Jeff Passan. Yahoo Sports.09 Marzo 2011
Glendale Ariz. Su boca se abrió este martes 08 de marzo. Por mucho tiempo, emitió las cosas más gloriosas. Si acaso habrá 5 personas en la historia que puedan aguantar el ritmo verbal palabra a palabra de Ali. Hablaba cantando. Ali sin voz es como B.B. King sin Lucille.
Ali pasó este martes 08 de marzo en el clubhouse de los Medias Blancas de Chicago. Estuvo ahí con Athletes For Hope, una organización que pide a los peloteros que encuentren una causa y donen tiempo y dinero. Su esposa, Lonnie, y su cuñada Marilyn Williams lo ayudaron con la silla de ruedas. Su peso lo encorvaba. Una expresión de vacío congelaba su rostro. El Mal de Parkinson es implacable.
Mirar su boca abierta era cruel, porque no lo hacía para hablar, para bendecir el lugar con críticas. Lo hacía porque Ali no lo podia controlar. Cuando Lonnie notó su mandíbula caida, la empujó hacia arriba.
Parado al otro lado de Ali estaba Ozzie Guillén, el manager de los Medias Blancas, y gústele o no, su heredero en oratoria. ¿Blasfemia? Difícilmente. El atleta moderno no habla. Evita involucrarse. Se cura en salud con mensajes de 140 caracteres. Se adhiere a lo políticamente correcto. Ciertamente no habla en verso.
Y aún el mínimo asomo de humor es raro, así que ver a Guillén, quién habla hasta por los codos, y quien se involucra en política, y hace del Twitter una diversión, además de ser tan políticamente incorrecto como es posible, haciendo chistes con impunidad, puede ser lo más cercanos que estemos de Ali. Nadie debería equivocarse nombrándolo
embajador universal en lo inmediato, no desde su relativamente anónima posición de manager de béisbol. Y aún él recibe crédito por mucho más que eso que el que él mismo se da.
“Soy el Charlie Sheen del béisbol”, dijo Guillén, “sin drogas ni prostitutas”.
Sonrió. Hablaba del doble patrón con él, si el manager de los Cachorros de Chicago Mike Quade y Guillén decían la misma declaración controversial, la reacción contra Guillén sería de diez páginas. Su nombre es un multiplicador de sus palabras. El entiende eso. Pero no se detiene.
Para Guillén y muchos otros en la actualidad, Ali de 69 años, representa mucho de lo que era positivo de los deportes. La mayoría, por supuesto, no entiende el contexto de las palabras duras, los enfrentamientos mediáticos, los alardeos legendarios, como sus
grandes momentos y palabras que proveen una referencia cronológica para los Estados Unidos en los años 60 y 70.
El martes se cumplió el cuadragésimo aniversario de la primera pelea Ali – Frazier. La Pelea del Siglo, que ocurrió justo después de los tres años y medio de cárcel por negarse a enlistarse en el ejército. De todas sus famosas declaraciones, la mejor no es sobre quién es él (“Soy el más grande”) o sobre lo que puede hacer (“Flotar como una
mariposa y picar como una abeja”), sino la que explica porque se negó a ir a la guerra. “No tengo ningún enfrentamiento con el Viet Cong”.
Detrás de los matices políticos y el desorden gramatical sus declaraciones eran punzantes y críticas. Así fue siempre Ali: claro, conciso y al grano, como cualquier gran orador. No hablaba entrecortado. Lo hacía tan perfectamente que era imposible de ignorar.
Guillén es igual. Deje atrás el acento, recuerde, el inglés es su segundo idioma, y las groserías cada cinco palabras, y encontrará que sus ideales son similares a los de Ali. No le da la mínima importancia a las autoridades. Se opone verbalmente a Hugo Chávez, el presidente/dictador de su país, Venezuela. Hace lo que hace porque quiere hacerlo, y sus palabras le dan sentido a su ideal de vida.
“He hablado de eso con él”, dijo Kenny Williams el gerente general de los Medias Blancas, un viejo amigo de Ali quién planificó el encuentro. “Hemos conversado sobre eso. Pero no desde la perspectiva del béisbol. Más desde algunas de las cosas que él hace en Venezuela y aquí, que no son apreciadas porque la gente está cegada por las otras cosas”.
Por las otras cosas él se refiere a las peleas de Guillén con Williams. Y sus imprecaciones de Magglio Ordóñez. Y de Buck Showalter. Y de Bobby Jenks. Y del Wrigley Field. Guillén ha hecho cosas muy estúpidas. Llamar marico a Jay Mariotti era innecesario. Por esa razón estaba llamando “gorila” a Joe Frazier, lo cual hizo Ali por casi media década.
Los errores de Ali no definen quién es él, tampoco deberían los de Guillén. Hay suficiente sustancia en su presencia social para balancear sus desplantes. Guillén siempre ha criticado la hipocresía de pagarle relativas migajas a los adolescentes latinoamericanos para firmar con los equipos para luego no ofrecerle un plan de compensación cuando, como es el caso de la gran mayoría, sus carreras se estancan. Esas palabras no son gratas en las oficinas de Major League Baseball. Provocaron llamadas de Bud Selig. Y Guillén las repetirá una y otra vez hasta que ocurra algún cambio porque son las palabras apropiadas, así como nada detuvo a Ali de decir lo que era justo en una época más difícil.
“Antes era peor”, dijo Guillén. “Era una cuestión racial, religiosa. Pienso que ahora es más fácil. Ahora dices, que lo sientes y sigues adelante. Antes, era difícil abrir la boca”.
Que no daría el mundo por sólo un día del viejo Ali, una metralla de aforismos y palabras afiladas. Todo el que ve al Ali de hoy imagina aquella versión. Después que terminó la presentación a los Medias Blancas, Ali fue llevado al medio del clubhouse para las fotografías. La fila crecía a través de la habitación. Casi todos los jugadores y el personal administrativo caminaron hacia Alí y se arrodillaron. Algunos chocaron puños con él. Otros mantuvieron la cara de asombro. Unos pocos sonrieron. Ali era poco más que un apoyo.
Cuando los clic de las cámaras terminaron, Lonnie lo tomó de un brazo, Marilyn del otro brazo y juntos caminaron hacia una Range Rover blanca. Marilyn llevaba una camiseta de los Medias Blancas con el número 40 en la espalda, para conmemorar el aniversario. El letrero decía: CAMPEÓN. Cuando Williams se la entregó, Ali mostró su única vivacidad del día. La mención del nombre de Frazier lo hizo saltar.
Todos sonrieron. Lo sabían: La personalidad, la emoción y especialmente las palabras estaban atrapadas dentro de una celda que se resistía a cooperar.
“Que malo que Ali no pudiera (grosería) hablar”, dijo Guillén. “Hubiera sido maravilloso”.
De vez en cuando, él puede. “Te dará un poco de sabiduría”, dijo Williams, y en esos días especiales cuando su cuerpo muestra la fuerza suficiente para decir unas pocas palabras, los que están cerca de él no tienen que soñar sobre como era Ali. Lo experimentan.
Ali se deslizó en el asiento de los pasajeros de la Range Rover. Agarró una taza y empezó a sorber. Marilyn pasó una servilleta bajo su barbilla y sobre el tope de su camisa. El carro arrancó. Dentro del clubhouse, mientras los Medias Blancas se alistaban para un juego de entrenamiento, Guillén iba de locker en locker. Hablaba en español. Hablaba en inglés.
¿El Charlie Sheen del béisbol? Por favor. Es el Muhammad Ali del béisbol, la voz que deberíamos salvar mientras aún esté allí.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
sábado, 12 de marzo de 2011
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