Sus hazañas como bateador emergente ayudaron a los Gigantes de Nueva York a ganarle a los favoritos Indios de Cleveland en la Serie Mundial de 1954.
Bill Madden. New York Daily News
Solo ahora, los ecos del hecho, a 54 años y 2500 millas, resuenan finalmente en Dusty Rhodes, quién nunca se creyó una leyenda del béisbol, sino un tipo común y corriente a quién le gustaba beber whiskey con los vecinos en la taberna de la esquina luego de empuñar su bate en Polo Grounds.
“No podía pagar un trago en Nueva York “, cuenta Rhodes. “Nadie me dejaba”.
Una tarde decembrina gris y fría, en un conjunto residencial a 30 millas de Las Vegas, James Lamar “Dusty” Rhodes está sentado en una silla de ruedas frente a la mesa del comedor, intercambia memorias con algunos visitantes.
Una gorra de los Gigantes de San Francisco cubre su calva y pide no tomar en cuenta las manguerillas de oxígeno en su nariz. “Tengo diabetes, por eso las necesito. No es nada de gravedad. Tampoco necesito la silla de ruedas. Sólo me facilita la movilidad. Por lo demás estoy bien. Es divertido. Nunca me enfermé un solo día de mi vida hasta que dejé de beber”.
Además de la gorra y una pelota autografiada guardada en una caja sobre la chimenea, no hay señales visibles de que este curtido hombre de 81 años pueda haber tenido conexión con el juego. Pero, vaya si tuvo más de una conexión. Fue parte de la tradición beisbolera.
Un arrojado muchacho del campo procedente de los algodonales de la rural Alabama, llegó a las Grandes Ligas y la gran ciudad. Se levantó de la oscuridad para casi ganar por su cuenta la Serie Mundial de 1954 para los Gigantes sobre los Indios de Cleveland con su bate letal.
Ha sido una larga travesía hasta esta pacífica comunidad del desierto desde aquel lejano otoño y aquellos tres mágicos días en los cuales él gano el primer juego con un jonrón de tres carreras como emergente en el décimo inning ante Bob Lemon, y el segundo con un sencillo empujador como emergente y otro jonrón ante Early Wynn, y finalmente dos carreras empujadas más con otro sencillo impulsor como emergente.
Luego de retirarse del béisbol, después de siete temporadas con los Gigantes, Rhodes trabajó como guardia Pinkerton en el World’s Fair de 1964. Después trabajó 25 años como capitán de una lancha remolcadora en la bahía de Staten Island. “Hice viajes largos hasta Detroit y Miami en esa lancha”, relató, “pero después de ir a Boston y tener que lidiar con aguas turbulentas de olas de cuatro metros, me abstuve de salir de Nueva York”.
Aunque estaba muy ligado a Nueva York en aquellos días, Rhodes había vuelto a ser un hombre normal. Sólo cuando lo apremiaba la camaradería de sus amigos de bebida, hablaba de sus habilidades con el bate, nunca buscó aprovecharse de su fama de Serie Mundial.
Dos atracadores le robaron su anillo de la Serie Mundial de 1954 en el metro durante los años ’60, nunca intentó reemplazarlo. Para él, sus hazañas en la Serie no fueron nada más que unos días de trabajo. Además, él hizo más en un mes con la lancha remolcadora de lo que hizo en cualquier año de los que jugó beisbol.
Apareció en solo 82 juegos en la temporada de 1954, principalmente como bateador emergente debido a que sus destrezas defensivas fueron degradadas por el manager de los Gigantes Leo Durocher.
En su autobiografía de 1975 Nice Guys Finish Last (Los chicos buenos llegan de últimos), Durocher describió a Rhodes como el “peor fildeador que alguna vez jugara un juego de Grandes Ligas”, además agregó “él hizo que se olvidaran las reglas de entrenamiento”. De aquella temporada del campeonato de 1954, en la cual Willie Mays regresó luego de dos años en la armada para batear .345 y ganar el premio del jugador más valioso de la Liga Nacional y Rhodes bateó para .341 con 15 jonrones y 50 carreras empujadas en sólo 164 turnos al bate, Durocher dijo: “Dusty era el tipo de bufón que mantenía a un equipo unido y feliz. Entre él y Mays, mantuvieron el clubhouse lleno de risas toda la temporada. ¿Presión? Ellos la escupían”.
Quizás lo que es más notable, dada la época, en la cual había mucha segregación en el beisbol, es que Rhodes y Mays eran muy diferentes, aún cuando habían nacido y crecido en Alabama.
De hecho, el equipo entero de los Gigantes era una bofetada para la época, su núcleo estaba compuesto de tres jugadores negros, Mays, Monte Irvin y Henry Thompson, y un grupo de blancos sureños que incluía al nativo de Louisiana, Alvin Dark, el segunda base Davey Williams de Texas, Whitey Lockman de Carolina del Norte y Rhodes.
“Para ser honesto, nunca pensabamos en eso”, dijo Rhodes. “En mi caso, crecí con negros. Cosechábamos algodón hombro a hombro. Nunca tomé en cuenta la segregación racial. Willie, Monte y Henry fueron probablemente mis amigos más íntimos en aquel equipo. Hasta el presente, Monte es como un hermano para mí. Y ¿Henry? Que Dios le de descanso a su alma.
Él falleció joven (de un ataque cardíaco a los 43 años en 1969, después de pasar varios años en una cárcel de Texas por atraco a mano armada de una licorería). Después que terminaron nuestras carreras, trabajamos juntos en el hotel Casa Grande en Arizona donde entrenaban los Gigantes. Henry trabajaba en el pool y yo atendía el bar. ¡Que par hacíamos!”
Dusty Rhodes reconocía ser incorregible. Los Gigantes lo soportaban en primer lugar porque, por más tarde que se fuera a la cama por la noche, nunca llegó tarde al estadio y, segundo, bateaba de verdad. Y había otra cosa: Uno de sus compañeros de bebida más frecuentes era el dueño de los Gigantes Horace Stoneham.
“Durante un juego de aquella temporada, teníamos hombres en primera y segunda, me toca batear y el coach de tercera base , Herman Franks me da la seña de toque”, recordó Rhodes. “Lanzo la mirada hacia Durocher y grita, ‘Dale duro’. Así que le tiré el bate a la pelota y despaché un sencillo. Al terminar el inning, regresé al dugout y Leo dice, ‘Caramba Jim, sólo estaba tratando de robarme una carrera’. Le dije, ‘¡Si me hubieras dejado batear te habría dado tres!’ Pienso que Leo siempre me tuvo un poco de miedo”.
En el octavo inning del primer juego de la Serie de 1954, con dos corredores de Cleveland embasados, Mays corrió hasta las profundidades del jardín central de Polo Grounds, casi 480 pies, para atrapar un enorme batazo de Vic Wertz y mantener la pizarra empatada 2-2.
Dos innings más tarde, con un out y Gigantes en primera y segunda, y Lemon el as de los indios, en el montículo, Durocher envió al zurdo Rhodes a batear por Irvin. Al primer pitcheo, Rhodes levantó un elevado al right field que cayó en los asientos justo a la izquierda del poste de foul, a 290 pies. Luego de ver como la pelota apenas sobrepasó la pared, Lemon bataqueó su guante frustrado.
“El guante de Lemon fue más lejos que mi jonrón”, dijo Rhodes con un sonrisa. “No me dejé impresionar por la situación. Solo empuñé mi bate sobre el plato. Nada me molestaba. Siempre dije que podía salir de una tumba y batear un hit”.
La historia se repitió el próximo día cuando Durocher llamó otra vez a Rhodes para que emergiera por Irvin, esta vez en el quinto inning contra el otro as de los Indios, Wynn, con corredores en primera y tercera. Su sencillo al centro empujó a Mays para empatar el juego 1-1 y luego en el séptimo bateó otro jonrón por la derecha para la rayita final de los Gigantes en una victoria 3-1 sobre los Indios.
Cuando la Serie se mudó a Cleveland para el tercer juego, Durocher sacó de emergente a Rhodes una vez más por Irvin, esta vez en el tercer episodio con las bases llenas, Dusty respondió con sencillo impulsor de dos carreras que resultó decisivo en la victoria de los Gigantes 3-2.
En los cuatro juegos de la Serie, Rhodes se fue de 6-4 con dos jonrones y siete carreras remolcadas. Como Irvin fue uno de los mejores bateadores de las Ligas Negras y llegó al Salón de la Fama, es extraño que no se hubiese molestado por ser sustituido tantas veces en aquella temporada de 1954 por Rhodes. Pero como él contestó en una entrevista telefónica: “Bajo otras circunstancias, quizás me hubiera molestado, pero Dusty fue el bateador natural más grande que haya visto”.
“He escuchado que Monte dijo eso”, dijo Rhodes con una sonrisa de satisfacción en su cara. “No fue hasta hace unos pocos años, cuando celebramos nuestro Aniversario 50 en San Francisco, todos estaban sentados contando historias, empecé a pensar: ‘¡Caramba era muy bueno!’”
Todo empezó con un juego informal en Montgomery, Alabama, en 1946. Rhodes, quién recién había salido del ejército luego de servir en Okinawa durante la segunda guerra mundial, viajaba con una amigo a Miami cuando un cura de la parroquia le preguntó si quería jugar para su equipo, le faltaban dos jugadores para la caimanera de aquel día.
“No tenía implementos para jugar. Jugué en el jardín central, descalzo y con un guante prestado. Bateé un jonrón dentro de una casa, otro sobre la casa y un par de triples”, recordó Rhodes. “Un cazatalentos del equipo de Nashville en la Southern Association llamado Bruce I. Hayes estaba en la tribuna y me firmó allí mismo”.
Aunque su carrera en las Grandes Ligas haya sido breve y nunca garantizará una placa en Cooperstown, por lo menos durante tres brillantes juegos en otoño y un par de temporadas como un extraordinario jugador de reserva, Dusty Rhodes fue un beisbolista muy bueno con un bate en las manos.
Polo Grounds y los Gigantes de Nueva York son sólo un recuerdo distante ahora, y en la quietud del desierto, casi a un continente de distancia, Dusty Rhodes, quién nuca ha sido sentimental, se mueve en la silla de ruedas hacia la chimenea y agarra al caja con la pelota. Es el único souvenir que tiene de su carrera, hace años le regaló a Frank Scalzi, su primer manager con el Hopkinsville Clase D en 1947, el bate que usó en la Serie Mundial de 1954.
“Es de la reunión”, dice al sacar la pelota de la caja. “Nunca me importaron los libros, bates o lo que sea. Pero esto es especial para mí. Todos la firmamos, luego unos meses después Marv Grissom (relevista de los Gigantes) falleció”.
Se queda pensativo un momento, frota la pelota.
“Muy pronto”, dice Rhodes suavemente. “Todos caeremos por la pendiente”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
__Dusty Rhodes falleció el 17 de junio de 2009 en Las Vegas.
lunes, 9 de enero de 2012
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