martes, 2 de febrero de 2010

Willie Mays decide contar su historia a los 78 años.

Bruce Weber.

La noche del 29 de abril de 1961, Willie Mays cenó una carne a la parrilla en mal estado. Pasó la noche en vela con dolor de estómago, la tarde antes del juego le pidió al manager Alvin Dark que lo borrara de la alineación. Lew Burdette estaba anunciado para abrir por los Bravos.
“Ignoraba si podía hacer swing”, dijo Mays en un viaje reciente a Nueva York. “Pero en la práctica de bateo, vino un chico llamado Joey Amalfitano y me dijo ‘prueba con este bate’ y todo lo que bateé salió del parque. Así que dije. ‘Está bien, puedo jugar’”
Mays bateó 4 jonrones ese día. “ Dos a Burdette, uno a Seth Morehead y otro a Don McMahon”, dijo Mays. Y empujó 8 carreras, tal vez el mejor día en el plato de una carrera que había tenido pocos días parecidos.
La historia del dolor de barriga de Mays y el bate sortario de Amalfitano es uno de muchos cuentos recopilados en: “Willie Mays. The Life, The Legend”. James S. Hirsch, que será publicado este febrero de 2010 por Scribner.
Un exhaustivo recuento de la vida de Mays, esta es la primera vez que Mays ha cooperado con un biografo. La inminente aparición del libro ha ocupado a Mays en tareas promocionales, una ocasión para recordar sus hazañas. Aquel día en Milwaukee, dijo que Hank Aaron, quién no jugaba en su posición regular, le robó un jonrón.
“Debí batear cinco jonrones”, dijo Mays . “Aaron atrapó una pelota que se iba sobre la cerca del center field”.
Ahora de 78 años, Mays es un poco más lento de movimientos, una versión más gorda de aquel musculoso atleta que bateara 660 cuadrangulares en 22 temporadas de Grandes Ligas, que maravillara a muchos con su velocidad en las bases y sus acrobacias en el jardín central y que fuera inducido al Salón de la Fama en 1979. Hace 37 años que finalizó su carrera de jugador activo, la cual luego de dos décadas con Los Gigantes en Nueva York y San Francisco, terminó donde inició, jugó su última temporada y media con los Mets en la Gran Manzana. Aunque muchos aficionados recuerdan como tristes sus últimos años, su último imparable, un sencillo por el medio del campo en el duodécimo episodio de un juego versus los Atléticos de Oakland en la Serie Mundial de 1973, puso a los Mets adelante en un juego que terminaron ganando.
Mays usa prótesis auditivas. Recientemente ha tenido problemas con sus ojos y su voz es un poco ronca, sin el gran entusiasmo que los reporteros describían durante los años iniciales de su carrera, cuando era conocido y querido como el “Say Hey Kid”.
Todavía, cuando recuerda una agradable memoria beisbolera, sus ojos se agrandan , su risa se convierte en carcajada y los años se funden en su cara. Hay que decir que tan pronto comenzó la entrevista, alcanzó una gorra de los Gigantes y se la puso.
Mays dijo que finalmente decidió cooperar con un biografo porque muchas personas le han recordado sobre muchas cosas que hicieron juntos, o cosas que él ha hecho por ellos por lo que pensó que era pertinente que alguién recopilara esas historias. Y Hirsh quién ha escrito cuatro libros, incluyendo: “Hurricane: The Marvelous Journey of Rubin Carter; documentó todos los actos de generosidad de Mays, muchos de ellos impulsivos, la mayoría de ellos dirigidos a los niños.
Pero el libro también deja claro que la vida de Mays, dentro y fuera del campo, estuvo marcada por dificultades. Como muchos negros, fue victima del racismo. Tuvo problemas persistentes de dinero, y en la segunda mitad de su carrera, también tuvo persistentes inconvenientes físicos, lo que lo llevó a resistirse a salir de la alineación, sufría de cansancio periódico.
Su primer matrimonio terminó en un divorcio público. “Nunca tuve vida privada”, dijo Mays. Su segunda esposa, supo en 1997, a los 59 años, que sufría de mal de Alzheimer. Por años fue objeto de serias acusaciones, especialmente de Jackie Robinson, de que como prominente hombre negro, Mays no hizo lo suficiente por la causa de los derechos civiles.
Poco analítico por excelencia, prefería mantenerse alejado de las controversias. Mays trata de evitar las preguntas comprometedoras. Se declara ignorante sobre el tema del uso de esteroides por los peloteros en general y por su ahijado Barry Bonds en particular.
“Sigo diciéndole a la gente que no sé de lo que trata ese asunto”, dijo Mays. “ Jugué 22 temporadas en el béisbol y nunca traté de analizar los temas de los que no sabía nada. No soy un doctor”.
Cuando le preguntaron que significaba ser un beisbolista negro en los años cincuenta, soltó una particular memoria de aquellos días para sugerir que aunque la segregación aún tenía vigencia en muchos lugares, para él y otros jugadores negros era un beneficio.
“A pesar de que no nos alojábamos con el equipo, no había tensión por eso”, dijo Mays. “En Chicago teníamos que quedarnos en un hotel del lado sur, pero no teníamos hora límite. Teníamos viáticos dobles para comer. Los otros tipos se quedaban en un hotel al norte, cercano al estadio, un bus pasaba a buscarlos. Nosotros teníamos un carro, Monte Irvin, Rubén Gómez, un muchacho de nombre Ray Noble (un catcher cubano quién jugó con los Gigantes entre 1951 y 1953, que era 12 años mayor que Mays) y yo”.
“Ìbamos al hotel y no nos cobraban”, dijo Mays. “Nos pedían que fueramos al bar, y todos en el hotel migraban hacia el bar, yo no tomaba, me daban coca cola. Sin problemas. La pasaba muy bien, muy bien”.
En sus primeros años, Mays era muy bien tratado por el manager Leo Durocher, cuya celebrada truculencia con los adversarios y árbitros era igualada por su actitud paternal hacia su center fielder estrella. En aquellos días, Mays lo llamaba Mr. Leo, hoy él reconoce a Durocher, quién murió en 1991, como una figura paternal.
“Siempre estaba pendiente de que traje debería comprar y como debía vestir”, dijo Mays. “Nunca me gritó. Si tenía algo que decir, hablaba con tranquilidad. Cuando estábamos en California, me quedaba en su casa y cuando salíamos de gira, su hijo era mi compañero de cuarto. Chris Durocher tenía 7 años. “Cuando salíamos de gira, Leo me decía ‘Sal con él’, por dos semanas no podía ir a ninguna parte, ni hacer nada. Pienso que esa era la forma de Leo de estar pendiente de mí”.
Mays se sonríe, cuando recuerda como utilizó esta situación para hacerse de algún dinero. Él comía en restaurantes donde los peloteros negros eran bien recibidos, y se llevaba a Chris con él. Cuando Chris le contaba a su padre que había estado sometido a una dieta muy ligera, Durocher le dijo a Mays que él quería que su hijo comiera el mejor beef steak.
“Y le dije: ‘Bien, entonces tienes que darme dinero para el steak”, dijo Mays. Y Leo sacaba varios billetes y me los ponía en la mano. Ibamos al resturant y le decía a Chris: ‘¿Quieres un steak?’ y el decía ‘No, yo como lo que tú comas’. Nunca se lo dije a Leo”.
Mays jugó en cuatro Series Mundiales, la primera en su año de novato, 1951, después que los Gigantes vencieron a los Dodgers de Brooklyn en un play off de tres juegos para llevarse el banderín de la Liga Nacional, al ganar el juego final con el jonrón de Bobby Thomson en el noveno inning ante Ralph Branca. Mays estaba prevenido al bate, estaba tan enfocado en su posible turno, dijo, que no lo afectó el dramatismo del jonrón de Thomson para terminar el juego.
“Estaba concentrado en Branca, lo que estaba lanzando, lo que me podría lanzar”, dijo Mays. “Cuando él bateó el jonrón, ni me moví”.
“Recuerdo a todos los muchachos corriendo hacia el plato, yo dije: ‘¿Qué pasa aquí?’ y pensaba ‘Me toca batear’”.
Los Gigantes perdieron la Serie Mundial ese año con los Yanquis, algo que se repitió en 1962. In el noveno inning del séptimo juego, los Gigantes perdían 1-0, Mays bateó un doble con 2 outs y llevó a Mateo Alou hasta tercera base. Con un imparable ganaban el juego.
Willie McCovey, un zurdo que halaba la bola, bateó una bola destinada al right field, pero fue atrapada por el segunda base Bobby Richardson quién jugaba profundo en el cuadro.
“Al salir el batazo pensé ‘Es un hit’”, dijo Mays. “Empecé a correr, pero Bobby Richardson estaba jugando justo por donde iba la línea”.
Mays sólo jugó una vez para un campeón de Serie Mundial, en 1954, cuando los Gigantes barrieron a los Indios de Cleveland. En el primer juego ocurrió quizás su momento estelar, una jugada que fue conocida como “La atrapada”.
En la apertura del octavo episodio, con la pizarra igualada, sin outs y dos en base, Vic Wertz despachó un batazo inmenso a lo más profundo del jardín central. Con hombre en segunda, Mays estaba jugando corto para evitar la carrera en caso de un imparable, empezó a correr a toda velocidad de espaldas al plato hasta que alcanzó la pelota cuando esta pasó sobre su cabeza.
Jack Brickhouse, narraba el juego por televisión, dijo que la atrapada “debió haber sido una ilusión óptica para muchas personas.
Para Mays la atrapada fue algo normal. El tiro si fue excepcional.
“Cuando corría, pensaba que debía enviar la pelota lo antes posible al infield porque había anotado varias veces desde segunda base con batazos como ese”, dijo Mays.
En el instante en que la pelota llegó a su guante, frenó de inmediato y giró para disparar la pelota hacia segunda base. Eso mantuvo al corredor en tercera base, los Indios no pudieron anotar. Los Gigantes ganaron en 10 innings.
“No había dudas de que iba a atrapar la pelota”, dijo Mays con una desafiante sonrisa juvenil a casi 60 años del hecho. “Yo lo sabía”.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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