martes, 14 de diciembre de 2010

Entrevista muda con Anthony Lerew

Desde el lunes 22 de noviembre de 2010 hasta el viernes 26 traté porvarios medios de contactar a Lerew a fin de hacerle varias preguntascon motivo del no hit no run que lanzara ante los Leones del Caracasel domingo 21. Resultó un laberinto vertiginoso recorrer variasllamadas telefónicas que arrojaron aguaceros de incógnitas solvatadasde negativas eufemísticas. Me resigné a encontrar las respuestas en el juego del sábado 27. Lavoz de José Rafael Rodríguez indicando que el lanzador era DeolisGuerra y que los Atléticos de Oakland habían ordenado que Lerew dejarade lanzar en Venezuela, en principio eliminó cualquier posibilidad dearmar un diálogo con el lanzador a través de su trabajo monticular. Latransmisión radial empezó a distanciarse de mi pensamiento hasta queencontré a Lerew saliendo del lobby del Hotel Ucaima de Valencia. “Hey Mr. Lerew, isn’t this yours?” El hombre se volteó y bajó loslentes galvanizados de plata, mostró por fin algo del miedo que no sele vio en el no-hitter. Estiró la mano y ensayó una sonrisa. La gorraazul marino plagada de firmas en el revés de la visera tembló en mimano. “Por favor, esa gorra es muy valiosa para mí”. Acordamos que sela devolvería con la condición de que me concediera algunas preguntas. Tuve que subir al taxi. La velocidad mezclada con el desespero porllegar al aeropuerto desdibujó en mi mente la imagen de un pitcherhaciendo el wind up sobre el montículo de Ebbets Field en junio de1938. Preferí preguntarle porqué le gustaba ser lanzador. En unaesquina varios niños hacían malabares con una pelota. Lerew solicitóal chofer que se detuviese un momento. Uno de los muchachos hizo decatcher contra la pared de una casa vieja. Lerew sacó una pelota de suequipaje y le explicó a otro niño como debía agarrarla, levantó el piea la altura del pecho y lanzó junto con él hacia las manos del niño dela pared. La bocina del taxi rompió la magia. “Bye, bye boys. I hope you’llenjoy the ballgame”. Cuando el taxista hundía el acelerador hasta queel vehículo casi despegaba del asfalto valenciano. Se me ocurriópreguntar: “¿Hubo algún momento en que pensó que el no-hitter seacababa?” El hombre transformó una sonrisa en suspiro profundo.Escarbó entre los bolsillos del saco a cuadros que descansaba en elrespaldo del asiento. Abrió un ejemplar de Juan Salvador Gaviota:“Pobre Pedro. No creas lo que tus ojos te dicen. Solo muestranlimitaciones. Mira con tu entendimiento. Descubre lo que ya sabes, yhallarás la manera de volar”.El estruendo de los aviones despegando en el aeropuerto hizo queregistrara en mi lista una pregunta que rompiera el silencio. “¿Queporcentaje del juego puede controlar el pitcher”. Lerew se llevó lamano derecha a la boca y estornudó. Varias sonrisas se escondierondetrás de la gorra azul marino. Levanto la mano abierta cinco veces.Cada vez los dedos estaban más separados, las dos veces adicionalesque abrió las manos señaló hacia atrás de esta, volvió a señalar ygiró el rostro de un hombro al otro. Cuando el carro se detuvo frente a la entrada del aeropuerto. Soltéun tropel casi inaudible. ¿Qué piensas cuando no cuentas con tusmejores lanzamientos y tienes que seguir lanzando? Lerew sonrió denuevo. Estrechó mi mano y tomó una a una sus valijas. Cuando parecíaque no podía con nada más señaló el equipaje de mano y pidió que se locolocaran en el hombro. Mientras se registraba, le pregunté si sabía de un tal Johnny Van derMeer. Tragó saliva tres veces. “Tendrás que esperar, si vengo a laliga venezolana la temporada que viene, para saber que tan cerca puedollegar de lo que hizo él”.

Alfonso L. Tusa C.

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