domingo, 2 de octubre de 2011

Un jonrón especial cargado de humildad

Ray Robinson. 01-10-2011. The New York Times

Me senté entre los últimos bancos de la Iglesia Catedral de St. John the Divine en Manhattan, durante el funeral del comentarista deportivo y escritor Dick Schaap en enero de 2002. El lugar estaba repleto mientras los viejos amigos decían sus últimos adioses.
Había un puesto vacío a mi lado. Bobby Thomson llegó tarde, me tocó el hombro.
“¿Me permite que me siente a su lado?”, preguntó.
“Seguro”, dije.
Luego del funeral, salimos de la catedral.
“¿Conocía bien a Dick?” Le pregunté a Thomson.
Se volteó hacia mí y contestó de manera relajada. “No. Pero dijo tantas cosas agradables de mí, que pensé que debía venir y mostrarle mi respeto”.
Típica respuesta de Thomson, quién siempre trataba de mantenerse fiel a su ética personal: “Si le puedo dar felicidad a alguien, o ayudarlo, trataré de hacerlo”.
Había conocido a Thomson mientras investigaba para mi libro de 1991 sobre la carrera por el banderín de hacía 40 años entre los Gigantes de Nueva York y los Dodgers de Brooklyn y aquel inolvidable jonrón, que le dio a los Gigantes el titulo de la Liga Nacional. Algunos han considerado su turno al bate en el cierre del noveno inning del 03 de octubre de 1951, el momento más dramático de la historia del béisbol.
Thomson falleció en agosto de 2010 a los 86 años. He estado pensando en él recientemente a medida que se aproxima el sexagésimo aniversario de su hazaña. Se hizo famoso en una noche, e infame para los acólitos de Ebbets Field en Brooklyn.
Pero Thomson no entró al Salón de la Fama del beisbol; no tenía los números. Bateó para .279 con 264 vuelacercas mientras jugó con los Gigantes y otros cuatro equipos entre 1946 y 1960.
Al hacer un balance de su carrera, Thomson dijo: “Aquel jonrón fue lo mejor que me ocurrió”. A medida que pasaron los años, se dio cuenta, con placer y perspectiva, la buena fortuna que había tenido con sólo un movimiento de su bate en Polo Grounds.
“La gente me recuerda por ese momento”, dijo. “No me habrían prestado mucha atención si eso no hubiese ocurrido”.
En su vida después del béisbol, Thomson fue un frecuente animador de eventos de caridad. Rara vez faltaba a la jornada anual a beneficio de la lucha contra la esclerosis amiotrófica lateral, mejor conocida como la enfermedad de Lou Gehrig. Siempre estuvo pendiente de los agradecidos admiradores que le enviaban cartas y postales. No tenía secretaria, sus respuestas eran manuscritas. Thomson también podía viajar lejos por un aficionado.
Albert Engelken era un adolescente cuando oyó al narrador radial Russ Hodges gritar, “¡Los Gigantes ganan el banderín!” La esposa de Engelken, Betsey, sabía de su simpatía por Thomson. (En la placa de su carro tiene el número 23 de Thomson).
Ella planificó una sorpresa especial para el cumpleaños 50 de Engelken. Llamó a Thomson, quién vivía en Nueva Jersey.
“¿Podría encontrarse con Albert y conmigo en la Exit 10 de la New Jersey Turnpike?”, le preguntó al medianamente perplejo Thomson. “Voy a hacer una historia sobre porqué tengo que ver los documentos de un amigo”.
Thomson se unió a la feliz conspiración, al aparecer en la fecha indicada en el lugar acordado. Por una hora, los dos hombres hablaron como viejos amigos, para delirio de Engelken, entonces un oficial de tránsito en Washington.
“Tenía la obligación de hacerlo”, dijo Thomson.
Siempre fue muy apegado a cumplir sus compromisos. Poco antes de que un documental de HBO sobre su jonrón fuese lanzado en 2001, Bobby, el hijo de Thomson, falleció repentinamente a los 38 años. A pesar de su dolor, Thomson asistió a la presentación de HBO como había prometido. Su rostro era una máscara pálida. Agradeció a la gente por asistir.
“Bobby siempre trató de mantener las cosas en perspectiva”, dijo Ross Greenburg, entonces el jefe de deportes de HBO. “A pesar de lo triste que estaba, habló de manera relajada y comedida. Ese era su estilo”.
Joshua Prager, el autor de “The Echoing Green”, un libro clásico que profundiza sobre Thomson y su antagonista de 1951, el pitcher Ralph Branca, dijo: “Ambos fueron buenos hombres. Pero estos dos hombres que entraron juntos a la historia del béisbol, también eran muy diferentes. Bobby tenía ese tipo de humildad que raramente se ve en estos días de egos desbocados”.
Ray Robinson es el autor de “The Home Run Heard ’Round the World.” (“El jonrón que se escuchó alrededor del mundo”.)

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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