El templón de la mano me privó del oxígeno del final de aquel juego
decisivo de la Serie del Caribe. Por más que protesté mamá me llevó
hasta casa de su amiga Berenice. Había terminado la elección de la
reina del carnaval y querían compartir impresiones en un lugar más
tranquilo. El papelillo alfombraba los pasillos de la Plaza Montes y
en cada esquina se escuchaba la voz de Delio Amado León: “…y cuando
vamos para el cierre del undécimo inning Magallanes y Ponce siguen
igualados a 3 carreras…”
Aquella temporada 1969-70 quedaría grabada en mi recuerdo porque fue
la primera que seguí, además de todo lo que demostraron los Navegantes
del Magallanes sobre el terreno de juego. Su oportunidad de ganar el
campeonato fue comparada en marzo de aquel año con proyectos tan
complicados como la llegada del hombre a la luna y el logro de la
Serie Mundial para los Mets de Nueva York. El campeonato empezó y
Magallanes zarpó con muchos bríos de al menos disputar los juegos. A
principios de temporada Roberto Muñozfue dejado en libertad y Walter
Hriniak debió regresar a USA por bajo rendimiento. Dämaso Blanco
estuvo lesionado de una muñeca por un mes. Clarence Gaston debió
abandonar el equipo en diciembre por una lesión en la rodilla. Luego
se fueron los lanzadores Dick Baney y Danny Morris más llegaron Jay
Ritchie y Donald Eddy.
La noche cumanacoense se presentaba repleta por la alegría del
carnaval. En cada esquina emergían las “negritas”, los carros
paseaban con espontaneos disfrazados sobre los capós, los cohetes
estallaban. Y en el fondo seguía la narración del juego de pelota.
Ese Magallanes era un equipo que siempre tenía una respuesta a
cualquier eventualidad, si se cometía un error, el mismo que lo había
cometido o sus compañeros aparecían dos o tres episodios después con
un batazo importante para igualar la pizarra o ponerse adelante. Todos
se fajaban, todos joseaban, todos se daban la mano para levantarse y
al menos mostrar vergüenza deportiva.
La señora Berenice me preguntó porque estaba tan triste en una noche
como aquella. Cuando mamá le habló del juego de pelota, trajo uno de
aquellos radios.tocadiscos portátiles. Logré sintonizar la emisora
cuando Delio Amado decía: “…ahí viene el lanzamiento, Gustavo Gil
batea un roletazo por el medio del campo. La pelota pasa imparable,
Dámaso Blanco anota la carrera que le da a Venezuela su primera Serie
del Caribe. Es indescriptible lo que ocurre en el estadio
Universitario amigos, el público ha comenzado a cantar el himno
nacional…” En ese momento sonó una serie infinita de cohetes en el
cielo. Un carro se paró y el tipo que iba sobre el capó preguntó:
“¿Quepasó en el juego?” Cuando le dije que había ganado Magallanes, el
tipo empezó a saltar sobre el carro y el chofer empezó a sonar la
bocina, parecía la sirena que tantas veces ha animado al equipo en el
estadio, pero aquella sirena sonaba en todo el estadio y en toda
Cumanacoa.
En aquel juego Armando Ortiz (el mismo que le despachó cuadrangular a
Miguel Cuellar en el primer juego de aquella Serie del Caribe) cometió
una marfilada que permitió la segunda rayita borícua. En el octavo
episodio cuando Ponce ganaba 3-2, Ray Fosse soltó doblete y Ortiz lo
imitó con otro biangular para empatar el juego.
Mientras me confundía entre los abrazos de mamá y sus amigas junto a
las personas que se bajaban de los carros en medio de una lluvia de
papelillo, seguía viendo la gesta de aquel equipo, los batazos de Jim
Holt, la versatilidad de Hiraldo “Chico” Ruiz, el empeño de Dámaso
Blanco, el oportunismo de Gustavo Gil, el aporte de Cesar Tovar, la
solvencia de Gonzalo Marquez, la calidad de Don Eddy, la sabiduría de
Orlando Peña y la experiencia de Jay Ritchie quién además de ganar los
juegos que clasificaron al Magallanes a la semifinal, la final y el
que le dio el campeonato de Venezuela; en la serie del Caribe lanzó un
juego casi perfecto en el que solo permitió 1 hit para vencer a los
Tigres del Licey Que noche tan especial aquella del 10 de febrero de
1970.
Alfonso L. Tusa C.
jueves, 10 de febrero de 2011
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