viernes, 7 de diciembre de 2012

Magallanes formaliza el retiro del 15 de Felix Rodríguez

Este sábado 08-12-12 los Navegantes del Magallanes formalizaran el retiro del 11 de Luis Aparicio, el 21 de Camaleón García, el 23 de Isaías Látigo Chávez y el 15 de Felix Rodríguez. Saludos Alfonso Burlas furtivas. El sol del atardecer brincaba entre las ramas del bucare y la platabanda. La sombra de los cuadernos bajo el brazo y la barbilla doblada hacia delante traspasaba la puerta. De nuevo Esteban empujaba los zapatos de goma hacia el rincón más remoto del patio, donde la penumbra dibujaba bocas apretadas en las hojas de las matas de cambur. Julia intentaba sacarle información. ¿Por qué siempre llegas triste de la escuela? ¿La maestra te pegó? Esteban ladeaba la cabeza hacia un hombro y el otro. ¿Tienes examen mañana? ¿Tuviste algún problema con otro alumno? Esteban metía la mirada entre los tallos esponjosos de las musaceas. Deseaba que hubiese un túnel donde escapar como el Diego de la Vega o Bruno Díaz. Varios rayos de luna descubrieron la punta de un baúl viejo. Entre la luz atenuada abrió la tapa. El olor de papeles amarillos, hizo que se llevara las manos a los ojos. Varios albumes de barajitas de béisbol cubrían máquinas de escribir y pedazos de corcho que alguna vez fueron una cartelera. Julia apretó el pulgar y el índice sobre la nariz. Llegó en puntillas hasta la puerta de caoba. Un eco de grillos acompañado de chicharras atravesaba las hojas de cambur. ¡Muchacho! ¡Ese baúl estaba cerrado desde que Jacinto se fue de la casa! ¡Te vas a enfermar! Luego de un leve forcejeo Julia cerró el baúl y sirvió la cena. Mañana voy a ir a la escuela. No estoy dispuesta a verte así cada tarde. Esteban se balanceó varios minutos en la mecedora. ¿A mi papá le gusta el béisbol y las barajitas? Julia terminó de descolgar una ropa en el tendedero. Si, mucho. A veces tenía que gritarlo dos y tres veces para que me hiciera caso. Sobre todo cuando escuchaba un juego o cuando revisaba las barajitas. Pasaba horas viéndolas. Parecía que estuviese observando unas piedras preciosas. Se iba a otro mundo. Volteó varias veces. La maestra escribía en la pizarra. Varias sonrisas delineaban a los responsables del ardor en sus orejas. El contacto de la punta de una liga roja de liar papeles sacaba lamentos que le ganaban reprimendas de la maestra. Si trataba de explicar lo que ocurría la maestra lo miraba con desaprobación ante la mirada inocente de los alumnos a su alrededor. Sólo la imagen de aquel baúl y los álbumes que sacó en la madrugada amortiguaban las burlas que siguieron en el recreo con empujones y templones que casi arrancaban las mangas del guardapolvo. Julia llamó varias veces. Estebán ¿eres tú? Anda a dormir, es muy tarde. Intentó distinguir los rostros de las barajitas. Se asomó en la ventana hasta que los rayos de la luna descubrieron algunos rasgos y letras de uniformes. Esos uniformes de antes si eran gruesos. Orlando Reyes, Miguel Motolongo, Jesús Aristimuño, Ángel Baez. Trataba de ver a vuelo de pájaro la parte superior de las barajitas. Sabía que si se quedaba mucho tiempo Julia podía sorprenderlo. Un chasquido de suelas sobre el piso rústico del patio lo hizo sacar la mano del baúl. Una barajita se le quedó adherida entre el medio y el anular de la mano izquierda. Un ruido seco del baúl quedó amortiguado bajo el estruendo del corazón. Sólo cuando notó que el ruido provenía del roce de una hoja de cambur contra la pared del patio, respiró profundo y al traspasar la puerta se lanzó en la cama. Las cinco de la tarde hallaron a Julia frunciendo el rostro frente a la maestra. Esteban salió unos minutos más temprano. Vi que se fue en dirección a la plaza. Luego de varios giros y frenazos Julia avanzó hacia un banquito debajo de una acacia. Si quieres saber de tu papá ¿porqué no me preguntas? El no viene por aquí todos los días. Quizás si vienes un jueves o un sábado lo encuentres justo entre la fuente y el caminito que lleva a la iglesia. Bajaba la cabeza. Metía las manos hasta el fondo de los bolsillos traseros del pantalón. La respiración se entrecortaba de la traquea a los pulmones. Los rostros burlones de Tristán y Cornelio lo arrinconaban contra la corteza del apamate. Eres un gallina, ¿a que no te subes hasta el copito de la mata de Araguaney. De sólo mirar entre las ramas todos los metros que subía el árbol, Esteban transpiraba ríos en la palma de las manos. Se turnaban en cuidar la zona y empujaban a Esteban hasta casi derribarlo. Si intentaba tocar el tronco del Araguaney lo templaban desde atrás por el cuello de la camisa. Esteban trataba de resguardarse con los brazos, entonces descargaban toda su furia en puntapiés que llenaban de morados sus canillas. Cuando Julia lo sorprendía sobándose las contusiones le decía que el juego de futbol había estado muy duro. Las voces se escuchaban a varios kilómetros de distancia. Esteban quería traspasar el baúl con la mirada. Cada atardecer iba varias veces al baño. Se quedaba mirando a través de la cortina. El baúl parecía un cofre de piratas. ¡Mira muchacho tengo como media hora llamándote! Jacinto vino a hablar contigo. La camisa de caqui remangada a tres cuartos de brazo. Los pómulos sobresalientes y el mechón de cabellos rubios entremetido en medio de la pollina hicieron sonreir a Esteban. Hacía tiempo que ansiaba conversar con el padre. Tantas preguntas acumuladas ahora tartamudeaban en la garganta. Tranquilo Esteban. Jacinto lo miraba más allá del sudor en la frente y el brillo en los ojos. Sabía que en el fondo del corazón Esteban guardaba unas emociones que ni siquiera se las había podido contar completas a Julia. Estampó las palmas de sus manos en los hombros de Esteban y luego lo abrazó. Las partículas de polvo flotaron en el haz de luz que entraba por los huecos de los bloques de dibujos. Jacinto estornudó y estrujó la nariz sobre el antebrazo. Una esencia de alcanfor templada con matices de alas de cucaracha y el tufillo de miles de papelillos ajustados en un nido de ratón. Al subir la tapa el baúl enseñó muchas telarañas forrando hojas sueltas de libros y revistas. La barajita oscilaba sobre el borde de un cenicero. Este es Félix Rodríguez, un tremendo primera base y left fielder que ganó más de un juego para el Magallanes y también el título de bateo de la Serie del Caribe de 1977. Aquí tiene barba, después se la quitó y solo tenía chiva y bigote. Era de un pueblo llamado Aricagua, pero luego se mudó a Cumaná. Esteban miraba como Jacinto hablaba casi de memoria, y deseaba haber compartido con él todos esos momentos, ahora sólo tenía la barajita. Zoc. Plac. Tris. La pelota silbó en el pulgar y arrancó la esquina de la barajita. Tristán y Cornelio se agarraban la barriga, las carcajadas llegaban hasta la cerca del patio. Esteban agarró el pedazo de barajita. Estuvo a punto de agarrar un guijarro y lanzárselo a los agresores. La voz de Jacinto hervía en sus orejas. Nunca trates de arreglar una ofensa con violencia. Dos lágrimas rodaron hasta la barajita. Quería perseguir a esos tipos y darle sus puñetazos. Tristán agarró la pelota. Cuando intentó empujar a Esteban se encontró con la mano estoica. La sangre latía en todo su cuerpo. Todavía se preguntaba como estaba haciendo aquello. La esquina de la barajita estaba de vuelta, soportada entre el índice y el pulgar. Mientras más lo zarandeaban contra la pared, Esteban apretaba la esquina de la barajita, en última instancia repartió puntapiés en las canillas que hicieron gritar a los agresores. Las maestras martillaron de taconazos el piso reluciente. Peinaron la pollina rebelde de Esteban. A medida que avanzaban las preguntas los ojos de Tristán y Cornelio traspasaban el tronco del Araguaney. Sólo se veía la punta de sus zapatos y el extremo de sus codos desde el pasillo. ¿Seguro que no te pasa nada? Mira que es muy feo guardarse las penas y los dolores, después duelen mucho y por varios días. Esteban miró entre las solapas del guardapolvo la esquina rota de la barajita. Imaginó a Félix Rodríguez jugando cuadro adentro en primera base o corriendo de espaldas al home en el jardín izquierdo. Cuando los taconazos sólo eran un eco lejano. Tristán y Cornelio salieron detrás del Araguaney. Mas te vale no haber dicho nada, ni decir nada de aquí en adelante. Esteban rechazó el manotazo con un codo que se clavó en la palma de la mano de Cornelio. La risa de Félix Rodríguez le traía imagenes del infield en una mañana luminosa. Bajó los escalones de la plaza Montes, junto a la alcayata de la acera, frente a la ventana de la farmacia se empinó en la punta de sus pies. Dio un salto que casi lo hizo encaramarse sobre el burro que esperaba a su dueño. Atravesó en diagonal el cruce de la calle Sucre con Miranda. Su mirada largó un tropel de zancadas hasta la pared posterior de la iglesia. Justo bajo el almendrón de la escuela Pedro Luis Cedeño, se detuvo al lado de un señor que esperaba que la chicha llegara al vaso desde el cucharón. ¡Esteban! ¿En que andas? El niño bajó la mirada. Murmuró varios monosílabos y sacó la barajita. Jacinto se recostó del almendrón. Quería saber como le iba en la escuela. Como se llevaba con Julia. Esteban bajaba la mirada y estrujaba la barajita. Félix Rodríguez era un corredor lento, sin embargo todavía tiene el record de triples de la liga venezolana. Esteban levantó la mirada y soltó la sonrisa que tanto había aguardado Jacinto. Dio una carrera y saltó hasta la acera de enfrente. ¡Muchacho! ¿Qué te pasó? ¡Esto no se va a quedar así! Julia agarró el rostro de Esteban en sus manos. Revisó al milímetro los raspones de los pómulos y casi se desplomó en lágrimas al tocar la sangre coagulada en la punta de la nariz. ¿Quién te hizo esto? La pregunta se repitió toda la noche. Esteban repetía solo una frase. Me caí persiguiendo un cucarachero. Julia trajo una olla con agua tibia y una caja de gasa. Aplicó un poco de crema para las manos y luego cubrió con gasa. Ignoraba como empezar a dialogar con Esteban. Casi deja correr las más oscuras acusaciones. Luego pasó sus manos por los hombros de Esteban. Está bien. No me digas quién te hizo esto, pero hazme un favor y principalmente a ti. ¡Defiéndete, no dejes que sigan abusando de ti! Levanta los brazos y cuadra las manos frente a tu rostro y verás como se paran en seco. Varias veces saltó sobre la almohada. El chasquido entre metálico y acuático reaparecía cada cinco minutos. Julia se levantó. Un haz de luz atenuado por la cortina abría una caja amarilla en el pasillo del patio. Avanzó entre oraciones y se persignó a dos pasos de la puerta. El estruendo de varias carpetas y libros que Esteban sacaba del baúl hizo respirar hondo a Julia. ¿Por qué hace eso a esta hora? Varias telarañas guindaban de las cejas. Esteban sacó el rostro del fondo del baúl y estornudó. Es que entre las tareas, la comida y todo lo que me dices no me da tiempo venir para acá en el día. Y yo quiero conseguir otra barajita de Félix Rodríguez. Julia limpió el polvo y los pedacitos de papel viejo del rostro de Esteban. ¿Para qué quieres otra barajita del mismo pelotero? Es que la otra se me rompió en una esquina. Y quiero sorprender a mi papá, se emocionó mucho cuando vio esa barajita. El puñetazo se estrelló entre las manos de Esteban. Justo cuando Tristán lo sujetaba por los hombros y Cornelio soltaba la mano, Esteban escuchó las palabras de Jacinto bajo el almendrón. “Nunca dejes de defenderte. Por más que sean más grandes que tú o que sean más que tú, nunca dejes que te pasen por encima. Demuéstrales valor y entereza y verás que van a tener que empezar a respetarte”. La mirada del padre levantó sus manos y Esteban resistió los golpes. Tristán intentó empujarlo sobre el piso. Cornelio le asestó dos cachetadas. Su mirada se estrelló en las pupilas de los agresores, con tal intensidad que amenazaba con arañarlas. Tristán metió el pie y Esteban logró estirar la mano bajo su mentón en el preciso instante cuando se encajaba sobre el piso de cemento pulido. El grito helado de una maestra los hizo correr cual avutardas. Un sabor a bicarbonato inundaba el esófago de Esteban. Julia apretaba sus dedos sobre las manos de Esteban. Los cortes atravesaban la palma sobre la línea de la vida. ¿Por qué te empeñas en quedarte callado? Los que te hacen esto merecen castigo, merecen un tratamiento psicológico. Y tú tienes que detener esto. Por tu bien, por tu supervivencia, por tu vida. Jacinto llegó en media hora. Trató de calmarse. Los raspones en la frente de Esteban ardían en su pecho como cohetes siderales. Tienes que defenderte hijo. Sino te pueden dar un mal golpe, te pueden romper un brazo o una pierna, o te pueden romper un ojo. Debes prometerme que lo vas a hacer. Tengo varias anécdotas de mis tiempos cuando escuchaba los juegos de Félix Rodríguez. Los ojos de Esteban crepitaron en éxtasis. Sólo si te defiendes hablaremos de ellas. La carrera casi lo hizo chocar contra el filo de la puerta. Aún quedaban restos de crema antiinflamatoria en el pómulo y el arco superciliar derecho. Restregó el ojo sobre el hombro de la camisa de casitas y barcos. Se lanzó en los brazos de Jacinto. Pasaron un rato chocando manos y antebrazos. Se abrazaron varias veces. Jacinto sacó un sobre de Manila del bolsillo de la camisa. Los ojos de Esteban rodaron como las metras más gran des del patio. ¿De donde sacaste esas barajitas de cartón? ¡Pero ahí no está Félix Rodríguez! Jacinto tomó asiento a un lado de la mesita del porche. Son barajitas de grandes primeras bases venezolanos. Gonzalo Márquez, Andres Galarraga, Oswaldo Blanco. Carlos Terremoto Ascanio, Antonio Bríñez, etc. Todos con grandes habilidades defensivas. Todos con un bate capaz de decidir juegos. Esteban dejó a un lado la barajita de Félix Rodríguez. Jacinto la colocó junto a las otras, paralela, frontal, firme. Así debes pararte ante esos muchachos que te golpean a diario y ante cualquiera que pretenda atropellarte, tienes derecho a un espacio, a que se te respete, a que te dejen respirar, y hablar, y a compartir con tus compañeros. Félix Rodríguez también merece un espacio entre los mejores primera base venezolanos de todos los tiempos porque defendía bien la posición, levantaba piconazos y sabía jugar por detrás del corredor. Con el madero no era segundo de nadie. Podía pegarle la pelota de la cerca al más pintado. Sino que lo digan los mejores pitchers de esa época. Y por si fuera poco cuando llegó el momento fue el líder de su equipo con su ejemplo de persistencia y dedicación. En un mismo juego podía quitarse el mascotín para ponerse el guante de jardinero izquierdo o viceversa sin que eso afectara el nivel de su juego. El dolor abdominal se acrecentaba. Desde mitad de cuadra podía ver que en la esquina Cornelio y Tristán aguardaban detrás del pilar de la escuela. En la escuela los habían amonestado por conducta violenta. Llamaron a sus padres y les hicieron jurar que jamás acosarían a Esteban ni otro niño. Las miradas de Cornelio y Tristán semejaban sables ardientes cada vez que tropezaban el rostro de Esteban. Por más que intentaba desviar la mente el sabor a bicarbonato regresaba a su boca con punzadas de limón. Sabía que en algún momento lo encerrarían. La única salida siempre residía en sacar la barajita. Los tipos se acercaron. Tornillos soldaban las suelas a la acera. Sólo la sonrisa de Félix Rodríguez le daba ánimo y la sugerencia de Julia hizo que Tristán y Cornelio frenaran el avance. Con las manos frente al rostro empezó a girar hasta repeler los puñetazos. Julia marco los números. El teléfono celular resbaló entre sus lágrimas. Con la mano izquierda apretaba una compresa de gasa y árnica sobre los pómulos de Esteban. Aló…¿Jacinto? Vente urgente para la casa…Si es Esteban, te necesita quiere hablar contigo ¡Pero vente ya! Esteban apartó los dedos de Julia de su rostro. Corrió hacia el patio. Los vahos de humedad rebotaban sobre el bombillo incandescente. Una mano estirada descorrió la cortina. ¡Es que hubiera apostado la vida a que venías para acá! ¿Qué tanto buscas aquí hijo? Estos olores no le hacen bien a tus heridas. Esteban casi buceó el fondo del baúl. Sacó tres barajitas y la portada de una revista. Las revisó varias veces y las regresó al baúl. Julia sacó un sobre detrás de la espalda y se lo entregó. Esteban saltó en sus brazos y la besó. Gracias mamá. Ahora no se romperá la barajita de Félix Rodríguez. Alfonso L. Tusa C.

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