lunes, 18 de julio de 2011

Extra Innings. El lado humano del beisbol

Todd Pitock. Selecciones Reader’s Digest

El ex beisbolista de Ligas Mayores Dave Valle pudo haberse dedicado a jugar golf cuando decidió colgar su mascota de catcher, pero lo que hizo fue regresar a República Dominicana a cumplir una promesa.

El partido había terminado. Los últimos aficionados dejaban atrás los puestos de los vendedores, quienes guardaban sus mercancías, y cuando se apagaron las luces del viejo estadio de béisbol, todo el barrio quedó en las sombras.
Era 1985, y un joven estadounidense llamado Dave Valle estaba perfeccionando sus habilidades como jugador en la Liga Invernal de Béisbol de la República Dominicana. Vivía con su esposa, Vicky, y el bebé de ambos, Philip, en un hotel de Santo Domingo, la capital, y lo transportaban a los partidos en autobús.
Aquella noche el autobús se retrasó, y Valle, que jugaba para los Marineros de Seattle en los Estados Unidos, aún llevaba puesto el uniforme de su equipo dominicano, los Caimanes de San Cristóbal. Él y Vicky esperaban con su hijo. Siempre había niños alrededor de Valle. La popularidad era parte de la diversión, y a veces parte de la carga, de ser pelotero, sobre todo en la República Dominicana, donde la gente enloquece por el béisbol.
Sin embargo, pronto se dio cuenta de que esos niños no buscaban un autógrafo. No les importaba el béisbol ni quién era él. Tenían hambre. Habían hurgado entre la basura, y ahora los barrenderos se la llevaban. Era doloroso verlos. Valle, fornido catcher de 1.83 metros de estatura, no era ajeno al dolor. Cuando jugaba, tenía que atrapar los lanzamientos del pitcher aunque cayera de espaldas, y evitar como fuera no romperse el cuello y la cabeza cuando un jugador rival lo embestía a toda velocidad en el home. El sufrimiento era parte del oficio. Pero una cosa era aguantar un golpe en el pecho y otra muy distinta sentirlo en el corazón.
Había visto muchos niños pobres, pero nunca como ahora, sintiendo en sus brazos el peso de su pequeño hijo. El milagro de haberlo visto nacer había reforzado su fe religiosa y cambiado su manera de percibir el mundo. ¿Y si fuera mi hijo el que sintiera tanta hambre y desesperación?, pensó. Uno de los puestos vendía pollo y papas. Los Valle le dijeron a la dueña que cocinara lo que le había sobrado y les diera de comer a los niños.
Al principio se sintieron bien al ayudar, pero cuando reflexionaron sobre el incidente, se dieron cuenta de que se engañaban al pensar que habían cambiado algo. “Satisficimos su necesidad por el momento”, contó Vicky. “En unas cuantas horas esos chicos volverían a tener hambre”. La pareja hizo un pacto: si algún día llegaban a tener los medios para hacer algo más por esos niños, lo harían.
Después de dormir, Valle olvidó lo ocurrido y regresó al trabajo al día siguiente. Cuando un beisbolista tiene 25 años y está tratando de quedarse en las Grandes Ligas, se concentra en mejorar su bateo. Seis años después, siendo ya un jugador veterano, a Valle le sonrió la fortuna con un lucrativo contrato por tres años.
__Ha llegado el momento__le dijo su esposa.
__¿El momento de qué?__respondió él desconcertado.
__De ayudar a aquellos niños, como lo prometimos.

El plan de juego.

En noviembre de 2008 me reuní con Valle en la República Dominicana para ver la materialización de esa promesa: Esperanza, una organización sin fines de lucro que él y Vicky fundaron en 1995 con 30.000 dólares de sus ahorros. Es una agencia de microcréditos que ofrece préstamos de corto plazo e interés bajo __de unos 150 dólares o más__ a personas muy pobres para que inicien un negocio.
Aunque la banca de microcréditos existe desde los años 70, Esperanza agregó otros elementos al crear una escuela, varios centros de capacitación en informática, un programa de servicios de salud financiado por los socios, un sistema de tratamiento de aguas y un plan para el mejoramiento de viviendas. También ha patrocinado la construcción de cinco canchas de béisbol que serían la envidia de muchos poblados prósperos de Estados Unidos, con el fin de que este deporte cumpla su objetivo más amplio de desarrollo comunitario.
Valle, su hijo Philip, hoy de 23 años, el director ejecutivo de Esperanza, Carlos Pimentel, y yo empezamos nuestro recorrido en Santo Domingo, y nos dirigimos en auto hacia el norte para cruzar una cordillera que se alza 2.740 metros y que está cubierta por una vegetación exuberante.
A primera vista, el visitante podría pensar que todo marcha bien en este país. Además de contar con paisajes encantadores, la República Dominicana ha tenido recientemente un crecimiento económico de entre 7 y 10 % anual. Una sorprendente cantidad de camionetas transita por carreteras modernas, y los nuevos desarrollos inmobiliarios y turísticos, como Cap Cana, en la costa oriental, son coloridos y opulentos.
Sin embargo, no pueden ocultar la realidad de muchos dominicanos. De los 9.3 millones de habitantes del país, 2 millones viven con menos de 2 dólares al día. Veinte % de las muchachas se embarazan antes de los 19 años de edad, y el analfabetismo y la delincuencia abundan. A pesar de haber tenido un alentador progreso económico a principios del decenio, el producto interno bruto cayó 5 % en los últimos años. Y Haití, el país vecino, se encuentra en condiciones aún peores.
Esperanza se concentra, desde luego, en las personas extremadamente pobres, para las cuales la única posibilidad de acceso a un crédito es acudir a prestamistas y usureros, quienes cobran réditos exorbitantes.
El microcrédito funciona de esta manera: las personas que tienen ideas para emprender un negocio se juntan y como grupo solicitan un préstamo. Algunos negocios comunes son pequeñas tiendas, salones de belleza y puestos de comida. Los socios casi siempre son vecinos y se comprometen a responder solidariamente unos por otros. En las reuniones bimensuales de pago, entre todos cubren la parte de cualquiera de ellos que no pueda cumplir, lo cual fomenta el apoyo y la responsabilidad mutuos. La tasa de pago en la República Dominicana es de 98 %, al igual que en Haití, donde Esperanza inició operaciones a principios de 2006. Una vez que pagan sus adeudos, pueden negociar nuevos préstamos.
Al correrse la voz sobre Esperanza, aumentó la solicitud de préstamos. Desde 1995, cuando empezó a operar con 20 prestatarios, la organización ha distribuído unos 15 millones de dólares en 75.000 préstamos, incluídas casi 21.500 cuentas activas en 2008, y tiene 2.800 prestatarios en Haití. Esperanza calcula que por lo menos cinco personas se benefician con cada préstamo en la República Dominicana y seis en Haití.
“Los métodos tradicionales de ayuda social, las dádivas, no han funcionado”, señaló Pimentel, dominicano que antes trabajó en Somalia para la organización humanitaria CARE. La gente tiene que tomar el control del proceso y aprender a hacerse responsable. Èsa es la clave de nuestro método. Nosotros proporcionamos los recursos y la capacitación, pero las personas tienen que poner el espíritu y la responsabilidad”.
Ochenta y ocho % de los prestatarios son mujeres. Por lo general, el término “hogar monoparental o con un solo padre” se refiere a la madre. “Nuestro objetivo siempre fue ayudar a los niños”, dijo Valle, “y pensamos que para hacerlo necesitábamos ayudar a sus madres”.

Campos de sueños
Valle me llevó a conocer los rostros que hay detrás de las estadísticas. Fuimos a Hoyo de Bartola, un barrio de las afueras de Santiago, e iniciamos un recorrido por estrechos callejones donde había casas de una sola habitación con muros de ladrillos grises y techos de lámina acanalada. En la cuneta parcialmente descubierta del callejón principal había basura recién depositada y de varios días.
A sus 48 años, Valle es un hombre afortunado. Además de Philip, su esposa y él tienen dos hijas: Natalia de 19 años, y Alina, de 15. Sigue conectado con el béisbol como comentarista de los Marineros de Seattle, equipo con el que pasó la mayor parte de su carrera de 13 años en las Ligas Mayores. Cuando dispone de tiempo para otro trabajo, lo dedica casi totalmente a Esperanza, que empezó a pagarle un sueldo en 2008.
“Cuando uno empieza su carrera quiere tener éxito”, dijo mientras comíamos un almuerzo tradicional dominicano de pollo rostizado, plátano macho frito, arroz y frijoles, “pero una vez que lo alcanza, desea hacer algo más importante”.
Nunca dio por sentado que alcanzaría el éxito. Era el séptimo de ocho hijos de una familia del distrito neoyorquino de Queens, y tenía ocho años cuando su padre murió de un infarto. Su madre, que era enfermera, volvió al trabajo en el turno de la noche para poder estar en casa con sus hijos antes y después de la escuela. A Valle, cristiano devoto desde los 19 años de edad, había batallado para criar a sus tres hijos aún teniendo un matrimonio sólido y seguridad económica, le parecía asombroso que su madre se las hubiera arreglado para mantener un hogar estable. “Siempre nos decía que todo saldría bien”, recordó, “y así fue. No sé cómo lo logró”.
Ve muchos indicios de la fortaleza de su madre en las mujeres que ha conocido por medio de Esperanza, entre ellas Miguelina Suera, de 59 años, que tiene una pequeña verdulería en su casa de ladrillos grises y piso de concreto, cerca de la entrada a Hoyo de Bartola. El escaparate de la tienda es la ventana de su cocina, donde tiene berenjenas, chiles, pimientos y grandes manojos de perejil fresco, mercancías que pudo adquirir gracias a un préstamo de Esperanza.
Mientras conversábamos con ella, los vecinos se asomaban para vernos y niños descalzos se arremolinaban cerca. En cierto momento pasaron corriendo varios hombres armados y con chalecos a prueba de balas. En el barrio hay problemas con pandillas, y nos advirtieron que nos fuéramos antes de que oscureciera.
Nos dirigimos a otro barrio de Santiago bordeado por el lecho seco de un río que se había convertido en depósito de basura y refugio de perros callejeros. Ana Mercedes Martes, de 39 años, confecciona ropa y elabora dulces de coco que vende habitualmente a cuatro restaurantes, aunque sabe que, para crecer tendrá que arreglárselas para hacer más y encontrar otros canales de distribución, como las tiendas de abarrotes.
__Me gustaría darles una muestra de los dulces, pero por desgracia ya se me acabaron __nos dijo.
__¡Ninguna desgracia! __exclamó Pimentel__. ¡Qué bueno!
Ana Mercedes canalizaba sus ganancias a una casa que estaba construyendo en el campo. “Me gustaría tener una tienda”, comentó. “¡Me encantan los negocios! Es algo que estoy logrando con mi inteligencia. Todo esto es fruto de mi esfuerzo”.

Peloteros generosos

El béisbol fue el oficio de toda la vida de Valle, y es muy entretenido oirlo hablar del juego y de lo difícil que es atrapar los velocísimos lanzamientos de un pitcher como Randy Johnson. Este deporte también le ha permitido hacerse de importantes contactos y socios, entre ellos las Ligas Mayores de Béisbol, la Asociación de Jugadores de Grandes Ligas y beisbolistas dominicanos como Alfonso Soriano, jardinero izquierdo de los Cachorros de Chicago, y José Reyes, shortstop de los Mets de Nueva York. El gerente de este último equipo, Omar Minaya, es miembro de la junta directiva de Esperanza.
De regreso en Santo Domingo, Valle y Pimentel conversaron con otro beisbolista dominicano, Pedro Martínez, también de los Mets, y se sintieron felices de haberlo convencido para que se sumara a su labor.
Otros peloteros de las Ligas Mayores están apoyando una iniciativa de Esperanza para financiar y construir canchas de béisbol en comunidades pobres. Hasta la fecha se han terminado cuatro, y se está construyendo la quinta. Son campos estupendos, pero el beisbol en realidad es un medio para alcanzar un fin mayor: el desarrollo comunitario. “La idea no es forjar mejores beisbolistas”, señaló Valle. “es usar esta gran pasión y energía para movilizar a la gente”.
Esperanza consigue los terrenos por medio de contratos de arrendamiento de largo plazo con el gobierno, y proporciona la asesoría técnica y administrativa para construir las canchas. La comunidad aporta la mano de obra y, más adelante, el mantenimiento. Todo niño que participe en una liga o torneo tiene que estar inscrito en una escuela. El plan es que las canchas formen parte de complejos más grandes que incluyan, por ejemplo, escuelas de capacitación vocacional.
Un chico dominicano que ha triunfado en grande es Alfonso Soriano, cuyo subsidio ayudó a construir una cancha en San Pedro de Macorís, su provincia natal. Después de la ceremonia de inauguración, Valle se volvió hacia él y le dijo:
__Me muero de hambre.
__Te voy a llevar a comer el mejor pollo que hayas probado nunca__ le respondió Soriano.
Cuando llegaron al pequeño restaurante llamado Sazón de Mamá, Valle se enteró de que la dueña, Bienvenida Nina Santo, de 33 años, era clienta de Esperanza. Había sido compañera de escuela de Soriano, y los invitó a pasar a su casa, detrás del restaurante. Comparada con las casuchas de tablas del resto del barrio, la de Bienvenida parecía un palacio: una pintoresca construcción de dos plantas, con azulejos en la entrada y ribeteada de rosa y rojo vivos. Su esposo la construyó, pero ella la pagó con el dinero ganado con su negocio.
__Tienes que apoyar a Esperanza__ le dijo Bienvenida a Soriano__. Le está salvando la vida a la gente.
Este comentario no era una exageración ni un simple cumplido, como descubrió Valle cuando la hija menor de la dueña entró a la casa, se acercó a su madre y apoyó la cabeza sobre su hombro con desaliento. La niña tenía más o menos la misma edad que él cuando murió su padre.
__Está bien, está bien __la consoló la mujer__. Todo va a estar bien.
Valle se acordó de su madre y sintió que retrocedía en el tiempo cuando se enteró de que el esposo de Bienvenida había muerto y dejado huérfanos a sus cuatro hijos y un montón de deudas con altos réditos. El préstamo de Esperanza había permitido a la familia mantenerse a flote.
Ahora Bienvenida tiene ingresos de hasta 300 dólares a la semana, una suma impresionante en la República Dominicana, y sus tres hermanos, siguiendo su ejemplo, han abierto sucursales del Sazón de Mamá. Sus hijas tienen grandes aspiraciones. Carina de 15 años quiere ser psicólogo infantil; Daniela de 14, abogada, y Clara, de 9, médica. Con el ejemplo de su madre, no es difícil imaginar que harán realidad sus sueños.
__Sé que vamos a estar bien porque tengo mi negocio__ le dijo Bienvenida a Valle__. Sin la ayuda de ustedes, no sé donde estaríamos.

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