jueves, 27 de octubre de 2016

El wind up de Juan Carlos Pulido llegó al Salón de la Fama magallanero.

Reflujos de imágenes seguían llegando a mi mente cuando escuché el nombre de Juan Carlos Pulido entre los seleccionados para ingresar al citado salón en la clase 2016. Había llegado alrededor de las 8 de la mañana de aquel dia de noviembre de 1993 a los alrededores del puente de Las Acacias y había profusas colas en cada una de las taquillas a lo largo del estadio Universitario. Me cambié varias veces porque la velocidad de avance era muy lenta y pronto se hicieron las diez y las diez y media y el juego empezaba a las once y cuarto. Ese quizás fue el último juego entre Caracas y Magallanes que vi un domingo por la mañana, a partir de cierto momento esos encuentros desaparecieron de ese horario, rompiendo la tradición familiar del juego con respecto al clásico de la liga venezolana de beisbol profesional. Las chanzas de los caraquistas acentuaban la prolongada sequía de títulos que vía el buque magallanero, lo comparaban con un barquito de papel y dentro de mi deseaba que esa historia empezara a cambiar ese domingo. Por Magallanes estaba anunciado Juan Carlos Pulido, un lanzador que había llegado a los Navegantes, mediante un cambio ejecutado por John Carrillo que envió a Alfredo Pedrique a los Tigres de Aragua en 1991. Hasta ese momento y durante la temporada de 1991-92, Pulido había sido un pitcher relevista efectivo. A partir de la temporada 1992-93 empezó su metamorfósis hacia pitcher abridor que tuvo su primera gran temporada en la temporada 1993-94, cuando tuvo marca de 11-1, quizás uno de los últimos lanzadores en alcanzar doble dígito en victorias en la liga venezolana de beisbol profesional. No recuerdo al pitcher del Caracas, pero si está claro en la memoria que fue un juego cerrado que llegó empatado a los últimos episodios. Entonces apareció William Magallanes y descargó un estacazo laberíntico que estalló en las gradas negras del jardín central. Pulido terminó de completar su faena y a la salida del estadio, los caraquistas, aun incrédulos, se consolaban diciendo que “el primer maíz es de los pericos”, que el bonito, donde se decidía el campeonato, como siempre, se lo llevarían ellos. Llevaba una espina ardiente en la garganta, quería replicarles que no podían ignorar la gran labor monticular de Juan Carlos Pulido. Algo o alguien dentro de mi, quizás nuestro señor JesusCristo desde el cielo, me dijo que mantuviera la calma, que me quedara mudo, que los acontecimientos por venir se encargarían de cerrar bocas. La recolecta de memorias me llevó al sexto juego de la primera final Caracas-Magallanes. Los caraquistas se frotaban las manos y hasta decían que Magallanes olía a formol luego de ganar el quinto juego. Aquel atardecer prendí el televisor con una aceleración pectoral y un ardor en los ojos. Juan Carlos Pulido versus Urbano Lugo. La incandescencia del duelo de pitcheo me hacía salir del cuarto cada vez que terminaba un inning, trataba de conseguir oxígeno en el patio, de ver en el cielo alguna señal, alguna imagen del futuro inmediato. Entonces me pareció revivir aquella tarde de mar enfurecido en el golfo de Cariaco cuando las olas eran tan altas que parecía iban a desguazar el bote donde íbamos hacia Manicuare. En la apertura del sexto episodio Henry Blanco soltó imparable a la izquierda y llegó a la antesala mediante sacrificio de Tim Spehr y rodado de Roger Cedeño por la intermedia. El siguiente bateador, Omar Vizquel, conectó un batazo con todas las características de una bala fría al centro, allí fue donde emergió la sombra fantasmal de Melvin Mora desactivando aquella granada, y luego de varios segundos asfixiado, volvía a respirar. Pulido esperó a Mora en el montículo y le dio un apretón que casi le saca la mano. Para el noveno inning el manager Tim Tolman trajo al cerrador John Hudek y el juego llegó 0-0 al cierre de ese episodio. Entonces vino la emoción de la carrera de Carlos García, pero nada de eso hubiese sido posible sin la demostración de gran pitcheo que dio Pulido ese día. El remate de reminiscencias lo completé en el séptimo desafío de la serie final de la temporada 1995-1996. Si, aquella donde Cardenales de Lara se puso arriba tres juegos a uno, la del jonrón de Cheo Malavé. Juan Carlos Pulido había tenido una salida en falso en el tercer juego de esa final, permitió 4 carreras en un juego que ganó Lara 6-5. Para el juego decisivo el manager Gregorio Machado le entregó la pelota a Pulido y este lanzó 7 entradas en blanco, labor que completó el relevista Dave Evans para que Magallanes se titulara campeón con pizarra de 3-0. Alfonso L. Tusa C. © 03 de octubre de 2016.

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