Ese juego de cuatro bases en rombo, una montaña en el medio y jardines alrededor, donde el equipo a la defensiva tiene la pelota, precisamente en manos del pitcher, siempre lo he entendido como un deporte de conjunto. Cada quién determinará su presencia a través de su contribución a la victoria del equipo.
En la historia de la humanidad, los premios y reconocimientos siempre han contenido altas concentraciones de subjetividad propias de las visiones particulares de cualquier ser humano. Por eso una de las maneras de medio neutralizar esa realidad es establecer las condiciones del premio lo más cercanas posible a la esencia del juego.
Con todo mi respeto a los expertos de la sabermetría y a las nuevas estadísticas, que son muy importantes porque permiten evaluar más a profundidad cada detalle del juego, si el análisis de las mismas se hace tratando de ver a cada pelotero como un individuo abstraído de su equipo y esto se establece como criterio básico en las votaciones de los premios llegará el momento cuando emergerá la pregunta ¿eso es béisbol?
Los expertos del juego alegan que Felix Hernández mereció ganar el Cy Young de 2010 porque “un pitcher no tiene control de lo que pasa después que suelta la pelota”. ¿Es que acaso ese pitcher no recibe de vuelta la esfera blanca de costuras coloradas y debe decidir como neutralizar al próximo bateador? Si bien el pitcher no tiene control sobre todo lo que pasa en el juego, si lo tiene en el germen de cada jugada. Partiendo de allí es que seguramente habrán determinado en algún momento que el juego depende alrededor de 70% del pitcheo.
Todas esas nuevas estadísticas resultan inútiles para la esencia del béisbol si dejan de ser entendidas bajo la óptica del trabajo del pitcher en función del equipo, y el objetivo de cualquier equipo deportivo es ganar, incluido el béisbol. Un equipo puede tener un cuerpo de lanzadores dominantes pero si estos no traducen ese dominio en victorias, hay algo pendiente por mejorar.
Por esa razón entiendo que hasta hace poco la filosofía del premio Cy Young valoraba más, ni siquiera a las victorias per se, sino a como el resto de las estadísticas desembocaban en un apreciable numero de triunfos del equipo. Por eso Nolan Ryan no fue Cy Young en 1987 cuando fue lider en efectividad y ponches, apenas ganó 8 juegos. Así se reconoce cuan influyente puede resultar el trabajo de un pitcher en las victorias de su equipo. Que lanzamientos elige ante cada bateador. Su comunicación con el receptor. Su presencia en el montículo. Su actitud cuando no tiene sus mejores lanzamientos. Su capacidad para ganar juegos sin suficiente respaldo ofensivo.
Me parece que Felix Hernández ganó en buena lid el Cy Young, ciertamente fue el lanzador más dominante en todo menos en victorias y eso resulta paradójico. Su dominio fue tan marcado que por esta vez está justificado su reconocimiento porque al menos su balance de victorias fue psoitivo. Un pitcher sabe que le falta algo cuando termina la temporada y ve que tuvo una gran efectividad, bastantes ponches, etc pero que ni siquiera llegó a los 15 triunfos. Seguro que eso es importante. Es la esencia del juego y ni siquiera esas nuevas tendencias de analizar las estadísticas la pueden borrar.
Por más que se siga insistiendo que la manera de ver el juego cambió y que el trabajo del pitcher dista de tener incidencia en el resultado del juego. Cada vez que cae un out 27, hay un equipo que sale ganador y eso se debe en buena parte a las decisiones y actitudes del hombre que se encaramó en la montaña del medio para lanzar le pelota hacia el plato.
Alfonso L. Tusa C.
martes, 14 de diciembre de 2010
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