La nota de Facebook encendió una luz de alerta en el subconsciente. “Melvin Mora convoca rueda de prensa a las 5pm en el estadio José Bernardo Pérez”. De inmediato vinieron imágenes del sexto juego de la final 1993-94. La anécdota con John Carrillo al momento de firmar al profesional (“Déme lo que usted quiera. Voy a llegar más lejos que ellos”.). El tripleplay con los Orioles de Baltimore cuando dejó caer un elevado en el left field corto. EL bate de plata en 2004. Todas avanzaban, y el sexto juego seguía centelleando.
Quince minutos después, en el mismo sitio informaban que Mora anunciaba su retiro del beisbol profesional venezolano antes del último juego de los Navegantes del Magallanes en la temporada 2011-2012.
Aquel 30 de enero de 1994 decidí regresar de Cumaná a medianoche. Así tendría oportunidad de apreciar por televisión el sexto juego de la primera final Caracas-Magallanes.
Seguí imaginando que sin Mora ni José Altuve, Magallanes debía reforzarse con pitcheo abridor y relevista para el round robin.
A medida que se acercaban las 5:30 pm, sentía una especie de hormigueo entre la espalda y el pecho. Caracas ganaba la serie 3 juegos a 2 y aquel enfrentamiento podía significar el título para los Leones.
Me senté frente al televisor cuando informaban las alineaciones. Los caraquistas frotaban sus manos. “Urbano Lugo nos va a dar ese título”. Me quedé mirando a Carlos mientras decía que Juan Carlos Pulido siempre lanzaba bien contra el Caracas.
En la antesala del juego, Dámaso Blanco exprimió todas las emociones de Endy Chávez en tributo a los consejos y alegrías que le había proporcionado Melvin Mora. Con voz entrecortada y un manantial en los ojos, Mora elogió a Endy y reconoció las observaciones de Dámaso al principio de su carrera.
Dudaba que Pulido mantuviera a raya a los Leones, aún cuando al cierre del tercer episodio el juego seguía 0-0 a favor de una inmensa tensión emocional. Carlos me hizo saltar con un manotazo en la espalda. “Ya vas a ver que ganaremos”.
Cuando el forcejeo llegó al sexto inning con la pizarra cuajada de arepas, reconocía la gran labor de Pulido, sin embargo Lugo se mantenía tan imbateable que resultaba difícil visualizar como le anotarían una carrera. Omar Vizquel vino a consumir turno con hombre en tercera y 2 outs, soltó una línea entre center y right field, de esas con etiqueta para llegar hasta la base de la pared. Allí me dije, “Hasta aquí llegó Pulido.” En televisión Delio Amado León comentaba la peligrosidad del batazo. En radio Carlos Tovar Bracho empezó una escalada sónica tras las huellas del impacto. Mientras la pelota se aproximaba a la grama empezó a dibujarse una sombra a un costado de la pantalla, las voces de Delio Amado y Carlos Tovar se entrecruzaron al tiempo que las tonalidades marrones de un guante aparecian en el plano inmediato posterior, la silueta del jardinero flotando sobre la grama reventó las gargantas de la narración. León prodigaba el coraje y la determinación del jardinero central. Tovar Bracho atragantó sus adjetivos entre la emoción de dibujar como la pelota aterrizaba en el pundonor para jugar beisbol de aquel muchacho llamado Melvin Mora. La jugada me hizo creer que había una sustancia en aquel equipo, lo que llevan en el alma los ganadores. Aún así el juego llegó 0-0 al cierre del noveno.
Lo único que se escuchaba era los latidos cardíacos de quienes veían el juego. Carlos García largó doblete a la izquierda y las emociones fluyeron con más intensidad. El Almirante llegó a la antesala con elevado de sacrificio de Oscar Azocar. Luego de los boletos intencionales de Luis Raven y Chris Hatcher, sirvieron la escena para un elevado de Álvaro Espinoza relativamente corto a la izquierda. Carlos García se desprendió con toda su determinación hacia el plato y entró de cabeza con el mensaje de la gloria. La celebración magallanera galvanizó sobre el plato del José Bernardo Pérez, el primero que salió a abrazar al Almirante sobre el “home” fue Melvin Mora.
Antes de empezar el juego Mora se dirigió a la concurrencia y habló de la entrega como pelotero y técnico de Carlos García. “El fue quién me enseñó lo que significa el compromiso, el respeto y el pundonor de ponerse la franela magallanera”.
En el noveno inning del juego que significó la clasificación del Magallanes, García sacó a Mora de emergente. Me pareció una escena de “El Campo de los Sueños”, sobre todo al momento del swing y la trayectoria que tomó la pelota. Luego al momento de la defensiva siguió en el ambiente la recordada película cuando Endy lo llamó para que cubriera el center field, su posición original con el Magallanes.
Alfonso L. Tusa C.
viernes, 30 de diciembre de 2011
jueves, 15 de diciembre de 2011
El calor de La Habana
Luego de más de cinco meses recibí un libro de béisbol que Mike Lynch me había enviado a fin de analizarlo para la web page Seamheads.com. Es una novela escrita por Darryl Brock sobre el pitcher sordo Luther Taylor de los Gigantes de Nueva York.
La historia se ubica a medio camino entre la ficción y la realidad. La escritura emerge del corazón apoyada en un conocimiento que bucea en las profundidades más remotas del juego. Cada seña emitida por el personaje principal, despliega un ambiente especial que dibuja los diamantes de béisbol y la intimidad de la vida privada de Taylor en trazos de alta dimensión narrativa
Los Gigantes de John McGraw de comienzos del siglo XX, contaban entre sus lanzadores a Taylor, mas una lesión en su brazo de lanzar lo llevó al retiro.
La narrativa de Brock dibuja un ambiente de béisbol tan profundo que cada página deja pezrrubia en las manos y cada línea resuena sobre la grama de los jardines con emociones atrapadas en la más legítima de las expresiones del juego, una competitividad que destila a través de las ganas de regresar al juego de Taylor, quién siente que su brazo ha recuperado la fuerza. Son impresionantes las pinturas de las manifestaciones cubanas por el juego. Los aficionados llaman a John McGraw el “mono amarillo” en recuerdo del color del uniforme que usaba cuando años atrás fue a jugar una serie en la isla. También sorprenden a Taylor cuando le gritan “¡el sordo!” y éste disfruta la efusividad luego de consultar su diccionario bilingüe. Brock recorre las calles y el malecón de La Habana con detalles de alguien que siente la ciudad en el alma.
Brock sorprende con todas esas tonalidades encarnadas de su pincel en las particularidades de aquel béisbol de otros tiempos. Al referir como McGraw recogió dinero de sus peloteros para apostarlo y motivar a sus jugadores, me hizo recordar cuando jugábamos las caimaneras en el solar de asfalto frente a la casa y los muchachos decían: “vamos a jugar a los refrescos”. Entonces se veían las jugadas más escalofriantes. Una vez uno de los muchachos corrió hasta la calle y casi se lo lleva un carro. En la novela, Taylor desde el cajón de coach empieza a gritar “Mamá” al pitcher de los Rojos de La Habana hasta que lo saca de concentración y allí aprovecharon los Gigantes para marcar una rayita. La manera como el escritor mezcla los pormenores del juego con las intimidades de los peloteros crea una atmósfera de tensión que sólo termina en la última página del libro.
En paralelo ocurre una historia apasionante que arrastra el tono emotivo de la novela hasta transmutarlo en suspenso. Brock maneja muy bien los conocimientos de cultura cubana, esto le permite llenar de imagenes expresivas el transcurso de los episodios.
Alfonso L. Tusa C.
La historia se ubica a medio camino entre la ficción y la realidad. La escritura emerge del corazón apoyada en un conocimiento que bucea en las profundidades más remotas del juego. Cada seña emitida por el personaje principal, despliega un ambiente especial que dibuja los diamantes de béisbol y la intimidad de la vida privada de Taylor en trazos de alta dimensión narrativa
Los Gigantes de John McGraw de comienzos del siglo XX, contaban entre sus lanzadores a Taylor, mas una lesión en su brazo de lanzar lo llevó al retiro.
La narrativa de Brock dibuja un ambiente de béisbol tan profundo que cada página deja pezrrubia en las manos y cada línea resuena sobre la grama de los jardines con emociones atrapadas en la más legítima de las expresiones del juego, una competitividad que destila a través de las ganas de regresar al juego de Taylor, quién siente que su brazo ha recuperado la fuerza. Son impresionantes las pinturas de las manifestaciones cubanas por el juego. Los aficionados llaman a John McGraw el “mono amarillo” en recuerdo del color del uniforme que usaba cuando años atrás fue a jugar una serie en la isla. También sorprenden a Taylor cuando le gritan “¡el sordo!” y éste disfruta la efusividad luego de consultar su diccionario bilingüe. Brock recorre las calles y el malecón de La Habana con detalles de alguien que siente la ciudad en el alma.
Brock sorprende con todas esas tonalidades encarnadas de su pincel en las particularidades de aquel béisbol de otros tiempos. Al referir como McGraw recogió dinero de sus peloteros para apostarlo y motivar a sus jugadores, me hizo recordar cuando jugábamos las caimaneras en el solar de asfalto frente a la casa y los muchachos decían: “vamos a jugar a los refrescos”. Entonces se veían las jugadas más escalofriantes. Una vez uno de los muchachos corrió hasta la calle y casi se lo lleva un carro. En la novela, Taylor desde el cajón de coach empieza a gritar “Mamá” al pitcher de los Rojos de La Habana hasta que lo saca de concentración y allí aprovecharon los Gigantes para marcar una rayita. La manera como el escritor mezcla los pormenores del juego con las intimidades de los peloteros crea una atmósfera de tensión que sólo termina en la última página del libro.
En paralelo ocurre una historia apasionante que arrastra el tono emotivo de la novela hasta transmutarlo en suspenso. Brock maneja muy bien los conocimientos de cultura cubana, esto le permite llenar de imagenes expresivas el transcurso de los episodios.
Alfonso L. Tusa C.
lunes, 12 de diciembre de 2011
Tim Lincecum inspira hablar sobre Sandy Koufax.
Con lanzamientos que los bateadores rivales consideran “difíciles”, el derecho de los Gigantes tiene el potencial para dominar.
John Lowe. Detroit Free Press.
Tim Lincecum, el magnífico derecho de los Giagntes de San Francisco, nació en 1984. Como 20 años después de que Sandy Koufax dejó marca de 25-5 con los Dodgers de 1963, luego en el primer juego de la Serie Mundial ponchó a los cinco primeros Yanquis.
“¿Cómo se puede ser tan sucio?” Preguntó Lincecum. En este caso “sucio” es un sinónimo de “superpoderoso”.
Koufax era sucio de la misma forma que Lincecum es ahora. Tenía una recta durísima, una curva afilada y mucho comando en sus pitcheos y en su esencia competitiva.
Yo era un seguidor de Lincecum cuando me enteré que él era seguidor de Koufax. El padre de Lincecum le transmitió la admiración por Koufax a su hijo.
Cuando hablé con Lincecum, el conocía el estilo de pitcheo de Koufax, pero quería saber más de los logros del hombre que es considerado por muchos como el mejor zurdo de todos los tiempos. Le recité algunos logros:
. Koufax dejó marca de 111-34 en los últimos cinco años de su carrera.
. En cada uno de esos cinco años Koufax lideró la Liga Nacional en efectividad.
. En tres de esos cinco años Koufax ganó el premio Cy Young. Había un solo Cy Young para ambas ligas. En las tres temporadas que lo ganó, Koufax ganó todos los 10 votos de primer lugar de electores de la Liga Americana, así como los 10 de la Liga Nacional. En esas tres temporadas tuvo de 60-60 en votos de primer lugar.
“Eso es insano”, dijo Lincecum al escuchar esto.
Luego le conté a Lincecum que Koufax ganó el séptimo juego de la Serie Mundial de 1965, en Minnesota, 2-0, con dos días de descanso, aún cuando su curva no le funcionó. Dejó a los Mellizos en tres imparables esencialmente a punta de rectas en los últimos episodios. “Ni siquiera sé como catalogar eso, salir adelante con sólo un pitcheo”, dijo Lincecum.
Hay otro punto de Koufax que tiene a Lincecum en ascuas.
“Sus no-hitters”, dijo Lincecum. “Lanzó cuatro. Me gustaría lanzar un no-hitter alguna vez, pero definitivamente estoy lejos de eso”.
“Si pudiera alguna vez, me gustaría sentarme y mirar algunos de sus juegos para ver como atacaba a los bateadores”.
Entonces le dije a Lincecum que Koufax es una de esas figuras inusuales cuya leyenda crece, lejos de palidecer, ante el escrutinio de sus números. Le dije que Koufax fue un caballero y un gran compañero. Dije que Koufax calificaba para unas líneas que escribió David Halberstam sobre el narrador Edward R. Murrow.
“Una de esas raras figuras legendarias que fueron tan buenas como su mito”.
Quizás Lincecum llegue a ese nivel.
La temporada pasada Lincecum tuvo un año grandioso, dejó marca de 18-5 y lideró la Gran Carpa con 265 ponches en 227 innings y una efectividad de 2.62. A los 24 años ganó el premio Cy Young de la Liga Nacional. Koufax no logró eso hasta 1963 cuando tenía 27 años.
Lincecum mostró su promesa como pitcher de primera categoría en Grandes Ligas y tiene el potencial para ser una fuerza dominante en el futuro y posiblemente iguale algunos de los logros de uno de los pitchers más difíciles de la historia del béisbol.
Ademá de su premio Cy Young, su aparición en el Juego de Estrellas y el título de ponchados, Lincecum ocupó el segundo lugar en efectividad en la Liga Nacional, tercero en innings lanzados, primero en ponchados por cada nueve innings (10.51), segundo en porcentaje de juegos ganados (.783) y primero en menos hits permitidos por cada nueve innings (7.22). Sucio, por cierto.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
John Lowe. Detroit Free Press.
Tim Lincecum, el magnífico derecho de los Giagntes de San Francisco, nació en 1984. Como 20 años después de que Sandy Koufax dejó marca de 25-5 con los Dodgers de 1963, luego en el primer juego de la Serie Mundial ponchó a los cinco primeros Yanquis.
“¿Cómo se puede ser tan sucio?” Preguntó Lincecum. En este caso “sucio” es un sinónimo de “superpoderoso”.
Koufax era sucio de la misma forma que Lincecum es ahora. Tenía una recta durísima, una curva afilada y mucho comando en sus pitcheos y en su esencia competitiva.
Yo era un seguidor de Lincecum cuando me enteré que él era seguidor de Koufax. El padre de Lincecum le transmitió la admiración por Koufax a su hijo.
Cuando hablé con Lincecum, el conocía el estilo de pitcheo de Koufax, pero quería saber más de los logros del hombre que es considerado por muchos como el mejor zurdo de todos los tiempos. Le recité algunos logros:
. Koufax dejó marca de 111-34 en los últimos cinco años de su carrera.
. En cada uno de esos cinco años Koufax lideró la Liga Nacional en efectividad.
. En tres de esos cinco años Koufax ganó el premio Cy Young. Había un solo Cy Young para ambas ligas. En las tres temporadas que lo ganó, Koufax ganó todos los 10 votos de primer lugar de electores de la Liga Americana, así como los 10 de la Liga Nacional. En esas tres temporadas tuvo de 60-60 en votos de primer lugar.
“Eso es insano”, dijo Lincecum al escuchar esto.
Luego le conté a Lincecum que Koufax ganó el séptimo juego de la Serie Mundial de 1965, en Minnesota, 2-0, con dos días de descanso, aún cuando su curva no le funcionó. Dejó a los Mellizos en tres imparables esencialmente a punta de rectas en los últimos episodios. “Ni siquiera sé como catalogar eso, salir adelante con sólo un pitcheo”, dijo Lincecum.
Hay otro punto de Koufax que tiene a Lincecum en ascuas.
“Sus no-hitters”, dijo Lincecum. “Lanzó cuatro. Me gustaría lanzar un no-hitter alguna vez, pero definitivamente estoy lejos de eso”.
“Si pudiera alguna vez, me gustaría sentarme y mirar algunos de sus juegos para ver como atacaba a los bateadores”.
Entonces le dije a Lincecum que Koufax es una de esas figuras inusuales cuya leyenda crece, lejos de palidecer, ante el escrutinio de sus números. Le dije que Koufax fue un caballero y un gran compañero. Dije que Koufax calificaba para unas líneas que escribió David Halberstam sobre el narrador Edward R. Murrow.
“Una de esas raras figuras legendarias que fueron tan buenas como su mito”.
Quizás Lincecum llegue a ese nivel.
La temporada pasada Lincecum tuvo un año grandioso, dejó marca de 18-5 y lideró la Gran Carpa con 265 ponches en 227 innings y una efectividad de 2.62. A los 24 años ganó el premio Cy Young de la Liga Nacional. Koufax no logró eso hasta 1963 cuando tenía 27 años.
Lincecum mostró su promesa como pitcher de primera categoría en Grandes Ligas y tiene el potencial para ser una fuerza dominante en el futuro y posiblemente iguale algunos de los logros de uno de los pitchers más difíciles de la historia del béisbol.
Ademá de su premio Cy Young, su aparición en el Juego de Estrellas y el título de ponchados, Lincecum ocupó el segundo lugar en efectividad en la Liga Nacional, tercero en innings lanzados, primero en ponchados por cada nueve innings (10.51), segundo en porcentaje de juegos ganados (.783) y primero en menos hits permitidos por cada nueve innings (7.22). Sucio, por cierto.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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