lunes, 23 de noviembre de 2015

Álvaro Espinoza aterriza en el Salón de la Fama de los Navegantes del Magallanes, este diciembre de 2015.

Aladar casi se cayó de su silla en el acto de presentación de los Navegantes del Magallanes para la temporada 2015-16. El integrante del comité histórico del Salón de la Fama del equipo, Juan José Ávila, anunciaba el trío de ingresos de esa ocasión, el primero resultó el campocorto valenciano de grandes logros desde Grandes Ligas (Minnesota, Yanquis) hasta su paso por los Tigres de Aragua y después su momento cumbre en LVBP como integrante fundamental de los equipos magallaneros que ganaran tres campeonatos en la década de los años ’90. Nunca había olvidado el episodio del salto al profesional de Álvaro y Roberto Espinoza hacia finales de la década de los años ‘70. Como nativos de Valencia, se hubiese pensado que el Magallanes pudiese haber tenido la primera opción para firmar a los hermanos, sin embargo terminaron firmando con los Tigres, y por algún tiempo se escucharon lamentos en los entornos magallaneros, porque se decía que eran prospectos de gran talento. A lo largo de toda la década de los ’80 Aladar notó como a pesar de que Roberto llegó al Magallanes junto a Wolfgang Ramos en el cambio que llevó a Manuel Sarmiento a los Tigres en 1983; Álvaro seguía dando lo mejor de sí con los Tigres pero sospechaba en su interior que había algo que no le dejaba dar todo su potencial como pelotero, un extra, un componente de esos que llaman inexplicables, incomprensibles, intangibles. Los expertos sabían que el nivel de juego mostrado por Álvaro Espinoza con los Mellizos de Minnesota y los Yanquis de Nueva York, podía perfectamente ejecutarlo en la liga venezolana, pero no lograban entender porque no lo hacía. Había un componente entre líneas en esas aseveraciones, todos los seguidores del beisbol sabían que Espinoza siempre había entregado lo mejor de su juego en cada una de sus actuaciones con los Tigres. El punto tenía que ver con estados mentales, con sentirse a gusto, con disfrutar lo que se hace, con desplazarse en el ambiente donde se siente la pureza del oxígeno diluirse en los pulmones. Y nadie podía negar la entrega y el coraje de Álvaro con los Tigres, por algo lograron subcampeonatos en las temporadas 1984-85, 1987-88 y 1988-89. En las dos últimas finales se fajaron al menos hasta el sexto juego, siempre dando lo mejor, siempre forcejeando con todos los recursos, si no podía aportar con el bate, Álvaro brillaba en la defensiva. En la temporada 1991-92 no se uniformó con los Tigres, y cuando se enteró del cambio que lo llevó al Magallanes para la 1992-93 expresó su alegría porque era el equipo donde había querido jugar toda su vida, luego lamentó mucho su ausencia debido a una lesión y prometió incorporarse al equipo lo más cerca posible del inicio en la siguiente temporada. Aladar no estaba muy seguro de eso, porque siempre la vida tiene guardadas sorpresas no muy agradables. Por eso pasó todos los meses previos a la temporada 1993-94 siguiendo al milímetro la actividad de Espinoza con los Indios de Cleveland en la temporada de 1993, sabía que a pesar de lo discreto de sus números ofensivos, Espinoza tenía varios ases bajo la manga para mostrar en su primera temporada con Magallanes, eso si, prefirió no comentarlo con nadie, para que la sorpresa fuese más grande y satisfactoria. Aladar presentía muchas jugadas de alto calibre de esa combinación que Magallanes tendría en segunda base: Carlos García-Alvaro Espinoza. La intermitencia de esas imágenes hacia trastabillar a Aladar en el borde de la silla donde escuchaba el anuncio de Ávila, Espinoza representaba sin dudas uno de los campocortos más determinantes en la historia del equipo del timón y el astrolabio, sobre todo por como junto a Carlos García resultó decisivo en la transformación de la configuración del equipo para alcanzar triunfos clave en la conquista de un campeonato que parecía inaccesible. Era hora de reconocer formalmente toda esa entrega y pundonor mostrados sobre el terreno de juegos en extrainnings, juegos de desempate, instancias de clasificación o eliminación, tantos momentos de adrenalina y sobresalto rematados por una sonrisa de satisfacción que desde ya Aladar palpaba en el rostro emocionado de Juan José Ávila y en las respiraciones aceleradas de aquella mañana valenciana. Se habló de un homenaje sencillo para el acto de exaltación, Aladar sonrió, jamás podrá ser sencillo el homenaje para un par de peloteros que representaban la mitad del equipo y un gerente general que llevaba el día a día de las jornadas del buque en las venas. Si, cada juego donde aparecían Espinoza y Carlos García en la alineación magallanera parecía el séptimo de la Serie Mundial, todo entrega, todo intensidad, todo coraje, el fulgor se percibía en la voz alterada del narrador más pausado. Álvaro parecía tener el detonante de una mecha pletórica de grandes jugadas y un empeño infinito por defender el equipo. Como en aquel juego ante el Caracas, donde Ugueth Urbina le pegó un pelotazo y se dirigió al montículo a reclamar, el pitcher caraquista lo recibió con un puñetazo en la cara y ambos fueron expulsados del juego, a partir de ese momento el juego tomó una intensidad de vértigo y Magallanes se fajó a sangre y fuego hasta vencer al eterno rival en una demostración de compromiso y vergüenza deportiva pocas veces vista sobre un terreno de beisbol. Se notaba una motivación, una disposición extra en la mirada y los movimientos de los peloteros. Uno de sus lideres había salido golpeado del juego y ellos lo cobrarían con la victoria. Aquella demostración de equipo había sorprendido a Aladar, hacía mucho tiempo que no existía en el Magallanes ese sentimiento de solidaridad y pertinencia entre los jugadores, eso que recibe denominaciones de mística, sintonía, llevar las letras del equipo en el pecho más allá de el nombre cosido al uniforme; ahora lo veía y la mayor parte del tiempo era convocado sobre el propio terreno de juego, Aladar no dudaba que también en el dugout, por los gestos serenos pero muy firmes de aquel shortstop quien luego de la jugada más sorprendente retomaba de inmediato la secuencia del juego para comentar o señalar a sus compañeros la particularidad de un bateador o la inminencia de una jugada que muchos parecían haber obviado. Había vivido momentos muy tristes durante todas esas temporadas cuando el barco parecía ir a la deriva y mientras los pitchers y corredores contrarios pegaban pelotazos o gritaban improperios, desde la cubierta del buque reinaba el silencio, la resignación, la sumisión. Aladar seguía intentando mantener el equilibrio sobre aquella silla plegable a un costado del sector izquierdo del estadio José Bernardo Pérez, aunque el anuncio de Juan José Ávila fue muy preciso y concreto, un vendaval de imágenes atravesó las sienes de Aladar en fragmentos de segundo, todas de alta tensión, todas de momentos clave, muchas escenificadas en el diamante edificado a pocos metros de ahí. Como aquella seguidilla de 13 juegos bateando imparables donde Álvaro Espinoza confirmaba su disposición de aportar alma, corazón y vida a la causa de un Magallanes que venía de ser barrido en la serie final de la temporada anterior y presentaba una deuda de quince años sin ganar un campeonato, por lo cual las esperanzas e ilusiones de los aficionados parecían diluirse cada vez que el equipo perdía dos o tres juegos en fila. Sólo que la obstinación y el empeño de jugadores como Espinoza, templaban esa incredulidad de título con cada gesto, atrapada al campo, o batazo a la profundidad de los jardines. Tal fue la inquietud de Aladar por saldar una discusión interna a raíz del anuncio del Salón de la Fama magallanero que tan pronto llegó casa se sumergió en los libros de estadísticas beisboleras que guarda en un tramo más hacia la parte inferior de su biblioteca. Primero se fue al Total Baseball Sixth Edition de John Thorn, Pete Palmer, Michael Gershman and David Pietrusza, allí encontró los siguientes guarismos de Álvaro Espinoza en la temporada de 1989 con los Yanquis de Nueva York: 142 G, 503 AB, 51 R, 142 H, 23 2b, 1 3b, 41 RBI, .282 AVG.. Luego recaló en la guía de medios de los Navegantes del Magallanes de la temporada 1996-97 de Giner García y Emil Bracho, en la temporada 1995-96, Espinoza tuvo los siguientes números: 31 J, 107 VB, 11 CA, 40 H, 5 2b, 1 3b, 3 HR, 21 CI, .374 AVG. Quizás no exista ninguna comparación entre un beisbol y otro, sin embargo es insoslayable la presencia y determinación y el empeño de Espinoza por dejar lo mejor sobre el terreno. Mientras se suministraban los detalles del acto a realizarse en algún momento de diciembre, Aladar volteó varias veces hacia los muros de porcelana blanca donde brillan las figuras del Salón de la Fama magallanero, de ninguna manera el acto de este año iba a ser sencillo, tendría toda la emotividad de los anteriores. Alfonso L. Tusa C.

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