viernes, 16 de julio de 2010

Una Simple Entonación. Una Impresión duradera

Richard Sandomir. The New York Times.

Hace 10 años cuando Bob Sheppard aún no tenía 90, entré a su pequeño palco en Yankee Stadium y le pregunté por su memoria de la primera vez que había estado en un parque de béisbol. Él levantó la vista del libro que leía entre bateadores, y preguntó con aquella maravillosa voz: “¿Te gustaría mi recuerdo del primer juego al que asistí o del primer juego donde trabajé como locutor oficial?”
“Ambos”, le dije. Por mí ha podido haber referido hasta el momento en que compró su primer perro caliente en el estadio.
Su primera reminiscencia se ubicó en su visita al estadio en los años veinte, quizás cuando tenía alrededor de 10 años. Fue una memoria general, no un caletre del box score, pero la refirió con emoción y un toque de perspectiva histórica
Yo era un muchachito y me sentaba en las gradas del jardín derecho. Desde allí veía a Babe Ruth, Lou Gehrig, y un tipo de apellido Williams, no Ted Williams. Ken Williams de los Carmelitas de San Luis”, dijo con su característica precisión y baja cadencia. “Mi ídolo era George Sisler, quién era un primera base perfecto para mí”.
Entonces vino su memoria de 1951, su primera temporada como locutor interno de los Yanquis.
“Los Yanquis alineabam a Johnny Mize en primera base, Jerry Coleman en segunda. Phil Rizzuto en el short, Billy Johnson en tercera”, dijo Sheppard. “Jackie Jensen jugaba en el jardín izquierdo. Joe DiMaggio en el central y Mickey Mantle en el derecho. Yogi Berra era el catcher y un tipo de nombre Vic Rashi era el pitcher, y vencimos a los Medias Rojas. Cinco de esos nueve peloteros están en el Salón de la Fama”.
Sin duda la historia de su juego como novato era algo que le preguntaban frecuentemente no como un recurso defensivo, sino en el mismo estilo que los fanáticos le pedían a Sinatra que cantara “A mi manera”. Pero Sheppard contaba la historia como si fuera la primera vez que lo hacía.
La muerte de Sheppard el domingo 11 de julio de 2010, es una prueba de lo mucho que él trascendió a su trabajo de locutor interno de Yankee Stadium. ¿Cuántos locutores internos famosos hay? ¿Cuántos son de renombre como Sheppard? ¿Cuántos de ellos generaron imitaciones como lo hizo Sheppard?
Su fama rivalizaba y hasta superaba la de muchos de los hombres que ocupaban la caseta de transmisión de los Yanquis. Eso no es un insulto, es solo un hecho. Él no tenía que hablar por 3 horas para hacerse famoso. Decía muy poco, pero fue conocido como La Voz de Dios, sus entonaciones le provocaban escalofríos a los peloteros y a los aficionados. Si los Yanquis eran arrogantes, Sheppard era elegante. En los años difíciles de los Yanquis, Sheppard mostró su clase.
¿Alguién recuerda quién lo precedió?
El trabajo de Sheppard era simple: Nos saludaba, presentaba las alineaciones, nos informaba el bateador de turno y el pitcher, y nos aconsejaba manejar con cuidado de regreso a casa.
Una vez bromeó y dijo que todo lo que tenía era longevidad, pero la longevidad mezclada con claridad y esa maravillosa voz hacían de él una estrella.
El no se inspiró como locutor en ninguna voz deportiva, sino por dos curas Vicentinos, uno era un “orador feroz” y el otro un “cultor de la semántica”, dijo en una ocasión.
El estilo Sheppard se basaba en varios principios.
Él pensaba que el nombre de un hombre era un tesoro personal. Por eso se maravillaba con los nombres. Los respetaba. En particular disfrutaba los nombres sonoros (“Mick-ey Man-tle”) y los extranjeros (Ál-va-ro Es-pi-no-za). En los años 50, una vez sintió temor de pronunciar mal el nombre del infielder Wayne Terwilliger, pero nunca se equivocó.
Dos, pensaba que la gente hablaba muy rápido. Por lo tanto se expresaba lentamente. Su cadencia en el hogar, en la escuela secundaria y en las clases universitarias de oratoria, en un bar local o en la misa, era la misma que cuando anunciaba algo en el estadio. “Muy pau-sa-do”.
Tres, él sentía que su trabajo requería que fuese “claro, conciso y correcto”.
La desaparición de Sheppard se siente como la pérdida de un representante significativo del civilismo en el mundo. Esa cualidad, además de su excepcional voz, será muy extrañada.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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