lunes, 10 de agosto de 2009

La tragedia del pelotazo en la cara de Tony Conigliaro vista segundo a segundo a través de los ojos del afectado.

Tony Conigliaro, Jack Zanger.

“Esta historia comienza el 18 de agosto de 1967. Ese fue el día cuando una pelota me golpeó en la cabeza y casi terminó con mi carrera como pelotero para no decir con mi vida. Un par de pulgadas más arriba y me hubieran matado. Jugábamos un partido nocturno ante los Angelinos de California y Fenway Park estaba repleto como lo estuvo en casi todos nuestros juegos como home club esa temporada, cuando Boston luchó por el banderín todo el tiempo. Antes de salir a batear en el cuarto inning alguién lanzó un petardo. Una nube de humo negro cubrió el terreno y el juego se demoró por 10 minutos. No soy muy supersticioso, por lo que no pensé mucho en eso. Pero desde entonces he pensado mucho en eso.
Jack Hamilton lanzaba por los Angelinos. Era un pitcher que lanzaba muy duro, quién frecuentemente era acusado de lanzar la bola de saliva, bolas engrasadas o como se les quiera llamar. El punto es que la pelota rompió de una manera curiosa, como ningún pitcheo está supuesto a romper. En mi primer turno bateé un sencillo ante una curva, está vez esperaba que me lanzaran recta dura en el medio. Antes de que me hiciera el primer pitcheo me pregunté si el retraso le habría endurecido el brazo. Fue el último pensamiento que tuve antes que me golpeara.
La bola llegó silbando justo hacia mi barbilla. Normalmente el bateador echa la cabeza hacia atrás una fracción de segundo antes y la pelota pasa sin consecuencias. Pero este lanzamiento parecía seguirme. Sé que no me quedé petrificado, hice un movimiento para apartarme. De hecho eché mi cabeza hacia atrás con tanta fuerza que mi casco salió disparado de mi cabeza antes del impacto.
Nunca vas a batear pensando que te van a golpear, luego en una fracción de segundo sabes que eso ocurrirá. Cuando la bola estaba a metro y medio de mi cabeza sabía que me golpearía. Y sabía que me dolería porque Hamilton lanzaba muy duro. Estaba asustado. Me llevé las manos a la cara y vi la pelota seguirme hasta estrellarse en el lado izquierdo de la cabeza. Tan pronto como me impactó sentí como si me hubiera atravesado el cráneo, mis piernas se doblaron y caí como un saco de papas. Antes de que todo se pusiera negro ví la pelota rebotar sobre el plato. Fue lo último que vi por varios días.
Nunca estuve inconsciente pero deseo haberlo estado. Rodé sobre el piso tratando de detener el dolor en mi cabeza con mis manos. El impacto de la pelota me hizo cerrar los ojos y sentí un atragantamiento en la boca. No podía ver. Recuerdo haber pensado. ‘Estoy ciego. No puedo ver’. Luego oí la voz de Rico Petrocelli decir. “Tranquilo Tony. Todo va a estar bien”. Rico era el próximo bateador, fue la primera persona que llegó a mi lado.
El atragantamiento era tan grande en la boca que sentía miedo de si podía seguir respirando. Mi boca se llenaba rápidamente de fluídos, pensaba que era sangre, pero no era así. Tenía sólo un pequeño orificio por donde respirar, entonces este pensamiento empezó a punzar en mi cabeza: ‘Suponte que este orificio se cierre. No podré respirar más’. Pensé ‘Ay Dios mío, si esto se cierra estoy ido. Ahí le pedí a Dios que me mantuviera con vida. Ahí supe que si Él quería podía llevarme. Fue como un encuentro entre Dios y yo, tenía miedo de morir ahí en ese momento.

Si había algún ruido de las tribunas el dolor lo bloqueaba. Sólo había un gran silbido ensordecedor dentro de mi cabeza. No podía ver. No podía resistir el dolor y no podía hacer nada al respecto. Recordé que mi familia estaba en el estadio, mis padres y mis dos hermanos, Billy y Richie. No quería que se preocuparan, pero sabía que lo harían por lo que habían visto. Sabía que todo lucía horrible conmigo yaciendo sobre el terreno. Luego, algunos de mis compañeros de equipo me dijeron que pensaban que yo estaba muerto. “Tu ojo parecía destrozado”, me dijo Rico. “Me enfermé de sólo verlo”.
Pude escuchar la voz de Buddy LeRoux decirme que me quedará sobre el terreno hasta que llegara la camilla. Buddy es el masajista del equipo y siempre he tenido confianza con él. Luego de esperar lo que pareció un año, sentí que me levantaban hacia una camilla. Fui trasladado desde el terreno hasta el clubhouse. Me pasaron hacia una de las mesas de masajes. Buddy puso una bolsa de hielo sobre la zona golpeada de mi cabeza. ‘Buddy, este dolor me está matando”, le dije. “Dame algo”. Dolía mucho, casi no podía hablar.
“No puedo Tony”, me dijo. “Relájate. El Doctor Tierney está aquí”.
El médico de los Medias Rojas, Dr. Thomas. M. Tierney, había estado en las tribunas. Cuando vio que me llevaron fuera del campo, bajó a la carrera y esperaba por mí en el clubhouse. Había sido un amigo cercano a la familia por años, saberlo cerca me hacía sentir un poco mejor. Pero cuando no me dijo nada y actuó como un Doctor, me preocupé sobre mi condición otra vez. Lo que hizo mientras esperaba la ambulancia, aunque no lo supe al momento, fue revisarme la presión sanguínea y los reflejos”.
Esa temporada Tony Conigliaro no pudo jugar más. Vio desde la televisión como sus Medias Rojas ganaban el banderín de la Liga Americana. Estuvo en la presentación del equipo para la Serie Mundial. Tampoco jugó en la temporada de 1968. Reapareció en 1969, bateó para .255 con 20 jonrones y 82 empujadas. En 1970 bateó .266 con 36 jonrones y 116 empujadas. Luego sólo jugo muy poco en 1971 e intentó regresar sin éxito en 1975.

Alfonso L. Tusa C.

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