domingo, 23 de diciembre de 2018

Desde Félix Rodríguez hasta Endy Chávez

Cuando Félix Rodriguez debutó en la liga venezolana de beisbol profesional en la temporada 1972-1973, todavía bateaban los pitchers, se tocaba mucho la pelota, el bateo y corrido era casi una constante, los pitchers lanzaban mucho más adentro y amenazaban con golpear al bateador que le bateara con fuerza. A los jugadores de primera base les exigían, por lo general, a menos que fuesen excepcionales con el madero, una defensiva impecable, levantar piconazos, jugar por delante y por detrás del bateador de acuerdo a la circunstancia cambiante con un mismo bateador, saber jugar adelantado parea frustrar intentos de toque. Félix nunca fue un bateador de poder, por eso cada vez tuvo que perfeccionar su ofensiva de líneas hacia los callejones, de batazos hacia la banda contraria, de ejercitarse con carreras diarias en los jardines para sorprender desde los receptores contrarios hasta el más desprevenido aficionado al tomar una base adicional. Era lo menos que podía hacer para justificar su presencia en la alineación, fuese en la primera base o el jardín izquierdo.
Endy Chávez llegó de la mano de Alfredo Guadarrama y Gregorio Machado, ya había empezado y se enfatizaba la etapa de los especialistas en el beisbol, sin embargo, Endy siempre fue uno de esos raros especímenes que permanecen y permiten que el beisbol siga teniendo ese encanto de grandes emociones y magníficas satisfacciones mediante la entrega absoluta en los jardines y el empuje incansable en las bases. Desde su debut Endy siempre mostró un gran brazo, un sentido impecable de la ubicación y un oído excepcional para saber donde tenía que ir cuando el bateador hacía contacto, cuando la pelota parecía fuera del parque, él estaba allá adherido a la barda del jardín central y en el más inesperado salto sustraía la esférica de las gradas. Se convirtió en parte esencial de la transición del equipo desde la gloriosa década de 1990 hacia la primera y segunda décadas del nuevo milenio. Fue parte esencial en los títulos de 2001-2002, 2012-2013 y 2013-1014. Siempre con el batazo oportuno al final del juego, siempre con la atrapada fantasmal. Félix siempre fue un jugador imperceptible, hacía su trabajo de manera invisible, pero a la hora de la verdad aparecía con el imparable clave, la carrera inesperada o la atrapada fantasmal que colaboraba a arreciar el viento en la popa del buque. En la temporada 1976-1977 fue co-lider en triples junto a su compañero de equipo Joe Cannon con 10, una marca que sigue vigente aun cuando ha sido igualada, esa temporada bateó para .314 en 53 juegos, anotó 29 carreras y empujó 26 en medio del tránsito hacia el campeonato, recibió 19 boletos y se ponchó 28 veces. En la serie final de esa campaña bateó para .280, con 7 remolcadas, un triple y un cuadrangular. En el sexto y decisivo encuentro de aquella serie final, Felíx sentenció a los Tiburones de La Guaira cuando despachó lineazo a la derecha impulsor de dos rayitas ante el relevista zurdo Larry Gura. En la Serie del Caribe de ese año fue líder bate con. En la temporada 1977-1978, en 65 desafíos, bateó para .323 (tope en su carrera) con 29 empujadas, 21 anotadas, 76 imparables (tope en su carrera), 11 dobles y 6 triples. Ese año negoció 28 boletos (tope en su carrera) y se ponchó 23 veces. En la campaña 1978-1979, Rodríguez participó en 58 juegos, bateó para .274, con 23 remolcadas y 25 anotadas. Negoció 15 boletos y se ponchó 15 veces. Su última gran temporada fue la de 1981-1982, entonces bateó para .310 en 46 juegos. 21 remolcadas, 17 anotadas, 8 dobles, 3 triples, 3 jonrones, 21 boletos, 16 ponches. En series semifinales tuvo su mejor actuación en la justa 1984-195 cuando bateó para .571 con 8 imparables en 14 turnos al bate. Endy siempre ha tenido una presencia más visible desde su excelencia defensiva, la potencia de su brazo, la rapidez de sus piernas y el contacto de su madero. En la temporada 2001-2002 bateó para .289, 59 imparables, 5 dobles, 4 triples, 1 jonrón, 15 carreras empujadas, 33 anotadas, 10 bases robadas en 49 juegos. Luego en la ronda semifinal tuvo promedio de .391, 18 imparables, 6 empujadas, 9 anotadas. Y en la final promedió .318, 7 imparables, 4 anotadas, 3 empujadas para colaborar en la obtención del décimo gallardete para los Navegantes. Se recuerda siempre el gran sentido de ubicación y el arrojo de Endy en el jardín central, la elegancia de su guante y el coraje de lanzarse hacia adelante para tomar a ras de la grama batazos que parecían imparables o de correr de espaldas al plato para tomar contra la pared o sobre esta conexiones que parecían jonrones, salvaron más de un juego para los Navegantes. También se aprecia y reconoce su inmenso oportunismo con el madero, sobre todo en los innings finales o en medio del más encarnizado desafío de entradas extra, cuando el cansancio disminuye las fuerzas. También fue pieza importante en los títulos de 2012-2013 y 2013-2014, principalmente con su defensiva que garantizaba respiro y alivio para el trabajo de los lanzadores. En la 2013-2014 hubo un juego del round robin semifinal ante los Tiburones de La Guaira cuando bateó de 4-3 y anotó tres carreras claves en la victoria 6-5. Mientras que en el juego decisivo de la serie final 2013-2014 bateó de 5-2 con anotada y empujada producto de un cuadrangular que avivó las esperanzas magallaneras en ese disputado encuentro que terminaron ganado 11-9 ante Cardenales de Lara. Félix desde su pasividad engañosa apoyaba al equipo con hechos determinantes como aquel roletazo lento por segunda base en medio del cuarto inning de un duelo entre Edward Ricks y Tippy Martinez por Cardenales de Lara y Jim Sadowski por Magallanes. El camarero Jim Cox no pudo hacer el out en la intermedia debido a la lentitud del rodado , cual aprovechó Jim Holt para anotar la única carrera del juego efectuado el 15 de diciembre de 1974- Endy puede llegar a ser muy enfático en su respaldo al equipo, el 23 de noviembre de 2003, en medio de un juego ante los Leones del Caracas, bateó un triple y dos sencillos para encabezar el ataque eléctrico con dos carreras anotadas y tres empujadas en ruta a una victoria 6-4, Alfonso L. Tusa C. © 18-12-2018.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Anthony Vizcaya y su vuelta al mundo para ser magallanero Por Redacción Web - 13 de diciembre de 2018 7:27 pm. El Carabobeño. Prensa LVBP

Al británico Phileas Fogg le tomó 80 días viajar darle la vuelta al mundo desde la ciudad de Londres. Pero sólo fue por una apuesta con varios de sus colegas, según cuenta la exitosa novela del escritor francés Julio Verne. En cambio el barquisimetano Anthony Vizcaya duró dos años en recorrer todo el globo terráqueo para vestir la camisa de los Navegantes del Magallanes. Pese a la creencia generalizada, que por haber nacido en un estado en el que exista un equipo de beisbol local, ya debas ser seguidor de sus colores, existen varios casos que contradicen esa lógica. Juan Graterol, nació en Maracay y era caraquista desde niño, o el de Robert Pérez, que fue toda su carrera un cardenal, pero soñaba con vestir el uniforme de los Tiburones de La Guaira. Ejemplos como esos son más comunes de lo que suele creerse y Vizcaya es uno de ellos. “Nací en Barquisimeto (estado Lara) y bueno los Cardenales fue el equipo que me firmó, pero desde niño, siempre fui fanático de los Navegantes del Magallanes y cuando transcurría mi carrera, más quería serlo, pero debí esperar”, reveló el derecho, que defendió a los larenses por tres campañas. Vizcaya actuó en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional con la camisa roja de los Cardenales durante las zafras 2013-2014, 2015-2016 y 2016-2017, hasta que fue dejado en libertad. Allí trabajó siempre como relevista, en los que acumuló 12 encuentros disputados con una elevada efectividad de 12.66. Algo fuerte para un brazo que salía desde el bullpen, pero luego de eso debió cruzar la frontera y abrirse paso a otras ligas. Desde el año 2017 decidió tomar rumbo a Colombia. Allí, en suelo del hermano país, comenzó a conocer el circuito que poco a poco se ha ido estableciendo y le otorgó la confianza de crecer profesionalmente. “Debo agradecer a esa liga por abrirme las puertas, para poder conseguir saltar al beisbol japonés”, expresó el serpentinero. “Cuando llegué a Colombia me tracé la meta de mejorar, porque si quería regresar a la LVBP debía recobrar la confianza y llegar a ser lo que yo quería ser. Mejorar lo que no había podido hacer con Lara”. El Fukushima Hopes, de Baseball Challenge League (independiente) fue el encargado de contratar al tirador venezolano, luego de su estadía en el campeonato neogranadino. “Ese equipo me ayudó mucho, porque enfrentar bateadores de poder de esa zona del mundo, hace mejorar enormemente, ya que muchos jugadores fueron grandeligas o simplemente hacen lo posible para subir de nivel a la Liga Japonesa de Beisbol Profesional (NPB por las siglas en inglés de Nippon Professional Baseball)”, contó el lanzador de 25 años de edad, que había sido dejado libre por los Indios de Cleveland en 2014. Después de su viaje al otro lado del mundo, regresó al continente americano, para jugar otra campaña en la Liga Profesional de Colombia, nuevamente con los Leones de Montería. Su trayecto por el beisbol nipón le otorgó la habilidad de cambiar de rol y abrir juegos. De hecho, era algo que iba haciendo desde que terminó la campaña anterior en la región cafetalera. “Jugar en Colombia me ayudó a poder durar más tiempo en los juegos, ya no era ese relevista de un solo inning, ya podía durar más entradas y no cansarme, gracias a eso pude empezar a abrir juegos”, destacó el fusilero que inició cuatro encuentros de los seis que tiró en Colombia. “Me fue muy bien abriendo juegos, fui dominante y eso que había muy buenos bateadores allí, como el caso de Reynaldo Rodríguez que lo enfrenté unas cuatro veces”. En 32 innings aisló 25 hits y 10 carreras, con una excelente relación seis boletos por 25 ponches, para un buen promedio de 2.25 y 0.96 de WHIP. EL CONTACTO PARA SER TRIPULANTE Es cierto que le tomó un buen tiempo llamar la atención de los bucaneros, pero esa espera valió la pena Vizcaya y Magallanes. “Ese muchacho es un salvavidas”, soltó el manager Luis Dorante. “Me salvó en Puerto La Cruz en su primer juego, cuando Yohander (Méndez) no nos pudo hacer el trabajo. Menos mal que lo trajimos de Colombia, porque es muy bueno y sé que puede ayudar tanto en el bullpen como en la rotación”. Y es que el plan de Vizcaya fue ese desde el inicio. “Yo debía mejorar mi labor como lanzador, de poder abrir juegos también y cuando Navegantes me contactó les dije que podían contar conmigo en ese rol”, comentó el fusilero, que desde su debut en el Estadio Alfonso Chico Carrasquel, el 5 de diciembre, suma cuatro entradas en blanco, en las que ha encajado tres hits, mientras que ha regalado un boleto y suma cuatro abanicados. “El recibimiento ha sido buenísimo. Este equipo es lo que yo soñaba desde niño y bueno no pienso meterme cosas en la cabeza para no perder la sincronía, pero cuando me toque abrir un juego con este uniforme será como cuando me lo coloqué el primer día, allá en Puerto La Cruz”, aseguró. El barquisimetano, de 25 años de edad, había estado en la mira del Magallanes desde hacía algún tiempo. Rafael Yánez, parte del grupo de scouts de la nave, le había hecho seguimiento desde que estaba en Japón. “La idea era que estuviera desde el primer día de la temporada con el equipo, pero era difícil garantizarle un cupo en el roster inaugural y entonces decidió irse a Colombia para mantenerse lanzando”, reveló Roberto Ferrari, presidente del conjunto filibustero. “Una vez que se abrió la posibilidad de traerlo, no hubo inconvenientes. Es un brazo que nos será de mucha utilidad”. El sábado está previsto que Vizcaya inicie el primer partido de su carrera en el circuito criollo, lo hará contra Águilas del Zulia en el Estadio José Bernardo Pérez. Si todo marcha bien, quizás pueda llenar una de las vacantes. CONVERSACIONES LEJOS DE CASA Al estar lejos de casa, sólo queda hacer amistades que hagan el nuevo hogar lo más parecido al que se dejó atrás. En ligas fuera del país, los venezolanos buscan estar juntos para, de alguna manera, paliar la soledad, pero Vizcaya hablaba mucho y compartía con el inicialista Reynaldo Rodríguez, su compañero con los Leones de Montería. “Siempre estábamos en conversaciones, entonces me comentó que vendría a Venezuela a jugar con los Navegantes y yo le dije que yo también estaba cerca de eso, entonces comenzamos a hablar mucho sobre el tema, de estar pendiente de cuando se venía y él me preguntaba cuando me tocaba a mí. Siempre estábamos en constante conversación”, dio a conocer el larense. “Cómo ya él tiene experiencia en Venezuela, tras sus años con las Águilas del Zulia y que fue tan bueno, me da muchos consejos, porque, aunque no es pitcher, me dice cómo conseguirle el punto débil a los bateadores”. Ahora tiene la oportunidad de vivir la experiencia que anhelo, como miembro del bullpen con la mejor efectividad en la temporada (2.96). “Ya llegué a jugar con el equipo que soñaba desde niño, ahora espero volver a firmar con una organización de Estados Unidos y, quizás, más allá subir un día a las Mayores, porque si me salen dos ofertas al mismo tiempo, entre Japón y Estados Unidos, no dudaré en elegir el beisbol organizado (risas)” concluyó el escopetero. En la historia Verne, Fogg ganó la felicidad al regresar a Londres en la fecha y la hora pautada, luego de su travesía de 80 días fuera de casa. A Vizcaya le tomó un poco más de tiempo, pero tiene la misma satisfacción de poder estar al fin en su hogar, dulce hogar. Prensa LVBP.

sábado, 8 de diciembre de 2018

La muerte de dos beisbolistas recuerda el dolor de la realidad venezolana.

Ráfagas de escalofríos erizaron del más despiadado granizo mi conciencia. Empezaba a revisar las noticias en un cyber-café, cuando escuché a la persona del lado comentar los nombres de José Castillo, pelotero de varias posiciones, a quien apodaban “El Hacha” por su gran habilidad con el madero, quien esta temporada 2018-19 había alcanzado los mil imparables para convertirse en el octavo jugador en alcanzar esa marca en la liga venezolana de beisbol profesional; y Luis Valbuena también pelotero polivalente de gran poder al bate con destacadas actuaciones en LVBP y las grandes ligas, ambos integrantes de Cardenales de Lara, ambos fundamentales en la zona intermedia de la alineación, ambos con gran ascendencia en el dugout de los pájaros rojos. Cuando percibí las palabras “carretera”, “atraco”, “desgracia”, empecé a buscar en internet. Allí estaba de nuevo la cruda, cruenta y cruel realidad atenazando mis costillas hasta estrangularlas, la foto de ambos peloteros parecía enviar un mensaje de auxilio desde sus sonrisas enmarcadas en un campo de beisbol, ya no volverían a un diamante beisbolero, ya no volverían a ver a sus seres queridos, les habían quitado lo más esencial que posee un ser humano: la vida. Estuve un buen rato anestesiado, impactado, asfixiado por la noticia. Si, eso ocurre a diario en Venezuela, solo que hasta que nos toca de manera cercana (en mi caso, he seguido los deportes y el beisbol de manera tan obsesiva por tantos años que los atletas forman parte de una familia invisible que llevo en mis afectos), no terminamos de aterrizar en donde vivimos, en que degeneró el país que alguna vez fue, que Venezuela dista mucho de ser aquella de hace treinta, cuarenta, cincuenta años. Hacía unos instantes intercambiaba puntos de vista con un conocido acerca de porque no pensaba ir a votar en eso que llaman “elecciones” y pensaban efectuar el 9 de diciembre. En algún momento le escribí que saliese de su burbuja, que entendiera que Venezuela no es un país normal, que unas verdaderas elecciones necesitan de cierta cantidad de condiciones que aquí no existen porque desaparecieron bajo la gestión de veinte años de tiranía. Cuando me dijo que no ir a votar era dar un salto al vacío, lanzarse en los brazos de la guerra, que si yo sabía lo que significaba una guerra, le respondí: “Si por un momento te dignaras en buscar las cifras de muertos provocados por muchas guerras convencionales en mucho menos de veinte años, te vas a llevar muchas sorpresas al compararlas con los guarismos de niños, mujeres y jóvenes fallecidos durante estas dos décadas ante el hambre, la enfermedad y la inseguridad”. Quise seguir argumentando mi posición, de pronto sentí un calambre en el brazo derecho y respiré profundo. Entonces empieza una película en retrospectiva, los últimos momentos que se recuerda de los desaparecidos en vida, el dolor de los familiares, la desesperación de los compañeros de equipo, la tristeza de la directiva. En particular siempre sentí un gran respeto por ambos jugadores, tanto Castillo, como Valbuena siempre fueron peloteros que lo dejaban todo en el terreno, que en cualquier momento podían ganar un juego con el prodigio de sus bates y aunque su defensiva apenas rozaba el promedio, el empeño y el pundonor los llevaba a realizar jugadas relevantes al campo. En cualquier momento Valbuena podía acercar o poner a ganar a Cardenales con un jonrón y Castillo les podía entregar la victoria con un sencillo decisivo en el cierre del noveno inning. En la radio comentaban que en el último juego ante los Leones del Caracas, Castillo había bateado de 4-3 y en sus últimos dos juegos tenía seis imparables. El último turno de Castillo ante el incómodo Miguel Socolovich, se las ingenió para despacharle imparable al jardín izquierdo. Valbuena había bateado un rodado por primera para entregar el out en su inesperado turno final. Así de fugaz es la vida, así de atravesada puede ser la muerte, así de pronto te puedes quedar atónito ante las fauces de una realidad. Luego de terminar el juego Lara-Caracas, los peloteros se ducharon, se vistieron y se dispusieron a regresar a Barquisimeto. Algunos en vehículos particulares, la mayoría en el autobús del equipo. Castillo y Valbuena habían viajado con el tercera base Carlos Rivero en su camioneta desde Barquisimeto, para realizar unos trámites personales en la embajada estadounidense. Cuando se aproximaba la media noche, ambos peloteros subieron al asiento trasero de la camioneta. Tanto el chofer como Rivero se ajustaron los cinturones de seguridad. Castillo y Valbuena prefirieron ir sueltos ya fuese para reposar o conversar con más libertad. Salieron al frente de la caravana, detrás venían otros vehículos de otros peloteros y más atrás el autobús escoltado por oficiales de seguridad. Ya habían salido de la autopista regional del centro y se encontraban en la vía Yaracuy-Lara, lugar por demás recargado de amargas historias para quienes transitan las carreteras venezolanas, todas ateridas de huecos, todas invadidas de malandros. Un objeto de ciertas dimensiones aparece en la visual del chofer cuando era inevitable el impacto, los malandros cubren las piedras con telas oscuras a fin de sorprender al más atento conductor. La inercia del frenazo y la contundencia del impacto sacaron a la camioneta de la via. Castillo y Valbuena salieron disparados a través de las ventanillas y murieron casi instantáneamente al rodar por el descampado, quizás heridos por los vidrios, quizás desgarrados por objetos contundentes de la intemperie. Rivero y el chofer quedaron suspendidos de los cinturones dentro de la camioneta volteada. En medio de ese desespero, del dolor de sentir como perdían la vida, Castillo y Valbuena percibieron las sombras furtivas de varios elementos que les registraron los bolsillos y luego también se metieron en la camioneta para tomar lo que no les pertenecía, lo que los peloteros habían ganado con el sudor de su frente. No puedo dejar de pensar en el título de una novela de Miguel Otero Silva: “Cuando quiero llorar no lloro” o en otra de William Faulkner: “Mientras agonizo”. También me viene a la mente una escena de la película “Ghost. La sombra de un amor”, cuando mueren el malandro de la calle y el de cuello blanco, entonces aparecen unos monstruos negros que arrinconan sus espíritus y los acechan hasta devorarlos. Minutos después llegaron los otros vehículos y el bus del equipo. La adrenalina más amarga y punzante inflamó los ojos de los compañeros de equipo. Todos gritaban y sollozaban los nombres de Castillo y Valbuena. Corrieron a auxiliarlos, pero era demasiado tarde, el bien más preciado de todo persona les había sido arrebatado por la violencia en otro episodio propio de veinte años de tiranía. Este tipo de suceso ocurre a diario en las carreteras y otros ámbitos venezolanos, y solo en casos como este, cuando se trata de personajes públicos, se conoce del hecho. Cuando los afectados son venezolanos comunes, toda la información pasa por debajo de la mesa entre el miedo de la autocensura y la conveniencia de la tiranía. El laberinto emocional que han debido padecer los directivos del equipo, primero para informar a los familiares, luego para acompañarlos a la morgue a reconocer los cuerpos de los peloteros, es una geografía intrincada, tortuosa, desgarradora que nadie quiere transitar en ningún momento. Son punzadas lacerantes que tasajean tu alma en trocitos hasta inundar todo el cuerpo en llanto. Solo muchos minutos después recuperas un poco la calma, levantas la mirada, te imaginas lo que hubiesen deseado Castillo y Valbuena. Redoblas las palabras de aliento, los abrazos, el apoyo incondicional, aunque sabes que es un dolor muy grande que ni siquiera el tiempo aplacará. En su mente se borraron los dos próximos juegos de Cardenales de Lara, en ese momento no hay mente, no hay disposición, mucho menos ánimo para afrontar un juego de pelota. Cuando los periodistas les preguntan si obligarán a los peloteros a viajar en el bus del equipo, responden con afirmaciones entrecortadas. Hay experiencias de equipos de futbol profesional atracados en el bus y dejados desnudos en medio de la vía. Quizás están más ganados para descansar en un hotel después del juego y emprender el regreso a casa al amanecer. Valbuena venía de tener una temporada no muy buena con los Angelinos de Anaheim, aún así había devengado un buen salario como para no tener necesidad de jugar en LVBP. Desde el primer día de la temporada se presentó a las prácticas de Cardenales y anunció que iba a jugar porque quería ganar el campeonato para su equipo que no gana un título desde 2001 y ha perdido las dos últimas finales. Un gesto que muestra el cariño, el pundonor, la entrega del pelotero con su equipo de toda la vida. Hace poco lo vi conectar un jonrón ante el Magallanes justo en el inning siguiente de cuando los Navegantes se había ido al frente 2-0. Ese tipo de pelotero voluntarioso que puede levantar a un equipo con sus palabras y acciones en el terreno de juego. Castillo había llegado a Cardenales vía cambio en el período entre temporadas. Se ha dicho y contado muchas historias de él. Sin embargo cuando se habla con sus compañeros solo se escuchan palabras de agradecimiento, respeto y consideración por su responsabilidad, solidaridad y disposición a trabajar con los peloteros jóvenes. Recuerdo haber leído en el periódico alguna vez, que Castillo había salido del Caracas porque se atrevió a reclamarle a la directiva el despido de Henry Blanco. Así de consecuente con sus compañeros era. “Extrañaré la sonrisa contagiosa de Luis y su amor incondicional por sus compañeros y por supuesto la potencia de su bate”, dijo el manager de los Astros de Houston A,.J. Hinch en una declaración. “Fue una gran persona estando en nuestro equipo y también en otra divisa”. Valbuena bateó .226 con 114 jonrones en 11 temporadas con los Angelinos de Anaheim, Marineros de Seattle, Indios de Cleveland, Cachorros de Chicago y Astros de Houston. En LVBP bateó para .280, 197 carreras empujadas, 42 jonrones en 11 temporadas con Cardenales de Lara. Castillo jugó cinco temporadas con los Piratas de Pittsburgh, Gigantes de San Francisco y Astros de Houston. Bateó para .254 con 39 jonrones. En LVBP bateó para .303, 555 carreras empujadas, 90 jonrones en 19 temporadas con Leones del Caracas, Bravos de Margarita, Caribes de Anzoategui, Tiburones de La Guaira, Tigres de Aragua y Cardenales de Lara. Luego aquel dolor traspasante, gélido, brutal que cruza las bases del cuadro interior del estadio Antonio Herrera Gutiérrez de Barquisimeto, las tribunas repletas y el alma en vilo, la alegría de ver a sus héroes estrellando la pelota contra la pared, trastocada por un nudo infinito en la garganta que revienta en lágrimas infinitas durante un inning interminable que arranca la piel y destroza las costillas al comprobar con desolación el paso fúnebre de los ataúdes sobre las almohadillas que tanto recorrieron en tantas victorias cardenaleras. Tal vez una de las reflexiones más profundas la expresó el locutor Alfonso Saer en una nota: “Circulan por la memoria de tercera edad ráfagas de bonitos recuerdos, retozos vibrantes. Mi narración del hit 1000 de quien llamaban “el hacha”, y tantos jonrones --- siete este año --- del zurdo que estremecía los graderíos con sus tablazos ganadores. Cuando escriba el próximo lineup haré una pausa en los turnos del medio y me provocará colocar allí sus nombres, Luis y José. Alguien ocupará esas casillas, ley de vida, pero ustedes nos harán falta, mucha falta”. Un aficionado que fue al juego del jueves seis en el estadio de la UCV, dijo que había presenciado como Castillo, con ese carácter amistoso y humorístico, había visitado el dugout de su antiguo equipo (Leones) y por un momento le quitó el bate a Harold Castro, entonces le dijo: “Con este bate voy a dar mi hit 2000”. Alfonso L. Tusa C. 08-12-2007.© Fuentes: Ex-major leaguers Valbuena, Castillo die in Venezuela crash. Fabiola Sanchez, Associated Press. Friday, December 7, 2018 Turno final. Deporte Larense. Alfonso Saer. 07-12-2018. Pelotabinaria.com.ve

jueves, 6 de diciembre de 2018

Cuarenta años del nombramiento de Willie Horton como manager de los Navegantes del Magallanes

Entonces sí llegó la hora de Cookie Rojas. Desde el 25 de noviembre hasta el 5 de diciembre, Magallanes perdió 7 juegos seguidos. Rodney Scott tenía 10 días sin jugar porque no era del agrado del manager. Esto empezó a molestar a muchos peloteros hasta que el pitcher Mike Norris también anunció su retiro del equipo. . "Luego de reunirse la junta administradora magallanera y tomar una decisión, Octavio Cookie Rojas se apersonó en las oficinas y presentó su renuncia formal al cargo de manager del equipo este 06 de diciembre de 1978. Alberto Parjús salió hacia Barquisimeto donde Gustavo Gil trabajaba como comentarista radial, para ofrecerle el cargo de manager del equipo. Mientras tanto los directivos se reunieron con el equipo para tratar de aplacar el descontento de los peloteros. Informaron que Rojas había renunciado y que buscaban un suplente. Desde el fondo del clubhouse se escuchó una voz decidida: 'Yo puedo encargarme del equipo'. Los peloteros voltearon, Willie Horton respiró profundo y avanzó hacia la mesa del manager con el dedo índice sobre el bigote. Los directivos hablaron con los peloteros y acordaron nombrar a Horton manager interino". Estos quizás sean uno los juegos más representativos de Horton como manager del Magallanes: 29 de diciembre de 1978. Magallanes versus Tigres de Aragua en el José Bernardo Pérez. Mike Norris versus Steve Luebber. Para ese momento todavía buscaban la clasificación. Me acuerdo mucho de ese juego porque al día siguiente apareció la fotografía de Alfredo Torres en un periódico llamado Meridiano en la tardecita. Decía algo así como: una de las claves del triunfo magallanero anoche en Valencia. Magallanes llegó perdiendo 2-1 al cierre del noveno inning. Jerry White negocia boleto ante Bill Campbell. Tim Blackwell lo fuerza en segunda en intento de toque. Roger Polanco sale a correr por Blackwell. Campito se quedaba mirando extrañado como Mario dirigía la nariz hacia la puerta. Félix Rodríguez mueve a Polanco hasta la antesala con imparable a la derecha. Alfredo Torres emerge por Alexis Ramírez y despacha linietazo a la izquierda para empatar el juego. Campbell poncha Rodney Scott. Mark Daly viene a enfrentar a Oswaldo Olivares. Willie Horton trae a Rafael Cariel y responde con imparable a la derecha para remolcar a Rodríguez con la de dejar en el terreno a los Tigres. Mike Norris se apuntó la victoria en trabajo completo. Campbell salió derrotado. Había relevado a George Cappuzzello que a su vez entró por el abridor Steve Luebber. En el quinto juego de la Serie del Caribe de 1979, las Águilas Cibaeñas y los Navegantes del Magallanes llegaron igualados a una carrera al cierre del décimo inning. Vale la pena revivir aquel inning. Dave Coleman la rodó por las paradas cortas y Nelson Norman flumbeó la pelota. Willie Horton se ponchó. Jerry White descargó su tercer imparable del juego, una línea al centerfield que se le escurrió a Omar Moreno y quedaron corredores en segunda y tercera. Baudilio Díaz recibió boleto intencional. Horton hizo la seña característica y Cariel salió del dugout para sustituir a Alfredo Torres quién había reemplazado a Oswaldo Blanco que a su vez había emergido por Félix Rodríguez. Cariel siguió la slider hasta que llegó al plato y despachó el linietazo que hizo saltar la victoria. Magallanes dejaba en el terreno 2-1 a los dominicanos. Campito saltó desde el tronco hasta el pretil donde descansaban los zapatos. ¿Y quién era el pitcher? Mario respiró profundo. William Castro que venía de salvar 8 juegos con efectividad de 1.81 con los Cerveceros de Milwaukee en la Liga Americana. Extracto de mi libro Un Barco en Santa Inés. https://www.amazon.es/Barco-en-Santa-In%C3%A9s-ebook/dp/B01N7PKM34 Alfonso L. Tusa.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

La esperada llegada de Edgardo Alfonzo al Salón de la Fama magallanero es una realidad.

De seguro la defensiva de Edgardo Alfonzo estaba muy por encima del promedio, sin embargo lo que más recuerdo de su desempeño en un diamante beisbolero es su pasmosa habilidad para dirigir la pelota hacia la banda contraria, fuese una pelota dragada entre pitcher, segunda y primera base, una línea pegada a la raya de canal del jardín derecho, una bala fría justo detrás de primera base o un trepidante estacazo contra la pared entre el jardín central y el derecho, Alfonzo representaba un dolor de cabeza agudo para los lanzadores y toda la defensa del lado derecho del campo, porque por más que se ubicaran en las más rebuscadas configuraciones, Alfonzo siempre encontraba los pasadizos para ubicar sus conexiones, las cuales por lo general ocurrían hacia el último tercio del juego, cuando los dientes están más apretados y los pitchers se esmeran en lanzar sus envíos más difíciles. En particular en mi memoria se quedó grabado un batazo de Alfonzo que no salió dirigido hacia el lado derecho. Ocurrió en un Caracas-Magallanes diurno en el Universitario. Era la campaña de novato de Alfonzo y se había quejado con el cuerpo técnico porque no lo ponían a jugar. En ese juego, Tim Tolman lo trajo de emergente en el octavo inning con la encomiendo de tocar la pelota, luego de ponerse en dos strikes, Alfonzo ejecutó la bicicleta y largó un rodado candente que pasó cerca de la segunda almohadilla y el campocorto no pudo llegar, la carrera de ponerse adelante cruzó el plato y Alfonzo levantó los brazos al pasar sobre la primera base. En una edición de aquel recordado programa radiofónico “Los Eternos Rivales”, Oscar Prieto Párraga se lamentó de que Magallanes le había robado a Edgardo Alfonzo. John Carrillo le respondió que eso no era verdad. Edgardo estuvo en una sesión de prácticas con los Leones, lo llevó su hermano Edgar y en esa ocasión no lo firmaron, quedaron pendientes. Entonces Gregorio Machado, quien había firmado a Edgardo para los Mets de Nueva York, lo llevó al José Bernardo Pérez de Valencia y el propio Carrillo junto con Machado, ni cortos ni perezosos lo firmaron para los Navegantes. “A usted nadie le quitó a Edgardo Alfonzo, usted tuvo su oportunidad y no lo firmó, así que no venga a hora con cuentos trasnochados”. Allí se desarrolló otro de aquellos encendidos asaltos propios de la intensidad de ese programa, en verdad dolía haber dejado de firmar a un pelotero como Edgardo Alfonzo, cuando lo habías tenido allí, al alcance de la mano y por omisión, descuido o tontería, y lo dejaste irse. Edgardo Alfonzo se estableció en la esquina caliente, luego por requerimientos de los Mets hizo la transición hacia la intermedia. Sin en la antesala era muy bueno con el guante, en la intermedia resultó mejor, hasta el punto que en 1999 perdió el guante de oro ante Pockey Reese cuando participó en más juegos (158 por 146), tuvo más dobleplays (98 por 91) y mejor promedio defensivo (.993 por .991), amén de sus números ofensivos. Resultó clave en los títulos magallaneros de las temporadas 1995-1996 y 1996-1997. En la primera ante Cardenales de Lara resultó líder en imparables con 12 igualado con Miguel Cairo y en carreras anotadas con 8. En la segunda ante Leones del Caracas, Alfonzo conectó triple en el cuarto inning del primer juego ante Omar Daal y luego anotó remolcado por imparable de Richard Hidalgo. En el segundo desafío Caracas ganaba 3-0 en el cierre del sexto episodio cuando Alfonzo negoció boleto ante Matt Herges quien había retirado a 7 en fila, para iniciar la reacción que permitiría igualar el marcador mediante dobles seguidos de Hidalgo y Luis Raven, más elevado de sacrificio de Cheo Malavé. A partir de allí los Navegantes marcaron anotaciones en los innings siguientes para llevarse el triunfo. Alfonso L. Tusa C. © 04-12-2018.

Un Guante de beisbol muy Especial.

Un escalofrío ardiente fluyó en la espalda de Paco. Sintió algo parecido a una descarga de mil voltios demoliendo sus huesos. A menudo tenía diferencias muy intensas con Roberta, pero esta era distinta. Por supuesto que sabía que la situación económica del país podía propiciar eventos impensables, pero esto marcó el rostro de Paco con una mancha rojiza. “Vamos Roberta, nunca se cambia el guante de beisbol que el padre le dio al hijo como reliquia de familia, por una nevera. Si, ya sé que precio de una nevera subió tanto que está fuera de nuestras posibilidades financieras, y que tal vez no tendremos otra oportunidad de conseguir una nevera ¿Pero te has imaginado por un momento como reaccionaría Miguelín ante eso?” Roberta cerró los ojos y respiró profundamente. Quería dar una respuesta contundente, con una voz suave, hasta con alguna muestra de sonrisa. “Sí, sé como se sentiría, y también sé que necesitamos esa nevera porque si no, seguiremos sin poder comprar suficiente comida perecedera para economizar costos”. Paco enmudeció. Ignoraba que hacer o decir. La imagen de aquella mañana cuando Miguel abrió la puerta de la calle y lo llamó, permanecía nítida en su memoria. No podía creer lo que Miguel estaba sacando de la caja. “¡Un guante de beisbol! ¡Un guante de beisbol de tercera base! ¿Estás seguro de que esto es para mí, papa?” Paco no se estaba comportando bien en la escuela recientemente y Martina había amenazado con prohibirle salir a jugar afuera. Luego de una breve discusión, Miguel le prometió a Martina que si Paco no mejoraba sus notas le quitaría el guante y lo devolvería a la tienda. Lo que más había impresionado a Paco era la firma que dominaba el centro del guante. Si, Brooks Robinson el gran antesalista, la aspiradora humana, el que ganara la Serie Mundial de 1970 para los Orioles de Baltimore. No importara que aquella no fuese una firma genuina, al menos había sido reproducida de la original y eso era invalorable para un niño de 10 años de edad. Desde ese día Paco estudiaba cada día al regresar de la escuela. Aunque Roberta estaba determinada a cambiar el guante por la nevera, cuando llegó el momento de hablar con Miguelín, no sabía que hacer. Le pidió consejos a Paco. Pero no era fácil. Había mucho valor sentimental ligado a ese guante. El muchacho no dijo una palabra cuando Roberta dijo que iba a cambiar el guante por una nevera. Él bajó la cabeza y salió de la cocina. Roberta trató de explicarle que ella entendía lo que ese guante significaba para él y su padre, pero él tenía que entender que estaban viviendo tiempos muy difíciles. No tenían nevera y la poca comida que conseguían se podía descomponer si no la refrigeraban. Miguelín hizo una seña de aprobación con el rostro pero igual se fue a su habitación y permaneció aislado por el resto de la tarde. A las siete de la noche, Paco entró a la habitación de Miguelín. Preguntó por el guante y Miguelín permaneció callado. Entonces Paco recordó el momento cuando le dijo a Miguel que quería tener la firma verdadera de Brooks Robinson en el guante. Miguel le dijo que eso iba a ser una tarea muy difícil pero lo intentaría. Escribió a la sección de cartas de la revista Sport Gráfico. La edición de Sport Gráfico de la semana siguiente le respondió a Paco: “Estimado Señor Miguel, podemos intentar preguntarle al Señor Luis Aparicio si puede conseguir que Mr. Brooks Robinson firme ese guante, pero no podemos prometerle que la respuesta sería afirmativa. Tan pronto como tengamos la respuesta del Señor Aparicio se la haremos saber”. Paco se entristeció mucho. Miguel le dijo que no fura pesimista, él estaba seguro de que Luis Aparicio iba a hablar con su amigo Brooks Robinson. Dos semanas después llegó una carta de la revista Sport Gráfico: “Estimado Sr. Miguel. El Señor Aparicio aceptó hablar con Mr. Robinson para solicitarle la firma. Por favor envíenos el guante por correo y se lo enviaremos al Sr. Aparicio”. Paco se preocupó porque pensó que el guante se podía extraviar o ser cambiado por otro. Cuando Miguel dijo que ese era un riesgo que había que correr, y que esa oportunidad no se presentaba todos los días, Paco le dio el guante y esa tarde fueron a la oficina de correos e hicieron el envío. El director de la revista llamó a Miguel y le dijo que tenía el guante firmado por Brooks Robinson y Luis Aparicio, pero quería pedirle un favor. Aparicio quería conocer al niño dueño del guante, así que programaron una ceremonia previa al primer juego que él jugara en la próxima temporada venezolana de beisbol, para entregarle el guante a Paco. Paco no pudo dormir bien los próximos dos meses hasta el inicio de la liga venezolana de béisbol profesional. Cada noche soñaba que él era el segunda base de los Orioles de Baltimore donde Aparicio era el campocorto y Brooks Robinson el tercera base. Cada mañana Miguel tenía que llamarle la atención para que dejara de hablar porque iba a perder la clase. La noche de la ceremonia Paco no podía hablar. Todo lo que hacía era asentir con la barbilla. El momento más grande la noche ocurrió cuando Aparicio jugó con él alrededor de la segunda base, y hasta simularon un dobleplay. Aparicio hizo algunas sugerencias acerca de cómo tenía que atrapar la pelota mientras llegaba a la base o donde debía lanzar la pelota cuando estaba en el jardín derecho corto en cualquier lugar cercano a la primera base. Cuando la ceremonia terminó, Miguel miró a Paco con aquella mirada penetrante que mostraba que estaba haciendo algo mal. Entonces Paco habló con Luis Aparicio: “Muchas gracias Sr. Aparicio, nunca olvidaré todo lo que ha hecho. De verdad disfruté jugar con usted como su compañero de dobleplays…” “Si no quieres, no tienes que entregar tu guante”. Paco se sentó en la cama y miró a los ojos a Miguelín. Miguelin se levantó y fue a la ventana. “Sé que esta es una situación muy difícil. Tal vez esta sea nuestra última oportunidad de tener una nevera. De la manera como avanza esta crisis económica, tal vez mañana no seremos capaces de conseguir la nevera ni siquiera cambiándola por el guante”.
Mientras Paco veía las lágrimas rodar en las mejillas de Miguelin, fue inevitable imaginar aquella noche en el estadio Universitario cuando conoció a Dámaso Blanco, su pelotero favorito, el de las jugadas increíbles en la esquina caliente que tanto le relataba Paco. Miguelín le preguntó a Dámaso como hacía para jugar tan cerca del plato cuando había la probabilidad de que el bateador tocara la pelota pero al mismo tiempo el manager podía cambiar la seña para batear fuerte. “¿Cómo haces para ajustarte tan rápidamente”” Dámaso se paralizó, no esperaba esa pregunta de un niño de 10 años de edad. Después de algunos segundos en silencio, dijo: “Bueno, se trata de tener reflejos, de practicar y conocer cada vez más al juego y a tus rivales”. Luego preguntó como Dámaso podía saltar sobre la raya de cal hacia detrás de tercera base y capturar linietazos que parecían dobletes o triples. Dámaso sonrió y miró hacia lo profundo del jardín central. “Antes de cada envío del pitcher tienes que prepararte para lo peor, lo cual puede ser una línea directa a tu rostro, un roletazo enyoyado, o un linietazo invisible sobre la raya de cal, así que cuando el bateador viene y conecta la pelota, tienes que hacer lo que planeaste en tu mente”. Miguelín miraba las manos Dámaso mientras este las movía en su explicación, hizo otra pregunta y Dámaso quedó muy impresionado. “Vamos Miguelin yo estaba por lo menos dos escalones por debajo de Brooks Robinson y Luis Aparicio para estar en el mismo guante con ellos”. Mientras Miguelín empezó a dar sus razones del porqué Dámaso era tan buen tercera base como Robinson y tan buen campocorto como Aparicio, Paco le hizo algunas señas, el juego iba a empezar y Dámaso tenía que regresar a la cabina de transmisión radiofónica. Miguelín hundió el rostro en su pecho y caminó hacia Paco. Alrededor del sexto inning, Dámaso llegó desde el palco de prensa y le dijo a Miguelín que le llevara el guante en el próximo juego que fuese al estadio Universitario. Paco hubo de tomar a Miguelin por los hombros y controlarlo hasta sentarlo. “¡Viste papá? ¡Dámaso Blanco me va a firmar el guante, mi tercera base favorito me va a firmar el guante!” La mañana siguiente Miguelín encontró a Roberta muy triste en la cocina. Los ratones se habían comido los muslos de pollo que había dejado en el mesón. “Esos animales son muy astutos, de nada valió que metiera los muslos en agua”. Miguelín casi dejó de respirar. Había escuchado muchas conversaciones de sus padres donde Paco decía que su salario ni siquiera alcanzaba para comprar un pan. Tenía que buscar trabajos a destajo, o recurrir al auxilio de algunos de sus amigos que trabajaban fuera del país para tratar de sobrevivir. Pero cada vez la situación económica era peor, hasta el punto de que la inflación llegó hasta mucho más de un millón por ciento. Los trabajos a destajo cada vez eran más difíciles de encontrar y Paco no podía estar molestando a sus amigos a cada momento. Miguelín corrió hacia su habitación y sacó el guante de abajo del colchón. Dos lágrimas aterrizaron en la malla del guante. No podía evitar recordar la mañana cuando Paco abrió la puerta de la habitación y le dijo que tenía una sorpresa. Miguelín se preocupó un poco porque a veces esas sorpresas significaban que tenía que estudiar matemática por una hora seguida o podar la grama del jardín. Esta vez, Paco se sentó en la cama y le dijo que le iba a entregar el testigo que había recibido de Miguel. Miguelín pensó en un reloj o una brújula. Casi se cayó de la cama cuando vio aquel gran guante marrón oscuro que Paco sacó de la espalda. “¿Estás seguro de que ahora esto es mío? ¿El guante con las firmas de Brooks Robinson, Luis Aparicio y Dámaso Blanco es mío? Vamos papá, me debes estar echando broma. Miguelín empezó a creer que todo era verdad cuando Paco sacó un pedazo de papel amarillento del bolsillo de su camisa. Era la factura de compra del guante, escrita a mano. Había sido el regalo que Miguel le había obsequiado luego de aprobar el sexto grado de educación primaria. Esa noche en el estadio, antes de firmar el guante, Dámaso Blanco le pidió a Miguelín que fuese su invitado en la antesala del juego para la transmisión radiofónica. En principio, Miguelin se asustó, nunca había hablado en la radio. Entonces Paco le dijo que debía darle algo a Dámaso en compensación. En un segundo, Miguelín entendió que no iba a perder la oportunidad de conseguir la firma de Dámaso para su guante, no todo el mundo tiene esa oportunidad. Así que se tragó sus miedos y empezó a responder las preguntas de Dámaso. Al final parecía que fuese Miguelín quien entrevistaba a Dámaso, así que este le dijo con una sonrisa: “Bien dejémoslo hasta aquí. Podría perder mi trabajo contigo”. La mañana que escuchó esa conversación en el centro, Miguelín no pensó más en eso y corrió a su habitación. Aquellos dos tipos hablaban del mismo tema que había escuchado en toda la ciudad, la moneda local se iba a devaluar cada vez más y más. Miguelín sabía que tal vez muy pronto sería imposible conseguir una nevera mediante un truque por un guante de beisbol. Así que tomó el guante y lo entregó a Roberta. “¡Pero hijo, este guante tiene un gran valor sentimental para ti y tu papá!” Miguelín puso el guante en la mano de Roberta. “Si, pero sé que necesitamos esa nevera para sobrevivir, para guardar la mitad de la comida de un día para el siguiente”. Paco se paralizó al entrar en la cocina. No podía olvidar aquella tarde cuando vio a Miguelín desde el jabillo. Miguelín puso un pedazo de cartón en el medio del patio, se puso el guante y simuló jugar paralelo a tercera base, entonces vino hacia adelante y lanzó el cuerpo hacia atrás para capturar una línea detrás de tercera base. Alfonso L. Tusa C. 16 de julio de 2018. ©