miércoles, 20 de marzo de 2019

Johnny Hetki: Aquellos Juegos Maratónicos.

Hace unos días vi una película donde hay una confrontación entre dos profesores universitarios. De pronto me pareció que la frase “Una imagen dice más que mil palabras” que esgrimió la profesora de pintura no tenía tanta fuerza ante la tesis del profesor de literatura, que decía más o menos: “Las palabras son elementos evolutivos de las imágenes que originaron la comunicación gráfica, por tanto transmiten detalles imperceptibles para las imágenes”. La diatriba alcanza a los estudiantes y se establece una especie de debate que conforma el argumento de la película. Eso de alguna manera encajó en mi mente cuando al revisar la necrología beisbolera de enero de 2019 hallé que el diez de ese mes falleció Johnny Hetki, lanzador derecho de beisbol, en Parma, Ohio, USA. Por un momento pestañeé, cerré los ojos y vi la cara de mi hermano mayor mientras atesoraba un recorte de periódico amarillento con la reseña y el box score de un juego de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. Se trataba de un juego entre Cervecería Caracas y Navegantes del Magallanes, 14 de febrero de 1952, último juego entre esos equipos, fin de la época del estadio Cerveza Caracas de San Agustín. Por mucho tiempo intenté leer ese recorte de periódico, solo que Felipe era muy celoso con sus barajitas, revistas, pelotas y cualquier cosa que tuviera que ver con beisbol. Por más que registraba el cuarto cuando él no estaba, nunca hallaba sus atesorados objetos. Entonces una noche antes de dormir le hice tantas preguntas del recorte de periódico amarillento que terminó contándome, él ni siquiera había nacido, el recorte se lo había regalado el señor de la casa de al lado cuando lo veía sufrir con aquel Magallanes de mediados de los ’60. Aquel era un juego de trámite, Cervecería había asegurado el campeonato con una ventaja de más de diez juegos. Aún así la gran rivalidad y el sentido de responsabilidad con el público hizo que los equipos salieran al campo con sus mejores peloteros, por los Navegantes abrió Johnny Hetki, quien tenía balance de 12-6 y buscaba igualar la marca de la liga. Por Cervecería subió al montículo José Carrao Bracho con registro de 7-4. Siempre había escuchado a Felipe recurrir a este juego para contrarrestar a sus amigos caraquistas, luego lo usaba más seguido cuando el juego empezó a cambiar gradualmente, el bateador designado, el uso de relevistas con cierta regularidad, la disminución del número de envíos permitidos por apertura, la especialización de los relevistas. Uno de los argumentos de quienes justifican este tipo de modificaciones en la “evolución” del juego reside en que el acto de lanzar una pelota de beisbol es una acción antinatural y tiende a lesionar el brazo de los pitchers. Mi hermano decía que las lesiones ocurrían principalmente porque los pitchers abusaban al intentar lanzar la recta con demasiada velocidad, o al tratar de lanzar curvas con mucho efecto. Antes no se lesionaban tanto los pitchers porque se dedicaban más a la ubicación de los envíos guardando unos patrones razonables de velocidad y efecto, eso les permitía más control, lo cual se traducía en menos lanzamientos por juego. Eso de alguna manera lo comprobaron en los últimos años Greg Maddux y Roy Halladay, quizás los últimos representantes de los pitchers con más de diez juegos completos por temporada. Hetki nació el 12 de mayo de 1922, en Leavenworth, Kansas. Debutó en las ligas menores con marca de 16-10 para los Cardinals de Albuquerque de la Arizona-Texas League en 1941, fue escogido como pitcher del equipo de estrellas de la liga. Luego fue firmado por la organización de los Rojos de Cincinnati, antes de la temporada de 1942, entonces tuvo marca de 4-1 y 2.16 de efectividad con los Barons de Birmingham antes de unirse a los Reds de Ogden, donde tuvo marca de 13-8 y lideró la Pioneer League con 2.24 de efectividad (líder). Entonces vino un receso de dos años por su participación en la segunda guerra mundial. Al regresar al beisbol a principios de 1945, Hetki debutó en las grandes ligas con los Rojos en septiembre de ese año. Tuvo marca de 1-2 y 3.58 de efectividad en dos aperturas y tres relevos. Su temporada más productiva fue la de 1946, cuando terminó con 6-6 y 2.99 de efectividad en 32 juegos, 11 aperturas y cuatro juegos completos. Estuvo con los Rojos hasta 1950. Antes había pasado por los Chiefs de Syracuse de la International League donde tuvo marca de 16-14, terminó quinto en victorias y segundo en innings lanzados (250). Entonces fue cambiado a los Carmelitas de San Luis en octubre de 1950. La voz de Felipe resonaba en la oscuridad aunque susurraba, parecía estar leyendo de memoria la reseña del periódico amarillento. Ese pitcher Hetki, que había contratado Don Carlos Lavaud en su afán de conseguir el tercer campeonato seguido para el Magallanes, se fajaba como los buenos, todos los lanzamientos bordaban la zona de strike, no vendía una sola pelota. Por algo había ganado 12 juegos, sin embargo, parecía que había reservado su mejor actuación para esta oportunidad. Dominaba con seguridad pasmosa a una alineación plagada de estrellas como: Clarence Hicks, Dalmiro Finol, Morris Mozzali, Wilmer Fields, Ferrell Anderson, Albino Bobb y Miguel Sanabria entre otros. Desde la trinchera contraria Carrao Bracho hacía lo propio con Ed Knoblauch, Dave Hoskins, Luis Camaleón García, Jim Pendleton, Quincey Trouppe, Chucho Ramos, Adolfredo González y Vidal López por nombrar algunos. Entonces en la apertura del séptimo episodio Fields despachó doblete, Finol lo llevó a la antesala mediante rodado al cuadro y Anderson lo remolcó con sencillo. Magallanes respondió en el cierre de esa entrada, Trouppe conectó imparable, Chucho Ramos lo imitó y luego del out de González, López trajo el empate con otro sencillo. Hetki vistió la camiseta de los Maple Leafs de Toronto de la International League en 1951. Allí fue líder en victorias con 19 y en innings lanzados con 256. Fue subido a los Carmelitas en 1952 y en apenas tres apariciones tuvo marca de 0-1. Luego fue tomado por los Piratas de Pittsburgh en la aplicación de la regla V de 1952. Con los Piratas actuó principalmente como relevista. Tuvo balance de 3-6 en 1953 y 4-4 en 1954 cuando lideró la Liga Nacional en juegos terminados (46). En su carrera tuvo marca de 18-26, 4.39 de efectividad y 13 juegos salvados. Efectuó 23 aperturas en 214 juegos. 175 ponches, 185 boletos, 525 innings lanzados. Por otro lado en las menores tuvo balance de 101-71, 3.27 de efectividad entre 1941 y 1956. Felipe reconocía que Hetki apenas había sido un pitcher secundario en grandes ligas, aunque siempre sacaba a relucir un juego del 27 de abril de 1947 en Crosley Field. Cincinnati ante los Piratas. Hetki versus Oestermuller. Mi hermano no aceptaba la explicación de que un juego lo puede ganar cualquiera. De inmediato recurría a los lideratos de juegos completos (11), victorias (12) y efectividad (2.72), alcanzados con el Magallanes en la temporada 1951-52; a las 13 victorias y el liderato de efectividad con el Ogden de la Pioneer League en 1941, las 16 victorias con los Chiefs de Syracuse de la International League en 1949, los lideratos en victorias (19) e innings lanzados (250) con los Maple Leafs de Toronto de la International League en 1951. Eso no podía ser tomado como algo circunstancial, el talento, el valor, la gallardía de Hetki estaban ahí, eso no lo podía negar nadie. Tampoco podrían decirle que eso ocurrió en otras ligas porque en las grandes ligas también dio muestras de su valía. El juego de Crosley Field es muestra de eso, la temporada de 1954 es muestra de eso. Pocas veces veía a Felipe perder la compostura hasta empuñar las manos y colorear del rojo más intenso sus facciones. ¿Cómo era posible que apreciara tanto a un pelotero que nunca vio, ni siquiera escuchó un juego donde el participara? Durante los nueve innings transcurridos entre el séptimo y el décimo séptimo, mi hermano se refirió a todas las veces que había hablado de ese juego con el señor quien le había regalado el recorte de periódico. Cada vez el hombre parecía tener nuevas historias de lo que escuchó del narrador radiofónico. Pancho Pepe Croquer se sorprendía por los cambios de actitud de Hetki de acuerdo a las circunstancias. Si estaba dominando, lanzaba sin descanso, los bateadores no tenían oportunidad de salirse de la caja de bateo. Si tenía corredores en base, se tomaba ciertas pausas entre lanzamientos que a veces generaban la reclamación del árbitro. Muchos años después, cuando nunca imaginé que Felipe recordara aquel pitcher de los juegos maratónicos, el sonido del celular me despertó una noche a eso de las 11. La voz emocionada sonó idéntica a la de aquella noche de niñez y adolescencia. “¡Sabes que encontré una pagina de beisbol en internet, se llama retrosheet y tiene todos los juegos y peloteros de grandes ligas! ¿A que no sabes cual juego encontré? Si ese mismo, el del 27 de abril de 1947. Jugada a jugada. Yo sabía que Hetki había ganado 2-1 en 12 innings. Pero ahora pude conocer en detalle la magnitud de su trabajo. En el propio primer inning se le embasaron tres corredores después de un out y tuvo la fortaleza para retirar a Gustine con elevado en foul al receptor y a Westlake con elevado al jardín central. En el tercero, cuando le marcaron la única carrera, ponchó a Hank Greenberg luego de sencillo de Ralph Kiner y boleto a Russell, entonces Gustine despachó sencillo impulsor, pero fue out en segunda de jardinero derecho, a campocorto a segunda base, enseguida Hetki ponchó a Westlake para cerrar el episodio. En el cuarto luego de retirar a Klutz y Basinski, recibió imparables de Oestermuller y Cox, pero se recompuso para ponchar a Kiner. En el séptimo Cincinnati empató mediante dobles de Haas y Lamanno. En el décimosegundo inning, Hetki dominó a Kiner con elevado a la izquierda, Russell la rodó por el campocorto, y Greenberg también elevó a la izquierda. Cincinnati ganó al marcar una rayita en el cierre de esa entrada. Imprimí las páginas de ese juego, a lo mejor no son tan valiosas para mí como el periódico amarillento, pero también valen mucho para mí, son una prueba del gran pitcher que fue Hetki”. Cuando apagué el teléfono me vino a la mente por momentos la fotografía del recorte de periódico pero no podía detallarla. Aunque recordaba perfectamente la emoción de Felipe mientras recitaba el paso con que Hetki retiraba inning tras inning en el estadio de San Agustin, no me venía a la mente la imagen de la fotografía. La elocuencia era tal que parecía que hubiese estado presente en el estadio o hubiera escuchado el juego la noche del 14 de febrero de 1952. Conocía cada out, cada incidente de los árbitros, cada imparable, cada error. Lo que no aparecía en la reseña del periódico, el vecino se lo había contado de lo que había escuchado por radio. Felipe aminoró un poco el volumen y la intensidad de su voz cuando se refirió al décimoseptimo inning del Cervecería Caracas. Los lupulosos habían tomado la delantera mediante sencillo de Mozzalli y cuadrangular de Fields. Cuando la voz parecía apagarse Felipe brincó en la cama y subió la voz. Me asusté y me metí debajo de la almohada. Entonces casi ahogado, atragantado refirió que en el cierre de ese inning, Dave Hoskins soltó imparable y Camaleón García largó vuelacercas para igualar el marcador y darle sentido a la titánica demostración que Johnny Hetki había ejecutado desde el montículo. Al escuchar la gesta de Hetki al resistir por 18 innings ante el campeón de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, con gallardía, coraje y entereza hasta que el juego fue suspendido por límite de tiempo con el marcador igualado a tres carreras, fue inevitable recordar el origen de la carrera olímpica denominada maratón. Herodoto nos dice que el rey Dario de Persia desembarco una tropa de 20.000 hombres cerca de Maraton con el fin de conquistar a los griegos y castigarlos por haber ayudado a los jónicos quienes se habían rebelado contra la ley. De acuerdo al historiador romano Cornelius Nepo en el siglo I antes de Cristo, los griegos pidieron ayuda a los espartanos. Para ello utilizaron los servicios del corredor de distancias largas (hemeródromo) Filípides, quie se desplazó desde Maratón hasta Atenas para comunicar que por órdenes del general Milciades se debía solicitar ayuda a los espartanos. Herodoto no es claro acerca de si el hemeródromo que corrió desde Maratón hacia Atenas era el mismo que fue desde Atenas hasta Esparta y regresó hasta Atenas para seguir hacia Maratón o si lo relevaron. La legendaria carrera de Maratón hacia Atenas pudo haber tomado una de dos rutas, la opción más larga es del alrededor de 40 kilómetros (25 millas), mientras que la más corta es de unos 34 kilómetros (21 millas). La distancia entre Atenas y Esparta ronda los 245 kilómetros. En la película “Imágenes y Palabras”, la pugna entre los profesores se hace cada vez más punzante e interesante, cargada de argumentos muy válidos de ambos lados que tiene un punto cumbre cuando un estudiante debe escribir un ensayo acerca de la pintura realizada por otro. En cuanto a la “evolución” del beisbol Felipe siempre dijo que para él, el verdadero juego era el de las jugadas pequeñas, el squeeze play, bateo y corrido, la bicicleta, el pitcher haciendo la asistencia detrás de tercera o del plato con lanzamientos desde los jardines, nunca lanzar en la zona de strike en cuenta de 0 y 2, nunca intentar ponchar todo el tiempo, si el pitcher tiene una buena economía de lanzamientos debe permitírsele llegar lejos en el juego. Esas son las palabras del juego, los elementos que comunican la esencia del beisbol si se suprimen, el juego cada vez parecerá más desnaturalizado, carente de sustancia, reseco de emociones. “Es desesperante ver como un manager puede traer hasta tres y cuatro relevistas en un mismo inning, eso rompe la concentración de los peloteros y la confianza de los pitchers”, fue una de las últimas reclamaciones que le escuché a Felipe mientras discutía con un partidario del nuevo beisbol. En la temporada 1951-52, Johnny Hetki dejó marca de 12-6 en 25 juegos, 11 juegos completos, 165. 1 innings lanzados, 159 hits permitidos, 59, ponches, 37 boletos, 2.72 de efectividad. En la 1952-53 sus números fueron: 6-6 en 27 juegos, 5 juegos completos, 124.1 innings lanzados, 132 hits permitidos, 57 ponches, 51 boletos, 3.98 de efectividad. Los 18 innings que lanzó en aquel juego del 14 de febrero de 1952 siguen siendo la marca de LVBP. A Johnny Hetki le sobreviven sus hijos: Betty Wheaton (David), James E. (Nancy). Nietos: Andrew Young, Jillian and Stephanie Hetki, Michael y Matthew Wheaton y Michele O' Malley. Hermanos: Helen Lorig, Anthony Hetkey. Una de estas noches mientras recordaba como Felipe había accedido finalmente a mostrarme una vez más el recorte de periódico amarillento luego de contarme la historia del juego maratónico, forcé la memoria hasta que pude afinar el enfoque de la fotografía. Estaba Hetki cargado a hombros por los aficionados magallaneros a mitad de camino entre el montículo y el dugout. La expresión de los aficionados era tan jubilosa como si hubiesen ganado el campeonato. Hetki aparece entre sorprendido y emocionado. En su rostro hay algo de los gestos de Emil Zatopek, Abebe Bikila, Frank Shorter o Lasse Viren al cruzar la meta. Alfonso L. Tusa C. 27 de febrero de 2019.© Sources and Resources Daniel Gutierrez, Efraim Álvarez, Daniel Gutierrez (h). La Enciclopedia del Beisbol en Venezuela. Liga Venezolana de Béisbol Profesional. Caracas 2006. 418 pp. Daniel Gutiérrez, Javier González. Records Liga Venezolana de Beisbol Profesional 1946-2006. Caracas 2006. p 156. Lloyd Johnson & Miles Wolff. The Encyclopedia of Minor League Baseball. Baseball America, Inc. Durham, North Carolina. 1997. p 324, 334, 400. Giner García, Emil Bracho, Luis E. Sequera. 99+1. Fundación Magallanes de Carabobo. 1996. p 25, 26. Carlos Figueroa Ruiz, Javier González. 60 Juegos Memorables en 60 años de la LVBP. Grupo Editorial Norma. Carcas 2006. p 41, 42, 43. David E. Martin, Roger W.H. Gynn. The Olympic Marathon. Human Kinetics. 2000. P 1, 2, 3. Retrosheet-org Baseball.reference.com

La imagen de Isaías Látigo Chávez aún refulge sobre aquel mediodía fulminante.

Aún resuena el estallido entre Ziruma y La Trinidad. Aún silba el tren de aterrizaje al casi rozar la alambrada del aeropuerto Grano de Oro en Maracaibo. Aún titila la luz roja del sensor de temperatura del avión. Aún se escuchan los gritos del piloto Emiliano Savelli en la cabina de mandos: “Esta vaina no tiene fuerza”. Aún oscila la cartera en las manos del hombre delgado de mirada extraviada. Ese domingo 16 de marzo de 1969, a diferencia de lo normal, no viajamos a Cumaná. Entre la una y las dos de la tarde, Felipe le dio volumen al radio cuando anunciaron una canción de Bobby Solo: “Prendi questa mano, zíngara…dimmi pure che destino avro…” En menos de dos minutos sonó la fanfarria de Noti-Rumbos. Se había precipitado a tierra un avión de Viasa. El locutor informaba con voz entrecortada que entre las víctimas se encontraba el pitcher de beisbol Isaías Látigo Chávez. Pasaron más de diez minutos en silencio. Felipe solo suspiraba y masticaba saliva. Me salí de la ducha y pregunté envuelto en agua “¿Qué pasó?” Aun estaba aprendiendo a conocer el juego, pero sabía quien era el Látigo, ese tipo que tanto nombraban mis hermanos cada cuatro días y que aunque tuvieran el examen más difícil de matemáticas la mañana siguiente, se las ingeniaban para escuchar el juego. Pasé como tres días casi sin hablar, sentía el dolor de aquella desaparición como la de un familiar muy cercano, extrañaba todos los juegos que esperaba escuchar, todas las victorias, todos las asistencias, todos los juegos de un hit o sin hits ni carreras, que había soñado ver alcanzar al Látigo en el futuro inmediato. Papá no entendía como si yo apenas conocía de beisbol, podía sentir con tal cercanía la desaparición de Isaías Chávez. Ignoraba que yo era testigo de primera fila de cada una de las transmisiones, de cada uno de los gestos, gritos y zapatazos de mis hermanos cuando el narrador anunciaba tal lanzamiento, tal jugada o tal batazo, en la mayoría de ellas se mencionaba la diligencia y disposición del Látigo. Aún desde mi ignorancia podía entender la intensidad, las agallas, la integridad, la esencia de aquel pelotero. Las descripciones, los análisis de mis hermanos eran tan detallados, tan extensos, tan minuciosos, que llegué a mencionar términos como strike, squeezeplay o wind up sin siquiera saber nada de inglés. Y hasta los sorprendí cuando aquella tarde dominical de finales de septiembre de 1967, los llamé para decirles que El Látigo iba a entrar a relevar. Felipe me quedó mirando con los ojos desorbitados mientras reubicaba el radio en otro lugar del techo de la casa para mejorar la sintonización de la emisora estadounidense. Luego cuando terminó el juego con marcador de San Francisco 1 Filadelfia 0, también entendí perfectamente cuando el narrador dijo en inglés que El Látigo era el pitcher ganador. Luego de tres días en los que apenas probaba bocado y me retiraba a mi habitación, sentí los pasos de papá. El olor de cigarrillos se deshizo ante la ronquera de su voz. Intentó sacarme de debajo de la almohada. “Sé lo que estás pasando”. Le respondía casi sin voz. “No, no lo sabes”. Papá apoyó los codos en sus rodillas y empezó a hablar como nunca lo había escuchado, la voz se le afinó hasta hablar como un adolescente, entrecortado, las pausas duraban hasta medio segundo. “Iba saliendo de una clase de matemáticas cuando escuché un revuelo en la bodega de la esquina. La gente mencionaba el nombre de Il Grande Torino, mi equipo de la liga italiana de futbol que tantas alegrías me había dado. Por las facciones y los desniveles de modulación, presentí que la noticia no era buena. El avión donde viajaba el equipo completo de Torino se estrelló contra la basílica de Superga y perecieron todos. Todo el equipo, que a la vez era casi toda la selección italiana. Pasé varios días sin comer, hasta que mi mamá fue a hablar conmigo, a tratar de convencerme que la vida tiene momentos duros, oscuros, desoladores, pero había que sobreponerse, que intentar hablar con Dios. En mi dolor, lo único que pensaba era que ya no oiría o seguiría en los periódicos los juegos, los goles, las grandes jugadas de mis jugadores favoritos, se había acabado todo , ya no seguiría más el futbol, senza Il Grande Torino, no tenía sentido. Poco a poco me fui asomando debajo de la almohada. “¿Cómo hiciste para aceptar eso? Papá suspiró hasta casi detener la respiración. No sé si lo acepté o aprendí a asimilarlo. No fue fácil. Pasé muchos días, más de un mes, llorando escondido debajo de la cama. Hasta que mi mamá me iba a buscar y me extendía la mano para sacarme de allí. Pasé mucho tiempo sin seguir el futbol. Ni siquiera veía las páginas deportivas. Luego, de a poco volví a escuchar y ver los juegos. Pero nunca con la misma emoción, la misma intensidad, el mismo afecto que cuando jugaba Il Grande Torino. Era una especie de relación casi familiar, que llevaba muy dentro de mí. Una vez mi mamá me tuvo que ir a buscar en el patio y quitarme el radio, tenía más de diez minutos llamándome, no la oia porque jugaba Torino y había marcado dos goles en cinco minutos. Yo repetía toda la narración junto al locutor. De pronto me sentí en sintonía total con papá. Empezamos a hablar de ese tema todos los días. Me decía que el Torino más nunca volvió a jugar al nivel de aquel equipo que murió en Superga y cada vez que lo escuchaba o veía jugar superponía a aquellos jugadores hasta imaginar otro juego, el de su equipo del alma. Entonces me animé a contarle que cada cinco noches imaginaba escuchar un juego. Si estábamos entre abril y septiembre el uniforme era de los Gigantes de San Francisco, si estábamos entre octubre y febrero el uniforme mostraba el emblema de los Navegantes del Magallanes. Allí estaba sobre el montículo el Látigo, con su mecánica vertiginosa y la patada hacia el cielo, allí estaban todos los juegos que habían quedado suspendidos, pospuestos indefinidamente. Cincuenta años después, aun puedo imaginar cada uno de aquellos juegos, y sigo sintiendo el escalofrío de aquella fanfarria de NotiRumbos, la inercia de la gotas de agua en mi cara mientras escuchaba la noticia del accidente aéreo de aquel 16 de marzo, la resemantización de la letra de aquella canción. Sabía algo de italiano, pero no llegué a descifrar la letra completamente hasta que le pregunté a papá en una de aquellas emotivas conversaciones. Mientras traducía mentalmente la canción sonaba otra en paralelo, una cuya melodía es más vigente en el tiempo, una cuya letra dibuja las deudas del Museo del Beisbol Venezolano y más aun del Paseo de la Fama de los Navegantes del Magallanes. Allí debería existir un nicho para el Látigo, esencialmente porque mantuvo vivo a un equipo que agonizaba a mediados de la década de 1960, la sola presencia de él en el montículo rediseñaba la estructura anímica y técnica del equipo hasta hacerlo ganar o en su defecto perder juegos muy cerrados en extra inning. Además luego de su temporada de novato con Orientales, fue siempre el primer refuerzo que escogían para el playoff y resultó campeón al reforzar a los Tiburones de La Guaira en la temporada 1964-65 y los Leones del Caracas en la 1967-68. El argumento de que el Látigo apenas jugó cuatro temporadas con Magallanes no tiene ningún asidero lógico, él jugó esa quinta temporada con Orientales, franquicia que luego se convirtió en Magallanes, por lo cual debe ser considerada como requisito válido para optar al Paseo de la Fama magallanero. Cada vez que escucho Zingara, regreso por instantes hasta aquel mediodía desgarrador y vocalizo la canción en castellano, en mi mente: Tómame la mano, gitana. Dime ahora que destino habrá. Habla de mi amor. Por qué… ya sé… que no… me pertenece. Aún se escucha el repiqueteo de la pelota estallando en la mascota del catcher, aun se ve el brillo de los ganchos metálicos del zapato izquierdo levantado por encima de la cabeza, aun se ve la mano soltando la pelota desde el montículo del estadio Universitario. Alfonso L. Tusa C. © 22 de febrero de 2019.

jueves, 7 de marzo de 2019

Con Don Newcombe, el Beisbol Consiguió su Primer As Negro.

Solo cuatro años despues de la integración de las grandes ligas, Newcombe ganó 20 juegos con los Dodgers. Solo 14 peloteros negros han alcanzado ese logro desde entonces. Benjamin Hoffman. The New York Times. 20 de febrero de 2019. Cuando Dave Stewart se reportó al campamento de grandes ligas de los Dodgers de Los Angeles a mediados de la década de 1970, lo hizo como una de las rarezas del beisbol: pitcher abridor negro. Afortunadamente para Stewart, Don Newcombe estaba en el campamento para guiar al adolescente en aquellos primeros días, eso preparó a Stewart para el estrellato futuro. “Su influencia es mi va más allá de las palabras”, dijo Stewart. “Ni siquiera puedo decir cuan grande fue para mí conocerlo en el momento de mi carrera cuando lo hice”. Estar cerca de Newcombe, quien falleciera este martes a los 92 años de edad, le dio a Stewart acceso a lo que Mudcat Grant, otro gran pitcher negro, un día describiría como un As Negro. Grant, quien escribiera un libro acerca de ese tema, tenía un criterio simple para esa distinción: un pelotero negro, canadiense o estadounidense, quien ganara 20 juegos en una temporada. Eso es todo. Newcombe fue el primero en hacerlo, al ganar 20 para los Dodgers de Brooklyn en 1951, solo cuatro temporadas despues que su compañero, Jackie Robinson, rompiese la barrera racial del beisbol. En las 67 temporadas siguientes, 195 pitchers además de Newcombe han logrado una temporada de al menos 20 triunfos, y solo 14 de ellos eran negros, una lista selecta que incluye a Stewart, quien ganó al menos 20 juegos en cuatro temporadas seguidas entre 1987 y 1990. Hacer de las victorias el único criterio para ser un As Negro puede parecer anticuado, pero Stewart dijo que la marca de 20 victorias representaba algo que estaba más allá de la definición técnica de la estadística. Para él, 20 victorias mostraban que el pelotero era un caballo de batalla, al asumir una carga por sus compañeros permaneciendo en el montículo hasta que el juego estuviese bien avanzado. Vida Blue, un ganador de 20 juegos en tres oportunidades, dijo que el criterio funcionaba porque fijaba un listón alto de éxito en un ya selecto grupo de personas. “Convertirse en pitcher abridor era único”, dijo él. “No es diferente de ser un mariscal de campo negro en futbol americano”. Fuera del libro de Grant, emergió un grupo de apoyo. Había inicialmente 12 Ases Negros, Newcombe, Sam Jones, Bob Gibson, Grant, Ferguson Jenkins, Earl Wilson, Al Downing, Blue, J.R. Richard, Mike Norris, Dwight Gooden y Stewart, y Grant organizaba eventos para que algunos asistieran, llegaba hasta los peloteros jóvenes, y presionaba para que se reconocieran los logros de los Ases Negros. A partir de que la salud de Grant desmejoró en años recientes, el grupo se dispersó aun cuando se agregaron tres nuevos miembros: Dontrelle Willis, C.C. Sabathia y David Price. “Este grupo merece ser más que solo una nota de pie de página en la historia del Beisbol”, dijo Bob Kendrick, presidente del Negro Leagues Baseball Museum. “Si hace falta la desaparición de Don Newcombe para ayudarnos a reflexionar y recordar, entonces ese es otro regalo que él nos ha dado”. ¿Por qué no ha habido más Ases Negros en los años recientes? Hay dos explicaciones populares: Ganar 20 juegos es muy difícil en el beisbol moderno, y simplemente no hay tantos peloteros negros en las nóminas de grandes ligas. El año pasado hubo un ligero incremento, el número de peloteros negros de Estados Unidos y Canadá en las nóminas del día inaugural aumentó hasta 8.4 por ciento, de acuerdo a Major League Baseball, pero eso estaba muy por debajo de la marca máxima en el deporte de 19 por ciento, en 1986. En ese 8.4 por ciento los pitchers abridores negros eran una minoría dentro de otra minoría, un grupo que incluye a Sabathia, Price, Chris Archer y Tyson Ross. Blue, quien llegó a las mayores en 1969, pensaba que la explicación era tan simple como que los atletas que escogen el beisbol, sobre el futbol americano o el baloncesto quieren jugar una posición que tenga más acción. Pero de acuerdo a Kendrick, la escasez de pitchers negros está relacionada con los primeros días de la integración, y que, al menos en principio, los peloteros no tomaban esa decisión. “Durante la época de las ligas negras, las posiciones de pitcher, catcher y campocorto eran vistas como posiciones cerebrales”, dijo él. “Se tenía la creencia subyacente de que los atletas negros no eran lo suficientemente inteligentes para cubrirlas”. Newcombe probó enfáticamente que quienes dudaban estaban equivocados. Se estableció como pitcher abridor de cabecera en sus primeras tres temporadas, con marca de 56-28 y 3.39 de efectividad. Luego de perder dos temporadas debido al servicio militar, y luego de tener dificultades en su primer año al regresar, escaló nuevas alturas en 1955, al contribuir a llevar a los Dodgers a su primer título de Serie Mundial. En 1956, una temporada que terminó con una derrota ente los Yanquis en la Serie Mundial, Newcombe no solo ganó 27 juegos y el premio al jugador más valioso de la Liga Nacional, sino que también fue nombrado primer ganador del recientemente establecido premio Cy Young, el cual fue entregado al mejor pitcher de ambas ligas esa temporada. Newcombe, como lo reconocía frecuentemente, tuvo dificultades con el alcohol en su carrera, lo cual contribuyó a un dramático declive después de la temporada de 1956. Su carrera en las grandes ligas terminó abruptamente en 1960, y sus días de jugador activo tuvieron una conclusión inusual en 1962 con una breve pasantía por Japón, donde jugó principalmente como jardinero. Pero Newcombe dejó de beber licor y regresó a trabajar con los Dodgers en 1970, ubicándose en el cargo donde tutoreó a Stewart y docenas de peloteros, incluyendo al actual cerrador de los Dodgers, Kenley Jansen. “Newk significó mucho para mí. Fue mi mentor. Me hablaba de lo fuerte que tenía que ser, me insistía mucho de la fortaleza mental y la preparación física, correr, acondicionamiento. Decía que había que ser agresivo en el terreno. Me mantenía motivado. Esas palabras significaron mucho, especialmente viniendo de alguien como él, quien jugó con Jackie Robinson. Por ellos estoy jugando aquí. Aprendí mucho de este hombre. Me sentaba con él, escuchaba sus historias, su narrativa, lo que él, Jackie y Roy Campanella tuvieron que pasar para que nosotros estuviésemos hoy aquí. Me enseñó la historia del juego. Me habló de ser líder. Me habló sobre ser buen esposo y buen padre. Extrañaré sentarme con él todos los días antes de los juegos. Newk fue uno de los Dodgers más grandes, estoy muy agradecido por el tiempo que pasé con él, que me senté en Dodger Stadium con él, una leyenda de este juego. Extrañaré mucho esos momentos. Mi hijo Kaden lo quería mucho. Newk y su esposa Karen estuvieron conmigo y mi esposa Gianni cuando nos casamos. Significaba mucho para mi familia. Nuestros corazones, nuestras oraciones, todo, están con Karen y la familia Newcombe. Aprecio todo lo que Karen hizo por Newk. Newk te quiero mucho. Estarás por siempre en mi corazón. Gracias”. Kenley Jansen. Fue la habilidad innata de Newcombe para relatar sus experiencias a los peloteros jóvenes, lo que Kendrick resaltó que dejaría un “gran vacío” luego del deceso del estelar pelotero. “Cada vez que perdemos a uno de estos tipos esa ventana de oportunidad se cierra un poco más”, dijo él. “En algún momento del tiempo no habrá jugadores de las ligas negras que atestigüen de que trataban, como eran esas ligas”. Pero desde un As Negro a otro, Newcombe le enseñó a Stewart el valor de estar ahí cuando llegan nuevos abridores negros. Y Stewart dijo que estaba orgulloso de que Sabathia y Willis hayan agradecido la influencia que tuvo en sus carreras. “Por esos muchachos, estuve presente cuando me necesitaron”, dijo Stewart. Newcombe no lo hubiese hecho de otra manera. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 06-03-2019.

viernes, 1 de marzo de 2019

La Lista de Melodías de la Cobra Dave Parker y Dave Jordan. The Hardball Times/Fangraphs. 13 de febrero de 2019. Lidiar con el mal de Parkinson es más difícil que enfrentar una recta de Nolan Ryan una noche fría de abril. Las tareas más simples se convierten en una diligencia. Necesito pensar dos veces antes de cargar a mi nieta o hasta para llevar su morral escolar y llegar a tiempo a la parada del bus. Mi swing de golf carece del poder de alguien de mi edad y hasta trabajar con peloteros muy jóvenes puede ser un reto. Hay noches cuando veo un juego, y mi cuerpo me recuerda que tengo esa enfermedad. Cuando eso ocurre, me levanto lentamente de mi asiento, me dirijo hacia el reproductor stereo, me pongo los audífonos, y me sumerjo en el ayer. Las melodías de mi vida me recuerdan los buenos tiempos. A veces los malos, pero lo mejor de recordar los lamentos es que estoy vivo para sentir algo, que aún estoy aquí guapeando. A veces necesito una canción de Bobby Womack o algo de James Brown para meterme en un buen tipo de nostalgia Esto es lo que escucho, para mantenerme vivo, para abrir los archivos de mi memoria, y recordar todo lo que ocurrió antes. “If I Could Build My Whole World Around You,” Marvin Gaye & Tammi Terrell 1967 fue un año de amenaza de disturbios, con presiones sociales que burbujeaban bajo la superficie, especialmente para un muchacho de 15 años de edad como yo.Vietnam me miraba a la cara, eso nos asustaba a todos. Mi mamá y papá, y los padres de todos mis amigos, se aseguraron de que no falláramos en la escuela y que siempre nos involucráramos en actividades que nos mantuviesen alejados de la guerra. Cuando no estaba mirando las nuevas noticias que llegaban desde Saigon, mantenía mi mente distraída con mi trabajo como vendedor de cotufas en Crosley Field, hogar de los Rojos de Cincinnati, ubicado a pocas cuadras de mi casa, la catedral beisbolera de mi juventud. Ahogaba los pensamientos de la guerra y la protesta civil con los deportes y los mejores amigos; en el campo de futbol americano, atrapando pases de mi compañero Tim Williams; saltando en la cancha de baloncesto con mi amigo de la infancia Conny Warren, o bateando linietazos hacia mi amigo Bill Fowlers. De muchasformas, la vida nunca pudo ser mejor. Recordamos mucho al Marvin Gaye introspectivo de “What’s Goin’ On”, al Marvin Gaye agradable de mediados de los ’70 con “Got To Give It Up”, o hasta la última etapa de Marvin con “Sexual Healing”, pero fue el dueto de los ’60 de Marvin & Tammi Terrell lo que me hizo sentir esperanza y optimismo. Solo mírenlos. Eran tan jóvenes, con toda la vida por delante de ellos en ese momento. Se podía sentir su química, su amor, el nexo emocional entre ellos cada vez que los veías en algún programa televisivo de variedades. Los años siguientes no fueron fáciles para muchos estadounidenses, yo tenía 18 años de edad cuando me enteré de que Tammi había fallecido en 1970, a la edad de 24 años. Nunca conocí a Marvin, pero pienso que nunca fue el mismo después de la muerte de ella. Pero cuando los veías juntos, cuando los oías desarrollar una canción como esta, creías que íbamos a estar bien. “Walk The Rockway,” Rufus & Chaka Khan A finales de los años ’70, los Piratas habían batallado con los Filis por tres temporadas sin conseguir el pase a la postemporada. Mis compañeros de equipo y la organización estaban determinados a cambiar eso. Hubo muchas batallas duras como en los años anteriores. Necesitábamos un lugar en Pittsburgh donde refrescarnos después de los juegos. Si querías música en vivo, estaba Chauncy’s. Si querías animarte y bailar, estaba Heaven, ese era mi lugar. El club tenía una entrada cubierta de vidrio que desembocaba en una antesala que se abría hacia unas amplias escaleras que llevaban al area VIP. Muy parecido al Studio 54 de Nueva York, el nivel superior tenía balcones desde donde se podía mirar la acción de la pista de baile en el piso de abajo. Todo estaba bien hecho, nubes artificiales de humo llenaban el club y estaba canción sonaba mucho en el ’79. Me gustaba mucho la voz vibrante y exuberante de Khan, y Rufus sabía como mantener el tiempo con un ritmo tan bueno como cualquiera de la época. Me aparecía a menudo por Heaven con John Milner, quien se nos unió en 1978. Frecuentamos mucho durante ese entrenamiento primaveral y continuamos asi por años. Extraño a The Hammer. Falleció muy joven. Chaka Khan fue la música de fondo en muchos de nuestros buenos tiempos en Heaven, pero esa es otra historia. “It’s Too Late,” Carole King & Billy Paul En marzo de 1971, fui asignado al Waterbury, equipo filial de los Piratas. Me sentía alabado por haber ser promovido a AA, pero pensaba que los números que había alcanzado en mis pocas veces al plato durante los entrenamientos primaverales eran lo suficientemente buenos para quedarme en el equipo grande. Sé que solo tenía 19 años de edad y los Piratas eran los campeones de la división este, pero eso no me importaba. Viajé con mi novia de esa época desde Pirate City en Bradenton subiendo la costa este por la I-95 hacia Connecticut en mi Pontiac Grand Prix 1970, dorado con techo bronceado y llamativos laterales blancos. Aceleré esa máquina hasta las 100 mph, desafiando Mustangs, Corvettes y Dodge Dusters que trataban de pasarnos en el autopista, los dejábamos atras cada vez que podíamos, eso era una gran emoción. Reíamos acerca de la falta de estaciones radiofónicas que difundieran la música que nos gustaba. Nada de Isley Brothers, muy poco James Brown. Seguimos oyendo a Janis Joplin, ella tenía la canción número uno del país para ese momento, y mi novia bromeaba diciendo que yo era su Bobby McGee. En el terreno de juego, fui presionado casi de inmediato en Waterbury y terminé la temporada abajo en el Monroe A en Carolina del Norte. Hubo muchos viajes para mi ese año, y después de esa primera expedición, muchos de ellos fueron en solitario. Ocho horas en el carro a solas no es divertido para nadie, para el momento cuando fui bajado, Carole King y sus canciones me hacían compañía constantemente. Fue un agradable cambio de paso desde mi Sly & the Family Stone de 8 pistas. La revelación musical llegó un par de años después cuando descubrí este cartucho de Billy Paul. Su éxito principal era “Me & Mrs. Jones”, se puede oir el corazón partido y la compasión en su voz con cada nota. Cuando llegué a Pittsburgh, conocí a Billy a través de amigos mutuos, y salimos juntos algunas veces. Otro buen tipo que perdimos muy pronto. “Harlem,” Bill Withers Era abril de 1973. Llegué a Watt Powell Park en Charleston, West Virginia. No estaba feliz de estar con el equipo AAA. De nuevo, quería quedarme con el equipo grande, pero como probablemente saben, los Piratas habían ganado tres divisiones seguidas, y cinco peloteros de la alineación regular batearon sobre .300. La nómina estaba muy cargada y mi manager Danny Murtaugh no quería que me desgastara en la banca. Así que cuando me presenté a mi primer juego no estaba en el mejor de mis ánimos. Entonces conocí a Bill Withers. Él tuvo éxito con la canción “Ain’t No Sunshine” un año antes. Nació y creció en West Virginia. La cámara de comercio local estaba allí para la inauguración. Bill estaba de vuelta en la zona para el evento anual de la ciudad Morris Harvey Festival. Para ese momento, Withers era reconocido como un esforzado trabajador de aeropuerto quien se las había ingeniado para irrumpir en el negocio de la música después de haber cumplido los 30 años de edad. Hablamos un momento antes de la ceremonia. “Tu momento llegará, Junior”, me dijo Withers cuando le conté de mi situación, “Solo mantente dando lo mejor de ti”. Puedo no haber escuchado completamente aquellas sabias palabras, pero escuché su música todos los días cuando iba al estadio esa temporada. Me gusta mucho como se arma el ritmo mientras avanza la canción. Su álbum “Just As I Am” fue la banda musical de mi época en Charleston. “There’s No Easy Way,” James Ingram Sería injusto si no mencionara al gran Ingram, quien perdiera su batalla ante el cáncer cerebral recientemente. Era otro producto de Ohio como yo. De veras disfrutaba sus baladas, y esta en particular tiene un significado especial. Desde el momento cuando escucho su primera nota, inmediatamente pienso en 1983. Mi tiempo en Pittsburgh se estaba terminando y no fue una retirada fácil. Todos sabían que no regresaría y pienso que necesitábamos que nos diéramos un respiro. La vejez te da la perspectiva del lamento. Cuando se está en mi posición actual, retirado y cómodo, se dispone de algo de tiempo, y cada día es el comentario final del juego que muestra el resumen de tu vida. No me gusta como terminaron las cosas en Pittsburgh. Cincinnati me proporcionó un nuevo e increíble hogar, estoy eternamente agradecido por la oportunidad de jugar 81 encuentros por año en frente de mi familia y amigos, pero nunca tuve la despedida apropiada con los aficionados de Pittsburgh, la que ellos merecían. Estoy trabajando muy duro en eso ahora. “China Grove,” The Doobie Brothers Cada vez que pienso en el clubhouse, esta es la primera canción que viene a mi mente.Sé que teníamos mucha música soul en esa habitación, pero Stargell amaba esta banda, así que la hacíamos sonar todo el tiempo. Que memorias las de aquellos años, Jerry Reuss presidiendo la corte de los canguros, riendo con los reporteros, Rennie Stennett y “Sangy” Sanguillén contando chistes en su idioma panameño; Al “Scoop” Oliver sentado en su taburete, sosteniendo su bate, preparándose tranquilamente para el juego; yo lanzándole toallas a Frankie Taveras mientras lo perseguía por el clubhouse; el salvaje Bob Moose parado en su casillero, analizándose antes de una apertura crítica; Willie moviéndose alrededor tomando fotografías cuando los peloteros estaban descuidados. Stargell adoraba su cámara, colgaba las fotos en la cartelera para que las viéramos. Capturó una pose algo comprometida del segunda base novato Willie Randolph que disfrutamos por un par de semanas. Todos llamábamos “Slick” a Randolph, porque era de Brooklyn-Nueva York, para ser exactos. Aun en su primer año se podía ver que Slick tenía la concentración necesaria para ser grande a este nivel. En ese sentido era como Scoop. Extrañamos mucho a Dave Cash, era tan divertido, lo apodamos “A.C.” Queríamos mucho a Rennie, también, pero sabíamos que Slick iba a ser in Pirata legendario por mucho, mucho tiempo. Pero esa es otra historia. “Me & Baby Brother,” WAR Si Willie Stargell era el padre espiritual de nuestro equipo, entonces Dock Ellis era el divertido hermano mayor. Conocí a Doc en el entrenamiento primaveral de 1971 y me desenvolvía alrededor de él cada marzo en Bradenton hasta que finalmente me quedé con el equipo en el ’73. Entonces se dieron todas las apuestas. Dock me llevaba donde quiera que fuese en esos años, y cuando no estábamos juntos, el traía las experiencias buenas a mí. Pregúntenle a Slick, él compartió habitación con Dock por unos meses, les dirá lo mismo. Randolph era puro trabajo. En las giras el viejo Slick tomaba una cerveza y se iba directo al hotel a descansar para el juego del día siguiente. Dock no hacía nada de eso, llevaba personas a la habitación a todas horas de la noche. Pobre Slick. Todo empeoraba especialmente en las giras por la costa oeste. Como era nativo de Los Angeles, Dock tenía muchos amigos en el negocio del entretenimiento. Déjenme explicar eso.1975, estoy en mi habitación del L.A. Biltmore, 1 a.m., tocan la puerta. ¿Quién es? Dock y media banda WAR. No voy a decir mentiras, fue una buena ocasión. Muy, muy tarde en la noche, pero una velada muy buena. “Summer Madness,” Kool & The Gang
La mayoría de las personas les conocen por su himno de celebración y por su éxito de baile lento “Cherish” pero hubo una época, al principio de su carrera, cuando Kool & The Gang produjo algunos instrumentales agresivos. Revisen “Chocolate Buttermilk” el cual lanzaron en 1969. Pensarán que escuchan a la vieja escuela de Chicago. Cuando pienso en “Summer Madness”, me recuerdo de las frustraciones de 1974, cuando comencé la temporada en la alineación regular pero las lesiones me mantuvieron en el banco por buena parte del año. No es mi memoria favorita pero me recuerda el esfuerzo, la ambición, y la confianza en mis destrezas por ser un pelotero dominante. Fue como si Kool & the Gang usara su música para refrescar el consejo de Bill Withers en mi memoria. Disfruta el camino, hijo. Tus destrezas te llevaran a la tierra prometida. “Spill The Wine,” The Isley Brothers Los Isleys eran la música de nuestra ciudad. También venían del área de Cincinnati. Llevaba conmigo sus cartuchos de 8 pistas a donde quiera que fuese. Escucho esta ahora, una versión de una canción de WAR, como probablemente sepan, y recuerdo hacerla sonar mientras manejaba hacia las fiestas en la playa a las que Stargell solia llevar al equipo después de los ejercicios del entrenamiento primaveral. No importaba si eras un pelotero cinco estrellas o un novato con dificultades para quedarse en el equipo. Will hacia que cada pelotero presente en el campamento de los Piratas se sintiera parte dela familia. Fue la primera vez que probé pescado al vapor. Filetes a la parrilla, costillas, todo lo que se pueda imaginar. Recuerdo estar sentado en una toalla mirando hacia el golfo cuando Dock, usando anteojos de sol de aviador, campaneaba un destornillador helado en una mano y un cigarrillo kool en la otra, mientras me presentaba a su agente, Tom Reich. Eso fue antes que todos los peloteros tuvieran agente. Eso era nuevo para muchos de nosotros. “Mr. Reich va a enriquecerte”, dijo Dock mientras Tom se ruborizaba. Caminé con Tom por la playa ese día y hablamos por horas. Las olas rompían contra la arena mientras Tom hacia un mapa de mi carrera. “Tu talento te cuidará por mucho tiempo”, me dijo Tom, “Pero tienes que cuidar tu talento. Yo me encargaré de todo lo demás”. Fue la mejor sociedad de negocios que tuve, “Mothership Connection,” Parliament Ahora no pensarán que me iba a olvidar de esta ¿o sí? Hombre, George fue mi banda musical de aquellos finales de los años ’70. Stargell era el papá, Dock el hermano mayor, pero Larry Demery, bien, éramos muchachos desde el momento cuando nos conocimos en el entrenamiento primaveral del ’73. Él ciertamente podía pitchear. Larry usualmente llegaba alrededor de las 95 millas con su recta y en una noche buena podía tocar los tres dígitos. Tenía un cuerpo como el de Pedro Martínez y era igual de duro. Estábamos muy influenciados por Dock, así que como pitcher, Larry no se dejaba influenciar por nadie. Larry podía ser extrovertido, decía lo que quería decir y como quería decirlo, pero nunca conocí un pelotero que tuviera el corazón más grande. Hubo muchas noches cuando circulábamos por las calles de Pittsburgh después de los juegos para ir a los clubs, la voz inconfundible de George Clinton salía del radio del carro. Larry manejaba un Lincoln Continental cuatro puertas con interior turquesa. Mi Parkinson no es tan fuerte para hacerme olvidar aquellas noches avanzadas con Larry, tarareando las canciones mientras íbamos hacia el club. Recuerdo estar en un bar con Larry una vez en abril de 1976. Los Filis estaban moviéndose para apoderarse de la división. Se practica este juego con un aire de invencibilidad, pero hay que estar alerta de lo que viene detrás, y en 1976, eso era Filadelfia. Tenían al mejor tercera base joven del beisbol en Mike Schmidt. Un gran toletero en el Toro Luzinski. Respaldo en la alineación con Dick Allen, quien aún era peligroso cualquier día. Y el mejor pitcher zurdo del juego de ese momento en Steve Carlton. Parado en el bar disfrutando un ron con coca-cola, pensé que si mis compañeros me vieran entrar al clubhouse, contento y confiado, llevando un mensaje cruel no habría nada de que preocuparse. Porque ese es el estado mental que necesitas alcanzar a este nivel. De ahí es de donde se originó la franela con ese mensaje. … Mientras me recuesto en mi asiento, escuchando estas canciones, repaso mi vida y pienso en los buenos y malos tiempos. En los turnos al bate que desearía tomar de nuevo, los jonrones para dejar en el terreno al rival que celebramos, la gente junto a la cual crecí; mi niñez en Cincinnati con Timmy, Conny y Bill Fowlers. Scoop, Stargell, Sangy, Stennett y Demery en Pittsburgh. Las largas noches mirando la costa de Florida, mientras planeaba mi futuro con Tom y muchos tragos. Tutorear a Barry Larkin, Eric Davis y Kal Daniels en mis años avanzados con los Rojos. Jugar naipes en el avión con Rickey durante mis temporadas en Oakland. Pasar momentos de calidad con un joven Gary Sheffield en mi última parada en Milwaukee. Esas amistades de toda la vida, preguntándome que podía haber hecho diferente en Pittsburgh hacia el final. Los éxitos, los lamentos y me siento bendecido de estar aún vivo para experimentar estos sentimientos. La música juega un papel vital en mantener en movimiento mi motor espiritual. Hablaba con uno de los amigos la semana pasada. Bromeábamos acerca de las noches avanzadas en los clubs de Pittsburgh, donde, al salir, abríamos las puertas grandes de la entrada, chocábamos de frente con el sol enceguecedor. Pero por supuesto, esa es otra historia. Tal vez les contaré esa historia algún día. Quizás las contaré todas. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 28 de febrero de 2019.