martes, 14 de diciembre de 2010

Al fondo de la antesala

Inicios de octubre de 1970 desplegaba varias páginas de suspenso para mis 9 años de hiperkinesia desbordada. Haber seguido los juegos del Mundial de Fútbol por televisión y el Campeonato Nacional Juvenil de Béisbol en el estadio de Cumaná, encendía toda la fruición de mi expectativa ante la Serie Mundial de aquel año. Toda esa curiosidad galopaba en paralelo con el reto de la tabla de dividir y la regla de tres que significaba el cuarto grado. La maestra Inés llenaba el aula con su conocimiento transparente y su pedagogía que saltaba entre los pupitres. Cualquier asomo de miedo a las matemática me lo borró en el primer instante que escuché su voz. Me había tocado el turno de la tarde, por lo cual debía estar atento en mis juegos y correrías por calles y cañaverales de regresar a casa antes de mediodía.
En los periódicos hablaban de la Gran Maquinaria Roja de Sparky Anderson, Pete Rose, Johnny Bench, Tany Perez y compañía. Sus contincantes eran los Orioles de Baltimore de Earl Weaver, Dave McNally, Miguel Cuellar, Jim Palmer, Frank Robinson, Paul Blair y un tercera base que llamaban “la aspiradora humana”: Brooks Robinson.
Mientras terminaba del almorzar escuchaba los comentarios de Carlos Tovar Bracho a través de Radio Caracas Televisión. Estaba por comenzar otro juego de la Serie Mundial. Trataba de comer lo más lento posible para ver si me daba tiempo de ver el comienzo del juego. Tenía esperanzas de que metieran a jugar a David Concepción. Papá me hacia observaciones para que apurara la comida porque ya era casi la una de la tarde. Cuando pasé por el comedor aproveché que papá se metió en la oficina y me escondí detrás de un pilar. Por Cincinnati lanzaba Gary Nolan. Por los Orioles creo que lo hacia Palmer o McNally. Papá empezó a llamarme y yo a girar alrededor del pilar. Lee May entró a la caja de batear y metió un cañonazo por toda la almohadilla que se desvió hacia la zona de foul varios metros detrás de tercera base.
Papá tuvo que ir a contestar el telefóno. Broooks Robinson llegó hasta el fondo del abanico en la zona de foul. Succionó la pelota con el guante de revés y cuando parecía que se iba a quedar con la misma en la mano ante el empuje de May hacia primera, ha soltado un disparo por encima del hombro que atravesó el cuadro interior para vencer a May justo en el momento que iba a hacer contacto con el primer saco. “¡Que barbaridad de jugada amigos. Muy pocos terceras base pueden hacer ese tiro y hacer el out!”, dijo Tovar Bracho . En el fondo la narración en inglés: “What a magnificent play. This guy is really fabulous at the hot corner. The Orioles will have to make him a statue”. May no podía creer que el árbitro hubiese cantado el out. Trató de reclamar pero luego vio hacia el dugout y se fue con la cabeza gacha.
Papá me agarró por el brazo y me llevó hasta el portón del porche. “Ya es la una y media y todavía estás aquí ¿Qué sabes tú si la maestra está haciendo un examen?”. Empecé a caminar con la mirada en el piso. En la esquina de Clemente me percaté que no me habían dado el dinero de la merienda. Sin embargo con el genio que tenía Papá, preferí seguir rumbo a la escuela. Aquella jugada de Brooks Robinson bien valía el regaño y hasta quedarme sin merienda en el recreo escolar. Todo el trayecto lo pasé simulando atrapar una pelota sobre la orilla de la acera y lanzando a primera por encima del brazo. Al entrar al aula la maestra Inés pasaba la lista. “¿Vienes llegando y estás muerto de risa?” “Disculpe maestra es por algo que vi mientras venía para acá”.

Alfonso L. Tusa C.

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