jueves, 5 de enero de 2012

Cuando apoyas a un equipo que no es de tu ciudad

George Vecsey . NYT.

“¿Por qué se enamoran los tontos?” Una gran canción “viejita”.
Pero hay otra pregunta para los aficionados a los deportes: ¿Qué lleva a las almas independientes a simpatizar por equipos de otro lugar distinto a la región donde viven?”.
Este fenómeno me impresionó el año pasado mientras hablaba de mi biografía de Stan Musial en Nueva York.
Claro que había aficionados de Musial de cierta edad quienes habían visto a “Stan the Man” aterrorizar Polo Grounds y Ebbets Field.
Claro que había gente de Missouri e Illinois quienes crecieron como aficionados de los Cardenales y emigraron a Nueva York por trabajo o amor. Los aficionados de los Cardenales se congregan periódicamente en Foaley’s, cerca de Herald Square para aupar al equipo de su niñez, frente a la pantalla de los televisores. Pero otros aficionados de los Cardenales originarios del área metropolitana simplemente les gustaban los Cardenales por los pájaros rojos de sus uniformes, por los saltos mortales de Ozzie Smith, por la resistencia hogareña a los coqueteos de los Yanquis y los Mets.
Este fenómeno trasciende al beisbol. En Nueva York encuentro aficionados de los Packers que nunca han vivido en Wisconsin, aficionados de los Canadiens que nunca han vivido en La Belle Province, aficionados de los Celtics quienes admiran a Russell y Bird y Pierce pero no tienen ni una traza de acento bostoniano. El cable trae deportes a nuestros hogares y bares, y hace que los aficionados escojan un equipo distinto de su hábitat natural.
Cuando trabajaba en Newsday hace muchos años, el gruñón de nuestra oficina Dick Clemente era un gran aficionado de los Tigres. Era de Nassau Conty. Imaginense. Clemente aupaba a Kaline y compañía con tal énfasis que el editor deportivo solía asignarle para cubrir un juego de los Tigres en Yankee Stadium de vez en cuando, sólo para verlo feliz. ¿Por qué Clemente aupaba a los Tigres? No tenía una razón para cada cosa.
Voy a contar mi historia. Cuando era niño, mi padre trajo a casa la autobiografía de Sid Luckman, el gran mariscal de campo de los Bears de Chicago, probablemente una copia extra de la sección deportiva donde trabajaba. Fue la primera biografía deportiva que leí.
Luckman era un muchacho de Brooklyn, judío como muchos de mis amigos, y de la Columbia University, esa gran institución de nuestra ciudad. El libro se paseaba por episodios tristes de la infancia de Luckman, ¿quién lo diría?, pero dejó una gran impresión en mí. Cuando dibujaba en la escuela, boceteaba el uniforme de los Bears.
Hasta el día de hoy, mientras mantengo un respeto sano por los Gigantes y los Jets y otros equipos que cubro, admito que reviso los resultados cada lunes para ver como les fue a los Bears. Sé que están de séptimos u octavos entrando al último fin de semana de la temporada; pero cubrí su victoria en el Super Bowl de 1986 y nunca los aupé ni una vez, al menos no lo exterioricé.
¿Aficionados al futbol? Ese es un género completamente distinto. Siempre le pregunto a los británicos porque aúpan a su equipo. ¿Chelsea o Arsenal o Tottenham? Me gustan las respuestas, están afianzadas en otra cultura, una que exploraré más adelante.
Si aupas a un equipo que no es de tu región, o conoces a alguien que lo hace, ¿puedes dar algunos detalles? ¿Cómo funciona eso para cada quién? Tal vez aprenderemos algo sobre los extraños hábitos de los aficionados a los deportes.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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