miércoles, 16 de julio de 2008

Las Huellas de Dimaggio, las manos de mi hijo entre las mías.

Tim Brown. Yahoo Sports.

“Yankee Stadium desaparecerá en menos de un año. Todo lo que puedo pensar es en recorrer las huellas de Joe Dimaggio, contemplar el cielo azul y enjugar dos lágrimas sin que mi hijo lo note.
Los momentos importantes de la paternidad le llegan por sorpresa a los hombres.
Mi hijo mayor, Connor, cumplirá 16 pronto. Lo que significa que si pongo juntas todas sus palabras de 3 o 4 semanas apenas si alcanzan para una conversación, sin los verbos ni el contacto visual.
Muchos días, extraño cuando era un bebé que se reía de todo y sus pantalones le bailaban porque la única forma de que la ropa dure a esa edad es comprándola dos tallas más grande. Ahora los pantalones bailan por otras razones. Pero sé que estos años son necesarios.
Hace 10 años, cuando cubría a los Yanquis con el Newark Star-Ledger, busqué a Connor en el kindergarten para pasar un rato en Yankee Stadium. Después que el tráfico matinal amainó, nos montamos en la camioneta gris y atravesamos la ciudad. Pronto el inmenso estadio se levantaba a nuestra izquierda, lo señalé y él estaba muy impresionado. Probablemente aquellos tamborileos sobre el cojín se debían más al hecho de haberlo sacado del salón de clases.
Estacioné en la calle frente a la entrada de los medios de comunicación. Connor se retrasó pateando una colilla de cigarrillo entre los guijarros de la acera. No parecía muy interesado en el histórico edificio que se levantaba delante de él. A través del mismo camino que transitaba mientras hacía mi trabajo todas las tardes, bajamos varias escaleras y atravesamos el comedor de los medios hasta llegar a la sala de prensa donde señalé mi lugar de trabajo, mi teléfono negro, mi silla de plástico donde pasaba horas lejos de él y su hermano menor. Afuera en el otro lado del corredor estaba el clubhouse de los Yanquis y el estrecho y bajo túnel que lleva al dugout.
Cuando salimos del dugout hacia la luz solar, tomé la mano de Connor y el lo aceptó. Me sonreí con él y dejé el abrigo azul sobre la tierra. Corrió hacia atrás y puso la mano sobre sus ojos para ver mejor. Caminamos juntos por todo el estadio totalmente vacío. La sillas azules se levantaban hasta el cielo. Señalé el palco de prensa y miré el cabello rubio de Connor, los ojos de su madre mezclados con los míos, casi no podía respirar.
Empezamos a caminar tomados de la mano. Desde el territorio de foul cruzamos la línea de primera base, pasamos por el montículo, donde estuvo Whitey Ford, y Ron Guidry y Mariano Rivera. Caminamos hacia la izquierda de la segunda base donde Derek Jeter jugaría esa noche. Él sonrió. Había oído hablar de Derek Jeter. Me reí y dije: ‘¡Ajá!’
Luego, lentamente, porque sus piernas eran cortas entonces, nos desplazamos hacia el right field sobre una grama tan verde y gruesa que sus pequeños zapatos casi desaparecieron. Cuando llegamos a la mitad del right field, me quedé sin palabras. Dije ‘Babe Ruth’. ‘Aquí mismo’. Un suspiro. ‘Y Roger Maris’. Él pateó la grama. Nos volteamos hacia el center field. Me sequé los ojos con el cuello de mi franela.
Avanzamos a través del right centerfield en un arco que cortaba la zona de seguridad. Tenía cuatro palabras por decir, eso pensaba. La frescura del estadio atenuaba el sol matinal, a través de un prisma de felicidad y orgullo. Llegamos al centerfield y me detuve. Después de unos segundos, Connor me miró ‘¿Y bien?’. Me preguntó con los ojos.
Suspiré y miré hacia atrás.
‘Mikey Mantle’. Finalmente solté. ‘Joe Dimaggio’.
Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Es todo lo que tenía. Me arrodillé y abracé a Connor.
Él no recuerda mucho ese día, pero yo le cuento la historia y él sonríe, y vuelve a ser aquel niño pequeño. Corriendo contra el sol.
Ahora van a derribar el viejo estadio y no pensaré en los hombres que jugaron allí ni en los juegos que ganaron o perdieron. No pensaré en el aura de un lugar repleto de leyendas.
Pensaré en la grama bajo mis zapatos y la mano de un hijo en la mía. Pensaré en la paternidad.
Y al carajo si no lloro otra vez”.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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