lunes, 18 de mayo de 2015

Mike Norris y el invierno de la moral

05-03-2015. Owen Watson. The Hardball Times. El primer inning siempre fue el más difícil. Este fue particularmente descontrolado, con el bateador abridor Willie Randolph agachándose ante una recta alta antes que Ken Griffey huyera de una pelota lanzada a sus pies. Lo único que le importaba al tipo del montículo, era que Randolph había terminado ponchándose parado y Griffey había elevado al jardín derecho. Cuando Dave Winfield entró a la caja de bateo por los Yanquis en aquel día gélido de finales de mayo de 1983, los Atléticos de Oakland ya ganaban 2-0 y le habían hecho dos outs a los bombarderos. Decir que el primer lanzamiento a Winfield fue descontrolado sería eufemístico; más justo es decir que fue uno de esos lanzamientos que parece tener una intención impresa. En este caso, el delgado derecho del montículo parecía haber apuntado a la cabeza de Winfield con un pequeño cañón que lanzaba proyectiles con el peso de una manzana. Afortunadamente para Winfield, él vio el lanzamiento a tiempo. Debido a que reaccionó tarde, la pelota solo estuvo a muy poco de darle de lleno en la cara, y él colapsó en la tierra de la caja de bateo. No estuvo allí por mucho tiempo. Luego de ponerse de pies, tiró su bate al aire, y se abalanzó hacia el montículo con los ojos a punto de estallar. “¡Hijo de…, te voy a patear el c…!, le gritó mientras el cátcher de los Atléticos, Mike Heath, lo aguantaba por detrás. Winfield se volteó. “Pero voy a empezar primero contigo”. Winfield agarró al cátcher por el cuello con su mano izquierda y lo levantó del suelo, los pies de este se movían sobre la grama artificial. El pitcher de 90 kg desde el montículo, solo podía imaginar su pequeño cuello en la misma situación. Mientras Winfield lanzaba al cátcher a la grama del infield, las bancas se vaciaron y se enfrentaron. Cuando el polvo se asentó, solo Winfield fue expulsado, y los Yanquis ganaron 4-2 amparados en un jonrón de tres carreras de Graig Nettles en el séptimo inning ante el delgado derecho que había golpeado a Winfield. Mike Norris, de extraordinaria screwball, fue ese pìtcher flaco en el montículo de Yankee Stadium hace tres décadas. Él lanzó partes de 10 temporadas con los Atléticos de Oakland desde 1975 hasta 1990. En 1980, él debió haber ganado claramente el premio Cy Young de la Liga Americana. No lo hizo y esta es la razón principal por la que estamos aquí, discutiendo de un hombre quién debió ser bien conocido en los círculos del beisbol, y probablemente fuera de ellos. Su carrera fue una serie de intersecciones circunstanciales. No sólo tuvo una temporada que cualquier pitcher actual o antíguo de Grandes Ligas soñaría tener, sino que se cruzó con incontables luminarias, pitcheó en una época cuando el uso recreacional de las drogas y los deportes profesionales estaban chocando, y experimentó de primera mano a un país y un juego inseguros de cómo manejar la injustica socia y racial. Su cuento podría catalogarse como uno para tomar precauciones, pero esa es una etiqueta muy simple para colocarla a una historia que destaca muchos de los problemas que aún afectan al beisbol y atribulan a este país. Sus historias hablan por sí solas, yo las presento como me las contaron. El joven de 19 años del area de la bahía miraba por la ventana del taxi las filas de los maizales de las afueras de Burlington, Iowa, en 1973. Unos meses antes, había sido drafteado por los Atléticos de Oakland en la escogencia final de la primera ronda del draft amateur de enero en el City College de San Francisco. Ahora, en un estadio a 150 milas de Des Moines, estaba listo para reportarse a su primera asignación en el beisbol profesional. Reflexionó acerca del camino que lo había llevado hasta ese momento: el destartalado campo donde jugaba de niño en el Fillmore District, los chicos rudos que jugaban en las Pequeñas Ligas y los equipos de la secundaria (incluyendo un cátcher que siguió jugando después que se rompiera un alambre de sus máscara de receptor y le abriera un hueco en la mejilla), y finalmente, el pináculo, un bono por firmar de 25000$ cancelado por Charlie Finley. Mientras el taxi se estacionaba fuera del estadio, el joven notó que un niño esperaba fuera de las puertas. El niño, asumió él, de seguro oyó que vendría un nuevo pelotero a jugar para las Abejas A, y estaría ansioso por conocer al derecho que había mostrado una gran velocidad y un cambio afilado en ruta a conseguir una marca de 7-0 en su último año en secundaria. Cuando el pitcher salió del carro, el niño lo siguió hasta el maletero del taxi donde estaba el equipaje, miraba extrañamente a la parte trasera de los pantalones del joven. Sin importar cuantas veces el joven trató de enfrentar al niño, este inevitablemente trataba de ponerse detrás de aquel. Finalmente, confundido, el pelotero le preguntó al taxista, “¿Qué le pasa a este chico?” El taxista ladeó la cabeza y dijo: “Él quiere comprobar si tienes cola”. Esa fue la primera experiencia que Norris tuvo en las ligas menores, esto sería hablar de sus pocos años viajando por el medio oeste y el sur profundo en Clase A y AA como jugador de beisbol profesional de color a comienzos de los años 1970. “Cuando firmé ese contrato”, me diría Norris en un concurrido café de Oakland 40 años después de su primer día con el Burlington Clase A, “Me dijeron que debía ser el doble de bueno que cualquiera de esos tipos blancos, o no iba a lograr nada. Digerí eso, pero no lo mantuve en mi mente, eso no era una buena motivación”. Durante ese año en Burlington, él consiguió actuaciones de pitcheo increíbles cada quinto día, dejó una efectividad de 2.21 y un WHIP de 1.10 en 110 innings. Él también destacó con el bate a ritmo de .452 con gente en base en 45 turnos. Sin embargo, a pesar de su estelar desempeño en el campo, la confluencia del racismo, pago miserable, y estar lejos del hogar dificultó su estadía en la Midwest League. “Si no hubiese sido por mis compañeros de cuarto Claudell Washington y Dereck Bryant, no sé si hubiera sobrevivido”, me dijo Norris. Fue en la Southern League, luego de ser promovido al Birmingham AA, que Norris tuvo una experiencia muy familiar para muchos en el sur profundo. Buscando un lugar donde comer entró a un restaurant al cruzar la calle desde el hotel donde se alojaba el equipo en Savannah, al entrar nunca recibió una palabra del mesero. Al tratar de llamar la atención del mesero para ordenar una comida, fue ignorado reiteradamente. Finalmente, él empezó a señalarle al mesero que había estado esperando por mucho más tiempo que las personas quienes se habían sentado después de él, a lo cual el mesero contestó: “Negro, me has estado molestando desde que entraste”. A Norris nunca lo habían llamado así en su cara antes de llegar a Birmingham. “Fue como un puñal en el pecho”, dijo él al recordar. Norris se paró de su asiento en el restaurant y empezó a discutir con el mesero, se molestó mucho. A medida que la discusión subía de tono, el mesero fue detrás del mostrador y presionó un botón. Algo le decía a Norris que saliera del restaurant, pero se sentía agraviado. Se quedó para discutir su caso. En dos minutos, llegó una patrulla de la policía estadal, con las sirenas sonando. “¡Ese es el negro!¿Ese es el negro!”, gritó el mesero, señalando a Norris. Uno de los policías se le acercó. “¿Cuál es tu nombre muchacho?” Preguntó el policía. “¿Eres uno de estos peloteros de aquí, muchacho?” “Mike Norris. Si, señor”. “¿Estás alojado en ese hotel del frente, muchacho?” “Si, señor”. “Quiero que vengas conmigo, muchacho”. Luego de salir del restaurant, el policía agarró violentamente a Norris por el brazo y lo miró a los ojos. “Ahora me vas a escuchar, muchacho. Quiero que muevas tu negro trasero de vuelta al frente de la calle, y no regreses más a este restaurant mientras estés aquí”. “Si, señor”. Norris cruzó la calle y regresó al hotel del equipo. Luego de la serie de Savannah, el bus del equipo se dirigió a Jacksonville y Orlando. Los Suns y los Mellizos eran afiliados de Kansas City y Minnesota respectivamente, y los viajes en bus desde Birmingham eran muy calurosos y asfixiantes debido a la falta de aire acondicionado en el bus y a lo tortuoso de las carreteras. De vuelta a Birmingham luego del viaje a Georgia y Florida, los jugadores decidieron algo: querían un día libre. Norris pensaba en el panorama de una noche lejos del fanático que se sentaba en las gradas del jardín derecho con un gato negro y una patilla, gritando epítetos raciales a los peloteros de color. Los A’s de Birmingham de verdad necesitaban un juego suspendido por lluvia. Desafortunadamente los cielos estaban despejados, así que se inspiraron en un evento de 1970 de la liga de Texas AA, cuando los Spurs de Dallas Fort Worth inundaron intencionalmente el campo de sus oponentes, los Gigantes de Amarillo, para tratar de forzar un diferimiento del juego. Afortunadamente para Norris y los A’s de Birmingham, su dueño no tenía un helicóptero para secar el campo, como fue el caso en Amarillo, y consiguieron su día libre. (Ron Shelton, quién jugaba segunda base para los Spurs de Dallas Fort Worth en 1970, luego escribiría y dirigiría Bull Durham, película en la cual aparecen detalles de la icónica escena de la inundación). “El agua llegaba a la altura de los tobillos cuando llegamos al estadio el día siguiente”, dijo Norris, recordando como ellos casi irrevocablemente dañaron el campo. En el curso de los pasados cuatro meses, Norris me ha contado las historias de su vida en el beisbol profesional. Antes de nuestra primera reunión, no sabía que esperar, quizás sería un hombre privado, no interesado en revivir las memorias dolorosas de una carrera de altibajos. A mitad de aquella primera reunión de tres horas, después de probar que mis temores iniciales por su silencio potencial eran infundados, todo se aclaró ante mí: sus historias no eran solo sobre su carrera, o solo sobre beisbol. La suya es una perspectiva histórica del invierno moral del beisbol en todos sus niveles. Con Norris, tenemos una mirada a la frontera de lo que era el juego y lo que es, su belleza, su diversión, y si, sus cicatrices y heridas vendadas que permanecen frescas y abiertas. Él nos lleva a hacer la pregunta: ¿Es el juego, en un nivel social, mejor de lo que era hace 40 años? Como antíguo líder del programa Reviving Baseball in Inner Cities (RBI) en el area de la bahía, como jugador que vio tres décadas de beisbol profesional, Norris ha experimentado la evolución del juego a todos los niveles. Durante nuestra reunión más reciente, le pregunté que pensaba de algunos de los asuntos actuales que el juego enfrenta: el decreciente número de peloteros afroamericanos en las mayores, los costos prohibitivos de practicar el juego para niños de comunidades deprimidas, y la falta de sindicato para los peloteros de ligas menores. Él miró hacia abajo por un momento, ladeó la cabeza, y dijo: “Jackie Robinson se está revolcando en su tumba”. References & Resources • Owen Watson, The Hardball Times, “The Cy Young That Never Was” • Mark Goodman, Family Weekly, “Pitcher Mike Norris: Ace of the A’s.” Sept. 25, 1981: p. 19-21. • The Milwaukee Sentinel, “Winfield ejected, but Yanks win.” May 28, 1983: p. 2, pt. 2 • Mike Norris’ Baseball-Reference page • Mike Norris’ YouTube page Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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