolitan Stadium on September 19th, 1972…” A
medida que subía el radio, mejoraba la recepción. Empecé a monear el
limonero. En la quinta rama todavía había chisporroteos de aceite
caliente. Cuando desaparecieron las interferencias estaba sobre las
piedrecillas que cubrían el asfalto del techo de la casa. El ardor de
las espinas en la cara y las manos apenas llegaba a caricia ante la
corneta del transistor. “…the ball is at the bottom of right center
field alley. Cesar Tovar touches second base and keeps running. Here
it comes the ball and it’s a three base hit for Tovar…what an excitant
player…”
Me levanté para ir al baño y noté ciertas sonrisas irónicas de la
secretaria y los otros pacientes. “Los cuatro imparables los bateó
ante su compatriota Jhoulys Chapín. ‘Le dio a todo lo que le lancé. El
jonrón fue con una recta. El sencillo ante un cambio. Y el doble
contra una pelota baja y afuera, sólo le puso el bate y la colocó por
la banda contraria’”. De regreso volví a escuchar mi nombre y varias
risas ahogadas.
El tornasol del crepúsculo dio paso a una oscuridad atravesada de
estrellas que hacían palidecer las luces artificiales. El juego llegó
al cierre del noveno inning Texas 3 – Minnesota 3. Cuando escuché
desde la esquina del hospital, que venía a batear Tovar con un hombre
en base, las suelas de mis zapatos apenas rozaban las piedrecillas. El
aroma de las hojas de limón impregnaban la noche. “…going…going…it’s a
walk off home run for Cesar Tovar. The Twins beat the Rangers 5-3…
What a way to complete the cycle..”
Mientras leía que Sandoval se unía al receptor de Milwaukee, George
Kottaras como el segundo pelotero que batea la escalera en 2011, la
secretaria se me acercó. “Señor ¿no se va a ver con la doctora? Ya han
pasado dos personas que llegaron después de usted..”
“Hijo, tengo como media hora llamándote para cenar ¿Qué oyes?”. Papá
asomaba su rostro a ras del techo. El olor de papas fritas con ajo se
mezcló con la alegría de saber que Tovar había bateado la escalera en
Grandes Ligas. Solo cuando puse los zapatos en el primer tramo de la
escalera de aluminio, respondí. “Un juego de pelota, Papá”.
Alfonso L. Tusa C.
comercial. Me urgía subir al quinto piso para asegurar una buena
ubicación en el orden de llegada. Cada diez segundos doblaba la lengua
para sentir el filo de la muela fracturada, semejaba los colmillos de
un lobo hambriento. De paso hacia el consultorio leí de soslayo el
titular de las páginas deportivas. “Pablo Sandoval batea la escalera”.
En medio de la cinética de mis pies, varias imágenes pintaron una
acuarela surrealista en mis remembranzas. Vi a Kung Fu Panda
trastabillando entre segunda y tercera base, parecía difícil que
llegara pero había un brillo retador en sus pupilas. También apareció
un crepúsculo cumanacoense. Papá me llamó. Necesitaba ajustar el reloj
del anuncio publicitario. Escondí el radio transistor tras la paila de
las siemprevivas del jardín y tragué saliva unas diez veces. En el
horizonte de la pintura un ser mitológico mitad César Tovar, mitad
Pete Rose llegaba de cabeza a la antesala para lograr un triple.
En la sala de espera pedí prestado un periódico. “San Francisco 8 -
Colorado 5. 15 de septiembre 2011. Quinta victoria seguida. Los
Gigantes evitan que Arizona se acerque más al título de la división
oeste de la Liga Nacional. Sandoval es el vigésimo quinto Gigante y el
cuarto venezolano que batea la escalera. Cuando el Panda vio a Carlos
González estrellarse contra la pared supo que tenía oportunidad de
completar la escalera y apretó la marcha. ‘Cuando vi que se cayó,
corrí con toda la fuerza de mis piernas. A medio camino entre primera
y segunda supe que tenía la posibilidad de hacerlo’. Llegó a tercera
de cabeza con el triple que martillaba el escalón faltante de su
primera escalera”. A la distancia oía mi nombre. Mis ojos formaban
parte de un chispero incandescente adheridos al periódico.
Papá ubicó la escalera de aluminio bajo la publicidad de la empresa
de seguro. Me señaló una pequeña caja gris y subí hasta ella. Había un
reloj con varias escalas y un botón escarlata. “Coloca la aguja grande
en las 7 horas y la pequeña en los 10 minutos”. Cuando estaba a dos
escalones del piso, Papá se pasó el pañuelo por la frente. “Tienes que
volver a subir y apretar el botón rojo”.
Salté sobre la grama de lochas y corrí a la misma intensidad con que
se corre de segunda a tercera en búsqueda de un triple. Saqué el
radio de entre las siemprevivas. Justo en el limonero del pasillo
posterior del jardín logre sintonizar. “We’re almost ready to start
tonight’s game at Metropolitan Stadium on September 19th, 1972…” A
medida que subía el radio, mejoraba la recepción. Empecé a monear el
limonero. En la quinta rama todavía había chisporroteos de aceite
caliente. Cuando desaparecieron las interferencias estaba sobre las
piedrecillas que cubrían el asfalto del techo de la casa. El ardor de
las espinas en la cara y las manos apenas llegaba a caricia ante la
corneta del transistor. “…the ball is at the bottom of right center
field alley. Cesar Tovar touches second base and keeps running. Here
it comes the ball and it’s a three base hit for Tovar…what an excitant
player…”
Me levanté para ir al baño y noté ciertas sonrisas irónicas de la
secretaria y los otros pacientes. “Los cuatro imparables los bateó
ante su compatriota Jhoulys Chapín. ‘Le dio a todo lo que le lancé. El
jonrón fue con una recta. El sencillo ante un cambio. Y el doble
contra una pelota baja y afuera, sólo le puso el bate y la colocó por
la banda contraria’”. De regreso volví a escuchar mi nombre y varias
risas ahogadas.
El tornasol del crepúsculo dio paso a una oscuridad atravesada de
estrellas que hacían palidecer las luces artificiales. El juego llegó
al cierre del noveno inning Texas 3 – Minnesota 3. Cuando escuché
desde la esquina del hospital, que venía a batear Tovar con un hombre
en base, las suelas de mis zapatos apenas rozaban las piedrecillas. El
aroma de las hojas de limón impregnaban la noche. “…going…going…it’s a
walk off home run for Cesar Tovar. The Twins beat the Rangers 5-3…
What a way to complete the cycle..”
Mientras leía que Sandoval se unía al receptor de Milwaukee, George
Kottaras como el segundo pelotero que batea la escalera en 2011, la
secretaria se me acercó. “Señor ¿no se va a ver con la doctora? Ya han
pasado dos personas que llegaron después de usted..”
“Hijo, tengo como media hora llamándote para cenar ¿Qué oyes?”. Papá
asomaba su rostro a ras del techo. El olor de papas fritas con ajo se
mezcló con la alegría de saber que Tovar había bateado la escalera en
Grandes Ligas. Solo cuando puse los zapatos en el primer tramo de la
escalera de aluminio, respondí. “Un juego de pelota, Papá”.
Alfonso L. Tusa C.
sábado, 10 de septiembre de 2011
Consistencia es el nombre del juego para Scutaro
Tim Britton. 09-09-2011. Journal Sports
Toronto.- Marco Scutaro no es exactamente un jugador protagonista. Normalmente no llama la atención, se contenta con ser un jugador complementario.
Excepto por esta semana en Toronto.
Esta serie de cuatro juegos ha probado que es un shortstop resaltante, que ha contribuído en el plato y al campo toda la semana.
Conocido como una presencia consistente en el cuadro interior, Scutaro hizo dos jugadas extraordinarias en el primer inning del juego del jueves 08 de septiembre para ayuda a Andrew Miller. Luego de un doble para abrir el juego de Yunel Escobar, Scutaro hizo una maravillosa atrapada deslizándose para alcanzar un globito de Eric Thames al jardín izquierdo corto. Dos bateadores después, llegó hasta el fondo del abanico para tomar un roletazo de Edwin Encarnación con el guante revés y completar el out en primera base. Evitó dos carreras.
Fue un despliegue inusual de rapidez de Scutaro. Un día antes, el manager Terry Francona había elogiado su consistencia.
“Sabes que esperar de Scut”, dijo el manager Terry Francona el miércoles. “Y eso no es malo”.
Esa es quizás la mayor diferencia entre Scutaro y el otro campocorto de Boston, Jed Lowrie. Mientras Lowrie ha oscilado esta temporada entre puntos muy altos y otros muy bajos, Scutaro, por la mayor parte de los últimos tres meses, ha sido un factor estabilizador.
Ha sido una temporada normal pero efectiva para Scutaro, que casi no existió para los Medias Rojas en los primeros dos meses de la temporada. Un comienzo lento combinado con un abril al rojo vivo de Lowrie lo relegaron al banco. Una lesión en el músculo intercostal empeoró las cosas.
Desde que regresó de la lista de incapacitados en la primera semana de junio, Scutaro ha sido un sólido colaborador con el madero. Hasta el jueves, bateaba para .298 con .356 con gente en base en ese período de tres meses.
Eso ha incrementado su promedio de la temporada a .285.
“Desde que fuimos a Kansa City, he bateado bien la pelota, ya sea bateando de frente a alguien o cuando hacen una atrapada lanzándose de cabeza. Eso es parte del juego”, dijo Scutaro. “Pienso que mi tiempo está bien y cuando eso ocurre, eres capaz de ver la pelota mejor y reconocerla más temprano por lo cual no le haces swing a pitcheos malos”.
Probablemente no es coincidencia que la racha de bateo de Scutaro del último mes coincida con el regreso de Lowrie, no tiene que ver con ningún factor motivador, sino que permitió el necesario descanso de Scutaro. Mientras Lowrie estuvo en la lista de incapacitados del 16 de junio al 08 de agosto, Scutaro juegó en 44 de 46 juegos.
Eso no es sencillo de hacer para él porque todavía sufre de la lesión en el hombro que apenas le permitía lanzar desde el short el año pasado.
“Hemos estado concientes de eso. Por eso lo hemos descansado algunas veces porque la lesión todavía persiste y tenemos que solventarla”, dijo Francona. “Pienso que él ha sabido manejar la situación.”
Scutaro describió la diferencia entre el año pasado y este como “día y noche”. La salud ha sido una gran razón para que hayan mejorado los números defensivos de Scutaro en referencia a 2010.
El puesto de campocorto ha rebotado entre Scutaro y Lowrie toda la temporada. Mientras Lowrie puede proveer el techo más alto, Scutaro aporta consistencia. Francona no está apurado en determinar quién jugará más en la post temporada.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Toronto.- Marco Scutaro no es exactamente un jugador protagonista. Normalmente no llama la atención, se contenta con ser un jugador complementario.
Excepto por esta semana en Toronto.
Esta serie de cuatro juegos ha probado que es un shortstop resaltante, que ha contribuído en el plato y al campo toda la semana.
Conocido como una presencia consistente en el cuadro interior, Scutaro hizo dos jugadas extraordinarias en el primer inning del juego del jueves 08 de septiembre para ayuda a Andrew Miller. Luego de un doble para abrir el juego de Yunel Escobar, Scutaro hizo una maravillosa atrapada deslizándose para alcanzar un globito de Eric Thames al jardín izquierdo corto. Dos bateadores después, llegó hasta el fondo del abanico para tomar un roletazo de Edwin Encarnación con el guante revés y completar el out en primera base. Evitó dos carreras.
Fue un despliegue inusual de rapidez de Scutaro. Un día antes, el manager Terry Francona había elogiado su consistencia.
“Sabes que esperar de Scut”, dijo el manager Terry Francona el miércoles. “Y eso no es malo”.
Esa es quizás la mayor diferencia entre Scutaro y el otro campocorto de Boston, Jed Lowrie. Mientras Lowrie ha oscilado esta temporada entre puntos muy altos y otros muy bajos, Scutaro, por la mayor parte de los últimos tres meses, ha sido un factor estabilizador.
Ha sido una temporada normal pero efectiva para Scutaro, que casi no existió para los Medias Rojas en los primeros dos meses de la temporada. Un comienzo lento combinado con un abril al rojo vivo de Lowrie lo relegaron al banco. Una lesión en el músculo intercostal empeoró las cosas.
Desde que regresó de la lista de incapacitados en la primera semana de junio, Scutaro ha sido un sólido colaborador con el madero. Hasta el jueves, bateaba para .298 con .356 con gente en base en ese período de tres meses.
Eso ha incrementado su promedio de la temporada a .285.
“Desde que fuimos a Kansa City, he bateado bien la pelota, ya sea bateando de frente a alguien o cuando hacen una atrapada lanzándose de cabeza. Eso es parte del juego”, dijo Scutaro. “Pienso que mi tiempo está bien y cuando eso ocurre, eres capaz de ver la pelota mejor y reconocerla más temprano por lo cual no le haces swing a pitcheos malos”.
Probablemente no es coincidencia que la racha de bateo de Scutaro del último mes coincida con el regreso de Lowrie, no tiene que ver con ningún factor motivador, sino que permitió el necesario descanso de Scutaro. Mientras Lowrie estuvo en la lista de incapacitados del 16 de junio al 08 de agosto, Scutaro juegó en 44 de 46 juegos.
Eso no es sencillo de hacer para él porque todavía sufre de la lesión en el hombro que apenas le permitía lanzar desde el short el año pasado.
“Hemos estado concientes de eso. Por eso lo hemos descansado algunas veces porque la lesión todavía persiste y tenemos que solventarla”, dijo Francona. “Pienso que él ha sabido manejar la situación.”
Scutaro describió la diferencia entre el año pasado y este como “día y noche”. La salud ha sido una gran razón para que hayan mejorado los números defensivos de Scutaro en referencia a 2010.
El puesto de campocorto ha rebotado entre Scutaro y Lowrie toda la temporada. Mientras Lowrie puede proveer el techo más alto, Scutaro aporta consistencia. Francona no está apurado en determinar quién jugará más en la post temporada.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
jueves, 8 de septiembre de 2011
¿A dónde te fuiste Steve Blass?
Ed Eagle. MLB.com 09-07-2002.
Pittsburgh. Ocasionalmente se oye el término “vividor” en las Grandes Ligas. Se refiere a los hombres que han pasado la mayor parte de su vida adulta dedicados al juego de béisbol. Si los Piratas de Pittsburgh tienen su propia versión de un vividor del béisbol, es el antíguo pitcher y actual comentarista radial Steve Blass.
La relación de Blass con los Piratas se remonta a 1960. Los Indios de Cleveland, su equipo favorito de la infancia le ofrecieron un contrato tan pronto salió de la secundaria en su Connecticut nativo. Pero los Indios querían que se esperara sin jugar hasta el siguiente entrenamiento primaveral. Cuando los Piratas se aparecieron con un contrato que le daría 1500 dólares más que el de los Indios y la oportunidad de lanzar en las ligas menores de inmediato, Blass aprovechó la oportunidad.
Blass hizo su debut en las Grandes Ligas en 1964. En 1966 tuvo marca de 18-6 con 2.12 de efectividad. Las próximas cinco temporadas ganaría 78 juego y fue claramente considerado el as de los Piratas, una distinción que le agradaba.
“Te gusta tener esa responsabilidad, aunque no pensaba mucho en eso”, dijo Blass. “Sólo sabía que estaba ganando un montón de juegos y era feliz de salir a lanzar”.
“Era un empleo maravilloso. Tuve un período de cinco años donde lancé tan bien como pude haber imaginado. Fue divertido”.
El manager de los Piratas, Danny Murtaugh demostró la confianza que tenía en Blass en la Serie Mundial de 1971. Antes del sexto juego, con Pittsburgh dominando a los Orioles tres juegos a dos, el dirigente de los bucaneros le informó a Blass que él abriría el decisivo séptimo juego si era necesario.
“No había nadie aupando a Bob Moose (el pitcher de los Piratas) en el sexto juego más que yo”, dijo Blass. “Ya había tenido mi día esplendoroso en Three Rivers Stadium. Mi sueño de ganar un juego de Serie Mundial se hizo realidad en el tercer juego”.
Los Piratas perdieron el sexto juego en extrainnings, y pusieron la carga sobre los hombros del as de 29 años. No fue una responsabilidad que tomó a la ligera. “No dormí muy bien esa noche”, dijo Blass. “La mañana siguiente sólo quería que empezara el juego. Los minutos parecían semanas. La mejor parte del séptimo juego fue esperar que empezara”.
Blass batalló con algunas dificultades tempraneras camino a lanzar un juego completo de 4 imparables y lideró a los Piratas a su primera Serie Mundial en 11 años. Después del último out, Blass saltó tan alto como pudo hacia los brazos del inicialista Bob Robertson. Es un momento que ha quedado cincelado en la mentes de todos los fanáticos de los Piratas con suficiente edad para recordarlo.
“Me volví eufórico”, dijo. “Busqué al tipo más grande sobre el que pudiera saltar y ese era Robertson. En la actualidad él no podría agarrarme y cargarme en el aire. Pero entonces, yo sólo pesaba 90 kilos, eso era fácil para él”.
Blass continuó como el as de los Piratas en 1972, se apuntó 19 victorias y fue seleccionado al Juego de Estrellas. Luego inexplicablemente, Blass perdió su habilidad de lanzar la pelota sobre el plato. Dejó marca de 3-9 y 9.85 de efectividad en 23 juegos en 1973. Después de aparecer en sólo un juego en 1974, Blass estaba fuera del juego en 1975.
La carrera de Blass fue misteriosamente recortada en el momento cuando debió haber estado en el tope de sus habilidades. Fue el punto más bajo de su vida. Él agradece a su familia, amigos y compañeros de equipo por apoyarlo.
“Créeme”, dijo. “Hubo momentos difíciles y solitarios y otros cuando me encontraba en el patio de la casa a las cuatro de la madrugada preguntándome. ¿Qué es esto? ¿Por qué pasó esto? ¿Qué va a ser de mí?”
“Mi familia, mis amigos, mis compañeros, estuvieron conmigo. Es algo que no olvidaré por el resto de mi vida. Significa el mundo para mí porque no se está seguro de lo que está pasando. No pienso que pude haber tenido un mejor grupo de apoyo. Me ayudaron inmensamente”.
Blass se mantuvo involucrado con la organización realizando servicio comunitario para el equipo. En 1983, se unió al legendario Bob Prince en la caseta de transmisión de televisión por cable. Integró el equipo de transmisión radial de los Piratas en 1986 y desde entonces ha realizado ambos trabajos.
“Siempre quise ser narrador”, dijo Blass. “Siempre pensé que sería divertido”.
“Sé cuan divertido puede ser el béisbol. Si puedo proyectar eso un poco y conectar a las personas que disfrutan de una cerveza en su patio, ese es el nombre del juego”.
Aunque aún le gusta la oportunidad de venir al estadio todos los días para ver béisbol de Grandes Ligas, Blass admite que la rutina de cuatro décadas en habitaciones de hotel en distintas ciudades a través del país ha empezado a pasar la cuenta.
“He viajado mucho y acabo de cumplir 60 años”, dijo Blass. “Empiezas a mirar hacia el dia cuando termina la temporada y a contar los días. Y empiezas a contar los días que pasas en una habitación de hotel de una ciudad distinta. Empieza a pensar en reducirlos.
“Todavía me gusta esto. Todavía lo disfruto. Podría hacerlo hasta los 90 o por otro año o dos”.
Sin tomar en cuenta cuando decida empezar su jubilación., Blass sabe que ha vivido un sueño.
“He estado involucrado con el mismo equipo por 42 años”, dijo Blass. “No pienso que pueda haber algo mejor que eso”
“He tenido los dos mejores trabajos del béisbol, pitcher abridor, y comentarista. ¿Cuan bueno es eso?
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Pittsburgh. Ocasionalmente se oye el término “vividor” en las Grandes Ligas. Se refiere a los hombres que han pasado la mayor parte de su vida adulta dedicados al juego de béisbol. Si los Piratas de Pittsburgh tienen su propia versión de un vividor del béisbol, es el antíguo pitcher y actual comentarista radial Steve Blass.
La relación de Blass con los Piratas se remonta a 1960. Los Indios de Cleveland, su equipo favorito de la infancia le ofrecieron un contrato tan pronto salió de la secundaria en su Connecticut nativo. Pero los Indios querían que se esperara sin jugar hasta el siguiente entrenamiento primaveral. Cuando los Piratas se aparecieron con un contrato que le daría 1500 dólares más que el de los Indios y la oportunidad de lanzar en las ligas menores de inmediato, Blass aprovechó la oportunidad.
Blass hizo su debut en las Grandes Ligas en 1964. En 1966 tuvo marca de 18-6 con 2.12 de efectividad. Las próximas cinco temporadas ganaría 78 juego y fue claramente considerado el as de los Piratas, una distinción que le agradaba.
“Te gusta tener esa responsabilidad, aunque no pensaba mucho en eso”, dijo Blass. “Sólo sabía que estaba ganando un montón de juegos y era feliz de salir a lanzar”.
“Era un empleo maravilloso. Tuve un período de cinco años donde lancé tan bien como pude haber imaginado. Fue divertido”.
El manager de los Piratas, Danny Murtaugh demostró la confianza que tenía en Blass en la Serie Mundial de 1971. Antes del sexto juego, con Pittsburgh dominando a los Orioles tres juegos a dos, el dirigente de los bucaneros le informó a Blass que él abriría el decisivo séptimo juego si era necesario.
“No había nadie aupando a Bob Moose (el pitcher de los Piratas) en el sexto juego más que yo”, dijo Blass. “Ya había tenido mi día esplendoroso en Three Rivers Stadium. Mi sueño de ganar un juego de Serie Mundial se hizo realidad en el tercer juego”.
Los Piratas perdieron el sexto juego en extrainnings, y pusieron la carga sobre los hombros del as de 29 años. No fue una responsabilidad que tomó a la ligera. “No dormí muy bien esa noche”, dijo Blass. “La mañana siguiente sólo quería que empezara el juego. Los minutos parecían semanas. La mejor parte del séptimo juego fue esperar que empezara”.
Blass batalló con algunas dificultades tempraneras camino a lanzar un juego completo de 4 imparables y lideró a los Piratas a su primera Serie Mundial en 11 años. Después del último out, Blass saltó tan alto como pudo hacia los brazos del inicialista Bob Robertson. Es un momento que ha quedado cincelado en la mentes de todos los fanáticos de los Piratas con suficiente edad para recordarlo.
“Me volví eufórico”, dijo. “Busqué al tipo más grande sobre el que pudiera saltar y ese era Robertson. En la actualidad él no podría agarrarme y cargarme en el aire. Pero entonces, yo sólo pesaba 90 kilos, eso era fácil para él”.
Blass continuó como el as de los Piratas en 1972, se apuntó 19 victorias y fue seleccionado al Juego de Estrellas. Luego inexplicablemente, Blass perdió su habilidad de lanzar la pelota sobre el plato. Dejó marca de 3-9 y 9.85 de efectividad en 23 juegos en 1973. Después de aparecer en sólo un juego en 1974, Blass estaba fuera del juego en 1975.
La carrera de Blass fue misteriosamente recortada en el momento cuando debió haber estado en el tope de sus habilidades. Fue el punto más bajo de su vida. Él agradece a su familia, amigos y compañeros de equipo por apoyarlo.
“Créeme”, dijo. “Hubo momentos difíciles y solitarios y otros cuando me encontraba en el patio de la casa a las cuatro de la madrugada preguntándome. ¿Qué es esto? ¿Por qué pasó esto? ¿Qué va a ser de mí?”
“Mi familia, mis amigos, mis compañeros, estuvieron conmigo. Es algo que no olvidaré por el resto de mi vida. Significa el mundo para mí porque no se está seguro de lo que está pasando. No pienso que pude haber tenido un mejor grupo de apoyo. Me ayudaron inmensamente”.
Blass se mantuvo involucrado con la organización realizando servicio comunitario para el equipo. En 1983, se unió al legendario Bob Prince en la caseta de transmisión de televisión por cable. Integró el equipo de transmisión radial de los Piratas en 1986 y desde entonces ha realizado ambos trabajos.
“Siempre quise ser narrador”, dijo Blass. “Siempre pensé que sería divertido”.
“Sé cuan divertido puede ser el béisbol. Si puedo proyectar eso un poco y conectar a las personas que disfrutan de una cerveza en su patio, ese es el nombre del juego”.
Aunque aún le gusta la oportunidad de venir al estadio todos los días para ver béisbol de Grandes Ligas, Blass admite que la rutina de cuatro décadas en habitaciones de hotel en distintas ciudades a través del país ha empezado a pasar la cuenta.
“He viajado mucho y acabo de cumplir 60 años”, dijo Blass. “Empiezas a mirar hacia el dia cuando termina la temporada y a contar los días. Y empiezas a contar los días que pasas en una habitación de hotel de una ciudad distinta. Empieza a pensar en reducirlos.
“Todavía me gusta esto. Todavía lo disfruto. Podría hacerlo hasta los 90 o por otro año o dos”.
Sin tomar en cuenta cuando decida empezar su jubilación., Blass sabe que ha vivido un sueño.
“He estado involucrado con el mismo equipo por 42 años”, dijo Blass. “No pienso que pueda haber algo mejor que eso”
“He tenido los dos mejores trabajos del béisbol, pitcher abridor, y comentarista. ¿Cuan bueno es eso?
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
Teddy Ballgame será homenajeado por USPS con una estampilla postal.
Administrador Sox1fan.com. 03 septiembre 2011
El inquilino del Salón de la Fama de los Medias Rojas, Ted Williams fue más largo que la vida y poseía la esencia de la leyenda. Fue héroe del béisbol y de la guerra, sirvió como aviador naval (piloto USMC) en la segunda guerra mundial (1942-46) y en la guerra de Corea (1952-53). Fue el último beisbolista en batear sobre .400 en la temporada regular al tener los turnos regulares suficientes para calificar por el título de bateo (.406 en 1941). Era famoso por tener algunas veces una personalidad ácida, y por sus batallas con la prensa y los algunas veces desmedidos fanáticos beisboleros de Boston…y fue reconocido por ser un ávido y habilidoso pescador.
La leyenda cuenta que Williams una vez le dijo a un amigo, “Todo lo que quiero de la vida es que cuando camine por la calle las personas digan, ‘Ahí va el bateador más grande que haya vivido’”. Ese cuento fue bordado en la tela de la película “The Natural”, basada en la novela del mismo nombre de Bernard Malamud. Hay muchos aficionados al béisbol, expertos y peloteros quienes de verdad creen que Williams fue, de hecho, el bateador más grande que haya vivido. El contemporaneo y par de Williams, el centerfielder de los Yanquis de Nueva York, Joe DiMaggio, dijo una vez: “Fue absolutamente el mejor bateador que haya visto”.
Él fue (y todavía es) el objeto de muchas obras de arte y fotografías y literatura de todo tipo, desde libros a revistas de artículos diversos y cuentos. La prosa más famosa y reverenciada de la cual fue objeto fue indudablemente el ensayo de John Updike “Hub Fans Bid Kid Adieu”, que fue publicada en la revista New Yorker en octubre de 1960, aproximadamente un mes después de haber jugado su último juego con un uniforme de los Medias Rojas.
“Hub Fans”, recrea el último juego de Williams con los Medias Rojas, jugado el 28 de septiembre. En el artículo, el ganador del Premio Pulitzer acuñó el término “pequeño lírico estadio” para describir Fenway Park. De Williams escribió:
Ningún otro jugador visible de mi generación ha concentrado en él tanta rudeza deportiva, ha refinado asiduamente sus destrezas naturales, ha traído constantemente la intensidad de la competencia que atora la garganta de júbilo.
Fue esa mentalidad singular que hizo a Williams un extraordinario bateador y ha hecho que muchos se pregunten que tipo de números habría coleccionado si no hubiese perdido más de cinco años, de su apogeo físico, a causa de la guerra. Fue esa grandeza la que inspiró al mundo del béisbol a crearle una variedad de apodos: “The Splendid Splinter”, “Teddy Ballgame”, “The Thumper” y, simplemente “The Kid”.
“Hub Fans” estaba cargada de romanticismo y sentimentalismo. Relataba el último jonrón de Williams. Updike escribió que los fanáticos de los Medias Rojas y los entrenadores, hasta los árbitros, le pedían al número 9 que saliera del dugout y se quitara la gorra ante la multitud delirante, (en realidad sólo había 10454 personas aquel día) después del jonrón, pero Williams, amargado por lo que él percibía como un exceso de críticas a través de los años, se negó. El autor esquivó la tentación de sumergirse en el pozo de la negatividad… con respecto al rechazo de Williams, anotó, “Los Dioses no responden cartas”.
Tal vez no, pero ellos SON a menudo honrados por la sociedad de manera contínua de varias maneras. La historia de Updike ha sido lectura obligada para los aficionados del béisbol por más de medio siglo… ha ayudado a mantener viva su memoria viva para su generación y pintará una imagen indeleble de la épica de su persona para las generaciones siguientes de aficionados al béisbol.
Y ahora sabemos que The Kid será homenajeado por el Servicio Postal de Estados Unidos en su venidera colección de “Estrellas del Béisbol de Grandes Ligas”, que será vendida en las oficinas de correo el año entrante. Williams es el cuarto y último “todos estrellas” incluido en la colección (Joe DiMaggio, Larry Doby y Willie Stargell fueron confirmados previamente como integrantes de la serie de cuatro estampillas). Es un arte de un ambiente distinto, las estampillas son consideradas ampliamente la forma de arte de más fácil acceso económico.
La ilustración dibuja a Williams en su uniforme blanco de los Medias Rojas con vivos rojos. Él ha terminado un swing perfecto de fotografía. Su hombro izquierdo ha sido ubicado bajo el mentón en el proceso de seguir la pelota. Su antebrazo izquierdo flota, demostrando claramente el tono y la fuerza del swing. Su mirada punzante sigue el vuelo de la pelota nueva mientras esta atraviesa el aire veraniego. Se asume que la pelota ha sido bateada de línea porque Williams no mira hacia arriba hacia una pelota elevada, sino que sigue una línea entre el jardín derecho y el central, se asume que persigue uno de los 1537 sencillos que bateó en su carrera.
Con un poco de imaginación, su águdo ojo de bateo y refinada mecánica del swing, serán desplegados en la esquina superior derecha de sobres y paquetes enviados en Estados Unidos durante los próximos años. Es un honor que el malhumorado toletero de 40 años habría rechazado y el octogenario retirado habría celebrado..¿Quién habría pensado esto en su momento?
Traducción Alfonso L. Tusa C.
El inquilino del Salón de la Fama de los Medias Rojas, Ted Williams fue más largo que la vida y poseía la esencia de la leyenda. Fue héroe del béisbol y de la guerra, sirvió como aviador naval (piloto USMC) en la segunda guerra mundial (1942-46) y en la guerra de Corea (1952-53). Fue el último beisbolista en batear sobre .400 en la temporada regular al tener los turnos regulares suficientes para calificar por el título de bateo (.406 en 1941). Era famoso por tener algunas veces una personalidad ácida, y por sus batallas con la prensa y los algunas veces desmedidos fanáticos beisboleros de Boston…y fue reconocido por ser un ávido y habilidoso pescador.
La leyenda cuenta que Williams una vez le dijo a un amigo, “Todo lo que quiero de la vida es que cuando camine por la calle las personas digan, ‘Ahí va el bateador más grande que haya vivido’”. Ese cuento fue bordado en la tela de la película “The Natural”, basada en la novela del mismo nombre de Bernard Malamud. Hay muchos aficionados al béisbol, expertos y peloteros quienes de verdad creen que Williams fue, de hecho, el bateador más grande que haya vivido. El contemporaneo y par de Williams, el centerfielder de los Yanquis de Nueva York, Joe DiMaggio, dijo una vez: “Fue absolutamente el mejor bateador que haya visto”.
Él fue (y todavía es) el objeto de muchas obras de arte y fotografías y literatura de todo tipo, desde libros a revistas de artículos diversos y cuentos. La prosa más famosa y reverenciada de la cual fue objeto fue indudablemente el ensayo de John Updike “Hub Fans Bid Kid Adieu”, que fue publicada en la revista New Yorker en octubre de 1960, aproximadamente un mes después de haber jugado su último juego con un uniforme de los Medias Rojas.
“Hub Fans”, recrea el último juego de Williams con los Medias Rojas, jugado el 28 de septiembre. En el artículo, el ganador del Premio Pulitzer acuñó el término “pequeño lírico estadio” para describir Fenway Park. De Williams escribió:
Ningún otro jugador visible de mi generación ha concentrado en él tanta rudeza deportiva, ha refinado asiduamente sus destrezas naturales, ha traído constantemente la intensidad de la competencia que atora la garganta de júbilo.
Fue esa mentalidad singular que hizo a Williams un extraordinario bateador y ha hecho que muchos se pregunten que tipo de números habría coleccionado si no hubiese perdido más de cinco años, de su apogeo físico, a causa de la guerra. Fue esa grandeza la que inspiró al mundo del béisbol a crearle una variedad de apodos: “The Splendid Splinter”, “Teddy Ballgame”, “The Thumper” y, simplemente “The Kid”.
“Hub Fans” estaba cargada de romanticismo y sentimentalismo. Relataba el último jonrón de Williams. Updike escribió que los fanáticos de los Medias Rojas y los entrenadores, hasta los árbitros, le pedían al número 9 que saliera del dugout y se quitara la gorra ante la multitud delirante, (en realidad sólo había 10454 personas aquel día) después del jonrón, pero Williams, amargado por lo que él percibía como un exceso de críticas a través de los años, se negó. El autor esquivó la tentación de sumergirse en el pozo de la negatividad… con respecto al rechazo de Williams, anotó, “Los Dioses no responden cartas”.
Tal vez no, pero ellos SON a menudo honrados por la sociedad de manera contínua de varias maneras. La historia de Updike ha sido lectura obligada para los aficionados del béisbol por más de medio siglo… ha ayudado a mantener viva su memoria viva para su generación y pintará una imagen indeleble de la épica de su persona para las generaciones siguientes de aficionados al béisbol.
Y ahora sabemos que The Kid será homenajeado por el Servicio Postal de Estados Unidos en su venidera colección de “Estrellas del Béisbol de Grandes Ligas”, que será vendida en las oficinas de correo el año entrante. Williams es el cuarto y último “todos estrellas” incluido en la colección (Joe DiMaggio, Larry Doby y Willie Stargell fueron confirmados previamente como integrantes de la serie de cuatro estampillas). Es un arte de un ambiente distinto, las estampillas son consideradas ampliamente la forma de arte de más fácil acceso económico.
La ilustración dibuja a Williams en su uniforme blanco de los Medias Rojas con vivos rojos. Él ha terminado un swing perfecto de fotografía. Su hombro izquierdo ha sido ubicado bajo el mentón en el proceso de seguir la pelota. Su antebrazo izquierdo flota, demostrando claramente el tono y la fuerza del swing. Su mirada punzante sigue el vuelo de la pelota nueva mientras esta atraviesa el aire veraniego. Se asume que la pelota ha sido bateada de línea porque Williams no mira hacia arriba hacia una pelota elevada, sino que sigue una línea entre el jardín derecho y el central, se asume que persigue uno de los 1537 sencillos que bateó en su carrera.
Con un poco de imaginación, su águdo ojo de bateo y refinada mecánica del swing, serán desplegados en la esquina superior derecha de sobres y paquetes enviados en Estados Unidos durante los próximos años. Es un honor que el malhumorado toletero de 40 años habría rechazado y el octogenario retirado habría celebrado..¿Quién habría pensado esto en su momento?
Traducción Alfonso L. Tusa C.
martes, 6 de septiembre de 2011
Sobreviviente: Cinco años después del diagnóstico de cáncer, Jon Lester reflexiona.
Sobreviviente: Cinco años después del diagnóstico de cáncer, Jon Lester reflexiona.
Alexis Speier. WEEI.com. 31-08-2011
Por una parte, es un evento que ya no es del presente. Han pasado muchas cosas en la vida de Jon Lester en los últimos cinco años, que la memoria de haber sido diagnosticado con linfoma anaplástico de células grandes, un extraño cáncer de rápido desarrollo pero altamente tratable de los nódulos linfáticos, puede parecer distante.
De hecho, Lester no recuerda la fecha exacta del diagnóstico, no se dio cuenta de que subirá al montículo este jueves 01 de septiembre de 2011 contra los Yanquis de Nueva York en el quinto aniversario del día cuando su condición médica se hizo pública mediante un reporte de prensa.
Por otro lado, los detalles de aquel momento escalofriante, tales como el restaurante donde sus padres habían ido a buscar comida cuando la condición médica del pitcher se hizo pública, permanecen disponibles para alivio de Lester. Cuando el tema de su experiencia con él cáncer reaparece, como ocurre algunas veces, los detalles permanecen muy nítidos.
”Cuando hablo de eso, es refrescante. Puedo recordar bastante de la historia, mucho de lo que ocurrió. Mucho de otras cosas que he hecho en mi vida o me han ocurrido, recuerdas pedacitos y fracciones, pero yo recuerdo muchos de los pequeños detalles de eso”, dijo Lester. “Es una experiencia extraña, muchas cosas diferentes pasan en muy poco tiempo. Todo termina siendo una historia larga. Terminas hablando de esos pequeños detalles en vez de ofrecer la historia completa”.
Y eso solo puede ser normal, porque la experiencia de Lester al tener cáncer, y su siguiente estado como sobreviviente de un cáncer, es una parte innegable de él. Fue un evento modificador, moldeador de una vida, el tipo de cosa que eleva a la prominencia las memorias que en otro contexto se hubieran olvidado fácilmente.
Pero esto no es algo a lo que Lester regresa frecuentemente. Ni siquiera a cinco años del período cuando fue diagnosticado y luego tratado, y cuando el cáncer era un elemento omnipresente en su vida, es su experiencia con el cáncer una memoria que esté siempre a la mano.
En la vida diaria, es un tópico de rara conversación con su esposa, Farrah Lester está lo suficientemente ocupada lidiando con un hijo de 13 meses, Hudson, que no hay mucho tiempo para pensar en el pasado. Sólo hay una foto que él ve de aquel período de 2006 cuando fue tratado, y solo la ve cuando regresa a Washington State.
“Mamá y Papá tienen una. La única vez que la veo es cuando voy a casa. Está al lado de mi cama en mi habitación”, dijo Lester. “La tomó Mamá y aparezco con el perro de mis padres. Estoy calvo, descansando en la cama. Es la única que he visto. No sé porque la tienen enmarcada, pero la tienen”.
“Es extraño verla. Pienso que lo más impresionante es la cabeza afeitada y lo pálido que estoy. Es lo más relevante y extraño que se ve ahí”.
Pero debido a que su historia médica y condición de sobreviviente es tan conocida, y debido a que es una figura pública, es inevitable que este será un tema de conversación frecuente. Y hay suficiente superación de la experiencia para que Lester esté abierto y dispuesto a discutirla sin sentirse afectado.
Una reclusión motivadora
Los primeros días luego que Lester fuese diagnosticado, se presentó en Fenway Park para ver a sus compañeros y dirgirse a los medios, y en no menor grado para agradecer al público por su apoyo. Pero luego regresó con sus padres a Puyallup, Wash., donde estuvo aislado largamente de su profesión.
“Descubrí que era agradable regresar al clubhouse y verlos a todos”, recordó Lester. “Pero después, me recluí lejos de todos”.
Sus padres tenían que trabajar a diario. Lester, entonces de 22 años, tenía mucho tiempo para él, algo que pudo haber sido abrumador.
En aquel estado de aislamiento relativo, habría sido fácil colapsar en la melancolía. Los tratamientos de quimioterapia fueron, por supuesto, muy exhaustivos físicamente.
“Parecía que los cinco días posteriores al tratamiento eran los más duros”, dijo Lester. “Recibía el tratamiento, luego los próximos cuatro días eran como un ciclo de pitcheo. Obtenías tu tratamiento, el día siguiente estabas adolorido y te sentías como un despojo, el próximo día te sentías mejor progresivamente”.
“Había días como el dia 2, el día 3, me sentía peor que el día anterior y sentía que iba en la dirección equivocada. No es como cuando tomas Advil porque te duele la cabeza y el dolor desaparece. No ves los resultados. No sientes la mejoría”.
Pero aún cuando a veces no se sentía bien, se motivaba a mantenerse activo. Esto, en algunos aspectos, fue una reflexión de cómo él se benefició de la mentalidad de un atleta profesional cuya búsqueda de la excelencia demanda una disposición para aceptar constantes retos físicos.
De esa manera, Lester iba al gimnasio en un esfuerzo por mantenerse activo. Él reconoce que no pudo hacer mucho allí, pero el sólo hecho de salir de la casa tuvo un beneficio invalorable.
“Viéndolo en retrospectiva, no logré mucho con eso. Era una especie de relajamiento”, dijo Lester. “Cazar, pescar fueron un gran relajamiento. Se que preocupé mucho a mis padres al hacer eso, porque ambos trabajaban, y yo salía por mi cuenta”.
“Pero era mi tiempo. Estuvo bien. Cuando las personas me preguntan: ‘¿Qué consejo me puedes dar para sobrellevar el tratamiento?’ Les digo:’Haz lo que quieras. Si te sientes bien, y quieres lanzar unos balones de baloncesto, ve y hazlo. Si quieres ir al centro comercial, ve al centro comercial’”.
“Obviamente tienes que ser cuidadoso dependiendo de la situación, pero no te puedes sentar en la casa, a ver películas y hacer crucigramas y autocompadecerte. Yo no podía hacer eso. Mi mente no funciona de esa manera. Usé el gimnasio y otros lugares. Necesitaba salir fuera de ahí. A veces sólo salía a manejar por ahí por media hora para escapar de la casa”.
Habría sido normal para Lester haber dejado a un lado el béisbol mientras realizaba sus tratamientos. Era, después de todo un tiempo cuando la realidad física de ser capaz de competir parecía difícil de alcanzar.
Pero el pitcher no tomó el asunto de esa manera. En noviembre, mientras todavía se realizaba tratamientos regulares de quimioterapia, le pidió al equipo que le enviara DVDs de él lanzando, de su temporada de novato en 2006 así como de una campaña AA de 2005 en la cual emergió como uno de los principales prospectos de pitcheo del juego.
Lester quería pensar sobre pitcheo, quería analizar su mecánica y mantener la idea de regresar al montículo tan pronto como fuera posible. Con esto en mente, a través del proceso del tratamiento, Lester tenía una fecha programada en la que esperaba recuperarse por completo, esto lo ayudó a motivarse.
Él planeó llegar a Fort Myers el 01 de febrero para el entrenamiento primaveral, un par de semanas antes de la fecha en que se reportan los pitchers y los catchers. Cuando lo declararon libre de cáncer en noviembre de 2006, justo antes del día de Acción de Gracias, esa meta se hizo alcanzable.
‘Quería ser un beisbolista’
Aún cuando él hubo hecho todo lo que podía para mantener y aumentar el peso durante y después del tratamiento, hubo un proceso de transición involucrado en el regreso al beisbol. Esa primavera, era imposible ver al entonces joven de 23 años sin pensar en su salud y en todo lo que había generado su diagnóstico seis meses atrás.
“Pienso que cuando la gente piensa en cáncer y en los pacientes de cáncer, esperan verte como a tu abuelo de 80 años, todo doblado, apenas caminando”, dijo Lester. “Recuerdo otro pequeño detalle. La primera vez que aparecieron todos los pitchers, yo estaba parado en una esquina hablando con Josh (Beckett), y Dougie (Mirabelli) vino y extendió su mano con sumo cuidado para estrechar la mía.
“Josh le dijo, ‘Vamos Doug, no lo vas a romper. Él no es de vidrio. Está muy bien’”. Pero no me sorprendí, sólo puse una mirada de seguir adelante para retomar el paso”.
Aquella primavera y las primeras de cambio de la temporada 2007 fueron frustrantes por momentos para Lester. Se sentía fuerte físicamente, particularmente comparado con como se había sentido hacia el final de la temporada 2006, cuando sin saberlo, había estado pitcheando con cáncer, y durante el receso cuando los químicos habían disminuido su fuerza.
Él quería meterse en la rutina del cuerpo de lanzadores sin que se notara. No deseaba tener restricciones debido a una enfermedad de la cual se había curado. De hecho, quería ser identificado por su profesión y no por una condición médica.
Sin embargo, la mayoría de las veces, los Medias Rojas querían llevar a Lester poco a poco, para asegurarse de que no se exigiera agresivamente y se arriesgara a una lesión. A Lester se le había aclarado desde el principio que habría una progresión gradual en su retorno. Sería mantenido al margen de los juegos de los entrenamientos primaverales, solo lanzaría sesiones controladas en el complejo de ligas menores.
Abriría la temporada con el Greenville A, el equipo filial de temporada completa más alejado de las Grandes Ligas. Debido a que pasaría más de un mes en las menores, sería habilitado para jugar arriba una vez que su asignación de rehabilitación se completara. A medida que progresara sería autorizado para incrementar sus lanzamientos y el número de innings, mientras los Medias Rojas diseñaban cuidadosamente su carga de trabajo.
En restrospectiva, Lester puede agradecer que el equipo hiciera lo correcto. Pero en aquel momento, ese no era el mensaje que el joven zurdo quería oir.
“Probablemente me escucharon decirlo cien veces aquella primavera. Quería ser un beisbolista”, dijo Lester. “Quería avanzar más rápido en mi cronograma. Mirando hacia atrás, ellos hicieron un gran trabajo. Pero en aquel momento, quería colgarlos todos los días. Quería ir más rápido, apurarme, lanzar más. Quería hacer todas las cosas que solía hacer, pero los doctores trabajaban desde el lado seguro”.
Aún en un momento cuando estaba disminuído físicamente, Lester no aceptaba que sería incapaz de ejercer dominio.
Durante la primavera y cuando se estaba preparando para regresar a las Grandes Ligas en julio de 2007, el joven zurdo dijo que no se tomaría a si mismo ni a su trabajo tan en serio como debería.
Aún hasta en su temporada de novato en 2006, hubo momentos cuando Lester parecía muy autocrítico. Su actitud era de un constante estoicismo, casi nunca demostrando alguna alegría luego de pitchear.
Lester insistió en que la experiencia con la enfermedad lo cambiaría. No se tomaría sus errores tan en serio, y sería capaz de mantener la perspectiva en sus aperturas cuando no cumpliera con sus tremendas expectativas.
Todo esto sonaba bien en teoría. En la prática…
“Eso funcionó por alrededor de 3 aperturas. Es fácil de decir, duro de hacer, especialmente cuando vas allá afuera y das pena. Es difícil regresar, sentarse y decir: ‘Por lo menos lancé’. Es fácil decir eso antes de que ocurra”, dijo Lester. “Si, Aprecio cada día que vivo, estar en las Grandes Ligas, ser capaz de lanzar”.
“Realmente no pienso que esa teoría (de moverse y seguir adelante luego de un mal juego) funcionó hasta que tuve una familia. Entonces tuvo sentido. No puedo venir a casa molesto por la apertura cuando debo cuidar a mi hijo. Hay que seguir adelante”.
“He tratado de hacer un mejor trabajo este año. A veces me atasco en eso, y me voy a casa, mi esposa me dice que es tiempo de dejar eso atrás. A veces cuando lo manejo bien ni siquiera se dan cuenta de que lancé esa noche. Depende de ciertas cosas. Pero lo referente al pitcheo, querer hacerlo bien, querer ganar y no perder, pienso que eso no ha cambiado”.
La visión de túnel y la singularidad de propósitos permitieron a Lester avanzar en 2007. Fue capaz de lanzar una docena de juegos, tuvo marca de 4-0, y por momentos mostró destellos de las cualidades que lo hicieron un valioso prospecto. Ocurrió la inolvidable primera noche de regreso en el montículo el 23 de julio en Cleveland, cuando logró la victoria al permitir sólo dos carreras en seis innings.
Ocurrió la actuación de septiembre en Baltimore cuando alcanzó siete innings de blanqueo, su repertorio empezó a ajustarse de una manera que lo ubicó como uno de los integrantes del roster de los Medias Rojas en los play offs. Ocurrió una aparición en relevo en Cleveland durante la Serie de Campeonato de la Liga Americana, cuando su repertorio tuvo un momento brillante que lo llevó a lanzar tres innings en blanco, aunque perdieron el cuarto juego.
Y finalmente, ocurrió el casi milagroso momento del cuarto juego de la Serie Mundial, cuando Lester, abriendo el juego debido a la lesión de Tim Wakefield, logró la victoria para asegurar el título con 5.2 innings de blanqueo.
Fue una historia sorprendente, emocional e inspiradora, aunque los logros de Lester ese primer año luego del cáncer no representaban sus verdaderas habilidades.
“Mirando hacia atrás, no estuve bien hasta probablemente la mitad de 2008. En 2007, pensé que estaba bien físicamente, pero no estaba ni siquiera cerca”, dijo Lester. “A medida que el año avanzó y llegó el 2008, me sentí cien veces mejor que en octubre. Realmente pienso que no llegué a un punto donde podía decir, ‘Si, éste soy yo’, hasta junio de 2008, ya avanzada la temporada. Allí fue donde empecé a notar la diferencia, no solo en mi repertorio, la recuperación era mucho mejor que un año o seis meses antes”.
“Estoy orgulloso de lo que he vencido”.
Desde aquella temporada de 2008 Lester ha sido identificado como la imagen de la fortaleza y la durabilidad. Desde 2008 hasta que fue a la lista de incapacitados por unas semanas esta temporada debido dolores musculares en la espalda, nunca había perdido un turno en la rotación, hizo más de 100 aperturas seguidas. En el proceso, el zurdo se ha hecho robusto en estatura y resultados, ha logrado una marca de 64-29 con 3.25 de efectividad desde 2008. Ha sido tan bueno que su actuación ya no se evalúa en el contexto de su estado como sobreviviente de cáncer. Simplemente es visto como uno de los mejores pitchers del juego.
Lester una vez batalló para ser definido por su profesión y no por una enfermedad que ahora ha permanecido ausente por casi cinco años, ese ya no es el caso. Él se ha acostumbrado a la idea de que es un sobreviviente exitoso del cáncer.
Su pensamiento sobre el tema cambió en parte cuando su padre, John Lester fue diagnosticado con linfoma en 2008.
“Él me llamó algunos días y me preguntó por lo que había pasado, que había sentido. Pienso que eso me ayudó porque se trata de alguien que conozco”, dijo Lester. “Cuando es tu padre, eso pone las cosas en perspectiva. Eso me ayudó a madurar más rápido, el haber pasado por lo que mi padre pasó”.
La experiencia de ser capaz de darle fuerza a su padre, con relativamente poco esfuerzo, no menos, ayudó a cambiar la perspectiva del pitcher para aceptar el hecho de que su identidad había sido redefinida.
Ahora Lester está a cinco años de distancia de haber sido diagnosticado como paciente de cáncer. Con ese trayecto, él es descrito menos como sobreviviente del cáncer que simplemente como uno de los mejores pitchers del juego.
Esa fue una descripción de por lo que Lester una vez batalló. Aún ahora, mientras aprecia ser conocido por su trabajo en el montículo, también está muy conciente de lo que ha experimentado, y de lo que puede representar para otros.
“Me tomó un tiempo. Soy el primero en admitirlo. Era inmaduro.”, dijo Lester. “Ahora puedo imaginar oyéndome decir que quería ser tratado como un beisbolista y no como un sobreviviente de cáncer en los entrenamientos primaverales de 2007. Eso fue egoísta. No sabía como manejarlo”.
“Me tomó unos buenos dos años descubrir eso, saber que si alguien tiene o tuvo cáncer o un miembro de la familia tuvo cáncer, ellos quieren acercarse a ti, estrechar tu mano y decir, ‘Gracias’. Quieren hablar contigo de eso. Si eso los ayuda ¿Qué tan fácil es?”
Lester ha aprendido. Sabe cuan poderoso puede ser simplemente escuchar la historia de alguien que ha sido diagnosticado con cáncer, o dar audiencia a un miembro de la familia de alguién que tiene la enfermedad.
Él entiende que algo tan simple como la descripción del proceso de tratamiento de él, ‘Esto es lo que yo tenía, por esto fue por lo que pasé, y así lo controlé’, puede conectarlo con extraños que buscan una fuente de fortaleza. Y Lester ha aprendido no sólo a sentirse confortable con tales intercambios sino tambien a obtener grandes satisfacciones de ellos.
De alguna manera es irónico, que él haya ganado esa madurez cuando ya no es más un sobreviviente del cáncer. Es un pitcher robusto y dominante, la imagen de la fortaleza física sobre el montículo.
Las descripciones del joven de 27 años comienzan con su cuerpo de trabajo, el pitcher de la decisión en el juego que aseguró la Serie Mundial, dos veces integrante del equipo Todos Estrellas, califica como uno de los mejores pitchers del juego.
Pero aunque Lester una vez batalló para hacer que la gente pensara en el como un pitcher y no como un paciente sobreviviente, ya no quiere que su experiencia sea escondida como un pie de página.
“Hace cuatro años, Yo habría dicho, ‘Eso es magnífico. Es grande. Así es como quiero ser conocido’”, dijo Lester. “Ahora, llegó el momento cuando eso no se menciona más. No está fresco en la mente de las personas. Para mí, me gusta como es ahora. Quiero ser conocido de manera integral. He madurado hasta el punto de que no me importa hablar de eso. Eso ayuda a la gente. Quiero ser capaz de hacer eso, y estoy orgulloso de lo que he vencido”.
Post data
Hubo un tiempo cuando las revisiones regulares provocaban ansiedad, cuando había la posibilidad de un rebrote en el proceso y en la espera de los resultados. En 2007, el primer año después que fue declarado libre de cáncer, tuvo que pasar por exámenes de barrido con dos meses de intervalo. Mientras se preparaba para esas pruebas, la posibilidad de ver todos los detalles de su experiencia podía ser aterradora.
“En esos momentos regresaba todo el temor”, dijo.
Pero ahora, ya no hay miedo por el proceso de ser examinado. Lester esta en un punto donde el examen es una rutina.
“Es como una segunda naturaleza. Sé lo que necesito hacer”, Lester dijo de los exámenes a que se ha sometido anualmente durante los últimos tres años. “Sé que tiempo necesito estar ahí. Se como se siente el colorante marcador. Se a lo que sabe la bebida. Lo sé todo”.
Esa visión es favorecida por el hecho de que, cuando es examinado en Boston, recibirá los resultados de su revisión en cuestión de minutos. No hay tiempo para que la incertidumbre ingrese a la ecuación entre el examen y una hoja de salud impecable.
Lester reconoce lo afortunado que es de recibir esos diagnósticos instantaneos.
“Es agradable contar con esos recursos”, notó Lester. “Los dos años pasados, me los he hecho en Fort Myers. La ansiedad que tengo mientras manejo de regreso al condominio, algunas veces es más de la que puedo manejar. Usualmente cuando me los hago aquí en Boston, voy arriba, veo al doctor, el me dice el resultado y me voy tranquilo”.
Este venidero noviembre se cumplirán cinco años de la fecha cuando Lester fue inicialmente declarado libre de cáncer. El marcador de los cinco años es el que determina que quienes han sido afectados por el cáncer dejan de ser considerados en recuperación para ser llamados “curados” del cáncer.
“Tenemos varias pequeñas metas”, dijo Lester, “pero este es un gran logro”.
Será uno de muchos que ha alcanzado en el curso de estos pasados cinco años, un período sobre el cual, a la edad de 27 años, Lester puede reflexionar con gran apreciación.
“El asunto del cáncer estaba listo y cancelado, y luego conocí a mi futura esposa y me casé el próximo año, ganamos la Serie Mundial, conseguimos una extensión del contrato, tuvimos un hijo, todo en un par de años”, dijo Lester. “Me pasaron muchas cosas buenas en un corto período de tiempo”.
Esta es una historia sólida que continúa agregando nuevos capítulos, un hecho que Lester desea y es capaz de disfrutar no sólo por sí mismo, sino también por aquellos que pueden obtener fuerza de su experiencia.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Alexis Speier. WEEI.com. 31-08-2011
Por una parte, es un evento que ya no es del presente. Han pasado muchas cosas en la vida de Jon Lester en los últimos cinco años, que la memoria de haber sido diagnosticado con linfoma anaplástico de células grandes, un extraño cáncer de rápido desarrollo pero altamente tratable de los nódulos linfáticos, puede parecer distante.
De hecho, Lester no recuerda la fecha exacta del diagnóstico, no se dio cuenta de que subirá al montículo este jueves 01 de septiembre de 2011 contra los Yanquis de Nueva York en el quinto aniversario del día cuando su condición médica se hizo pública mediante un reporte de prensa.
Por otro lado, los detalles de aquel momento escalofriante, tales como el restaurante donde sus padres habían ido a buscar comida cuando la condición médica del pitcher se hizo pública, permanecen disponibles para alivio de Lester. Cuando el tema de su experiencia con él cáncer reaparece, como ocurre algunas veces, los detalles permanecen muy nítidos.
”Cuando hablo de eso, es refrescante. Puedo recordar bastante de la historia, mucho de lo que ocurrió. Mucho de otras cosas que he hecho en mi vida o me han ocurrido, recuerdas pedacitos y fracciones, pero yo recuerdo muchos de los pequeños detalles de eso”, dijo Lester. “Es una experiencia extraña, muchas cosas diferentes pasan en muy poco tiempo. Todo termina siendo una historia larga. Terminas hablando de esos pequeños detalles en vez de ofrecer la historia completa”.
Y eso solo puede ser normal, porque la experiencia de Lester al tener cáncer, y su siguiente estado como sobreviviente de un cáncer, es una parte innegable de él. Fue un evento modificador, moldeador de una vida, el tipo de cosa que eleva a la prominencia las memorias que en otro contexto se hubieran olvidado fácilmente.
Pero esto no es algo a lo que Lester regresa frecuentemente. Ni siquiera a cinco años del período cuando fue diagnosticado y luego tratado, y cuando el cáncer era un elemento omnipresente en su vida, es su experiencia con el cáncer una memoria que esté siempre a la mano.
En la vida diaria, es un tópico de rara conversación con su esposa, Farrah Lester está lo suficientemente ocupada lidiando con un hijo de 13 meses, Hudson, que no hay mucho tiempo para pensar en el pasado. Sólo hay una foto que él ve de aquel período de 2006 cuando fue tratado, y solo la ve cuando regresa a Washington State.
“Mamá y Papá tienen una. La única vez que la veo es cuando voy a casa. Está al lado de mi cama en mi habitación”, dijo Lester. “La tomó Mamá y aparezco con el perro de mis padres. Estoy calvo, descansando en la cama. Es la única que he visto. No sé porque la tienen enmarcada, pero la tienen”.
“Es extraño verla. Pienso que lo más impresionante es la cabeza afeitada y lo pálido que estoy. Es lo más relevante y extraño que se ve ahí”.
Pero debido a que su historia médica y condición de sobreviviente es tan conocida, y debido a que es una figura pública, es inevitable que este será un tema de conversación frecuente. Y hay suficiente superación de la experiencia para que Lester esté abierto y dispuesto a discutirla sin sentirse afectado.
Una reclusión motivadora
Los primeros días luego que Lester fuese diagnosticado, se presentó en Fenway Park para ver a sus compañeros y dirgirse a los medios, y en no menor grado para agradecer al público por su apoyo. Pero luego regresó con sus padres a Puyallup, Wash., donde estuvo aislado largamente de su profesión.
“Descubrí que era agradable regresar al clubhouse y verlos a todos”, recordó Lester. “Pero después, me recluí lejos de todos”.
Sus padres tenían que trabajar a diario. Lester, entonces de 22 años, tenía mucho tiempo para él, algo que pudo haber sido abrumador.
En aquel estado de aislamiento relativo, habría sido fácil colapsar en la melancolía. Los tratamientos de quimioterapia fueron, por supuesto, muy exhaustivos físicamente.
“Parecía que los cinco días posteriores al tratamiento eran los más duros”, dijo Lester. “Recibía el tratamiento, luego los próximos cuatro días eran como un ciclo de pitcheo. Obtenías tu tratamiento, el día siguiente estabas adolorido y te sentías como un despojo, el próximo día te sentías mejor progresivamente”.
“Había días como el dia 2, el día 3, me sentía peor que el día anterior y sentía que iba en la dirección equivocada. No es como cuando tomas Advil porque te duele la cabeza y el dolor desaparece. No ves los resultados. No sientes la mejoría”.
Pero aún cuando a veces no se sentía bien, se motivaba a mantenerse activo. Esto, en algunos aspectos, fue una reflexión de cómo él se benefició de la mentalidad de un atleta profesional cuya búsqueda de la excelencia demanda una disposición para aceptar constantes retos físicos.
De esa manera, Lester iba al gimnasio en un esfuerzo por mantenerse activo. Él reconoce que no pudo hacer mucho allí, pero el sólo hecho de salir de la casa tuvo un beneficio invalorable.
“Viéndolo en retrospectiva, no logré mucho con eso. Era una especie de relajamiento”, dijo Lester. “Cazar, pescar fueron un gran relajamiento. Se que preocupé mucho a mis padres al hacer eso, porque ambos trabajaban, y yo salía por mi cuenta”.
“Pero era mi tiempo. Estuvo bien. Cuando las personas me preguntan: ‘¿Qué consejo me puedes dar para sobrellevar el tratamiento?’ Les digo:’Haz lo que quieras. Si te sientes bien, y quieres lanzar unos balones de baloncesto, ve y hazlo. Si quieres ir al centro comercial, ve al centro comercial’”.
“Obviamente tienes que ser cuidadoso dependiendo de la situación, pero no te puedes sentar en la casa, a ver películas y hacer crucigramas y autocompadecerte. Yo no podía hacer eso. Mi mente no funciona de esa manera. Usé el gimnasio y otros lugares. Necesitaba salir fuera de ahí. A veces sólo salía a manejar por ahí por media hora para escapar de la casa”.
Habría sido normal para Lester haber dejado a un lado el béisbol mientras realizaba sus tratamientos. Era, después de todo un tiempo cuando la realidad física de ser capaz de competir parecía difícil de alcanzar.
Pero el pitcher no tomó el asunto de esa manera. En noviembre, mientras todavía se realizaba tratamientos regulares de quimioterapia, le pidió al equipo que le enviara DVDs de él lanzando, de su temporada de novato en 2006 así como de una campaña AA de 2005 en la cual emergió como uno de los principales prospectos de pitcheo del juego.
Lester quería pensar sobre pitcheo, quería analizar su mecánica y mantener la idea de regresar al montículo tan pronto como fuera posible. Con esto en mente, a través del proceso del tratamiento, Lester tenía una fecha programada en la que esperaba recuperarse por completo, esto lo ayudó a motivarse.
Él planeó llegar a Fort Myers el 01 de febrero para el entrenamiento primaveral, un par de semanas antes de la fecha en que se reportan los pitchers y los catchers. Cuando lo declararon libre de cáncer en noviembre de 2006, justo antes del día de Acción de Gracias, esa meta se hizo alcanzable.
‘Quería ser un beisbolista’
Aún cuando él hubo hecho todo lo que podía para mantener y aumentar el peso durante y después del tratamiento, hubo un proceso de transición involucrado en el regreso al beisbol. Esa primavera, era imposible ver al entonces joven de 23 años sin pensar en su salud y en todo lo que había generado su diagnóstico seis meses atrás.
“Pienso que cuando la gente piensa en cáncer y en los pacientes de cáncer, esperan verte como a tu abuelo de 80 años, todo doblado, apenas caminando”, dijo Lester. “Recuerdo otro pequeño detalle. La primera vez que aparecieron todos los pitchers, yo estaba parado en una esquina hablando con Josh (Beckett), y Dougie (Mirabelli) vino y extendió su mano con sumo cuidado para estrechar la mía.
“Josh le dijo, ‘Vamos Doug, no lo vas a romper. Él no es de vidrio. Está muy bien’”. Pero no me sorprendí, sólo puse una mirada de seguir adelante para retomar el paso”.
Aquella primavera y las primeras de cambio de la temporada 2007 fueron frustrantes por momentos para Lester. Se sentía fuerte físicamente, particularmente comparado con como se había sentido hacia el final de la temporada 2006, cuando sin saberlo, había estado pitcheando con cáncer, y durante el receso cuando los químicos habían disminuido su fuerza.
Él quería meterse en la rutina del cuerpo de lanzadores sin que se notara. No deseaba tener restricciones debido a una enfermedad de la cual se había curado. De hecho, quería ser identificado por su profesión y no por una condición médica.
Sin embargo, la mayoría de las veces, los Medias Rojas querían llevar a Lester poco a poco, para asegurarse de que no se exigiera agresivamente y se arriesgara a una lesión. A Lester se le había aclarado desde el principio que habría una progresión gradual en su retorno. Sería mantenido al margen de los juegos de los entrenamientos primaverales, solo lanzaría sesiones controladas en el complejo de ligas menores.
Abriría la temporada con el Greenville A, el equipo filial de temporada completa más alejado de las Grandes Ligas. Debido a que pasaría más de un mes en las menores, sería habilitado para jugar arriba una vez que su asignación de rehabilitación se completara. A medida que progresara sería autorizado para incrementar sus lanzamientos y el número de innings, mientras los Medias Rojas diseñaban cuidadosamente su carga de trabajo.
En restrospectiva, Lester puede agradecer que el equipo hiciera lo correcto. Pero en aquel momento, ese no era el mensaje que el joven zurdo quería oir.
“Probablemente me escucharon decirlo cien veces aquella primavera. Quería ser un beisbolista”, dijo Lester. “Quería avanzar más rápido en mi cronograma. Mirando hacia atrás, ellos hicieron un gran trabajo. Pero en aquel momento, quería colgarlos todos los días. Quería ir más rápido, apurarme, lanzar más. Quería hacer todas las cosas que solía hacer, pero los doctores trabajaban desde el lado seguro”.
Aún en un momento cuando estaba disminuído físicamente, Lester no aceptaba que sería incapaz de ejercer dominio.
Durante la primavera y cuando se estaba preparando para regresar a las Grandes Ligas en julio de 2007, el joven zurdo dijo que no se tomaría a si mismo ni a su trabajo tan en serio como debería.
Aún hasta en su temporada de novato en 2006, hubo momentos cuando Lester parecía muy autocrítico. Su actitud era de un constante estoicismo, casi nunca demostrando alguna alegría luego de pitchear.
Lester insistió en que la experiencia con la enfermedad lo cambiaría. No se tomaría sus errores tan en serio, y sería capaz de mantener la perspectiva en sus aperturas cuando no cumpliera con sus tremendas expectativas.
Todo esto sonaba bien en teoría. En la prática…
“Eso funcionó por alrededor de 3 aperturas. Es fácil de decir, duro de hacer, especialmente cuando vas allá afuera y das pena. Es difícil regresar, sentarse y decir: ‘Por lo menos lancé’. Es fácil decir eso antes de que ocurra”, dijo Lester. “Si, Aprecio cada día que vivo, estar en las Grandes Ligas, ser capaz de lanzar”.
“Realmente no pienso que esa teoría (de moverse y seguir adelante luego de un mal juego) funcionó hasta que tuve una familia. Entonces tuvo sentido. No puedo venir a casa molesto por la apertura cuando debo cuidar a mi hijo. Hay que seguir adelante”.
“He tratado de hacer un mejor trabajo este año. A veces me atasco en eso, y me voy a casa, mi esposa me dice que es tiempo de dejar eso atrás. A veces cuando lo manejo bien ni siquiera se dan cuenta de que lancé esa noche. Depende de ciertas cosas. Pero lo referente al pitcheo, querer hacerlo bien, querer ganar y no perder, pienso que eso no ha cambiado”.
La visión de túnel y la singularidad de propósitos permitieron a Lester avanzar en 2007. Fue capaz de lanzar una docena de juegos, tuvo marca de 4-0, y por momentos mostró destellos de las cualidades que lo hicieron un valioso prospecto. Ocurrió la inolvidable primera noche de regreso en el montículo el 23 de julio en Cleveland, cuando logró la victoria al permitir sólo dos carreras en seis innings.
Ocurrió la actuación de septiembre en Baltimore cuando alcanzó siete innings de blanqueo, su repertorio empezó a ajustarse de una manera que lo ubicó como uno de los integrantes del roster de los Medias Rojas en los play offs. Ocurrió una aparición en relevo en Cleveland durante la Serie de Campeonato de la Liga Americana, cuando su repertorio tuvo un momento brillante que lo llevó a lanzar tres innings en blanco, aunque perdieron el cuarto juego.
Y finalmente, ocurrió el casi milagroso momento del cuarto juego de la Serie Mundial, cuando Lester, abriendo el juego debido a la lesión de Tim Wakefield, logró la victoria para asegurar el título con 5.2 innings de blanqueo.
Fue una historia sorprendente, emocional e inspiradora, aunque los logros de Lester ese primer año luego del cáncer no representaban sus verdaderas habilidades.
“Mirando hacia atrás, no estuve bien hasta probablemente la mitad de 2008. En 2007, pensé que estaba bien físicamente, pero no estaba ni siquiera cerca”, dijo Lester. “A medida que el año avanzó y llegó el 2008, me sentí cien veces mejor que en octubre. Realmente pienso que no llegué a un punto donde podía decir, ‘Si, éste soy yo’, hasta junio de 2008, ya avanzada la temporada. Allí fue donde empecé a notar la diferencia, no solo en mi repertorio, la recuperación era mucho mejor que un año o seis meses antes”.
“Estoy orgulloso de lo que he vencido”.
Desde aquella temporada de 2008 Lester ha sido identificado como la imagen de la fortaleza y la durabilidad. Desde 2008 hasta que fue a la lista de incapacitados por unas semanas esta temporada debido dolores musculares en la espalda, nunca había perdido un turno en la rotación, hizo más de 100 aperturas seguidas. En el proceso, el zurdo se ha hecho robusto en estatura y resultados, ha logrado una marca de 64-29 con 3.25 de efectividad desde 2008. Ha sido tan bueno que su actuación ya no se evalúa en el contexto de su estado como sobreviviente de cáncer. Simplemente es visto como uno de los mejores pitchers del juego.
Lester una vez batalló para ser definido por su profesión y no por una enfermedad que ahora ha permanecido ausente por casi cinco años, ese ya no es el caso. Él se ha acostumbrado a la idea de que es un sobreviviente exitoso del cáncer.
Su pensamiento sobre el tema cambió en parte cuando su padre, John Lester fue diagnosticado con linfoma en 2008.
“Él me llamó algunos días y me preguntó por lo que había pasado, que había sentido. Pienso que eso me ayudó porque se trata de alguien que conozco”, dijo Lester. “Cuando es tu padre, eso pone las cosas en perspectiva. Eso me ayudó a madurar más rápido, el haber pasado por lo que mi padre pasó”.
La experiencia de ser capaz de darle fuerza a su padre, con relativamente poco esfuerzo, no menos, ayudó a cambiar la perspectiva del pitcher para aceptar el hecho de que su identidad había sido redefinida.
Ahora Lester está a cinco años de distancia de haber sido diagnosticado como paciente de cáncer. Con ese trayecto, él es descrito menos como sobreviviente del cáncer que simplemente como uno de los mejores pitchers del juego.
Esa fue una descripción de por lo que Lester una vez batalló. Aún ahora, mientras aprecia ser conocido por su trabajo en el montículo, también está muy conciente de lo que ha experimentado, y de lo que puede representar para otros.
“Me tomó un tiempo. Soy el primero en admitirlo. Era inmaduro.”, dijo Lester. “Ahora puedo imaginar oyéndome decir que quería ser tratado como un beisbolista y no como un sobreviviente de cáncer en los entrenamientos primaverales de 2007. Eso fue egoísta. No sabía como manejarlo”.
“Me tomó unos buenos dos años descubrir eso, saber que si alguien tiene o tuvo cáncer o un miembro de la familia tuvo cáncer, ellos quieren acercarse a ti, estrechar tu mano y decir, ‘Gracias’. Quieren hablar contigo de eso. Si eso los ayuda ¿Qué tan fácil es?”
Lester ha aprendido. Sabe cuan poderoso puede ser simplemente escuchar la historia de alguien que ha sido diagnosticado con cáncer, o dar audiencia a un miembro de la familia de alguién que tiene la enfermedad.
Él entiende que algo tan simple como la descripción del proceso de tratamiento de él, ‘Esto es lo que yo tenía, por esto fue por lo que pasé, y así lo controlé’, puede conectarlo con extraños que buscan una fuente de fortaleza. Y Lester ha aprendido no sólo a sentirse confortable con tales intercambios sino tambien a obtener grandes satisfacciones de ellos.
De alguna manera es irónico, que él haya ganado esa madurez cuando ya no es más un sobreviviente del cáncer. Es un pitcher robusto y dominante, la imagen de la fortaleza física sobre el montículo.
Las descripciones del joven de 27 años comienzan con su cuerpo de trabajo, el pitcher de la decisión en el juego que aseguró la Serie Mundial, dos veces integrante del equipo Todos Estrellas, califica como uno de los mejores pitchers del juego.
Pero aunque Lester una vez batalló para hacer que la gente pensara en el como un pitcher y no como un paciente sobreviviente, ya no quiere que su experiencia sea escondida como un pie de página.
“Hace cuatro años, Yo habría dicho, ‘Eso es magnífico. Es grande. Así es como quiero ser conocido’”, dijo Lester. “Ahora, llegó el momento cuando eso no se menciona más. No está fresco en la mente de las personas. Para mí, me gusta como es ahora. Quiero ser conocido de manera integral. He madurado hasta el punto de que no me importa hablar de eso. Eso ayuda a la gente. Quiero ser capaz de hacer eso, y estoy orgulloso de lo que he vencido”.
Post data
Hubo un tiempo cuando las revisiones regulares provocaban ansiedad, cuando había la posibilidad de un rebrote en el proceso y en la espera de los resultados. En 2007, el primer año después que fue declarado libre de cáncer, tuvo que pasar por exámenes de barrido con dos meses de intervalo. Mientras se preparaba para esas pruebas, la posibilidad de ver todos los detalles de su experiencia podía ser aterradora.
“En esos momentos regresaba todo el temor”, dijo.
Pero ahora, ya no hay miedo por el proceso de ser examinado. Lester esta en un punto donde el examen es una rutina.
“Es como una segunda naturaleza. Sé lo que necesito hacer”, Lester dijo de los exámenes a que se ha sometido anualmente durante los últimos tres años. “Sé que tiempo necesito estar ahí. Se como se siente el colorante marcador. Se a lo que sabe la bebida. Lo sé todo”.
Esa visión es favorecida por el hecho de que, cuando es examinado en Boston, recibirá los resultados de su revisión en cuestión de minutos. No hay tiempo para que la incertidumbre ingrese a la ecuación entre el examen y una hoja de salud impecable.
Lester reconoce lo afortunado que es de recibir esos diagnósticos instantaneos.
“Es agradable contar con esos recursos”, notó Lester. “Los dos años pasados, me los he hecho en Fort Myers. La ansiedad que tengo mientras manejo de regreso al condominio, algunas veces es más de la que puedo manejar. Usualmente cuando me los hago aquí en Boston, voy arriba, veo al doctor, el me dice el resultado y me voy tranquilo”.
Este venidero noviembre se cumplirán cinco años de la fecha cuando Lester fue inicialmente declarado libre de cáncer. El marcador de los cinco años es el que determina que quienes han sido afectados por el cáncer dejan de ser considerados en recuperación para ser llamados “curados” del cáncer.
“Tenemos varias pequeñas metas”, dijo Lester, “pero este es un gran logro”.
Será uno de muchos que ha alcanzado en el curso de estos pasados cinco años, un período sobre el cual, a la edad de 27 años, Lester puede reflexionar con gran apreciación.
“El asunto del cáncer estaba listo y cancelado, y luego conocí a mi futura esposa y me casé el próximo año, ganamos la Serie Mundial, conseguimos una extensión del contrato, tuvimos un hijo, todo en un par de años”, dijo Lester. “Me pasaron muchas cosas buenas en un corto período de tiempo”.
Esta es una historia sólida que continúa agregando nuevos capítulos, un hecho que Lester desea y es capaz de disfrutar no sólo por sí mismo, sino también por aquellos que pueden obtener fuerza de su experiencia.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 5 de septiembre de 2011
Dos Héroes del Olimpo
Aún cuando de aquella fulgurante temporada sólo me he ilustrado a través de
comentarios radiales, televisivos, artículos de periódicos, revistas,
libros. Muchos de los textos o testimonios son tan vívidos y emotivos que a
veces me ha parecido haber estado alguna vez en uno o varios juegos de la
cadena de 56 juegos seguidos dando imparables de Joe DiMaggio o en el
desafío final de la temporada donde estaba en juego la posibilidad de que
Ted Williams bateara para un promedio por encima de .400. La expresión
facial de DiMaggio luego de entregar el out postrero con el que se iba en
blanco en el juego 57 o la discusión de Williams con su manager porque lo
pusiera a jugar en el juego final, burbujean en mi memoria con la
autenticidad de un testigo presencial. Son tan significativos los logros de
estos dos íconos beisboleros que aún persisten imbatidos por los peloteros
de las actuales generaciones.
El 17 de julio de 1941 DiMaggio y su compañero de equipo Lefty Gómez,
tomaron un taxi para ir al estadio de Cleveland. El taxista le dijo: “Tengo
el presentimiento de que si no bateas un hit en tu primer turno, te van a
parar”. “¿Quién eres tú?”, le dijo Gómez al taxista. “¿Qué tratas de hacer?
¿Presionarlo?” Una multitud de 67.468 aficionados, 40.000 de los cuales
habían comprado su entrada con anticipación, fue a ver a Jolting Joe
DiMaggio, no a los Indios. Al Smith abrió por los indígenas. En el primer
inning Di Maggio metió una tiza pegada a la raya de tercera, Kent Kelpner
jugando profundo tomó la pelota con el guante de revés y lo sacó en primera
base. Recibió boleto en el cuarto inning. En el séptimo volvió a meter otro
candelazo por la esquina caliente Kelpner tomó la pelota e hizo el out en
primera.
En el octavo inning las bases estaban llenas, había un out cuando vino a
batear el Yankee Clipper con una expresión imperturbable. Las tribunas se
venían abajo con la tensión del momento. La cuenta era 1-1. Bateó un rodado
a manos de Lou Boudreau en el short. Este la pasó a Ray Mack en segunda
quién pivoteó a primera. Dobleplay. Se había terminado la seguidilla.
“No puedo decir que estoy feliz porque se acabó la seguidilla”, dijo
DiMaggio después del juego. “Por su puesto quería extenderla tanto como
fuese posible”.
Durante la seguidilla Joe DiMaggio tuvo 91 hits, 22 juegos con más de 1
hit, 5 juegos de 3 hits, 4 juegos de 4 hits, un promedio de .408 que incluyó
15 jonrones y 55 carreras empujadas.
Increíblemente, luego que se terminó la seguidilla, DiMaggio inició otra.
Bateó al menos un imparable en otros 16 juegos seguidos, por lo cual bateó
de hit en 72 de 73 juegos en aquella temporada de 1941.
Treinta años después de la marca DiMaggio recordó que se le había acercado
alguien: “El tipo dijo que él era aquel taxista. Se disculpó de corazón. Me
sentí mal. Pudo haber estado pensando toda su vida que me había maldecido,
le dije que eso no había ocurrido. Mi número todavía está arriba”.
A los 19 años de edad mientras jugaba para los Seals de San Francisco en
1933, del 25 de mayo al 27 de julio, DiMaggio estableció una marca de ligas
menores al batear al menos un hit en 61 juegos seguidos.
Al enterarme de estos logros entendí mejor el brillo en los ojos de papá
cuando un mediodía veíamos una biografía de Joe DiMaggio por televisión. Él
apenas conocía el beisbol, pero sabía que el tipo era grande en ese deporte,
además de que en una parte del programa mostraron a DiMaggio jugando bochas
(en italiano boccia) un juego muy parecido a las bolas criollas.
Williams llegó al día final de la temporada de 1941 bateando .39955, lo
cual para las estadística oficiales representaba .400 por cuanto había que
redondear a las tres primeras cifras. Ese día los Medias Rojas jugarían
una doble cartelera ante los Atléticos de Filadelfia y la prudencia indicaba
que Williams se abstuviera de jugar o que jugara el primer juego para tratar
de subir el promedio, pero que no jugara el segundo partido.
Johnny Orlando el empleado del clubhouse recuerda: “La noche anterior a
ese doble juego de final de temporada, salí a caminar por las calles de
Filadelfia con Ted. Caminamos como 3 horas, los pies me ardían. Ted no
tomaba, cada cierto tiempo cuando entraba a un bar para tomar un trago, Ted
me esperaba afuera saboreando una bebida gaseosa. Toda la noche habló de
cuan decidido estaba de terminar la temporada bateando sobre .400”.
En el primer juego bateó por primerta vez en el segundo inning. El catcher
de los Atléticos Frank Hayes le dijo que se iba a tener que ganar su .400
porque los pitchers de Filadelfia no lo iban a pasar por bolas. Williams
adoptó su posición en el plato y apretó el bate. Luego de las dos primeras
bolas metió un candelazo al right field que dejó sin oportunidad al primera
base Bob Johnson. En el quinto inning descargó un estacazo sobre la pared
del right field que aterrizó en 20th street. En el sexto disparó imparable
por el medio del campo. En el séptimo tronó otro incogible por la raya del
right field. En el octavo se embasó por error.
Bateó de 5-4 en ese primer juego y su promedio subió a .404. Decidió jugar
en el segundo juego.
Bateó de 3-2 y terminó con promedio de .406. El imparable final fue un
doble en el cuarto inning que golpeó una corneta en lo más alto de la
baranda del right center field. Después del juego Williams dijo que era la
pelota que había bateado con más fuerza en su carrera. Dicen que la pelota
abrió un hueco en la corneta antes de caer al terreno.
Aún sin verlos jugar puedo palpar la grandeza de su juego, la entrega de su
dedicación, la pasión por mejorar. Los nervios de acero de DiMaggio. La
regularidad de Williams.
Alfonso L. Tusa C.
comentarios radiales, televisivos, artículos de periódicos, revistas,
libros. Muchos de los textos o testimonios son tan vívidos y emotivos que a
veces me ha parecido haber estado alguna vez en uno o varios juegos de la
cadena de 56 juegos seguidos dando imparables de Joe DiMaggio o en el
desafío final de la temporada donde estaba en juego la posibilidad de que
Ted Williams bateara para un promedio por encima de .400. La expresión
facial de DiMaggio luego de entregar el out postrero con el que se iba en
blanco en el juego 57 o la discusión de Williams con su manager porque lo
pusiera a jugar en el juego final, burbujean en mi memoria con la
autenticidad de un testigo presencial. Son tan significativos los logros de
estos dos íconos beisboleros que aún persisten imbatidos por los peloteros
de las actuales generaciones.
El 17 de julio de 1941 DiMaggio y su compañero de equipo Lefty Gómez,
tomaron un taxi para ir al estadio de Cleveland. El taxista le dijo: “Tengo
el presentimiento de que si no bateas un hit en tu primer turno, te van a
parar”. “¿Quién eres tú?”, le dijo Gómez al taxista. “¿Qué tratas de hacer?
¿Presionarlo?” Una multitud de 67.468 aficionados, 40.000 de los cuales
habían comprado su entrada con anticipación, fue a ver a Jolting Joe
DiMaggio, no a los Indios. Al Smith abrió por los indígenas. En el primer
inning Di Maggio metió una tiza pegada a la raya de tercera, Kent Kelpner
jugando profundo tomó la pelota con el guante de revés y lo sacó en primera
base. Recibió boleto en el cuarto inning. En el séptimo volvió a meter otro
candelazo por la esquina caliente Kelpner tomó la pelota e hizo el out en
primera.
En el octavo inning las bases estaban llenas, había un out cuando vino a
batear el Yankee Clipper con una expresión imperturbable. Las tribunas se
venían abajo con la tensión del momento. La cuenta era 1-1. Bateó un rodado
a manos de Lou Boudreau en el short. Este la pasó a Ray Mack en segunda
quién pivoteó a primera. Dobleplay. Se había terminado la seguidilla.
“No puedo decir que estoy feliz porque se acabó la seguidilla”, dijo
DiMaggio después del juego. “Por su puesto quería extenderla tanto como
fuese posible”.
Durante la seguidilla Joe DiMaggio tuvo 91 hits, 22 juegos con más de 1
hit, 5 juegos de 3 hits, 4 juegos de 4 hits, un promedio de .408 que incluyó
15 jonrones y 55 carreras empujadas.
Increíblemente, luego que se terminó la seguidilla, DiMaggio inició otra.
Bateó al menos un imparable en otros 16 juegos seguidos, por lo cual bateó
de hit en 72 de 73 juegos en aquella temporada de 1941.
Treinta años después de la marca DiMaggio recordó que se le había acercado
alguien: “El tipo dijo que él era aquel taxista. Se disculpó de corazón. Me
sentí mal. Pudo haber estado pensando toda su vida que me había maldecido,
le dije que eso no había ocurrido. Mi número todavía está arriba”.
A los 19 años de edad mientras jugaba para los Seals de San Francisco en
1933, del 25 de mayo al 27 de julio, DiMaggio estableció una marca de ligas
menores al batear al menos un hit en 61 juegos seguidos.
Al enterarme de estos logros entendí mejor el brillo en los ojos de papá
cuando un mediodía veíamos una biografía de Joe DiMaggio por televisión. Él
apenas conocía el beisbol, pero sabía que el tipo era grande en ese deporte,
además de que en una parte del programa mostraron a DiMaggio jugando bochas
(en italiano boccia) un juego muy parecido a las bolas criollas.
Williams llegó al día final de la temporada de 1941 bateando .39955, lo
cual para las estadística oficiales representaba .400 por cuanto había que
redondear a las tres primeras cifras. Ese día los Medias Rojas jugarían
una doble cartelera ante los Atléticos de Filadelfia y la prudencia indicaba
que Williams se abstuviera de jugar o que jugara el primer juego para tratar
de subir el promedio, pero que no jugara el segundo partido.
Johnny Orlando el empleado del clubhouse recuerda: “La noche anterior a
ese doble juego de final de temporada, salí a caminar por las calles de
Filadelfia con Ted. Caminamos como 3 horas, los pies me ardían. Ted no
tomaba, cada cierto tiempo cuando entraba a un bar para tomar un trago, Ted
me esperaba afuera saboreando una bebida gaseosa. Toda la noche habló de
cuan decidido estaba de terminar la temporada bateando sobre .400”.
En el primer juego bateó por primerta vez en el segundo inning. El catcher
de los Atléticos Frank Hayes le dijo que se iba a tener que ganar su .400
porque los pitchers de Filadelfia no lo iban a pasar por bolas. Williams
adoptó su posición en el plato y apretó el bate. Luego de las dos primeras
bolas metió un candelazo al right field que dejó sin oportunidad al primera
base Bob Johnson. En el quinto inning descargó un estacazo sobre la pared
del right field que aterrizó en 20th street. En el sexto disparó imparable
por el medio del campo. En el séptimo tronó otro incogible por la raya del
right field. En el octavo se embasó por error.
Bateó de 5-4 en ese primer juego y su promedio subió a .404. Decidió jugar
en el segundo juego.
Bateó de 3-2 y terminó con promedio de .406. El imparable final fue un
doble en el cuarto inning que golpeó una corneta en lo más alto de la
baranda del right center field. Después del juego Williams dijo que era la
pelota que había bateado con más fuerza en su carrera. Dicen que la pelota
abrió un hueco en la corneta antes de caer al terreno.
Aún sin verlos jugar puedo palpar la grandeza de su juego, la entrega de su
dedicación, la pasión por mejorar. Los nervios de acero de DiMaggio. La
regularidad de Williams.
Alfonso L. Tusa C.
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