Hace unos días fui al cine a ver la segunda película de Narnia. Las imágenes de los muchachos transportándose a las aventuras de un barco mediante una pintura colgada en la pared de su cuarto me hizo ver varios episodios de otro barco que acaba de nombrar a su Almirante para volver a navegar en los mares picados del campeonato de béisbol.
Todas las aventuras activadas a través de la visión de la pintura en la pared, se me antoja se activaron desde el momento cuando Carlos García confirmó su regreso como manager y Luis Blasini fue ratificado como Gerente Deportivo de los Navegantes del Magallanes. En medio del oleaje furioso y los pasajes oscuros, se empezó a escuchar voces de análisis, planificaciones en el calendario, llamadas a peloteros. Los relumbrones de la película dejaban ver las piezas que el equipo no pudo utilizar con éxito la temporada anterior. El mar seguía picado, en el puesto de mando giró el timón y la proa atravesó el oleaje.
El abanico mostraba la arcilla más anaranjada que haya visto en un diamante. Los batazos salían con estallidos de cotufas hacia todos los rincones del campo. La sirena levantaba los gritos de los aficionados hasta que la emoción desbordaba su espuma entre los chisporroteos del radio que desplegaba la narración del juego desde un rincón del cuarto oscuro luego del octavo inning.
Estrujaba el cráneo sobre la almohada buscando el mejor ángulo de la jugada. La voz de Delio Amado León dibujaba las imágenes que sólo veíamos después de acostarnos. Los uniformes cargados de tierra, los spikes cortando manos o medias sanitarias, los pitchers usando una chaqueta luego de llegar a primera base. Aquellas transmisiones “televisivas” llenaban de creatividad el campo visual y muchas veces mezclábamos lo que decía el narrador con lo que habíamos jugado temprano en el solar de asfalto. “Mía, mía. Déjamela”. “¡Mátalo en la goma!” Más de una vez me desperté sobresaltado por la mano de Felipe o la de Jesús Mario en mi hombro. “¿De qué estás hablando tú?”. En mi mente sólo burbujeaban retazos del juego donde había participado esa mañana en el solar de asfalto del frente de la casa. “Allá va una línea entre dos, la bola parece que va a pic…allá se lanza de cabeza Armando Ortiz, que barbaridad de jugada amigos, Ortiz ha tomado la pelota de cordón de zapato, dio una vuelta de carnero…” Al volver la mirada hacia la platabanda retomé las imágenes del estadio Universitario.
El barco apenas inicia la extensa ruta hacia octubre. Desde las claraboyas del puente de mando es posible ver aun el mar picado y el cielo oscuro. El mismo panorama que atravesó el navío de Narnia. ¿Se encontrará la espada que permita hallar la armonía y el compromiso de trabajar en equipo?
El oleaje se estrella por encima de la línea de flotación mientras un tintineo de metales truena en la sala de mando, el Almirante ajusta el catalejos sobre un horizonte cuajado de sombras y fantasmas de dragones sobrevolando el mástil. En un movimiento brusco los salientes del timón giran hasta disparar la frecuencia. Todos los espíritus internos hacen crujir el compartimiento hasta que la voz del Almirante estremece el barco. “A estribor. Hacia allá se encuentra el tesoro perdido”. El segundo de a bordo se estruja los ojos, sacude la cabeza y lanza miradas en 360º hasta reconocer los estragos de unas
decisiones inexplicables.
Los crujidos del maderamen descubren incertidumbres a la luz de la luna ¿Quiénes jugarán en octubre? ¿Cuántos permanecerán toda la temporada? ¿A cuántos pitchers A, o AA les permitirán jugar? ¿Cuántos jugarán la temporada completa? Son imágenes proyectadas en la pared del puesto de mando. Un fino lápiz desliza sobre un pergamino y los primeros trazos de una ruta asoman en el mar, hay un trecho largo para cavilar y los duendes saltan a babor y estribor buscando confundir los ojos del Almirante. Hay una luz que parpadea al fondo de la oscuridad, hacia allá apunta la proa del barco.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 6 de abril de 2011
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