jueves, 21 de noviembre de 2013
Las cuitas del béisbol
Una de las razones esenciales por las que disfruto mucho el béisbol, es que me hace reflexionar sobre parte del esquema mental que utilizo en la vida en general para afrontar situaciones difíciles. Aunque ignore muchas cosas que están ocurriendo en el terreno de juego y el dugout, siempre hago el ejercicio de asumir el trabajo del manager, en esos juegos complicados donde molesta ver como las decisiones pasan a cierta distancia de la victoria. Entonces es fácil decir “si yo fuera el manager hubiera hecho esto”.
Anoche, en el cierre del octavo inning conversé a distancia con Luis Sojo. C.J. Retherford comenzó el inning con doble a la pared del jardín central. Le pregunté porqué dejaba a Gabriel Alfaro si tenía al zurdo Carson en el bull pen y venía a batear el zurdo René Reyes. Caminé cien mil veces la distancia entre el televisor y el patio. Buscaba una explicación apropiada para entender porque Alfaro recibió el sencillo de Reyes. Casi me saqué el anular y el índice izquierdos cuando con el juego 5-4, Alfaro continuó y concedió boleto a Javier Herrera.
Traté de tranquilizarme porque desconozco las interioridades que llevan a un manager a tomar tal o cual decisión. Intentaba ubicarme en las decisiones que tomo en mis ocupaciones laborales, el riesgo de cometer errores, los factores externos que pueden influir en las decisiones. Por momentos entendía a Sojo. Sólo que esa pasión por ver al equipo ganar te hace ver el juego desde el dugout de tu sala. Me costaba entender como iba a traer a Yoel Hernández a relevar, si lo había utilizado el martes ante el Caracas y tenía en el bull pen a Carson quién había hecho un buen relevo el domingo en Margarita. ¿Dónde quedaba la lógica de rotar adecuadamente al personal?
El ejercicio de observar a Salvador Pérez enfrentar a Yoel Hernández resultó desesperante, quizás le iba a dar el batazo al mejor pitcher del mundo, la tristeza de ver aquel sencillo al jardín izquierdo, me hizo querer estar enfundado en aquel uniforme, para traer a lanzar a Carson, no ante Pérez sino ante René Reyes. Si el hit llega allí, igual se ponía el juego 5-4. Lo que habría que ver es como Carson iba a trabajar a Javier Herrera y luego a Pérez. Un ejercicio doloroso que ilustra porque el béisbol desde su aparente lentitud, acelera todas las neuronas de sus seguidores, el ritmo del juego permite distintas visiones. En caso de que las decisiones del manager resulten desacertadas, siempre habrá infinitas visiones de periodistas, aficionados, fanáticos. Para unos desde la frialdad de su análisis, para otros desde la pasión de sus emociones.
Anoche mientras apagaba el radio luego de aquella tormenta perfecta en medio del extrainning, por un momento imaginé el ambiente en el dugout magallanero, el semblante de Sojo, los rasgos de Alfaro, la respiración de Hernández, la mirada de Carson. Todos querían ganar, los adversarios también. Todos dieron lo mejor de sí. Por un momento intenté calzar los zapatos de Sojo y aunque reconocí que es una gran responsabilidad, toda la noche resultó una pesadilla donde Carson venía a relevar a Alfaro luego del doble de Retherford y nunca llegó a soltar la pelota para lanzarle a Reyes.
Alfonso L. Tusa C.
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