lunes, 30 de abril de 2012

Joe Margoneri: Pitcher de los Gigantes de Nueva York y los Navegantes del Magallanes

Pitcher de otrora aficionado a los bolígrafos Ron Paglia. The Valley Independent. 15-04-2012. Con el béisbol profesional a sus espaldas, Joe Margoneri reconoció que era tiempo de “conseguir un trabajo de verdad” cuando él y su familia regresaron a su lugar de origen en 1960. Había trabajado en las minas de carbón antes de ingresar al béisbol profesional y tuvo una variedad de trabajos durante los recesos entre temporadas para “ayudar a pagar las cuentas” a través de los años. "Muchos de los peloteros que no ganaban el dinero que les pagan hoy tenían que buscar trabajo cuando terminaba la temporada", dijo Margoneri. "Un año trabajé en un aserradero. Hubo oportunidades cuando apliqué para los cheques de paro forzoso. Eran como 30 $ semanales entonces pero ayudaban". Su adaptación al "mundo real" evolucionó con la asesoría de su cuñado, Mark Nigro de Yukon, dijo Margoneri, quién vive con su esposa cerca de West Newton. "Él trabajaba en la planta de International Paper en Yukon, en la Interestatal 70, y me dijo que había una vacante allí", recordó Margoneri. "Me emplearon y trabajé como supervisor hasta que vendieron la compañía y me transfirieron a Pittsburgh. La firma cambió de manos unas pocas veces más pero seguí trabajando hasta que me retiré en 1991". Margoneri y su esposa, quienes celebraron su aniversario de bodas 58 en enero, enfatizaron que el "glamour y el brillo" del béisbol profesional no es todo lo que parece ser. "Permanecíamos separados la mayor parte de la temporada cuando el equipo estaba de gira", dijo Helen Margoneri. "Cuando Joe jugaba con los Gigantes de Nueva York, vivíamos en apartamentos fuera de la ciudad. Todas las esposas y novias de los jugadores se reunían y cenaban juntas y cenaban en sus casas junto con los niños". El joven lanzador contaba con su esposa para mantener unida la familia. "Siempre me sentí mal por dejar solas a Helen y las niñas", dijo Margoneri. "Ellas se quedaban en un apartamento en Dobb's Ferry White mientras yo volaba a San Luis, Pittsburgh u otro lugar. Pero ellas lo afrontaban de la mejor manera y tengo que darle todo el crédito del mundo a Helen por apoyarme con mi carrera y por hacer el gran esfuerzo de criar a nuestras hijas durante ese tiempo". El reto de los viajes. Viajar fuera de Estados Unidos también fue inolvidable. Margoneri viajó a Sur América luego de la temporada de 1954 para lanzar con Magallanes en la liga venezolana. Helen decidió hacer el viaje para visitar a su esposo. “Fue una de las experiencias más terribles de mi vida”, dijo ella. “El vuelo desde Nueva York a Caracas pareció durar una eternidad. Joe no pudo irme a buscar y hasta que aterricé fue que supe que el estadio quedaba a más de 30 kilómetros del aeropuerto y tenía que tomar un taxi para llegar allá. Yo no hablaba ni una palabra de español pero de alguna manera el taxista entendió a donde quería ir. La mayor parte del trayecto fue a través de las montañas por caminos estrechos y tortuosos. Lloré por toda la vía. Fue una noche que nunca olvidaré”. La evaluación de Margoneri mejoró mientras lanzaba con Magallanes. Dejó marca de 7-4 y 62 ponches para ayudar a su equipo a ganar su tercer campeonato de la liga venezolana en cinco años. Magallanes también jugó en la Serie del Caribe, una competición de todos contra todos que enfrentaba a los equipos campeones de las ligas invernales. “En aquella serie había grandes jugadores”, dijo Margoneri. “Puerto Rico tenía a Willie Mays y a un jovencito llamado Roberto Clemente. Se podía decir que tenían las herramientas para triunfar en Grandes Ligas. Hacían que todo pareciera muy fácil…batear, fildear, correr las bases”. Mays y Margoneri fueron compañeros con los Gigantes y Margoneri enfrentó a Clemente, quién llegó al Salón de la Fama con los Piratas de Pittsburgh, durante su estadía con el equipo de Nueva York. Una de las partes importantes de ser parte de la organización de los Gigantes era codearse con celebridades ajenas al béisbol cuando Leo Durocher fue el manager. Leo estaba casado con la actriz Lorraine Day y siempre había fiestas o cenas en sus casas de California o en los entrenamientos primaverales”, dijo Margoneri. “Era como una especie de Quién es quién de Hollywood en la misma habitación, Humphrey Bogart y Lauren Bacall, Doris Day, Gary Cooper, estuvieron ahí una noche. Eran amigos de Leo y Lorraine y también grandes aficionados al béisbol. Algunas de las estrellas hasta se ejercitaban con nosotros en el campo de entrenamiento. Robert Wagner hacía los ejercicios para mantenerse en forma. Todavía pienso en aquellos tiempos cuando lo veía en los comerciales de televisión”. Helen Margoneri también recuerda al “alto y buenmozo extraño” quién la asistió en el aeropuerto de Minneapolis. “Estaba esperando a que Joe regresara de una de sus giras y nuestra hija JoAnn estaba conmigo”, dijo ella. “Estaba embarazada de nuestra hija Roxanne, no me sentía bien y tuve que sentarme. Cuando empezaba a levantar a JoAnn, oí una voz profunda que decía, ‘Disculpe señora. Déjeme ayudarla’. Miré hacia arriba y ahí estaba Gregory Peck sonriendo y sosteniendo a mi hija en sus brazos. Nunca supe que estaba haciendo en el aeropuerto de Minneapolis, pero fue muy amable con nosotras”. Margoneri recibió otro recordatorio inesperado pero bienvenido de aquellos días, el año pasado. “Había un sobre de Major League Baseball en el correo”, recordó. “Lo abrí y encontré un cheque de 2500 $. Era mi pensión por haber jugado para los Gigantes. Estaba sorprendido porque había renunciado a cualquier esperanza de conseguir una pensión. No existía un sindicato de jugadores en aquellos tiempos, estábamos a merced de los dueños. Había oído por muchos años que el sindicato estaba peleando para conseguir las pensiones de los jugadores de otras épocas, el cheque fue una completa sorpresa. Recibo uno cada año”. Mientras Margoneri dependía de su talento como pitcher zurdo, siempre ha sido muy habilidoso con ambas manos. “Él construyó nuestro hogar desde la nada”, dijo su esposa. “Cuando nos mudamos a West Newton, compré una casa rodante de dos remolques que ubicamos en nuestra propiedad”, dijo Margoneri. “A medida que la familia crecía, era obvio que necesitábamos más espacio, empecé a construir nuestra casa. Tomó largo tiempo terminarla, mucho trabajo duro, pero estoy muy orgulloso de lo que hemos logrado”. Cinco hijas. Los Margoneri son los padres de cinco hijas, JoAnn Lennert y Diana Moore de West Newton, Roxanne McBride de Jeannette, Deborah Margoneri de Grayson, Georgia. Y Kimberly Sleith de Smithton. Tambien tienen 13 nietos y 4 biznietos. “Fuimos bendecidos con una hermosa familia”, dijo Helen Margoneri. “nuestra hijas están pendientes de nosotros. La casa siempre está llena los días feriados y otras ocasiones especiales. No cambio eso por nada”. Margoneri ve los deportes por televisión pero no ha asistido a un juego de béisbol de Grandes Ligas en muchos años. “La última vez que vi jugar a los Piratas en persona fue en el viejo Three Rivers Stadium”, dijo. “Sigo el béisbol y el futbol americano regularmente y disfruto mucho a los Penguins. Han estado en aprietos esta temporada y el jockey es un gran deporte, con mucha acción”. No se ha mantenido en contacto con muchos de sus antíguos compañeros a través de los años. Ni ha participado en juegos de veteranos, que se efectuan en San Francisco. “Usted sabe como es eso, hay tipos de todas partes en tu equipo y cuando te vas, se pierde el contacto”, dijo. “Dusty (Rhodes) y yo nos mantuvimos en contacto. Lo conocí en el entrenamiento primaveral de 1955. Fue el héroe de los Gigantes en la Serie Mundial de 1954. Caminaba por el club house y hablaba de varios temas. Pero era un tipo con los pies sobre la tierra proveniente de un pueblo pequeño (Mathews) de Alabama, nos llevábamos bien. “Jugábamos mucho a las barajas, especialmente en los viajes. Dusty siempre tenía historias divertidas que contar. Tenía un gran sentido del humor pero también tenía un lado serio. Cada vez que hablábamos por teléfono a través de los años, él siempre preguntó por Helen y nuestra familia y quería asegurarse de que estábamos en buena salud. Hablé con él antes de morir, el 17 de junio de 2009, pasamos grandes momentos con todas esas memorias. Me hizo reir aún entonces con sus historias”. Margoneri, quién fue inducido en el Salón de la fama deportivo de Westmoreland County en 1985, también tiene oportunidad de retomar esas memorias cuando le piden autógrafos y fotos. “Mucha gente todavía me escribe”, dice. “Es agradable ser recordado muchos años después. Mandé imprimir varias postales con mi fotografía, las firmaba y las enviaba a quienes las pedían”. También disfruta los “amistosos pero competitivos” juegos de poker en The Meadows Racetrack and Casino cerca de Washington. “Es una buena excusa para que salgamos de vez en cuando”, dijo. “Todos nos conocemos en los juegos de poker y disfrutamos mucho. Ganar hace que disfrutemos más. Los jugadores tienen apodos. El mío es ‘Big Leaguer’”. Joe y Helen Margoneri saborean cada momento que pasan juntos. “Ella es la mejor compañera que he tenido”, dijo él. “Ella es un ángel en todo el sentido de la palabra”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

domingo, 29 de abril de 2012

Bill Skowron, slugger de la época de Oro de los Yanquis, fallece a los 81 años

Richard Goldstein. The New York Times 27-04-2012. Bill Skowron, el primera base fornido quién jugara en siete equipo ganadores de banderines con los Yanquis en los años '50 y principios de los '60, falleció este viernes 27 en Arlington Heights, Ill. Su muerte en el hospital, resultó de fallas cardíacas congestivas, aunque había recibido tratamiento para el cáncer recientemente, dijo su hijo Greg. Conocido por sus complexión musculosa y robusta que probablemente intimidaba a los pitchers rivales, Skowron bateó 211 jonrones en 14 temporadas de Grandes Ligas y bateó .300 cinco veces para los Yanquis. Jugó para los managers Casey Stengel y Ralph Houk en los equipos de los yanquis que ganaron cuatro Series Mundiales. Su poderoso bateo derecho agregaba tensión en los pitchers que enfrentaban una alineación que contaba con el ambidiestro Mickey Mantle y los zurdos Yogi Berra y Roger Maris. Skowron fue apodado Moose, pero no por su imponente físico. El nombre tenía que ver con su parecido con una figura mundial que tenía la cabeza rapada. "Cuando yo tenía 8 años y vivía en Chicago, mi abuelo afeitaba a sus nietos de todas las formas", dijo Skowron a John Tullius para la historia oral "Prefiero ser Yanqui". "El me afeitó todo el cabello. Quedé completamente calvo. Cuando salí a jugar, todos los muchachos grandes de la vecindad empezaron a llamarme Mussolini. En ese tiempo, él era el dictador de Italia. Después de eso, en la primaria, secundaria y la universidad, todos me llamaban Moose". A los aficionados les gustaba ovacionar su nombre cuando venía a batear, lo que a veces podía confundir a los que no eran aficionados. "Cuando jugaba para los Medias Blancas", le dijo una vez a Baseball Digest, "mi abuela pensó que me estaban abucheando. Le dije: "No abuela, todo está bien. Ellos me quieren. Están diciendo 'Moose'. Ella se tranquilizó". Skowron fue elegido al Juego de Estrellas cada temporada entre 1957 y 1961 con los Yanquis y de nuevo en 1965 con los Medias Blancas de Chicago. Dio lo mejor de sí en las Series Mundiales, bateó 8 jonrones y empujó 29 carreras en 39 juegos. En 1956, bateó un jonrón con las bases llenas para ayudar a impulsar a los Yanquis en la victoria del séptimo juego ante los Dodgers de Brooklyn. En 1958, empujó la eventual carrera ganadora en el sexto juego contra los Bravos de Milwaukee, luego descargó cuadrangular de tres carreras en el triunfo de los Yanquis en el séptimo juego, para completar el regreso de un desventaja de 3 mjuegos a 1. En 1963, luego de ser cambiado por los Yanquis a los Dodgers, bateó para .385 con un jonrón, en la barrida de cuatro juegos que Los Angeles le dio a los Yanquis. William Joseph Skowron nació el 18 de diciembre de 1930, en Chicago, donde su padre era un trabajador sanitario y un destacado pelotero semi profesional. Fue a estudiar a Purdue con una beca de futbol americano, jugaba en la zaga. Pero se hizo una estrella colegial en el beisbol, jugaba short stop y pitcheaba, la organización de los Yanquis lo firmó en 1950 después que ganó el campeonato de bateo Big Ten. Debutó con los Yanquis en 1954, alternaba en primera base con Joe Collins. La mejor temporada de Skowron fue 1960, bateó .309, 26 jonrones. Entonces bateó .3745 con dos jonrones contra Pittsburgh en la Serie Mundial recordada principalmente por el jonrón de Bill Mazeroski para ganar el séptimo juego Hasta los mejores pitchers lo encontraban intimidante. "Moose Skowron no era alguién a quién se quisiera enfrentar frecuentemente", le dijo Frank Lary de los Tigres de Detroit, conocido como el Matador de Yanquis por sus numerosas actuaciones dominantes contra ellos, a Richard Lally en la historia oral "Bombarderos: Una Historia Oral de los Yanquis de Nueva York. "No era un toletero tratando de sacar la pelota todo el tiempo. Era un bateador inteligente, esperaba su pitcheo, analizaba al pitcher, podía batear para la banda contraria tan duro como el mejor. Y Moose era muy subestimado como primera base. Tenía buenas manos y levantaba piconazos impensables". Jugando para los Yanquis, los Dodgers, los Senadores de Washington, los Medias Blancas y los Angelinos de California, Skowron acumuló 1566 imparables, 888 carreras empujadas y .282 de promedio de bateo. Luego de retirarse como pelotero, se empleó en ventas y publicidad, ultimamente era representante para asuntos comunitarios de los Medias Blancas. Además de su hijo Greg, a Skowron, quién vivía en Schaumburg, Ill., le sobreviven su esposa Lorraine, conocida como Cookie; su hija, Lynette Skowron Morgan; su hijo Steve; su hermano, Edward; y cuatro nietos. Más allá de su intimidante presencia, Skowron era una persona gentíl, nunca sintió sentimientos de venganza luego de apalear a sus antiguos compañeros Yanquis en la Serie Mundial de 1963. "Me sentí muy mal", recordó en "Bombers". "Estuve doce años con Nueva York, tres en las menores, nueve en las mayores. Estimaba mucho a esos muchachos, me afectó mucho derrotarlos. Mi uniforme podía decir Los Angeles, pero en mi corazón siempre fui un Yanqui". Traducción: Alfonso L. Tusa C.

viernes, 27 de abril de 2012

Feliz Cumpleaños Luis Aparicio

Dos por el banderín La maestria para hacer el dobleplay de (Nellie) Fox y (Luis) Aparicio podría llevar a los Medias Blancas a la Serie Mundial. Les Woodcock. Agosto 10, 1959. Sports Illustrated. Lo más sorprendente de la sorprendente competencia en Liga Americana de este año, es el hecho de que los Medias Blancas de Chicago, quienes no han terminado en el primer lugar desde 1919, van a ganar el banderín. Sí, este año. Hace un mes esta era una posibilidad remota, todos pensaban que los Medias Blancas se vendrían abajo cuando aparecieran los días calientes y húmedos del verano. Bien, el verano, caliente y húmedo, hace un rato que llegó, pero los Medias Blancas no se han derrumbado. En vez de eso, siguen atornillándose al primer lugar, Cleveland es el único contendiente que persiste. Los viejos demonios Yanquis se encuentran una docena de juegos detrás. Los Medias Blancas que persiguen el banderín, son un anacronismo en esta era de poder al bate. De los 20 equipos que han ganado banderines de Grandes Ligas en la última década, todos menos uno lideraron o estuvieron entre los lideres en jonrones. Los Medias Blancas son diferentes. Son los últimos en jonrones conectados, y sólo Baltimore y Washington han anotado menos carreras. Al adolecer de jonroneros, los Medias Blancas exprimen sus carreras, una a una, y después dependen de su pitcheo y defensa para desarmar a los rivales. Esta fórmula ha funcionado bien este año para Chicago, porque el pitcheo ha estado muy bien y la defensa, particularmente alrededor de segunda base, ha sido excelente. Un ejemplo de este genio defensivo se dibuja a continuación. Los Medias Blancas vencían a los Yanquis 2-1 en el noveno inning. De pronto los Yanquis atacaron. Con un out, Yogi Berra sencilleó y llegó a tercera base mediante otro imparable de Norm Siebern. Se trataba de una típica, anticuada, rompecorazones remontada de los Yanquis. El manager Al López llamó al relevista Gerry Staley, el juego esperó en la cuerda floja mientras Staley trotaba desde el bull pen. Cuando se reanudó la acción, Staley hizo solo un envío. Héctor López bateó un chispeante roletazo hacia el segunda base de Chicago Nelson Fox, quién lanzó la pelota al shortstop Luis Aparicio, este la devolvió a primera base. Dobleplay. Se acabó el juego. Ganaron los Medias Blancas. “El dobleplay está funcionando para Chicago”, dice George Kell, narrador de los juegos de los Tigres de Detroit y antíguo tercera base estrella. “Tenemos un equipo que trata de ganar con pitcheo y defensa más algo de poder. Su combinación de dobleplays de Fox y Aparicio es el factor más importante de la fortaleza de Chicago. Ellos son los mejores en todo el béisbol. Chicago difícilmente podría ganar sin ellos”. El segunda base Jacob Nelson Fox es un hombre pequeño. También lo es el shortstop Luis Ernesto Aparicio. Fox masca tabaco cuando juega pelota. También Aparicio. Ambos son amables, beisbolistas inteligentes que ahorran su dinero y son buenos con sus familias. Pero no se confundan con esto, ni por las sonrisas y las poses amistosas de la portada de la revista de esta semana. De seguro nadie lo hace en la Liga Americana. Cuando Nellie Fox y Luis Aparicio se ponen sus uniformes de béisbol difícilmente se detienen para sonreír con sus oponentes. Fox es un jugador duro y agresivo. Se hizo un habilidoso grande liga solo después de años de trabajo duro. Se tragaría todo su tabaco si eso significara ganar el juego. Aparicio tenía todas las herramientas desde el principio. Tres temporadas en Grandes Ligas le han dado la seguridad de la experiencia y mucho de la competitividad de Fox. “Nellie Fox no es realmente rápido, y no tiene un gran brazo”, dice el manager de los Medias Blancas Al López. “No tiene buenas manos. No, esperen un minuto. Nunca pomponea una pelota. Diría que tiene un buen guante. Él trabaja duro, y conoce los bateadores tan bien como cualquiera en la liga. Lo más grande de Fox es que anticipa hacia donde va la pelota”. Fox no es un estilizado segunda base del molde de Lajoie. Todo lo que hace es el resultado de largas horas de práctica, sin talento natural. Se ha convertido en un segunda base destacado. “No soy un bailarín de ballet”, dice Fox. “Pero sé que aún así conseguimos unos cuantos dobleplays”. Nellie tambien consigue sus porciones de out y asistencias. Ningún segunda base de la Liga Americana ha hecho tantos outs en las últimas siete temporadas. En tres de los últimos cuatro años, Fox también lideró en asistencias “Fox no huye de ningún corredor”, dice Kell. “Es más lastimado que nadie en la liga mientras hace el dobleplay en segunda base. Si Hank Bauer choca con Fox. Fox se levanta. Es duro”. “Siempre jugó al lado de buenos campocortos. Tuvo a Carrrasquel y ahora Aparicio. Ha jugado por largo tiempo con esos tipos. Si no hubiera jugado con hombres como ellos, pienso que no sería el segunda base que es. Y él es uno de los cuatro o cinco mejores que he visto”. Tan joven y tan rápido Luis Aparicio es muy joven y no ha jugado lo suficiente para ser catalogado como el mejor shortstop de todos los tiempos. Tiene todo el tiempo para eso. Pero justo ahora, no tiene competencia en el béisbol. “Aparicio es muy rápido”, dice Al López, y sus ojos brillan cuando lo dice. “Agarrrando la pelota, lanzándola, pivoteando. Él hace todos los movimientos y los hace rapidísimo. Y apenas empieza. ¿Por qué?, Luis todavía está creciendo. Todavía está aprendiendo como jugarle a los bateadores. Él será mejor”. Aparicio tiene un fuerte y preciso brazo. Va hacia su derecha, profundo en el hueco del abanico, mejor que cualquiera en todo el juego. Inclinado y ligero, se mueve con la gracia fluida de un matador ejecutando sus pases más difíciles. “Llega a la velocidad máxima en dos pasos, por eso es tan bueno”, dice Casey Stengel. “Puede cubrir 25 yardas. Va hacia su izquierda justo después de haber ido a su derecha. ¿Qué si es bueno? ¿Creen que lo van a cambiar? Me gustaría contra con él. Ahora mismo”. En sus tres temporadas en las Grandes Ligas Aparicio ha promediado 462 asistencias por año, de lejos el más alto en las mayores. Ha comandado la liga dos veces en outs. “El shortstop es quién define la combinación de dobleplays”, dice Nellie Fox. “No importa cuan bueno sea el segunda base. Todo depende de cuan rápido maneje la pelota el shortstop, como se la pasa al segunda base”. “Eso es lo más importante de Luis. Ataca la pelota muy rápido. Tiene reflejos y manos muy rápidos. Se mueve muy rápido. Se deshace de la pelota muy rápido en el dobleplay”. Los beisbolistas, quienes usualmente miden sus cumplidos con cuidado, son extravagantes en su reconocimiento a Fox y Aparicio. “Ellos son los mejores”, dice Bobby Richardson, el segunda base de los Yanquis de Nueva York. “Ellos trabajan juntos con mucha eficiencia. Fox y Aparicio parecen conocerse a la perfección. Eso se logra sólo al jugar juntos por un buen período de tiempo”. Donde existe una buena combinación de dobleplays es casi seguro que el pitcheo también es fuerte. Chicago tiene el mejor cuerpo de lanzadores de la liga. “Una buena combinación de dobleplays hace a un cuerpo de lanzadores”, dice Billy Pierce, el as de los Medias Blancas. “De seguro es agradable ver a Fox y Aparicio detrás de mí cuando estoy en el montículo. Los pitchers bromean sobre tener una pelota atómica que vaya directo a sus infielders. Bien, con esos dos tipos, sólo tienes que hacer que el bateador conecte la pelota cerca de ellos. Se sabe que ellos la agarrarán. Y cuando tienes dos como ellos que también pueden batear, mucho mejor”. Aparicio como abridor, y Fox como segundo bate, son las armas principales de la limitada ofensiva de los Medias Blancas. “Ellos dependen de que esos dos tipos pequeños se embasen”, dijo Casey. Fox no batea jonrones, pero tampoco se poncha. Agarra el bate por la parte superior del mango y así cuida el plato como un peso welter listo para atacar a su oponente sin piedad. Si un envío está afuera lo dirige a la izquierda. Si viene adentro lo golpea hacia la derecha. Cuando está en el medio del plato lo devuelve de línea hacia el centro. Así consigue muchos imparables. Las dos últimas temporadas lideró la liga. También la comanda este año. Aparicio no batea tantos imparables como Fox. ¿Quién lo hace? Pero se embasa todo el tiempo. Este año ha aprendido a esperar su lanzamiento y a negociar boletos. En las bases, como al campo, Aparicio es único. Es el corredor más excitante de la liga. Lidera las Grandes Ligas en bases robadas. Lo ha conseguido en las tres temporadas que tiene en la liga. “Dénle un boleto”, dice Casey Stengel, “y es casi seguro que lo convertirá en doble. Llegará a segunda base con el siguiente lanzamiento”. A pesar de todas sus habilidades para embasarse y anotar carreras, es en el campo donde Fox y Aparicio rinden su servicio más valioso. “La vista más preciosa para un manager de béisbol”, dice Al López, “es el dobleplay. Significa dos outs en vez de uno. Tan simple como eso. Rara vez se gana un banderín sin una buena combinación en segunda base”. Phil Rizzuto, el antiguo paracortos de los Yanquis, es todavía más enfático. “No hay excepciones. No se puede ganar el banderín sin una buena combinación de dobleplays”. Pocos equipos la tienen. La historia de la Serie Mundial esta llena de nombres de fabricantes de dobleplays. Hace medio siglo los Cachorros de Chicago dominaron la Liga Nacional- En aquel destacado equipo había dos infielders maravillosos, Joe Tinker y Johnny Evers. Un día Franklin P. Adams, entonces trabajando en el viejo New York Evening Mail, escribió ocho líneas de versos inolvidables: “Estás son las palabras más tristes. Tinkers to Evers to Chance. Trio de cachorros de oso y más rápidos que los pájaros. Tinker to Evers to Chances. Inexorablemente rompiendo nuestra burbuja de esperanza. Haciendo que los Gigantes bateen para dobleplay. Palabras cargadas de dificultades. Tinkers to Evers to Chance”. Tinker y Evers se convirtieron en la combinación de dobleplays más famosa que jamás existió. Los Cachorros no hubieran ganado cuatro banderines sin ellos. Pero Tinker y Evers no podrían acercarse a las combinaciones de dobleplays de hoy. El estilo de juego ha cambiado. El arte de hacer el dobleplay se ha incrementado tremendamente en técnica y velocidad de ejecución. Joe Tinker dijo muchos años después que la combinación había desaparecido: “Evers era rápido, tenía muy buenas manos y era inteligente como un látigo. Establecimos records de dobleplays que hace rato fueron rotos. Pero lo que nos hizo famosos fue que jugamos juntos por mucho tiempo. Cuando Eddie Collins y Jack Barry conformaron el medio del cuadro interior de 100.000 $ de Connie Mack, los Atléticos de Filadelfia ganaron cuatro banderines en cinco años (1910, ’11, ’13, ’14). Ambos fueron excelentes en ese período. Frankie Frisch, tan buen ejecutor de dobleplays como bateador, jugó al lado de grandes shortstops defensivos en los años ’20 y ’30, sus equipos generalmente ganaban banderines. En 1922 y 1923 su shortstop en los Gigantes de Nueva York fue Dave Bancroft, y en 1924 Travis Jackson. Los Gigantes ganaron todos esos años. Luego con los Cardenales de San Luis, compartió con Rabbit Maranville en 1928, Charlie Gelbert en 1930 y 1931 y finalmente Leo Durocher en 1934. Todos esos años San Luis ganó el banderín. Los Cachorros de Chicago tuvieron la mejor combinación de dobleplays de la Liga Nacional año tras año durante la década de los ’30. Billy Jurges en el short y Billy Herman en segunda era rápidos, acoplados y animados. Los Cachorros ganaron tres banderines con ellos. Los entendidos del juego insisten en que Jurges y Herman fueron la mejor combinación alrededor de segunda base de todos los tiempos. Cuando los Dodgers obtuvieron a Herman en 1941 y lo pusieron a jugar al lado de un joven mago defensivo llamado Pee Wee Reese, Brooklyn ganó su primer banderín en 21 años. Luego Reese y Jackie Robinson conformaron la combinación de dobleplays y los Dodgers ganaron varios banderines más. Mucho del éxito de los Yanquis de Nueva York en el pasado dependía de sus grandes infielders del medio del campo. Koenig y Lazzeri, Crossetti y Lazzeri, Crossetti y Gordon, Rizzuto y Gordon, Rizzuto y Coleman. Estos estuvieron entre los mejores de todos los tiempos. “Gordon y Coleman fueron los mejores segundas bases con quienes jugué”, dice Rizzuto. “Ambos tenían muñecas fuertes y un disparo suave que siempre tenía buena ubicación. Eran acróbatas y con esas fuertes muñecas podían lanzar desde cualquier posición. De acuerdo a lo que sé, el segunda base es la parte más importante del dobleplay. Tiene que agarrar la pelota mientras va en una dirección, pivotear y lanzar en otra dirección además de quitarse del camino del corredor. Coleman y Gordon lo podían hacer todo mejor que los demás”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 23 de abril de 2012

Juego perfecto: ¿Arte o circunstancia?

Existen muchos momentos de un juego de béisbol cuando pueden estar ocurriendo tantas cosas a la vez que quienes se quejan de la lentitud del juego se llevarían la mano a la barbilla. Un juego perfecto. 27 bateadores. 27 outs. En fila. El gran logro de todo pitcher. El sueño de cualquier aficionado. Es la situación ideal para ilustrar la dinámica y la tensión que puede generar el béisbol. Por eso cuando este sábado 21 de abril de 2012 el pitcher Philip Humber ponchó al último bateador del juego, la adrenalina se desbordó y quienes saltaban en las tribunas y el campo se pellizcaban para verificar que el sueño era realidad, que los outs se habían sucedido consecutivos hasta completar el juego en 96 lanzamientos, que aquella nota escrita por Jim Bunning en la introducción de un libro de juegos sin hits ni carreras flotaba en el ambiente. Muchos analistas del juego explican este tipo de juego desde el ángulo de estar en el momento adecuado en el lugar preciso, de que la defensiva sea impecable, de que los árbitros favorezcan al pitcher o sentencien apropiadamente. Si el ambiente de un juego sin hits ni carreras acorrala por completo la gritería y sume en la soledad al pitcher. Un juego perfecto tiene visos de camposanto a medianoche con viento silbante. Hasta los vendedores de perros calientes se comunican por señas. En el último inning se puede escuchar hasta la caída de un alfiler. El pitcher pareciera un astronauta justo antes de abordar la nave espacial. Nadie intenta hablar en el dugout, en el campo todos cuidan los detalles al milímetro, tal cual si cargaran un piano de vidrio en una escalera de caracol. Otros analistas refieren que lanzar un juego perfecto tiene mucho de mérito y de arte para el pitcher y su receptor, que hay que saber escoger los lanzamientos y ubicar a la defensa. Cual Vincent Van Gogh en su Noche estrellada. O Reverón en sus carboncillos. O Picasso en Guernica. O Andrés Eloy Blanco en Canto a los Hijos. O Ramos Sucre en Trizas de Papel. O Modigliani . O Arturo Michelena. O Beethoven en la Novena Sinfonía. O Aldemaro Romero en Fuga con Pajarillo. O Gabriel García Marquez en Cien años de soledad. O Hemingway en el Viejo y el mar. O Christian Barnard en el primer transplante cardíaco. Muhammad Ali neutralizando a George Foreman. Quizás ese juego sea el punto máximo en la carrera de muchos de lanzadores. Eso difícilmente reste brillo a ese logro en particular. En Venezuela aún se espera por un juego perfecto en la liga profesional. Sin embargo se tienen muy en cuenta las faenas de Gustavo Mocho García con Locomotora de La Guaira el 19 de abril de 1951 y Armando Bastardo con Mop Zona 10 el 23 de septiembre de 1971, ambos oriundos del estado Sucre, ambos lanzaron perfecto en la categoría AA amateur. También brilla en la memoria beisbolera el perfecto de Don Larsen en la Serie Mundial de 1956 ante los Dodgers de Brooklyn. La gesta de Sandy Koufax ante los Cachorros de Chicago en 1965 porque el juego terminó 1-0 y el pitcher contrario Bob Hendley, sólo permitió un imparable. Igual de inolvidable es la épica de Armando Galárraga al perder su juego perfecto debido a una decisión controversial del árbitro de primera base. O aquella joya de Harvey Haddix quién lanzó 12 episodios perfectos para perder ante los Bravos de Milwaukee en el episodio 13. Todos momentos dramáticos, únicos en el universo deportivo. Sólo quienes viven el juego pueden dar fe de cuan helada estaba la sangre o si el corazón latía o explotaba. Cuando un pitcher sale al montículo en el episodio culminante de un juego perfecto, se puede hasta sentir la bolsa de pezrrubia resbalando en sus manos y el escobilleo de la brocha del árbitro principal sobre el plato. Cuando suelta la pelota y suena el batazo, las líneas de Jim Bunning envuelven la pelota: “…lanzar un no-hitter es como participar en un accidente automovilístico que casi ocurrió. Si ustedes lo han vivido saben que se siente. Han girado el volante, el pedal del freno hundido hasta el fondo. Huele a caucho quemado, se escucha el chirrido de los frenos. Mientras ven que el desastre se aproxima con velocidad de rayo, lo que les queda es la desesperanza de que todo esta fuera de control. Entonces, como un milagro, los neumáticos se deslizan hasta detenerse a escasos centímetros de la pared de ladrillos”. Alfonso L. Tusa C.

martes, 10 de abril de 2012

Memorias de Fenway Park

El taxi me dejó en la esquina de Beacon y Arlington street. Tuve una conversación tan amena con el taxista que ni me di cuenta de la nieve y la temperatura. En la puerta del Boston School of Modern Languages la señora de la oficina me dijo que debía ir urgente a comprar ropa de invierno en la tienda Jordan Marsh, luego de dejar el equipaje en el apartamento. Apenas sentía las manos mucho menos las orejas. Nada que ver con el clima de Venezuela.
Luego de comprar la ropa de invierno, empecé a conocer Boston a pié. No me importó que todo estuviera cubierto de nieve, ni que el termómetro marcara varios grados bajo cero. En la cima de la torre John Hancock empuñé un telescopio e hice un rápido barrido visual de la ciudad. Noté un paisaje conocido y regresé allí. Ahí estaba el monstruo verde donde Ted Williams, Carl Yastrzemski y Jim Rice habían brillado, la escalera de la pared del centerfield donde Dom DiMaggio, Jimmy Piersall, Reggie Smith y Fred Lynn efectuaran atrapadas fantásticas. Los confines del right field donde alguna vez Tony Conigliaro se lanzara en la grama para tomar la pelota en esfuerzo supremo o Dewey Evans realizara aquel salto increíble para empezar aquel dobleplay en el sexto juego de la Serie Mundial de 1975. Pasé al cuadro interior y vi a Jerry Adair salir del juego con la boca llena de sangre para regresar poco después a seguir jugando. Rico Petrocelli esperando que la pelota en su guante para completar el out del banderín de 1967. Luis Aparicio ayudando a Doug Griffin en el arte del dobleplay. Carlton Fisk corriendo hacia las tribunas para atrapar elevados de foul sobre los asientos. Fijé la mirada en el montículo y de inmediato imaginé los rostros de Babe Ruth, Jim Lonborg o Dennis Eckersley. El guardián del edificio me tocó en el hombro. “Son las 10 en punto de la noche. Hora de cerrar”.
Me costaba adaptarme a la ciudad. Principalmente por el clima. Pero cuando descubrí una tienda de barajitas de béisbol cerca de Kenmore Square las cosas empezaron a mejorar. Allí me enteré de la fecha cuando los Medias Rojas empezarían a vender los boletos de todos los juegos de la temporada. Ese día sentí como si estuviera en Cumaná. Compré tickets para los juegos de la primera mitad de la temporada.
El próximo día me levanté temprano, pasé por el Boston Public Garden, luego me fui por Boylston street, Copley Square y seguí caminando hasta Kenmore Square. Desde ahí podía ver las torres de las luces del estadio. Avancé dos cuadras y empecé a girar el cuello como un buho. Cuando pensé que estaba perdido le pregunté a un hombre de mediana edad y me respondió con una gran sonrisa: “¡Pero si estás enfrente de la entrada principal de Fenway Park!” El periódico se me cayó de las manos. ¿Eran aquellas fachadas como de museo la entrada de Fenway Park? Me quedé ahí preguntando a la gente por la historia del edificio, pero todos iban muy apurados. Alrededor de mediodía me convencí que Fenway Park permanecería cerrado. Un viejo me dio unas palmadas en el hombro. “Fenway no abrirá sus puertas hasta abril”. De todas formas regresé muy contento a Beacon street. Las paredes externas de Fenway Park eran como la entrada de una casa de familia.
La primera vez que asistí a un juego en Fenway Park fue a comienzos de abril de 1983. Mepuse mi chaqueta de invierno y los guantes para el frío. A mitad de camino tuve que comprar un helado en Brigham’s para dejar de titiritar. Me las arreglé para entrar a Fenway Park por el portón indicado a pesar de mis dificultades para hablar inglés. Palco de terreno detrás del plato. Esa fue la primera temporada de Antonio Armas con los Medias Rojas. Después de la práctica de bateo, un remolino de aficionados gritaba desde la tribuna en buscade un autógrafo. “Armas, aquí, de Venezuela”. El pelotero seguía trotando hacia el dugout. Entonces aproveché mi oportunidad. “Epa Armas. Puerto Píritu. Puerto Píritu”. Armas se detuvo y empezó a mirar alrededor. Empujé y traté de escabullirme entre el tumulto, había tantos aficionados que me quedé atascado. Durante el juego un tipo cercano a mi asiento gritó varias veces “Armas vete de vuelta a Oakland”. Yo podía entender inglés mejor de lo que los hablaba. Recé a Dios para que Armas jugara mejor. En el inning siguiente Armas despachó un batazo inmenso que se estrelló contra la mitad del monstruo verde. La gente empezó una ovación. El tipo dejó de gritar.
La próxima vez que pisé los confines de Fenway Park sentí curiosidad por todas esas personas que compraban pretzels rociados con cristales de sal y luego las cubrían con mostaza. Primero arrugué los labios. Después compre un pretzel. La mezcla de pan y mostaza me hizo regresar dos veces por otro pretzel.
Ese día me senté en las gradas. La temperatura todavía rondaba alrededor de cero. Una vez que el juego empezó sentí que disfrutaba el sol de Cumaná. Los Medias Rojas jugaban ante los Angelinos de California. En el octavo inning, dos pitchers empezaron a calentar en el bull pen. Uno de ellos era Luis Mercedes Sánchez. Empecé a gritar “¡Ese de Cariaco!”. Sánchez dejó de calendar y miró hacia las gradas. Lo saludé desde mitad de la grada y levantó la gorra.
Luego que terminó el juego me perdí en la multitud y terminé en una calle que no conocía. Seguí avanzando. Cuando empezaba a pensar que aquella sería una larga noche vi las torres de luz de Fenway Park y empecé a cruzar calles hasta llegar a Boylston street. Allí me sentí feliz de nuevo.

Alfonso L. Tusa C.

lunes, 9 de abril de 2012

La visitas contínuas al estadio crearon una aficionada vitalicia.

Emilie Miller. The New York Times. 07-04-2012.

La gente siempre me pregunta, “¿Eres aficionada al béisbol?”.
Es una pregunta válida. Mi padre; Jon Miller, es narrador de béisbol. No recuerdo mi primer juego, pero no puedo separar mis memorias infantiles del béisbol. Durante los primeros seis años de mi vida, mi padre alternó sus deberes de narrador deportivo con los de un padre soltero con dos niñas pequeñas. Estos deberes a menudo se solapaban.
En una fotografía de los años ’80, mi hermana Holly y yo estamos sentadas en la cabina de transmisisón antes de un juego de los Orioles en el Memorial Stadium de Baltimore. Con las mejillas coloradas y algo sudorosas en un pegajoso día de verano, estamos dibujando en el reverso de hojas de estadísticas. Holly está inclinada sobre la mesa en frente del micrófono, mirando hacia la cámara con aburrimiento. La miro como si todavía tuviera pañales.
Mi padre nos crió mientras íbamos a los juegos, pero nunca insistió en que compartiéramos su pasión. Pudo haber sido muy fácil criarnos como aficionadas precoces con conocimiento enciclopédico de béisbol; estábamos posicionadas.
Tenía 5 años cuando una pelota bateada en foul atravesó la cabina de transmisión. Mi padre se agachó por instinto mientras la pelota voló sobre su cabeza y se estrelló contra una ventana posterior. Yo estaba sentada debajo de esa ventana, sumergida en un libro de colorear.
Antes que supiera lo que había ocurrido, nadaba en pedacitos de vidrio que cubrían mi cabello y se pegaban a los dobleces de mi vestido. De pronto, varios adultos inmensos, sus voces transmitían mucha preocupación. Mi padre estaba en medio de la transmisión del inning. Mientras íbamos en el carro de vuelta a casa, aprendí una lección de mi padre: “Em, en el béisbol, puede parecer que nada está pasando, pero siempre debes prestar atención”.
Así lo hice. Es una extraña introducción al béisbol, la cabina y su particular ambiente. Aprendí a querer una ruidosa actividad comunitaria, sin aplaudir o gritar. Mi béisbol era silencioso, contemplativo, desprendido. Podía disfrutar viendo el juego sin sentir el dolor asociado a que siempre habría otro juego y otra temporada. Este era el orden natural de la naturaleza, el ritmo de la vida.
Eddie Murray se convirtió en mi jugador favorito cuando dijo que había puesto el dibujo que yo había hecho, en su nevera. Willie Mays me contó historias mágicas. He empuñado el bate de Babe Ruth. Una vez choqué con Barry Bonds al doblar una esquina, era sólido como una pared y muy alto.
Pasar mucho tiempo en un espacio que se llena noche tras noche con decenas de miles de aficionados que siguen a un equipo con devoción, y crecer rodeada de gente quienes, a todos lo niveles jerarquicos, aman lo que hacen, fue hermoso. Todavía disfruto sentarme en la tribuna antes que el estadio abra sus puertas; se siente como una catedral, lleno de expectativas y el sonido de las banderas agitándose en el viento. El béisbol es la razón por la que siempre me gustará la música pop a alto volumen y los perros calientes.
Cuando no íbamos al estadio, Holly y yo escuchábamos los juegos por radio hasta dormirnos. En el receso entre temporada, mi padre ponía cassettes de juegos viejos, los cuales según él, actuaban como sedantes.
La voz de mi padre estaba en todas partes mientras crecía, una banda sonora familiar y refrescante. En la escuela primaria, su voz estaba en la tienda de videos donde escogíamos las películas que veríamos en casa de nuestras amigas. En la universidad, mientras celebraba mis 19 años en el único bar de la ciudad que no revisaba la cédula de identidad, ahí estaba él, en el centelleante televisor de la esquina.
Finalmente me convertí en una verdadera aficionada como adulto. Aunque 2010 no parecía un año apropiado para convertirme en aficionada de los Gigantes, pareció inevitable. Aquel julio, mi padre recibió el premio Ford C. Frick en la ceremonia de inducción del Salón de la Fama en Cooperstown, N.Y. El aire estaba tan pesado con el galardón; que podía sentirlo presionando mi piel. Para cuando nos fuimos de Cooperstown, los Gigantes habían empezado a jugar milagrosamente bien, aunque con mucho drama y tensión.
Esa postemporada, por primera vez en mi vida, vi un juego de béisbol con mi padre. Él vino a Nueva York para transmitir un juego de la serie divisional de la Liga Americana entre Yanquis y Mellizos por ESPN. En su noche libre, vimos la serie de la Liga Nacional entre Gigantes y Bravos por televisión. Habló de estadísticas y estrategia. Recuerdo haber pensado, este hombre sabe mucho de béisbol. También recuerdo haber pensado, cualquiera debe sentirse afortunado de ver un juego con Jon Miller. Por supuesto, mucha gente lo hace.
El béisbol se ha convertido en la fuente de los picos más altos y los valles más bajos de mi vida, más de lo que me preocupo en admitir. Mi hermano me dijo que para ser un verdadero aficionado de los Gigantes, yo tenía que adorar la tortura exquisita, desearla. Mi padre me dijo que me relajara, que disfrutara, que al final de día, era sólo un juego.
Pero no es sólo un juego. Nací en Texas porque mi padre transmitía los juegos de los Rangers. Crecí en Baltimore por los Orioles. Estábamos en la Liga Americana, éramos Cal Ripken, éramos noches calientes veraniegas en el patio. Como adulto, visito mi familia al norte de California y grito viendo los juegos de los Gigantes en medio del viento silbando mientras el sol se pone sobre la bahía de San Francisco.
La cabina de transmisión todavía es mi sitio favorito para ver el béisbol. Estar ahí es como estar en casa. Cuando los Gigantes fueron eliminados la temporada pasada, sentí el dolor de un verdadero aficionado. Pero algunas veces, eso ocurre.
Así es la vida. Así es el béisbol.

Emilie Miller es una actriz y aficionada de los Gigantes de San Francisco que vive en Nueva York.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 3 de abril de 2012

Martín Pérez hace bien la trasición. 21-03-2012

El prospecto de los Rangers de Texas trata de seguir las huellas de su ídolo.
Ashley Marshall. MLB.com

El prospecto de pitcheo Martín Pérez tiene lo que los cazatalentos describen como un “recurso adicional” y “compostura sobresaliente”.
Lo que no pudiera ser bien conocido es que él tiene una mentalidad proveniente de la familia que le indica casi todo lo que hace dentro y fuera del terreno.
El zurdo venezolano de 90 kg. ha sido influenciado por su familia y amigos toda su vida. Como resultado, Pérez utiliza su habilidad no sólo para ganarse un nombre en el montículo, sino para retribuir a las personas que lo ayudaron en su camino a hacerse una carrera en el béisbol profesional.
Pérez habló con MiLB.com sobre aprender un segundo idioma, recuperarse de una lesión en la espalda y dejar su pueblo para perseguir su sueño beisbolero.
MiLB.com: Has efectuado dos aperturas en tu primer entrenamiento de Grandes Ligas. ¿Cómo estás disfrutando esa experiencia?
Martín Pérez: Todo ha salido bien. Estoy bien de salud, y por supuesto estoy dando lo mejor para aprender tanto como pueda para ayudar al equipo de cualquier forma. La mentalidad es muy diferente a las de las ligas menores. Trato de preguntar todo lo que pueda porque me gusta mucho conversar con todos. Trato de ser un buen compañero y aprender lo máximo de ellos.
MiLB.com: Como un zurdo venezolano, estoy segura que te preguntan mucho sobre las comparaciones con Johan Santana. ¿Es eso un honor para ti?
Pérez: Nunca he tenido la oportunidad de hablar con él o conocerlo, pero lo he admirado desde que era pequeño. Era mi ídolo. Lo admiraba como jugador de Grandes Ligas. Compré uno de sus guantes y siempre juego con él. Es algo que me motiva a querer jugar en Grandes Ligas. Trato de emularlo, tal vez un día pueda llegar a las Grandes Ligas y ser tan bueno como él o quizás mejor.
MiLB.com: ¿Cuándo empezaste a jugar béisbol?
Pérez: Bien, fue un regalo de cumpleaños. Cuando tenía 8 años, mi madre y mi padre me dieron la oportunidad de jugar béisbol, y empecé a jugar. Mientras crecía, cuando tenía 9 y 10 años, todavía aprendía el juego y observaba como jugaban los demás.
Después, tenía amigos que firmaban para jugar con equipos de Grandes Ligas y ligas menores, allí fue cuando empecé a pensar en dedicar más tiempo al béisbol. Mi entrenador me dijo que tenía el talento, me dijo que si desarrollaba mis destrezas tendría una buena oportunidad de firmar con un equipo de Grandes Ligas. Ahora estoy aquí y soy muy feliz. Es mi turno de tratar de llegar a las Grandes Ligas.
MiLB.com: Estuviste aprendiendo inglés durante el receso entre temporadas. ¿Cómo te ha ido?
Pérez: Cuando llegué a las ligas menores y vine a Estados Unidos, había muchas cosas que me costaba comunicar. Como pedir mi comida. Tenía que pedirle a mis compañeros que sirvieran de intérpretes. Eso me hizo trabajar duro para aprender inglés. Estoy mejorando a medida que lo practico más.
Otra cosa sobre aprender ingles es que mi familia no habla inglés. Cuando ellos vengan a Estados Unidos, ¿quién los va a ayudar? Tengo que aprender el idioma para ayudarlos.
MiLB.com: Cuéntame como firmaste con Texas.
Pérez: Firmé con los Rangers de Texas porque me siguieron más de cerca. Los Rangers me ofrecieron buen dinero y eso era lo que estaba esperando. Hablé con mis padres de eso. Los Rangers me ayudaron a hacer realidad mi sueño. Los Cardenales de San Luis me llamaron el 03 de julio para ofrecerme un contrato de 600.000 dólares, tuve que decirles que había firmado con los Rangers el 02 de julio.
MiLB: ¿Cómo reaccionó tu familia cuando firmaste?
Pérez: Estaban felices y contentos porque había firmado con un equipo de Grandes Ligas. Pero había otra persona que también significa mucho en mi vida y es una de las principales razones por las que firmé con los Rangers de Texas, Félix Olivo (de OL Baseball Group), es como un segundo padre para mí.
Él ha estado conmigo en los buenos y malos tiempos, y siempre puedo contar con él si necesito a alguien que me ayude cuando paso por momentos difíciles. Me ha ayudado mucho. Él tambien mi agente.
MiLB.com. ¿Que extrañas más de tu hogar en Venezuela?
Pérez: Es duro cuando tienes que dejar a tu familia. Salí de un pueblo pequeño cuando sólo tenía 16 años, tenía miedo de las situaciones en las que nunca antes había estado. Pero era lo que quería, esa era mi meta.
Estar lejos de mi familia y defenderme por mí mismo a una temprana edad me ayudó a madurar. Fue muy duro dejar mi familia, pero le dije a mis padres que me iba porque ese era mi sueño y quería cumplirlo. Fue algo difícil de hacer.
MiLB.com: ¿Qué pitcheos dominas?
Pérez: Pienso que el sinker es mi mejor lanzamiento. No estoy colocando mi recta muy bien por el momento, pero mis lanzamientos quebrados son mi mejor recurso. Cuando estoy arriba en la cuenta, o con dos strikes, uso mi sinker o mis lanzamientos quebrados en vez de la recta.
Esto es lo que quiero hacer. Tengo que aprender y seguir practicando todo a la perfección. Cada pitcheo tiene que ser de nivel de Grandes Ligas. Es duro, pero tengo que tratar de dar lo mejor. Mi sueño es estar aquí con los Rangers e ir a la Serie Mundial con ellos y ganarla.
MiLB.com: Has agregado una recta de dos costuras a tu repertorio este año. ¿Cuándo empezaste a trabajar con ese pitcheo?
Pérez: Estoy tratando de aprender todo lo que pueda en el campo de entrenamientos. Si estoy arriba en la cuenta, trato de mantener mis envíos bajos, allí es donde trato de usar la recta de dos costuras o la sinker.
Cuando llegas a las Grandes Ligas, o ellos están detrás de ti o tú estás detrás de ellos. Siempre hay una batalla entre el pitcher y el bateador, por eso tienes que dar lo mejor y desarrollar tus pitcheos lo mejor que puedas para tener los mejores resultados.
MiLB.com: ¿Cuál ha sido tu mejor momento en el béisbol?
Pérez: El momento más grande para mí fue cuando firmé y me dieron mi camiseta. Se lo dí todo a mis padres. Ellos me dieron la vida y les dije que me convertiría en pelotero profesional. Somos una familia pobre, estoy muy orgulloso de ese momento de la firma y de darle el bono a mi familia. Todo cambió en mi familia debido a ese dinero.
Y por supuesto, estoy esperando el momento cuando llegue a las Grandes Ligas. Esa es la meta que trataré de alcanzar tan pronto como terminen los entrenamientos.
MiLB.com: Tuviste que empezar la temporada de 2011 en Frisco. ¿Fue frustrante luego que jugaras allí todo el 2010 y parte de 2009?
Pérez: Sé todo lo que esto puede tardar. Es un proceso. Si estás jugando en AA y no dominas, no mereces ir a AAA. Eso es lo que pasó conmigo. Tuve mi problema en la espalda y no dominé la liga. No me permitieron subir. Tuve que regresar al mismo nivel porque no merecía subir. Nunca me rindo y trato de dar lo mejor. Esa es mi fortaleza. Lo que sea que haga falta. Lo haré.
MiLB.com: Una lesión en la espalda puede ser recurrente. ¿Cómo te sientes ahora?
Pérez: Tomé todos los cuidados necesarios. Trabajé duró para fortalecer la espalda. Todo quedó en el pasado. Sé que estoy sano y estoy muy feliz de competir por hacer el equipo. Eso quedó atrás. Todo está bién.
MiLB.com: ¿Qué necesitas hacer para ser exitoso en AAA esta temporada y ganar una promoción a Texas?
Pérez: Tengo que tener control. Si soy descontrolado, tendré dificultades para establecerme en AAA o en Grandes Ligas. Esa es una de las cosas en las que he estado trabajando muy duro. Para llegar a las Grandes Ligas, hay que entender eso. Hay mucha competitividad. Si estoy arriba en la cuenta, tengo que dominar a los bateadores. Tengo que tener control en todos mis envíos y tengo que tener la mentalidad adecuada.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 2 de abril de 2012

Félix Doubront abridor número 4 de la rotación de los Medias Rojas de Boston.

Peter Abraham. The Boston Globe. 02-04-2012

Fort Myers. Fla., Los Medias Rojas de Boston no querían que Daniel Bard probara esta primavera que podía hacer una transición exitosa desde el bull pen a la rotación de abridores. Pero no fue hasta que se fue a estirar la mañana del este domingo que Bard estuvo seguro que lo había conseguido. Allí fue cuando el manager Bobby Valentine le dio las buenas noticias.
Bard tuvo efectividad de 6.57 en seis juegos, pero mostró suficiente potencial de que podía hacer el ajuste. Será el abridor número 5 en el comienzo de la temporada. El zurdo Félix Doubront estará en la cuarta casilla.
Alfredo Aceves fue regresado al bull pen. Aaron Cook comenzará la temporada con el Pawtucket AAA.
“Todos los que fueron candidatos para ocupar estos puestos en la rotación, tuvieron una gran primavera”, dijo Bard. “Estadísticamente tuve la peor primavera, pero siento que les demostré lo suficiente para que ellos vean la luz al final del túnel para mí. Eso demuestra la confianza que ellos tienen en mí”.
Valentine dijo: “Daniel Bard progresó de la manera como esperábamos que lo hiciera. Sentimos, que por esta vez, era lo que debíamos hacer”.
Doubront, de 24 años, se ganó su puesto mediante una actuación donde dejó 2.70 de efectividad.
“Eso era lo que estuve buscando toda la primavera”, dijo Doubront. “Escuchar esa noticia fue muy satisfactorio”.
Doubront, quién no tiene opción para regresar a jugar en ligas menores, tiene 23 apariciones en juegos de Grandes Ligas, 3 de ellas aperturas, en dos temporadas.
“Pienso que Félix, tuvo la mejor primavera entre todos los pitchers, obviamente de acuerdo a los resultados”, dijo Valentine. “También progresó en la forma que esperábamos que lo hiciera física y mentalmente, hasta el punto en que pensamos que puede ser un pitcher abridor de Grandes Ligas muy bueno”.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.