martes, 18 de diciembre de 2012

Ramón Monzant exaltado al Salón de la Fama de los Navegantes del Magallanes

Este jueves 20 de diciembre los Navegantes del Magallanes exaltarán a los peloteros Vidal López, Luis "Camaleón" García, Ramón Monzant, Jesús "Chucho" Ramos, Lázaro Salazar, Gustavo Gil, Dámaso Blanco, Oswaldo Olivares, Dave Parker, Clarence Gaston, los directivos Carlos Lavaud, José Ettedgui, Edgar Rincones y el narrador Felo Ramírez. A continuación un texto que escribí a la memoria de Ramón Monzant. Un flaco que lanza durísimo Miguelín seguía sumergido en la pantalla de la computadora. Las detonaciones y humaredas lo abstraían de tal manera que ni los gritos más operáticos de Estefanía quedaban arropados por la sinfonía de los grillos y los reflejos bermejos del sol entre las nubes del horizonte. Varias veces había desconectado el aparato, escondido el disco del video-juego, bajado los breakers, cambiado la contraseña de la máquina, suspendido la mesada de fin de semana. Miguelín siempre terminaba instalado entre los estallidos de efectos audiovisuales. Estefanía hundía las manos desde las sienes hasta el occipital. Varias veces templaba a Miguelín hacia la sala y le explicaba las desventajas de ser un adicto a los videojuegos. “Se te cae el apartamento encima y pareces un muñeco de cera sonriendo como un bobo frente a la pantalla”. Llegaron días difíciles de intolerancia y forcejeos por impedir el acceso a la computadora. Un atardecer Miguelín llegó agitado. Cerró la puerta y se sentó en la silla de extensión. Inspiró varias veces hasta que sintió un río de frescura en el pecho. __¡Mamá! ¿Alguna vez escuchaste de un pitcher flaco y alto que jugaba en los años cincuenta con el Magallanes? Estefania se mordió el labio superior, registró todas las telarañas del techo y metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón. Carraspeó varias veces. Corcoveó dos veces hasta que hundió el índice en las teclas del celular. Pasó como diez segundos en contestar. Desde que salió el divorcio solo sabía del padre de Miguelín cuando este hacía los depósitos quincenales o cuando avisaba que lo iba a buscar el segundo sábado de cada mes. Jacinto catañeteó los dientes y gagueó por instantes. ¿De cuando acá Miguelín interesado por la pelota? Estefania replicó que la maestra había hecho una pregunta y que había prometido de premio un cd de video juegos. Jacinto pidió que le comunicara con Miguelín. __Creo saber quién es ese pitcher flaco del Magallanes que tiraba durísimo. Si era de los años cincuenta no puede ser otro. __¿Quién es papá? __Si quieres saber tienes que ir conmigo el próximo sábado a ver un juego de pelota. Miguelín protestó. Alegó que tenía una competencia de video-juegos con sus amigos. Jacinto detuvo su bicicleta anaranjada detrás de un jabillo que crujía sus cachitos ante una ráfaga de viento. Casi se pincha las manos al tratar de apoyarse en el tronco del árbol para fijar la cadena entre la bicicleta y un tubo de agua. Mientras sacudía sus palmas apretaba el paso hacia la biblioteca. Revisó varios libros y microfilms hasta encontrar lo que buscaba. Juegos de béisbol amateur en Maracaibo. Encuentros de la Liga Carolina. Clase B con el equipo Danville Leafs. Y enfrentamientos del Magallanes en la LVBP a principios de los años cincuenta. Anotó todo lo que pudo. Sacó fotocopias. Y cuando se descuidaron los empleados de la biblioteca sacó una cámara y tomo varias fotografías. Salió a paso redoblado del recinto. Cuando divisó el jabillo soltó las piernas hasta que abrió el candado. Luego fue a un Cyber y compró un cd. Pasó como media hora explicándole al técnico del lugar como quería disponer esa información en el cd. Esa noche volvió a sonar el celular. Lo que leía Jacinto sobre el pitcher apagó el timbre del teléfono en la novena repicada. Ignoraba que ese pitcher flaco mantuvo el record de victorias en una temporada de LVBP hasta que el Carrao Bracho lo rompió con 15 triunfos en la temporada 1961-62. El flaco había ganado 14 en la 53-54. Estefania encendió la línea. Parecía que estuviese en el apartamento. __¡Caramba chico! ¡Tengo como cinco minutos llamándote! Miguelin no quiere soltar esos video-juegos. Jacinto habló alrededor de 15 minutos con Miguelín. Discutieron de violencia, de familia y de béisbol. El juego era a las ocho de la mañana. Quedaría tiempo suficiente para asistir a la competencia de video juegos al mediodía. __Acuérdate que es un juego infantil los juegos son de 6 innings.Miguelin aclaró que si iban a extrainning el se iba para la competencia. Jacinto ladeó la cabeza. Aquella noche un maremagnum de papeles, revistas y libros volaron y saltaron por la cama y la habitación. Jacinto buscaba la reseña y el box score de un juego que seguramente captaría la atención de Miguelín. Levantó el colchón, arrasó cada tramo del closet y la biblioteca. Cuando empezó a ver estrellitas y gusanos en el aire. Secó el ardor de sus mejillas y se tumbó en la silla de extensión. ¡Que duro resultaba convencer a un hijo de once años! ¿Cómo sería cuando cumpliera 15? Saltó como impulsado por una batería de resortes. Intentó recordar como pensaba él a los once años. Sólo halló un reguero de juegos, carreras, gritos y carcajadas. Nada de reflexiones. Luego se esforzó en visualizar el juego que buscaba. Sólo veía al flaco lanzando serpentinas con los Gigantes de San Francisco. Abrió la ventana y respiró hasta que sintió los pulmones inflamando su camisa de algodón y poliéster, 70-30. Algo tenía que salir de aquella mezcla. Los gritos de un árbitro subieron por las paredes hasta rebotar en el centro de la habitación y encender el pasillo. Estefanía tocó la puerta restregándose los ojos. A través de la rendija le dijo que todavía eran las cinco de la mañana. Miguelín soltó la manija y haló la silla. Había encontrado un video juego de béisbol. Ahora si entendería mejor lo que le quería enseñar su papá. Estefanía volvió a marcar el número de Jacinto. Entró al cuarto estirando los brazos y bostezando. Intentó bajar el volumen de las cornetas. Con cada movimiento que Miguelín hacía mediante el mouse, la voz del árbitro sonaba como si estuviera en la habitación. Jacinto le explicó lo que significaba “Play ball!” y cada uno de los gritos. __La mejor manera que te familiarices con lo que hace un árbitro es asistiendo a un juego en vivo. Allí hasta puedes hablar con él. Claro, después que termine el juego. Miguelín soltó el mouse. __¿Ya sabes quien es el flaco? Jacinto se fue hasta aquella tarde de parrillada cuando su padre lo envió a comprar carbón. El juego de pelota estaba por comenzar y no se quería despegar del radio de galena que tronaba en la sala. Además que jugaban Caracas y Magallanes, por los eléctricos lanzaría ese pitcher que había ganado 10 juegos. El narrador inflamaba de emoción las cornetas del radio. “Por Magallanes subirá al montículo el estelar Ramón Monzant…” El padre casi saca a Jacinto a empellones de la casa. En cada esquina que oía el rumor de un radio se detenía para oír como iba el juego. En la bodega se enteró de que el juego había llegado 0-0 al quinto inning. Preguntó la hora y casi le arranca la bolsa de carbón al bodeguero. Pasó volando por todas las cuadras. Quería detenerse a escuchar el juego. Sólo oía retazos de la narración. Llegó al patio pasadas las tres de la tarde. El padre tenía los brazos en jarra y una mirada cortante. Sólo el “escon” de ponches de Monzant lo salvó de un regaño seguro. Corrieron juntos hasta la sala. Querían seguir al detalle el final del juego. Estaba vez fue un carraspeo de la madre que los hizo correr al patio para prender los carbones. Jacinto se apresuró a señalarle a Miguelín que no hiciera determinado movimiento. Fue muy tarde, al apretar el botón la pantalla se llenó de colores oscuros y el árbitro gritó “Balk”. Miguelín volteó hacia Jacinto y empezó el interrogatorio. El hombre miró hacia la puerta con ganas de salir corriendo. “Tantas jugadas que tiene el béisbol y tenía que preguntarme por la más difícil”. Miguelín le dio la espalda al video juego por primera vez en mucho tiempo. Parecía un buzo dispuesto a zambullirse en la explicación de Jacinto. __Cuando el pitcher se monta sobre la caja de lanzar para ver las señas del catcher. Hay un momento cuando presenta la pelota y ya no puede lanzar a otra parte que no sea el “home”. Si lo hace, el árbitro le canta balk y los corredores avanzan una base. Miguelin reviró los ojos 360º. Giró el cuello con los ojos entrecerrados hasta una línea imperceptible. Escrutó cada una de las huellas del acné y el holluelo en la barbilla de Jacinto. Había demasiadas cosas que desconocía en aquella explicación. Por más que trataba de imaginar una caja de lanzar. ¿Quién sería el catcher? ¿Un espía?. Jacinto tuvo que simular estar sobre el montículo. Se fue hasta la pared del fondo. Señaló el centro de la otra pared e hizo un boceto oral del catcher. __Imagínate un tipo con una careta, una pechera y unas rodilleras, agachado justo ahí. Y acá adelante está el “home”. Le hace señas al pitcher con una mano mientras coloca la mascota en el medio de su pecho. Luego se fue hasta casi tocar la otra pared. Levantó la pierna y llevó la pelota detrás de la oreja. Miró hacia un lado y lanzó hacia la pared lateral. __Eso es un balk. Miguelín sacudió la cabeza. Trató de repetir la jugada varias veces en el video juego pero no entendía nada. Jacinto observó que el béisbol tiene muchas situaciones. La única forma de conocerlo a fondo es jugarlo en un campo, con peloteros de verdad, con grama y tierra y la emoción de dar el batazo importante o hacer el tiro que saque al corredor en la goma. Salió del cuarto con los ojos en el piso. Quería traer el estadio y meterlo en la habitación de Miguelín. El tono del celular sacudió la camisa de Jacinto. Se preparó para otra lenguarada de Estefanía. “Papá ¿todo eso que dice la revista que dejaste en el cuarto es verdad? ¿El flaco se llamaba Ramón Monzant? ¿Y lanzó en las Grande Ligas con los Gigantes de San Francisco?” Jacinto sonrió. Atropelló las palabras. Se sentía muy animado porque Miguelín parecía interesado en el béisbol. Fue inevitable ver a su padre brincar varios segundos aquella mañana del 30 de abril de 1956. Lo vio tan contento que se atrevió a preguntarle. El hombre tomó a Jacinto por una mano y se sentaron en los muebles de la sala. “Ramón Monzant dejó a los Filis de Filadelfia en un hit y una carrera. A los Filis de Richie Ashburn y Del Ennis. Le ganó al zurdo Curt Simmons, el mismo que le lanza tan bien a Henry Aaron. Y eso que Monzant no quería ir a lanzar este año en Grandes Ligas. La carrera se la hicieron en el primer inning. De ahí en adelante el flaco apretó el brazo. Aunque dio 5 boletos silenció por completo a los Filis. Ponchó a 9”. Jacinto dejó el celular en su hombro para sorber un vaso de agua fría. “Así es Miguelin. Ramón Monzant lanzó 6 temporadas con los Gigantes. Dejó marca de 16-21 con efectividad de 4.38 en 316 innings”. Estefanía soltó las mazorcas que raspaba. Al quinto repique agarró el celular. La voz de Jacinto sonaba cual corredor de maratón en los cien metros finales. Estefanía estrujó los granos de maíz tierno en la bandeja. Luego que subió dos tonos su voz, Jacinto bajó la marcha. Miguelín quería ir al juego de pelota del sábado, y no había mencionado para nada la competencia de video juegos. Se notaba muy interesado en “el flaco”. Estefanía casi se corta los dedos con el asistente de cocina, los confundió con los granos de maíz. Preguntó donde quedaba el estadio y la hora del juego. Torció un poco los ojos. Levantar a Miguelín a las 8 de la mañana de un sábado sería un buen reto. Sus mejillas se estiraron al escuchar a Jacinto. __Si lo hubieras visto cuando le hablé de la actuación de “el flaco” con los Gigantes de San Francisco. Los ojos le brillaban tanto como cuando está frente a un video juego. Los nudillos de la mano derecha de Miguelin sacudieron el calendario ecológico colgante. La puerta de caoba deslizó con un silbido oxidado. Estefanía protestó, le exasperaba que le interrumpieran el sueño. Le dictó el número desde la cama. Miguelín marcó el número. Cuando estaba a punto de colgar, la voz de Jacinto pasó de grave a aguda. “¿Squeeze play? ¿Cuadro adentro?” Esos eran términos de alguien que conocía muy bien el juego. Miguelín apenas había empezado a saber de béisbol desde unos días atrás. Le habían prestado un video juego de béisbol avanzado. “Es fino papá. Salen las estrategias de los managers. Las conversaciones entre el pitcher y el catcher y hasta las discusiones con los árbitros. Pero si desconozco esas palabras difícilmente puedo avanzar en el juego”. Jacinto sonrió mientras buscaba las explicaciones más didácticas. En la escuela varios niños acertaron la pregunta. La maestra se pasó la mano por la nuca. Anunció que tendrían que compartir los premios. Sólo tenía dos cd. Cuatro niños habían escrito la respuesta correcta. Miguelín tuvo que alternarse con Carlitos. A ninguno de los niños les agradó la idea. Arrugaron el rostro y miraron la tabla del pupitre. Cuando le tocaba Miguelín se levantaba antes de que cantaran los gallos. Estefanía se sobresaltaba La manos le temblaban frente al pecho. Le reclamaba que casi le había provocado un infarto. Aquellas no eran horas para que un niño estuviera levantado. Miguelín hablaba con tal pasión de las situaciones del juego que Estefanía terminaba preguntando que era un “slider” o donde quedaba el “bull pen”. Miguelín se atragantaba entre la arepa, el jugo de naranja y el juego imaginario que veía sobre el mantel de la mesa. A las siete de la mañana tocaban la puerta. Pasaba como media hora hasta que aparecía Carlitos con el índice en los labios. Si no fuera porque habían acordado levantarse temprano para entregar el cd, hubiera dejado que su mamá abriera la puerta y le dijera que viniera más tarde. Los gritos del “manager” desde justo detrás del montículo paralizaron los pasos de Miguelín bajo la sombra del apamate. El sol aún escalaba hacia las diez de la mañana. El hombre agarró la mano derecha del pitcher y la llevó hasta casi tocarse la cabeza detrás de la oreja. Le dijo que levantara más la pierna izquierda. Cuando hizo el movimiento por su cuenta el “manager” volvió a gritar. Esta vez desde los lados de tercera base. Debía mantener la vista fija en la primera base. Sólo viendo los pies del corredor podría descifrar si se iba o no para segunda base. Miguelin casi saltó la verja de tela metálica por el left field corto. Aquel olor a grama recortada, arcilla mojada y aceite ablandador de guantes lo templaba hacia el diamante. El pitcher levantó la pierna, soltó la pelota y el corredor arrancó para segunda. El “manager” se llevó las manos a la cabeza. El pitcher le quitó la vista al corredor y este le robó todo el tiempo. La voz de Jacinto resonaba debajo del apamate como si estuviera en la tribuna del estadio. Apretaba el teléfono como si fuese a traspasarlo hacia la otra oreja. Explicaba que había encontrado a Miguelín en el estadio. Y ya iban por el tercer inning. “¡Qué te parece Estefanía! Y yo buscándolo en la sala de video-juegos”. Jacinto intentó hablar varias veces. Miguelín hacía señas de silencio y se acercaba a la línea de cal del left field. __¿Por qué el pitcher hace todos esos gestos con el catcher? __Está poniéndose de acuerdo con el catcher en que lanzamiento le van a hacer al bateador. Esa es una relación parecida a un matrimonio. El pitcher y el catcher deben hablar mucho antes, durante y después del juego. Jacinto miraba hacia el campo de pelota, recordó por un momento el jonrón que le bateó Willie Mays a Monzant en la Serie del Caribe de 1955, pero más brillaron todas esas temporadas donde “el flaco” ganó más de 10 juegos para Magallanes. Aquella incandescente temporada con los Danville Leafs Clase B y el juego ante los Filis en Grandes Ligas, todavía le parecía ver a su padre saltar en la sala. Volteó hacia el apamate y vio la rueda delantera de la bicicleta. Sacó la llave del candado y se dirigió hacia el apamate. Cuando llamó a Miguelín lo único que escuchó fue que el pitcher estaba negando con la cabeza y se había bajado del montículo. Jacinto le dijo que se iba a perder la competencia de video-juegos. El muchacho se acercó más a la raya de cal del left field y tiró la mano derecha abierta hacia atrás. Alfonso L. Tusa C.

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