lunes, 24 de septiembre de 2012
Pluto y el Caballo de Hierro
Los reflejos del sol maracayero brillaban en las piedras del asfalto, luego de varias vueltas de manzana llegué a una esquina de jardín frondoso. En la puerta se oía una voz amortiguada. Roberto, te busca un señor. La voz ronca y el rostro bronceado impregnaron el porche. ¿Estás escribiendo un libro de El Látigo? Los periodistas siempre decían que entre él y yo estaba el mejor pitcher venezolano de la liga profesional a mediados de los años sesenta. Siempre me andaba diciendo que me iba a dar un jonrón. Pero yo siempre lo pasaba con la recta. En la temporada 1967-68 nos enfrentamos dos veces. Un juego lo ganó él y el otro yo. La pizarra de ambos juegos: 1-0. Isaías era mi amigo. En la final de la temporada 1966-67 La Guaira nos tomó de refuerzos. En el juego decisivo, le estábamos ganando por paliza al Caracas y Adolfo Phillips se robó el plato. Casi lo decapito, porque le hice swing al lanzamiento y él entró de pié. El pitcher del Caracas, Diego Seguí, me dio un pelotazo en el codo y salí del juego. Después vino la reacción del Caracas y el resto es historia. Más adelante aquel año, mientras jugábamos en ligas menores de Estados Unidos, me tocó enfrentarme a Seguí y le metí un bolazo la nuca . Lo fui a visitar al hospital y me dijo: "Oye Venezuela en lo que salga de aquí te doy tu merecido". Muñoz respondió. "Oye Cuba, tú me diste un bolazo allá, ahora yo te lo devuelvo acá. Estamos en paz". Esa voz resonó dentro de la cabina del carro esta mañana cuando John Carrillo informaba del deceso de Roberto Muñoz este domingo 23 de septiembre de 2012, a causa de un ataque cardíaco.
A mitad de conversación pasó un conocido por la acera. ¡Ese Pluto! Solo recuerdo que Nelson Castellanos fue el primero que me llamó Pluto ¿Por qué? No lo sé. Quizás porque daba la impresión que estaba en la luna, solo de apariencia, muchas veces sorprendió a corredores en distintas bases. Quizás porque escarbaba mucho debajo de la caja de lanzar y daba vueltas en el montículo antes de lanzar.
Una vez después de un juego de ligas menores me fui con Isaías a cenar alrededor de la medianoche en un restaurant. Cuando fui al baño me encontré una escena tenebrosa. Varias blancos golpeaban a un negro. Me quedaron viendo y se marcharon. El hombre se pasó la mano por las hematomas. “Thank you man! Thank you man”
En su infancia disfrutaba mucho mirando los pájaros en las mañanas y se quedaba mirando hacia El Ávila desde su barrio en Sarría. Su madre siempre lo sacaba de sus ensoñaciones para que fuese a comprarle comestibles a la bodega. Con sus amigos formaron un equipo de béisbol. Unos andinos que tenían unos autobuses se interesaron por el equipo y apostaban dinero cada vez que jugaban.
En una ocasión se presentó un juego contra un equipo de Boleíta y ellos arreglaron una apuesta de 30 bolívares. Roberto les dijo que él iba si le garantizaban que después iban a subir a El Ávila para ver los pájaros y otros animales que le habían dicho vivían allá.
Los andinos primero recelaron pero cuando Roberto dijo que no iba para Boleíta, accedieron a llevarlo a El Ávila.
Roberto preparó su mascota y empezó a quetchear el juego. Pelo e rata era el short y Luis el pitcher. Al final del juego los rivales tenían hombres en primera y segunda. El de segunda empezó a abrir demasiado. Roberto mandó un peñonazo a Pelo e rata y la bola le pegó en la sien al corredor. Lo tuvieron que llevar de urgencia al hospital. Pasaron varios días que la mamá de Roberto no lo dejaba salir porque decían que el lesionado había jurado vengarse.
Desde entonces varios le recomendaron que se convirtiera en pitcher, sólo cuando firmó al profesional hizo la transición. Los técnicos de los Atléticos de Kansas City y los Industriales del Valencia le dijeron que tenían que aprovechar el potencial de su brazo. Pronto se verían los resultados. En 1964, con las Abejas de Burlington, dejó marca de 11-8, 3.35 de efectividad en 153 innings. En 1965, con los Broncs de Lewiston, su marca fue de 13-4, 3.97 en 136 episodios. En 1967, con los Mounties de Vancouver, 12-4, 2.58, 150 innings. Ese año subió a la Gran Carpa. Ganó 1 y perdió 1, 3.57 en 40.1 innings. En 1970 regresó a las Grandes Ligas para jugar con los Atléticos de Oakland (0-0, 2.92, 12.1 innings), Padres de San Diego (0-0, 6.61, 16.1 innings), Cachorros de Chicago (3-2, 5.82, 43.1 innings). En Venezuela destacó con el Valencia (entre 1965 y 1968 dejó marca de 28-20 con efectividad de menos de 2.50 en más de 350 innings). En 1968 la franquicia se convirtió a Llaneros de Acarigua y a mitad de campaña fue cambiado a los Navegantes del Magallanes, allí junto a Ronnie Tompkins se convirtió en uno de los baluartes del pitcheo que permitió la remontada que metió al equipo en la clasificación (4-2, 2 salvados, 57.2 innings, 2.81). Al año siguiente salió de Magallanes por diferencias con el manager Patato Pascual. Siempre me pareció que Magallanes debió recibir algo a cambio por un pitcher tan valioso como Muñoz. Sin embargo fue dejado en libertad. De inmediato firmó con los Tigres de Aragua y allí empezó su transición a pitcher de relevó (2-2, 4 salvados, 1.88, 43 innings). En la 71-72 fue campeón con los Tigres (5-6, 11 salvados, 2.09, 129 inning), en esa temporada empezaron a llamarlo el Caballo de Hierro porque venía a relevar casi todos los días. También fue campeón con los felinos en la temporada 74-75.
La estatura del lanzador que fue Roberto Muñoz está reflejada en sus estadísticas en la LVBP: 368 juegos (6to.), 39 juegos completos (8vo.), 267 juegos relevados (7mo.), 64 juegos ganados (9no.), 59 juegos salvados (5to.), 1228.2 innings lanzados (5to.), 734 ponches (5to.), 426 boletos (5to.)
Hasta siempre Roberto.
Alfonso L. Tusa C.
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