jueves, 8 de julio de 2010

Luke Gregerson sigue lanzando sliders

Jeff Passan. Yahoo Sports.

Él esperaba en una cola de un cruce de ferrocarril, detrás de otros 15 carros, aguardaba que se levantara el travesaño. Cuando pasó el último vagón, Luke Gregerson soltó el pedal del freno. Antes de que pudiera arrancar, un carro a más de 40 millas por hora lo chocó por detrás. El cinturón de seguridad contuvo su cuerpo, no pudo hacer lo mismo con su cabeza. El cuello de Gregerson hizo un movimiento brusco hacia delante, y debido a que era un muchacho de 16 años que se consideraba indestructible, ignoró el dolor y le dijo al personal de emergencia que estaba bien. De todas formas los técnicos de la ambulancia lo inmovilizaron y lo llevaron a un hospital local donde los médicos le practicaron una resonancia magnética y encontraron una fractura en la sexta vértebra.
Así empezó la cadena de eventos que llevó a Gregerson a los Padres de San Diego, una confluencia de mala suerte y buena fortuna, de grandes riesgos y mayores recompensas, que convirtió en un singular pitcher imbateable a alguien a quién no le gustaba pitchear. Si Gregerson no se hubiese roto el cuello, no estaría sosteniendo el rótulo del mejor relevo setup del béisbol.
Es un título fugaz. Algunos especialistas del octavo inning terminan graduándose de cerradores. Otros se esfuman, el pitcheo de relevo es una actividad muy exigente. En su segunda temporada, Gregerson parece más un cerrador en formación. Sus números parecen errores de tipeo: 34.1 innings, 14 hits, 2 boletos, 41 ponches y una efectividad de 1.57. Una vez confirmados, hay que reconocer que son reales, él convierte a los bateadores de Grandes Ligas en misántropos: Ellos odian la figura del pitcher de 26 años, ellos odian el movimiento del pie en sus lanzamientos, ellos odian la decepción de no poder descifrar su windup y, más que todo, ellos odian su slider.

El pitcheo no es una maravilla de la ingeniería moderna, ni un asalto Strasburgiano de pistolas de radar y sensibilidades. Sólo es una buena bola quebrada que los bateadores han tratado de descifrar durante una temporada y media sin suerte. Gregerson lanza su slider más del 60 % del tiempo, un ritmo casi increíble considerando la fama de este pitcheo para dañar brazos. Eso no le afecta a él.
“Funciona y eso es lo que importa”, dijo Gregerson. “Muchos bateadores dicen que no pueden leer la rotación del envío. No sé por qué. Es un aspecto del béisbol y la física que yo no entiendo. Los otros tampoco, así que creo que puedo seguir lanzándolo”.
Lo cual ha estado haciendo desde que le quitaron el collarín y empezó a jugar pelota de nuevo. Si Gregerson no hubiera perdido su primer año de secundaria en los suburbios de Chicago mientras sanaba su lesión, él se hubiera seguido mostrando en la posición que más le gustaba: tercera base. Como las opciones estaban limitadas, él escuchó a su entrenador, Jim Tseres y empezó a pitchear y a aprender la slider.
Esto no era suficiente para atraer a los entrenadores de las universidades. Tseres tuvo que llamar a Mike Dooley, el entrenador de la Universidad de St. Xavier del suroeste de Chicago, para que Gregerson tuviera la oportunidad de jugar con un equipo universitario. St, Xavier era una escuela NAIA. Lo cual estaba bien para Gregerson. Jugó en el jardín derecho y creció hasta tener la estatura y el peso propios de un jugador de ese nivel.
Antes de la primera temporada de Gregerson, Dooley lo sentó. Quería que Gregerson pitcheara. Todos notaron la fuerza de su brazo. Los bateadores pocas veces tienen dificultades en una escuela NAIA. Un brazo con fuerza fue su salvoconducto.
“Los muchachos no quieren eso”, dijo Dooley. “Ellos quieren oir que son lo suficientemente buenos para jugar en el campo. Él fue lo suficientemente inteligente para escuchar”.
En los próximos dos años, como cerrador de St. Xavier, Gregerson destacó. Dooley pedía todos los pitcheos, preparaba a Gregerson para el futuro pidiendo slider tras slider. Su efectividad de .68 como jugador de último año llamó la atención de los Cardenales de San Luis, quienes lo escogieron en la vuelta 28 a pesar de que había logrado sus números ante una competencia de categoría inferior. Él era lo que toda escogencia de una vuelta 28: un billete de lotería de unos dos mil dólares. Eso fue suficiente para que Gregerson pospusiera su ingreso a la escuela de leyes John Marshall en Chicago.
En la liga de novatos, Gregerson aprendió a lanzar el sinker que hoy utiliza para complementar la slider. Como pitcher a tiempo completo por primera vez, Gregerson experimentó hasta hallar la mejor manera de lanzar su slider: los dedos índice y medio juntos, estirados sobre el cuero bajo las costuras, lanza la pelota como una recta hasta el último segundo cuando permite a la pelota deslizar desde el interior de sus dedos, un impulso de bola cortada, con movimiento de slider, debido a la acción de su brazo.
“Esa pelota se convirtió en un envío que podía lanzar adentro, afuera, arriba, abajo, más duro, más lento”, dijo Gregerson. “Se convirtió en algo que podía controlar mejor que mi recta. Si voy a un desafío decisivo la voy a lanzar. Confío más en ella que en cualquier cosa”.
“Los entrenadores dicen que hay que usar la recta para introducir los otros pitcheos. Yo lo hago al contrario. Introduzco la recta con mi slider”.
La heterodoxia asusta a la mayoría. A Van Smith le gustaba. Como scout de los Padres, Smith había seguido a Gregerson en 2008. Cuando el equipo tuvo que cambiar al short stop Khalil Greene a San Luis, el gerente general Kevin Towers, le pidió a Smith que le recomendara un jugador que estuviese listo para las Grandes Ligas. Este le nombró a Gregerson quién no habia lanzado un inning por encima de AA. La próxima primavera, él fue el pelotero a ser nombrado más tarde en el cambio de Greene.
La slider de Gregerson impresionó de inmediato. A medida que avanzó la temporada de 2009, se hizo más fuerte, tuvo apariciones sin permitir carreras en 23 de sus últimos 25 juegos. Entre Gregerson, Mike Adams y Heath Bell los Padres armaron la mejor combinación para los últimos innings. Sólo ha sido mejorada este año, cuando Gregerson ha mantenido a los bateadores en un promedio de .121 de promedio, .142 de promedio con hombres en base y .190 de promedio de slugging.
Casi las dos terceras partes del tiempo, los bateadores saben que lanzamiento viene. E igual no pueden batearlo.
“Toda la liga se va a sentar a esperar la slider? Si”, dijo el manager de los Padres Bud Black. “Pero es casi un hecho que aún sentándose a esperarla todavía no la puedan batear si tiene una buena colocación, lo cual ocurre la mayor parte del tiempo”.
“Es ese don natural que tienen ciertos pitchers y que no puedes explicar, que no lo puedes notar hasta que llegas a la caja de lanzar…”
La señal más real de la distinción de una slider: su habilidad para ser comparada con una canción oscura de 29 años. La slider de Gregerson, en un estudio de la data disponible, no muestra movimientos excepcionales ni giros locos que la separe de los cientos de sliders del mundo. Gregerson lanza la suya en strike, muchas veces y sin pedir disculpas.
Si la slider acaba la carrera de Gregerson, sólo será otra víctima. Si sobrevive y destaca, será el Larry Andersen moderno, un relevista cuyas efectivas sliders le valieron una carrera de 17 años.
“La voy a seguir lanzando hasta que la empiecen a batear”, dijo Gregerson, y justo ahora ni siquiera se acercan a batearla. Así que él se mantendrá lanzando el séptimo y octavo innings, esperando que Black le de al menos la oportunidad de un turno al bate para hacer swing como le gustaba.
Y seguirá recordando aquel día en las vías férreas cuando todo esto se puso en marcha, el choque que causó el cuello roto, que causó las oportunidades pèrdidas, que causaron la slider, que causó tanto daño.


Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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