domingo, 23 de noviembre de 2014

Manuel Sarmiento exaltado al Salón de la Fama de los Navegantes del Magallanes

Este sábado 22 de noviembre de 2014 fueron exaltados el lanzador Manuel Sarmiento, el jardinero Mitchell Page y el directivo Oswaldo Degwitz. Cada vez que llegaba el séptimo, octavo o noveno inning y anunciaban que Sarmiento calentaba en el bull pen, se guardaban muchas esperanzas de que Magallanes pudiera ganar el juego, aunque enfrente estuviera el equipo más temible. Muchos recuerdan de Sarmiento el último juego ante México en la Serie del Caribe de 1979. Par mí son inolvidables dos episodios que plasmé en mi libro inédito "Un Barco en Santa Inés". A continuación los transcribo. Mira lo que encontré Campito. Te acuerdas de aquellos dobles juegos donde el primero era de puros criollos. “Un juvenil guillotinó a 14 y Magallanes venció a Caracas 3 a 1”. Manuel Sarmiento lanzó completo ¿Saben quienes estaban en la alineación de los Leones? Antonio Armas, Baudilio Díaz y Wilibaldo Quintana”. Campito trató de alisar las rugosidades y las manchas de sudor salpicado de ponsigué esparcidas en el dril y que blanco de su camisa. Quiso dejar la botella con los ponsigués arrugados sobre la acera. Mario le reclamó su responsabilidad con el aseo y la seguridad de la ciudad. Caramba Mario, disfrutaba mucho esos juegos. Era la única forma de ver jugar a peloteros como Sarmiento, Baudilio, Armas o Félix Rodríguez en esos tiempos. En el primer inning le llenaron las bases a Sarmiento, pero luego se recuperó y dominó Edgar Urbina con globo a tercera y ponchó a Virgilio Velásquez. En la apertura del quinto episodio Caracas se fue adelante con vuelacercas de Wilibaldo Quintana. Magallanes empató el sexto con boleto a Victor Colina y sencillos de Rafael Cariel y Nelson Castellanos. En el inning siguiente Magallanes le puso cifras definitivas al encuentro con jonrón de Orlando Reyes, sencillo de Colina y triple de Edito Arteaga. Sarmiento se mantuvo en la lomita hasta el noveno episodio con un dominio y una presencia tal que parecía a Bob Gibson en 1968. Un silbido insistente ligaba el tubo de donde colgaba un anuncio de brillantina Glostora en el local de lo que había sido una barbería. Mario levantó la mirada varias veces. Le pareció que el silbido se parecía por momento al zumbido de muchas avispas. La reseña de otro de juego de Sarmiento en la liga venezolana lo hizo olvidar el sonido del tubo metálico. Aquellas líneas lo llevaron a la calle Ayacucho. Esa noche jugaban Caracas y Magallanes y en la otra esquina de la cuadra se había reunido un grupo de caraquistas que vociferaba que en lo que ganara su equipo los magallaneros iban a “tener que correr muy duro”. En el cierre del noveno inning el Caracas puso tres corredores en base sin outs. Mario estuvo a punto de despedirse de sus amigos magallaneros, se disponía a dar la vuelta a la manzana para evitar las bromas caraquistas. Los magallaneros le dijeron que se esperara. “Viene a relevar Sarmiento. Él es quién nos puede sacar de esto”. Campito llegó a medio centímetro de estremecer los hombros de Mario, dos mandolinas, un cuatro y dos flautas lo paralizaron a través de la muchedumbre, del guayacán y los primeros metros del callejón El Alacrán. El ritmo de “Tuerca y tornillo” lo hizo silbar y hasta restregar la punta de los zapatos sobre el cemento del pavimento y de las aceras. Parecía un pájaro carpintero con cada puntapié incrustado en las altas aceras. Mario lo vio de reojo más la llegada de Sarmiento al montículo lo acorraló en la pantalla de la máquina. Un rectazo invisible en cuenta de tres y dos lo hizo ver a sus amigos mientras los caraquistas seguían gritando en la otra esquina “Todo el que se va a morir se tira un peo”. El próximo bateador levantó un bombito a la primera base. Entonces Mario se sentó junto a sus amigos y lo único que se escuchaba en la calle era la transmisión radial. Campito se quedó mirando la pantalla de la máquina. Tocó varias veces las teclas al ritmo de “Tuerca y tornillo”. Mario seguía impasible cual si escuchara una sinfonía de Mozart en el teatro de mejor acústica. El próximo bateador se enfrascó en un duelo de fouls con Sarmiento. Los caraquistas gritaban “acaba de dejarlos en el terreno”. El radio por momentos perdía la señal y pocos segundos después “…cualquier película de Alfred Hitchcock se queda corta ante esta agonía. Ahí está Manuel Sarmiento con toda la sangre fría sobre el montículo. Mario se levantaba y se paraba. Sus amigos llegaron a agarrarlo para que se mantuviera en la acera. La mirada regresaba cada pocos segundos a la otra esquina. Sólo de imaginar la mamadera de gallo que le harían los caraquistas si llegaban a ganar lo hacían pensar por donde tendría que meterse, de cuantas cuadras sería el rodeo para evitarlos. Guardaba una esperanza que había crecido con los dos outs que había logrado Sarmiento. Las hojas del guayacán agitaban un carnaval de papelillo ante la intensidad de una brisa que llegaba desde el otro lado del castillo. Campito se estrujaba los ojos, la mirada se le iba hasta la subida del cementerio. Todo estaba lleno de gente, todos que rían llegar frente a Santa Inés. Campito volvió a impactar las teclas. Mario avanzó tres pasos y dio dos manotazos hacia atrás. “…ahí viene el lanzamiento…strike tirándole, tremendo cero le ha colgado Manuel Sarmiento al Caracas, cuando parecía que todo estaba consumado, viene el relevista de nervios de acero y saca al Magallanes de una borrasca que amenazaba con destrozar al barco”. Los magallaneros empezaron a vociferar. “¿Qué pasó? ¿Por qué se van? ¿No que todo el que se va a morir se tira un peo?”. Mario pasó por la esquina de los caraquistas. Todo lo que quedaba era el reflejo de la carrera que pegaron al terminar el juego.

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