Los días previos a una Serie del Caribe siempre han significado una emoción contenida por conocer los refuerzos del equipo campeón, como en este momento los Tigres de Aragua y sus aficionados viven la ilusión y la cinética de todo lo que podrían lograr con el apoyo de refuerzos como Gustavo Molina, Luis Jiménez, Ramón Ramírez y Brian Sweeney entre otros. Los sueños de campeonato pretenden extenderse y un ambiente de feria engrincha la piel.
Todo esto aumenta la intensidad, cuando el equipo que acude a la serie caribeña es el de las simpatías de toda la vida. Conozco muy bien la sensación, quedó grabada en mi piel de 8 años en febrero de 1970. Magallanes había derrotado a los poderosos Tiburones de La Guaira contra todos los pronósticos. La serie final fue a cinco juegos y los Navegantes ganaron 3 seguidos. Los días previos al evento a efectuarse en el estadio Universitario de Caracas resultaron un hervidero de análisis y expectativas.
Los Leones de Ponce venían con Tany Pérez, Sandy Alomar padre, Bernie Carbo, Wayne Simpson, y un pitcher de nombre Miguel Cuellar entre otras estrellas. Los Tigres del Licey llegaron con Ricardo Carty, Cesar Cedeño, Manuel Mota, Elvio Jimenez. Al igual que en el inicio de la temporada regular, y los play offs, Magallanes salió al ruedo en aparente desventaja. De hecho, en el primer juego debía enfrentar a Cuellar, un zurdo que con los Orioles de Baltimore había dejado record de 24-8 con 3.48 de efectividad, lo cual le valió compartir el Cy Young de la Liga Americana con Denny McLain.
Los analistas del juego, a pesar de considerar la inspiración magallanera, terminaban inclinándose ante los pergaminos de pitcher cubano. Aquel 05 de febrero Ponce derrotó a Licey en el juego inaugural y en el segundo encuentro todo pareció refrendar los vaticinios de los expertos cuando se embasaron los tres primeros bateadores borícuas. A continuación Orlando Peña ponchó a Tany Pérez y obligó a Santiago Rosario a rodarla para dobleplay. Esa jugada es lo que recuerdo haber escuchado de aquel juego. De pronto cerré los ojos y entre los primeros destellos del viernes siguiente y las voces eufóricas de Felipe y Jesús Mario hice volar la cobija sin importarme el frío matinal. Felipe hablaba con el cepillo dental en la boca. “Si, César Tovar había empujado a Dámaso Blanco con la carrera que tenía adelante a Magallanes. Pero el verdadero suspenso del juego llegó en el séptimo inning…”
Felipe volvió a enjuagar el cepillo entre sus dientes mientras Jesús Mario corría la cortina de la ducha. Salté tres veces sobre la cama. “¿Qué fue lo que pasó en el séptimo inning Jesús Mario?” En medio de las dudas de meterse bajo las espinas de la regadera Jesús Mario sonrió, ni siquiera el frío le impidió reconstruir la escena. “Gustavo Gil se embasó por infield-hit. Pero Jim Holt lo forzó en segunda. Entonces Miguel Cuellar ponchó a Ray Fosse. Empecé a prepararme para una recta final con el juego 1-0 cuando de pronto escucho aquel grito infalible de Delio Amado, ‘la bola se va, se va, se va, se va, joooooooooooooooonroooooooon de Armando Ortiz ante Miguel Cuellar’. ¡Manito! me pellizqué como siete veces para ver si no estaba soñando y después llamé a Felipe, ‘¿Es verdad lo que estoy oyendo?’ Cuando me dijo que sí, iba a empezar a saltar en la cama, pero Felipe me dijo que si papá nos escuchaba nos podía quitar el radio”.
Felipe escupió la espuma de pasta dental y se secó la cara. “Este equipo tiene algo especial mi hermano. Puede venir el pitcher más encopetado y no se amedrentan. Y ese batazo de Armando Ortiz fue decisivo, porque en el noveno inning Bernie Carbo soltó doblete y Tany Pérez siguió con imparable, y Santiago Rosario empujó a Carbo con rodado al cuadro, eso significaba el empate. Quizás el juego se hubiera ido a extrainning”.
Los Tigres agregaron unos cuantos refuerzos más para aumentar las expectativas de un nuevo título caribeño para Venezuela. En aquella Serie de 1970, Magallanes se reforzó con los lanzadores Mike Hedlund, Larry Jaster y Aurelio Monteagudo y todos resultaron importantes. Ignoro si habrá un estacazo como el de Armando Ortiz, lo que si se siente es esa mezcla de expectativas con optimismo que ebulle en la piel antes del inicio de la Serie del Caribe.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 1 de febrero de 2012
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