Ahora que varios lanzadores encabezados por Ubaldo Jiménez intentan reeditar el Año del Pitcher que en 1968 tuvo a Bob Gibson y a Denny McLain en el tope de las Grandes Ligas, es inevitable recordar al lanzador que aquella campaña fue capaz de agenciar una efectividad de 1.12 carreras limpias por cada 9 entradas. También es inevitable traer memorias de comienzos de los sesenta cuando Gibson vino a jugar a la LVBP con el Oriente. Por todo esto consideré pertinente traducir la entrevista que recientemente le hiciera Joe Posnanski al intimidante pitcher de los Cardenales de San Luis.
Bob Gibson se rie fuerte. Va a pasar otra vez. A través de los años Gibson ha aprendido a escuchar y explicar cuando alguien le pregunta cuan feroz, despiadado e intimidante solía ser. Él ha aprendido a abrazarse a sí mismo por todos esos cumplidos (¿eran cumplidos, cierto?) “Usted era un vicioso” y también los tributos (¿eran tributos, cierto?) “Eras un asesino en el montículo”. Ha aprendido a ver venir todos esos comentarios, los fanáticos, definitivamente son fanáticos, quienes lo recuerdan con sonrisas de satisfacción por aquella mirada y aquellas rectas altas y adentro, quienes piensan en él como el joven, desafiante e invencible, con furia y orgullo y la más pura repelencia manando de su frente en vez de sudor.
“Mr. Gibson”, dice este hombre. “Recuerdo la forma como usted lanzaba. Recuerdo todos esos bateadores que golpeó. Le tenían mucho miedo”.
Si, Bob Gibson se ríe fuerte. Estrecha la mano del hombre con calidez, y le firma la pelota, dice gracias con esa voz que siempre sorprende, esa voz suave cargada de cariño. Sólo cuando el hombre se ha alejado lo suficiente como para escuchar, Bob Gibson pregunta, no molesto pero con sentido de curiosidad, “¿Eso fue todo lo que hice? ¿Golpear bateadores? ¿Realmente eso es todo lo que recuerdan?”
Bob Gibson piensa que esta podría ser la primera vez en casi 50 años que le ha dado una entrevista a un reportero de la revista Sports Illustrated. No está seguro, podría haberse descuidado un par de ocasiones a través de los años y haber sido entrevistado por uno. Probablemente es mejor decir que esta es la primera vez en su memoria que ha convenido en hablar voluntariamente con alguien de la revista. Algo ocurrió hace medio siglo que él no ha olvidado. No lo olvidará. Sólo accede a hablar ahora porque el tema principal es Stan Musial. Tiene un profundo respeto por Stan Musial.
“Un buen hombre”, dice Gibson. “Recuerdo que era un novato, y Stan me despertó. Me quedé dormido al final del banco. El juego terminó, Stan caminó y me dijo: ‘Se acabó el juego, muchacho. Levántate’. Stan es un buen hombre”.
Más de uno ha hecho un comentario sobre la voz de Bob Gibson: Es tan comedida, tan hospitalaria, tan apropiada, suena como un profesor dictando una clase. El punto usualmente es tratado con ironía, porque la ternura de la vos de Gibson está lejos de coincidir con el aura aterradora del hombre.
Ciertamente ningún pelotero, ni siquiera Ty Cobb, ha tenido tantas historias de amenaza. Hay dos, DOS, historias famosas de Gibson lanzándole a pegar a un bateador en un juego de veteranos. En uno golpeó a Pete LaCock, quién tuvo el atrevimiento de batearle un jonrón con las bases llenas a Gibson en el último inning de la carrera de Gibson en las Grandes Ligas (después que golpeó a LaCock, Gibson gritó: “He esperado por años para hacer eso”). En el otro Gibson le pasó la pelota por la espalda a Reggie Jackson quién tuvo la osadía de batearle un jonrón a Gibson en un juego de veteranos anterior.
Las historias son atractivas porque Gibson es el pitcher. No serían tan divertidas si se reemplazara a Gibson por Marichal, Feller, Koufax o Seaver o algún otro pitcher intimidante. Por supuesto que habían otros renombrados pitchers intimidantes, Wynn y Drysdale, Maglie y Clemens, pero Gibson es un caso aparte. El nombre Gibson evoca imágenes de un bateador en el suelo en medio de una nube de polvo y el despiadado hombre del montículo, vociferando, gesticulando, sin dar cuartel, sin olvidar.
Una rápida revisión de citas célebres sobre Gibson:
Dick Allen: “Gibson era tan cruel que después que te hacia comer tierra se venía hasta el plato para ver si querías hacer algo al respecto”.
Don Sutton: “Odiaba a todo el mundo. Hasta a Santa Claus”.
Red Schoendienst: “No podría lanzar en esta época, no lo dejarían. La manera como él lanzaba adentro, haría que lo expulsaran en el primer inning”.
Tim McCarver: “Recuerdo una vez que fui a hablar con Gibson en el montículo. Me dijo que regresara a mi lugar detrás del plato donde debía estar y que lo único que sabía de pitcheos era que no los podía batear”.
Dusty Baker: “Las únicas personas por las que me he sentido intimidado en toda mi vida, son Bob Gibson y mi Papá.
Y así sucesivamente. Quizás las palabras más gráficas sobre Bob Gibson las dijo Hank Aaron en su poético consejo a Dusty Baker (como lo recordó Baker)
No te acerques al plato contra Gibson
Él te tumbará
Tumbaría hasta a su propia abuela
No lo mires
No le sonrías
No le hables
A él no le gusta.
Si le bateas un jonrón
Evita correr muy lento
Tampoco corras tan rápido
Si quieres celebrar
Espera llegar al club-house
Y si te golpea
Ni se te ocurra ir al montículo
Porque es un boxeador de Guantes Dorados.
Esta es la reputación de Bob Gibson. Dificil de pasar por alto. A diferencia de una reputación normal, la de él parece crecer cada año. Niños cuyos padres distan de ser lo suficientemente viejos para haber visto lanzar a Gibson, vienen a verlo y le dicen que él es su pitcher favorito, no por sus 3117 ponches de por vida, ni por su efectividad de 1.12 en 1968, o por su brillantez en las Series Mundiales. No, es porque él era cruel, duro, un símbolo de maldad. Gibson sonríe cuando ellos dicen eso, y dice que él aprecia eso, ciertamente se siente bien por ser recordado.
“El único problema es”, dice Gibson. “Que ellos tienen una versión errada de los hechos”.
Dusty Baker, ahora manager de los Rojos de Cincinnati, posee un innumerable surtido de historias sobre Gibson, aquí cuenta otra. Él idolatraba a Gibson por supuesto, una noche lo vio comiendo en un restaurant. Sus compañeros de equipo lo animaron a que lo fuese a saludar. Le dijeron: “Es un buen momento. Está lejos del estadio. Bob estará feliz de hablar”. Mientras sus compañeros esperaban, Baker y su esposa se acercaron y Dusty dijo. “Disculpe Mr. Gibson”.
Gibson levantó la mirada y sin un asomo de sonrisa soltó: “¿Por qué carajo debo hablar contigo?” Luego miró a la esposa de Baker y le dijo: “Encantado de conocerla Sra. Baker”.
Lo más grande de la historia ocurrió unos años después, cuando Dusty se la recordó a Gibson, ahora su amigo íntimo. La forma como Dusty recordó el episodio, hizo que Gibson ladeara la cabeza y sin siquiera un asomo de sonrisa le dijo: “¿Qué más querías? Saludé a tu esposa”.
Una pregunta ¿Qué tan alto piensa usted que es Bob Gibson? Antes de que responda debería recordar que antes de jugar en las Grandes Ligas, Gibson jugó con los Trotamundos de Harlem, era conocido por sus feroces clavadas. Jugador tras jugador de su época hablarán de la inmensidad de su imagen mientras intimidaba desde el montículo. “Parecía un gigante allí”, te diría su catcher y amigo Joe Torre.
¿Qué tan alto? ¿1,93 m? ¿1,96? ¿Más grande?
No, claro que no, Gibson mide 1,85 m. Era unos centímetros más pequeño que Drysdale y Jenkins, que el vertiginoso Sam McDowell y Gaylord Perry, que Koufax y Bob Veale y los otros grandes pitchers de la época. Por lo tanto era dos centímetros más pequeño que Joe Torre.
Pero Gibson no dominaba exactamente con el tamaño. ¿Y sabe usted algo más? Él no dominaba por golpear un número excesivo de bateadores tampoco. No exactamente. El nunca lideró la liga en pelotazos. Solo una vez terminó entre los tres primeros de esa categoría y fue en 1963 cuando era muy joven y aún muy descontrolado.
En lugar de eso la fama de Gibson se nutrió de algo más. Necesitaba ganar. No había alternativa para él. El dolor de la derrota era algo que le perturbaba la existencia, algo con lo que no podía vivir. A Gibson nunca le ha gustado hablar de sí mismo, no hablaba mucho en sus días de jugador activo. Pero una vez se abrió un poco con el brillante escritor de The New Yorker, Roger Angell. Le dijo esto: “He jugado unas doscientas veces al quita y pon con mi pequeña hija. Todavía no me ha ganado. Siempre tengo que ganar”.
Este es un tema común, la muy utilizada frase “Quiero ganar aún si jugamos ping pong, trompo o pico-pico”. Pero Gibson la modificó en su mente. No dice que no dejaría ganar a su pequeña hija en quita y pon. No dice que odia perder aún al jugar quita y pon con su hija.
No, él dice que en 200 juegos nunca ha dejado ganar a su hija en quita y pon. Los juegos terminaron. Las lecciones, si hubo lecciones, fueron aprendidas. Y Bob Gibson ganó.
¿Qué es más intimidante que un hombre más hambriento, más determinado y más dispuesto a ir más allá de lo que usted es capaz? ¿Que hizo de Terminator más salvaje en la primera película? pienso que no fue que era fuerte, tampoco que fuera indestructible, ni que tuviera los músculos de Arnold Schwarzenegger, era que el quería matarte más de lo que querías sobrevivir. No hay respuesta humana inmediata a ese tipo de intensidad.
Por eso Gibson parecía más grande que los 1,85 m que medía. De acuerdo a los números, Gibson golpeaba alrededor de 10 bateadores por temporada, pero esos 10 nunca, nunca se olvidaron de eso. Lanzaba su recta de 95 millas y su slider salvaje a través de un wind up (movimiento de levantar la pierna y llevar la pelota detrás de la cabeza) que gritaba violencia de la más cruda. Bill James diría que Gibson “pareciera que estuviera intentando volar”. Ese era un wind up sin trampas, era todo ajustado a lo que quería. David uso ese movimiento cuando abatió a Goliath. Gibson no parecía estar tratando de ponchar bateadores. Parecía estar tratando de abatirlos.
“Esas son puras habladurías”, dijo Gibson. “No trataba de intimidar a nadie ¿Me están tomando el pelo? Trataba de sobrevivir, hombre”.
Nada fue fácil para Gibson. Firmó con los Cardenales de San Luis en 1957, su primera parada fue en Columbus, Ga., las memorias de sus 8 juegos en el Sur en los años cincuenta, son rudas, desagradables y muy personales para hablar de ellas. Así fue como el béisbol empezó para él. Llegó a las Grandes Ligas en 1959, cuando tenía 23 años, y estuvo dando tumbos por un año y medio. Se convirtió en abridor establecido en 1961 y lideró la liga en boletos. No fue un espectáculo instantaneo, nada que ver con Stephen Strasburg. Ganó 20 juegos por primera vez cuando tenía 29 años.
Se sentía amenazado. “La gente desconoce lo que significaba ser un joven pitcher negro por aquellos años”, dice no a la defensiva sino como punto de discusión. De acuerdo a lo que percibía Gibson, la gente quería que él fallara. Los aficionados contrarios querían que fallara. Al final tuvo que vencerlos a todos. Cada juego fue una batalla hasta el final, cada hit en su contra era una daga que podía enviarlo de vuelta a las menores, cada derrota un desastre del cual podría no recuperarse.
Tuvo que encontrar la manera de vencerlos a todos. Esa es una de las cosas que la gente desconoce. No era su recta. No era su slider. No era la coacción. Por Dios, él no estaba sacando out a Aaron por asustarlo. Aaron no se asustaba, aun cuando decía esas divertidas frases a los periódicos. Gibson no le podía lanzar su recta a Henry Aaron, nadie podía. Aprendió a hacerle lanzamientos lentos, trató de hacer que el gran bateador se embarcara. Esa era la única estrategia que podía funcionar.
Siempre fue así. Nada era fácil. Había que fajarse. Billy Williams dominaba la slider de Gibson así que tenía que lanzarle otro envío. Gibson se las arregló para domina a Willie Mays. Lo mantuvo en un promedio de .196 a través de los años. Roberto Clemente tenía muchas dificultades para batearle a Gibson. Pero por cada Mays y Clemente había un Eddie Matthews o un Richie Hebner que le bateaba muy bien. No podía contar que por el sólo hecho de ser Gibson, los iba a dominar, no había outs fáciles.
Él hacía las pequeñas cosas, esto nadie lo notaba, porque todos estaban encapsulados por la ferocidad de la imagen del pitcher. Nunca hizo el mismo lanzamiento, en el mismo lugar a un mismo bateador, ese era Bob Gibson. Tomaba cada intento de toque que iba por sus predios. Gibson ganó 9 Guantes de Oro seguidos. Empujaba las carreras en la medida de lo posible, Gibson bateó .206 con 24 jonrones (2 más en Series Mundiales), en una época de gran pitcheo. Fue un brillante tocador de pelotas. Bateó 18 elevados de sacrificio, más que cualquier pitcher desde que empezaron a llevar las estadísticas. En 26 juegos de su carrera, Gibson empujó más carreras de las que permitió.
“No fue fácil”, dice Gibson. Y ese es el punto, es el hecho del que está más orgulloso, que se mantuvo dando lo mejor de sí, se mantuvo haciendo ajustes, se mantuvo respondiendo a los retos, se mantuvo ganando. Y no fue fácil.
Gibson no critica a los pitchers del presente por no completar tantos juegos como lo hizo él. Bob Gibson inició 9 juegos de Serie Mundial. Terminó 8 de ellos. El único que no terminó fue el primero, en Yankee Stadium, en 1964. Fue sacado por un emergente cuando los Cardenales perdían por tres carreras en el octavo inning. Después de eso tuvo marca de 7-1 con 1.60 de efectividad en juegos de Serie Mundial. A ningún manager le gustaba sacarlo del juego. Los juegos completos…este tema siempre sale a flote. La gente siempre le pregunta a Gibson como se siente en la relación a los pitchers de la actualidad que son sacados del juego en el quinto o el sexto inning ¿Por qué esos pitchers no pueden terminar los juegos como lo hacía Gibson? Siempre le preguntan por eso, siempre lo quieren escuchar celebrando su época y a sí mismo. Hacerle esta pregunta a Gibson es equivocarse con él.
“Los pitchers están haciendo su trabajo, hombre”, dice. “El juego ha cambiado. Los pitchers de hoy quieren ganar tanto como lo queríamos nosotros. Cuando yo lanzaba, se esperaba que terminaras lo que empezabas, pero ahora no es así. Los pitchers tienen otros objetivos. Hay otras expectativas”.
Preguntarle a Gibson si está de acuerdo con las nuevas expectativas es equivocarse de nuevo con él. Él no se preocupa mucho por eso. No está muy pendiente del béisbol ahora. Claro que sigue a los Cardenales, en retribución por lo bien que lo ha tratado el equipo. Gibson también apoya en silencio a los Dodgers, entre todos los equipos, porque su amigo íntimo, Joe Torre es el manager. (Hasta fui fanático de los Yanquis por un rato creanlo o no”, dice Gibson). Pero el tiene otras prioridades. Tiene una vida diferente por vivir. El béisbol no lo define a él. Esto no cambia. Bob Gibson nunca dejó que nada lo definiera. “Hace un tiempo se me acercó un tipo”, dice Gibson. “Escucha lo que me dijo”. ‘Usted era muy cruel cuando lanzaba. Golpeaba a todos esos tipos’. Cosas como esas. Digo, que eso está bien, la gente puede pensar lo que quiera. Pueden tener sus propias memorias. ¿Pero sabes cuantas veces he escuchado eso? Y pensaba: ¿Quién viene a ti y dice cosas como esa?”
“Yo no era cruel. No discuto eso. Solo hacía mi trabajo. Escuchas a la gente hablar de esa mirada que yo tenía. ¿Sabes algo? He usado lentes por casi 60 años. Nunca intimidé con la mirada. Sólo que no podía ver las señas del catcher. Trataba de identificarlas. Eso es todo. Pero la gente siempre distorsiona las cosas”.
Ladeó la cabeza. La gente transforma los hechos en otros. Él no está molesto o no lo parece. Esa voz. Tan amigable. El parece divertirse con todo esto, la reputación, el aura, la forma como la gente parece eternamente fascinada por la forma como lucía, la manera como lanzaba la bola. Es como si existiera esa parte que de él que jugó una vez, cuando era joven, esa parte de un pitcher que intimidaba, que arrollaba y ponchaba bateadores con rectas altas, esa parte vive y crece más cada año. Sólo que el ya no juega más esa parte.
Gibson se acerca y explica porque no ha hablado con Sports Illustrated por un largo tiempo. Tiene que ver con una historia que él dice que ocurrió hace 50 años, una historia que estaba llena de condescendencia y desdén. Una historia que lo reportó diciendo comentarios racistas. Gibson no recuerda la cita precisa. Pero la recuerda lo suficientemente bien para sentir el aguijón todavía.
“¿Sabes? Hace unos años estaba escribiendo mi libro”, dice Gibson, “y llamé a Sports Illustrated para que me facilitaran una copia de esa historia. Y no me la facilitaron. Dijeron que no la tenían. Pero sé que la tienen”.
Le dije que lo sentía y el se encogió de hombros. “No es su responsabilidad”, dijo Gibson. “Por eso es que estoy hablando con usted”. Le dije que buscaría esa historia y le daría una copia. El se encoge de hombros otra vez. “No importa”, dice.
Sólo que, por supuesto, si importa. Tan pronto como regreso a casa comienzo a buscar en todos los archivos de Sports Illustrated. Busqué por Bob Gibson. Busqué por Gibby. Y busqué y busqué. Al principio no conseguí nada. Gibson tiene razón, a través de los años él no pasó mucho tiempo hablando con Sports Illustrated. La primera historia que vi dedicada a Gibson por completo era de 1963, cuando estaba surgiendo como uno de los mejores pitchers del béisbol. Trataba de cómo Gibson había superado las lesiones y citaba al árbitro Al Barlick diciendo que Gibson lanzaba más duro que cualquier pitcher que hubiese visto. Esa no era la historia.
Había una pequeña reseña sobre Gibson de 1964, una entretenida historia corta sobre como Gibson, mientras lanzaba para el Creighton, enfrentó a un promisorio joven bateador llamado Jesse Bradshaw. Gibson le lanzó una de sus rectas altas y pegadas, fue un lanzamiento tan amenazador que Bradshaw se apartó violentamente del plato y se tragó el tabaco de mascar. Poco después de ese incidente se convirtió en el Reverendo Jesse Bradshaw.
Gibson fue citado en la sección “Ellos lo dijeron” en 1967: “Me hicieron varias preguntas adormecedoras, las mujeres hicieron algunas de las más tontas. Una dama me preguntó: ‘¿Vas a jugar la próxima temporada?’”
Había otra pequeña reseña de finales de 1967, esta sobre la visita de Gibson a una escuela del área pobre de Omaha. Gibson, por su reputación, siempre hacía cosas como ésta. “Te queremos Bob”, gritó una niña pequeña. Y la revista reportó con sorpresa: “Gibson lloró”.
En 1968, el grandioso Año del Pitcher cuando Gibson tuvo efectividad de 1.12 y la liga bateó .184 contra él, ofreció quizás su cita más famosa: “Mucha gente piensa que la vida de un atleta es un libro abierto. Se supone que debe ser un ejemplo ¿Por qué yo debo ser un ejemplo para tu hijo? Tú eres el ejemplo para tu hijo” Gibson no se ha retractado de la cita. Dice que su logro más importante sigue siendo ser un ejemplo para su hijo.
Aún seguía buscando y buscando. No podía encontrar la historia y la cita que lo había herido. Empecé de nuevo y comencé a revisar otras historias que no lo tenían en el encabezado. Encontré que Gibson fue mencionado en una historia de 1959, la historia decía que el joven Gibson junto al novato Gary Blaylock, podían ser de ayuda para los Cardenales. Su primera victoria en Grandes Ligas fue reportada en otra historia sobre los Cardenales (junto a una cita de Stan Musial diciendo: “He estado tanto tiempo fuera de la alineación que me olvidé de la zona de strike”).
Gibson fue mencionado en una historia de Roger Khan sobre como los lanzadores le lanzan a pegar a los bateadores (Gibson había golpeado a Duke Snider con un pitcheo, y le había fracturado el codo). De 1962 había una cita de Musial sobre Gibson: “Es el pitcher más rápido durante 9 innings que he visto desde que estoy en la liga”. Seguía sin encontrar la cita ofensiva. No podía encontrar esa historia que Gibson recordaba.
Así que empecé la búsqueda de nuevo. Revisé ejemplar por ejemplar desde la temporada de novato de Gibson antes de mediados de los sesenta. Había una historia, una que sigue vigente de alguna forma, escrita en marzo de 1960. Su título era: El Mundo Privado del Beisbolista Negro”. La historia era un esfuerzo dirigido a indagar el mundo interior de los peloteros negros cuando nadie más en Norteamérica trataba de hacer cosas como esa. Entonces había sólo 57 peloteros negros en Grandes Ligas, era sólo una temporada después que los Medias Rojas de Boston se convirtieron en el último equipo en subir un pelotero negro a las Grandes Ligas. La historia no puede ser juzgada de acuerdo a la sensibilidad del presente, por supuesto, pero una vez dicho esto, hay párrafos de ella que golpean los oídos:
Lo coloquial es un campo fértil. Las palabras “mullion”, “hog-cutter”, “drinker and pimp”, aparentemente provienen de las Ligas Negras. “Drinker and pimp” todavía es usada hoy, “pimp” es una mesa de comer fugaz, y un “drinker”, de acuerdo a lo que me dijo Jimmy Banks, un primera base de los Medias Rojas que jugaba en Memphis es “un fildeador capaz capturar todos los batazos o tiros. Todos los captura con elegancia. Puede “bebérselos”. Ernie Banks también me explicó otras palabras. Pero no he visto que alguien las use en las Grandes Ligas de hoy. Un “choo-choo papa” era un jugador formidable. Un “acróbata” era un fildeador torpe. Un “monty” era un pelotero deficiente y una “foxy girl” era una chica bien parecida. Desafortunadamente mi investigación tuvo un final abrupto cuando se me ocurrió preguntarle a Banks si él tenía un apodo. “Soy un pelotero, hombre”, dijo y se alejó. “No voy a ponerme un apodo yo mismo, hombre. Tienes que tener más tacto”.
No hay citas en la historia relacionada con Gibson, o mejor dicho no hay citas que lo mencionen. Sin embargo hay algunas citas anónimas. Hay una en particular, sobre un picher que dice así:
“Los negros juegan más fuerte contra los negros que ante los blancos. Preferiría que cualquiera me bateara un imparable antes que Mays o Aaron. Si ellos lo hicieran me echarían broma y eso no me gusta”.
Ese podría ser Gibson, por supuesto. Había pocos pitchers negros en la Gran Carpa en ese momento, Earl Wilson… Sam Jones… Don Newcombe estaba a punto de retirarse, y algunos otros. Ese podría ser Gibson. Hay algo en la superficie de esa frase que indica que pudiera ser de Gibson.
Pero tal vez no. Era 1960, Gibson sólo había lanzado 13 juegos en Grandes Ligas cuando fue reportada esa historia. La historia no esta escrita en el lenguaje insultante que ofende los sentidos. Seguí buscando.
Pero no pude encontrar nada más. Tal vez la había dejado pasar. Tal vez la historia había salido en otra revista o periódico. Hice otras investigaciones en otras publicaciones, pero no encontré nada.
No tengo duda de que la cita existe. Y alborota la página con las eternas palabras de un joven Gibson hablando de ganar cada juego, de quebrar a los bates y bateadores contrarios que se le atraviesen, de ganar siempre, de evitar a los reporteros de Sports Illustrated, de ganar siempre, de crear una leyenda que impresione a todos menos a él. Y de aún ahora, regresar al comienzo, empezar de nuevo, poner de cabeza los archivos, indagar más sobre el dolor de Gibson,. Todavía no he encontrado la historia.
Está por verse si Ubaldo Jiménez, Roy Halladay, Adam Wainright, Jon Lester o Jaime García , pasan de las veinte victorias o bajan de las 2 carreras de efectividad. Lo que si es seguro, es que esa ferocidad de Gibson en el montículo seguirá siendo recordada por los aficionados. Aquí en Venezuela muchos tienen fresco en la memoria un juego de la temporada 1960-61 cuando Bob Gibson llegó ganando 1-0 al noveno inning, entonces desde el dugout rival empezaron a gritarle “Lumumba” y la leyenda dice que Gibson hizo el wind up y metió un rectazo que todavía rebota entre el techo y el piso del dugout.
Traducción: Alfonso L. Tusa C
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