sábado, 29 de octubre de 2011

Gracias Terry (Tito)

Ver a Terry Francona bajar la cabeza y descender los escalones hacia el club house de los Medias Rojas de Boston en Camden Yards, luego de perder el último juego de la temporada y toda oportunidad de ganar el comodín de la campaña 2011; me hizo regresar a una noche de octubre de 2004. Los Yanquis maceraban a los patirrojos 3 juegos a cero en la Serie por el Campeonato de la Liga Americana. Me preparaba a coleccionar una nueva desilusión cuando apareció aquel robo de base de Dave Roberts, aquel batazo de Bill Mueller. Roberts había entrado a correr por Kevin Millar quién había iniciado el cierre del noveno con boleto. Tres o cuatro veces Rivera intentó sorprender a Roberts en primera. Eso acicateó al corredor a salir con el primer envío hacia el plato y llegó con vida a segunda base. Si habían logrado aquello ante el gran cerrador Mariano Rivera en el noveno episodio de aquel cuarto juego. ¿Por qué no soñar con la victoria? Los innings pasaban y el empate persistía y con él la agonía de que todo terminara con algún batazo atravesado de los implacables Yanquis.
En los momentos más aciagos de aquel noveno episodio, Francona permanecía imperturbable. De brazos cruzados pero con la mirada firme entre el campo de juego y el dugout. Cuando Roberts llegó a segunda, Tito casi sonrió desde su esquina del dugout. Cuando la pelota salió indetenible del bate de Mueller, Tito agitaba los brazos sobre su cabeza como si fuese el coach de tercera base. Desde la oscuridad de la sala respiré profundo con los brazos entumecidos de tanto nadar sobre la silla de extensión, podía sentir todo el vapor concentrado sobre el plato y el dugout de los Medias Rojas.
En el undécimo episodio a Francona no le tembló el pulso para traer a Mike Myers y Curtis Leskanic a controlar un intento de rebelión de los bombarderos del Bronx y lo consiguió como lo había hecho al traer a Mike Timlin en el sexto, Keith Foulke en el séptimo y a Allan Embree en el décimo tramo.
Para el cierre del duodécimo episodio David Ortiz vino a batear con Manny Ramírez en primera luego de batear sencillo ante Paul Quantrill. Para ese momento me parecía que el juego iba a durar una sumatoria de eternidades. Por eso cuando salió aquel trancazo que se hundió en la oscuridad del right field grité sin voz y salté sobre las rodillas hasta la última repetición.
Regresar de un 0-3 en una serie de campeonato era tarea poco menos que impensable, más aún cuando se jugaba ante los implacables Yanquis de Nueva York. Aquella noche sentí en la celebración de los Medias Rojas y en el paso de Tito hacia el clubhouse que algo había cambiado, que iba a ser otro el equipo patirrojo que saltaría al terreno. Por eso para el lunes 18 de octubre de 2004 me planté frente al televisor desde las 6 de la noche. Mike Mussina versus Pedro Martínez. Sería otro juego durísimo, aunque Boston salió adelante 2-0 en el primer inning. Los bombarderos pasaron adelante con tres anotaciones en la apertura del séptimo. Tito trajo a Mike Timlin a relevar en el séptimo y luego a Keith Foulke en el octavo, así mantuvo el juego 4-2, hasta que David Ortiz se la sacó a Tom Gordon para empezar el cierre del octavo. Kevin Millar negoció otro boleto y Francona volvió a traer de emergente a Dave Roberts quien llegó hasta tercera con imparable de Trot Nixon. Joe Torre trajo a Mariano Rivera y Jason Varitek empató el juego con elevado de sacrificio. La batucada de la noche anterior tenía una segunda parte que sonaba más duro, quería irme por un momento al baño para bajar la tensión pero la intensidad del juego no me dejaba.
Los Yanquis amenazaron con doble por reglas de Tony Clark que llevó hasta tercera al corredor Rubén Sierra en el inicio del noveno inning. Allí empezaron mis periplos desde la sala a la cocina. Tito trajo a Bronson Arroyo a relevar en el décimo episodio. En el cierre de ese tramo Doug Mienkiewicz destapó doble y llegó hasta tercera sin poder anotar. Francona relevó con Mike Myers y Allan Embree en el undécimo y logró contener la batería yanqui. En el undécimo nuevamente las emociones llegaron a mi asiento cuando Boston puso hombres en primera y segunda sin outs pero Esteban Loaiza vino a relevar con un out y obligó a Orlando Cabrera a roletear para dobleplay.
Tim Wakefield vino al montículo en la apertura del duodécimo y recibió imparable de Miguel Cairo quién pasó a segunda por error de Manny Ramírez y allí se quedó.
Abriendo el decimotercero Jason Varitek, quién normalmente no le recibe a Wakefield, cometió tres “passed balls”, pero los Yanquis se quedaron atascados en segunda y tercera.
Loaiza estaba lanzando muy bien. Yo pensaba que ibamos a pasar toda la noche fajados en ese juego, pero en el cierre del décimocuarto episodio, Johnny Damon y Manny Ramírez negociaron boletos y David Ortiz vino a batear con 2 outs. Me levanté y froté las manos hasta que casi salió fuego de mis dedos. El héroe de la noche anterior se metió en un turno de leyenda y al décimo envío metió una línea hacia el center field que me hizo saltar con la silla en el hombro cuando Damon cruzó el plato para decretar la victoria 5-4 y poner la serie 2-3. Se vio a Tito caminar con decisión hacia el club house. Todavía me pellizcaba para obligarme a creer lo que estaba ocurriendo y lo que ligaba que ocurriera en los próximos dos encuentros.

Alfonso L. Tusa C.

jueves, 27 de octubre de 2011

El equipo de todos los tiempos de Buck O’Neil.

Joe Posnanski.
Siempre escribo sobre algo ocurrido la noche anterior, pero esto pasó hace exactamente cinco años. Sabíamos entonces que Buck moriría en cualquier momento. Había estado por un tiempo en el hospital, y en los últimos días había empeorado. Lo había visto en el hospital hacía dos semanas, me había pedido que regresara para leer en voz alta el libro que había escrito sobre él, pero cuando se puso mal, no hubo posibilidad de hacer eso. Sus amigos íntimos dijeron que sería mejor si yo no iba, y que era mejor que lo recordara como él era.
Cuando gente famosa como Buck O’Neil se hace vieja y enferma, los periodistas preparan obituarios, una de las cosas de más morbo que hacemos, pero el sentido práctico lo demanda. Ellos podrían morir a la hora de cierre de la edición, podrían hacerlo mientras el periodista está fuera del país. Mi editor me dijo que necesitaba escribir mi columna de obituario de Buck O’Neil por esas trilladas palabras. “En caso de”. Pero, y esta es una gran falla mía, no pude hacerlo. No puedo hacerlo. He escrito muchas columnas de obituario en mi vida, y las tomo muy en serio porque pienso que es importante recordar vidas, celebrarlas. Las escribo con mucha emoción. No puedo describir el proceso exactamente, pero sé que necesito la pasión y la fuerza del momento para escribir sobre una vida. No puedo escribir de alguien fallecido hasta que fallece.
En otras palabras, no escribí una palabra del obituario hasta Buck O’Neil falleció. No tenía corazón para eso. Cuando recibí la llamada cerca de las 10:20 p.m el 06 de octubre de 2006, de Bob Kendrick, para decirme que Buck había fallecido, lo primero que sentí no fue tristeza o pena. Fue pánico. Llamé a la oficina, me dijeron que tenía una hora para escribir mi columna. Una hora para resumir casi 95 años de vida.
Cuando escribo columnas cerca del límite de entrega, a menudo empiezo lento. Escribo una oración y la borro. Escribo otra y la borro. Escribo una tercera y la borro. Me siento como un carro tratando de arrancar en el invierno. Soy, de acuerdo a lo que dicen mis amigos, un escritor muy rápido, pero esa velocidad se desarrolla a mitad de columna. Puedo correr de primera a home más rápido de lo que desarrollo de home a primera. Recuerdo claramente haber empezado lentamente aquel obituario de Buck O’Neil. Mi mente era un completo desastre. No tenía idea de lo que quería decir. No tenía idea de cómo resumir. Las historias me bombardeaban, sueltas, irrelevantes, divertidas, tristes…No tenía idea de cómo ordenarlas. Estoy seguro de que los primeros 15 minutos se fueron sin haber escrito nada.
No estoy seguro de cual pensamiento esclarecedor hizo que me centrara. Sólo recuerdo de pensar en algo como: “Bien, tienes que escribir algo”. Tengo una pesadilla recurrente donde trabajo en alguna parte, me queda un minuto para entregar mi texto y la pantalla de mi computadora está en blanco. Pero siempre he dicho que no creo en el cuaderno del escritor, porque mi padre trabajó en una fábrica casi toda su vida y el no tuvo nunca un “cuaderno de la fábrica”. Empecé a escribir, y me mantuve escribiendo, y aunque no sentía las palabras que tipeaba, me imaginé que como conocía a Buck y lo estimaba, eso iba a llegar.
Recuerdo con claridad un sentimiento: Cinco minutos antes que se consumiera mi tiempo límite, vi cuantas palabras había escrito, y vi cuanto me faltaba por hacer, y vi el tiempo, me di cuenta que lo iba a lograr. Cuando esa ola me golpeó, pude sentir que algo estalló dentro de mí, alguna emoción, y mis ojos empezaron a hundirse. Me tuve que decir en voz alta. “No ahora. Tienes que terminar esto”.
Usted puede notar ese momento al leer la columna.
Terminé de escribir y envié la columna. Después empecé a llorar. Había escrito que Buck no quería que nadie llorara por él porque había vivido una vida íntegra, y no se debe llorar por alguien que ha vivido a plenitud. Pero pienso que no lloraba por Buck. Lloraba porque había sido una hora muy emocional, como una lucha libre con las palabras. Lloraba porque sabía que lo echaría de menos. También lloraba porque pensaba que la columna era lo peor que había escrito. Estaba seguro que había desilusionado a Buck. Estaba seguro que había defraudado a sus amigos. Estaba seguro que me había defraudado. Buck fue una estrella de las Ligas Negras del béisbol, lideró la liga en promedio de bateo en 1946 y casi lo repitió en el ’47. Fue un manager maravilloso que llevó al éxito a los Monarcas de Kansas City. Fue un brillante evaluador de prospectos que firmó o guió a Ernie Banks, Lou Brock, Billy Williams, Joe Carter, Lee Smith y muchos otros. Fue el primer coach negro en Grandes Ligas. Él más que nadie, construyó el museo de las Ligas Negras del béisbol en Kansas City. Y más allá de eso fue un hombre extraordinario, ajeno a la amargura, intocable para el odio, estoico ante el paso de los años. Amaba tanto a la vida a los 94 como a los 24, o así lo hacía ver. Había mucho que decir de él. Me sentí como un quarterback con demasiadas recepciones disponibles.
No digo nada de esto con falsa modestia, pensé que la columna quedó horrible. Pero cuando me levanté la mañana siguiente y leí la columna que había escrito, me sentí diferente. Nunca me ha gustado lo que he escrito. Esa es mi naturaleza. Pero me sentí como si fuera la mejor columna que pude haber escrito. Sentí que si hubiera tenido 100 años para escribir una columna sobre Buck, habría tenido suerte de escribir esta. Lo que aprecié como un falla en la oscuridad, lo sentí como mi mejor esfuerzo en la luz matinal. Algunas veces es así. Pienso en el día cuando estaba sentado junto a Buck O’Neil y él se enteró de que no había sido electo al Salón de la Fama. Eso lo afectó. No dejes que alguien te diga algo diferente. Él lo manejó con la gracia con que afrontaba todo, pero eso le movió el piso. Fue un golpe duro. Indujeron 17 jugadores de las ligas Negras (todos muertos hacía tiempo) al Salón de la Fama, y el quedó por fuera. Ese fue un momento oscuro.
Meses después, Buck O’Neil pronunció el discurso para aquellos 17 jugadores de las Ligas Negras. Lideró a la multitud de Coopperstown en su canción: “La cosa más grande de mi vida es amarte”. Fue hermoso. Buck estuvo maravilloso. De la oscuridad a la luz.

***
Unos pocos meses antes de aquella triste noche de octubre, estaba sentado con Buck O’Neil en un hotel de Gary, Indiana. Teníamos tiempo de sobra, y ese el mejor tiempo a compartir con Buck. Porque eso significaba que podía hacer que Buck recordara de verdad. Muchas veces, viajar por el país con Buck significó escuchar las mismas historias una y otra vez. Esto era natural, yo digo las mismas historias una y otra vez, y mis historias ni se acercan a lo bueno que eran las de Buck. Mi punto es que el no estaba recordando de verdad. Él contaba la historia de Nancy de memoria. Decía la historia de los tres sonidos de bateo de memoria. Contaba la historia de la fuerza de Jackie Robinson de memoria. La gente quería escucharlas, y lo merecían. Él perfeccionó la forma de contarlas a través de los años. Pero eso no era recordar.
No, era en aquellos momentos de tranquilidad, en ascensores, en paseos en carro, en aviones, en las recepciones de los hoteles, cuando Buck recordaba. Y era maravilloso. Él había visto de todo en el béisbol. Había visto muchos cambios en Estados Unidos. Le gustaba exigirse y tratar de recordar algo nuevo.
“Está bien Buck”, le dije, “¿Quién estaría en tu equipo de todos los tiempos?”
Supongo que cuando le pregunté eso, pretendía incluirlo en “The Soul of Baseball”. Pero por alguna razón no lo hice. Solo lo encontré en mis notas hace poco por accidente, estaba buscando otra cosa. Cuando vi las notas, recordé lo feliz que estaba Buck de hacer este ejercicio. Antes de darles el equipo, debo decir que este era Buck por un momento del tiempo. No había preparado el equipo, no había pensado en cada jugador para hacer sus selecciones. Si le hubiera preguntado al día siguiente, estoy seguro que habría nombrado algunos otros jugadores.
Pero basados en ese momento, este es el equipo de todos los tiempos de Buck O’Neil.
Primera base: Lou Gehrig y Buck Leonard
Esta fue la ùnica posición donde no pudo ser unánime. Buck dijo que Gehrig y Leonard eran iguales, por eso durante largo tiempo la gente llamaba a Leonard “El Gehrig Negro” y un columnista escribió que de hecho debía ser en el otro sentido, que deberían llamar a Gehrig “El Leonard Blanco”. Ambos fueron grandes bateadores. Buck pensaba que Leonard era mejor a la defensiva (como O’Neil era un buen primera base defensivo, ponía mucho énfasis en la defensa de la posición). Pero Buck también pensaba que Gehrig tenía mas poder al bate. Al final, consideraba que estaban igualados.

Segunda base: Jackie Robinson
Buck decía a menudo que Robinson no era el mejor jugador de las Ligas Negras, pero al momento de romper la barrera racial fue el pelotero adecuado en el tiempo apropiado. Por eso me sentí un poco sorprendido cuando dijo que escogería a Robinson como su segunda base de todos los tiempos. Dijo que Robinson era una fuerza natural tal, un pelotero tan determinado, que pertenecía al equipo.
Robinson se ha convertido en una figura tan simbólica a través de los años que su béisbol probablemente haya sido subestimado. Robinson fue el mejor jugador del béisbol desde 1949 a 1952 y esa era una liga con Musial en su apogeo, y con muchos otros inquilinos del Salón e la Fama como Ted Williams (quién se fue a pelear en Corea) y Pee Wee Reese y Larry Doby y Ralph Kiner. Robinson se embasaba, bateaba con poder y robaba bases, y de acuerdo a las estadísticas tenía una defensa excelsa donde lo pusieran a jugar. Yo hubiese escogido a Joe Morgan o a Roger Hornsby, pero Robinson ciertamente es una gran selección.
Campocorto: Ozzie Smith
Buck: “El campocorto es una posición defensiva, y Ozzie Smith jugó a la defensa mejor que cualquier campocorto que haya visto, y eso incluye a Willie Wells y Luis Aparicio”. Buck sólo estaba tomando peloteros que había visto jugar de una u otra forma, por esa razón pienso que no incluyó a Honus Wagner.
Buck dijo en otras ocasiones que Pop Lloyd, quién jugó en las Ligas Negras con los Gigantes de New York Lincoln en el tiempo de Wagner, pudo haber sido el mejor pelotero que haya vivido.

Tercera base: George Brett
Buck idolatraba a George. Mencionó a Ray Dandridge, un jugador de las Ligas Negras, y mencionó a Mike Schmidt, a quién pienso muchos considerarían el tercera base más grande de todos los tiempos. Pero Buck era, antes que nada, una nativo de Kansas City. Y como tal, te inclinas por el queso de Kansas City, y te vas con George Brett como el mejor antesalista de todos los tiempos.

Jardinero izquierdo: Ted Williams.
“El bateador más grande que haya visto”, dijo Buck. “Y un hombre maravilloso. Maravilloso. Pienso que Ted Williams es una razón tan grande como cualqueira para que el Salón de la Fama empezara a inducir jugadores de las Ligas Negras (el hizo esa solicitud durante su discurso de ingreso al Salón de la Fama). Todo lo que se necesita saber de Ted Williams es esto: Sus compañeros lo adoraban por completo. A Joe DiMaggio, sus compañeros no lo querían todos. Pero adoraban a Ted Williams. Gran jugador, gran hombre”.
Jardinero central: Oscar Charleston.
Buck: “Siempre le digo a la gente que el grande liga más grande que vi fue Willie Mays. Pero el jugador más grande que vi fue Oscar Charleston. Te batearía 50 jonrones. Te robaría 50 bases. Jugaría gran defensa. Los aficionados viejos dicen que Willie Mays fue lo más cercano a Oscar Charleston”.

Jardinero derecho: Babe Ruth.
Buck vio a Babe Ruth jugar juegos de entrenamientos primaverales en Florida. Siempre dijo que ese fue el primer lugar donde oyó el sonido, ese chasquido del bate que sonaba diferente de cualquier otro. Buck evaluaba por sonido, en parte. Recuerdo una vez en Houston, cuando cerró los ojos y fue capaz, con gran precisión, de decir a partir del sonido si la bola bateada era un elevado o una línea. Ruth fue el primer jugador al cual oyó batear una pelota que hizo ese sonido distintivo, ese sonido explosivo qu hacía eco en su imaginación. El tercer jugador al que le escuchó ese sonido fue Bo Jackson tomando práctica de bateo en el Kauffman Stadium de Kansas City. El otro jugador es el que sigue.

Receptor: Josh Gibson.
Si, él era el hombre del medio entre Ruth y Jackson. Ha habido seis o siete jugadores quienes han sido sugeridos por Buck como el mejor de todos los tiempos, Oscar Charleston, Pop Lloyd, Babe Ruth, Ted Williams, Josh Gibson, Willie Mays y tal vez uno o dos más. Pero pienso que en lo más profundo, él pensaba que Gibson fue el mejor, porque era un receptor, y muy bueno, “bateaba como Babe Ruth, tal vez mejor porque Ruth se ponchaba 100 veces al año y Josh, tal vez lo hacía 30 veces”.

Lanzador derecho: Satchel Paige.

Buck O’Neil y Satchel Paige… siempre vale la pena contar la historia de Nancy:
No les puedo contar cuantas veces oí la historia de Nancy. ¿Cincuenta? ¿Cien? Buck podia pasar 20 minutos en la historia de Nancy. He logrado una versión resumida: Buck y Satchel Paige estaban sentados en un hotel de Chicago cuando llegó un taxi y se bajó Nancy (tan preciosa como en una pintura), a quién Satchel había invitado a Chicago.
Luego que subieron a la habitación, llegó otro taxi, que trajo a Lahoma, la prometida de Satchel. Buck, pensó rápido y salió a recibir a Lahoma, le dijo que Satchel estaba ocupado con algunos reporteros, y luego hizo que el hombre de la recepción la retuviera. Satchel se escapó por la salida de emergencia y regresó por la entrada principal para encontrarse con Lahoma como que nada hubiese pasado.
Esa noche, Buck se sentó despierto y esperó para ver como Satchel manejaría la situación. A medianoche, escuchó que se abrió la puerta de Satchel, y Buck se inclinó sobre la puerta para escuchar. Oyó a Satchel tocar la puerta y cuchichear, “Nancy”. Nadie respondió. Satchel tocó un poco más fuerte. “Nancy!”. Nadie contestó. Satchel tocó más fuerte. “NANCY!”. Entonces se abrió una puerta, pero era la habitación de Satchel. Tenía que ser Lahoma.
Buck abrió su puerta y dijo “¿Querías algo Satchel?”
Satchel Paige vio a Lahoma y dijo, “Si, Nancy, ¿a que hora es el juego de mañana?”
Por el resto de su vida, Satchel Paige llamó “Nancy” a Buck.

Lanzador zurdo: Sandy Koufax
“Gran recta, gran curva, cuando Sandy Koufax estaba bien, nadie le bateaba”. Buck también mencionó a Leon Day de las Ligas Negras, Warren Spahn y Randy Johnson.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 25 de octubre de 2011

El primero de la temporada

El primero de la temporada

A la llegada de una nueva temporada es inevitable buscar en el calendario el primer desafío de los eternos rivales. Aún resuenan en mis oídos el tono de voz emocionado de mis hermanos y los cuadernos del liceo volando sobre las camas del cuarto. Felipe y Jesús Mario casi se olvidan de ponerle el seguro a sus amadas bicicletas y se tropezaron en el escalón del porche. Tuve que correr y pegarme de la pared de madera y fórmica. Nunca los había visto pasar como trenes descarriados y ni siquiera oyeron mi saludo, ni me quitaron la pelota de goma. A través de la persiana, Jesús Mario revoloteaba las páginas de una revista y Felipe escarbaba los titulares deportivos de El Nacional. “Bueno mano, llegó el día en que Magallanes tiene que desquitarse de tantas humillaciones del Caracas. Con Bob Belinsky pitcheando. Con Gaston quemando la liga. Con Pat Kelly volando bajito. Con Dámaso agarrando todo en tercera y con Gustavo Gil dando esos batazos oportunos se les puede echar una broma esta noche”.
Para este sábado 29 y domingo 30, la temperatura de confrontación llegará al punto de ebullición que empezará a subir desde este lunes con los comentarios, eclosión de camisetas, gorras, canciones, chanzas, que emergerán en la calle y cualquier lugar público donde coincidan los seguidores de los Leones y los Navegantes. Las bromas amortiguadas por los meses de espera subirán de tono al calor de los juegos en tiempo real de esta temporada 2011-12. Todo oscilará entre los rugidos de la selva y los cañones de la cubierta del barco
La volatilidad de esa rivalidad fluye hasta en la penumbra de una calle de Cumaná donde un grupo de caraquistas se reúne en una esquina y con cada magallanero que pasa, se ilumina toda la vía “Esta noche los vamos a pelar”, “Se hunde el barco”. Los magallaneros corren hacía la próxima esquina y desde allá pegan unos cables a una batería y la más estridente sirena encandila el espacio. “Vénganse ahora que le vamos a quemar la melena”, “Esta noche los vamos a volver chicharrones”.
Jesús Mario hacía que los papeles de la Revista Sport Gráfico sonarán como bambalinas en la noche más encendida del carnaval. “Y se te olvidó lo que es capaz de hacer Armando Ortiz en el left field y con el bate, y Walter Hriniak con la mascota o Joe Rudi, que se la puede sacar al más pintao”. Nunca los había visto hablar con aquella intensidad o leer con aquella fruición, parecían científicos de la NASA. De béisbol sabía muy poco. Andaba más pendiente de “Mi marciano favorito” o “Mi bella genio”. Sin embargo todo aquel movimiento, aquella dinámica de competencia, hacía hormiguear algo en mi subconsciente que me motivaba a seguir cada movimiento de mis hermanos hasta que empezaba el esperado juego de pelota.
¿Quién ganará los juegos del fin de semana? ¿Cuántos títulos ha ganado cada equipo? ¿Cuál es el mejor equipo? Son combustibles que alimentan la llama de la rivalidad. Cada minuto de la disputa pueden aparecer argumentos tan válidos como descabellados y podría parecer que los ánimos llegan a un punto sulfúrico. Todo tiene un límite invisible que llega hasta la victoria actual y de inmediato empiezan los preparativos de venganza y de hegemonía. Es la verdadera pasión del enfrentamiento, mucho mayor que lo que puedan representar tres títulos reencauchados.
Entonces llega el cierre del noveno y los caraquistas saltan cuando ponen tres en bases sin outs. Saben que ganan con la de tercera. Uno de los magallaneros planifica hacer un rodeo siete cuadras más abajo, para evitar pasar por la esquina selvática si el Caracas llega a dejar en el campo al Magallanes. Cuando va a mitad de camino oye los gritos de sus compañeros “¿Qué les pasó? ¿No que nos iban a desguazar el maderamen?” Corrió bajo el aroma de las chirimoyas. El relevista Navegante había sacado un cero de leyenda ante los bateadores más peligrosos.
Una de aquellas noches salí con Felipe y Jesús Mario. En la Plaza Montes había varios grupos. Los gritos iban y venían. Mis hermanos querían regresar a casa. Me les solté y entre en la heladería de Luis Ramón Rincones. Lo único que se oía era la narración del juego de pelota. El Sr. Rincones decía que esperaba que los magallaneros mantuvieran la sonrisa cuando el Caracas empezara a repartir leña. Una voz en falsete salió debajo de una de las mesas. “Y nosotros esperamos que no cierre la heladería si Magallanes le cae a palo a los Leones”.

Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 19 de octubre de 2011

La película Moneyball. Joe Posnanski. SI.com

ADVERTENCIA: No pienso que haya algo que desvíe la atención aquí. Sospecho que la mayoría de ustedes sabe que la película Moneyball trata de los Atléticos de Oakland de 2002 y su intento de ganar con nuevos conocimientos de béisbol. Pero si ustedes son del tipo de persona que les gusta ir a una película sin saber lo que ocurrirá, deben saber desde el principio que hablaré de algunas escenas aquí.
***
Oakland. Hay una escena fascinante en la película Moneyball que estoy completamente seguro es inédita en el cine, y encapsula de muchas maneras todo lo que pienso de la película. En la escena, Billy Beane, interpretado por Brad Pitt, está desesperado por hacer una negociación. Llama a su asistente y empieza a llamar por teléfono. Llama al gerente general de Cleveland. Llama al gerente general de Nueva York Llama al gerente general de San Francisco. Mientras hace las llamadas, se puede ver la pasión en su cara, se puede sentir la tensión en la habitación. ¿Se realizará la negociación? ¿No se realizará? No lo sabemos. El dueño de los Atléticos llama y dice que no esta dispuesto a dar dinero extra para ayudar a Beane, eso le da más tensión a la trama, más excitación, y en el teatro gigantesco donde veo esta premiere se puede oír a todo el mundo cuchichear. Cuando Brad Pitt como Billy Beane, cierra el trato, levanta sus brazos en señal de triunfo, y la multitud de Oakland aplaude enloquecida, en el teatro parece como si fuera el momento cuando Rocky noqueó a Apollo la primera vez.
Cinco minutos del tiempo de la película, editada para hacer estallar la acción, escrita por dos ganadores de los premios de la academia y protagonizada quizás por la estrella de cine más valiosa, son utilizados para revivir el momento histórico cuando Oakland hizo la transacción de Ricardo Rincón.
Si, Ricardo Rincón.
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Tengo que empezar esta reseña de Moneyball diciendo que, de muchas formas, soy la persona menos calificada en el mundo para criticar esta película. Probablemente he leído Moneyball una docena de veces. Soy muy amigo de la luz guía del libro, Bill James, y allegado al autor, Michael Lewis. En varias ocasiones he hablado de Moneyball como consultor oficial a la Armada de Estados Unidos*. Pienso que el libro es fascinante, brillante y a menudo malinterpretado.
* Esa oración, tan bizarra como suena, es absolutamente cierta.
Debido a todo esto, tenía una expectativa por esta película que habría sido, en palabras de Rob Lowe, literalmente imposible de satisfacer. He escrito a menudo sobre mi fórmula de expectativas para películas, como es la esperanza (o falta de esperanza) que tienes cuando te preparas para ir a ver la película, define como te sentiste cuando empezaste a verla. Mientras me disponía a ver Moneyball, mi esperanza era que la película sería el lanzamiento perfecto para los aficionados intensos al beisbol y un gran entretenimiento para la gente que le importa poco o nada el beisbol.
Pero ninguna película puede ser todo eso. Las grandes películas de juzgados, generalmente no impresionan a los abogados con su precisión- Los grandes dramas médicos a menudo no dejan a los doctores pensando, “Seguro, así es como son las cosas”. He pasado más de una cena revisando las absurdas y obvias influencias de la vida de la escritura deportiva en Everybody Loves Raymond o The Odd Couple. La autenticidad y el entretenimiento a menudo no se acoplan.
Y este, pienso, era el gran reto de Moneyball, quizás el reto insalvable. Estaban haciendo una película de estadísticas de béisbol, para impresionar, pero la estaban rodando con un elenco de Hollywood de alto vuelo (Pitt, Jonah Hill, Philip Seymour Hoffman, Chris Pratt y Robin Wright, quién aparece solo en 48 segundos de la película, considerablemente menos tiempo que la negociación de Rincón), un magnífico director (Bennett Millar, quién hizo Capote), y un increíble equipo de escritores (Aaron Sorkin escribió The Social Network y Steven Zaillian escribió La Lista de Schindler, entre otros). Estaban haciendo una película de Brad Pitt sin interés romántico, una película de béisbol sin un jonrón escalofriante, una película de amigos sobre porcentajes de embasado y una gran producción de Hollywood sobre un gerente general que nunca ha llevado a su equipo a la Serie Mundial
No hay que preguntarse si Michael Lewis pensó que se podía hacer la película Moneyball*. “Con The Blind Side”, dice de su última adaptación de libro a película, “fue algo impensado. Le diría a la gente de Hollywood: ‘¿Qué los llevó tan lejos?’ Pero de verdad nunca pensé que podían encontrar la forma de convertir Moneyball en una película “.
La hicieron. Y, tengo que admitir, que verla fue una de las experiencias más extrañas de mi vida en el cine.
*Una línea divertida de Michael Lewis: “Mi mayor temor era que un viejo productor comprara los derechos de Moneyball e hiciera una película que convirtiera a Moneyball en el triunfo de la vieja escuela”.
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Hay otra escena en Moneyball de la que estoy completamente seguro que nunca algo así ha aparecido en pantalla, y de muchas formas encapsula todo lo que pienso de la película. En la escena, Dave Justice está en el plato. Justice, por alguna razón, es interpretado por un actor llamado Steven Bishop, quién una vez jugó pelota con Justice y tiene casi la misma edad que éste. Se parece un poco a Justice, mueve el bate persuasivamente, de verdad no sé por qué Justice no se interpretó.
En cualquier caso, Justice juega un rol sustancial en la película, es el tipo viejo traído para ayudar a los Atléticos de 2002 a reemplazar a Jason Giambi y Johnny Damon. Y la escena es un artístico turno al bate, con música de fondo, con una voz superpuesta, una impresionante toma cinematográfica. Hay algo de cámara lenta, el ángulo de la cámara es impresionante, todo lo de esta escena es un fino trabajo como la escena del batazo contra la torre de reflectores en The Natural o el lanzamiento final de Hoosiers.
Excepto esto: En la escena, Dave Justice recibe boleto.
Si: Una escena de película ultra dramática en la cual nuestro héroe toma cuatro bolas, un lanzamiento pegado, y camina.
***
Ok, primero, miremos a Moneyball como un fanático intenso de béisbol. Esta película nos lleva a la temporada de 2002. Los Atléticos, ustedes recordarán, perdieron con los Yanquis en los playoffs de 2001, y luego perdieron a Jason Giambi, Johnny Damon y Jason Ishringhausen vía agencia libre. El argumento de la película es que Beane tiene que encontrar la manera de reemplazar esos jugadores sin gastar dinero.
No hay duda en mi mente de que en ninguna película de béisbol, salvo quizás Eight men out, se trabajó tan duro en los pequeños detalles. No hay sinsentido aquí como Shoeless Joe Jackson bateando a la derecha o Roy Hobbs bateando un jonrón para terminar el juego como visitante. Totalmente lo opuesto. La pérdida del gran cerrador Jason Ishringhausen es un punto importante de la trama. La escena escalofriante de la película, si hay una, viene cuando los Atléticos juegan contra los Reales de Kansas City en un intento de ganar su vigésimo juego seguido. Yo estaba en Oakland en ese juego como columnista del Kansas City Star, y recuerdo muy bien aquel equipo de los Reales. Fue, de hecho, el primer equipo de los Reales que perdió 100 juegos.
Me hizo sentir muy feliz el hecho de ver en las espaldas de los uniformes que los cineastas fueron tras los oscuros nombres de aquel equipo, ellos notaron que una de las carreras en la reacción de los Reales en aquel juego fue anotada por PELLOW (Kit) y otra por ORDAZ (Luis) y que el gran jonrón fue bateado por SWEENEY (Mike)*.
*Varias personas reales fueron empleadas para esta película, supongo que Paul DePodesta fue convertido en un personaje estudioso llamado Peter Brand, interpretado por Jonah Hill; el antíguo director de scouts de los Atléticos Grady Fuson aparece como un hombre amargado incapaz de cambiar, pero para mí nadie fue más actuado que Sweeney. Él batea un jonrón dramático en la película, pero el actor anónimo que lo interpretó no se parece en nada a Mike, no es ni de cerca grande o fuerte y parece tener como 10 años más de los que Mike tiene ahora, mucho menos entonces. Billy Beane tiene a Brad Pitt. Mike Sweeney tiene a este tipo.
La película es muy celosa con ese tipo de detalles. Por eso es tan desconcertante que sea descuidada con otros detalles. La película presenta como un gran momento el hecho de que Billy Beane consiga a Jeremy Giambi antes que empiece la temporada de 2002, debido a su promedio de embasado. “No haría eso Billy”, le dicen los scouts, señalando que Jeremy tiene una mala reputación. Billy no hace caso. Hace la negociación y obtiene a Giambi, quién juega un papel importante en la película*.
* Hay una gran escena de cinco segundos de Jeremy Giambi persiguiendo un elevado en el entrenamiento primaveral que es precisamente como yo recuerdo a Jeremy Giambi jugando en los jardines.
El problema es, que aún los aficionados moderados del béisbol saben que Jeremy Giambi ya pertenecía a los Atléticos en 2002 y había estado con el equipo por dos años. Esto no sería tan importante, si no es porque Giambi fue el pelotero clave en probablemente la más infame jugada de la historia reciente de los Atléticos, él fue el corredor que no se deslizó en aquella jugada de Derek Jeter en los playoffs de 2001.
Recuerden: Ahora sólo estoy hablando de la película como un aficionado al béisbol. Y como aficionado al béisbol, honestamente no sé como los cineastas, que fueron tan cuidadosos en otros aspectos, pudieron haber fallado en algo tan esencial. Pero esa es la experiencia de esta película. Hay detalles de béisbol tan evidentes que ningún otro cineasta hubiera tratado. Alteraron el estilo de pitcheo de Chad Bradford. Usan la frase clave de sabermetric “tamaño de muestra pequeño”. Consumieron una buena parte de la película hablando acerca de la fascinación de Beane por el especialista zurdo Ricardo Rincón, por llorar a viva voz. Y por otro lado, tienen una película completa sobre los Atléticos de Oakland de 2002 sin mencionar sutilmente a Miguel Tejada, quién fue el jugador más valioso de la liga, o a Barry Zito, quién ganó el Cy Young. Los seguidores de Brad Pitt saldrán del teatro sintiéndose seguros de que los Atléticos de Oakland de 2002 ganaron 103 juegos debido a Scott Hatterberg y a Chad Bradford.
Mi amigo Scott Raab dice que para disfrutar las películas de béisbol, hay que dejar los conocimientos del juego a un lado, porque “de todos nuestros deportes, es el más complejo e indescifrable. Me gusta mucho”. Pienso que tiene razón. Hay algo acerca de Moneyball, debido al asunto que trata, que transmite un tipo de realismo atractivo para los apasionados al béisbol como yo. De alguna manera divertida, la película entrega esos detalles. De otra, es desconcertante. Supongo que es demasiado pedir que una película de Hollywood tenga ese tipo de precisión y profundidad estadística, cuando, par ser honesto, eso no se obtiene de la mayoría de los equipos de Grandes Ligas.
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Hay otra escena de Moneyball de la que estoy completamente seguro no se parece a nada que haya aparecido en pantalla, y resume de muchas maneras lo que pienso de la película. Billy Beane insiste en pedirle a su manager, Art Howe, interpretado inmejorablemente por Philip Seymour Hoffman, que ponga a jugar en primera base a Scott Hatterberg. Howe, se niega a hacerlo, porque había visto jugar a Hatterberg y no lo convenció.
En la escena, Beane va al dugout para una vez más interceder por Hatterberg, y una vez más Howe mantiene su punto de vista, arguyendo que sólo tiene un verdadero inicialista en el equipo, y ese es “Peña”. Se enfrascan en una discusión, es impresionante que haya una escena en la película en la cual un ganador del Oscar y una superestrella discuten si Peña o Hatterberg debe ser el primera base de los Atléticos de Oakland, y eso lleva a un entretenido giro que no revelaré aquí.
Pero diré esto: Estamos tan atrapados por el momento, tan alegres de aupar a Hatterberg (interpretado con maravillosa gracia por Chris Pratt) que olvidamos algo. Peña es Carlos Peña. Y Carlos Peña era un primera base de 24 años quién con el tiempo se convertiría en candidato a jugador más valioso de la Liga Americana. Hatterberg pudo haber sido la mejor opción en 2002. Pero a largo plazo, sí, Art Howe tenía razón.
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Ahora, veamos a Moneyball como una película. Primero: Moneyball es una película divertida. Hay tres o cuatro escenas que me hicieron reír a carcajadas, incluyendo el pequeño pasaje de “Oakland es tan barato” que poca gente a mi alrededor pareció entender, la película entera tiene diálogos agradables. Hay por lo menos tres líneas que les he repetido a mis amigos desde que vi la película, hay que reconocerlo: Si luego de ver una película se puede recordar alguna línea, esta es bien divertida.
Segundo: Moneyball tiene buenas actuaciones. Obviamente no sé cuanta diversión generó el proceso de filmación, pero pareció que los actores estaban experimentando un momento inolvidable. Hoffman actúa tan bien que una parte de mí deseó que toda la película fuera sobre Art Howe (Llámenlo Art-pote o algo por el estilo). Jonah Hill parece vivir un gran momento interpretando al asistente del gerente general.
Y Brad Pitt de veras es muy divertido como Billy Beane. Al final, no pienso que interpreta a Billy Beane, el gerente general de los Atléticos. Por un detalle, la gente le habla durante toda la película, y el Billy Beane que he observado no parece del tipo que soporta eso por mucho tiempo. (Como dice una persona que trabaja con Beane: “Las conversaciones con Billy tienden a ser unilaterales”.) Por otro lado, Pitt no puede evitar transmitir algo de sí a sus personajes, es muy famoso para desaparecer en un personaje, así su Billy Beane puede deslizarse suavemente hacia Ocean 11 y no estar fuera de lugar. Pero su caracterización de Beane es tan aceptable, mientras se mantiene desafiante, que funciona. Él maneja la situación para llevar todo tipo de sutilezas a su personaje, que no necesita palabras o díalogo.*
*Un aspecto raro es que un actor diferente interpreta al joven Billy Beane el jugador, Ese actor estuvo bien, obviamente era un beisbolista, pero en mi opinión no se parecía en nada a Brad Pitt. Eso distrajo la atención.
Tercero: No estoy seguro de que alguien ajeno al béisbol o moderadamente allegado será capaz de ver completa esta película. Estoy suponiendo, tratando de imaginar a mi mamá viendo esta película, y pienso que se aburriría. Es una película larga, más de dos horas. Y hay muchas escenas donde no pasa nada. Se pasa un buen tiempo con Billy Beane sólo en el carro. Hay partes del argumento que no van a ninguna parte. Hay muchas tomas de béisbol real, probablemente el máximo que haya tenido una película de gran presupuesto. Hay que reconocer que algunas de las preguntas cruciales de la película son: (1) ¿Será capaz Billy Beane de adquirir a Ricardo Rincón? (2) ¿Vencerán los Atléticos al pésimo equipo de los Reales de Kansas City? (3) ¿Reconocerá el manager de los Atléticos Art Howe que Chad Bradford debería ser su primer relevista y no Mike Magnante?
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Si, Moneyball fue completamente distinta a cualquier película que haya visto. La vi dos noches seguidas en Oakland, una vez en función privada para la prensa, la segunda en una concurrida premiere con todas las estrellas de la película en la audiencia, la verdad es que la disfruté en ambas ocasiones, le doy una puntuación de 3 estrellas sobre 5 en cuanto a entretenimiento.
Como aficionado al béisbol, también me gustó la película, a pesar de sus imprecisiones. Ok, Billy Beane nunca estuvo en riesgo de perder su trabajo en 2002. Ok, por lo tanto los Atléticos no fueron criticados continuamente en los programas radiales debido a que empezaron con marca de 20-26. Ok, los Atléticos de Oakland de 2002 nunca tuvieron ese gran porcentaje de embasado. Ok, los equipos de Beane no han sido buenos en cinco años. ¿Saben qué? Me equivoqué en la primera oración de este párrafo. Como aficionado al béisbol, no me gustó la película, a pesar de sus imprecisiones. Como aficionado al béisbol me gustó debido a sus imprecisiones. Tal vez los directores y productores aplicaron sus propias técnicas de Moneyball a la película. Tal vez entendieron que para ganarse a los aficionados al béisbol, no hay que ser preciso a la perfección. Solo tienen que dar de que hablar.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

sábado, 15 de octubre de 2011

Setenta años del campeonato mundial de 1941 y aquel discurso de Andrés Eloy Blanco

“Batazo largo de Pérez Colmenares…batazo largo de Pérez Colmenares..” Así empezaba un disco de 33 rpm de una colección de la historia de Caracas que tenía papá en el mueble donde guardaba los acetatos. En esa grabación se hablaba de la historia audiovisual y Simón Díaz era el moderador quién luego de la transmisión del batazo de Pérez Colmenares hizo algunos comentarios y anécdotas del acontecimiento. Entre ellas mencionó una celebración particular que hubo en La Guaira. Los familiares del “Chino” Canónico bajaron al puerto para recibirlo y allá se fajaron a cantar “El totumo de Guarenas” una composición musical de Benito Canónico, tío del “Chino”.
Otro de los episodios que más he conocido de aquella gesta a través de la prensa y la radio, tiene que ver con los oficios del delegado del equipo, Abelardo Raidi, para lograr que los organizadores del evento retrasaran la final ante Cuba un día más, lo cual permitió que el “Chino” abriera aquel partido.
En aquella colección audiovisual cada disco venía guardado dentro de un libro con las dimensiones del acetato. Allí se complementaba en textos, dibujos y fotografías, los sonidos del disco. Un dibujo que se grabó en mi recuerdo plasma a una multitud reunida en una plaza publica. Todos levantaban las orejas hacia un radio de galena de ciertas dimensiones ubicado en un pedestal de dos metros de altura. Un niño templaba el vestido de una señora. “Mamá ¿quién va ganando?”. La señora hacía señas con la mano. “Espérate, espérate…que ahí viene el lanzamiento del Chino…”
La sociedad venezolana se compactó como nunca alrededor del Campeonato beisbolero alcanzado en Cuba. Aún resuena en todo el país el discurso pronunciado por el poeta Andrés Eloy Blanco para recibir a los campeones.
“Comenzaré por recordar a los poetas. Porque era esta la tribuna preferida de Píndaro; porque el primer canto que conocemos del poeta fue la consagración de un niño de Tesalia, vencedor de una carrera olímpica. Así, en un estadio así, sobre una tierra ardiente como esta, bajo un cielo azul como este, se hizo a Grecia. De la arena de Olimpia surgió la línea de la cultura helénica, de la nube de atletas salían los marinos que dejaban cantando el golfo arcadio para surcar el Jonio bajo velas de púrpura; de allí surgieron los diez mil que saludaron al Mar Negro con grito de salvación; allí los magistrados bebían fuerza, bondad y equilibrio; allí nutrió las pantorrillas el heraldo de Maratón; tanto significaba para Grecia el estadio, que contaba los tiempos, ya no por años, sino por olimpíadas; mientras duraban los juegos, no podían declararse la guerra las naciones vecinas; y si alguna guerra existía para esa temporada, la tregua se imponía, las hostilidades cesaban, las armas se dormían como locos cansados. Toda división, toda rencilla, se dejaba de lado; en los festejos a los vencedores, los poetas cantaban cantos píticos, los pintores exhibían sus cuadros y los escultores sus estatuas; allí leyó Herodoto su Historia e Isócrates su Panegírico; los pueblos enviaban embajadas para saludar a los triunfadores y eran teorías vivas y traían palmas y laureles; y, mientras desfilaban por la arena o reposaban del banquete en el Pritáneo, el magistrado, el poeta, el escultor, el pueblo, bebían para siempre la luz griega, para plasmar la acción y el pensamiento de lo clásico, ya en la expresión de equipo o de orfeón que le dio ser al pacto de Corinto, ya en la profunda voz humana que detenía el canto de las aves en el paseo aristotélico; ya en el rumor de abejas que van a buscar miel sobre los labios de Píndaro dormido, ya en la sentencia de Pericles o el postulado de Licurgo, ya en el cándido sobresalto de Fidias que quiere eternizar la forma de la límpida justicia en el reposo de la luz de Grecia, caída sobre el torso de Apolo o reclinada en las caderas de las Gracias. (Ovación).
Pero dejemos Grecia, que, siglos adelante, sobre el puente de un navío español, nos espera la suprema olimpíada. Contemplemos de paso la conquista, que, si fue una hazaña de la inconformidad fue también un producto de la buena salud y el ansia de justicia.
Nada nuevo diríamos si nos detuviéramos a considerar lo que ganan los pueblos que cultivan la agilidad del músculo, la certeza del movimiento, el tino de la mirada; pero nunca sería demasiado hablar de ello y proclamar cómo, cuando el deporte no es un simple juego de vagancia, sino una noble función de cultivo que se realiza con espíritu de superación, con sentido de grupo, con voluntad de patria sana, de humanidad optimista y saludable, de conjunción armoniosa del ser en el gran ser colectivo y de las almas en la gran naturaleza, el deporte es un taller de reparaciones humanas.
Ganoso estoy de llegar a la hora que comento. No puede ser muy larga esta salutación en la que se ha querido poner en mi boca, para llenármela de gloria, la palabra de mi pueblo. En nombre del pueblo venezolano vengo a hablar; la conciencia de esa comisión rebasa el horizonte de mi verbo; pero sé que debo apresurarme; los viajeros estarán cansados, los que vienen a recibirlos estarán ansiosos de la tertulia personal; los comentarios estarán estallando entre los labios. Por eso, como cortada con tijeras de cuanto podría decir, va esta salutación como una caja de estampas de mi tierra. En todas ellas hay juego de destreza con jugadas de altura y recesos de meditación.
La primera, es una cancha de Aranjuez. El príncipe de un lado, del otro lado, el criollo; va y viene el volante emplumado, resbalan las zapatillas y cruje el ante del pantalón ceñido, salta el sudor de los revueltos canelones a la gorgueras espumosas, vista, pulso y designio, van tomando compás ultramarino; el volante va y viene por el azul de la cancha, desde el príncipe al criollo, desde el criollo hasta el príncipe, como los barcos van por el azul océano, desde América a España, desde España hasta América. De súbito el volante ha golpeado la cabeza del príncipe, en el propio lugar de la corona ; así se fue, sin ser devuelto el último navío guipuzcoano. (Aplausos).
En la segunda estampa, el campo se dilata como un mundo de verdes, de blancos, de azules y de ocres; la criollada está al bate; su capitán tiene en el bate el supremo campeonato de la libertad. Hay un hombre en primera, en Carabobo; hay un hombre en segunda, en Boyacá; hay un hombre en tercera, en Pichincha. El capitán afronta la alta tribuna de la cordillera; el le lanza banderas y ella le devuelve cóndores… La pelota del mundo nuevo rompe de pronto los azules que suenan como sedas rasgadas; resplandece la cancha de Ayacuho con la estela del cohete cuadrangular, y, paso a paso, con renuevo de Grecia en el reposo de los bustos henchidos, van entrando al hogar cuatro patrias nacientes. Y así fue como entonces, hizo el viejo volante su segundo Aranjuez y el vasallaje fue out en los diamantes de América. (Gran ovación).
En la tercera etapa va el equipo sin rumbo, falto de cohesión; marchas de selva a playa, de llano a cordillera, descentrado el designio, rota la fe, perdido el equilibrio. No abundan los que buscan la posición precisa y el justo lanzamiento, muchos son los que anhelan, sin nexos solidarios la fácil atrapada; hacia atrás de los burdos bateadores, cae foul el mundo que soñó hacer su órbita; pocos ven hacia arriba; apenas unos cuantos y la tierra miran hacia lo alto; aquellos, persiguiendo estrellas para aclarar el rumbo oscurecido y la tierra esperando un fly de lluvia para la siembra abandonada. (Aplausos).
En la estampa final, la cancha ha recobrado la luz, el equipo ha recobrado su confianza. Vuelve la hora de estadio y el pueblo vuelve a tomar el rumbo del estilo. Porque la historia de Grecia se repite; no eran los atenienses los que iban al estadio a contemplar a Praxíteles ni a Solón. Eran Solón y Praxíteles quienes iban a tomar lecciones de armonía y sorbos de plenitud en la muchedumbre acompasada. Cuando el deporte es patrimonio de unos pocos, cuando el gimnasio está en las manos de los escogidos, sólo es un campo de solaz o una escuela de fuerza singular y aislada, de donde sale el atleta que atropella a los débiles; y en las manos de un pequeño grupo que se cultiva solo, no llega a prosperar el sentido social y verdadero del deporte; pero cuando esta cultura pasa a manos del pueblo, entonces cobra su honda significación de conjunto: el sentido de equilibrio va extendiéndose hasta plasmar en forma de solidaridad colectiva y de disciplina nacional. Y así es la cultura general; y así es la cultura de gobierno; y así es el camino del estilo. Los que leemos libros, muchos libros, los que gobiernan pueblo, los que cultivan artes, los que redactan leyes, llevan cuando son grupos selectos, las huellas de las cosas leídas; su cultura está en ellos, ajena muchas veces a su ambiente. Llegan al pueblo los libros, las artes, la ciencia del gobierno, esa misma cultura de los selectos; y el pueblo, más enraizado en sí, más sembrado en su tierra, va, involuntaria o voluntariamente, marcando esa cultura con su manera peculiar, sudándola con su ardor, imprimiendo al deporte su típica jugada, imponiendo al artista perfil, gesto y presencia, dando a la democracia la forma de sus manos, estampando en la Ley la forma de su anhelo; y entonces, van Pericles y Licurgo, Píndaro y Praxíteles, a aprender la lección de cara nueva, a aprender la lección de gesto propio en que el pueblo devuelve la cultura transformada en estilo. (Aplausos)
Después de las estampas, vienen las meditaciones. ¿Qué significa esta fiesta, fuera de lo que el campeonato traduce en el campo de la fraternidad internacional? Hay algo muy lejos y muy por encima de lo que representa la celebración de un certamen campeonil; cuando los muchachos venezolanos iban amasando en La Habana, cero a cero y hit por hit el campeonato Mundial de Baseball Amateur, otro evento se estaba librando en el espíritu nacional. En los pies, en los brazos y en las cabezas de nuestros jugadores, a medida que iban acumulando triunfos, iban poniendo junto a la fe deportista, otra fe en otra cosa. Tanto ha conocido de derrotas desde hace tantos años, este pueblo, que su fuerza mayor era de resistencia y de asimilación. Su fe en si mismo se reincorpora hace pocos años; pero contra esa fe están sus problemas tradicionales; paludismo y anemia, desequilibrio entre su pan y su hambre, entre su agua y su sed; todo eso, va haciendo estragos y va creando el complejo de inferioridad específica, la derrota se recibe con amable comentario. Pero la radio va anunciando los triunfos, nos dice que un grupo de los nuestros, y no de los que han vivido mejor, sino de los que tienen que correr más detrás de un pan que de una pelota, está imponiendo su músculo y su mente en un concurso con atletas internacionales. Y entonces el que ya va creyendo en la anemia como en un destino, cree en si mismo como en un camino. Ya lo dijo el magistrado: “Lo mejor de esta victoria es la confianza recobrada, la fe en el rendimiento. Y algo más: el equipo está formado por muchachos de varias regiones. La espera se hace unánime, el alma de la nación se hace íntima, compacta, un alma sola para toda la Patria; desde el Presidente de la República hasta el último hombre del último rincón, desde el que practica el deporte hasta la niña que ignora los rudimentos de él y el severo académico y el sabio profesor y el enfermo ya casi agonizante, todos están ante la radio, esperando; y ya puede decirse que no es en los guantes de nuestros jugadores donde caen las pelotas bateadas por sus contadores, sino que todas se meten en la voz de la radio, para caer, en atrapada unánime, como en una mascota de ternura, en el alma del pueblo que recobra su fe. (Ovación).
En la tarde del último juego, cuando volví a mi casa, me encontré con un niño flaco, amarillo, casi un hilo; era la estampa de la anemia. Mientras lanzaba una pelota contra la pared, hablaba solo; comentaba la victoria alcanzada; y en un gesto de atleta imaginario exclamó: __Yo soy Vidal López. (Risas). Antes, los niños venezolanos se bautizaban con nombres de guerrilleros y había un poco de eso en todos ellos; pero éste, así como es, es Vidal López. Cuando le ví, tan flaco, estuve a punto de decirle: __No, hijo mío, tú no eres Vidal López. A Vidal López lo dio la tierra sola, a puro esfuerzo, como dio el Samán de Güere o la Ceiba de San Francisco. Tú no eres Vidal López porque cuatro generaciones de tus antepasados fueron, o los llevaron, a regar sus esfuerzos en inútil trajín de sangre y odio, sobre la pobre tierra abandonada; tú no eres Vidal López, porque los campos estuvieron sin brazos y tu sangre corría y se gastaba con el mal pan, con el mal techo, con el mal camino, con la mala bebida. Pero ahora la voz de la radio trenzada con la voz del pueblo, vigorosa de confianza, borró aquel mal recuerdo, porque tuve confianza de la renovación de la fe. Y aquí vengo a decir que este triunfo debe ser un estímulo, que la energía nacional ha de aumentarse para que la fe no disminuya; que la vivienda sana y la alimentación han de ser un designio inquebrantable. Porque toda esta unidad del espíritu nacional debe concretarse en ayudar a la tierra a producir sus samanes y sus ceibas humanos, para que sea Vidal López el niño de mi cuento. (Ovación).
Y todo cuanto pueda decirse del esfuerzo venezolano se está diciendo también del esfuerzo cubano. Marinos cubanos del más hermoso barco anclado en el más hermoso de los mares, llevad a Cuba, gracia pasión y mimo de la América, el saludo del pueblo venezolano y la conciencia de que no ha habido un solo triunfador. Porque si alguien debe sonreír satisfecha de la victoria venezolana es Cuba. Porque fue Cuba quien nos enseñó a jugar este maravilloso juego. Todavía recuerdan los viejos aficionados los días del Club de Caracas, en 1896, cuando los cubanos Miguel y Joaquín González y Adolfo Inchausti pusieron el primer bate en manos de los Franklin, de los Sola, de Lorenzo Llamozas, de Roberto Todd. Y en la hora gloriosa del “San Bernardino” fue un gran pelotero cubano, Emérito Argudín, quién estimuló la vocación de Carlos Márquez, de Lesmes Urdaneta, de Jaime Todd, de Vicente Marturet, que pitcheaba con cuello duro y corbata, de Julio Carvajal, de tantos otros y del Mudo Izquierdo, que si hoy estuviera vivo, hablaría por la primera vez. Y sin contar a otros, aquí está el gran espíritu deportista de José Rodríguez, parte del alma y del pensamiento del equipo, en quién se realiza mejor que en nadie la unión deportiva de Cuba y Venezuela. Y esta victoria venezolana no es otra cosa que un triunfo de la escuela cubana y la gloria del maestro en el triunfo del discípulo. Llevad este saludo a ese querido pueblo y decidles que hoy he querido tomar para ellos la expresión, nunca más adecuada, de mi tocayo Eloy González en una noche memorable de la cultura: “Gracias a Dios, señores, que los tiempos contenían una hora para la tribuna, en que pudiera hablarse de heroísmo sin delito, de glorias sin sangre y de victorias sin lágrimas”. (Clamorosa ovación).
Y a vosotros, jugadores el equipo venezolano, gracias en nombre de nuestro pueblo, que os debe esta gran alegría y este gran paso de su fe. En nuestra hora de combate cultural se concentró la angustia, el ansia de belleza y de armonía en la actuación, el afán de disciplina, el propósito de confianza y optimismo; en nombre de ese pueblo os saludo y os pido que no perdáis nunca de vista ese espectáculo de unanimidad espiritual, de manera que ahora y mañana como ayer, cuando estéis en el campo deportivo o en el taller, o en la oficina, o en la función ciudadana, sintáis en vosotros aquella unanimidad y en cada actuación vuestra os repitáis con íntima delicia: “Venezuela en el bate. Prevenido el futuro”. (Aplausos en ovación).
Más adelante en las páginas del libro encontré una entrevista con el Chino Canónico. Me parecía flotar entre el estadio “San Agustín” y el estadio “La Tropical” de La Habana.
Cada vez que soltaba aquel acetato a girar en el picó, levantaba la aguja varias veces para regresar a la parte del béisbol del 41. Más de una vez Papá me llamó la atención porque “vas a desgastar la aguja. Pasé como tres días buscándola. Además ya ese disco debe estar rayado”. Después de la simulación de la narración de Simón Díaz venía el estallido de las tribunas al terminar el juego. Después desbordaban la alegría “Tomando ron con coca-cola dice papá y mamá…” Seguí registrando las páginas de libro y encontré unas reflexiones del Chino Canónico: “Cuando llegamos al estadio La Tropical sentí un escalofrío que no sé todavía si fue miedo o por la impresión de encontrar el parque lleno hasta el techo”. “Al cerrar el sexto inning, luego de haber recibido hits seguidos de Napoleón Reyes y Andrés Fleitas, sin outs. Tuve la certeza de que sería difícil para los cubanos vencerme en los innings restantes. Al concluir ese inning me sentí “otro”. En esa entrada mi “screw ball” me rompió a maravillas contra Cuervo y el “americano” Charles Pérez…”

Alfonso L. Tusa C.

viernes, 7 de octubre de 2011

Recuerdos de como Rogers Maris rompió el record de jonrones hace 50 años

Richard Rothschild. SI.com


Que extraña escena.
El record más glamoroso de los deportes estaba a punto de caer, y aún así las tribunas de Yankee Stadium solo estaban a menos de la mitad de su capacidad. El record era perseguido por un hombre a quién le parecía que muchos aficionados del béisbol eran ambivalentes, sino hostiles.
Y el comisionado de béisbol, entonces el deporte más popular de la nación, parecía más interesado en preservar el pasado que en promover el presente.
Esta era la situación 50 años atrás, el 01 de octubre de 1961, cuando el jardinero de los Yanquis Roger Maris tomó su último impulso para romper el record de 60 jonrones en una temporada, de Babe Ruth.
¿Qué estaba pasando?
Vayamos unos meses atrás cuando los jugadores de los Yanquis, Maris y Mickey Mantle empezaron a perseguir el record del Bambino. Toda una nación estaba cautivada.
Maris y Mantle, los muchachos M & M, eran noticia de primera plana, no sólo en las páginas deportivas, sino en las primeras páginas alrededor del país. Estuvieron en la portada de la revista Life, un gran acontecimiento para aquella época.
En una época cuando el fútbol americano profesional todavía estaba por dominar el paisaje deportivo y cuando la NBA y el baloncesto universitario eran deportes de alcance limitado, el béisbol era verdaderamente el pasatiempo nacional. Maris y Mantle jugaban para el principal equipo deportivo en la principal ciudad de la nación, perseguían el principal record deportivo establecido por la principal personalidad del juego.
Mantle era uno de los atletas más famosos del país. Había ganado la Triple Corona en 1956, dos premios al jugador mas valioso de la Liga Americana y había jugado en cinco equipos ganadores de Series Mundiales.
Maris jugaba sólo su segunda temporada como Yanqui después de paradas en Cleveland y Kansas City, no era ni de cerca bien conocido. El nativo de Dakota del Norte de 27 años era un hombre tranquilo a quién no le importaban las luces brillantes de la gran ciudad. Tampoco le importaban las entrevistas y no era exactamente Jackie Gleason frente a las cámaras de televisión.
La temporada de la larga persecución de Maris y la final conquista del record de Ruth (la enfermedad y una cadera infectada sacaron a Mantle de la carrera con 54 jonrones en septiembre) era una historia dínámica pero resultó agridulce. Maris terminó batallando no sólo contra los pitchers de la Liga Americana, sino tambien contra la opinión pública, y tristemente contra el beisbol.
En vez de celebrar a Maris por lo que era, un pelotero con todas la herramientas, de hablar pausado, que haría cualquier cosa por ayudar a los Yanquis a ganar, era criticado por lo que no era, un personaje pintoresco y divertido como Ruth o el cazador de faldas y gran bebedor que era Mantle.
Algunos puristas del béisbol, como el inquilino del Salón de la Fama Roger Hornsby, despotricaron de su bajo promedio de bateo (.269). Totalmente ignorado en aquellos días de estadísticas beisboleras rudimentarias estaba el destacado OPS (porcentaje de embasado más porcentaje de slugging) de Maris, .997. Al campo y en las bases, Maris era magnífico.
“Roger era un buen jugador completo”, dijo el inquilino del Salón de la Fama y antíguo compañero de los Yanquis Yogui Berra en un correo electrónico. “Podía correr, fildear, lanzar, todo”.
Bil Skowron, el primera base de los Yanquis quien bateó su tope personal de 28 jonrones en 1961, secundó la opinión de Berra.
“Roger era un jugador completo”, dijo Skowron. “Era uno de los mejores jugadores defensivos y tenía un gran brazo. En las bases podía romper el doble play. Me salvó de batear un montón de doble plays al deslizarse con fuerza en segunda base”.

*****

En julio de 1961, los jonrones de Maris (y de Mantle) comenzaron a definir las noticias oficiales del béisbol. También lo hizo el nuevo calendario de 162 juegos. Por primera vez desde que empezó la Liga Americana en 1901, la liga se había expandido de 8 a 10 equipos, y el calendario había crecido de 154 a 162 juegos.
Nadie pensó mucho en esta extensión hasta mitad de temporada cuando los cronistas deportivos empezaron a especular si lo ocho juegos adicionales podrían ayudar a Maris o Mantle en su persecución de Ruth. Aunque había jugado su último encuentro en 1935 y había fallecido hacía 13 años, el legado de Ruth seguía dominando el béisbol. Había escritores veteranos que habían cubierto a Ruth siendo unos jovencitos. Para ellos su record de 60 jonrones establecido en 1927, era sacrosanto.
Uno de esos hombres era el comisionado Ford Frick. Un antiguo cronista deportivo, Frick hablaba a menudo de su amistad con Ruth. Había escrito la autobriografía de Ruth y le gustaba recordar a los fanáticos que estuvo en el lecho del Babe el día anterior a su muerte.
El comisionado convocó una conferencia de periodistas de béisbol para discutir lo que ocurriría si Maris o Ruth rompían la marca de Ruth después de 154 juegos. ¿Sería eso justo?
Nadie mencionó que cuando Ruth estableció su primer record de jonrones de 29 en 1919 había roto la marca anterior de 27, alcanzada por Ned Williamson en un calendario de 113 juegos en 1884. Y ciertamente nadie reclamó que el beisbol era un juego solo para blancos cuando Ruth jugaba.
Frick pudo haber ignorado a los dudosos y simplemente decir, “una temporada es una temporada” y eso hubiera sido todo. Pero Frick determinó que si el record de Ruth era roto después de 154 juegos, se colocaría un asterisco al lado del nombre del jugador.
(La NFL, que aumentó de 12 a 14 juegos ese mismo año, no tuvo ese tipo de problema con el registro de sus marcas. Cuando Sonny Jurgensen de los Eagles de Filadelfia lanzó 32 pases de touchdown en 14 juegos aquel otoño, le fue concedida la misma consideración en el libro de records que a Johnny Unitas quién había lanzado 32 pases de touchdown en sólo 12 juegos).
Maris continuó bateando. Tenía 40 jonrones a finales de julio y 51 al completar agosto.
En cada ciudad, docenas de periodistas de revistas y periódicos buscaban entrevistas con Maris. Las estaciones de radio y televisión eran parte del asedio. Algunas de las preguntas no tenían nada que ver con béisbol.
Maris me dijo en 1981 como un reportero le preguntó si tenía aventuras en las giras.
“Claro que no”, dijo Maris. “Estoy casado”.
“Bien, yo estoy casado”, dijo el reportero, “y tengo aventuras en las giras”.
En septiembre, Maris empezó a perder mechones de cabello.
El 02 de septiembre, contra los Tigres de Detroit que ocupaban el segundo lugar, bateó los jonrones 52 y 53 para comandar una victoria 7-2. En la película “61” de Billy Crystal, un documental sobre la persecución de Maris tras el record, la escena de aquel día esta fuera de la realidad. Crystal mostró a la multitud del Yankee Stadium delirando ante Maris como si este fuese Fidel Castro.
Yo estaba en Yankee Stadium ese día y ocurrió exactamente lo contrario. Cuando el segundo jonrón se llevó la pared del jardín derecho, la multitud de 50000 aficionados explotó en aplausos. Estaban emocionados por Maris y porque los Yanquis estaban a punto de aumentar su ventaja sobre Detroit. Cualquier grito de desaprobación quedó en segundo plano.
Si, la mayoría de los fanáticos de los Yanquis, así como los compañeros de Maris en los Yanquis, habrían preferido que Mantle rompiera el record. El Mick estaba en su undécima temporada con el uniforme a rayas mientras Maris estaba sólo en su segunda. Sin embargo, esto no significaba que los compañeros de Maris ignoraran sus logros.
“Roger era un gran tipo entre nosotros”, dijo Berra en su e-mail.
El juego 154 llevó a los Yanquis a Baltimore, ciudad natal de Ruth. Maris tenía 58 jonrones, necesitaba dos más para empatar a Ruth y tres para romper el record. En lo que el biógrafo de Maris y periodista deportivo de larga data Maury Allen llamó la mejor actuación bajo presión que hubiese visto, Maris respondió como un campeón.
Bateó lo que parecía ser el número 59 en el primer inning, solo para ver como vientos de 23 milas del huracán Esther se llevaban la pelota a territorio foul. Bateó el 59 en el cuarto inning. Y en el séptimo descargó un batazo que en cualquier otra noche habría sido el 60. En lugar de eso, el viento durmió la pelota y fue atrapada en frente de la baranda del jardín derecho.
Los Yanquis ganaron 4-2, aseguraron el banderín de la Liga Americana, pero la carrera de Maris tras el record había terminado oficialmente. Por lo menos eso fue lo que Frick y quienes lo apoyaban querían hacerle creer a los aficionados. Es como si quisieran decirle a los aficionados, “No hay nada que ver aquí amigos. Prepárense con nosotros para la Serie Mundial”.
***
En lugar de estadios repletos por ver si Maris podía vencer a Ruth, él terminó la temporada de 1961 frente audiencias dispersas en Yankee Stadium. Apenas 19401 aficionados lo vieron descargar su vuelacercas 60 contra Baltimore el 26 de septiembre.
Sólo 23154 asistieron al desafío final de la temporada, el 01 de octubre contra los Medias Rojas. Muchos aficionados se congregaron en las tribunas del jardín derecho con la esperanza de cobrar los 5000 dólares que el dueño de un restaurant de California ofrecía a quién atrapara la pelota que rompíera el record.
Maris sacó de línea el jonrón 61 en el cuarto inning, la pelota cayó en la tribuna del jardín derecho e hizo rico con 5000 dólares al camionero Sal Durante de Brooklyn. La multitud de Yankee Stadium ignoró por completo a Frick. Aplaudieron y aplaudieron hasta que Maris salió del dugout para quitarse la gorra, una ocurrencia muy rara para un jugador en los años de aquella década de 1960.
“Esto es muy inusual”, dijo el narrador de muchos años de los Yanquis Mel Allen.
Maris agregó una nota de gracia a la temporada del ’61 cuando su jonrón del noveno inning derrotó 3-2 a los Rojos de Cincinnati en el tercer juego de la Serie Mundial. El New York Daily News lo consideró el “número 62” y Maris lo llamó el más importante de su carrera, los Yanquis ganaron la Serie en cinco juegos.
Muchos aficionados, como el Presidente John F. Kennedy quién recibió a Maris en la Casa Blanca, aplaudieron su logro. Otros no estaban tan seguros.
Había comentarios de que la expansión había suavizado al pitcheo de la Liga Americana, aunque los bateadores del joven circuito habían bateado .256 en el ’61, escasamente por encima del .255 del ’60. La efectividad de la liga subió desde 3.87 en el ’60 a 4.02 en el ’61 pero estaba bien por debajo de las 4.16 del ’56 la temporada del la Triple Corona de Mantle.
Estaba bien que Ted Williams fuese el último bateador de .400 porque él era el Splendid Splinter. Quién más que el gran Joe DiMaggio, el Yankee Clipper, podía batear imparables en 56 juegos seguidos? Y Babe Ruth debía mantener el record de jonrones, porque después de todo, él era el Sultan of Swat.
Por supuesto, hubo mucho más de Maris que aquellos 61 jonrones. Fue el jugador más valioso de la Liga Americana en 1960 luego de conectar 39 jonrones y empujar 112 carreras a pesar de perder tres semanas con una lesión en las costillas. Bateó 33 jonrones y empujó 100 carreras en el ’62.
En la Serie Mundial del ’62 contra los Gigantes de San Francisco, Maris ayudó a ganar el Clásico de Otoño con dos jugadas que no aparecen en ningún box score.
Ha sido bien documentado como en el séptimo juego, con los Yanquis manteniendo una ventaja de 1-0 en el noveno inning, Maris hizo un corte de pelota ante el doble de Willie Mays con dos outs hacia la línea del rightfield y envió un relevo perfecto al segunda base Bobby Richardson para aguantar a Matty Alou en tercera base. Momentos después Willie McCovey destapó un lineazo a las manos de Richardson para terminar la Serie.
Su maravilloso corrido de bases que ayudó a los Yanquis a ganar el tercer juego, es menos recordado. En el séptimo inning el sencillo de dos carreras de Maris había puesto a los Yanquis arriba 2-0. Él se fue para segunda base cuando McCovey no pudo manejar el relevo del jardinero derecho.
Elston Howard bateó un elevado hacia Mays entre right y centerfield. Nadie estaba supuesto a correrle al Say Hey Kid pero Maris notó que el elevado de Howard se estaba cargando hacia el rightfield, lo cual alejaba a Mays de la tercera base. Maris se montó en segunda base, salió para tercera y llegó primero que el tiro de Mays. Luego anotó con el roletazo de Clete Boyer para darle a los Yanquis una ventaja d 3-0.
Esa carrera resultó muy importante en el noveno inning cuando los Gigantes marcaron dos carreras antes de perder 3-2.
Maris también fue clave en la arremetida final de los Yanquis donde tuvieron marca de 21-8 para ganar el banderín en 1964. Después de ser cambiado a San Luis, bateó .385 y empujó siete carreras en la Serie Mundial de 1967 para ayudar a los Cardenales a vencer a los Medias Rojas en siete juegos.
Jugó para siete ganadores de banderines y para tres campeones mundiales y ciertamente no era el jugador incoloro a menudo dibujado por los medios.
“Roger era un verdadero buen tipo”, Berra escribió en un correo electrónico. “Fue un buen hombre de familia. Yo jugué en su torneo de golf en Dakota del Norte. Fue un gran hombre”.
Maris se retiró luego de la temporada del ’68 y se mudó a Gainesville, Fla., donde era propietario de una distribuidora de cerveza. Lentamente empezó a labrar su retorno al beisbol, aparecía en juegos de viejas glorias y finalmente regresó a Yankee Stadium en 1984 para una ceremonia donde retiraron su número 9 y colocaron su placa en el Parque de los Monumentos.
Falleció en diciembre de 1985 de linfoma de Hodgkin a los 51 años. Seis años después el Comisionado Fay Vincent oficializó que Maris era el dueño del record de más jonrones en una temporada de Grandes Ligas. Su marca prevaleció hasta que Mark McGwire descargó 70 vuelacercas en 1998. Barry Bonds sacó 73 en 2001.
Ambos, McGwire y Bonds admitieron después que usaron drogas para mejorar su rendimiento, aunque Bonds argumentó que lo hizo inconcientemente.
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Maris nunca bateó más de 39 jonrones en otra temporada y sus 61 fueron catalogados de algo inusual. Hoy podría ser clasificado como un espejismo deportivo. Lo inesperado ocurre en los deportes, para equipos e individuos. Bob Beamon nunca había saltado más lejos de 27 pies, 4 ¾ de pulgada, pero ayudado por la altitud y el máximo viento permitido, voló sobre los 29 pies en los Juegos Olímpicos de México.
Los Mets de Nueva York de 1969, el equipo olímpico de hockey de Estados Unidos y el equipo de baloncesto del estado de Carolina del Norte de 1983, todos vencieron las expectativas. No había manera que los Gigantes de Nueva York vencieran a los invictos Patriots de New England en el Super Bowl de 2008 pero lo hicieron.
El béisbol en particular está lleno con actuaciones de espejismo. Chief Wilson de los Piratas tiene la marca de más triples con 36 en 1912. Nunca bateó más de 14 en cualquiera de sus otras temporadas. Earl Webb de los Medias Rojas tiene el record de dobles con 67 en 1931. Su total más cercano fue 30.
Cinco octubres antes del ’61, un pitcher con marca por debajo de .500 y simpatía por el el tiempo libre llamado Don Larsen lanzó un juego perfecto contra los poderosos Dodgers de Brooklyn en la Serie Mundial de 1956.
Roger Maris tuvo la poca fortuna de retar al sagrado Babe Ruth, para muchos viejos fanáticos del béisbol y periodistas eso era inaceptable.
Por estos días Ruth sigue siendo una figura idolatrada pero ya no es intocable y ciertamente no es un santo. Sus numerosos vicios, que siempre fueron reportados en sus días como pelotero activo, se han convertido en parte de su biografía. Su record vitalicio de jonrones ha sido superado dos veces y ya no posee la marca de porcentaje de slugging para una temporada.
Maris, cuyo vicio principal se dijo que era “muchos Marlboros”, ha salido bien parado después que la era de los esteroides reescribió (muchos dirían que manchó) el libro de records del beisbol. Todavía tiene el record de jonrones en la Liga Americana.
Berra dijo, “No quiero participar en ese debate de si Maris es el verdadero rey del jonrón en una temporada”. Bill Skowron lo ve diferente.
“Diría que Maris es el hombre del record. Esa es mi opinión”, dijo Skowron. “Los otros tipos usaron esteroides. Pero ese no es mi problema. Tengo 80 años. ¿Qué puedo hacer?”
Independientemente de lo que piensen los aficionados del beisbol sobre el record de Maris, su temporada de 1961, con el tiempo, ha pasado a ser apreciada como uno de los logros más destacados en los deportes estadounidenses.
Como los astronautas Mercury de principios de los años 1960, quienes salían al espacio exterior, así sus jonrones atravesaban el espacio interior. Roger Maris fue un artillero de la tripulación quién cumplió su misión. Fue el rightfielder con las herramientas apropiadas.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 4 de octubre de 2011

Carlos García a bordo.



Varias personas especularon si García de verdad regresaría como manager de los Navegantes del Magallanes para la temporada 2011-2012 cuando la gerencia deportiva anunció la contratación de Luis Dorante como coach de banca y Luis Sojo como coach de tercera base. Decían que se podría presentar la misma situación de Kremblas el año pasado. García se quedaría en el norte y Magallanes nombraría como sustituto a Dorante. Muchos aficionados aún afectados por aquel triste episodio se hicieron eco de la especie y se creó un rumor que sólo podría desvanecerse desde el momento que Carlos García pisara territorio venezolano, lo cual ocurrió la noche de este lunes 03 de octubre de 2011.
Los Navegantes van a tener en muchos sentidos el mismo equipo que encalló el año pasado entre los arrecifes de las confusiones. El equipo también tiene mucho de la base peloteril en la que se afincó parra llegar hasta el séptimo juego de la final 2009-2010.
Existe una teoría de algunos entendidos del béisbol que habla sobre como los equipos ganan solos y el manager es sólo un simple moderador de dugout. La práctica en innumerables ocasiones ha demostrado escenarios esclarecedores. En 1967 los Medias Rojas de Boston venían del sótano de la Liga Americana. El manager nuevo Dick Williams fue capaz de motivar a esencialmente la misma base de peloteros para llevar al equipo hasta el banderín de la Liga Americana. Los Rojos de Cincinnati pasaron todos los años sesnta tratando de repetir el banderín de 1961, la llegada de un manager desconocido, George Anderson “¿Sparky quién?”) los llevó hasta el título de la Liga Nacional en 1970. El propio Sparky repitió la historia en Detroit (1984) para poner a ganar un equipo que tenía todos peloteros para hacerlo. Earl Weaver también hizo otro tanto con los Orioles que habían ganado en 1966 y pasaron las próximas dos temporadas sin ver a Linda. Chuck Tanner trabajó duro con los Piratas de Pittsburgh para hacerlos campeones en 1979. Danny Murtaugh supo mezclar sapiencia y paciencia para coronar a los Piratas en 1960 y 1971. Billy Martin llevó a los Mellizos de Minnesota de 1969, los Tigres de Detroit de 1972 y los Yanquis de Nueva York de 1976 al banderín con equipos relativamente modestos. Whitey Herzog hizo de los Cardenales un equipo ganador en los años 80. Terry Francona condujo a los Medias Rojas en 2004 y 2007. Oswaldo Guillén supo juntar las piezas y las decisiones para levantar a los Medias Blancas de Chicago hasta las alturas de la Serie Mundial de 2005.
También ocurre que managers con tremendos equipos fracasan. Como le ocurrió a Gene Mauch en 1964 o a Don Zimmer en 1978. El punto clave de todo esto es que un manager representa mucho más que un psicólogo o un animador para un equipo. La tarea de dirigir comprende conocer el béisbol, compartir con los jugadores, actualizar conocimientos y saber mezclar esas facultades para tomar las decisiones apropiadas en el momento adecuado.” Cuando se gana, el triunfo es de los peloteros; cuando se pierde, la responsabilidad es del manager”. La realidad es que en ambas situaciones ambas partes tienen que ver. El manager ciertamente es una pieza fundamental en cualquier equipo. Sino pregunten en los Tigres de Aragua por Buddy Bailey y Oswaldo Virgil. En el Caracas por Regino Otero, el propio Virgil, Alfonso Carrasquel, Felipe Alou, Phil Regan y Carlos Subero entre otros. En La Guaira por José Antonio Casanova, Wilfredo Calviño, Preston Gómez, Virgil. En Magallanes por Lázaro Salazar, Patato Pascual, Willie Horton, Tim Tolman, Regan. En Lara por Domingo Carrasquel u Omar Malavé. En Zulia por Rubén Amaro o Pompeyo Davalillo. En Caribes por Julio Franco.
Si Carlos García lo es para el Magallanes, hay un camino andado por lo ocurrido en la 2009-2010. Cuando el barco zarpe para la 2011-2012 o quizás desde ya, empezará a confirmarse la influencia de El Almirante en el rumbo de la nave magallanera.

Alfonso L. Tusa C.

domingo, 2 de octubre de 2011

Un jonrón especial cargado de humildad

Ray Robinson. 01-10-2011. The New York Times

Me senté entre los últimos bancos de la Iglesia Catedral de St. John the Divine en Manhattan, durante el funeral del comentarista deportivo y escritor Dick Schaap en enero de 2002. El lugar estaba repleto mientras los viejos amigos decían sus últimos adioses.
Había un puesto vacío a mi lado. Bobby Thomson llegó tarde, me tocó el hombro.
“¿Me permite que me siente a su lado?”, preguntó.
“Seguro”, dije.
Luego del funeral, salimos de la catedral.
“¿Conocía bien a Dick?” Le pregunté a Thomson.
Se volteó hacia mí y contestó de manera relajada. “No. Pero dijo tantas cosas agradables de mí, que pensé que debía venir y mostrarle mi respeto”.
Típica respuesta de Thomson, quién siempre trataba de mantenerse fiel a su ética personal: “Si le puedo dar felicidad a alguien, o ayudarlo, trataré de hacerlo”.
Había conocido a Thomson mientras investigaba para mi libro de 1991 sobre la carrera por el banderín de hacía 40 años entre los Gigantes de Nueva York y los Dodgers de Brooklyn y aquel inolvidable jonrón, que le dio a los Gigantes el titulo de la Liga Nacional. Algunos han considerado su turno al bate en el cierre del noveno inning del 03 de octubre de 1951, el momento más dramático de la historia del béisbol.
Thomson falleció en agosto de 2010 a los 86 años. He estado pensando en él recientemente a medida que se aproxima el sexagésimo aniversario de su hazaña. Se hizo famoso en una noche, e infame para los acólitos de Ebbets Field en Brooklyn.
Pero Thomson no entró al Salón de la Fama del beisbol; no tenía los números. Bateó para .279 con 264 vuelacercas mientras jugó con los Gigantes y otros cuatro equipos entre 1946 y 1960.
Al hacer un balance de su carrera, Thomson dijo: “Aquel jonrón fue lo mejor que me ocurrió”. A medida que pasaron los años, se dio cuenta, con placer y perspectiva, la buena fortuna que había tenido con sólo un movimiento de su bate en Polo Grounds.
“La gente me recuerda por ese momento”, dijo. “No me habrían prestado mucha atención si eso no hubiese ocurrido”.
En su vida después del béisbol, Thomson fue un frecuente animador de eventos de caridad. Rara vez faltaba a la jornada anual a beneficio de la lucha contra la esclerosis amiotrófica lateral, mejor conocida como la enfermedad de Lou Gehrig. Siempre estuvo pendiente de los agradecidos admiradores que le enviaban cartas y postales. No tenía secretaria, sus respuestas eran manuscritas. Thomson también podía viajar lejos por un aficionado.
Albert Engelken era un adolescente cuando oyó al narrador radial Russ Hodges gritar, “¡Los Gigantes ganan el banderín!” La esposa de Engelken, Betsey, sabía de su simpatía por Thomson. (En la placa de su carro tiene el número 23 de Thomson).
Ella planificó una sorpresa especial para el cumpleaños 50 de Engelken. Llamó a Thomson, quién vivía en Nueva Jersey.
“¿Podría encontrarse con Albert y conmigo en la Exit 10 de la New Jersey Turnpike?”, le preguntó al medianamente perplejo Thomson. “Voy a hacer una historia sobre porqué tengo que ver los documentos de un amigo”.
Thomson se unió a la feliz conspiración, al aparecer en la fecha indicada en el lugar acordado. Por una hora, los dos hombres hablaron como viejos amigos, para delirio de Engelken, entonces un oficial de tránsito en Washington.
“Tenía la obligación de hacerlo”, dijo Thomson.
Siempre fue muy apegado a cumplir sus compromisos. Poco antes de que un documental de HBO sobre su jonrón fuese lanzado en 2001, Bobby, el hijo de Thomson, falleció repentinamente a los 38 años. A pesar de su dolor, Thomson asistió a la presentación de HBO como había prometido. Su rostro era una máscara pálida. Agradeció a la gente por asistir.
“Bobby siempre trató de mantener las cosas en perspectiva”, dijo Ross Greenburg, entonces el jefe de deportes de HBO. “A pesar de lo triste que estaba, habló de manera relajada y comedida. Ese era su estilo”.
Joshua Prager, el autor de “The Echoing Green”, un libro clásico que profundiza sobre Thomson y su antagonista de 1951, el pitcher Ralph Branca, dijo: “Ambos fueron buenos hombres. Pero estos dos hombres que entraron juntos a la historia del béisbol, también eran muy diferentes. Bobby tenía ese tipo de humildad que raramente se ve en estos días de egos desbocados”.
Ray Robinson es el autor de “The Home Run Heard ’Round the World.” (“El jonrón que se escuchó alrededor del mundo”.)

Traducción: Alfonso L. Tusa C.