domingo, 15 de marzo de 2009

Esperanzas de país

“Hijo.Ni un solo odio por mí”. Andrés Eloy Blanco. Poeta.

Los monitores centelleaban con imágenes de béisbol. Una actitud más común en otros tiempos, pujaba por emerger del polvo de la polarización. Ya lo había notado en el ánimo de los atletas universitarios en un torneo que enfrentaba instituciones autónomas y “oficiales”.
El mediodía sabatino rompía esas líneas invisibles pero determinantes, que llenan de ojeriza y resquemor la mirada de muchos venezolanos. A pesar de los distintos puntos de vista de los jugadores y de las particularidades del manager, el conjunto de Venezuela marcaba un ejemplo de disposición a trabajar en equipo por un objetivo común.
Triple de Endy Chávez y rolling al cuadro de Melvin Mora en el cierre del primer inning, mostraron la química de un colectivo dispuesto a funcionar sin ambages, ni paralelismos, ni hipocresías.
La respuesta holandesa en el inning inmediato mostró ese ambiente de trabajo mancomunado, en vías de extinción entre personas de mentalidades diferentes durante los últimos 10 años, Endy Chávez recuperó la pelota del doble de Engelhardt y mandó un cañonazo a la mascota de Ramón Hernández para retratar el out de Yurendell DeCaster en la goma. A pesar de que Rooi trajo el empate con sencillo al centro. Carlos Silva respiró profundo, miró a sus compañeros y sacó los dos siguientes bateadores con ponche y machucón delante del plato.
La defensa venezolana ejecutó la mayoría de las jugadas en respaldo del inmenso trabajo de Silva. Todos unidos por un solo objetivo. Distintas propuestas, un solo país. Eso permitió que Silva retirase en fila a los últimos 10 bateadores que enfrentó.
En el cierre del cuarto Miguel Cabrera la desapareció por la izquierda. En las mesas del restaurant donde me detuve a ver el juego, reflejaban miradas de manos estiradas, de aquellas que se podían experimentar en otros tiempos a pesar de cualquier diferencia. De esas que vi en un juego de kicking ball en el torneo universitario cuando una pelota se incrustó en la cara de la lanzadora. La primera que corrió a auxiliar fue una jugadora del equipo contrario, la que cantaba con más fuerza epítetos contra las rivales.
Cuando Celestino López la sacó por la izquierda en el cierre del octavo, los ánimos estaban tan distendidos que el ambiente que se respiraba en el restaurant, parecía el de cualquier momento de las décadas sesenta, setenta u ochenta, el tema del béisbol restablecía comunicaciones truncadas por políticas absurdas.
Luis Sojo realizó el mejor movimiento estratégico del juego al traer al Kid Rodríguez en el octavo para apagar un conato de fuego holandés. La química venezolana siguió su intensidad y Rodríguez cerró el juego que demostró que con disposición y respeto mutuo se puede hacer patria, sin tener que poner la otra mejilla, ni asumir falsas posturas.

Alfonso L. Tusa C.

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