miércoles, 31 de diciembre de 2014
Año viejo
Si es un día cualquiera ¿Por qué el ajetreo? ¿Por qué la ansiedad? ¿Por qué la sensación de nostalgia? ¿Por qué el desespero por buscar un lugar apartado donde purgar lágrimas y reflexionar balances? Desde siempre experimenté una efervescencia estomacal cuando escuchaba lñas primeras palabras de mamá al amanecer el 31 decembrino.- Había que viajar a Cumaná a mediodía. Apúrate que cuando tu papá salga de la oficina nos vamos. Podía sentir las garras de un monstruo al acecho y apenas escapa soltando la vista hacia el fondo del solar de asfalto, escenario de infinitos juegos de pelota.
El 31 siempre fue laborable, lo cual aumentaba el encanto y la esperanza de muchas personas de poder resolver algún asunto relacionado a la celebración de la noche vieja antes del mediodía, de salir a la calle y sentir que siempre había una bodega o tienda abierta donde solventar aquella necesidad de última hora.
Momentos antes de que papá saliera de la oficina, mis hermanos hablaban de un juego, si, un juego que comenzaría a las once de la mañana del 31 de diciembre de 1967. Papá apuró el paso hacia el Plymouth negro, aplastó el cigarrillo en el cenicero y giró la llave, un estruendo de carburador oxidado estremeció la calle. En el radio sonaba un himno muy familiar a mis hermanos: “En los deportes Radio Rumbos presente está…” Una sarta de trompetas acompañaba la voz del locutor comercial. Hoy les llevaremos el encuentro entre Leones del Caracas y Navegantes del Magallanes. Diego Seguí invicto en ocho salidas, enfrentará a Bill Fisher quién iniciara la campaña con los Tiburones de La Guaira. Papá presionó una de las teclas del radio y el juego desapareció entre las notas de “Por eso y muchas cosas… más…ven a mi casa esta Navidad…” Intenté articular algún reclamo para que volviera a sintonizar el juego, mis hermanos me persuadieron con la mirada.
Cuando el Plymouth avanzaba raudo en las curvas de Tataracual un silbido estridente antecedió al desnivel del neumático izquierdo trasero. Papá sacó un triángulo rojo me indicó que lo colocara a unos veinte metros de distancia, luego se inclinó en el baúl y sacó el neumático de repuesto. Bajo la sombra de los jabillos perforada de aguijones solares, mis hermanos se fajaron con las tuercas, mientras yo rodaba el neumático pinchado hacia el baúl. Al regresar a la carretera había interferencias radioeléctricas y al tocar una tecla en medio de su atención al control del carro, papá sintonizó “…y es out en la goma amigos. Armando Ortíz ha lanzado perfecto a la mascota de Ed Herrmann para completar el dobleplay. Ortíz también es responsable de la carrera que mantiene el juego 1-1 al remolcar a Oswaldo Blanco con un triple.
Al estacionar el Plymouth en la calle Ayacucho cumanesa, corrí en medio de la música a todo volumen de la casa de enfrente, hacia el pasillo de matas de cambur. Abuelo revisaba el grado de fermentación de los ponsigué en medio de una montaña de azúcar fundida al sol. ¡Qué va, esto no va a servir para esta noche! Me llamó mientras sacaba dos botellas de ron blanco del seibó de la sala. Sacó tres reales del bolsillo estrujado del pantalón de caqui. Anda a ver si consigues dos potes de leche condensada. Si no se pudo con el ron de ponsigué, por lo menos vamos a tener leche de burra. Con los tres reales apretados en la mano me dispuse a tomar camino de la copita, pensaba dobla en el callejón La Paz para registrar las bodegas de la calle Sucre hasta llegar al abasto Barlovento. Con los ojos cerrados tuve que emprender camino hacia la plaza Andrés Eloy Blanco, ese remanso de penumbras donde retumba el torio y el cobalto de su poesía. En la esquina de María Gómez, Pedro Augusto y Cuchillo de Mesa terminaban de llenar un tambor para jugar carnaval. Pedro subió el volumen de su radio portátil: “…Armando Ortíz sigue en una jornada de ensueño, acaba de sacar otro out en la goma, el solo es la razón de que Seguí no esté ganando este juego…”
Ni loco me voy por ahí. Casi salí corriendo antes de que me vieran. Desde la esquina de la librería San Pablo oía una euforia desbordada sin que mis ojos percibiesen algo que la ilustrara. Un ulular lejano me hacía estirar el cuello hacia la esquina de la arepera “19 de abril”. “…jooooooooooonrooooooooooooon de Armando Ortíz, señores…él solo se ha echado al Magallanes al hombro con el guante y el madero para vencer a ese portento de pitcher que es Seguí. Magallanes 2…Caracas 1….” La ebullición de ese momento, las arepas en el aire, triquitraquis y silbadores entre la caña brava de las paredes rotas, el tropel de los carros que paraban a preguntar si había arepa de morcilla con chicharrón. Todo un ambiente festivo que atravesé por la urgencia, la efervescencia de conseguir la leche condensada para abuelo. Detrás de la catedral me vendieron los dos potes. Corrí por toda la calle Ayacucho y entré al pasillo justo cuando abuelo mezclaba las yemas de huevo con el ron blanco ¿En qué calle se habrá quedado jugando ese muchacho del carrizo?
Alfonso L. Tusa C.
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