sábado, 1 de julio de 2017
El Último de Aquellos Héroes.
Siempre tuve curiosidad por el aspecto interno del equipo venezolano que ganó el campeonato mundial de beisbol aficionado en 1941, en La Habana, Cuba. Por supuesto también me interesaban los detalles de los juegos y las anécdotas que vivieron las personas mientras intentaban seguir por radio las incidencias del torneo, pero mi conexión principal con ese equipo residía en mi obstinación por saber lo que ocurría cuando los peloteros compartían en el dugout antes, durante y después de los juegos.
Desde que empecé a seguir el beisbol, una de mis intrigas más profundas tenía que ver con los campeones de 1941. Uno de los juegos que más analicé fue la victoria 5-2 ante México el 5 de octubre de 1941. Los manitos le marcaron una rayita a Daniel Canónico en el segundo episodio y luego se desarolló un duelo de pitcheo hasta el séptimo episodio, cuando el primera base zurdo, José Pérez Colmenares negoció boleto ante el pitcher Canchola, luego Luis Romero Petit despachó doblete a la derecha y el right fielder, Prieto, lanzó abierto hacia el plato, por lo que el receptor Cervantes se lanzó sobre los ganchos de Pérez Colmenares y resultó cortado en una de sus piernas. Romero Petit avanzó hasta tercera base con la jugada. Luis Flores sustituyó a Cervantes en la receptoría. Luego Héctor Benítez Redondo conectó elevado profundo al guante de Herrera en el jardín central, bueno para remolcar al pisa y corre a Romero Petit. Venezuela marcó tres carreras más en el noveno, y México solo pudo marcarle una más a Canónico en el cierre de ese episodio.
La noticia del deceso de Luis Romero Petit este jueves 29 de junio de 2017, me hizo revivir todas esas jornadas de revisiones bibliográficas en la hemeroteca, lecturas de revistas y recortes de periódicos de mis hermanos mayores y una particular excursión doméstica a un baúl lleno de periódicos amarillentos y olor a naftalina y alcanfor; mi abuelo se molestó mucho porque decía que los niños no debían registrar esos trastos tan viejos. “Si te llegas a enfermar, a quien van a culpar tu abuela y tu mamá es a este que ves aquí, de eso tengo experiencias infinitas para hacer varios libros”.
Me impresionó mucho que abuelo tomara en sus manos el delicado papel amarillo de la reseña de la reseña de la derrota de Venezuela ante República Dominicana 4-2, el 15 de octubre de 1941. Lo escuché murmurar algo así como: “Este es el juego del que siempre hablaba Andrés Eloy Blanco cuando pasaba por la calle Ayacucho”. Quise preguntarle por ese juego pero en vez de eso le hice varias preguntas sobre las dos victorias de Canónico ante Cuba, principalmente la del 17 de octubre de 1941. En el cierre del primer episodio, Pérez Colmenares sonó imparable al centro y Romero Petit siguió con linietazo a un costado del inicialista Cuervo que pasó hasta el jardín derecho. Benítez Redondo conectó sencillo impulsor al centro. Chucho Ramos la rodó por el campocorto con lo cual forzaron a Benítez Redondo en segunda y Romero Petit llegó hasta tercera base. En el turno de José Antonio Casanova, Romero Petit se vino hacia el plato; Moreno lanzó a tercera y Ordeñana persiguió al corredor en vez de buscar el out con el catcher Fleitas y Romero Petit le ganó la carrera. Abuelo me dijo en medio de un estornudo, que esa victoria había sido más importante que la del 22 de octubre de 1941.
Muchos años después, mientras me daba instrucciones para que no lo fuese a cortar mientras lo afeitaba en la convalescencia de la enfermedad que le arrebató la vida, abuelo me contó de sus conversaciones con el poeta Andrés Eloy Blanco bajo el almendrón de la calle Ayacucho de Cumaná. El tema más recurrente era aquella derrota ante los dominicanos en el Campeonato Mundial de 1941. “Siempre le quise preguntar a Andrés Eloy, como sabía él con tantos detalles y precisión, lo que había ocurrido en el dugout venezolano después de ese juego. Pero él hablaba con tal propiedad y emoción sobre el ambiente sombrío y triste del equipo, que terminé por creerle la historia de que Luis Romero Petit fue quien se encargó de pasar la página, de levantar el ánimo y con dos palmadas enérgicas dijo, que aun faltaba torneo, que en la vida se gana y se pierde, que lo más importante es levantarse y seguir dando lo mejor. Poco a poco cada uno de los peloteros levantó la mirada y asomaron el rictus de una sonrisa”. Me quedé mirando las arrugas de su rostro, no se si estaba más sorprendido por no haberle cortado la cara, o por lo fantasmal de la historia de Andrés Eloy.
Con Romero Petit se va la grandeza de la gallardía, la magia de la mística, la intensidad de la épica. Nos deja la referencia de recordar que somos capaces de grandes logros cuando nos enfocamos y nos escuchamos.
Alfonso L. Tusa C.
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