jueves, 15 de marzo de 2012

Látigo indeleble

Hace unos años vi una película donde unos muchachos entierran en el jardín de su casa una botella con varios papeles donde escribieron sus experiencias de la época. Juegos, amistades, noviazgos, monedas, letras de canciones, envoltorios de caramelos y hasta arena de mar. En la noche soñé que tenía una botella de kolita sifón, aquella sabrosísima gaseosa que envasaban frente al parque Ayacucho cumanés, en medio de la agitación de mis amigos metimos un pedazo de pabilo de un papagayo, varios mechones de cabello de la chica que espiábamos, un gurrufío, un envoltorio de aeromint, un pedazo de pelota de goma, y un papel que fui a sacar debajo del colchón de mi cama. Mis amigos se quejaban que cuarenta años después ya no íbamos a vivir allí, que a lo mejor cualquier jardinero obstinado empezaba a cavar y rompía la botella, o quién sabe que iba a ser de nuestras vidas.
Aquel papel dibujó los rayos de luz que atravesaban la persiana el mediodía del 16 de marzo de 1969. El locutor anunció en la radio “Zingara. Bobby Solo”. “Prendi questa mano zingara. Dimmi pure che destino havro…” Una fanfarria atravesó la canción. “Extra de NotiRumbos. En el peor accidente aereo que se recuerde en Venezuela perecieron todos los ocupantes de la aeronave de Viasa con destino a Estados Unidos. Entre los pasajeros se encontraba el dueño de Cardenales de Lara Antonio Herrera y los peloteros Carlos Santeliz e Isaías Látigo Chávez. Del baño llegó un ruido metálico. Cuando me asomé dos líneas escarlata surcaban las mejillas de Felipe. La afeitadora rebotó en el grifo y cayó en el bidet. Se enrrolló la mano en papel higiénico y se agarró del marco de la puerta. Ya no iba a saber más de aquel muchacho que lo retrasó en el mandado de su mamá cuando un mediodía se quedó oyendo en la radio que un pitcher de Distrito Federal se había fajado con el equipo de Nueva Esparta por 13 episodios y aunque perdió el juego, ponchó 18 y estuvo a punto de ganar. Felipe me pasó la mano por los hombros mientras ladeaba la cabeza. Se paró sin retirar el papel de su mejilla. Abrió el gabinete y sacó una barajita de un compartimiento secreto. Se quedó mirando la foto del Látigo y refirió como se lió a puñetazos con un muchacho que intentó arrebatarle la barajita de su héroe.
Pregunté si ese era el pitcher que él y Jesús Mario decían que transformaba aquel Magallanes mediocre de mediados de los años sesenta. Felipe se untó un dedo con saliva y lo masajeó en la herida. “El Látigo no sólo transformaba aquel Magallanes, cuando él pitcheaba el equipo era capaz de ganarle al Caracas, La Guaira o a cualquier equipo de Grandes Ligas”.
Jesús Mario contó que venía saliendo de un examen de reparación cuando escuchó que el Látigo había debutado en Grandes Ligas y aunque San Francisco perdió con los Cachorros, el Látigo había dominado a Ron Santo y Ernie Banks. “La noticia que llegaba del radio de una casa, me tranquilizó y me hizo tener esperanzas en que había hecho un buen examen”.
Le pregunté a Felipe si el Látigo era el pitcher que los había hecho saltar por todo el cuarto, y ni les importó el regaño de papá, ni que estaba reforzando a los archirivales Leones del Caracas, porque había retirado 25 bateadores en fila de los Industriales del Valencia. Felipe asintió y bajó la cara. ¿Cómo iba a hacer para volver a escuchar o ver un juego del Látigo?
No quise salir a jugar con mis hermanos. Papá se sentó conmigo en la cama. Me dijo que la vida es muy dura a veces y hay que respirar profundo y seguir adelante, aún con lágrimas en los ojos. Seguramente podría ver varios juegos del Látigo. “Si buscas en los ‘Sport Gráfico’ de tus hermanos y registras en los periódicos, encontrarás todos los juegos que quisiste ver del Látigo, y muchos que ni te imaginaste. Y si le preguntas a quienes lo vieron actuar dentro y fuera del campo, por supuesto que completarás la escena de ese juego”. Reclamé que mi sueño había sido asistir a un juego en vivo en el estadio Universitario, con las tribunas repletas, la sirena abrasando el ambiente y la punta del spike izquierdo del Látigo apuntando hacia el cielo. Papá me dio dos palmaditas en el hombro y un abrazo.
Unas noches atrás se me paralizó el dedo sobre el control al ver las imágenes de la película. Estaban sacando la botella del jardín cuarenta años después. Los papeles estaban fracturados, las monedas corroídas y la arena de mar era un polvillo apenas perceptible. Aquella noche me levanté varias veces. Es la única vez que he continuado un sueño. Mis amigos se quedaron mirando lo desgastada que estaba la litografía de la kolita Sifón. Sólo la podía leer quién había visto su estado original. Del pabilo sólo quedaban motas segmentadas. Los mechones de cabello parecían transparentes. El gurrufío se deshizo al primer movimiento. Del envoltorio de Aeromint sólo quedó la tirita azul que servía para abrir el paquete. El fragmento de pelota despedía vahos húmedos. Y el pedazo de papel se quebró en dos mitades al sacarlo de la botella. A duras penas lo juntamos sobre la grama. En letras desteñidas apareció el encabezado “La última entrevista de Isaías “Látigo” Chávez”. A pie de página decía Sport Gráfico y el número de la página.


Alfonso L. Tusa C.

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