miércoles, 25 de septiembre de 2019
Ansiedad, depresión, desorden de pánico: El pitcher de los Reales, Danny Duffy revela su dolor silencioso.
Sam McDowell. The Star. 20 de septiembre de 2019.
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Cinco cosas a saber del pitcher zurdo de los Reales Danny Duffy.
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Cuando tenía tres semanas en su primer entrenamiento primaveral con los Reales, Danny Duffy pasó una mañana temprano fildeando elevados, llevando implementos hacia el bullpen y cumpliendo con otras obligaciones de los novatos.
Cualquier cosa con tal de salir del clubhouse.
Un grupo de veteranos del cuerpo de pitcheo del equipo había convertido su casillero en un pipote de basura, envolvían comida en papel de aluminio y la metían en el morral de Duffy. Los episodios diarios iban más allá de las típicas chanzas hacia los novatos, el grupo de cinco acosaba a Duffy, un prospecto de pitcheo del alto vuelo, mientras se aprestaban a asumir sus labores. Le decían que se callara cuando hablaba. Lo llamaban acomplejado cuando los ignoraba.
Duffy había llegado a temer ir al estadio, ansioso por lo que le podía estar esperando.
“Venía con la idea de hacer nuevos amigos”, dice él. “Y me iba con la idea de no tener ninguno”.
Duffy había sufrido de ansiedad por años. Nunca sintió que pertenecía por completo en ninguna parte. En la escuela secundaria, el beisbol ayudó a sortear ese vacío, aunque no completamente, aunque sobresaliera como estrella en Lompoc, California, usualmente se sentía más cómodo a solas que con sus compañeros.
Pero al acercarse a su primer entrenamiento primaveral a comienzos de 2010, Duffy le dijo a sus padres que nunca se había sentido más emocionado. A los 21 años de edad, no esperaba quedarse con el equipo, pero esa sería su primera experiencia en el beisbol de grandes ligas, la oportunidad de conocer algunos de sus ídolos.
En tres días, sin embargo, se sintió destrozado mentalmente. Los compañeros de equipo lo molestaban a cada momento. Con cada palabra. Cada noche, durante horas de largas conversaciones telefónicas con su madre, Duffy le dijo que no estaba hecho para eso. Quería regresar a casa.
En este día particular, se había apurado para llegar al estadio de Surprise, Arizona, antes de las 6 am, esperaba vestirse y salir al campo antes que llegaran los pitchers veteranos. Y lo logró. Pero cuando regresó a su casillero después del entrenamiento, sus ropas estaban cubiertas por una sustancia roja.
Alguien había manchado su franela con salsa de tomate.
No había llevado más ropa, lo cual no le dejó otra alternativa que ponerse la franela manchada y caminar solo de vuelta al hotel.
Pocos días después, Duffy, quien fue nombrado pitcher del año en la categoría Clase A de los Reales en su primera temporada completa y después representó al equipo en el All- Star Futures Game, se presentó en la oficina del gerente general, Dayton Moore.
“Estoy fuera, hermano”, le dijo. “Esto no es para mí”.
Enfrentando el Estigma
Antes de un juego a principios de ese mes, Duffy se recostó a propósito en una silla frente a su casillero dentro del clubhouse de los Reales. La conversación derivó hacia la ansiedad y la depresión, los compañeros de equipo estaban cerca de él, su voz se tornó susurrante.
En una época cuando los retos de salud mental ganan más empatía y aceptación a través del país, este tipo de conversación aún es poco vista en los clubhouses, camerinos y deportes en general.
Con algunas pocas excepciones.
Luego de años de ignorar su ansiedad, el jugador estrella de la NBA, Kevin Love dijo que pensaba que “iba a morir”, en la cancha de baloncesto, después supo que estaba teniendo un ataque de pánico. “Todos pasamos por algo que no podemos ver”, escribió para The Players’ Tribune en 2018.
El antiguo ganador del premio Cy Young de los Reales, Zack Greinke, renunció al beisbol antes de la temporada de 2006, esperaba no regresar nunca. Una vez que lo hizo, reveló un diagnóstico de desorden de ansiedad social.
Las antiguas estrellas de baloncesto de Kansas, Markieff y Marcus Morris hicieron públicas sus batallas con la depresión proveniente desde una niñez de supervivencia en las calles de Filadelfia, aunque como escribiera el autor Jackie MacMullan, Markieff luego se hizo inaccesible para declarar sobre el tema.
“A la mayoría de los atletas no les gusta hablar de eso, y la razón es simple: el miedo”, dice Bill Cole, experto en psicología deportiva y entrenador de salud mental de atletas profesionales y olímpicos en todo el mundo.“El deporte es una cultura donde se supone que eres mentalmente duro, tienes que ser el tipo grande, la chica grande; nada debería molestarte. Hay casos donde un atleta pierde su titularidad o la confianza de sus entrenadores o siente como si hubiese desilusionado a sus compañeros de equipo. Entonces ¿Qué ocurre? Ellos permanecen tranquilos”.
La Alianza Nacional por la Enfermedad Mental estima que uno de cada cinco adultos en Estados Unidos experimenta enfermedad mental. Así que en un camerino de 53 futbolistas de Chiefs de Kansas City, habría 10. En un clubhouse de 25 peloteros de los Reales, habría cinco.
No se trata solo de que los atletas no están exentos de la enfermedad mental, en realidad son más susceptibles de enfrentar retos monumentales, aunque se oiga menos frecuentemente de ellos, dice Natalie Durand-Bush, profesora de psicología deportiva en la University of Ottawa.
“Se requiere que tengan una identidad fuerte; tienen un exigente horario de trabajo, y hay mucha evidencia de ambientes tóxicos (en el deporte), acoso, abuso, intimidación”, dice ella.
El pasado noviembre, Durand-Bush co-fundó el Canadian Centre for Mental Health and Sport (CCMHS). Los atletas pueden contactar la organización y revelar sus dificultades.
Muchos equipos universitarios y profesionales ahora incluyen un especialista conductual en su cuerpo de trabajo, como hacen los Reales. Pero por el miedo a que sus empleadores, universidades o compañeros sepan de sus visitas, ellos prefieren pagar de su bolsillo y van al CMMHS.
Comparten sus historias con una candidez variable. Algunos son abiertos. Otros son reservados, aun después de firmar voluntariamente para someterse a las sesiones. Cuando fue abordado por The Star para este trabajo, Greinke amablemente declinó hablar acerca de sus tribulaciones. Solo concede un puñado de entrevistas acerca de cualquier tema en el transcurso de la temporada.
“Las personas se extrañan de oir que algunos de los atletas más exitosos del mundo pueden tener dificultades con la salud mental”, dice Durand-Bush. “Pero las tienen”.
Duffy ganó la Serie Mundial de 2015 con los Reales. Lideró la rotación de pitcheo de los Reales de 2014 en efectividad. Cuando su contrato de cinco años termine después de la temporada de 2021, habrá ganado más de 70 millones de dólares jugando beisbol.
Durante todo ese tiempo, mantuvo la severidad de sus retos en privado. Hoy, solo un puñado de compañeros de equipo sabe lo que Duffy ha resistido. La mayoría no sabe que él regularmente ve un terapista en Kansas City. Que ha sido diagnosticado clínicamente con depresión y ansiedad.
Que este verano, antes de un juego, sufrió un ataque de pánico en la sala de conferencias del Kauffman Stadium.
“Les cuento esto porque quiero que alguien más quien lo haya experimentado entienda que no solo le ocurre a ellos”, dice Duffy. “No estoy tratando de proveerles una historia lacrimógena. Solo trato de decirles que esto es algo real, y algunos de nosotros estamos lidiando con eso, hombre”.
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Donde empezó eso
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Duffy yace en el piso de un baño en una sala de bowling, con poco aliento y sollozando.
Minutos antes, ha experimentado su primer rechazo. A petición suya, la sala de bowling reprodujo una de sus canciones favoritas y anunció que Duffy se la había dedicado a una muchacha.
Ella lo despreció.
De inmediato, Duffy no podia respirar. Sentía que su corazón resonaba en su pecho. El baño de caballeros fue su escapatoria, después de empujar la puerta, Duffy colapsó sobre el piso.
Estaba teniendo un ataque de pánico.
Tenía 13 años de edad.
Era el primero que experimentaba. Y era solo el comienzo.
“Solo esperaba que todo se nivelara y pudiera vivir una existencia normal”, dice Duffy. “Pero eso nunca ocurrió”.
Eso se incrementó hasta ser agotador, Duffy empleaba mucha de su energía para evitar cualquier cosa que lo dejara en ridículo ante sus pares. En casi cada oportunidad, el evitaba los encuentros prolongados. Asistió a solo un baile de la escuela secundaria en cuatro años, y pasó toda la noche sentado solo.
Sus compañeros de clase podían notar su incomodidad social, como la sangre en el agua, y los llamados estudiantes populares se reían de él a diario por eso. Eventualmente la burla se convirtió en física.
“Viví esa incomodidad en la escuela secundaria”, dice él.
Antes de empezar su primer año, el entrenador de beisbol de Cabrillo High School le dijo a Duffy que había quedado en el equipo. Poco después, el equipo de beisbol tuvo una aparición en el desfile de recibimiento en casa, y Duffy asumió la asignación de repartir caramelos a los niños a lo largo de la ruta. “Finalmente sentí que era parte de eso ¿sabes?” dice él, “Me dije, ‘Hombre esto es maravilloso’”.
Lejos de la escuela, durante los veranos en California, el beisbol ha ayudado a Duffy finalmente a adaptarse. Los equipos itinerantes lo reclutaban por su talento en el terreno.
La promoción al equipo formal de beisbol, esperaba él, comenzaría a delinear una adaptación similar en la escuela. Pero cuando el desfile estaba en su apogeo, mientras Duffy buscaba algo en su morral, oyó pisadas detrás de él.
Sobre la marcha, un compañero de equipo de último año lo golpeó en la espalda. La fuerza del impacto tumbó a Duffy. Eso le dejó el manotazo marcado en la piel, los muchachos alardeaban que eso era un “five star”. Mientras yacía en el pavimento, Duffy se volteó para ver quien había presenciado aquello. Los muchachos le devolvieron la mirada, riendo.
El mismo compañero de equipo lo golpeó en varias ocasiones, dice Duffy. En la escuela. En el bullpen en la práctica de beisbol. En el estacionamiento. Años despues, él se disculparía.
Duffy abandonó el desfile aquel día. Prácticamente corrió a su hogar. Detrás de su casa, desmontó los separadores de las flores del jardín respecto a la grama del patio.
Ladrillos.
Los amontonó, los metió uno a uno en un morral, y se lo colocó en ambos hombros.
Luego arrancó a correr por la calle.
“Solo quería sentirme como Rocky, hermano”, dice él.
Empezó en Serious Avenue. Subió la colina en Aldebaran. Dobló en Galaxy. Giró de vuelta hasta Titan. Y terminó en Constellation.
Noche tras noche tras noche, Duffy corría, solo. Esperaba después del atardecer, las luces de los postes guiaban sus zancadas.
La carrera se convirtió en su terapia, dice él.
Hasta que ya no fue suficiente.
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Desde Lompoc hasta las ligas menores.
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Las pistolas de radar se alineaban detrás del plato cada vez que Duffy subía al montículo durante su último año de secundaria. Su recta llegaba normalmente a las 90 mph. En 2007, los Reales de Kansas City utilizaron su escogencia de la tercera ronda para seleccionarlo en el draft amateur de beisbol. No tuvo que ir a la universidad, normalmente habría requerido asistir a la escuela de verano para calificar, e inmediatamente se reportó a las menores.
Duffy creció en Lompoc, una especie de comunidad campesina con asomo de pueblo pequeño. Había crecido rodeado de personas similares a él culturalmente.
Las ligas menores fueron un ambiente de contrastes. Algunos de sus mejores amigos eran los peloteros latinoamericanos, el actual compañero de equipo Salvador Pérez, el cátcher de Venezuela, fue uno de los primeros peloteros que conoció. El ajuste fue fácil. Pero Duffy tenía 18 años de edad. Muchos prospectos había sido drafteados en la Universidad a los 22 o 23 años. Ese ajuste se hizo difícil.
“Fui una especie de solitario en las menores”, dice él.
Los seleccionados en la Universidad frecuentaban bares después de los juegos. Ellos se burlaban porque Duffy rechazaba unírseles. Esperaba su cheque de pago cada dos semanas y se iba a Best Buy para comprar música y juegos de video.
“No quiero pintar un paisaje malo del beisbol de ligas menores. Hay adversidad en cada paso de la vida”, dice él ahora. “Hay algunos tipos quienes piensan que deberían estar jugando en un nivel más alto o que deberían haber firmado por más dinero. Eso no se debe decir entre los peloteros. Pero es inevitable. Esos viajes en bus son largos. Esos veranos son calcinantes. Es duro. No todo es playas de arena y conchas marinas”.
La meta final mantuvo a Duffy intentando. Cuando era un niño de 11 años, una chaqueta de los Dodgers de Los Angeles colgaba en su armario, había hablado de su interés por jugar en las ligas mayores. Y mientras se acercaba a esa realidad, la conversación matizó el sueño.
“Siempre pensé que todo cambiaría una vez que llegara a las grandes ligas”, dice él.
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Finalmente un diagnóstico.
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De vuelta al hotel del equipo, mientras Duffy se reunía con la plana mayor de la oficina principal de los Reales, sus bolsos ya estaban llenos con sus pertenencias.Había empacado todo.
Por años, Duffy ha citado los asuntos privados como su razonamiento para renunciar al juego en 2010. Era más fácil de esa manera. También usó esa excusa con Moore y la gerencia de los Reales, temeroso por la respuesta de los pitchers veteranos si decía la verdad. La cual es esta: Aunque hubo algunas relaciones externas fuera del beisbol que llamaron su atención, si no hubiese sido por sus experiencias en el clubhouse, “no hay manera de que hubiese renunciado al beisbol”.
Mientras salía del complejo de entrenamiento de los Reales en Surprise, se topó con tres de sus compañeros de equipo favoritos en el estacionamiento, Perez, Eric Hosmer y Jarrod Dyson. Les dijo que planeaba estudiar meteorología. Tal vez se decidiría por el baloncesto recreativo. Le rogaron que se quedara. Pero ellos solo sabían una porción de la historia.
Él necesitaba ayuda.
Duffy rechazó nombrar a los peloteros que lo atormentaban diariamente, un grupo de cinco con un director, asi los describía, pero enfatizaba su falta de prominencia con los Reales. Tres días antes de renunciar, Duffy los enfrentó. Ustedes no son mis entrenadores; no son mi padre; déjenme en paz.
“A partir de ahí, eso empeoró”, dice él.
En cuanto regresó a Lompoc a vivir con sus padres, Duffy dejó atrás ese problema.
Sin embargo no podía ignorar más el otro.
Poco después de llegar a casa, buscó terapia profesional. En ambientes íntimos, Duffy esconde poco. Sus experiencias de las semanas previas estaban cercanas ante las de la década pasada. Finalmente, se dio cuenta de que estaban intercaladas.
Un terapista le diagnosticó ansiedad, depresión y desorden de pánico.
“Lo más grande que he aprendido en terapia, y suena a cliché, es que no te puede ir mal siendo tu mismo”, dice Duffy. “Es una declaración más profunda de lo que parece. Nunca fallarás si actúas como lo que eres. Fuimos hechos de esta manera por una razón. Toma cierto nivel de confianza hacerlo. Yo no tenía esa confianza”.
Los Reales estaban pendientes. Duffy había escondido el tormento del clubhouse de ellos. Moore llamaba regularmente. Nunca hablaba de beisbol. El asistente del gerente general JJ Picollo lo visitó en persona, lo cual Duffy considera un “día clave” para su crecimiento personal. Agradece a los Reales profusamente cuando cuenta esta parte de la historia. Cree que la mayoría de los equipos su hubiese cansado de él. Solo tenía 21 años de edad. Nunca había hecho un pitcheo de grandes ligas.
“Para ese momento, lo que sabíamos de él era que tenía un gran corazón”, dice Moore. “Si él sentía que no podía dar su mejor esfuerzo en ese momento por la razón que fuera, era mejor para nosotros dejarlo encontrar su camino y apoyarlo a lo largo de este. Todos estos tipos están genéticamente acondicionados para jugar aquí. Ese es el otro material que hay que trabajar”.
Alrededor de un mes después que renunció al beisbol, Duffy se sentó en el sofá una noche y se paseó por los canales de su TV. Se detuvo en ESPN, que estaba mostrando un episodio de Baseball Tonight. El tema principal: el veinteañero Jason Heyward había jonroneado ante el as de los Cachorros, Carlos Zambrano, en su primer turno de grandes ligas.
Un año antes, Duffy había enfrentado a Heyward en un juego de ligas menores. Lo ponchó.
“Sentí otra vez el llamado de la competencia”, dice Duffy. “Me dije, ‘Vamos hombre’”.
Sabía que necesitaba más tiempo. Entrar a ese clubhouse seguía siendo una preocupación. Pero la terapia había empezado a cambiar lentamente su vida, dice él. Por primera vez, tenía confianza en sí mismo. Más que tratar por todos los medios de adaptarse, aceptó que tal vez estaba bien ser diferente.
Semanas después, llamó a Moore. El gerente general de los Reales le pidió que esperara otras dos semanas. Quería que Duffy estuviese seguro de su decisión.
Exactamente 14 días después, el teléfono de Moore sonó de nuevo.
“Estoy listo”.
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‘Finalmente me siento cómodo’
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Una tarde a las 4, días después que había regresado al beisbol, Duffy abandonó abruptamente su habitación en el hotel. No le dijo a nadie hacia donde iba, ni siquiera a su compañero de habitación, Kelvin Herrera, y francamente, tampoco lo sabía él.
Solo salió.
En los días y semanas antes que regresara a la organización de los Reales, este fue el plan que se propuso, un método aprobado por un terapista. Había optado por un tratamiento natural para su depresión y ansiedad. Las pastillas lo atontaban. Las caminatas tarde en la noche habían afectado sus nervios en la secundaria, y creía que eso podía ocurrir de nuevo.
Esa noche, Duffy viajo de vuelta por carretera desde Tempe, Arizona, hasta Surprise. Solo llevaba una tarjeta del hotel, su cartera y un teléfono celular. El reloj Garmin en su muñeca indicaba 26.8 millas. Miró el atardecer. Vio la luna ir y venir.
Cuando llegó al estadio, al terminar el viaje, revisó el reloj:
6:30 am.
Había estado afuera por más de 14 horas.
“Estuve realmente presionado, especialmente el primer par de días (después de volver al equipo)”, dice él. “Sabía lo que esto implicaba. Sabía que si iba a llegar donde quería ir, eso implicaría un verdadero reto fuera del campo”.
En una tarde calurosa del pasado verano, Duffy caminó desde el centro de Kansas City hasta el Kauffman Stadium en chancletas. Cuando The Star lo llamó la semana pasada, contestó su teléfono, hacía una caminata de siete millas hasta Guaranteed Rate Field en Chicago.
Las caminatas son más habituales que curativas ahora. A través de la terapia en curso, junto con el apoyo de su esposa y padres, ha aprendido a aceptar quien es, “con arrancadas y todo”.
En la superficie, es difícil imaginar a Duffy incómodo en un clubhouse. Está entre los mejor recibidos dentro de este. Pocos son más comprometidos con sus compañeros, visitantes del clubhouse, medios, quien sea.
Ha sido de esa manera desde 2013, cuando el pitcher y amigo nativo de California, James Shields llegó en un cambio desde los Rays de Tampa Bay, se volteó hacia Duffy y dijo, ¿Estás listo para ser cruel, hermano? Moore ha priorizado la cultura de clubhouse durante su estadía, y Duffy dice que eso ha resultado en una diferencia de “el cielo a la tierra” respecto a su experiencia en el campamento de grandes ligas en 2010.
“Finalmente me siento cómodo en mi propia piel”, dice él. “Gracias a Dios, amigo”.
Pero se trata de una lucha diaria, una realidad que el sabe podría nunca terminar. Sufre de insomnio y a menudo duerme menos de unas pocas horas por noche. La ansiedad siempre será parte de él. Siempre lo perseguirá.
En 2017, fue arrestado por manejar bajo influencia en Overland Park. “Tuve una cantidad brutal de destrezas para manejar las situaciones”, dice él. “Pienso que tener que sentir ciertas cosas con claridad me ha hecho afrontarlas mejor”, dice él. Pienso que al no huir del dolor mental, desarrollé el hábito de ser capaz de absorber la adversidad de mi vida, aquella con la cual lidia cada quien”.
Había tenido tres ataques de pánico ese año. “Sólo tres”, dice él. En una tienda por departamentos de Kansas City. Temió que había sido rudo con alguien que trató de tomarle una fotografía. Cuando la alarma se activó, Duffy se desplomó, era físicamente incapaz de mantenerse de pie.
Ese verano, experimentó otro en Kauffman Stadium, mientras atendía a los aficionados en la sala de conferencias. Duffy dobló la esquina, y sorprendido por el tamaño de la multitud, maldijo nerviosamente frente a las cámaras de televisión. Temió que eso sería transmitido en las noticias y maldijo de nuevo. Sus manos se pusieron insensibles. Ese siempre es el primer indicador de lo que viene. Se fue a la carrera de vuelta al túnel en un carrito de golf.
Tenía miedo de poner su historia a la luz pública. La vulnerabilidad sigue siendo un detonante de su ansiedad. Cree que su candor ha regresado para morderlo.
Pero despues de 74 minutos de compartir con The Star en un sábado reciente dentro del dugout del home club en Kauffman Stadium, cuando la grabación del iPhone se desactivó, Duffy hizo una pausa y ofreció un pensamiento final.
“Está totalmente bien que grabes esto”, empezó él.
“Recé por esto, hombre, porque tener esta conversación me hace vulnerable. Pero si alguien allá afuera se siente como yo, y puede leer lo que sea que ustedes publiquen y se siente mejor acerca de donde está en la vida, me siento bien haciendo esto, 100 por ciento”.
“Quiero que las personas sepan que también estuve perdido. Quiero que sepan que hay una salida sana. A veces hay que investigar duro y fajarse a través de eso”.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 24 de septiembre de 2019.
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