Steve Henson. 20-03-2011
Fue un simple acto. David Newhan mantuvo abierta la puerta de un restaurante para una persona en una silla de ruedas. Y estaba muy emocionado. La gratitud se extendió largo muy largo hasta resolver y resolver en círculo hasta llegar otra vez a la gratitud, entonces lo único que quería era encontrar el estadio más cercano, batear una recta y correr las bases.
Mientras la silla de ruedas pasaba, Newhan agradeció a Dios en silencio por su suerte milagrosa. Un accidente de surf en la costa del sur de California en septiembre de 2009 quebró la segunda vértebra de su cuello, al estilo de una horca judicial, pero la médula espinal de Newhan tenía de alguna manera un repuesto. Él caminó a casa ignorante de la gravedad de la lesión, con la tabla bajo su brazo, tranquilamente le pidió a su esposa que lo llevara al hospital.
Dieciocho meses más tarde, Newhan reconoce en otras situaciones lo que fácilmente le pudo ocurrir a él. La divina providencia lo salvó de una parálisis o la muerte, cree él, y no se tomará ningún día a la ligera. Puede abrazar a su esposa y dos hijos, caminar por la playa, y (¿por qué no hacerlo mientras pueda?), jugar béisbol con un equipo de Grandes Ligas.
Newhan tiene 37 años. Ha pasado partes de ocho temporadas en Grandes Ligas en cinco equipos diferentes. Es versátil, se faja, es un tipo que según los coaches se desempeña en el juego de la manera apropiada. Sin embargo pasó la temporada de 2009 en Triple A y la de 2010 rehabilitándose de la lesión del cuello. Hacer la transición a una carrera como coach o hacia la cabina de transmisión parecía lo prudente. O lo más simple.
Para cualquiera, no para Newhan.
Obtuvo el visto bueno de su médico para jugar, contactó a los Padres de San Diego, los convenció de que hablaba en serio sobre su regreso, y se dirigió al entrenamiento primaveral. Ha pasado la mayor parte del tiempo en un campamento de ligas menores, sacándose el óxido, pero ha jugado en un juego de Grandes Ligas, y tomó dos turnos memorables al bate.
Después de algunas bromas sanas del manager de los Padres, Bud Black (“¿Qué pasa contigo David? ¿Estás aquí para jugar o para ser coach?”), Newhan se paró en la caja de bateo por primera vez y de nuevo expresó su gratitud. El actor Christopher Reeve sufrió la misma lesión al caer de un caballo en 1995 y quedó cuadrapléjico. Muchos otros han muerto instantáneamente. Y aquí estaba él con un bate en sus manos, tomando un sorbo de aire cálido de Arizona, una voz gritaba en la tribuna detrás de él “Cerveza fría”. Newhan se salió de la caja de bateo, descansó un instante, tomo otra respiración profunda y se llamó a regresar al presente. Se paró con su estilo de zurdo y al primer buen pitcheo que vio metió una línea imparable al jardín derecho.
Corrió a primera base.
“Sólo el estar en el campo fue maravilloso”, dijo Newhan. “Cuando veo a alguien en una silla de ruedas pienso en la suerte que he tenido de tener una recuperación completa. ¿Cuanto no hubiera querido esa persona haber sido bendecida lo suficiente para tener todo su cuerpo activo?”
Su segunda vez al bate, dirigió un pitcheo al hueco entre el jardín izquierdo y el central pero el left fielder le llegó a la pelota. No importa. Newhan ha llevado la euforia de esos dos turnos al bate con él a través de las exigencias de los ejercicios diarios. Su meta es hacer el equipo Triple A de los Padres, pulir su juego y estar disponible para el equipo grande cuando la temporada avance.
Newhan es principalmente un jardinero, pero también jugó bastante segunda base y algo de tercera y primera. Con toda la alegría del mundo jugará en cualquier lado ahora. Su recuperación del accidente es completa, y llegar a las Grandes Ligas de nuevo le daría un buen cierre a su carrera.
“Veamos a donde llega”, dice Black. “Nunca puedes dejar afuera a David. Lo ha demostrado antes”.
Black no necesariamente se refería a Newhan tumbado en el fondo del oceano ahogándose de agua y terror. Pero podría haberlo hecho. Porque ningún obstáculo que Newhan enfrente en el béisbol se acercará a aquel momento.
Ël salió para perseguir algunas olas rezagadas aquella tarde, a dos cuadras de su casa en Oceanside, Calif. Newhan creció en el sur de California y fue a la universidad en Pepperdine, Malibu, surfear era una de sus pasiones como el béisbol. No era novato. “No fue que me cansé”, dijo Newhan. “Hice una mala decisión al saltar de mi tabla. Estaba lo suficientemente lejos de la playa, no pensé que la profundidad era poca. Pensé que flotaría en la superficie del agua”.
En vez de eso su cabeza se estrelló con violencia contra un banco de arena. Quedó completamente adormecido, apenas consciente del agua salada fluyendo por sus fosas nasales.
“Sentía un aguijón en todo el cuerpo”, dijo Newhan. “Trataba de moverme cuando sabía que no podía. Estaba flotando. Pensé: ‘Si puedo sacar la cabeza del agua, trataré de pedir auxilio’”
Su próximo pensamiento fue una oración: “Jesús déjame mover”. Sus brazos y piernas respondieron, agarró su tabla y deslizó su barriga sobre ella. Lentamente se dirigió a la playa, caminó a casa lentamente y llamó a su esposa, Karen, quién visitaba a sus padres a 10 millas de distancia.
“Necesito que me hagan una placa de Rayos X”, le dijo a ella. “Me pasó algo, algo anda mal. Mi cuello está trabado”.
La sala de emergencias del hospital estaba llena y Newhan debió esperar varias horas antes de recibir atención médica, inocente de que si las astillas de las vértebras se movían aunque fuera un milímetro, podría haber muerto. Finalmente llegó su turno, los examenes revelaron una triple fractura en espiral. El médico tragó saliva, la enfermera la llamó “el quiebre del ahorcado”, a Newhan le colocaron un collarín.
Usó un collarín que se ajustaba a su cabeza, por dos meses, luego uso otro más pequeño por otro mes. Dormía boca arriba. No podía levantar nada más pesado que 5 kilos. Solo podia hacer caminatas de 45 minutos en la mañana y al atardecer con Karen. Algunas veces llevaban consigo a su hijo, Nico, y su hija, Gianna, quienes ahora tienen seis y tres años de edad.
“Karen ha sido increíblemente fuerte”, dice Newhan. “Que ella me haya apoyado para que trate de volver al béisbol, es algo para lo cual no tengo palabras que expresen mi agradecimiento”.
La recuperación se agilizó cuando él comenzó un régimen de terapia física alternativa llamada el método Egoscue con los entrenadores Jordan Feramisco y Liba Placek. En los meses siguientes, Newhan construyó una jaula de bateo en el campo de entrenamiento de Sorrento Valley, Calif., y empezó a dar lecciones de bateo a los jóvenes además de tomar swings él. El gusanillo del béisbol lo había picado de nuevo.
Le hizo saber a los equipos de Grandes Ligas que estaba de vuelta el verano pasado pero ninguno se interesó. Siguió entrenando, hace unos pocos meses le hizo una llamada a su viejo amigo Jason McLeod, el asistente del gerente general de los Padres de San Diego. “Todo lo que quiero es una oportunidad”, le dijo Newhan. Nadie espera que Newhan recupere el tope de las condiciones de cuando bateó .311 con los Orioles de Baltimore en 2004, pero que pueda contribuir desde el rol de utility podría ser suficiente.
Y si esto no funciona, Newhan no se desilusionará. Ha jugado para nueve organizaciones en 14 temporadas profesionales. Ha sido bajado de categoría. Ha sido despedido. Ha pasado muchas cosas. Y como todo el mundo lo sabe ahora, él es muy difícil de dejar afuera.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
viernes, 25 de marzo de 2011
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